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El Estado Venezolano y La Posibiidad de La Ciencia PDF
El Estado Venezolano y La Posibiidad de La Ciencia PDF
PaideiaULA1
1. INTRODUCCIÓN GENERAL
La “misión ciencia” contiene una aspiración que oscila entre dos extremos asociados cada
uno con dos visiones diferentes sobre el estado actual de la ciencia en Venezuela: En un
extremo (ingenuo, a nuestro modo de ver) la misión ciencia constituye un simple
“espaldarazo” a la “notable actividad científica” que se desarrolla en el país. En el otro
extremo, la misión ciencia constituye un esfuerzo tendente a la resiembra de la actividad
científica en Venezuela. La noción que tenemos los que suscribimos este documento acerca
del estado actual de la ciencia en Venezuela, como resultado de la reflexión sobre nuestra
experiencia de más de tres décadas de trabajo en el campo científico venezolano, nos acerca
al segundo extremo de la interpretación de lo que, en el mejor de los casos, debería ser la
“misión ciencia”. Pero, más allá de esa visión particular sobre el estado de la ciencia en
nuestro país, consideramos que es necesario anclar la aspiración propia de la “misión
ciencia” en una “Política Estatal referente a la ciencia” en la que se ponga de manifiesto
la posible acción del Estado venezolano del presente sobre la actividad científica que se
desarrolla y se pueda desarrollar en el país.
Esa “Política Estatal referente a la ciencia” debe, a su vez, estar fundada en una cierta visión
sobre la situación nacional y su problemática fundamental, de manera que dicha “política”
sea planteada de cara a tal problemática. Comenzamos, pues, por presentar de manera breve
1
Este documento surgió de un seminario sobre la temática en cuestión en el cual
participaron los profesores Jose Aguilar, Myriam Anzola, Miguel Delgado, Ramsés
Fuenmayor, Leandro León, Juan Mendialdua y Oswaldo Terán. Los planteamientos
contenidos en el mismo se han compartido, en numerosas discusiones, con los profesores
Walter Bishop, Jorge Dávila, Abdel M. Fuenmayor P., Akbar Fuenmayor, Luis Hernández,
Hernán Lóez Garay, Alejandro Ochoa, Juan Puig, Roldan T. Suárez L. y Miriam
Villarreal. Todas las personas mencionadas son Profesores de la Universidad de Los
Andes.
nuestras consideraciones sobre la crisis que caracteriza nuestra sociedad venezolana. Para
ello presentamos un diagnóstico de la situación venezolana para el momento en que el
gobierno del Presidente Hugo Chávez emprende el proceso constituyente iniciado en el año
1992 . Tal situación se caracteriza como la crisis de un largo proceso de enajenación del bien
público, tanto en su nivel material como en su nivel espiritual (cultural)3.
2. DIAGNÓSTICO DE LA ENFERMEDAD VENEZOLANA Y DE SU CRISIS –
Mayo de 1999
2.1. Introducción al diagnóstico
No decimos nada nuevo cuando expresamos nuestra creencia de que la sociedad venezolana
se encuentra, ya desde hace algunos años, en una situación de profunda crisis social. Esto se
dice hasta la saciedad; sin embargo, pensamos que bajo la frase “crisis social” se esconde
una multiplicidad de significados contradictorios entre sí. Quisiéramos, entonces, aclarar
qué pretendemos decir cuando anunciamos que “la sociedad venezolana se encuentra en una
situación de profunda crisis social”.
La segunda acepción que el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos
ofrece para la palabra “crisis” es la siguiente: “mutación importante en el desarrollo de
otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales”. De acuerdo con esto,
cuando hablamos de la “crisis social”, nos estaríamos refiriendo a una “mutación
importante (o profunda transformación) en el desarrollo del proceso social” de nuestro país.
Pero, ¿en qué consiste el proceso social? —Es el proceso mediante el cual se regenera
continuamente la cultura que rige una cierta sociedad y su mundo. Este proceso incluye,
claro está, tanto el mantenimiento como la transformación gradual de las relaciones sociales
que permiten la convivencia social. La mutación a la que se refiere la definición implicaría
un significativo cambio de rumbo en este proceso. Ese cambio de rumbo implica, a su vez,
un cambio del orden social; un cambio en la constelación en la cual gravitan las
2Tal diagnóstico fue originalmente escrito en el año 1999 por Ramsés Fuenmayor y fue
publicado como “Venezuela: Su enfermedad y crisis actual” en Estudios de Derecho
Público —Libro homenaje a Humberto J. La Roche, vol. 1, pp. 335358. Caracas, 2001.
3Recuérdese que el tiempo presente al que se refiere el artículo que a continuación se
transcribe (con pequeñas alteraciones respecto del original) es el año 1999, cuando se
estaba iniciando el proceso Constituyente que culminaría con la formulación y aprobación
de una nueva Constitución para Venezuela.
instituciones sociales.
Pero, antes de proseguir, cabría preguntarse, ¿por qué el significado del Diccionario de la
Real Academia se refiere a “otros procesos” cuando dice “mutación importante en el
desarrollo de otros procesos”? La razón la encontramos en el primer sentido que este
diccionario nos ofrece de la palabra “crisis”; a saber: una crisis es una “mutación
considerable que acaece en una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el
enfermo”. A pesar de que esta primera acepción nos pudiera parecer un tanto particular en
relación con el uso más frecuente de la palabra “crisis”, creemos que nos ofrece una rica
entrada para un camino de reflexión sobre lo que actualmente nos ocurre en Venezuela. En
efecto, creemos que la circunstancia histórica que nos ha tocado vivir es la de la “crisis”
en una enfermedad de larga duración; una enfermedad que comenzó con la conquista de las
etnias que habitaban estas tierras por parte de los europeos. Aunque éstos fueron los actores
originales en la conquista inicial, la conquista que ha seguido hasta nuestros días podría
verse como el proceso de metamorfosis que han seguido esos actores. Proceso que implica
la entremezcla de actores y la aparición y desaparición de nuevos y viejos actores 4 .
A continuación examinaremos brevemente lo que consideramos subyace en ese proceso de
conquista. Puesto en otras palabras, quisiéramos examinar el aspecto mórbido de ese
proceso con el propósito de indicar la enfermedad de la cual estamos viviendo una crisis.
Con este propósito pasaremos a enunciar, de golpe y porrazo, en qué creemos que consiste
esa enfermedad; para, luego, explicar el enunciado.
2.2. La enfermedad en síntesis
Creemos que la enfermedad a la que se refiere la crisis actual consiste en la continuada
enajenación de nuestro BIEN PÚBLICO. Se trata de una profunda enajenación (que a
veces toma la forma de burdo robo), no sólo de los bienes públicos como tales, sino de
aquello que constituye la condición de posibilidad para que existan bienes públicos
(esto último es lo que le brinda su condición de “profunda” a la enajenación). En efecto, esta
4Uno de los aspectos de ese complicado proceso es que, a lo largo de esos 500 años, hemos
sido simultáneamente conquistadores y conquistados. Es cierto: ha habido muchos que
sólo han sido conquistados y otros, muy pocos, que sólo han sido conquistadores; pero la
mayoría de los que hoy de un modo u otro expresamos públicamente nuestra opinión
somos simultáneamente conquistadores y conquistados.
terrible enfermedad ha destruido sistemáticamente la posibilidad de la constitución de un
PUEBLO entre los habitantes del territorio venezolano. Tal destrucción no es otra cosa que
la destrucción de la condición de posibilidad del bien común.
De acuerdo con esta forma de ver las cosas, el enfermo cuya enfermedad se encuentra en
una mutación considerable, en una encrucijada, de la cual depende que el paciente mejore
o que se agrave hasta morir, es, en nuestro caso, el bien público, el cual ha sido la víctima
de un persistente y despiadado ataque.
Quisiéramos, en este opúsculo, contribuir con algunas ideas sobre la naturaleza de la
enfermedad y, en menor medida, sobre su etiología. Para ello comenzaremos con aquel
aspecto del bien público más visible y cuyo saqueo ha sido el más manifiesto y grosero.
Luego intentaremos internarnos en el asunto sobre la enajenación de la condición de
posibilidad del bien público.
2.3. El nivel superficial de la enajenación del bien público
2.3.1 El petróleo: la fuente principal de los bienes públicos materiales
Hoy (en realidad, ya desde hace algunos años), desde la perspectiva que nos ofrece este
momento de crisis, podemos apreciar, aún sin reponernos del asombro, que nuestro Estado
no sólo fracasó rotundamente en el cumplimiento de su misión original, sino que su papel
durante este período democrático ha sido totalmente contrario al comprometido en esa su
misión fundamental. En efecto, el papel fundamental de ese Estado ha sido el de facilitar la
enajenación del bien público material básico y de todo posible bien público. En particular,
este período de “democracia ininterrumpida” que tanto llena de orgullo a algunos, y que,
repetimos, parte de la declaración de que el petróleo es propiedad de todos los venezolanos,
alberga el proceso mediante el cual el petróleo ha sido pasado a manos de muy pocos
venezolanos. De hecho, bien se sabe que menos de 100 venezolanos poseen una riqueza,
depositada en el exterior, que supera con creces el monto de toda la deuda externa e interna
de la nación.
Generalmente se piensa que este proceso de saqueo ha sido el producto exclusivo de robos,
de actos de corrupción, por parte de funcionarios públicos. Sin duda, esto ha existido, y se
ha convertido en una práctica nacional. Sin embargo, creemos que el asunto es más
complicado y profundo que eso. En particular, toda la política oficial (y no ilegal) de
sustitución de importaciones permitió la transferencia de buena parte del ingreso petrolero a
los dueños de una industria manufacturera que, con contadísimas excepciones, fue, y sigue
siendo, improductiva y nada competitiva. El gobierno de turno ayudó a financiar con
grandes sumas de dinero público muchas empresas que se montaron de la noche a la
mañana, “llave en mano”; y, luego, como si fuera poco, el mismo gobierno las protegió de
toda forma de competencia extranjera. Sabemos ahora que esta política sólo sirvió, en
muchos casos, para enriquecer hasta lo inaudito a sus cómodos dueños.
La enfermedad a la que nos referimos cuando hablamos de la crisis que vive la sociedad
venezolana es, precisamente, la enajenación del bien público que ha facilitado el propio
Estado venezolano. Esto significa, insistimos, que aquella misión específica del Estado
venezolano (a saber: “sembrar” el bien público material básico —el petróleo— para
cosechar una rica y amplia variedad de bienes públicos que permitiesen el progreso de la
nación y de su pueblo y se constituyesen en el acervo de ese progreso) fracasó. Pero no
fracasó como cuando fracasa un proyecto debido a que la fuerza de las adversidades es
mayor que la fuerza que impulsa el proyecto. No; fracasó porque, aunque el proyecto llevaba
dentro de sí el débil impulso de su misión original, también alojó en su interior una
poderosa y vil fuerza de sentido contrario que venció a ese impulso prístino. Con respecto a
este último, hay que admitir que el esfuerzo modernizador mostró, durante las tres primeras
décadas posteriores a la dictadura de Gómez, efectos cuantitativos impresionantes:
disminución de la tasa de mortalidad infantil, masificación de la educación, puesta en
práctica de medidas sanitarias básicas, disminución de la pobreza, y, especialmente, un gran
éxodo campesino hacia las ciudades. Pero también es cierto que, durante esos años, se fue
constituyendo una estructura de poder políticoeconómico que permitió la transferencia de
una considerable porción del ingreso petrolero a muy pocas familias venezolanas. Aunque
esa segunda fuerza constituyente de tal estructura de poder se viene gestando por lo menos
desde el inicio de la década de los setenta, su manifestación se hace claramente visible a
partir de la década de los ochenta, cuando la mayor parte de esos índices cuantitativos de
modernización comienzan a revertirse. Esa segunda fuerza es, creemos, la vencedora, la que
finalmente ha movido al Estado venezolano en su condición de instrumento al servicio del
saqueo del bien público. Más aun, esta fuerza enajenadora no sólo venció aquel impulso
legítimo original, sino que lo ultrajó, convirtiéndolo en una máscara de legitimidad detrás de
la cual operó el saqueo. Es precisamente esta condición bajo la cual ha devenido el Estado
venezolano la que le imprime el sello de grotesca ilegitimidad. Nuestro Estado ha sido
terriblemente ilegítimo porque ha socavado las propias bases de su posible legitimidad.
Vale la pena abrir un paréntesis para hacer hincapié en nuestra advertencia de que no
creemos que esta labor destructora que el Estado venezolano ha realizado sobre sus propias
bases sea la obra consciente de un individuo o de un grupo organizado de individuos. Es
verdad que ciertos individuos y ciertos grupos se han destacado por su contribución a esta
triste faena. También es cierto que muchos venezolanos han sido meras víctimas de ese
proceso histórico. Pero, la mayoría de aquéllos que pertenecemos a la clase media y que
hemos tenido la oportunidad de actuar públicamente desde nuestra actividad laboral (por
ejemplo, como profesor universitario o como maestro) hemos sido cómplices —unos en
gran medida y de manera grosera, otros en poca medida y sutilmente— de ese proceso
destructor de nuestro espacio público.
