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[Revista Humanizarte Año 5 No 8 ISSN: 2145-129X]


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Mestizaje y diferencia cultural americanas en un pensamiento
conservador colombiano: “La Revolución en América” de Álvaro
Gómez Hurtado1

Hernando Andrés Pulido Londoño2


Universidad Manuela Beltrán
Resumen
Este artículo analiza los conceptos de mestizaje y diferencia cultural elaborados en el
ensayo “La Revolución en América”, escrito por el político y periodista conservador
colombiano Álvaro Gómez Hurtado (1919-1995). A diferencia de muchos discursos
intelectuales latinoamericanos producidos entre los siglos XIX y XX para fundamentar
las raíces de nuestras nacionalidades en una identidad mestiza, el texto de Gómez
Hurtado niega el impacto del mestizaje en la conformación de nuestros pueblos y
reclama la preeminencia de la herencia cultural hispánica. De esta manera, el político
conservador construye una imagen peyorativa de los aportes indígenas, africanos y
mestizos en el decurso histórico de nuestro continente sobre argumentos de tipo
histórico-cultural.
Palabras clave: mestizaje, diferencia cultural, conservatismo.
Abstract
This article analyzes the concepts of racial and cultural difference developed in the
essay "The Revolution in America" written by the Colombian Conservative politician and
journalist Alvaro Gomez Hurtado (1919-1995). Unlike many Latin American intellectual
discourses produced between the nineteenth and twentieth centuries to support the
roots of our nationalities in a mestizo identity, the text of Gómez Hurtado deny the
impact of miscegenation in shaping our nations and claimed the preeminence of
Hispanic cultural heritage. Thus, the conservative politician builds a pejorative image of
the contributions of Indians, Africans and mestizos in the course of the history of our
continent on grounds of historical-cultural statements.

1
El presente artículo está basado en una ponencia presentada durante el XV Congreso Colombiano de
Historia, realizado en Bogotá entre el 26 y 30 de julio de 2010, en la mesa “Representaciones culturales
sobre “raza” y prácticas racistas en la historia de Colombia y América Latina”. Agradezco a los profesores
Max Sebastián Hering Torres y Pietro Pisano por la motivación para redactar este documento.
2
Docente Departamento de Pedagogía y Humanidades de la Universidad Manuela Beltrán. Antropólogo y
Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico:
hernando.pulido@gmail.com.
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Key Words: miscegenation, cultural difference, conservatism.

Resumo
Este artigo analisa os conceitos de diferença racial e cultural feita no ensaio "La
revolución en América" , escrito pelo político colombiano conservador e jornalista Álvaro
Gomez Hurtado (1919-1995). Ao contrário do discurso latino-americano muitos
intelectual produzida entre os séculos XIX e XX para apoiar as raízes de nossas
nacionalidades em uma identidade mestiça, o texto de Gómez Hurtado negar o impacto
da miscigenação na formação de nossas cidades e afirmou a preeminência do
património cultural hispânica. Assim, o político conservador constrói uma imagem
pejorativa dos índios contribuições, africanos e mestiços no curso da história do nosso
continente em razão do histórico-cultural.
Palavras chave: diferença, a mestiçagem cultural, o conservadorismo.
Recepción: 12/4/2012.
Aceptación: 22/5/2012.

Introducción.
“La Revolución en América” es el título de un notable ensayo de interpretación
histórica, publicado por primera vez en Barcelona en 1958, escrito por el
periodista, abogado y político conservador Álvaro Gómez Hurtado (1919-1995),
figura prominente del siglo XX colombiano, cuyo asesinato permanece impune y
fue objeto de una reciente revisión por parte de la justicia nacional (Gómez
Hurtado, s.f; Rodríguez Garavito, 1959, p. 12; Quevedo, 2010). Controversial
hasta nuestros días, las preocupaciones primordiales de este ensayo tienen que
ver con la “indefinición” de la identidad hispanoamericana, los acervos culturales
que la han signado y la tendencia revolucionaria de nuestros pueblos que, según
Gómez Hurtado, ha impedido su desarrollo coherente. Con esto, “La Revolución
en América” enlaza con algunos de los interrogantes obsesivos de las elites
políticas e intelectuales de nuestro continente al encarar sus respectivos
proyectos nacionales: ¿quiénes somos?, ¿cuáles son nuestras raíces
culturales?, ¿qué elementos humanos conforman a la nación o están por fuera
de ella? A partir de lo que somos o creemos ser, ¿cuáles son nuestras
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posibilidades de alcanzar un verdadero estado de bienestar o progreso? Y de
manera crucial, ¿cuáles son las causas de la inestabilidad política y el
estancamiento socio-económico de nuestros países?
