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Definiciones.

Palabras claves: Trauma, traumatización vicaria-estrés traumático secundario,psicología jurídica-


forense,autocuidado.

1. Trauma.

Desde el punto de vista científico, el trauma psicológico estuvo sesgado durante mucho
tiempo al concepto freudiano de trauma y recién en 1980, en ámbitos académicos, se llegó a
considerar al actual concepto de trauma, a partir de la inclusión en el DSM III del diagnóstico
de TEPT. Es decir que el concepto moderno de trauma comienza en el año 1980 en que se
estableció el diagnóstico del TEPT en el sistema del DSM (Diagnostic and Statistical Manual de
la American Psychiatric Association) que establece el diagnóstico de estrés postraumático
como las reacciones psicológicas que tiene un individuo expuesto a situaciones que están
fuera de lo cotidiano, aunque esta definición ya ha variado con el DSM IV y posteriormente en
el DSM V. De esta manera podemos afirmar que el concepto de trauma, su diagnóstico, los
mecanismos de acción y tratamiento está en plena evolución. La aplicación de estudios
complementarios de alta tecnología, tales como las tomografías por emisión de positrones
permitieron ir conociendo con mayor precisión los mecanismos fisiológicos implicados. El
estudio del trauma complejo aun promete ser uno de los campos de desarrollo más
importantes en los próximos años. El avance de los tratamientos tradicionales y el desarrollo
de nuevos abordajes es permanente. En el año 80 se formuló el diagnóstico de TEPT para su
inclusión en el DSM III al capturar nosológica y fenomenológicamente la psicopatología
asociada con la traumatización en adultos. Numerosos estudios han demostrado que la
construcción diagnóstica de TEPT es clínicamente relevante para los individuos que han
sufrido incidentes traumáticos únicos, tales como violación, ataques físicos, tortura y
accidentes automovilísticos (Golçalvez Boggio 2014)

De acuerdo al DSM-5, trauma es definido como cualquier situación en la que una persona se
vea expuesta a escenas de muerte real o inminente, lesiones físicas graves o agresión sexual,
ya sea en calidad de víctima directa, cercano a la víctima o testigo. El CIE-11, próximo a ser
publicado, lo conceptualiza como cualquier exposición a una situación estresante de
naturaleza excepcionalmente amenazante u horrorizante que probablemente producirá un
malestar profundo en la mayoría de las personas. (Rodrigo A. Figueroa et al 2016)

Finalmente, luego de algunos rodeos teóricos, en “Más allá del principio del placer”, junto con la
conceptualización de la pulsión de muerte, el trauma queda establecido como concepto en la
teoría psicoanalítica (Freud,1984).Para explicarlo, Freud utiliza allí una metáfora biológica: lo
define como un peligro económico para el aparato, un cúmulo de grandes cantidades que
aparecen e irrumpen sorpresivamente rompiendo la “barrera protectora” de una supuesta
vesícula viviente. Dicha barrera es equivalente a la realidad psíquica establecida por Freud,
también llamada memoria en otros textos. El trauma, pulsión de muerte, a partir del texto
mencionado se define en relación y correspondencia con la realidad psíquica. Cuando ésta última
no protege o fracasa, el trauma surge como un peligro económico para el aparato que se
manifiesta sin aviso, señal ni preparación. De esta concepción se deduce la función de la memoria:
recordar y recortar el pasado para evitar la presencia violenta y siniestra del trauma. Para acentuar
su temporalidad disruptiva, Freud también denomina al trauma (en la “Conferencia 32”) o al
instante traumático, como una cantidad pulsional excesiva para el aparato psíquico, algo que
sobrepasa cierto límite y, en tanto tal experiencia no puede ser simbolizada. El trauma, pulsión de
muerte, perturbación económica, tiende a repetirse dolorosa e indefinidamente como una
compulsión, un eterno retorno de lo mismo. Con esta nueva concepción, cae el principio del placer
como aquel que gobierna exclusivamente lo psíquico;

En vista de estas observaciones relativas a la conducta durante la transferencia y al destino fatal


de los seres humanos, osaremos suponer que en la vida anímica existe realmente una compulsión
de repetición que se instaura más allá del principio del placer (Freud,1984 p. 22).

¿Cómo hacer para que un trauma no retorne compulsivamente en lo psíquico, en un doloroso


presente que no cesa? Para vivir es necesario el olvido y el trauma se opone a tal dimensión.
Paradójicamente, el recuerdo representa la posibilidad que tiene el aparato de producir el olvido,
pues aquello que se repite en acto, afirma Freud, no se recuerda: “el analizado no recuerda, en
general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino
como acción; lo repite, sin saber, desde luego que lo hace” (Freud,1984 p. 152). Para que eso
doloroso no retorne como eterno presente es necesaria la realidad psíquica, la
memoria.(Merlin,2018)

A lo largo de la historia de la psiquiatría ha habido discusiones acerca de la etiología del trauma: si


sus causas eran orgánicas, psicológicas o sociales; si el origen de la enfermedad estaba en el
suceso traumático en sí mismo o si se necesita una vulnerabilidad preexistente; si el trauma era el
evento en sí mismo o la interpretación subjetiva que el individuo le otorga. La etiología y
sintomatología del trauma ha sido adjudicada y formulada por las teorías psiquiátricas en
consonancia con el pensamiento dominante de cada época. La variedad del desarrollo teórico,
demuestra que la noción de trauma es inherente a la complejidad de la existencia humana y aún
no cuenta con un consenso conceptual. Actualmente, el trauma es considerado una experiencia
que pone a prueba la integridad de las personas y que suele estar asociado a acontecimientos
inesperados e incontrolables que, producen emociones extremas, confusión Y
ambivalencia,(Sasson,2004)…

Normalmente, tiene efectos sobre la concepción de seguridad, invulnerabilidad y control de la


propia vida y provoca desconfianza en sí mismo y en los demás. Se trata de un suceso difícil de
compartir con otras personas e incomprensible para los demás, lo que disminuye la posibilidad de
que el sujeto pueda hacerle frente (Pérez, 2006).

