Por una educación

Michael Tavera Osorio

(Re)crearse en el saber psicagógica para la
invención de sí Doctorado en Educación

Fotografía: David Nebreda


Hoy desperté de nuevo sintiendo que mi
cuerpo no me pertenece. Pero no es solo mi
cuerpo: siento que a lo que llaman yo tampoco
es mío y que nada de lo que dicen que soy lo
he creado yo. “Vivir no es otra cosa que arder
en preguntas”, diría Artaud. Si es así, mi
existencia es un fuego que cada día se
enciende más. ¿Me ves? Yo también me veo.
¿Me sientes? Yo no. Y de ahí surgen todas mis
preguntas; y de ahí se esfuman todas mis
respuestas. En este momento soy un niño. Me
han dicho que tengo que ir a la escuela: tal vez
allí pueda sentirme propio. Error. En un mundo
creado en mi mente no hay lugar para la
matemática, para la geografía… al menos no
como prioridad. Y en un cuerpo que no siento
mío no hay espacio para la disciplina… al
menos no en ninguna de sus formas. No podré
dominar algo que no siento que me pertenece.
La extracción de la piedra de la locura - El Bosco
Foucault (2010) afirmó que el cuerpo es como
un lugar sin recurso al cual uno está
condenado, pero mi condena aún no
encuentra su asidero, y mientras tanto siento
que solo soy un alma perturbada. Tal vez por
eso me llaman incomprensible; quizás esa es
la razón por la que me dicen loco.
Guardé por mucho tiempo la esperanza de
encontrar un lugar que habitar en la escuela;
sin embargo, la pedagogía y yo nunca nos la
llevamos bien, por las razones que mencioné
antes. Para usted podrá sonar
incomprensible, porque usted es cuerpo. El
problema de la educación es que siempre ha
sido pensada por y para los que piensan y
sienten como usted, y eso no está mal si al
momento de nacer tuviéramos la garantía de
la uniformidad.
La diferencia no ha sido olvidada, sino que
esta ha sido precisamente la vara por la
cual se mide la normalidad (Foucault, 2007),
el punto de referencia para no caer en el
desvío. El lenguaje es para mí, y los que
son como yo, lo apolíneo y lo dionisiaco, lo
erótico y lo tanático… Sus formas
constituyen la clasificación de nuestra
existencia, la excusa de la religión, la
familia, la medicina y la educación para
llamarnos anormales, de ubicarnos para
siempre en los regímenes de los enfermos y
así robarnos nuestro discurso, y así
robarnos nuestra vida; pero el lenguaje
también es la única posibilidad que tengo de
sentir que algo de mí me pertenece, al
menos cuando canto o cuando escribo,
cuando estoy en la cocina y tomo un libro
de recetas y creo cosas nuevas, y entonces
me (re)creo a mí mismo.
Ser niño es difícil. Ser un niño como yo lo es
más aún. La infancia es la experiencia
muda (Agamben, 2007), la manera en la
que me es expropiada la experiencia incluso
así ya pueda hablar. ¿Y cuál es mi
esperanza? No lo sé. Solo sé que mi
existencia no es otra cosa más que una
forma de aparecer en el mundo (Bárcena,
2006). Tal vez alguien con voz piense igual
que yo. Pronto encontraré ese lugar en el
que pueda hayar mi asidero, en el que
pueda educar lo único que siento propia: mi
alma. Porque más que disciplinar mi cuerpo,
mis fuerzas radican en aprender a vivir, y
ahora sé que mi esperanza está puesta en
moldear mi propia existencia. Tal vez los
griegos, que saben tanto, podrían darme
una pista. La psicagogía: empecemos por
ahí (Foucault, 1987).
Agamben, G. (2007). Infancia e
historia. Ensayo sobre la
destrucción de la experiencia.
Buenos Aires: Adriana Hidalgo
Editora.

Bárcena, F. (2006). Una diferencia

inquietante: diario de un
aprendiz. En Teoría de la
educación,18, p. 135-152.

Foucault, M. (1987). Hermenéutica

del sujeto. Madrid: Ediciones de
La Piqueta.

--------------- (2007). Los

Anormales. Buenos Aires: Fondo Curso: Seminario Pensamiento
de Cultura Económica. Narrativo.

--------------- (2010). El cuerpo Docente: María Nancy Ortiz Naranjo

utópico. Las heterotopías. Buenos
Aires: Nueva Visión. 2019