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Por otro lado, cuando se habla de complejidad, se hace alusión a los cambios epocales

que, desde hace unas pocas décadas, transformaron nuestras sociedades a escala
planetaria y exigen, parece ser, un replanteo de significados en todos los ámbitos
culturales y políticos. La Modernidad nos proveyó de dispositivos institucionales crueles,
así como de herramientas teóricas y explicativas incapaces de ir más allá de una realidad
parcial, pero se corresponde con las capacidades humanas de entendimiento de un
mundo que nos supera. Aceptar el fin de la Modernidad es condenar los principios de
perfectibilidad sobre los cuales se construyó la lucha de derechos.
No obstante, es cierto que las limitaciones de las ciencias modernas a la hora de estudiar
la realidad han promovido la idea de un sujeto abstracto, sin identidad, a veces siendo
objeto de otras ciencias o disciplinas y reducido a un dato, a una serie de variables.
Pensar o repensar al sujeto desde la complejidad nos obliga a verlo como una abstracción
multidimensional.

Esto nos plantea la necesidad de trabajar con la intervención de distintos campos del
saber, con el fin de tener una mirada lo más comprensiva posible sobre el sujeto. La
interdisciplinariedad se convierte en una herramienta de trabajo importantísima para poder
ver y escuchar a los sujetos desde sus diferentes dimensiones.
El aprendizaje es otro de los fenómenos que también está atravesado por estos
replanteamientos ontológicos y epistemológicos. Diagnosticar, evaluar, intevenir sobre el
aprendizaje implica siempre un análisis multidimensional del sujeto que aprende, con el fin
de ser conscientes de las distintas relaciones que ese sujeto tiene con el saber, con el
conocimiento y con los posibles sistemas sociales en los que debe o debería aprender:
escuela, familia, etc.
Paralelamente, las transformaciones de las últimas décadas nos obligan a tener en cuenta
lo complejo que se ha vuelto vivir en el siglo XXI. Las instituciones modernas parecen
caer, los discursos, incluso de las ciencias humanas, parecen naturalizar y resignarse a
esa caída, los objetivos de vida modernos se esfuman, lo efímero triunfa sobre lo
auténtico en las conciencias y subjetividades. Todo esto sumado a cruentos procesos de
segmentación y fragmentación.
Lo complejo del mundo actual nos está pidiendo tener una mirada abierta, a través de la
cual seamos conscientes de los nuevos sujetos y sus múltiples dimensiones de
existencias, inéditas, contestatarias, que parecen no concordar con lo esperable de las
disciplinas cerradas en sí mismas, llenando de interrogantes a los profesionales y
especialistas.

Cada época produce sus patologías se caracteriza por los déficits de


simbolización que vuelven extrañas las propias emociones y pensamientos,
produciendo una angustia sin dirección que necesita ser calmada rápidamente.
Los conflictos se transforman en síntomas inabordables e insoportables para
los que existe un fármaco apropiado. Es una época de déficits atencionales y
trastornos de ansiedad, somatizaciones y depresiones, que son tratados como
molestias desagradables a extirpar, sin el análisis de las causas que los
provocan.

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