2.3.2 El deterioro de la condición de igualdad de oportunidades y el nefasto papel de
una educación que pretende ser instrumental
En todo caso, es obvio que la transferencia del ingreso petrolero a manos de unos pocos
venezolanos requirió mucho más que el mero y directo robo de lo que era de todos los
venezolanos. Requirió la constitución de un Estado que, aparte de permitir el saqueo, violó
los derechos básicos del pueblo, establecidos en sucesivas Constituciones. Para saquear el
bien público material hacía falta que la mayor parte de los venezolanos no tuviesen las
mínimas oportunidades de ser ciudadanos que pudiesen luchar libremente por el bien
público. Hacía falta que un alto número de venezolanos no tuviese acceso ni a la educación
ni a los servicios de salud ni a la justicia, tal como estaba pautado en la Carta Magna. Las
intensas migraciones del campo a las ciudades, unidas a la carencia de los servicios que
debía proveer el Estado a quienes emigraban, fue dando lugar a una población marginal, en
el pleno sentido de la palabra: marginal con respecto al núcleo urbano, marginal con
respecto a su condición de ciudadanos, marginal con respecto a sus derechos, y, tal vez lo
más importante, marginal con respecto a la posibilidad de pertenecer a una cultura en la cual
lo que ocurría tuviese sentido. En efecto, su original cultura campesina se fue desvaneciendo
ante el imponente ofrecimiento de una cultura moderna que nunca llegó. El resultado fue
eso que podría llamarse cultura marginal, que es la nefasta madre del estruendoso modo de
criminalidad y violencia del que son testigos nuestros barrios marginales.
Mencionamos que el despojo de la riqueza del pueblo requirió del despojo de otros bienes
públicos. Afirmamos que hizo falta que un alto número de venezolanos no tuviese acceso ni
a la educación ni a los servicios de salud ni a la justicia, tal como estaba pautado en la
Constitución de la República de Venezuela. Pero hizo falta algo más que afectó a la totalidad
de los venezolanos. Hizo falta que la casi totalidad de los venezolanos no tuviese la
oportunidad de una educación que nos permitiese ver lo que estaba ocurriendo; una
educación que permitiese ver el pantano en el que nos estábamos hundiendo; una educación
que nos permitiera la visión y actitud necesarias para no hacernos cómplices de la
enajenación de nuestro bien público; una educación que, finalmente, nos permitiese
examinar los modos posibles para enderezar el rumbo.
Y es que nuestra educación —aún la de aquellos que tuvimos la oportunidad de tener acceso
a todos los niveles educativos formales— no escapó de la moda instrumentalista que venía
del Norte. No escapó del agotamiento de la modernidad que comenzó a experimentar el
polo de países llamados desarrollados. Se nos ha convencido que la tarea fundamental de la
educación es formar técnicos que sirvan de instrumentos humanos para la industrialización
y el crecimiento económico; técnicos que sólo sean expertos en el diseño y manejo de
medios para lograr el mayor beneficio posible para la empresa privada. Obviamente, estos
técnicos estarían entrenados para ser ciegos ante el proceso de enajenación que sufría
nuestro bien público. Es cierto: tampoco tuvimos mucho éxito en la formación de esos
técnicos ciegos. Salvo contadas excepciones, no logramos formar ni siquiera esos técnicos
que se forman en los países desarrollados y que serían incapaces de ver y, por tanto, de
actuar políticamente ante la terrible enfermedad que hemos estado sufriendo. Una de esas
excepciones, la cual sirve de claro ejemplo de esa ceguera, la constituye esa creciente clase
de avispados jóvenes economistas que comienzan a pulular en nuestra capital; esos que, con
un tono de voz revestido de autoridad de experto, continuamente nos sermonean, a través de
los medios de comunicación, con sus recetas liberales extremistas; recetas que, por su
extremismo, pierden de vista el equilibrio donde tiene su apoyo un auténtico liberalismo.
Son técnicos de la economía que creen que el extremismo liberal de moda en los últimos 20
años es la roca firme donde siempre ha descansado la humanidad. Son técnicos que, por
desconocimiento hasta de la historia de la propia ciencia que creen dominar, no ven que sus
recetas están basadas en la muy particular ceguera histórica que llega a su máximo en estos
últimos 30 años. Son técnicos que (en el mejor de los casos, cuando no son cínicos
testaferros a sueldo de los grandes usurpadores de la riqueza pública) suponen, con sublime
credulidad, que la distribución equitativa del ingreso es una consecuencia necesaria del
crecimiento económico. Son técnicos que no ven que la prosperidad económica de nuestras
empresas, que nunca han sido productivas ni competitivas, es un excelente mecanismo de
reforzamiento del poder de una clase cuyo poderío depende, precisamente, de mantener la
enajenación sistemática del bien público venezolano. Son técnicos que pasan por alto un
hecho5 que, para el caso de Venezuela, derrumba por sí solo todas sus recetas; a saber: que
la evolución del grueso de la empresa privada en Venezuela en los últimos 20 años ha estado
marcada por las siguientes tres características: 1) Un continuo proceso de desinversión; 2)
un continuo proceso de reducción del salario real de los trabajadores; 3) un continuo
proceso de incremento de beneficios para los dueños de las mismas. Conjugue el lector estas
tres tendencias y verá, con diáfana claridad, tanto el sinsentido de ese discurso liberal
extremista, como el papel de la parte más “exitosa” de la empresa privada en el saqueo
nacional.
Lo anterior, como ofrecimos antes, intenta resumir ese aspecto del saqueo del bien público
que ha sido más manifiesto y grosero. Es decir intenta resumir ese aspecto más superficial
de la enfermedad cuya crisis nos ocupa. Creemos, sin embargo, que hay algo más de fondo a
5Demostrado en diferentes escritos por el profesor universitario y economista Asdrúbal
Baptista.
lo que debemos referirnos para completar, aunque sea a muy grandes trazos, una imagen de
la enfermedad cuya crisis vivimos. Nos referimos a un asunto que está en la base misma de
la enajenación de los bienes públicos —un asunto que es mucho menos visible que el
anterior (especialmente ante la mirada del técnico): la destrucción de la noción misma de
bien público.
2.4. El nivel profundo de la enajenación del bien público
2.4.1 Los modos de “ser algo de uno”
Antes anunciamos que “la enfermedad a la que se refiere la crisis actual consiste en la
continuada enajenación de nuestro bien público. Decíamos que se trata de una profunda
enajenación, no sólo de los bienes públicos como tales, sino de aquello que constituye la
condición de posibilidad para que existan bienes públicos”. Quisiéramos ahora referirnos a
ese aspecto más profundo del proceso de enajenación; a saber: la enajenación de la
condición de posibilidad para que exista el bien público. Para ello debemos detenernos a
considerar la esencia de eso que estamos llamando “BIEN PÚBLICO”.
Al inicio definimos el bien público como todo aquello que es de todos los ciudadanos, tanto
en el dominio espiritual como en el material, y que se presenta como bueno y, por tanto,
digno de cuidado. Examinaremos con mayor detenimiento esta apresurada definición.
Cuando decimos que el bien público “es de todos los ciudadanos” no nos referimos
simplemente a ese uso limitado y alienante de la noción de “propiedad” (de “seralgode
uno”) que actualmente subyace en la idea de propiedad privada. “El bien público es de
todos los ciudadanos” en una plétora de sentidos; pero permítasenos destacar
alegóricamente cuatro de ellos: El bien público es nuestro en el sentido que un hijo es
nuestro hijo; pero también es nuestro en el sentido que una madre es nuestra madre; pero
también en el sentido que el aire que respiramos es nuestro aire; y, finalmente, en ese
sentido en el que nuestro lenguaje, nuestra cultura y nuestra historia son nuestros.
Estos diferentes sentidos de la frase “ser algo de uno” comparten ciertas regiones comunes
y, al mismo tiempo, cada uno tiene aristas propias. Creemos que pensar en el asunto del bien
público a partir de los sentidos de “ser algo de uno” que estas alegorías nos muestran es una
tarea fundamental en el presente. Habría que pensar a fondo en cada uno de esos sentidos y,
muy especialmente, en el sitio común donde ellos encuentran asiento, indicado por la frase
“ser algo de uno”; habría que pensar la diferencia entre esos sentidos y la limitada noción
economicista de propiedad privada que nos invade hasta el tuétano de los huesos. No
tenemos aquí ni espacio ni tiempo para hacer todo esto. Pero sí, por lo menos, para indicar el
umbral de ese camino de pensamiento.
Comenzamos por una ligera referencia a la noción economicista de propiedad privada que
nos sirve como un posible fondo de contraste para los sentidos de “seralgodeuno” que
quisiéramos explorar: El sentido economicista dominante de propiedad privada restringe la
noción de “aquello que es de uno” a dos ámbitos principales: medio de producción para
generar riqueza material y bien de consumo para satisfacer necesidades materiales
individuales o para obtener placeres individuales. Quisiéramos mostrar que la reducción de
la noción y la experiencia de “seralgodeuno” que aquí opera tienen consecuencias
desastrosas para nuestra vida colectiva e individual.
¿Puede un hijo de uno encuadrarse en este sentido de propiedad privada? Uno de los
aspectos importantes que constituyen este serdeuno en el caso del hijo es el de ser aquello
que nos corresponde cuidar para que pueda crecer del mejor modo posible. En este caso,
nuestra “propiedad” consiste en nuestra posibilidad y responsabilidad de cuidar algo por
el bien de ese algo y por el bien del mundo en el que ese algo se inserta. También esa
propiedad puede ser vista como nuestra posibilidad y responsabilidad de cumplir el designio
histórico de continuar nuestro ser cultural y, por ende, nuestro mundo. Se trata, en este caso
de la confluencia de tres actitudes y ejercicios humanamente vitales que se confunden en
esa noción de “propiedad”. En efecto, el ejercicio de una responsabilidad vital, el cuidar y el
amar se funden en una sola voluntad, en una sola actitud vital. Claramente estamos ante un
modo de propiedad trascendente muy diferente al de la inmanencia mezquina característica
de la propiedad privada economicista. Es este sentido trascendente de propiedad (ese
asociado a la posibilidad de cuidar algo para que crezca lo mejor posible) uno de los
sentidos en los cuales el bien público es nuestro. Sin embargo, un hijo nos es dado cuando lo
engendramos. Tal vez el hecho de salir de nosotros le imprime ese modo tan particular de
propiedad trascendente. ¿Cómo nos es dado el bien común para que pueda llegar a ser
propiedad trascendente? Los siguientes sentidos alegóricos nos pueden mostrar algo de la
respuesta correspondiente.
El aire que respiramos es nuestro porque está allí y nos permite vivir. Sin embargo, no lo
poseemos (en el sentido de la propiedad privada): vivimos a partir de él; no es de ninguno
de nosotros en particular. Si fuese posesión particular tendríamos que vivir dentro de
escafandras. El aislamiento consecuente ocasionaría una triste transformación en el modo de
ser con los otros seres humanos. Imagine usted por un momento cómo sería la relación con
su esposa o esposo, su novia o su novio, sus hijos, sus padres, sus amigos, si usted tuviese
que respirar su propio aire dentro de una escafandra, en aislamiento del aire que respiran
esos seres queridos con los que usted se relaciona. En efecto, el aire que respiramos lo
requerimos para vivir. Pero no sólo para vivir en ese sentido biológico inmediato (sin aire,
nuestro ser biológico perece, se asfixia): También lo requerimos para vivir humanamente, es
decir con los otros. El aire que respiramos es uno de esos tantos aspectos imperceptibles
(por estar siempre allí) de esa vecindad que compartimos y que hace posible tanto nuestra
relación con los otros como a cada uno de nosotros. Ahora bien, cuando decimos que el aire
“también lo requerimos para vivir humanamente”, no queremos decir que este “vivir
humanamente” es un mero agregado a (o especificación de) una condición más primaria y
más real: la de vivir biológicamente. Al contrario, no hablaríamos ni pensaríamos ni
imaginaríamos tal cosa como “condición biológica” sin ese tejido sociocultural que ha
permitido la aparición de ese concepto —el cual, sea dicho de paso, surgió en la historia
occidental apenas en el Siglo XVIII. Sin ese aire, sin esa vecindad, sin ese espacio socio
cultural compartido, se asfixiaría nuestra condición humana —como de hecho lo está
haciendo a manos, entre otras, del dominio de la noción de propiedad privada sobre otros
modos de seralgonuestro. El aire que respiramos es de cada uno de nosotros porque, antes
de ser de cada uno, es nuestro. Es nuestro de un modo tal que nunca pasó a ser propiedad
privada nuestra, porque siempre ha estado allí. Cuando llegamos a este mundo estaba allí
para recibirnos y permitirnos la vida más allá del vientre materno. Sigue estando allí para
mantenernos y para seguir recibiendo nuestros hijos; y seguirá estando allí —ojalá—
después que nosotros nos vayamos, para seguir recibiendo nuestros descendientes6 .
Hablando de vientre materno, este “yaestarallí para recibirnos y hacernos posible” nos
conduce a otro de los modos alegóricos del sentido de seralgonuestro: el de la madre.
La madre nos engendra y nos recibe. Pero, luego, como si fuera poco, nos conduce por los
primeros pasos de la vida; nos continúa formando más allá del vientre para entregarnos al
mundo y entregarnos un mundo. Nos entrega al mundo en el sentido de velar por nuestro
sano y buen crecimiento al cual ya nos referimos. Nos entrega un mundo, porque, contrario
a la concepción naturalista dominante, llegamos sin mundo al mundo de nuestros
semejantes. El niño recién nacido posee órganos de los sentidos; pero no ve, no oye, no
6Ya a esta altura de nuestra reflexión resulta casi bochornosa la comparación entre estos
sentidos de propiedad trascendente que van surgiendo y el asfixiante dominio del sentido
economicista de la propiedad privada sobre otros sentidos.
siente, no huele, no degusta; por lo menos, no lo hace como nosotros lo hacemos y como lo
hará él mismo después de que le entreguemos un lenguaje y la correspondiente cultura. La
sociedad, inicialmente mediante la madre (o quien tome su puesto), le va entregando al
nuevo ser un lenguaje y una cultura que comprenden un mundo. Es de este modo que se nos
entrega un mundo y nos entregan al mundo. La madre es nuestra en este sentido de que nos
entrega un mundo y nos entrega al mundo.