Como ha señalado el profesor Jaime Urueña para Colombia, muchas de las
explicaciones a los problemas sociales, políticos y económicos por parte de
nuestras elites políticas han derivado en discursos racialistas, producidos desde
mediados del siglo XIX hasta por lo menos la década de 1920, los cuáles han
buscado las causas y soluciones a nuestros conflictos en el estudio de la
composición étnico-racial de la población (Urueña, 1994, p. 4). En efecto,
respecto a sus preocupaciones, el ensayo de Gómez Hurtado es afín con los
trabajos del periodista y político liberal José María Samper (1828-1888)
realizados en la segunda mitad del siglo XIX sobre la fusión de razas; con la
controversia sobre la degeneración de la “raza” iniciada por el psiquiatra Miguel
Jiménez López (1875-1955) en 1918 y las conferencias de 1928 del padre de
Gómez Hurtado, Laureano Gómez (1889-1965), en las cuáles se interrogó sobre
el progreso de la nación colombiana. También, de manera cercana, con la obra
“La República en la América Española”, del político y escritor payanés Sergio
Arboleda (1822-1888), en virtud de la valoración que hicieron los dos autores,
con poco menos de un siglo de distancia, del legado español como referente de
continuidad y progreso (Samper, 1984 (1861); Jiménez López, 1920; Gómez
1970, (1928); Arboleda, 1972 (1869)3.
No obstante, Gómez Hurtado da un giro que, a mi juicio, acerca sus
razonamientos a lo que se hoy se denomina racismo cultural, es decir, a una
discriminación sin un concepto explícito de “raza”, la cual enfatiza más en la
superioridad histórico-cultural de unos pueblos sobre otros, y en últimas, arguye
la imposibilidad de una convivencia armoniosa entre ellos. Este término está
sometido a debate y pretende lidiar con la notable paradoja contemporánea en la
cual si bien ya no se acepta la “raza” como categoría científica válida y muchos
países tienen leyes anti-racistas, se denuncia el incremento de una

3
Sobre el concepto de “raza”, su significado rayano en la polisemia y su relación con la gente negra en
Colombia en la polémica sobre la degeneración de la “raza”, ver: Restrepo, 2007, pp. 46-61.
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discriminación en términos culturales, especialmente en Europa y Estados
Unidos4. Como mostraré, los asertos racistas que somatizaban valores morales
y posibilidades humanas, comunes a los intelectuales colombianos
decimonónicos y de principios del siglo XX, son reemplazados en “La Revolución
en América” por la idea de “tradiciones culturales”, a saber, corrientes histórico-
culturales esencializadas, representadas por pueblos específicos, con lógicas
particulares de desarrollo temporal, las cuales se imponen unas sobre otras. En
este sentido, para Gómez Hurtado la superioridad del legado histórico-cultural
europeo (y también Occidental) sobre el indígena y africano es indudable y debe
rescatarse de las convulsiones políticas hispanoamericanas en tanto faro de
conservación y originalidad de las jerarquías sociales y los valores culturales
comunes al continente. Esto puede precisarse a partir del análisis del concepto
de mestizaje definido en el ensayo, pues Gómez Hurtado distingue entre un
mestizaje racial, la mezcla biológica entre poblaciones, y un mestizaje cultural, la
producción de nuevas formas culturales a partir de la interacción entre
elementos “puros”. Para profundizar en este punto, conviene situar dicho
concepto doble de mestizaje en el marco de las polémicas ideas generales de
“La Revolución en América”.
