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Hace tiempo (y no es un chiste)

vivió un ser de mirada triste.

Villa Quién fue el lugar


donde el Grinch escogió morar.

Los felices “quienes” ahí vivían


y el Grinch con ellos reñía.


No se reía, siempre enojado,


le gustaba estar amargado.

La Navidad, sin explicación


odiaba de corazón.

Un diciembre muy helado


se sintió el más malvado


y a la bella Nochebuena

quiso quitarle lo buena.

Esa linda noche mágica


decidió volverla trágica.


“Nadie la disfrutará


y el pueblo entero llorará 


cuando vea mi travesura


que nadie espera sea tan dura.


Ash, cómo odio pensar


que mucho amor se van a dar



y todos juntos de las manos


se querrán como hermanos.

Mira, Santa barrigón,


me caes mal por cachetón


y estropear quiero tu plan


(ni creas que soy tu “fan”):


que nadie quiera a tus duendes


para ver si así aprendes
a

no ser tan buena gente


y querer tanto a la gente”.

En eso al Grinch se le ocurrió


una muy mala idea y sonrió.


“La Navidad debo evitar,


que no se pongan a cantar,

que los niños no hagan ruido 


y que caigan en olvido;


que no sean felices 


y se llenen de lombrices.



Ja, los quienes quieren fiestas

y yo seré su aguafiestas”.


De Santa Claus se disfrazó


y a su perro convirtió


en un reno narizón.

Con gran prisa entró a un hogar



y su plan puso a actuar.


Con el rostro deformado


y el corazón más malvado 


los dulces y los regalitos, 


la comida, el arbolito


todo junto lo robó


y en su bolsa lo escondió:


bicicletas y paletas,


muñecas y patinetas, 


el suave vino y el pavo...


lo robó y dijo “Bravo”.

En eso lo sorprendió


una niñita que vio


lo que hacía el malvado ladrón 


y con ternura dijo al bribón:


“Santa, no te lleves todo.


Quiero jugar y así no hay modo.

Por fa, querido Santita,


te prometo ser buenita,


pero no tomes mi bota


ni mucho menos mi pelota”.


El Grinch inventó una razón


y la niña de buen corazón 


le creyó a quien vio disfrazado


de Santa, el viejito adorado.


“Mira chiquita”, el malo mintió,


“de tu árbol la luz se fundió.


Me lo llevo a arreglarlo


y vendré a regresarlo”.

La niña contenta quedó


y el muy cruel a otra casa partió.


De esa también se robó


lo que en ella bonito encontró:


en toda la villa de “quienes”


hurtó los regalos y bienes


que a todos harían felices


y al faltarles, infelices.

Luego corrió a su casa sombría


a esperar que llegara el día.


“Navidad hoy por fin no tendrán


y reiré de cómo llorarán”.

Pero en eso un sonido oyó


que de veras su mente turbó.


Eran risas y cantos de gozo...


¡celebraban con gran alborozo!

El Grinch entendía muy poco


o todos estaban muy locos


o sin comer y sin regalar



podían igual festejar.


Así, Navidad no estaba en las tiendas


ni en las manos de Santa las riendas


de hacer que la gente del mundo


se diera cariño profundo.

El Grinch así lo entendió


y ser bueno por fin decidió;


regresó los juguetes con prisa


y en mil caras brotó una sonrisa.


Lo mejor es que con esa lección


al Grinch se le curó el corazón


y se puso a reír y a bailar


y aprendió desde entonces a amar.

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