Permítasenos insistir en la simultaneidad y profunda síntesis que descansa sobre este “y”
que reúne las dos oraciones: “entregarnos un mundo” y “entregarnos al mundo”. Es en esta
síntesis profunda donde inmediatamente entra el cuarto sentido de seralgodenosotros,
para reunirse con el tercero de un modo tal que resulta difícil establecer las fronteras entre
ambos. La madre, los padres, la escuela, nuestros primeros tutores, sean quienes fueren, nos
siembran en la tierra de un mundo. Nos siembran en el lenguaje, en la cultura, en la historia
para que podamos llegar a ser en un mundo. Nos permiten comenzar a hacer nuestras
primeras distinciones en un mundo cuyas formas ya han sido labradas en y por ese lenguaje,
en y por esa cultura, en y por esas prácticas sociales, en y por esa historia que nos van
entregando y a la que nos van entregando. Nos arrojan al mundo mediante el sublime acto
de entregarnos un mundo. Nos entregan un mundo mediante el sublime acto de colocarnos
en un mundo. Y en esa simultaneidad de actos, de procesos que son uno y son dos,
lentamente nos vamos haciendo.
2.4.2 La concepción atomistanaturalista
Vale aquí la pena abrir un paréntesis. Esto que hemos venido expresando en las últimas
líneas resulta extraño a la luz de la concepción atomista naturalista que mueve gran parte de
lo que llamamos ciencia y que ha ido invadiendo nuestra cotidianeidad. De acuerdo con tal
concepción, el mundo está hecho de partículas materiales, las cuales, mediante diferentes
niveles de agregación y relación van dando lugar a lo orgánico, lo humano, lo social, y lo
cultural. Lo primario y lo provisto de mayor realidad son las partículas materiales7 . Lo
último, lo derivado en última instancia y lo provisto de menor realidad es lo cultural. En este
7Dijimos antes que parte de lo que hoy llamamos ciencia está movido por esta concepción,
porque, actualmente, muchos de los que se dedican a pensar el sentido de la ciencia
aceptan que todo este asunto de las partículas atómicas es sólo un juego lingüístico
conveniente para la tarea de hacer física; un juego que, junto con otros, constituyen una
realidad plural e incoherente.
orden de ideas, nosotros, seres naturales, llegamos a un mundo de objetos naturales (no
culturales), cuya existencia y modo de ser es independiente del lenguaje, de la cultura, de la
historia. Tal independencia trae una variedad de consecuencias que ponen en peligro, no
sólo la posibilidad política, sino la condición humana misma. Algunas de estas
consecuencias son las siguientes:
1. Sólo podemos ser lo que somos en y apartirde una cultura, un lenguaje y una historia
particulares.
2. La condición fundamental del ser humano, su misión en este mundo, es la de cuidar
ese mundo: cuidar y enriquecer su cultura, cuidar a sus semejantes, cuidar la
naturaleza; en fin, cuidar el bien común a partir del cual somos lo que somos. Se trata
de un cuidar signado por la deuda agradecida con aquello que nos permite vivir
humanamente. Desde este punto de mira, se entiende que la concepción del hombre
adscrita al atomismo naturalista es una forma pasajera, producto de una ceguera
histórica, de un provincialismo epocal.
3. El modo fundamental de seralgodeuno es ese del bien público —ése que se
manifiesta en el hijo, en el aire que respiramos y en la madre. Desde esta perspectiva,
la omnipresencia de la propiedad privada es una forma histórica particular de reciente
aparición y, probablemente, de pronta desaparición. La hipertrofia de la propiedad
privada conlleva la degeneración de la propia posibilidad de una modalidad de
propiedad privada aceptable en una vida con sentido. Esta sería una modalidad, entre
otras, del seralgodeuno —tal vez, la más infantil, la de menor importancia. En otras
palabras, bajo esta concepción, la propiedad privada tiene sentido y es aceptable sólo
al margen del bien público.
4. La política, por su parte, se convierte en uno de los modos fundamentales del cuidar
humano: la política es la contínua conversación pública sobre la constitución y modo
de cuidado y enriquecimiento del bien público.
2.4.3 La matriz fundamental y el bien público
Es así como, a diferencia de lo que nos dice el atomismo naturalista, somos esculpidos
mediante un lento acto maternal que nos arroja al mundo y nos entrega un mundo. Somos
esculpidos por el lenguaje, por la cultura, por la historia, por la madre; en general, por todo
eso que es, finalmente, matriz fundamental8 de nuestro ser. En ese proceso de lenta
8 Lo que aquí llamamos matriz fundamental tiene muchos nombres que establecen
ciertas diferencias, pero que se solapan entre sí para cubrir (y salvaguardar) lo esencial de
todos ellos. Algunos de sus nombres comunes son, como ya he dicho, cultura, lenguaje,
historia; pero sólo caben si se entienden en su sentido de matriz ontológica. Como bien lo
explica Foucault en su libro “Las palabras y las cosas”, en la filosofía moderna, después de
Kant, lo que llamamos matriz fundamental es lo que permite el pensamiento; por tanto, lo
que se resiste a ser pensado, y consiguientemente, lo que primariamente llama al
pensamiento: el An sich (ensí) de Hegel; el Unbewesste de Schopenhauer; la
inconsciencia (enajenación) que precede la conciencia de clase, en el caso de Marx; el
sedimento de Husserl; el inconsciente de Freud. Sin embargo, creemos que esta noción que
mucho más que una noción es un ethos del pensamiento y de la vida sólo alcanza su
madurez en la obra de los dos más grandes filósofos del Siglo XX: Heidegger y
Wittgenstein. Es allí, en medio de dos estilos filosóficos y dos tradiciones de pensamiento
escultura mediante el cual vamos apareciendo, también va apareciendo ante nosotros un
mundo. Pero nada de esto es, ni puede ser, propiedad privada.
El lenguaje, la cultura, la historia, sólo son míos en la medida en que sean de los otros. Son
míos, porque les pertenezco; y en ese pertenecerles los realizo. Pero, insistimos, les
pertenezco sólo en la medida en que mi prójimo les pertenece. Les pertenezco sólo como
uno de los que pertenecen. Y este uno, que significa unodenosotros, constituye y aloja al
nosotros en lo más profundo de mi ser, de ese que en cada caso soy yo.
Puesto de otro modo, lo que nos hace posible como ser humano es nuestra pertenencia a esa
matriz fundamental. Esta misma pertenencia es lo que hace posible un nosotros, que, a su
vez, hace posible que, en cada caso, seamos uno de nosotros y se distinga un yo como
individuo. Esa individualidad se establece como diferencia con los otros que constituyen ese
nosotros al que primariamente uno pertenece. De este modo, la matriz fundamental es lo
que, fundamentalmente, es nuestro —tan primariamente, que hace posible que haya tal cosa
como un nosotros. Y con esto hemos llegado al punto crucial de este discurso: Nuestro bien
común fundamental es la matriz fundamental. Es nuestro y es bueno; pero del modo
más primario posible: es nuestro y es bueno porque permite que haya un nosotros y
que haya bien.
Madre lengua, madre tierra, madre cultura, madre historia, madre mamá... madre, matriz
fundamental —ella hace posible que seamos, que pensemos, que actuemos, que seamos
cada uno como individuo; hace posible que seamos pueblo; hace posible que podamos
hablar y hacer política; hace posible que tengamos bienes públicos como el agua, los
parques, y los amaneceres; y también hace posible —¿por qué no admitirlo?— que
tengamos esos "juguetes" que llamamos propiedad privada. La matriz fundamental es el
bien público fundamental y la condición de posibilidad de cualquier bien.
En este punto es necesario detenernos para ver el lugar donde este camino de reflexión nos
ha traído. Explorando otros modos de seralgodeuno diferentes de ése que le corresponde a
la noción economicista de propiedad privada, hemos llegado a un modo de propiedad muy
particular —el modo como lo que hemos llamado matriz fundamental es nuestro.
Finalmente, hemos descubierto algo simple, pero profundo; fácil de oír, pero difícil de
experimentar, de vivir: Ese modo de propiedad —que es la condición de posibilidad para ser
muy diferentes entre sí, donde creemos que se despliega con mayor vigor nuestro
compromiso ontológico con eso que resiste el pensamiento y que, por eso mismo, llama al
pensamiento.
lo que somos y, por ende, para cualquier otro modo de propiedad— es el bien público
fundamental, es la esencia del bien público.
Desde la perspectiva que nos abre este camino de reflexión, vemos crecer la condición de
bien (el valor) de lo público (de loqueesdetodos) hasta la altura de lo sublime. A su lado,
vemos achicarse la condición de bien de lo privado hasta ocupar un lugar razonable —que
puede variar de sociedad a sociedad. La propiedad privada tiene sentido sólo si se la
entiende al margen del bien público. Por el contrario, la hipertrofia de la noción
economicista de propiedad privada, hasta el punto de poner en peligro la condición de
posibilidad del bien público, la vemos como una monstruosidad, como una aberración,
como signo de una profunda enajenación de la condición humana. Pero, ¿cómo ha sido
posible que la condición de posibilidad del bien público haya sido socavada?
2.4.4 El deterioro de la condición de posibilidad del bien público en las sociedades
occidentales
La exposición anterior pareciera estar favoreciendo un modo gregario, pueblerino,
tradicional; un modo mal visto desde el punto de mira del ideal moderno de individuo
autónomo que, en su actividad y actitud "liberadoras", desafía cualquier modo de tradición.
En efecto, la versión más concienzuda del Proyecto de la Ilustración —lo mejor del motor
ideológico de la modernidad— intentó otro modo de constituir al pueblo: como la
congregación de seres libres racionales en pos de la justicia universal; es decir, como
"humanidad". De acuerdo con esta visión, la Razón universal, concebida inicialmente como
estructura a priori y ahistórica, tomó el lugar de lo que estamos llamando matriz
fundamental. Creyeron algunos de los más ilustres pensadores del Siglo XVIII que podrían
lograr su proyecto de constituir una humanidad en contra de la tradición y de la
circunscripción propia de cada época y cultura.
Ahora sabemos que se equivocaron. El resultado del intento no ha sido la humanidad
constituida por seres racionales libres ejercitando el principio supremo de la libertad, que, al
mismo tiempo, es el de la justicia (el imperativo categórico kantiano); tampoco ha sido,
claro está, el de un pueblo que realiza y cuida su bien común. El resultado de este proyecto
inicial modernizador ha sido su fracaso: la constitución de una sociedad de individuos cuya
relación fundamental es el uso instrumental que hacen los unos de los otros dentro de una
atmósfera de competencia. El elan vital de estos individuos es la acumulación de bienes
privados para asegurar ventajas en la competencia. La sociedad que aloja y resulta de estos
“privatizadores” es una en la que el bien público se lleva a su mínima expresión: un
conjunto de bienes materiales que constituyen el patrimonio de una especie de compañía
anónima. Esta sociedad de individuos “maximizadores” de sus bienes privados se aloja en
un mundo constituido por instrumentos tecnológicos, por dispositivos listos para ser usados.
Los otros seres humanos, los amaneceres, las montañas, la salud, la educación se van
convirtiendo en meros dispositivos listos para ser comprados y vendidos en el mercado, de
manera que puedan ser usados.
Ahora bien, “un pueblo” tiene su lugar en esa mismidad en la que se encuentra la matriz
fundamental y el bien público. Un pueblo se define en términos de una historia común, de
una tradición que permite la aparición de un nosotros. Un pueblo sólo es tal a partir de ese
bien público fundamental. En ese sentido, esa sociedad de individuos “maximizadores” de
sus bienes privados a la que nos referíamos en el párrafo anterior es la antítesis no sólo de la
idea de un pueblo que se define en términos de la matriz fundamental (concebida como
fuente y condición de posibilidad del bien común); también es totalmente contraria a la idea
de una humanidad constituida por aquellos seres libres soñados por los ilustrados del Siglo
XVIII —cuyo norte era hacer del comportamiento individual un ejemplo de la ley moral
universal, de la justicia universal. En este segundo caso, aunque se pierde de vista el carácter
histórico y tradicional de la matriz fundamental, se preserva una cierta idea de bien común
básico: la humanidad, la comunidad de seres libres en búsqueda de la justicia universal.
Por esto decimos que el proyecto de la Ilustración fracasó. Es más, fracasó doblemente: por
una parte, fracasó como proyecto (no logró lo que pretendía) y, por la otra, contribuyó a
destruir el carácter de bien de la matriz fundamental. Contribuyó de este modo con una
destrucción desoladora —destructora no sólo de lo que está sobre el suelo, sino del suelo
mismo— que ha ido dando lugar a una sociedad aún más alejada de la pretendida por
proyecto modernizador, que aquella sociedad tradicional y religiosa contra la que combatía
dicho proyecto. Pretendía el proyecto iluminista formar una sociedad justa constituida por
seres libres que no se dejaran conducir ni por la tradición ni por la religión ni por las
inclinaciones hedonistas. Logró, en cambio, una sociedad de individuos, relacionados entre
sí por el uso instrumental que hacen unos de otros dentro del juego de la competencia
económica, y presos de un aparato manipulador mucho más poderoso que esa iglesia y esas
tradiciones contra las cuales luchaban los protagonistas del proyecto ilustrador.