Así pues, un suceso traumático es un acontecimiento para el cual no estamos preparados, porque
no se encuentra entre las experiencias vitales habituales. Por lo que la gravedad de este suceso y
la ausencia de respuestas adecuadas para hacerle frente, derivan en un impacto psicológico de
gran intensidad. Se consideran situaciones traumáticas: las agresiones sexuales, actos de
terrorismo, tortura, secuestro, desastres naturales… (Martínez, 2010)
Del mismo modo, una vez se ha vivido una situación traumática, las personas tienden a
percibir una sensación constante de incertidumbre acerca de lo vivido, es decir que la
concepción de real se ve distorsionada, lo cual provoca dudas en la víctima sobre la veracidad
de lo padecido (Kaufman, 1998).

Por otro lado, la magnitud del impacto psicológico dependerá de la intensidad de la


experiencia vivida y de las condiciones vitales de cada persona, de las defensas con las que
cuente y del sentido y significado que le dé al acontecimiento. Teniendo en cuenta todo lo
anterior, las características que definen el trauma podrían enumerarse de la siguiente manera
(Martínez, 2010):

a Es una situación extraordinaria compartida con pocas personas o con ninguna.

b. Suele provocar la movilización pública o privada.

c. Situación representada por roles sociales específicos: víctima, héroe, verdugo.

d. Normalmente supone un peligro para la propia vida y va acompañado de una pérdida.

e. La percepción de la persona es que se siente sola, única e incomprendida.

f. Muy pocas veces es percibido por lo demás.

g. Es vivido como algo impactante, inesperado y que puede sucederle a los demás pero no a
uno mismo. Finalmente, merece la pena destacar que a pesar de singularidad de la situación
vivida y la heterogeneidad de los sucesos traumáticos, las personas que han padecido estas
situaciones muestran un perfil común respecto a los efectos que esta situación ha tenido
sobre ellos y que según Puchol (2001) se pueden clasificar en tres bloques:

1. Re – experimentación del suceso traumático: Flashbacks. Sentimientos y sensaciones


asociadas por la persona a la situación traumática. Pesadillas. Sobre el evento u otras
imágenes asociadas al mismo son recurrentes en sueños. Reacciones físicas y emocionales
desproporcionadas ante acontecimientos asociados a la situación traumática.

2. Incremento de la activación: Dificultades para conciliar el sueño/ híper vigilancia.


Problemas de concentración. Irritabilidad, impulsividad y/o agresividad.

3. Evitación y bloqueo emocional:  Intensa evitación, huida, rechazo hacia situaciones,


lugares, pensamientos, sensaciones o conversaciones asociadas al suceso traumático. Pérdida
del interés. Bloqueo emocional y/o aislamiento social. Estos síntomas post – traumáticos
pueden prevalecer en el tiempo o ir desapareciendo poco a poco.
Traumatización vicaria:

La traumatización vicaria “es la presentación de síntomas relacionados con estrés postraumático


en quienes apoyan a personas afectadas por una experiencia traumática, como en el caso de la
violencia intrafamiliar. Se desarrolla como resultado de la exposición, breve o prolongada, a los
traumatismos de la otra persona, combinada con la empatía que el trabajador siente hacia esta
persona y con sus propias experiencias dolorosas aún no integradas en su vida”(1). El trastorno de
estrés postraumático no es una enfermedad mental; sin embargo, permite observar las
consecuencias normales de vivir una situación anormal; así, en Agotamiento emocional Como
consecuencia de fracasar al intento de cambiar las situaciones que le originan estrés, la persona
presenta pérdida de energía, desgaste emocional, agotamiento, fatiga, irritabilidad, pérdida del
disfrute de las tareas, insatisfacción laboral. Despersonalización o deshumanización Constituye la
parte medular del burnout; su aparición se origina en el fracaso ocurrido en la fase anterior y
constituye además una manera en que la persona busca protegerse frente a la indefensión,
impotencia y desesperanza emocional. Así mismo, esta etapa se caracteriza por el distanciamiento
afectivo, estados de depresión, actitudes negativas, insensibilidad, trato impersonal e indiferente
hacia los demás (incluidos los usuarios, familiares, compañeros de trabajo, etc.). Abandono de la
realización personal En esta etapa, la persona autoevalúa negativamente su propio trabajo, siente
que ha perdido el significado y valor que tenía; aparecen además sentimientos de fracaso,
inadecuación e insatisfacción respecto a sus logros, llegando a apartarse de las actividades, tanto
familiares, sociales como recreativas. Dado que el síndrome de burnout es un proceso continuo,
cuya aparición es paulatina hasta llegar a instaurarse en la persona (Garcés de los Fayos, citado
por 6; 9), es posible de ser tratado adecuada y oportunamente, mas de no tomar las precauciones
apropiadas puede desencadenar la aparición de un cuadro de depresión, el que paralelamente y a
manera de círculo vicioso, facilitaría que el síndrome de burnout continúe instalándose. Ahora
bien, los síntomas relacionados al trastorno de estrés postraumático enfrentado por las propias
víctimas pueden desencadenarse en los prestatarios debido a la fuerte carga traumática
ocasionada durante la atención en tanto se da una reiterada confrontación con la violencia, el
abuso y el dolor humano; cuando esto ocurre se denomina traumatización vicaria, traumatización
secundaria o desgaste por empatía.

Sintomatología:

La traumatización vicaria al igual que el trastorno por estrés postraumático presenta síntomas
característicos, tales como:

Reexperimentación de los acontecimientos traumáticos manifestados a través de pesadillas,


sueños y recuerdos recurrentes e intrusos; ello ocasiona a su vez temores, malestar, angustia.
Además, ante cualquier estímulo interno o externo que simbolicen o recuerden el episodio
traumático, la persona sentirá un intenso malestar psicológico, así como respuestas de tipo
fisiológico. Evitación y embotamiento de la reactividad general.La persona realizará un gran
esfuerzo por evitar sentimientos, pensamientos y/o conversaciones relacionadas al evento
traumático; también evitará actividades, lugares o personas que le recuerden el traumatismo.
Es característica la disminución del interés o participación en actividades significativas y
aparecerán sentimientos de desapego o enajenación de los otros. Su vida afectiva sufrirá
restricciones y tendrá la sensación de un futuro acortado, así como la falta de esperanza.

Se observa un estado de alerta incrementado, frecuentemente la persona tendrá dificultades para


conciliar o mantener el sueño; presentará irritabilidad o explosiones de ira y tendrá dificultades
para concentrarse. Se mantendrá además en estado de hipervigilancia, presentando respuestas
exageradas de sobresalto.