1. Anacronismo americano, tradiciones culturales y la letra Y.
Según Álvaro Gómez, América está formada por dos tradiciones culturales
heterogéneas, la indígena y la española. El punto de su intersección es 1492, no
sólo el año del “descubrimiento” del continente sino de su entrada con retraso en
la historia mundial, incluso su punto inicial. América será concebida como una
realidad anacrónica y des-sincronizada respecto a Occidente. El relato histórico,
con su posibilidad de recuperar los aportes de estas tradiciones culturales, es de
gran importancia para el político conservador y su criterio privilegiado para
valorarlas. Remontando la historia española, a partir del año 1492 hacia atrás,
puede subirse por el cauce continuo “(…) de la latinidad y el helenismo, hasta

4
Ver: Rattali, Ansi. Racism. A Very Short Introduction. Oxford, Oxford University Press, 2007, pp. 86-
113. Existen otros conceptos, no equivalentes, para denominar los racismos contemporáneos sin “raza”:
racismos nuevos, neo-racismo, racismos sin color, y fundamentalismo cultural. Una reflexión para
Colombia sobre la relación entre etnia y guerra a partir de este último concepto, discutido por Verena
Stolcke para Europa, ver: Arocha en Arocha, Cubides & Jimeno, 1998, pp. 205-234.
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llegar acaso a las remotas fuentes de las altas culturas de la antigüedad
afroasiática (…)”, mientras por el cauce indígena Gómez encuentra un “(…)
cenagoso bosque de prehistoria (…)” en el cual destacan las grandes culturas
mesoamericanas y andinas (Gómez Hurtado, s.f., p.10-11). La tradición cultural
indígena recibe así sus primeras marcas de inferioridad: las “pseudoculturas”
prehispánicas, como las denomina el ensayo, fueron incapaces de producir un
sentido de su historicidad, hecho aunado a la carencia de lenguaje escrito. Ello
supuso que muy poco de ellas sobreviviera al contacto con los españoles, y que
para los actuales americanos no haya una empatía con la antigüedad indígena
en tanto existe un “(…) hiatus afectivo imposible de llenar” (pp.11-19). Más que
por la superioridad técnica europea, las culturas indígenas prehispánicas
sucumbieron ante la conquista por sus concepciones morales inferiores,
dominadas por elementos míticos fatalistas, -consecuencia de aquella
“ahistoricidad”-, los cuales no lograron resistir el embate de la cultura española
(pp. 11-19). Por su parte, Europa había vivido sus propias convulsiones internas,
-la Peste Negra y el Cisma de Occidente, por ejemplo-, que pudieron
emparentarla anímicamente con el fatalismo indígena. Sin embargo, si al
indígena sólo le quedó como camino la desesperación, el europeo tenía el apoyo
de la religión católica. En este sentido, el cristianismo llevó al “Nuevo Mundo” el
optimismo de la redención, al cual se acogieron las muchedumbres
prehispánicas desesperanzadas. Como consecuencia:
El indígena, al convertirse al cristianismo, no dejaba detrás de si un
pretérito histórico propiamente tal, capaz de influir racionalmente sobre
su nuevo estado, sino el recuerdo de un caos saturado de angustia. El
indio, en muchos casos, sigue siendo un hombre triste porque es víctima
de un atavismo insuperable; pero difícilmente conoce la nostalgia, porque
no sabe que añorar. El choque con la civilización le ha ocasionado una
ruptura espiritual que le impide mantener su íntima continuidad histórica,
El indio cristianizado llega, de esta suerte, a convertirse en un ser
histórico, pero a costa de su propio pasado (Gómez Hurtado, s.f., p. 20).
