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igualmente

la sociedad misma, la cual no muere, sino que se transforma a cada rato, según el espacio-
tiempo, su propio contexto socio-político-cultural, según desde la perspectiva en la que se
le mire. En donde debo entender que mi mirada condiciona la realidad con la pretensión de
creer que es la “única y verdadera” por estar inmersa en ella, pero que esta no cancela, hace
inexistente o anula las diferentes realidades que se crean en el otro que también mira, sino
por el contrario, me aísla de ese gran “Abanico de las posibilidades” que se habré cuando
buscamos y nos aventuramos a entender no mi mirada sino la del otro.
En esta búsqueda por las otras realidades, Amores como película-Documental busca hacer
un retrato genuino tanto de las personas que habitan y frecuentan el Parque Bolívar de
Medellín, como de sus historias en cuanto a lo que estas cuentan del Amor, permitiendo ese
entender del cómo estos relatos nos hablan implícitamente de su manera de concebirlo,
vivirlo y las limitaciones que podría o no brindar el mismo Parque, dado a su contexto
cultural e incidencia en la sociedad en la que está inmersa, siendo el caso Medellín.
Hay que poner en consideración los factores que inciden a que una persona vea el amor de
una u otra forma, “expandir la mirada” es pues darle cabida a otros puntos de vista
vivenciales que se han pasado por alto y vistos como “poco relevantes”, por el auto-derecho
que nos concedemos a veces para negar al otro y su derecho al reconocimiento de –otra
verdad–, siendo este excluido por diferente hasta marginado, todo en aras de –“Yo tengo la
verdad” y el otro no– llevando a ese otro al abandonado y la exclusión.
Ya que podría no ser la misma manera como concibe el amor un habitante de calle a como
lo vive un travesti o/y el vendedor ambulante, es aquí a como realizadora sin más
pretensión que la de escuchar y entender sobre esas historias, una se libera de esos
prejuicios y se pone en la marcha de escuchar y poner al servicio esa atención para el que se
anima a compartirse. No es un “romper algo que se puede arreglar” como decía Arturo
Guerrero, refiriéndose a la mirada, sino como “un cambio en la mirada, modifica lo que se
hace, como se ve e interpreta”, es decir, no es un mirar para observar y no dejarse afectar de
lo que se mira, por el contrario, es romper con una mirada que no propone algo más allá de
la propia visión proponiendo algo que supera nuestro propio entendimiento y realidad.
Como realizadora Sonora me pregunto ¿Qué cuentan las personas del Amor? Y sobre todo
las del Parque Bolívar, un lugar dinámico, diverso, en la que conviven diferentes realidades
con problemáticas que son un espejo de la misma sociedad que les señala con un dedo
acusativo y prejuicioso. ¿A qué suena el Amor en Parque Bolívar? Los matices de una
mañana que se despierta a campanazos de un altísimo, una tarde que se ve llegar y caer en
una banca para luego recibir la noche de bulla barrendera, taladros y personas entonadas
¿nos dejarían escudriñar o encontrar algo como el amor?
¿Qué podría contarme las historias de amor en el Parque de Bolívar, de personas como un
indigente, una prostituta, un anciano o un predicador?
“Mirar más allá del horizonte”, porque esto me da pinceladas de cómo estos conciben y viven
el amor, permitiéndome revelar que el Amor está en todos sin importar qué: posición
económica, educación, modos de vida y posibilidades que tiene ante la vida, lo cual reivindica
a estas personas y el dedo que señala se cae junto al prejuicio.
Es un replantearse cómo se mira, qué se mira y por qué mirarlo, o en este caso: cómo lo
escucho, qué escucho y por qué lo interpreto de cierta forma.
Quiero escuchar qué cuentan del amor, las personas que habitan y frecuentan el Parque
Bolívar, cómo lo cuentan, en qué hacen énfasis, cuándo aparece ese silencio que se lleva al
que cuenta, a navegar la memoria del ayer de un pasado donde amó.
Es escuchar más allá de la musicalidad del parque que puede ser interpretada como: -Sólo es
ruido- sea de vendedores y viejitos que conversan sobre todo y nada a la vez, el alegar de
representantes del espacio-público con los habitantes de calle sobre nada de dormir en bancas
o los alaridos y alteraciones de quienes se pegan su “plon”.

Es un no cerrarse a lo que sucede, quedarse estático y radical en pensamiento, mirada y


visión: de las cosas, hechos que pasan por la vida y por las dualidades que se acercan
generando inquietudes y cuestionándonos. Es cómo yo, realizadora, no pretendo ser un
observador y un interlocutor en off, y como por el contrario busco el acercamiento, el
compartir y el dialogo de –verdades– que se inscriben según un panorama: La vida y sus
múltiples formas de narrarse.

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