Consecuencias:

Entre las repercusiones ocasionadas por la traumatización vicaria figuran la aparición de un estado
permanente de ansiedad y miedo, sentimientos de culpa, frustración, impotencia, actitudes de
irreverencia, estado de depresión, deterioro en las relaciones interpersonales, insatisfacción y bajo
desempeño laboral, entre otros (; Blair y Ramones, 1996).

Leonore Walker( 1993)enfatiza que los profesionales que brindan atención a mujeres víctimas de
violencia que se ven afectados por la traumatización vicaria suelen tener manifestaciones, como el
sentir angustia cuando observan que la víctima no optó por decisiones adecuadas; también, suelen
impacientarse o se disocian al escuchar los testimonios y, en algunas oportunidades, pueden llegar
a sentir mayor empatía y hasta identificación con el agresor. Adicionalmente, sienten extrema
preocupación respecto a su propia seguridad y les invade una profunda tristeza al tener la
convicción de no ser un buen profesional, por lo que suelen no querer retornar al trabajo. Los
profesionales de la salud que brindan atención a víctimas de violencia sexual son vulnerables a
experimentar traumatización vicaria, por cuanto no se puede ser testigo de la tragedia en
aislamiento (Sharratt S, 1992)y precisamente ellos se convierten en depositarios de historias de
abuso traumáticas y dolorosas y en testigos de la vulnerabilidad humana.(Ojeda,2006)

La identificación del concepto específico de traumatización vicaria fue realizada por McCann y
Pearlman en 1990 para referirse a síntomas traumáticos sufridos por los profesionales (policías,
bomberos, personal sanitario, psicólogos, trabajadores sociales y voluntarios) que integran
equipos que trabajan con víctimas que sufren violencia extrema. La traumatización vicaria, tal y
como explica Sassón (2004), “alude a la transmisión del estrés traumático mediante la exposición
repetida, auditiva o visual, al relato de eventos traumáticos sufridos por otro individuo y las
consiguientes modificaciones/distorsiones que tienen lugar en los sistemas perceptual y de
sentido del profesional”.

Armayones (2007) afirma: Es el efecto de experimentar, vivenciar, de vivir la angustia, el dolor, el


miedo y cualquier otra emoción negativa de las que viven las personas a las que se está ayudando,
es la exposición secundaria al trauma y la implicación emocional a las experiencias traumáticas de
los usuarios. El término traumatización vicaria se refiere a una situación puntual que aparece
inesperadamente y sin demasiado aviso, a un estado que se pude ir repitiendo a lo largo del
tiempo con unos efectos acumulativos y permanentes; que tendemos a concebir más como una
reacción a acontecimientos concretos que a un proceso. Además de ser un acontecimiento
concreto e inesperado, tal y como dice Vila (2010), “los cambios que se dan ante la traumatización
vicaria son únicos para cada profesional y dependen de su personalidad, estilo defensivo y
recursos propios”. Los autores que han trabajado este tema describen la existencia de cambios
generales y específicos en la conducta personal de los profesionales. En cuanto a los cambios
generales, se encuentran con una falta de tiempo para uno mismo, aislamiento social, sensibilidad
aumentada a la violencia, cinismo, desesperanza generalizada, pesadillas, entre otros. Por lo que
se refiere a los cambios específicos, se dan: disrupciones en el esquema referencial, cambios en la
identidad, la perspectiva del mundo, recursos del yo afectados, disrupción de las necesidades
psíquicas y los esquemas cognitivos, alteraciones en las experiencias sensoriales (imágenes
intrusivas, disociación, despersonalización), entre otros. (Ayuso & Ruiz, 2010) De este modo, el
trauma vicario se asocia a trastornos y cambios sufridos en los esquemas cognitivos que el
terapeuta tiene, los cuales se clasifican en cinco áreas: la seguridad (sentirse seguro del daño
perpetuado por uno mismo y por los demás), la confianza y la dependencia (ser capaz de
depender y confiar en los demás y en uno mismo), la autoestima (sentirse valorado por los demás
y por uno mismo, y valorar a los demás), la intimidad (sentirse conectado a los demás y con uno
mismo) y el control (la necesidad de ser capaz de “aceptar y gestionar” los sentimientos y
comportamientos propios, así como los de otros), cada una representando una necesidad
psicológica y experimentándose en relación con el “sí mismo” y con el otro (Morales, Gallego &
Rotger, 2008). El proceso cognitivo derivado del trauma vicario puede nublarse, realizándose
diversidad de conductas negativas a nivel personal y profesional: trabajar en exceso, dificultad
para tomar decisiones, pérdida de sensibilidad a las propias necesidades, falta de interés por los
demás, entre otras (Vila, 2010). En el momento en que se da el trauma vicario pueden
evidenciarse una serie de factores que contribuyen a que este acontecimiento se produzca. Estos
factores pueden clasificarse desde la contribución de los diferentes agentes que interaccionan en
el proceso de traumatización vicaria.

Vila (2010) los clasifica según la contribución de las organizaciones, de los usuarios y del propio
profesional:

Contribución a la traumatización vicaria desde las organizaciones: no dar respiro al persona, no


dar suficiente supervisión calificada, negar la gravedad de las consecuencias traumáticas de los
pacientes,no dar oportunidades de educación continua,n o dar suficientes vacaciones, no
encontrar formas de que el personal tenga psicoterapia.

Contribuciones a la traumatización vicaria desde nuestros pacientes: multiplicidad de


problemáticas y limitación de recursos propios, la crisis de la experiencia traumática reciente, su
idealización positiva o negativa respecto del profesional, los peligros que actualmente enfrentan.
El terror y la vergüenza que los paraliza, la indefensión y la vulnerabilidad de los pacientes niños,
conductas destructivas, odio, desesperación y deseos de suicidios crónicos.