Para visualizar esta situación Gómez Hurtado eligió la letra Y: sus dos brazos
superiores representan respectivamente la tradición cultural española y la
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indígena. La intersección de ambos brazos es el año 1492 para Europa, el año 0
para las sociedades prehispánicas, fin e inicio a la vez. El brazo inferior, mezcla
de ambas vertientes culturales, es la América que penetra en la historia y la
modernidad. La letra Y excluye otros bagajes culturales, como el africano, que
apenas es tenido en cuenta en “La Revolución en América”.
2. La valoración del legado español y la inconveniencia de las revoluciones
políticas hispanoamericanas.
Buena parte de América Latina celebró el Bicentenario de la Independencia
enalteciendo los procesos de ruptura con el Imperio Español, considerando el
período colonial como una etapa superada para bien. En este contexto, el
ensayo de Gómez Hurtado resulta ser un contrapunto desconcertante pues su
opinión sobre el sistema colonial español y las revoluciones que le pusieron fin -
tanto las luchas independentistas, como el reformismo liberal de mediados de
siglo XIX-, es diametralmente opuesta al ambiente generado por la referida
conmemoración.
Si el “descubrimiento” de América fue, en concepto de Gómez, una hazaña
renacentista, la creación cultural del complejo hispanoamericano fue ante todo
una empresa medieval, plena de humanismo católico y expansión
contrarreformista (pp. 20-34). Este salto hacia atrás de lo renacentista a lo
medieval no significó en América una pérdida. Antes bien, la continuidad del
elemento medieval en nuestro continente armonizó con el propósito de implantar
la civilización cristiana, dotando a este proyecto de un cariz homogeneizante,
que impregnó a todo el fenómeno americano (p. 29). Es decir, los fundamentos
culturales distintivos de América tendrían su raíz en esa tradición cultural
española, medieval y católica, la cual vino a reforzarse por el hecho de que la
colonización española fue una empresa planificada, audaz y sin parangón en la
historia. Los resultados de esta planificación fueron el control efectivo de un
amplísimo territorio, mediante una compleja disposición institucional, y el
establecimiento de una pax hispanica que dotó a América de tres siglos de
estabilidad, con apenas resistencias del elemento humano. Esta empresa de
colonización, en tanto esfuerzo coherente, ha sido desfigurada por la
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interpretación histórica posterior que la ha tachado de opresiva y oscurantista.
Pero en realidad, nos dice Gómez Hurtado, el elemento hispánico en América es
lo tradicional por antonomasia, con real carácter de permanencia y que fue,
además, “(…) el primer estilo de auténtica civilización que apareció en el Nuevo
Mundo” (p.63). Todo esto es posible en tanto América era “virginal”, lo que
equivale, en mi opinión, a afirmar la vacuidad cultural del continente y la
incapacidad de sus pobladores originarios.
Si en el ensayo la tradición cultural hispánica es elemento más vigoroso y
genuino de la identidad hispanoamericana, las revoluciones que ponen fin al
sistema colonial español y menosprecian su legado son observadas por Gómez
Hurtado con profunda desconfianza. Principalmente, porque las revoluciones
hispanoamericanas, en su concepto, fueron incapaces de gestar nuevas
jerarquías sociales, valores culturales y lazos de solidaridad consistentes, sin
lograr reemplazar los logros del coloniaje español. Más aún, la revolución en
América se ha vuelto un fin en sí misma, no es un medio para el progreso o
superación de ciertas condiciones históricas desventajosas. Además, ha
modelado un carácter humano donde el esfuerzo y la disciplina son
reemplazados por el golpe de fortuna y la satisfacción de las necesidades a
corto plazo (pp.127-147). Entonces, Hispanoamérica, en su indefinición
identitaria, padece una anacronía casi irreparable, producto de las fracturas en
su continuidad histórica, así como por la inestabilidad política y una débil
vocación de perfeccionamiento. Para Gómez Hurtado, las soluciones aportadas
para fortalecer la identidad nuestros pueblos son insatisfactorias. Entre ellas se
encuentra la idea de que la cultura hispanoamericana es mestiza.