2.4.5 El deterioro de la condición de posibilidad del bien público en Venezuela
Pero si es cierto que el proyecto de la Ilustración fracasó —mejor dicho: que está fracasando
— en las sociedades europeas, mucho más cierto es su rotundo fracaso en algunas
sociedades “tercermundistas” como la venezolana. Dos diferencias entre el modo de
“ilustrar” que se puso en práctica en cada uno de esos dos tipos de sociedades aparecen
como determinantes en este rotundo fracaso. Primero, mientras los gobiernos de aquellos
países colonizadores facilitaban en sus propias tierras la realización de aquellos ideales de la
Ilustración (haciendo esfuerzos por establecer en su seno un sistema democrático fundado
en la igualdad de oportunidades), en sus colonias o neocolonias facilitaban un sistema
explotador y opresivo de las mayorías pobres. Segundo, a pesar de la lucha entre razón y
tradición que propusieron los ilustrados, la modernización de los pueblos europeos fue tal
que sus tradiciones pueblerinas no fueron arrasadas de la noche a la mañana. En cambio, las
culturas y tradiciones de otros pueblos colonizados y subyugados sí fueron víctimas de un
brutal ataque por parte de esos mismos europeos. El ataque provino de dos flancos
principales. Los unos, la mayoría de los conquistadores de diferentes épocas, atacaron
brutalmente las culturas tradicionales con el mero afán de saquear, usar y oprimir. Los otros
lo hicieron con el fin de suplantar esas formas tradicionales por otras formas culturales.
Aparte de los misioneros, quienes lograron introducir ciertas prácticas religiosas, en este
segundo grupo se encontraban los ilustrados latinoamericanos que atacaron las culturas
originales con el fin de sembrar en estas tierras el proyecto de la Ilustración. Los primeros,
los saqueadores, triunfaron y siguen triunfando. Los ilustrados latinoamericanos ayudaron a
destruir las culturas tradicionales, pero fracasaron en su intento de modernización.
El resultado del triunfo de los saqueadores y el del fracaso de los ilustrados se pone de
manifiesto en unas sociedades que sólo accedieron a la modernidad en una forma marginal,
copiando algunos de sus productos y muchas de sus apariencias, y, especialmente, copiando
todo aquello que en las sociedades modernas son síntomas del fracaso de su proyecto
Ilustrador. Pero, por otra parte, estas sociedades perdieron, en gran medida, sus formas
culturales tradicionales —por lo menos en ese nivel en el cual la matriz fundamental no
sólo nos hace ser lo que somos sino que, además, se presenta como bien público. No nos
referimos aquí sólo al asalto y violación cultural del que fueron objeto las etnias originales
americanas; no sólo estamos haciendo énfasis en las posteriores formas de servidumbre a la
que los latifundistas sometieron una importante parte de la población venezolana; nos
estamos refiriendo, especialmente, a un fenómeno más reciente que dio el golpe de gracia en
ese proceso de enajenación y saqueo iniciado desde la primera conquista:
En la Venezuela de 1920, cerca del 80% de la población era campesina. Sesenta años más
tarde, esta proporción se había invertido: más del 80% de los venezolanos vivían en
ciudades. La dramática inversión de esa proporción da cuenta de lo que se ha llamado “el
éxodo del campo a las ciudades”. Sin embargo, no se ha tratado de un mero éxodo, de una
simple mudanza mediante la cual los viajeros sólo cambian de residencia y de trabajo (como
se ve cada vez con mayor frecuencia en la vida contemporánea de los países desarrollados).
No ha sido un simple cambio de lugar; ha sido un viaje en el cual los viajeros mismos han
sufrido una profunda transformación. En efecto, de acuerdo con el discurso oficial, los
viajeros dejarían atrás sus culturas y prácticas campesinas para adoptar una cultura
moderna. Ciertamente, dejamos atrás una considerable porción de nuestro ser campesino,
pero no para modernizarnos, sino para convertirnos en la marginalidad de la modernidad
europea. De hecho, la mayoría de esos migradores del campo a la ciudad ni siquiera
tuvieron acceso a esa vida marginal moderna que ha caracterizado las clases medias y altas
de la población venezolana. Esa mayoría fue despojada de su cultura original para ser
depositada en los barrios doblemente marginales —de lo moderno y de lo marginalmente
moderno— de las grandes ciudades.
Esas grandes masas de población urbana venezolana han quedado, de este modo, a la
intemperie cultural. Han sido desmadradas, han sido desterradas de una matriz
fundamental en su carácter de bien público. No lograron ni acceder a los patrones morales
que fundamentaban el proyecto Ilustrador de los “padres de la patria” ni lograron mantener
aquellos patrones que le brindaban coherencia a la vida campesina. En esta condición de
intemperie hemos sido las víctimas perfectas del “sálvese quien pueda aprovechándose de
los otros”, del imperio exterminador de la noción de bien público por parte de la de
propiedad privada, del consumo de bienes materiales como lo único que le da significado a
la vida. En fin, hemos sido víctimas de todas esas modas postmodernas que no logran hacer
tantos estragos en los países que las generan porque sus culturas aún mantienen una cierta
inercia del extinto impulso modernizador, pero que son devastadoras para estos pueblos neo
colonizados.
La víctima fundamental de ese proceso de desculturización ha sido, precisamente, la
condición de posibilidad del bien público. Lo público se ha convertido en mero objeto de
saqueo, en fuente de la propiedad privada. La rapacidad, la “viveza”, la “tracalería” —que
son las actitudes que mueven ese saqueo— han crecido como la mala hierba en una
sociedad que carece de normas morales de comportamiento; normas que sólo pueden ser
ofrecidas y mantenidas por la matriz fundamental9 .
9No pretendemos decir con esto que no existan formas fraternales en la sociedad
venezolana. Creemos que aún existen alejadas de los centros urbanos y, paradójicamente,
muy ocasionalmente, en esos espacios sociales de doble marginalidad a la que nos
He aquí la raíz profunda de esa enfermedad cuya crisis vivimos en el presente. La acción
terapéutica del proceso iniciado a partir de la constituyente y de una consecuente política
gubernamental debería estar orientada, de acuerdo con las ideas anteriores, a la re
creación de la condición de posibilidad del bien público y de los bienes públicos que se
edifican sobre esa condición de posibilidad.
En relación con este último nivel más profundo, debemos advertir al lector sobre una
posible inferencia que no pretendemos hacer: Podría pensar el lector que estamos
proponiendo una práctica educativa que nos devuelva ora a esas formas culturales
campesinas anteriores al éxodo hacia las ciudades, ora a las culturas de las etnias originales
antes del encuentro con Europa, ora al espíritu del proyecto de la Ilustración. Es cierto,
tenemos en mente, como principal recurso ante la enfermedad a la que nos hemos referido,
una práctica educativa. Pero no es cierto que esa práctica esté dirigida a una vuelta
imposible a estadios anteriores de nuestra historia. La práctica, sin duda, tiene que estar
dirigida a una apropiación histórica10 de nosotros mismos; pero no pensando que sólo
somos maquiritares, o sólo campesinos de la Venezuela agraria, o sólo europeos ilustrados.
Tendría que tratarse de una práctica educativa que permita situarnos históricamente en el
presente —en ese presente constituido por la confluencia histórica de infinidad de
riachuelos culturales que han desembocado y siguen desembocando en el ancho y turbulento
río que constituye este confuso mundo que habitamos. Debería ser una práctica educativa
que nos permita ganar compresión sobre cómo llegamos a ser eso que somos hoy; y que
permita la infinita tarea de hacernos dentro de esa comprensión11 . Porque, como esperamos
que sea claro desde la perspectiva de este artículo, somos nuestro saber, el cual es
inseparable de nuestro hacer.
2.5 Conclusión del diagnóstico
En síntesis, así como se produjo en Venezuela un proceso de enajenación del bien material
público básico (el ingreso petrolero), también, debajo de ese proceso de enajenación del
referíamos antes. Sin embargo, creemos que esto es sólo excepción.
10Aunque en este texto no podemos entrar a explicar esta noción, estamos usando el término
apropiación en el sentido acuñado por Martin Heidegger en sus últimos escritos.
11Actualmente, en el Centro de Investigaciones en Sistemología Interpretativa de la ULA,
se trabaja en un proyecto de investigación destinado al diseño de esa práctica educativa.
Ver anexo.
bien público material, pero en un nivel más profundo y fundamental, ocurrió un proceso de
enajenación de la posibilidad misma de bien público. En el nivel superficial, el petróleo no
se “sembró”; se “quemó” a favor del beneficio de unos pocos. Las llamas de ese incendio
provenían de la quema de la noción misma de bien público que se operaba en el nivel más
profundo. Pero, a su vez, el ardiente combustible, que se colaba desde el nivel superficial
hacia el profundo, inflamó con mucho más vigor la destrucción abrasiva del bien público
fundamental. En este último sentido, creemos que, en ese proceso de desculturización que
sufrimos, la disminución del valor del trabajo jugó un papel fundamental. El hecho de que el
petróleo se mostraba como una fuente de riqueza que requería poco esfuerzo por parte de
quienes la disfrutaban se fue convirtiendo en ejemplo del modo de enriquecerse en este país.
El trabajo perdió dignidad. A su vez, la pérdida de dignidad del trabajo ha contribuido al
deterioro de ese vínculo fundamental con losotros: la actividad laboral. En efecto, la
práctica laboral constituye uno de las formas fundamentales (junto con otras como la familia
y la escuela) del mantenimiento y enriquecimiento de la matriz fundamental en su carácter
de esencia del bien público.
Lo anterior ha pretendido mostrar el proceso de deterioro que han sufrido, no sólo los bienes
públicos venezolanos, sino la condición misma de la posibilidad de esos bienes —la esencia
del bien público. La matriz fundamental sólo es bien público si se presenta como bien. Si
este no es el caso, si no logramos experimentar este modo de seralgonuestro en el que tiene
cabida la matriz fundamental, y por tanto, el bien público, entonces no hay bien público
fundamental. En este caso tampoco hay otros bienes públicos, pues estos no son otra cosa
que concreciones alegóricas del bien público fundamental. Finalmente, como ya lo
habíamos expresado, si no hay bien público fundamental tampoco hay tal cosa como un
pueblo.
Grosso modo, hemos dibujado el diagnóstico de una enfermedad y su crisis. ¿Cómo puede
tan difícil situación ser superada? El problema es complejo y de profunda raíz. Su
tratamiento no puede ofrecer efectos favorables inmediatos, pero sí requiere de acciones
inmediatas. Más que acciones, requiere del desarrollo de una nueva actitud política y
laboral, de un nuevo ethos orientado hacia el cultivo del bien público. Pero, ¿qué puede
hacer el gobierno de turno al respecto? La respuesta genérica ya ha sido esbozada a lo largo
de este escrito: restaurar el bien público enajenado. Esta restauración está constituida por
múltiples tareas que giran en torno a la empresa de restaurar un estado de justicia para este
país. Debe el gobierno definir mecanismos que, en la medida de lo posible, impidan la
formación de núcleos políticos y económicos opresivos y depredadores del bien público. Por
ejemplo, a nivel de la normativa referente al sufragio debe prohibirse cualquier modo de
inversión privada que aventaje a ciertos candidatos por encima de otros y cree compromisos
que finalmente desembocan en corrupción y saqueo del bien público. En relación con los
núcleos económicos creemos que debe mantenerse como principio la redistribución
(mediante mecanismos tributarios) de las grandes riquezas concentradas en muy pocas
manos. Esto es sólo un ejemplo de una de las múltiples líneas de acción en la difícil tarea de
restaurar el bien público. No podemos aquí referirnos a esa muy compleja multiplicidad,
pero si quisiéramos puntualizar en este escrito unas pocas palabras sobre lo que
consideramos la tarea fundamental que debe encarar el gobierno de turno, a saber: la de
definir las bases de una práctica educativa cuya misión fundamental sea formar
ciudadanos que velen por el bien público; ciudadanos formados de manera integral en las
ciencias y las artes, que puedan participar de manera inteligente en el debate público, y
puedan realizar su actividad laboral particular en beneficio de la colectividad. Debe ser una
práctica educativa que nos permita tener un sentido de ubicación histórica; que nos permita
desplegar el sentido de lo que nos ocurre; que nos permita comprender, aunque sea de
modo general, cómo llegamos a ser eso que somos en el presente. Esta práctica educativa no
se debe restringir a la escuela, debe abarcar los medios de comunicación y otras
organizaciones relacionadas directamente con ese proceso mediante el cual nuestro tejido
humano se está fabricando continuamente. Por ejemplo, debe hacer lo posible para que los
medios de comunicación mantengan una variada programación en la que se incluyan buenas
obras de teatro, conciertos, y todo tipo de manifestaciones artísticas, programas de difusión
del pensamiento filosófico, programas de difusión científica, debates políticos de altura que
contenga una persistente crítica al gobierno de turno, buen cine, etc. En fin, debe hacer lo
posible para que los medios de comunicación desplieguen una rica variedad de elevadas
manifestaciones del espíritu —esas que son producto de prácticas cuyo norte es la
excelencia y no las ventas— y eliminen o reduzcan a un mínimo las formas chabacanas que
dominan la programación actual. ¡No nos dejemos chantajear por el triste argumento de que
esto iría en detrimento de la libertad de expresión! Iría en detrimento, sí, de esos modos de
embobamiento colectivo que restringen la libertad de los ciudadanos en beneficio de las
ventas de ciertos productos.
En fin, el gobierno de turno tiene en sus manos la posibilidad y la responsabilidad de
comenzar a crear las condiciones para que lleguemos a ser, algún día, un pueblo reunido
en torno al cuidado de su bien público.