Contribuciones a la traumatización vicaria desde los profesionales: Expectativas no realistas de la


profesión, una historia personal de trauma que puede ser movilizada por el material del paciente y
que puede hacerlo a uno particularmente sensible a ciertas transferencias o expectativas de los
pacientes, creencias infundadas sobre el valor del estoicismo o la supuesta neutralidad que
determina que el profesional se avergüence y silencie sus sentimientos. o estrategias personales
de vida que no ayudan o tienen mucho costo psíquico (adicciones, aislamiento, disociación),
circunstancias actuales de vida estresantes, trabajar en áreas en las que el profesional tiene
insuficiente entrenamiento o una comprensión teórica inadecuada de las problemáticas, rechazo a
utilizar supervisiones o consultas en un esquema de educación continua. o ser nuevo en el campo
del trauma. Finalmente, hay que nombrar cuales son los signos con los que puede evidenciarse
que los profesionales de la emergencia son tan humanos como cualquier otra persona, lo que
significa que pueden verse tan afectado como cualquier otra persona ante determinados
estimulantes. Se ha de saber que la mayoría de dichos profesionales en el momento de la
intervención tienden a revestirse de una “coraza”, no obstante, una vez transcurre la intervención
esta actitud protectora tiende a desaparecer y dar paso a los signos que indican la existencia de un
estado de estrés agudo derivado el impacto psicológico con la vivencia de la intervención. Los
signos y síntomas incluyen, pero no se limitan a, aislamiento social, inestabilidad emocional,
agresividad, mayor sensibilidad a la violencia, los síntomas somáticos, dificultades para dormir,
imágenes intrusivas, el cinismo, las dificultades sexuales, dificultad para la gestión de las fronteras
con los clientes, y creencias fundamentales y que resulta dificultades en las relaciones que reflejan
problemas con la seguridad, la confianza, la autoestima, la intimidad y control.

Tal y como nombra Parada (2005), “los signos que nos pueden resultar perceptibles son tan
diversos como:

_ A nivel fisiológico: Fatiga, tensión, opresión en el pecho, dolor de cabeza o espalda, mareos,
escalofríos, temblor, respiración entrecortada, etc.

_ A nivel cognitivo: Confusión, desconcierto, hipervigilancia, búsqueda de culpables, problemas


para tomar decisiones, pensamientos intrusivos o recurrentes, disminución en la capacidad para
solucionar problemas o para hacer razonamientos, falta de concentración, etc.

_ A nivel afectivo: Tristeza, culpabilidad, miedo, ansiedad, agitación, irritabilidad, cólera,


aprehensión, shock, indefensión, etc.

_ A nivel motor: Retraimiento, comportamiento antisocial, incapacidad de descansar, movimientos


deambulantes, habla acelerada y balbuceante, apetito alterado, consumo de alcohol,
tranquilizantes, etc.
Estrés traumático secundario.

El estrés traumático secundario se define, según Figley (1983), como aquellas emociones y
conductas resultantes de enterarse de un evento traumático experimentado por otro. Así, los
desastres pueden afectar a nivel psicológico a una amplia gama de personas: aquellos
directamente afectados, aquellos indirectamente afectados (v.gr. testigos, familiares...) y los
ayudantes y trabajadores de rescate. Es en estos últimos casos donde el estrés es una de las
mayores causas de enfermedades y si no se reconoce, el estrés acumulado puede llevar a serios
trastornos. Sin embargo, en algunos casos, el fuerte carácter de las organizaciones de rescate
puede dificultar a los sujetos el reconocimiento de sus problemas sin sentirse estigmatizados.

Desarrollo del concepto

El primer autor en hacer mención sobre este fenómeno es Figley en 1983, quien lo nominó como
tensión traumática secundario para hacer referencia al “coste de preocuparse por los otros o por
su dolor emocional” (Moreno-Jiménez, B. y otros; 2004, p.216). Posteriormente el mismo autor
(Figley, 1983) restituye el término y lo define estrés traumático secundario como el conjunto de
“Aquellas emociones y conductas resultantes de entrar en contacto con un evento traumático
experimentado por otro” (Matto, R y Tejera, I; 2016, párr. 3).Por otra parte, Cazabat (2002, 2009)
plantea que hay profesiones que están más expuestos al desgaste emocional por su propia
actividad; como es el caso de lo profesionales de la salud, más específicamente los
psicoterapeutas que se enfrentan a materiales estresantes de los pacientes. Este mismo autor
también utiliza el término de “desgaste por empatía” para referirse al mismo fenómeno, al que
agrega la presencia de intensos sentimientos de empatía y deseo por ayudar al otro. (citado por
Alecsiuk, B; 2015, p. 43) En 1992 Joinson, identifica el síndrome de Fatiga por compasión o estrés
por compasión como la respuesta a nivel físico, emocional, espiritual y social, presente en el
personal de enfermería donde trabajan con pacientes que atraviesan una enfermedad que
amenaza su vida (Hernández García, M.C; 2017, p. 54). Según Bride (2004) define el estrés
traumático secundario como secuela a la exposición secundaria a un evento traumático
equivalente al que fue vivido por otro de forma directa. (citado por Montero, F; 2014, p. 28).
Históricamente los estudios sobre estrés traumático secundario lo han ido denominado con
diversos sinónimos: traumatización secundaria (Follette, Polusny & Milbeck, 1994), persecución
secundaria (Figley, 1982), tensión secundaria traumática (Figley, 1983, 1985, 1989; Figley &
Stamm, 1997), traumatización vicaria (McCann & Pearlman, 1990; Pearlman & Saakvitne, 1995a),
sobreviviente secundario (Remer & Elliott, 1988a; 1988b); como también han surgido conceptos
similares y dependientes de los contextos en los que el fenómeno se desarrolla; aparece el
“contagio emocional” (Miller, Stiff & Ellis, 1988) como el proceso afectivo donde un individuo que
observó el sufrimiento de otro, experimenta lo que el otro emocionalmente vivió; para contextos
donde se transitan vivencias de violación se utiliza el concepto de “crisis de familia” (Erickson,
1989; White & Rollins, 1981); efectos de proximidad que sufren allegadas a veteranos de guerra
(Verbosky & Ryan, 1988), estrés del cuidador (Caregives Stress, Hankin, Abueg, Murphy, 1993) en
trabajadores sociales y cuidadores. (citados por Moreno-Jiménez, B. y otros, 2004, pp. 69-70)
Todos estos términos refieren al mismo fenómeno que produce un tipo de desgaste laboral,
afectando a profesionales que se dedican a cuidar de otros que experimentan eventos
traumáticos; al decir de Figley (1983) el estrés traumático secundario refiere a un desajuste en el
profesional debido a su implicación empática con la víctima y a la exposición indirecta al evento
traumático que está ha vivido. (Guerra, C. & Pereda, N; 2015, pp 178- 179). Otros autores señalan
la capacidad empática del profesional como un elemento clave para que se desarrolle el estrés
traumático secundario. Figley (1995) plantea que a través de está habilidad empática debe
producirse una identificación con la víctima que genere un contagio emocional , a lo que él llamó
“estrés por empatía” o “estrés por compasión”, resultando del deseo de ayudar a otros y sintiendo
satisfacción por hacerlo. En este sentido se presenta una dificultad en el profesional cuando la
exposición a la situación que provoca estrés por empatía es prolongada y se genera una
sobreidentificación con la víctima, surgiendo síntomas de estrés postraumático. (Guerra, C. &
Pereda, N; 2015, p 179). A partir del establecimiento del cuadro clínico de Trastorno de Estrés
postraumático en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (abreviado DSM)
por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA;1980) en su tercera edición se diagnostica el
trauma psicológico desde el área de la Psicología y la Psiquiatría, donde surgen investigaciones que
diferencian el estrés traumático generado de forma indirecta o secundario en el cuidador y el
directo en la víctima. (Moreno-Jiménez, B. y otros, 2004; p 217) . En el DSM-TR IV (2002) se
describe el Trastorno de estrés postraumático donde aparecen síntomas como respuesta a la
exposición a un acontecimiento estresante y extremadamente traumático, vivenciado como un
hecho peligroso o de amenaza para su integridad física o de otras personas, como también puede
ser testigo a través de familiares o personas cercanas de acontecimientos que implican muertes
inesperadas o violentas, daño serio, peligro de muerte, heridas graves. Se debe tener presente que
a partir del DSM-TR IV (2002) la relevancia del diagnóstico cae sobre la respuesta que tiene la
persona al acontecimiento y no en la necesidad de diferenciar si se da ante una exposición directa
o secundaria. Se manifiesta en reacciones de temor, desesperanza u horror intenso, en el caso de
niños se refleja en un comportamiento desestructurado o agitado. (p. 518).