3. El mestizaje y la obsesión por la originalidad.
El anterior diagnóstico, en tanto visión trunca de la historia hispanoamericana,
queda sintetizado por el ensayista en las siguientes palabras:
Por tres veces, América ha tenido la oportunidad de llegar a ser con
plenitud. La primera fue su desarrollo autónomo, que habría podido
llevarla hipotéticamente a no sabemos qué extremos de excelencia o
corrupción, de no haberse producido el Descubrimiento. La segunda fue
la expectativa hispánica tronchada por la revolución. Como tercera,
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tuvimos la experiencia liberal, pronta en destruir e inhábil para crear, que
ha quedado modernamente sumergida en el vértigo progresista (p. 151).
Esta condición de frustración histórica ha tenido como consecuencia la obsesión
hispanoamericana por la originalidad, es decir, por hallar elementos de distinción
radical respecto a Europa. Esta originalidad, pensada en términos negativos,
justificaría el pasado malogrado, evitaría la “fijación” histórico-cultural en el
presente y excluiría expresiones culturales foráneas ya aclimatadas en nuestro
territorio (p. 154). Las ansias de originalidad han tomado tres formas de
expresión: el indigenismo, el telurismo y el mestizaje. Antes de resaltar el
mestizaje, me referiré brevemente a las dos primeras nociones.
Por indigenismo Gómez Hurtado entiende la exaltación del aborigen americano
como arquetipo civilizatorio, el cual incluiría tanto a las sociedades
precolombinas como a los indígenas contemporáneos. Este camino hacia la
originalidad tiene varios problemas que surgen de ignorar de tendencias
históricas que informan que lo indígena no ha sido ni será un referente cultural
idóneo. En primer lugar, desde el período colonial la orientación hacia Europa,
hacia Occidente, ha sido la norma. Lo indígena, por su parte, ha adolecido de
debilidad frente a las formas culturales occidentales y significado una “condición
vergonzante” para los hispanoamericanos. De esta manera, la debilidad de la
cultura indígena contemporánea sería patente, lo que lleva a sostener al
ensayista la “caducidad” del componente indígena (pp.156-159). En suma, tomar
lo indígena como modelo vendría a contradecir la tendencia histórica por la cual
el acervo “europeo” ha tenido el vigor para imponerse. De otro lado, por
telurismo se alude a la exaltación de la naturaleza y el medio ambiente
americanos para explicar tanto las falencias de nuestra identidad histórico-
cultural como para señalar la proyección de “potencias germinativas” a futuro. El
telurismo es descartado por Gómez Hurtado como cimiento de originalidad pues
los avances técnicos relegan a un segundo plano las condiciones geográficas y
climatológicas, las cuáles fueron tan definitorias en el periodo colonial y durante
la etapa republicana decimonónica (pp. 195-200).
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En este orden de ideas, el mestizaje como fundamento de originalidad
hispanoamericana también es descartado en el ensayo, pero por razones muy
distintas a las cuáles hoy día se invocan para criticar esta noción. Así, por
ejemplo, de manera muy amplia, puede afirmarse que el mestizaje como
justificación ideológica de la nacionalidad colombiana ha sido cuestionado
fundamentalmente por su asimilacionismo, por cuanto niega el aporte histórico-
cultural de las minorías nacionales, las cuáles deben conformarse con integrarse
en la cultura mayoritaria o perecer. Conjuntamente, la ideología del mestizaje ha
servido para negar la discriminación étnico-racial en Colombia, a pesar de que
dispone del “blanqueamiento” como forma de ascenso social y de huida de lo
“negro” o lo “indio”5.
Por su parte, para Gómez Hurtado, el mestizaje indohispánico, en tanto fuente
de nuevos elementos culturales, no ha sucedido. Aquí entra a jugar la distinción
entre mestizaje racial y cultural. El primero se refiere al hecho verificable de la
fusión biológica de las poblaciones española e indígena, proceso al cual se
añadiría la gente negra. El segundo resultaría de una aplicación de la idea de
fusión biológica para captar fenómenos culturales, procedimiento que a Gómez
Hurtado le parece un error conceptual al cual son proclives los defensores del
mestizaje. A pesar de ello, podría comprenderse el mestizaje cultural como la
fusión de formas culturales para crear otras nuevas, lo que equivale en el texto a
una suerte de hibridación. Con todo, el ensayista admite que el concepto no es
unívoco y que la preocupación por el proceso que determina depende de las
circunstancias específicas de cada país hispanoamericano (pp.162-167).