3. MAYO DEL 2006: ¿QUÉ HA PASADO? ¿QUÉ ESTÁ PASANDO?
Antes de intentar una breve respuesta para estas preguntas, debemos realizar un ejercicio
previo: Imaginemos que aún estamos en Mayo de 1999 y, para culminar el texto antes
trascrito, nos preguntamos cómo ese último enunciado sobre la misión de “este gobierno” se
traduce en un lineamiento general para una política gubernamental basada en el
“diagnóstico de la enfermedad” allí presentado. Dicho de otro modo: El diagnóstico
esbozado en el escrito antes presentado sobre la “enfermedad y crisis actual” de nuestra
sociedad venezolana se constituye en un argumento que conduce a la proposición de una
política general para el gobierno que, para aquel entonces, daba sus primeros pasos. La
proposición, encapsulada en unas pocas palabras, rezaba así: “Este gobierno tiene en sus
manos la posibilidad y la responsabilidad de comenzar a crear las condiciones para que
lleguemos a ser, algún día, un pueblo reunido en torno al cuidado de su bien público”. Esto
significa que, de acuerdo con nuestra argumentación, este gobierno que en aquel 1999
comenzaba sus funciones, debía haber centrado su labor gubernamental en el rescate y
mantenimiento, no sólo del nivel material del bien público, sino, especialmente, de las
formas culturales que permitieran una rica creación y mantenimiento del bien público
(recordemos que esas formas culturales constituyen, precisamente, la condición de
posibilidad del bien público). Pero, ¿qué significaba esto en términos más específicos?
3.1. Un previo bosquejo del significado de la política general del gobierno de turno
En términos más específicos, esa política general se debía traducir en la trasformación y
creación de las instituciones básicas del estado encargadas de la educación, la justicia, la
salud (preventiva y curativa), en el enriquecimiento y preservación del medio ambiente
natural, y en la creación y mantenimiento de la infraestructura material artificial (hecha por
el hombre) requerida por la sociedad. En este sentido, se requería la reconstrucción de un
sistema de salud gratuito y de la mejor calidad posible; la profunda reestructuración del
sistema judicial (y policial) de manera que dejara de ser un instrumento de las clases
poderosas para convertirse en un auténtico sistema de “justicia”; la acción gubernamental
inmediata y drástica para detener los salvajes procesos de agresión al ambiente natural que
tenían lugar en Venezuela y para rescatar lo que pueda ser rescatado (descontaminación,
siembra de árboles, etc.); la restauración y creación de obras públicas que permitan la
realización de las actividades laborales y sociales con el menor daño posible al medio
ambiente natural12 . Pero, como ya se expresó, la más básica de las actividades
gubernamentales que se derivan de aquel diagnóstico es la educación: en general, la
reconstitución de formas culturales que permitan el enriquecimiento y mantenimiento de lo
público (dentro de lo cual están esas mismas formas culturales). Obviamente, en relación
con la educación, no se trata solamente de la educación formal impartida en escuelas, liceos
y universidades; se trata además de todas aquellas acciones y contextos sociales que ejercen
un papel crucial en la transmisión y generación cultural (e.g. medios de comunicación de
masas). Por otra parte, también debe resultar obvio que, en relación con la educación
formal, no se trata simplemente de ampliar el acceso a las instituciones educativas; se trata,
muy especialmente, de reconstruir procesos educativos que permitan comprender y actuar
en las complejas formas sociales modernas de manera que se enriquezca la vida social y
colectiva dentro de un ambiente de máxima justicia posible dispuesto en torno al cuidado
del bien público.
Es claro que, dentro de esta política gubernamental, hay una tarea de emergencia que el
gobierno debía emprender: la de mitigar la pobreza y la miseria extrema en la que viven
muchos venezolanos. Sin embargo, esta tarea no se debe entender como la creación de
simples procesos que permitan el mejoramiento de las condiciones materiales de vida de
cada individuo. O, puesto más crudamente: no debe entenderse como simples modos de
aumentar el poder adquisitivo de los individuos en un ambiente cultural caracterizado por
un consumismo compulsivo movido por los mecanismos de manipulación de masas (como
tiende a ser actualmente en las clases con mayores ingresos en Venezuela y en otros países
de los llamados desarrollados). Es cierto, hacen falta ciertas medidas de emergencia no
permanentes que permitan aumentar la capacidad adquisitiva de la población más pobre de
manera que puedan cubrir aquellas necesidades básicas que siguen dependiendo del poder
adquisitivo individual. Sin embargo, la auténtica batalla contra la pobreza, la de mediano y
largo plazo, la que es tarea permanente del Estado, está directamente vinculada con el
mantenimiento de unas excelentes prácticas educativas de carácter público, de un buen
sistema de salud, de un auténtico sistema judicial y, en general, del medio ambiente rural y
urbano que define el territorio nacional; todo ello orquestado en torno al enriquecimiento y
mantenimiento del bien público y de su posibilidad fundamental. Esto, creemos, podría ser
un sentido de eso que el Presidente Chávez llama: “socialismo del Siglo XXI”, el cual,
Ahora sí, con este rápido bosquejo del significado de la idea del mantenimiento y cuidado
del bien público, examinemos, a vuelo de pájaro, lo que creemos ha sido, hasta ahora, la
política oficial del gobierno dirigido por el Presidente Chávez.
3.2. ¿Qué ha pasado? ¿Qué está pasando?
El discurso del Presidente Chávez se alimenta de una clara conciencia de lo que antes
llamamos “nivel superficial de la enajenación del bien público”; vale decir: la enajenación
de la fuente primordial de bienes materiales que legítimamente le pertenece al Estado
venezolano y, por tanto, al pueblo venezolano. De hecho, parte de ese discurso presidencial,
lejos de ser “sólo palabras”, como con frecuencia se considera, constituye en sí un muy
importante aspecto de la acción gubernamental derivada de esa consciencia sobre la
enajenación de nuestros bienes públicos materiales. El resto de la acción gubernamental que
se deriva de tal consciencia está dirigido, por una parte, a reponer lo enajenado en el
territorio nacional, y, por la otra, a una política internacional destinada a buscar la unión
fraterna de los pueblos oprimidos y a denunciar la opresión practicada por los centros de
poder imperiales (asociados a los países desarrollados) sobre esos pueblos oprimidos. Este
último aspecto —la política gubernamental exterior, la cual, nos parece de fundamental
importancia y, en líneas generales, bien llevada hasta ahora— no será tratado en este escrito,
pues nuestro discurso está referido, particularmente, a la política interna.
Bajo la idea protagónica del discurso programático chavecista —a saber: el “pago de la
deuda social”— y ante el evidente hecho (especialmente evidente para la dirigencia
gubernamental después del golpe de Estado del 2002 y del paro petrolero del 20022003) de
que buena parte de las instituciones tradicionales del Estado son viciados centros de
facilitación del proceso de enajenación, se han derivado una serie de acciones
gubernamentales parainstitucionales destinadas a devolverle a las clases desposeídas lo que
les fue ilegítimamente arrebatado durante las últimas décadas. Se ha constituido, de este
modo, una serie de formas organizativas paralelas a las instituciones tradicionales del
Estado, con un claro formato de “operativos de emergencia”, las cuales han sido
denominadas “misiones”. Las “misiones” pretenden devolver a los individuos enajenados las
posibilidades de acceso a la educación, a la salud, y a las fuentes de financiamiento. De esta
manera, actualmente el Estado venezolano alberga en su seno dos formas organizacionales
en pugna: Una, la más amplia, antigua y más arraigada en las formas tradicionales de poder,
que está constituida por ese amplio sector institucional que simultáneamente ha sido causa y
consecuencia de la “enfermedad” que hemos descrito anteriormente. La otra emerge como
otro aparato pseudoinstitucional, paralelo al anterior, que pretende subsanar las faltas de las
instituciones tradicionales y, en algunos casos, convertirse en caballos de Troya que
permitan penetrar los poderosos muros de tales instituciones para cambiar sus principios y
prácticas.
Algunas de la “misiones”, como la misión “Robinson” dedicada a la alfabetización y la
misión “Barrio Adentro I”, dedicada a la atención primaria en barrios pobres, parecen dar
buenos resultados en relación con los propósitos que las animan. En otros casos, los
resultados no son tan claros. Por ejemplo, la misión “Ribas” ha logrado que mucha gente
termine sus estudios de bachillerato, pero guardamos ciertas reservas sobre la calidad del
aprendizaje en ese programa —el cual, a pesar de esas reservas, tal vez no tenga mucho que
envidiarle al resto del muy mediocre sistema educativo venezolano. Por otra parte, es
posible que muchos de los vicios (especialmente la corrupción y la burocracia inoperante
que alimenta a la corrupción) del primer sector se estén infiltrando en las “misiones” y en
otros programas gubernamentales que, aunque no detentan este nombre ("misión"), son
movidos por la misma intención.
Pero, aparte del perjuicio que representa el inmenso gasto y la complejidad propia de la
existencia paralela de las "misiones" y de las instituciones tradicionales y, peor aún, del
peligro de la infiltración de ciertos vicios de raigambre social (producto de la enajenación
profunda a la que antes nos hemos referido) dentro de las "misiones", hay otro gran peligro
que se cierne sobre toda la acción gubernamental chavecista: Casi desde su inicio, el mero
amago de trasformación institucional destinado a una mejor distribución de la renta nacional
sufrió un potente y despiadado ataque por parte de aquellos sectores cuyos intereses se
vieron afectados. Este ataque, mediáticamente comandado y llevado a sus más crudas
manifestaciones en el golpe de estado del 11 de abril del 2002 y en el paro petrolero del
20022003, no sólo tuvo nefastas consecuencias inmediatas sobre la economía nacional y, en
general, sobre la trama social, sino que, en cierta medida, ha distorsionado un tanto la
acción gubernamental originada en aquella conciencia sobre el nivel superficial de la
enajenación del bien público. En efecto, aquella acción gubernamental se ha contaminado
con la necesidad de mantener el poder (para desarrollar su programa político) ante el ataque
constante al que se ve sometido ese poder. En otras palabras, muchas veces, las acciones
gubernamentales supuestamente destinadas a reponer el bien público enajenado (a “pagar la
deuda social”) están impulsadas más por el propósito de hacer de ellas mecanismos
propagandísticos que permitan mantener el amenazado poder que por el auténtico propósito
político que supuestamente las anima (“pago de la deuda social”). Esta distorsión, tal vez
hasta cierto punto inevitable, hace que tales acciones gubernamentales busquen efectividad
inmediata (por lo menos a nivel de las “imágenes” de transmisión masiva) y que, de este
modo, se vaya siempre aplazando la tarea fundamental y concienzuda de reconstruir el bien
público en toda su dimensión. Tal tarea, obviamente, no se logra de la noche a la mañana.
Su cuerpo fundamental está constituido por actividades cuyos resultados, si llegan a cumplir
su cometido, sólo se verán en un largo plazo. Por esta razón, se trata de una tarea que debe
estar asentada sobre las bases de un profundo proceso reflexivo y que debe continuamente
enriquecerse con la observación constante del desempeño de dicha tarea (un riguroso y
permanente trabajo de “investigaciónacción”).
Cabe también destacar el esfuerzo que ha hecho el gobierno del Presidente Chávez para
incentivar las organizaciones comunitarias de diversa índole. Este esfuerzo, por ejemplo, en
muchas de las nuevas cooperativas, se ha enfrentado con la consabida “tracalería” de
aquellos que ven en ese tipo de programas oportunidades para su aprovechamiento personal
en contra del más elemental principio cooperativista. En otros casos, como en los de las
“mesas técnicas de agua”, parece haberse logrado un mayor éxito. Sin embargo, cabe aquí
preguntarse hasta qué punto la acción cooperativa de los involucrados está movida por un
auténtico afán de mantenimiento del bien público en términos de su propia condición de
bien, o si la reunión cooperativa es sólo un medio para el beneficio individual de aquellos
que se reúnen con el aparente propósito de alcanzar un fin común. De todos modos, es de
temer que, si tenemos razón en nuestro diagnóstico sobre el proceso profundo de
enajenación del bien público, la mayor parte de estas formas cooperativas sólo serán, en el
mejor de los casos, medios al servicio de los fines individuales de los participantes. Con
esto no queremos decir que no valga la pena el esfuerzo por propiciar formas de acción
comunitaria hasta que no se obtengan resultados de un proceso educativo separado de tal
esfuerzo. Insistimos, aparte de los procesos educativos formales y los referentes a los
medios de comunicación, es necesario cultivar todas las formas organizativas —muy
particularmente estas formas de acción comunitaria— como contextos de enseñanza
aprendizaje movidos por el afán del enriquecimiento y mantenimiento del bien público.