Des Según Redondo, Depaoli y D‟Onofrio (2011) citando a Figley sugieren que el Síndrome de
Desgaste por Empatía (SDPE) generalmente se presenta en los profesionales o personas que
brindan atención y cuidados a personas que sufren. En este espacio se refiere a médicos,
psicólogos, enfermeros o personas que atienden a familiares con enfermedades. En sus estudios
se ha observado que los profesionales que trabajan con los traumatizados por la guerra, por
ciertos desastres naturales o a quiénes son víctimas de delitos violentos manifiestan, de alguna
forma, los mismos síntomas que sus pacientes. Con relación a esto Figley (1995) sugiere que
muchas veces esto se relaciona con el costo que padece el cuidador de otros que se encuentran en
algún tipo de sufrimiento ya sea emocional o físico. Así mismo Figley citado por Rothschild (2006)
sugiere que Compassion Fatigue o desgaste por empatía es un término que de forma general
puede aplicarse a cualquiera que sufra a causa de haber servido a otra persona que se encuentra
en un estado de necesidad. De la misma forma Figley (2002) citando a Figley sugiere que el
Síndrome de Desgaste por Empatía (SDPE) es un estado de tensión y preocupación constante en el
que el individuo ha acumulado una serie de traumas y se manifestarán de alguna manera en un
tiempo determinado. 7 En este sentido Figley (2002) citando al Webster Enciclopediac Unabridged
Dictionary of the English Language refiere que el desgaste por empatía se define como un
sentimiento de profunda simpatía y pena por alguien que sufre, este a su vez es acompañado de
un fuerte deseo de aliviar el dolor o de eliminar la causa que se lo provoca. Así mismo Redondo et
al. (2011) citando a Figley manifiestan que los profesionales que atienden a personas que sufren,
como médicos, psicólogos, abogados, contadores y en general todo profesional de la salud,
padecen un proceso degenerativo , una serie de síntomas relacionados directamente con los
padecimientos que presentan las personas a las que atienden. El desempeño de los profesiones de
servicio, implica se desarrolle un grado de contacto, confianza y compromiso con sus pacientes y
clientes por lo que llega a identificarse con sus estados de ánimo. Figley (1995) refiere que son
vulnerables a padecer el síntoma todas aquellas que tienen un nivel empático elevado y que han
sido expuestas a estar con individuos que sufren. No tienen riesgo de padecer el síntoma las
personas que no padecen un nivel empático elevado o quienes no estén expuestos a personas que
padecen alguna enfermedad ya sea física o mental. Según el Diccionario de la real academia
Española(2001) refiere que Empatía se define como una forma de identificación mental y afectiva
de una persona con el estado de ánimo de otra gaste por empatía.

Por su parte McHolm citado por Figley (2002) describe el desgaste por empatía como un”
cansancio emocional, físico, social y espiritual que toma a la persona y que causa un malestar en el
deseo, habilidad y energía para poder cuidar de los demás” (pag. 127) Para Smith (2009) desgaste
por empatía es un término más que una enfermedad. La diferencia entre el cuidador saludable y el
que padece el síndrome, no es que no padezcan ambos los síntomas sino mas bien lo crónico de
éstos. Según Figley citado por Redondo, et al. (2011) el síndrome de desgaste por empatía es el
resultado de las emociones y conductas naturales de estar cercano de un evento traumático
experimentado por un otro significativo. El Desgaste por Empatía puede producirse a causa de la
exposición a un o una serie de acontecimientos traumatizantes y puede aparecer súbitamente y
sin aviso.