Todo lo anterior se refiere a la interpretación de la acción gubernamental posterior al año
1999 en términos de lo que en este trabajo hemos llamado “nivel superficial de la
enajenación del bien público” —cuya conciencia es meridianamente clara en el discurso del
Presidente Chávez. Sin embargo, en el discurso gubernamental no parece haber consciencia
del nivel más profundo de enajenación del bien público, de ese que afecta la posibilidad
misma de que haya tal cosa como “bien público”. Ni en el discurso oficial, ni en las nuevas
acciones gubernamentales propuestas por el Presidente Chávez, se observa un intento por
atacar el problema de fondo: el deterioro cultural de nuestra sociedad urbana. Y, si nuestra
tesis es válida, o por lo menos lo es en un grado importante, mientras no se subsane ese
deterioro cultural, lo que se haga a nivel del “pago de la deuda social” sólo servirá para
aliviar, en el corto plazo, algunas penurias que actualmente sufre parte de la población;
pero, muy posiblemente también servirá para continuar, mediante otros mecanismos, el ya
consabido traspaso de la riqueza nacional a unas pocas manos movidas por el afán de
riqueza desmedida y enmarcadas dentro de una concepción totalmente ajena a la que se
esfuerza por esbozar y realizar el Presidente Chávez. Veamos:
3.3. Lo que falta: La acción gubernamental terapéutica en relación con el problema
del “nivel profundo de la enajenación del bien público”
En efecto, la crisis de la modernidad europea ha dejado al descubierto en los países
europeos, y muy particularmente en la sociedad estadounidense, una empobrecida forma
cultural marcada por una hipertrofiada relación tecnológica con un mundo que se va
reduciendo a un reservorio de “dispositivos listos para ser usados"13 . Se trata, pues, de una
cultura tecnológica en la que la realidad —que en una cultura normal se abre como una rica
variedad de formas de relación del ser humano con la multiplicidad de fenómenos que le
hacen frente en su mundo— tiende a reducirse a una sola especie: dispositivos listos para
ser usados cuyo único valor viene definido por el omnipresente mercado. De este modo,
ante el ser humano postmoderno, los otros seres humanos, la naturaleza, el arte, el amor —
en fin, cualquier cosa que sea el caso— se presentan, cada vez más, como simples
dispositivos de uso con valor de mercado. Esta reducción de la condición de ser (la
13Al respecto véase el pionero trabajo de Martin Heidegger sobre la esencia de la tecnología
moderna: “La pregunta por la tecnología”.
condición ontológica) de cualquier ente con el que se relaciona el humano postmoderno está
acompañada de la pobreza del sentido del ocurrir y de la fragmentación esquizofrénica del
sentido de la vida: El sentido de cada cosa, reducido a la de “dispositivo”, sólo se relaciona
con el sentido de otra cosa mediante su simple vinculación con el mercado. De este modo, la
variedad de situaciones vivenciales no sólo se empobrece terriblemente, sino que cada cosa,
fenómeno o situación se presenta desconectada de las otras (excepto por su pobre
vinculación con el mercado). Se pierde, de esta manera, tanto el hilo histórico fundamental
que le brinda su identidad a cada ser humano, como el hilo histórico fundamental que define
las relaciones a partir de las cuales se constituyen las sociedades humanas y sus mundos.
Desaparece, entonces, la posibilidad de constituirse en “un pueblo”. La persona
postmoderna se entiende a sí misma como esencialmente descomprometida14 de cualquier
forma social (amistad, familia, patria) que no sea la del “mercado global”15 .
Los resultados de este desamparo cultural los presenciamos de manera patética en las
universidades venezolanas: La inmensa mayoría de los graduados universitarios tienen un
dominio del lenguaje escrito básico y de cualquier “juego lingüístico” propio de las ciencias
y de las humanidades, inferior al formalmente esperado para un joven que inicie el
bachillerato. Esto, sin mencionar su pasmosa incapacidad moral para formar parte de una
sociedad signada por la fraternidad, la honestidad y la justicia, erigidas, en su condición de
virtudes, sobre la base de un profundo respeto por el bien público. Bajo tal panorama, claro
está, es difícil pensar en las posibilidades de desarrollo de la ciencia en el país.
Lamentablemente, ni el discurso del Presidente (cuyo valor didáctico es innegable), ni,
14A ese descompromiso radical lo denominan “libertad”.
15Creemos que el sentido profundo de eso que llaman globalización no es otra cosa que la
universalización de ese modo postmoderno de situarse en el mundo en el que el ser
humano se reduce a un disponedor (a su vez, dispuesto) de dispositivos, desarraigado de
toda forma cultural y social que no sea la del abstracto mercado globalizado; y en la que el
mundo se reduce al conjunto de dispositivos colocados en las vitrinas de ese gran mercado
virtual.
mucho menos, la acción gubernamental, hasta ahora han atendido este profundo problema
de la “enajenación de la condición de posibilidad del bien público”. Como esperamos haya
quedado claro a partir de lo expuesto en la parte §2 de este escrito, si no se atiende este
nivel profundo de la enajenación, lo que se haga en el nivel del bien público material —la
redistribución del ingreso petrolero— está destinado a desaparecer, tarde o temprano,
como el agua entre los dedos de la mano.
En este orden de ideas, consideramos que el esfuerzo gubernamental destinado a la re
distribución del ingreso petrolero —y representado, en buena medida por las misiones—
debe estar fundamentado en la paciente y tozuda siembra de las condiciones de posibilidad
del bien público. Esta “siembra” tendría que estar destinada a la trasformación del actual
ambiente social en uno caracterizado por la incesante y ardua tarea del enriquecimiento y
mantenimiento de lo público. Para ello es necesaria una profunda transformación de todos
los procesos educativos: los escolares, los generados por los medios de comunicación y, en
general, los desarrollados en los ambientes laborales y recreativos.
4. DE VUELTA AL ASUNTO DE LA CIENCIA
En la Introducción General de este escrito expresamos lo siguiente:
Consideramos que es necesario anclar la aspiración propia de la “misión ciencia” en
una “política Estatal referente a la ciencia” en la que se ponga de manifiesto la posible
acción del Estado venezolano del presente con respecto a la actividad científica que se
desarrolla y puede desarrollar en el país. Esa “política Estatal referente a la ciencia”
debe, a su vez, estar fundada en una cierta visión sobre la situación nacional y su
problemática fundamental, de manera que dicha “política” sea planteada de cara a tal
problemática.
Aunque en lo escrito hasta ahora ya se puede vislumbrar el significado de lo que, al inicio,
llamamos “política Estatal referente a la ciencia”, vale la pena hacer más explicito el asunto.
Para ello, comenzaremos por una aclaratoria en relación con el significado que le estamos
dando a la palabra “ciencia”.
4.1. El significado de la palabra ciencia
Cuando aquí nos referimos a la “ciencia” no lo hacemos en ese sentido reducido proveniente
del uso de la palabra en las sociedades angloamericanas. No nos referimos exclusivamente
a una ciencia positivista y atomistanaturalista16 , movida por un interés meramente
instrumental puesto al servicio directo de la tecnología e indirecto del mercado
globalizante; este último definido y controlado por los grandes centros de poder capitalista
que dominan al mundo actual. No excluimos a la ciencia positivista y naturalista —sus
investigaciones y los conocimientos derivados de esas investigaciones— de lo que llamamos
“ciencia”; sin embargo, bajo nuestra concepción, es necesario comprender tales
conocimientos dentro de los límites que le son propios y darles un sentido que trascienda el
mero uso instrumental al servicio de una forma de poder particular. Por “ciencia”
entendemos la variedad de prácticas destinadas a la búsqueda del saber signadas por el
afán de verdad y sostenidas en una plataforma crítica que continuamente cuestione los
fundamentos más profundos tanto de esa búsqueda del saber como de la concepción de
verdad que la anima y la regula. Abogamos de este modo por una concepción crítica (en el
sentido más profundo de la palabra) de la ciencia. Los resultados de esa ciencia crítica
estarían al servicio del enriquecimiento y mantenimiento del bien público (no sólo del
nacional sino del de toda la humanidad), pero siempre bajo una estricta lupa crítica que
incluso cuestione lo que, en cada momento, se considera “bien público”.
Ahora sí podemos intentar bosquejar lo que en el contexto de las ideas anteriores sería una
“política Estatal referente a la ciencia”.
4.2. Bosquejo de una política Estatal referente a la ciencia
Es obvio que, ante la concepción de ciencia crítica indicada en la sección anterior, la idea de
una “política Estatal referente a la ciencia” resulta, si no contradictoria, por lo menos,
radicalmente problemática. En efecto, la autonomía le es esencial a lo que hemos
denominado “ciencia” (crítica): Una actividad que tiene por misión el cuestionamiento de
todo, siempre moviéndose en el ambiente de la duda y siempre movida por la búsqueda de la
verdad, debe poder gobernarse a sí misma en términos de la autenticidad de su misión. Vale
decir, la posibilidad de ser autónoma en su búsqueda está fundada, precisamente, en el
saber derivado de esa búsqueda. Por eso, la autonomía de la ciencia17 no sólo ha de ser una
Lo anterior quiere decir que, en el caso de una actividad científica saludable y virtuosa, una
política científica por parte del Estado debe darse bajo una concepción muy particular,
diferente de otras políticas gubernamentales. Debe tratarse de una política caracterizada por
la idea del cuidado de un ser con vida propia (así como se cuida una planta): Es necesario
proveer a ese ser vivo con las mejores condiciones básicas (la mejor "tierra" y medio
ambiente) para que pueda desarrollar sus potencialidades vitales a plenitud. Además es
necesario irrigar su "tierra" de manera constante y cuidarlo de enemigos externos e internos
que pongan en peligro su salud vital.
Para comprender mejor estas ideas sobre lo que significa una “ciencia saludable y virtuosa”
es necesario aclarar ciertas nociones, tales como: “práctica”, “virtud”, “mediocridad” y
“vicio”; algunas de las cuales ya fueron usadas en los dos párrafos anteriores. Para este fin
abriremos un paréntesis con el propósito de explicar brevemente el concepto de “práctica”,
en el sentido usado por Alasdair MacIntyre en su libro: “After Virtue”18 .
4.2.1 Práctica y virtud19
De acuerdo con MacIntyre,
[Una práctica es] una forma coherente y compleja de actividad humana cooperativa,
socialmente establecida, mediante la cual se realizan bienes internos a esa forma de
actividad, en la medida en que se intenta alcanzar esos patrones de excelencia que son
18MacIntyre, A. (1985). After Virtue: A Study in Moral Theory, Duckworth and Co.,
London.
19Esta sección (§4.2.1) ha sido copiada, con muy ligeras modificaciones, de: Fuenmayor R.,
“Entre la mediocridad institucional y el dominio imperial de lo instrumental”, publicado
en “Pensando en la Universidad” (Compilador: Jorge Dávila). Panapo. 2002.
apropiados para —y que parcialmente definen a— esa forma de actividad, con el resultado
de que los poderes humanos para alcanzar excelencia y las concepciones de los fines y
bienes envueltos son sistemáticamente mejorados. (MacIntyre, 1985, traducción de Ramsés
Fuenmayor).
(Piénsese en una buena escuela de música).
Una virtud es una cualidad humana adquirida, cuya posesión y ejercicio tiende a
permitirnos el logro de los bienes internos de una cierta práctica; y cuya falta nos impide
efectivamente alcanzar dichos bienes. (MacIntyre, 1985).
(Piénsese en la idea de virtud implícita en la expresión “es un virtuoso del violín”).
Vale la pena extraer ciertas consecuencias de esas dos definiciones que son de fundamental
importancia para pensar el asunto de “la cualidad vital” de una ciencia “saludable y
virtuosa”. Para ello, es importante insistir en que una práctica es una forma coherente y
compleja de actividad humana cooperativa y socialmente establecida, la cual cumple las
siguientes condiciones:
1. Mediante esa actividad se logran ciertos bienes; es decir, ciertos productos tangibles o
intangibles de la actividad que se consideran buenos.
2. La calidad (la condición de “buenos”) de estos productos es siempre mejorable.
3. La actividad propia de la práctica está esencialmente acompañada por una constante
voluntad por lograr esa excelencia del bien.
4. Las virtudes propias de una práctica no sólo permiten producir el bien de esa
práctica en su mejor condición posible, sino que permiten apreciarlo como tal. En otras
palabras, aquél que no posea las virtudes propias de esa práctica no podrá apreciar
cabalmente el grado de excelencia del bien producido por dicha práctica. Esta apreciación
interna del bien será llamada “cara interna del bien”.
5. Sin embargo, para que la práctica sea socialmente establecida, el bien (o bienes) que
ella produce deberá poseer también una “cara externa”; esto es, una cara que permita darle
sentido social a la práctica en cuestión.
Lo anterior implica que:
Primero, la vida de una práctica se sustenta en esa voluntad colectiva de mejorar el bien
que le da la razón de ser a dicha práctica. Es decir, la vitalidad de una práctica se funda en
el continuo ejercicio y mejoramiento de las virtudes que le son propias —virtudes que,
recuérdese, son necesarias, no sólo para producir el bien en su estado de mayor excelencia
posible, sino que, al mismo tiempo, son necesarias para apreciar la excelencia de ese bien.
Sustráigase la fuerza de aquella voluntad, o, sustráigase el ejercicio y mejoramiento de las
virtudes, y se tendrá un cadáver de práctica. Obsérvese que esta condición de vida de una
práctica es propia de toda práctica, independientemente de cuál sea el bien que produce —
así como decimos que la condición de vida de cualquier mamífero depende de ciertas
características funcionales biológicas básicas (por ejemplo, de que su corazón funcione
adecuadamente), independientemente de cual sea el mamífero del caso.
Tercero, puesto que las virtudes son necesarias para producir y para apreciar el bien de una
práctica, las personas más virtuosas son las llamadas a guiar y coordinar las actividades de
la práctica. Esta guía y coordinación es, al mismo tiempo, un proceso de enseñanza
continua de las virtudes propias de la práctica en cuestión.
Cuarto, las virtudes auténticas de una práctica no deben confundirse con aquellas
cualidades que las personas desarrollan con el propósito de procurar para sí bienes
materiales y prestigio. Las auténticas virtudes de una práctica están movidas por la voluntad
de excelencia del bien como fin en sí mismo. Por otra parte, las virtudes de una práctica no
se restringen a las cualidades requeridas directamente para producir y evaluar el bien del
caso (por ejemplo, la destreza artesanal necesaria para alcanzar el mayor grado de
excelencia posible del bien en cuestión); también son virtudes de una práctica aquellas
cualidades necesarias (e.g. honestidad) para convivir con los otros miembros de la práctica
en un ambiente de armonía tal que permita la mejor realización del bien del caso.
Ahora sí, volvamos al tema que nos ocupa: “la cualidad vital” de una ciencia “saludable y
virtuosa”. La vinculación entre esa idea de “ciencia saludable y virtuosa” con el concepto
de práctica antes esbozado es obvia: Una ciencia “saludable y virtuosa” sólo se sostiene
sobre la base sociocultural y organizacional representada por una práctica científica, cuyo
bien fundamental es el saber con pretensión de verdad. La vida de la actividad científica se
da en la vida de su práctica constitutiva. Si la práctica constitutiva de la actividad científica
no tiene vida, la actividad científica es un cadáver ambulante. Si la voluntad dominante en la
actividad científica no es la de mejorar el bien propio de su práctica (el saber con pretensión
de verdad), la actividad científica es un cadáver ambulante20 . Si la mediocridad y el vicio
dominan las virtudes propias de la actividad científica, esta última es un cadáver
institucional.
Una vez aclarado lo que entendemos por “la cualidad vital” de una ciencia “saludable y
virtuosa” (así como las nociones de práctica, virtud, mediocridad y vicio que veníamos
empleando), podemos volver a nuestra discusión sobre el sentido de una “política científica
de Estado”, entendida como cuidado de ese ser vital que debe ser la actividad científica. Tal
sentido cambia, claro está, dependiendo de que la actividad científica se encuentre en un
buen estado (saludable y virtuoso) —es decir, corresponda con la condición de práctica, o,
por el contrario, sea sólo un fantasma o un disfraz de práctica científica debido a su
mediocridad y a su vicio.
Ante una práctica científica saludable y virtuosa, la política del Estado se reduce a dos
formas de actividad: La primera, la más general e importante, es la destinada al cuidado de
ese ser vivo llamado ciencia. La segunda está destinada a favorecer cierto tipo de
investigaciones que le interesan al Estado debido a su política Estatal general derivada de
ciertos principios políticos y de la situación presente de la nación en cuestión.
La primera forma de actividad contempla todo lo referente a la creación y mantenimiento de
la actividad científica. El mantenimiento se refiere al financiamiento, evaluación externa,
correctivos externos en términos de esa evaluación, mecanismos de vinculación entre
diferentes instituciones cultivadoras de la ciencia y entre tales instituciones y otras
destinadas a otras misiones, etc.
La segunda forma de actividad (destinada a favorecer cierto tipo de investigaciones que le
interesan al Estado debido a su política Estatal general derivada de ciertos principios
políticos y de la situación presente de la nación en cuestión) concierne, fundamentalmente,
20Este es el caso de la actividad científica movida por el simple afán de lograr
publicaciones que permitan obtener prebendas materiales y prestigio individual. Tememos
que buena parte de la poca actividad científica que ocurre en nuestro país está movida por
tales intereses mediocres los cuales, dicho sea de paso, mueven la mayor parte de la ciencia
en los países desarrollados.
al financiamiento especial (y su consiguiente evaluación externa) de esas investigaciones
particulares requeridas por el Estado en un momento dado (claro está: sin detrimento del
resto de la actividad científica).
Sin embargo, una tal política científica del Estado cuando la ciencia es saludable y virtuosa
es, en el caso de la Venezuela actual, sólo una especie de horizonte, de fondo de contraste,
de imagen ideal con propósito heurístico. Lo es, porque consideramos que nuestra actividad
científica, exceptuando contadísimos y honrosos casos, está más inclinada a la mediocridad
(en algunos casos, al vicio) que a la virtud. Esta visión negativa, aparte de ser el resultado de
nuestra ya larga experiencia en el campo, es claramente derivable de nuestro diagnóstico
inicial sobre la problemática actual del país. De hecho, no podría ser de otro modo si tal
diagnóstico es, en términos generales, certero. Pasemos entonces al caso que más nos
interesa; a saber: el de una política científica de Estado cuando la actividad científica es
mediocre y hasta viciosa.
En este caso le corresponde al Estado, dependiendo del grado de mediocridad y vicio en que
se encuentren las instituciones destinadas al cultivo de la ciencia, tomar algunas medidas
drásticas, tales como la eliminación de ciertas instituciones que se consideren “caso
perdido” y la “siembra” de nuevas instituciones que las sustituyan; o, poner en práctica
medidas menos drásticas como las que comentaremos más adelante. Las medidas drásticas
para esos “casos perdidos” se justificarían en términos de la injusticia social que significa
gastar grandes cantidades de dinero para financiar el regodeo morboso de la mediocridad y
del vicio, y para mantener el poder aniquilador que tiene la trama social tejida dentro de la
propia institución viciada con respecto a los pocos focos marginales de actividad científica
saludable que puedan existir en su interior. Obviamente, tales medidas drásticas requieren
que el Estado cuente con instituciones sanas capaces de evaluar (y tomar las medidas del
caso) esas otras instituciones en estado de mediocridad y vicio extremos.
Para juzgar sobre la posibilidad de adoptar tales medidas drásticas en nuestro caso actual
hace falta vincular este panorama hipotético desarrollado hasta ahora en relación con la
actividad científica con lo que consideramos ser la situación actual, tanto al nivel socio
cultural nacional examinado en nuestro diagnóstico, como, en particular, al nivel de la
actividad científica en Venezuela.
4.2.3.1 La situación actual de la actividad científica dentro de la situación general
de enajenación del bien público
Si nuestro diagnóstico en relación con el proceso de enajenación del bien público (tanto en
el nivel material como en el nivel cultural) es, en términos generales, acertado, habría que
esperar consecuencias desastrosas sobre las virtudes que le son propias a la práctica
científica. En efecto, una matriz fundamental empobrecida y profundamente fragmentada no
permite la existencia de los procesos educativos básicos (formales y no formales) necesarios
para fundamentar la educación virtuosa en las ciencias.
Si, más allá de este juicio general, damos cuenta de nuestra experiencia (la cual, entre
quienes suscriben estas consideraciones, comprende varias décadas de trabajo dedicado a la
universidad), afloran las siguientes características de los resultados del actual proceso
educativo venezolano (desde la primaria hasta la universidad):
1. Un pobrísimo manejo de la lengua escrita y oral, el cual —mucho más allá de los
consabidos errores de ortografía, pobreza de vocabulario y mal manejo gramatical a nivel
de oraciones— trae como consecuencia en muchos casos, tal vez la mayoría, una
pasmosa incapacidad para dar cuenta del simple acontecer cotidiano; y, mayor
incapacidad aun, para entender y expresar ideas sencillas. Esto lo observamos no sólo a
nivel de los egresados de bachillerato, sino, también, de los egresados universitarios21 .
21En un estudio (tesis de grado) realizado por la ahora ingeniero de sistemas Magaly
Eugenia Miliani y dirigido por el Profesor Ramsés Fuenmayor, se practicó un examen a
una porción bastante amplia de los estudiantes de nuevo ingreso (70% de los estudiantes) y
de los estudiantes que cursaban el último semestre o año de su carrera (90%),
correspondientes a 7 de las carreras universitarias que se imparten en la ULA. El examen,
el cual fue el mismo para ambos grupos, consistió en una simple prueba sobre habilidades
lógicas, una segunda prueba donde se le pedía al examinado leer un artículo de periódico
de unas 300 palabras de longitud, para que diera cuenta de su contenido, y, finalmente, una
tercera prueba que consistió en varias preguntas de la prueba de admisión que se practica
en la ULA (prueba PINA) diferenciadas estas últimas por carrera. El promedio de
calificaciones en 6 de las 7 carreras fue mejor en los estudiantes de nuevo ingreso que en
los estudiantes que estaban a punto de egresar. De tales promedios sólo hubo uno
aprobatorio: el del grupo de estudiantes que estaban a punto de egresar en la única carrera
2. Una gran incapacidad para el ejercicio de la lógica y de las matemáticas (tanto a nivel de
bachillerato como a nivel universitario).
3. Una muy deteriorada actitud moral que gira en torno a un individualismo narcisista
exacerbado y a una pasmosa indiferencia ante todo lo que se sale de la estrecha esfera del
consumismo, del hedonismo y de los dictámenes de moda producidos por los medios de
comunicación de masas.
¿Cómo formar científicos en estas condiciones?
donde obtuvieron mejor promedio los estudiantes universitarios que los egresados de
bachillerato. Pero el anterior resultado cuantitativo palidece en gravedad ante una
observación más cualitativa de las respuestas estudiantiles: en muchos casos, la expresión
de las respuestas era completamente absurda palabras y frases sueltas e inconexas;
expresión propia de una persona con serios problemas mentales. Otro ejemplo: Se practicó
un examen a todos los estudiantes cursantes de una de las asignaturas de la carrera de
Ingeniería de Sistemas de la ULA. Vale la pena hacer notar que ésta es una de las carreras
con mayor exigencia para su ingreso, en la ULA. El examen consistía en una serie de
preguntas básicas acerca del sentido de fenómenos cotidianos o de conocimientos
escolares elementales. Tres ejemplos de las preguntas formuladas y de sus resultados
bastan para escandalizar a cualquiera que piense por un momento sobre el sentido de lo
que estamos haciendo con esa actividad que llamamos educación: Una de las preguntas se
formulaba en estos términos: Cuando llueve, ¿por qué llueve? Sólo el 6% de los
estudiantes examinados ofrecieron una respuesta vaga (ninguno ofreció una respuesta
acorde con el conocimiento impartido en bachillerato o con algún mito propio de otra
cultura). El resto no respondió o se limitó a escribir algo así como: se debe a las
condiciones atmosféricas. Otra pregunta interrogaba por el funcionamiento básico
(descrito muy esquemáticamente) del motor de un automóvil. Entre los 34 estudiantes
examinados, ¡sólo uno! ofreció una respuesta un tanto vaga y mal escrita sobre lo
interrogado. El resto no respondió o expresó que no sabía. Y el último ejemplo: Se pidió
sumar tres fracciones simples (de un solo dígito tanto en el numerador como en el
denominador), se interrogó sobre el procedimiento seguido para realizar tal operación y se
preguntó sobre la razón de ser de tal procedimiento. Ningún estudiante de los examinados
pudo dar cuenta, ni siquiera de manera imprecisa, de por qué seguía el procedimiento que
empleó. Hay que recalcar el hecho de que este grupo de estudiantes de esta carrera de
Ingeniería de Sistemas en la ULA debieron haber obtenido calificaciones muy altas en sus
pruebas de admisión (de la OPSU y la PINA) para poder ingresar en esa carrera. Aunque
los dos ejemplos anteriores se refieren a la ULA, no esperamos mejores resultados en otras
En relación con los miembros de la muy pequeña comunidad científica existente en el país,
observamos los efectos devastadores de la mala formación antes mencionada. Creemos que
estos efectos se han exacerbado de manera muy acentuada en las últimas dos décadas. El
resultado actual es tal que, entre los pocos “científicos” que efectivamente se destacan en su
especialidad, la gran mayoría está completamente dominada por una mentalidad
instrumental al servicio del mercado global y de los grandes poderes que lo constituyen —es
decir no son científicos en el sentido crítico como definimos la ciencia en la sección §4.1 de
este escrito22 . La aplastante mayoría del resto (algunos de los cuales clasifican en el
Programa de Promoción del Investigador —PPI) no logran desembarazarse del ambiente de
mediocridad institucional en el que han sido formados.
Por supuesto, son verdaderamente excepcionales aquellas actividades científicas que giran
en torno a una problemática práctica o teórica auténticamente sentida como tal y convertida
en el norte de una búsqueda científica vital. De las poquísimas actividades científicas que
pueden situarse en esta categoría, la mayoría depende de investigadores bastante maduros
que carecen del relevo generacional correspondiente. En este sentido, creemos que, a menos
que se tomen ciertas medidas que reviertan esta situación, el terreno de la actividad
científica venezolana estará absolutamente desolado al cabo de unos pocos años —sólo
quedarán los disfraces de actividad y de producción científica que cada vez ocupan más
espacio y cada vez se hacen más mediocres23 .
Lo anterior resume, en muy gruesos trazos, lo que consideramos que está ocurriendo con la
educación venezolana y con la actividad científica, la cual se alimenta de esos procesos
educativos. ¿Qué puede hacer al respecto el Gobierno Nacional? ¿Cuáles medidas puede
tomar que tengan efecto a corto, a mediano y a largo plazo?
universidades venezolanas, tal vez peores en muchas de ellas.
22A lo que se agrega la motivación dudosamente virtuosa (en el uso que le hemos dado a la
palabra “virtud” en el contexto de las “prácticas”) que está detrás de la actividad científica
de la mayoría de esos pocos profesores universitarios que producen publicaciones: la
simple y desnuda búsqueda de prestigio y prebendas materiales.
23Por ejemplo, la pasmosa mediocrización que, en pocos años, han sufrido los estudios
doctorales debido a la pululación de programas que pretende alcanzar este nivel sobre una
base institucional carente de la actividad de investigación y dirigida por profesionales de
muy baja condición académica.
4.2.3.2 Posibles medidas gubernamentales que podrían contribuir a sanar la
actividad científica venezolana
A esta altura de nuestra argumentación debe resultar claro para el lector que el problema de
la enajenación profunda del bien público y de su propia condición de posibilidad —de la
cual depende no sólo la salud de la práctica científica sino todo lo que la sociedad
venezolana pueda hacer en pro de sus bienes públicos— no es soluble a corto plazo. El afán
“inmediatista” y “efectista” que cada vez gana más terreno en el gobierno actual —y que, en
parte, ha sido una respuesta “natural” ante el contínuo ataque interno y externo al que se ha
visto sometida la gestión justiciera del Presidente Chávez— lejos de contribuir a resolver el
problema del nivel profundo de nuestra enajenación, tiende a disimularlo; y, de este modo, a
perpetuarlo.