Diferencia entre el síndrome de Burnout y el estrés traumático secundario

Una de las principales diferencias, es que el burnout emerge de forma gradual y como
consecuencia de un agotamiento emocional. Por el contrario, el desgaste por empatía surge de
modo repentino (Figley, 2005; Moreno-Jiménez et al., 2004). Luego mientras que el desgaste por
empatía es un estado, es decir que puede aparecer en una sola sesión, el burnout es un proceso,
el cual incluye: (a) una exposición gradual al desgaste laboral; (b) desgaste del idealismo y (c) falta
de logros (Figley, 2005). Por otro lado, un rasgo que define al burnout y lo diferencia de otros tipos
de estrés, es la afectación a los ideales del sujeto. Esto provoca un quiebre en las aspiraciones, los
sueños y deseos produciendo sentimientos de desilusión y frustración, dañando posteriormente el
sentimiento de realización personal. Asimismo, el burnout puede afectar la identidad profesional,
causando una crisis vocacional. De esta forma el sujeto comienza a cuestionar las razones por la
cual eligió la carrera, y/o comienza a plantearse la idea de dedicarse a otra actividad (Mussi, 2006).
Psicología jurídica- forense:

Psicología Jurídica (definición) Comprende el estudio, explicación, promoción, evaluación,


prevención y en su caso, asesoramiento y/o tratamiento de aquellos fenómenos psicológicos,
conductuales y relacionales que inciden en el comportamiento legal de las personas, mediante la
utilización de métodos propios de la psicología científica y cubriendo por lo tanto distintos ámbitos
y niveles de estudio e intervención ( Psicología aplicada a los tribunales, psicología penitenciaria,
psicología de la delincuencia, psicología judicial – testimonio y jurado- , psicología policial y de las
Fuerzas Armadas, victimologia y mediación).

La Psicología Forense se define como “toda psicología, bien experimental o clínica, orientada a la
producción de investigaciones psicológicas y a la comunicación de sus resultados, así como a la
realización de evaluaciones y valoraciones psicológicas para su aplicación en el contexto legal”
Cita Garzon según Alcazar,verdejo,Bouzo (2008).

Etimológicamente el término “forense” deriva del latín “forensis”, referido al forum de las
ciudades romanas; la plaza donde se trataban los negocios públicos y donde el pretor celebraba
los juicios. Por tanto, la palabra esta referida al “foro” o lugar donde se administra justicia. “Sitio
en que los tribunales oyen y determinan las causas” (Diccionario de la Real Academia Española).
En general, el termino Psicología forense engloba todas aquellas actividades que el psicólogo
puede realizar en el “foro”, en intervenciones específicamente solicitadas. En palabras de J. Urra
(1993) es “la ciencia que enseña la aplicación de todas las ramas y saberes de la Psicología ante las
preguntas de la Justicia, y coopera en todo momento con la Administración de Justicia, actuando
en el foro (tribunal), mejorando el ejercicio del Derecho".

Los antecedentes de la Psicología del Testimonio se remontan al origen del Derecho. En textos
griegos y romanos, se encuentran referentes a la importancia de los testimonios, el procedimiento
para su obtención y su papel en la indagación de la verdad. La Psicología Forense no es una ciencia
nueva; sus antecedentes se encuentran en los siglos XVII y XVIII, en tratados de Psiquiatría Legal y
Criminología; pero como ciencia moderna, en Europa tiene su origen entre mediados del siglo XIX
y principios del XX, atribuido al italiano C. Lombroso. Esta ciencia, según criterios del psicólogo
Urra (1993), «enseña la aplicación de todas las ramas y saberes de la psicología ante las preguntas
de la justicia, y coopera en todo momento con la Administración de Justicia, actuando en el foro
(tribunal), mejorando el ejercicio del Derecho». La Psicología Forense es la denominación que ha
recibido la vertiente aplicada de la psicología jurídica, pero se distingue en su función principal,
que es la de ofrecer funciones de soporte a las administraciones de justicia. El psicólogo forense
realiza peritajes psicológicos, función que abarca una gran cantidad de ámbitos específicos en el
marco jurídico, porque el derecho es multidimensional. El caso más insospechado puede presentar
algún problema de prueba susceptible de ser tratado con métodos psicológicos.(Rodriguez,2016)

Siguiendo a Garzon (1989), y la diferenciación que ésta establece entre psicología jurídica y
psicología forense, observamos que no solo supondrían dos enfoques diferentes en su relación
con el Derecho (filosófica vs aplicada), sino también dos concepciones distintas de la psicología
(colectiva vs individual).
En definitiva, podemos concluir que la psicología forense es la denominación que ha
recibido la vertiente aplicada de la psicología jurídica, entendiéndose que su función
principal es la de ofrecer funciones de soporte a las administraciones de justicia. El
principal requerimiento que se realiza al psicólogo forense es la elaboración de peritajes
psicológicos, función que, como ya señaló Muñoz Sabaté (1980), abarca una gran cantidad
de ámbitos específicos en el marco jurídico porque “el derecho es algo multidimensional y
omnipresente. El caso más insospechado puede presentar algún problema de prueba
susceptible de ser tratado con métodos psicológicos.”

Según cita Muñoz sobre Manzanero (2015),la Psicología Jurídica es el ámbito de la Psicología que
desarrolla sus investigaciones y metodología para mejorar el ejercicio del Derecho, en general, y la
intervención del Sistema de Justicia, en particular, entendiéndose por éste Fuerzas y Cuerpos de
Seguridad, Administración de Justicia e Instituciones Penitenciarias. De este modo, atendiendo al
interés del Derecho, cuyo fin es la regulación de la convivencia social, la Psicología puede realizar
importantes aportes como ciencia que explica la conducta.

Como se puede observar, en las diferentes definiciones existe un punto en común que da
identidad a este ramo de la psicología: el estudio del comportamiento humano en el ámbito
jurídico (contextos sociales regulados por normas legalmente establecidas). En general, se puede
entender la Psicología Jurídica como un área que, tal como lo explicó Clemente (1989), se ha
desarrollado por la necesidad de intervención en determinados ambientes, es decir, ante
demandas sociales específicas, y se ha ido consolidando en un cuerpo organizado de
conocimientos, con un uso cada vez más frecuente del método científico. Además, tal como lo
define Garrido (1994) en uno de los puntos de encuentro entre la Psicología y la ley, es importante
reconocer que la Psicología Jurídica también estudia la manera en que las normas o leyes influyen
en las personas. Así, el concepto de Psicología Jurídica debe ser entendido en un sentido amplio y
dinámico de relaciones entre la ciencia del comportamiento y la ley. Con lo anterior, y en atención
al desarrollo histórico, práctico y de investigación de la Psicología Jurídica, se propone definirla
como un área de la Psicología encargada de describir, explicar, predecir e intervenir sobre el
comportamiento humano que tiene lugar en el contexto jurídico, con la finalidad de contribuir a la
construcción y práctica de sistemas jurídicos objetivos y justos. Desde esta perspectiva, el
comportamiento humano se concibe como un conjunto que incluye no sólo la conducta fácilmente
observable, sino también los procesos cognoscitivos y emocionales, y las creencias y actitudes de
las personas. Interesan dentro de esta área el comportamiento de diversos actores como los
delincuentes, las víctimas, los administradores y procuradores de justica, demandantes,
demandados, testigos, guardias, policías y sociedad en general en el marco de la ley y de los
sistemas de justicia. Dentro de esta amplia definición de la Psicología Jurídica, se pueden
identificar una serie de subáreas en función del contexto y del quehacer de la disciplina. En países
anglosajones, la función de los psicólogos en el ámbito legal se ha relacionado con escenarios
como el de la justicia juvenil, las instituciones correccionales, los servicios de atención y la terapia
a víctimas (Otto & Heilbrun, 2002). También se ha propuesto que el psicólogo forense debe usar
su conocimiento de la conducta humana y varios instrumentos de evaluación psicológica para
proveer el sistema legal con una evaluación, un diagnóstico y algunas recomendaciones respecto a
la persona evaluada, y que, a su vez, estos datos deben servir para tomar decisiones de la
sentencia de una persona o para ayudar a determinar el lugar al que debe ir un joven infractor
(Crespi, 1994).