En efecto, la medida fundamental ante el problema general que estamos planteando (del cual
depende la salud de nuestra actividad científica) no es otra que la siembra de formas y
procesos educativos —ora formales ora no formales; ora explícitos ora larvados
contextualmente en los ambientes sociales— que contribuyan en la reconstrucción de lo que
en la sección §2.4.3 de este escrito llamamos “matriz fundamental”. Hace falta intentar
reconstruir tanto el lenguaje básico como los “juegos lingüísticos” más especializados (que
se alimentan del lenguaje básico) de manera que el acontecer tenga sentido dentro de un
orden justo aportado por una sana matriz fundamental.
4.2.3.2.1 La trasformación de la educación básica
Con respecto a la educación formal (una parte de todo lo que en una sociedad puede
considerarse como procesos educativos), un subgrupo de los subscriptores de este
documento está desarrollando un proyecto destinado a diseñar de manera detallada una
posible forma de enseñar que pretende cumplir el propósito antes mencionado. El proyecto
en cuestión ha sido bosquejado en un artículo titulado: “Educación y la reconstitución de un
lenguaje madre” del cual anexamos copia. En ese artículo se puede apreciar con mayor
profundidad la problemática a la que nos estamos refiriendo.
4.2.3.2.2 La transformación de los contextos educativos no formales
Pero, más allá de la educación formal, hace falta un arduo trabajo para transformar los
medios de comunicación y, en general, buena parte de los ambientes públicos, de manera
que éstos dejen de ser formas destructivas de una sana matriz fundamental (como lo son
actualmente) y pasen a ser fuentes de su reconstrucción, enriquecimiento y
mantenimiento24.
4.2.3.2.3 Escogencia y cuidado de jóvenes talentosos
Creemos que, sin menoscabo del principio de igualdad de oportunidades que debe existir en
todos los aspectos de la vinculación del Estado venezolano con sus ciudadanos, es necesario
emprender programas gubernamentales destinados a la detección y escogencia de jóvenes
particularmente talentosos cuya educación sea conducida de manera tal que se puedan
aprovechar al máximo esas cualidades especiales. Se trataría de programas educativos cuyo
ritmo y rigor podría ser mayor que el seguido para el resto de la población estudiantil, y
cuya orientación hacia campos específicos (ciencias o artes) puede ser emprendida de
manera más directa —por supuesto, sin abandonar la formación integral indispensable bajo
nuestra concepción.
Las medidas anteriores representan, grosso modo, nuestra proposición concerniente a los
aspectos educativos propios de la política científica que estamos planteando. Pero, antes de
pasar a otras medidas cuyo efecto parcial puede ser observado en un plazo más corto,
debemos insistir, una vez más, en que la problemática vinculada con el nivel profundo de la
enajenación del bien público no sólo afecta la actividad científica venezolana sino
prácticamente todo lo que ocurre socialmente en nuestro suelo. Por eso, las posibles
medidas destinadas a la reconstitución de una saludable matriz fundamental son medidas
24En este sentido, las nuevas organizaciones previstas para ofrecer modos de participación
comunitaria (“Consejos Comunales”, “Mesas Técnicas de Agua”, “Comités de Tierra
Urbanos”, de los “Comités de Salud”, etcétera.) deberían convertirse en contextos
funcionales de aprendizaje.
básicas de una urgente política general de Estado que trasciende con mucho el particular
terreno de la política científica. Por otra parte, también es necesario aclarar un asunto
vinculado con el significado de lo que estamos llamando “instituciones encargadas de la
actividad científica”, el cual ya cae por su propio peso a esta altura de nuestra
argumentación:
En Venezuela, salvo muy contadas excepciones, la posible investigación científica está en
manos de las universidades. Por otra parte, ya hemos discutido ampliamente cómo la
problemática de la investigación científica es dependiente de la enseñanza que se imparta
desde los primeros niveles de primaria hasta los más altos niveles de postgrado. En
conclusión, debe resultar claro que la problemática vinculada con las instituciones
encargadas de la actividad científica es, fundamentalmente, una problemática universitaria;
y universitaria en todo el rango de su actividad académica: No se restringe a la pura
actividad científica abstraída de los procesos de enseñanza que tienen lugar en estas
instituciones; sino que, por el contrario, está íntimamente vinculada tanto con la enseñanza
como con la investigación y, muy especialmente, con la vinculación entre ambas. Puesto en
otros términos: una política de Estado referente a las instituciones encargadas de la actividad
científica es simultáneamente una política de e
Estado referente a las universidades25 .
4.2.3.2.4 Medidas gubernamentales destinadas a contribuir a sanar las prácticas
institucionales científicas
1. Ante todo hace falta una concepción que fundamente la idea de una política científica
de Estado y ponga de manifiesto la problemática general que ésta debe enfrentar. Tal
concepción haría el papel de un amplio “mapa” general que sirva para orientarse en lo
particular. El presente documento es un posible aporte en ese sentido26 .
25Como ya hemos argumentado, tal política científica y universitaria a su vez está fundada
e íntimamente arraigada en una política general de Estado en relación con su problema
actual de mayor fondo y trascendencia: la educación.
26Y como tal, constituye nuestra primera contribución dentro del ámbito de la
2. Una vez ubicada la problemática general a la que se enfrentaría la política científica
en el “mapa” general aportado por la concepción que fundamenta tal política, hace falta,
dentro del “mapa” general, lograr un mayor grado de especificidad con respecto a diferentes
aspectos constitutivos de las instituciones vinculadas con la actividad científica. En
concreto, hace falta una buena y eficiente organización (institución) gubernamental que
se ocupe de evaluar los resultados de la actividad científica realizada en las
instituciones destinadas a tal fin. Esto significa evaluar los resultados de la investigación y
de la enseñanza —con especial atención a la vinculación íntima entre ambas.
Basta recordar el concepto de “práctica” tratado en la sección §4.2.1, para poner de
manifiesto la gran dificultad intrínseca que representa la tarea de una evaluación externa
(hecha desde fuera de las prácticas) de los resultados de las prácticas de investigación. Ante
tal dificultad surgen dos condiciones bajo las cuales creemos deben estar asentados los
procesos de evaluación:
“misión ciencia”.
una excelente obra en el terreno de la música, de la filosofía, de la física). Por esta razón la
evaluación del bien producido por las instituciones encargadas de la actividad científica
debe conformarse con una evaluación un poco más "externa" de ese bien. Pero, no tan
“externa” como la simple cuenta de los “productos” (el número de publicaciones o, mucho
menos significativo, el número de egresados de los programas de enseñanza) de las
supuestas prácticas. Hace falta, claro está, una evaluación que vaya más allá del simple
terreno cuantitativo.
Sugerimos que la tarea de evaluación comience por dos actividades concretas:
i) Evaluación del producto de la investigación: Aquí, para comenzar, se intentaría hacer
más rigurosa la evaluación actualmente practicada por la Fundación Venezolana de
Promoción del Investigador (FVPI), y se añadiría una evaluación más cualitativa sobre
una muestra de las publicaciones presentadas. Hacer más rigurosa la evaluación del FVPI
significa, básicamente, lo siguiente:
Comprender que más que una actividad de premiación y “estímulo” se trata de una
actividad de evaluación del resultado de una actividad financiada por el Estado
venezolano. En este sentido, la evaluación debe ser obligatoria para todos los
profesores universitarios e investigadores adscritos a otros institutos de investigación.
Ceñirse, para la evaluación de las publicaciones, a verdaderos “índices” evaluadores de
la calidad de las publicaciones y no a meros catálogos de publicaciones.
Por otra parte, “añadir una evaluación de carácter más cualitativo”, implicaría tomar
una muestra representativa de publicaciones por área y por institución y someterlas a la
evaluación directa de auténticos universitarios (en el sentido antes explicado)
asesorados por los especialistas que se requieran.
ii) Evaluación de egresados: Mediante un decreto o disposición legal se exigiría que todos
los egresados de las carreras correspondientes a la educación superior presentasen un
examen (de lo contrario no se legalizaría su título). Este examen pretendería evaluar la
formación básica de esas personas (lenguaje y capacidad de razonamiento lógico) y
algunos aspectos fundamentales (no detalles) de su área de especialidad. El actual aparato
evaluador de la OPSU, con los correctivos del caso, podría servir para este fin.
La primera medida que se tomaría con respecto al resultado de la evaluación de ambos
aspectos (producto de la investigación y egresados) sería darle una amplia difusión a los
resultados y a la discusión de los mismos. Tal difusión, si se realiza con la suficiente
amplitud para que la mayor parte de la población la conozca, sería ya, por sí misma, un
importante mecanismo controlador de la actividad evaluada. Creemos que la publicación del
resultado de las evaluaciones pondría de manifiesto, especialmente en lo referente a la
evaluación de los egresados, el gran fraude que está envuelto en todo el sistema educativo
venezolano actual. Más adelante, dependiendo de los cambios institucionales que se logren
con este primer paso, se pueden tomar medidas más drásticas fundadas en procesos
evaluadores que deben irse afinando paulatinamente.
Después de identificar los grupos, centros, institutos de investigación (y hasta investigadores
cuyo trabajo científico no está vinculado con un equipo de investigadores) que resulten
mejor evaluados mediante los procesos antes reseñados, hace falta velar por el buen
desarrollo de esas unidades académicas, de manera que ellas se mantengan como auténticas
prácticas científicas, siempre en pos del mayor grado de excelencia posible. Esta tarea de
cuidado gubernamental de prácticas científicas excelentes que debe emprender el
correspondiente organismo gubernamental (i.e. FONACIT), no sólo tiene como propósito
ayudar a esas prácticas en su producción del saber del mejor modo posible, sino que
también tiene como función convertir a tales prácticas en paradigmas públicos (ejemplos)
del buen quehacer científico.
La actividad de cuidado gubernamental de prácticas científicas seleccionadas consistirá
en:
(a) Estar pendiente, por una parte, de las necesidades, problemas y debilidades de las
prácticas seleccionadas, y, por la otra, de sus logros y productos. La observación
resultante se verterá en un expediente activo y siempre actualizado correspondiente a
cada una de esas prácticas científicas. Este proceso de observación no puede consistir
en un simple llenado de planillas por parte de los investigadores con información
cuantitativa sobre su trabajo. Debe ser el resultado de un proceso de observación directa
de dichas prácticas y comprensión clara de sus necesidades y de sus logros. Es decir, la
organización encargada del cuidado gubernamental de prácticas científicas
seleccionadas debe ir a la sede física de la práctica para “estar pendiente” y cuidar.
(b) El conocimiento adquirido sobre las necesidades y dificultades de las prácticas
servirá para tomar las acciones del caso (financiamiento, vinculación con otras instituciones,
publicación de resultados, etc.). De nuevo, la organización encargada del cuidado
gubernamental de prácticas científicas seleccionadas no esperará que los “interesados”
soliciten financiamiento u otro tipo de ayuda, ella se encargará de promover el apoyo
necesario.
(c) El conocimiento adquirido sobre los logros y productos de las prácticas servirá para
la divulgación del mismo y para el otorgamiento de premios y reconocimientos
(preferiblemente otorgados a unidades académicas y a grupos de investigación, sólo muy
excepcionalmente a individuos)
La tarea de cuidado gubernamental de prácticas científicas debe estar en manos de una
organización (dependiente de FONACIT o directamente del Ministerio de Ciencia y
Tecnología estrechamente relacionada con aquélla que se encarga de la evaluación y, de
nuevo, deber estar dirigida por auténticos académicos con formación integral universitaria
que tengan la preparación necesaria para coordinar esa delicada tarea de cuidar las prácticas
científicas.
Aparte de las medidas generales hasta aquí mencionadas, proponemos la creación de ciertos
procesos destinados a detectar y definir problemáticas específicas que requieran el
tratamiento científicotecnológico de grupos calificados. Aquí pueden comprenderse
aquellas iniciativas que ya están en marcha por parte de los FUNDACITE y de otros
organismos gubernamentales (bajo una estricta evaluación de las mismas). Otras de las
problemáticas detectadas serán sometidas a procesos de licitación mediante los cuales el
gobierno apoye y financie proyectos de carácter tecnológico que requieren una alimentación
científica directa y que estén destinados a resolver problemas específicos detectados por el
Estado.
Después de dibujar la anterior panorámica referente a las condiciones de una política de
Estado referente a la actividad científica, podemos volver con nuestro tema inicial; a saber:
la “misión ciencia”.
4.3 Cómo invertir los fondos de la misión ciencia
Tal como lo expresamos en la “Introducción General” de este documento, creemos que la
misión ciencia debe ser entendida como un esfuerzo tendente a la resiembra de la actividad
científica en Venezuela. Ahora, después del camino recorrido por nuestro discurso, se puede
entender lo que queremos decir con la frase “resiembra de la actividad científica en
Venezuela”. Pensamos que el dinero disponible dentro de la “misión ciencia” debería ser
usado para brindarle un primer impulso a las “posibles medidas gubernamentales que
podrían contribuir a sanar la actividad científica venezolana”, esbozadas en la sección
§4.2.3 de este escrito. El orden jerárquico que se usaría para distribuir el dinero sería el
expresado a lo largo de nuestro texto. La forma específica de la distribución dependerá de
las condiciones y posibilidades de las diferentes regiones del país.