Así, Crespi ha propuesto como funciones de la Psicología Forense:

• La aplicación de pruebas psicológicas para proveer información al sistema legal.

• La intervención en poblaciones en el ámbito forense (para lo cual es importante conocer las


ventajas y desventajas de diferentes intervenciones), además, se establecen de manera novedosa
los planes de tratamiento persuasivos, dado que en el contexto legal son muy frecuentes los casos
en que las personas no desean participar voluntariamente en un programa de tratamiento.

• La consultoría en la que se provee información a diferentes instancias como las cortes, los
departamentos de policía, los jueces, los abogados y, en general, el personal de escenarios
psiquiátricos forenses y correccionales.

• La investigación, que permite proveer al Sistema de Justicia de respuestas a preguntas sobre el


comportamiento humano, por ejemplo: ¿qué intervención es más efectiva con los delincuentes
sexuales?, ¿cuáles son las implicaciones de un prolongado abuso sexual?, ¿cuáles son los efectos
de ser testigo de repetidos actos de violencia en el hogar o de vivir en un vecindario caracterizado
por la violencia callejera?, ¿qué factores afectan las decisiones de los jurados? y ¿qué
características conductuales afectan las deliberaciones en el Sistema de Justicia?

Con respecto a esto, Crespi concluye diciendo que la investigación psicológica puede ser de
tremendo valor para los sistemas de justicia y para la sociedad al ofrecer mayor precisión científica
y entendimiento acerca de las maneras más efectivas en que se puede intervenir en el sistema de
justicia en casos que involucren dinámicas psicológicas. Específicamente en España, se hizo una
primera aproximación a las áreas de la Psicología Jurídica al proponer que sus funciones
correspondían al estudio de los testimonios y su veracidad, la obtención de evidencia delictiva, la
comprensión del delito (a través del descubrimiento de la motivación psicológica para cometer
actos delictivos), los informes forenses y la reforma moral de los delincuentes en previsión de
posibles delitos ulteriores (Mira & López, 1932).

Soria (1998) también propuso una clasificación de posibles áreas de la Psicología Jurídica en la que
destacó las áreas penal, judicial, policial, penitenciaria, del menor, delincuencial, de victimización,
civil, de resolución alternativa de conflictos, militar, del ejercicio de la abogacía y de la norma
jurídica. Romero (1995) llamó la atención sobre otra área menos referenciada que obedece a la
influencia científica en las reformas de ley,para ajustarlas mejor a los hallazgos psicológicos y que
haya correspondencia y unos términos en común entre el Derecho y la Psicología.
Autocuidado:

Este término surge en 1930 por Orem (1993) quien lo definió como : “aquellas actividades que
realizan los individuos, familias, grupos y comunidades con el propósito de promover la salud,
prevenir la enfermedad, limitarla cuando existe y restablecer la salud, cuando es necesario”.
(Millon, G; 2014, p. 68) Según Uribe, T.M. (1999) el cuidado es una función inherente del ser
humano, para su supervivencia y la de los grupos, por lo tanto, se relaciona con la promoción de
salud y desarrollo de la calidad de vida, determinada por factores culturales que constituyen el
comportamiento humano. La práctica de autocuidado es considerada como una línea que
posibilita el crecimiento en todas las habilidades de los seres humanos. Es por eso que Duque y
Gómez (2014) plantean que en está práctica se ponen en juego los conocimientos, las creencias,
hábitos y valores de la vida. (p. 41). Para ello, Ojeda (2006) sugiere que la persona debe ser
consciente de sus carencias y vulnerabilidades, como también de sus fortalezas y recursos
personales, para procurarse los cuidados requeridos según sus necesidades. (p. 25) Asimismo
Tobón, O. (2012) plantea que la calidad de vida se ve afectada por dos factores, uno relacionado a
factores protectores que actúan aumentando los niveles de salud y otros factores de riesgo que
habilitan la aparición de enfermedad. En cuanto al primer factor se deben desarrollar prácticas
protectoras, como realizar deportes, tener un pasatiempo, hábitos saludables; y las prácticas
necesarias ante el segundo factor se relacionan con acciones preventivas donde el fin sea evitar la
enfermedad. (p. 4) Está misma distinción entre los factores es propuesta desde una perspectiva de
encuadres por Homan, K; Jara, P. y Mora, M. (2009) donde el sujeto, grupo o comunidad es capaz
de realizar una “lectura y escritura” de un suceso desde estrategias protectoras basadas en un
encuadre positivo donde busca desarrollar sus capacidades y competencias, mientras que las
estrategias preventivas se asocian a un encuadre negativo, donde emergen deficiencias y
vulnerabilidades como forma de evitar lo no deseable. (p. 35-36) Además, Tobón, O. (2012) agrega
dos factores más que posibilitan el autocuidado, los factores personales como el conocimiento y la
voluntad, y los componentes ambientales externos al sujeto, que habilitan o no el desarrollo de
ese tipo de acciones, pero no dependen de ellos, estos últimos tienen que ver con elementos
culturales, económicos, políticos, ambientales, familiares y sociales. (pp. 7-8) El mismo autor
considera algunos principios relacionados al autocuidado, definiéndolo como una acción
voluntaria de los sujetos para sí mismos, donde la responsabilidades está puesta en el individuo
guiado por sus experiencias en la vida cotidiana, avalado por el sistema de salud de manera formal
e informal por el apoyo dado socialmente; este carácter social se ve reflejado por la necesidad de
adquirir un conocimiento e interrelacionarse, siempre con la búsqueda de mejorar su nivel de
salud y desarrollo personal, fortaleciendo su autoconcepto, autocontrol, autoestima,
autoaceptación y resiliencia. (Tobón, O; 2012, pp. 4-6) Arón, A.M. y Llanos, M.T. (2004) plantean
que para pensar el concepto de autocuidado, previamente deben considerarse profesionales que
brindan ayuda y que por trabajar temáticas complejas como es la violencia, reconocerse como
equipos de riesgo que necesitan de estrategias de autocuidado para disminuir la incidencia de su
abordaje, mirándose ellos mismos como una herramienta fundamental para su trabajo y donde
tengan las condiciones necesarias para realizar su tarea. (p.6) Para Millon, G. (2014) el
autocuidado es considerado una práctica que propicia el bienestar a nivel psicológico del
profesional, más allá de las tareas y problemáticas a las que se debe enfrentar; siendo sobre todo
una herramienta potenciadora para disminuir el desgaste laboral en contextos estresantes (p. 64-
65). Por otro lado, Radey & Figley (2007) trasladan el término al ámbito de la psicología clínica,
donde se devela en varias investigaciones que la práctica de autocuidado los beneficia,
incrementando sus recursos intelectuales, físicos y sociales, como también los afectos positivos.
(Millon, G; 2014, p. 68) Según Rotshchild, B. (2009) propone que para pensar el autocuidado en los
terapeutas se necesita considerar un buen funcionamiento de al menos tres sistemas
neurofisiológico; por un lado los mecanismos cerebrales que intervienen en la empatía
interpersonal; por otro tener la posibilidad de mantener el equilibrio en el sistema nervioso
autónomo y regular su activación; y por último presentar la habilidad de pensar con claridad
manifestando equilibrio en todas las estructuras cerebrales. (p.15) Muñoz, E. (2016) considera
relevante la distinción de prácticas propuestas por Pearlman y Saakvitne (1995) que destacan la
existencia de conductas que se pueden realizar tanto a nivel personal (vida privada) como
profesional (ámbito laboral); las cuales especifican en: Realizar actividades variadas, diferentes a la
atención directa de casos, supervisión de casos clínicos, utilización del sentido del humor en el
ambiente de trabajo, dialogar con los compañeros sobre las experiencias personales en el trabajo
clínico, participar en actividades recreativas con los compañeros y en actividades de ocio con las
redes sociales extralaborales, hacer deporte y actividad física, involucrarse en actividades de
crecimiento espiritual, asistir como paciente a terapia, mantener una sana alimentación, asegurar
las condiciones apropiadas del espacio físico para hacer psicoterapia y adquirir experiencia en la
práctica de la terapia o bien formarse como psicoterapeuta. (Muñoz, E; 2016, pp. 6-7) Siguiendo
con está línea, Arón, A.M. y Llanos, M.T. (2004) agregan a las estrategias mencionadas
anteriormente: tener la capacidad para registrar de manera oportuna los malestares que
acontecen tanto a nivel físicos como psicológicos a consecuencia de realizar su trabajo; tener
espacios donde poder “vaciar” el contenido de impacto emocional que el profesional recibe en la
escucha, al que muchas veces queda pegado sin poder enfrentar otra situación, si la misma es
compartida le permite descomprimirse y continuar con sus tareas; realizar un correcto manejo de
responsabilidades, donde el profesional no se sobre exija, ni culpe a los demás. Muchas de las
estrategias propuestas para el profesional deben ser brindadas por las instituciones que cuidan a
sus equipos, a partir de fomentar un estilo de liderazgo democrático, compartir responsabilidades,
generar los espacios de protección, consultorías profesionales para los que recién comienza, así
como también llevar a cabo rituales de despedida e incorporación de los integrantes. (pp. 8-11)
Asimismo, Homan, K; Jara, P. y Mora, M. (2009) determinan que la implementación de estrategias
de autocuidado debe darse en diversos niveles y de forma simultánea, a lo que proponen cuatro
niveles: individual; intra-equipos o entre grupo de profesionales pares; inter-equipos o redes
profesionales donde se comparte el rol social; y por último apoyo profesional externo como
instancia de acompañamiento al individuo y al grupo para que desarrollen sus capacidades. (p. 41-
42) Por lo tanto, Guerra, C; Rodríguez, K; Morales, G. y Betta, R. (2008) definen a las “conductas de
autocuidado como aquellas acciones que puede realizar el propio profesional y como condiciones
de autocuidado a las generadas por las conductas del equipo de trabajo o de los directivos de la
organización”. (p. 68) Según Cooper, Heron & Heward (2006), proponen que el autocuidado es un
operante funcional, donde al realizar ese tipo de conductas específicas generan un efecto, en este
caso la disminución del desgaste laboral. Por lo tanto, es de esperar que una alta emisión de estas
conductas de autocuidado se correspondan con una baja presencia de los niveles de desgaste.
(citados en Millon, G; 2014, p. 69) Para Ojeda, T. (2006) la necesidad de implementar estas
conductas se ven determinadas en acciones del profesional, por lo tanto, se deberían identificar
las fuentes de tensión que dificultan la realización del trabajo, sean externos o internas del
profesional, y reconocer sus efectos en ellos, tanto en su desempeño laboral como en otros
ámbitos. Tener en cuenta las vulnerabilidades y experiencias que se movilizaran con la labor, como
también las consecuencias y manifestaciones que podrían resultar de su función, como el
síndrome de burnout o ETS. Reconocer la necesidad de ser ayudado, asumiendo la responsabilidad
de cuidarse a sí mismo a través de acciones como alimentación, descanso, ejercicio físico, entre
otros. Corresponde que las propuestas sugeridas deben ser factibles y coherentes con el objetivo
que se pretende alcanzar. Con la incorporación de esta práctica se beneficiará el profesional, la
institución en la que participa y la persona a la que se brinda atención, otorgándole un servicio de
calidad y efectivo donde aumentan las posibilidades de recuperación. (p.25-26)

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