Es en este punto, el de la creación de formas culturales nuevas, donde Gómez
Hurtado encuentra las evidencias para impugnar el mestizaje en tanto base de la
originalidad hispanoamericana. También podemos comprobar el punto álgido de
una serie de razonamientos que cabrían dentro de lo que se entiende como
racismo cultural, en donde el poder discriminador no reside tanto en un concepto
de “raza”, como en el uso de los de “historia” y “cultura” para demostrar la

5
Sin embargo, sería mejor hablar de ideologías del mestizaje tanto para Colombia como América Latina.
Esta caracterización simplificada del mestizaje que ofrezco en este artículo ha sido debatida en Wade,
2003, pp. 273-296.
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supuesta preeminencia de unos pueblos sobre otros. Así, el mestizaje
indohispánico durante la conquista y el período colonial no ocurrió ya que, dada
la debilidad de la cultura indígena, no se produjo un intercambio cultural que
diera a luz nuevas formas culturales imperecederas (pp.167-171). En suma, la
cultura indígena nada podía aportar a la española; antes bien, los indígenas
adoptaron rápidamente el acervo español, incluso en los casos de las
sociedades más avanzadas, como la azteca e inca. Ello, en el ámbito religioso,
donde los supuestos aportes de las creencias indígenas no serían más que
perversiones del catolicismo o la admisión de elementos rituales muy puntuales,
sin el impacto definitivo para alumbrar algo como una religión católico-mestiza.
Otro tanto ocurrió en la lengua, así como en el nivel de las instituciones: sobre
este punto resulta llamativa la afirmación de de Gómez Hurtado mediante la cual
sostiene que las instituciones relacionadas con la cultura indígena tuvieron
escasa viabilidad y vigencia limitada como la encomienda, la mita e, incluso, el
resguardo porque “(…) en el fondo no fueron sino soluciones transitorias;
fórmulas de compromiso para morir (…), su motivo ostensible era la protección
del indio mientras se consolidaba la organización estatal española(…)” (pp.181-
182).
Lo mismo puede decirse de un ámbito donde las sociedades indígenas
descollaron, como lo fue la arquitectura. A pesar de ello, los indígenas se vieron
obligados a entrar con sus talentos al servicio de la civilización europea, más
fuerte y más culta. A excepción de México y el Perú, los españoles hallaron
bohíos y viviendas rudimentarias hechas con materiales precarios. El estilo de
las iglesias y edificios públicos fue traído directamente de España y si hubo una
adaptación de los estilos europeos a las condiciones hispanoamericanas, ello
fue una aclimatación que no puede confundirse con un fenómeno de mestizaje
(p. 186). De la misma forma, el barroco como estilo artístico en Hispanoamérica
toma motivos vernáculos, aprovechados en una unidad de sentido en la cual el
barroco no sale desfigurado, “(…) no se transforma en nada distinto, sino que se
enriquece y afianza con el aprovechamiento de los recursos locales”(p. 188).
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En definitiva, el llamado mestizaje indohispánico podría entenderse mejor como
una mezcla de elementos no fusionados, que coexisten sin interactuar para
crear algo nuevo. Sería esta la realidad nacional de países con importantes
números de población indígena como México, Perú, Bolivia, Ecuador y
Guatemala, donde coexisten con la sociedad nacional sin llegar a forjar
realidades culturales inéditas. Ahora bien, sorprende en el razonamiento de
Gómez Hurtado la afirmación de que más bien podríamos encontrarnos, luego
de la Independencia, con un mestizaje más genuino, pero entre elementos
culturales occidentales. Ello porque:
La Independencia fue, en todas partes, un movimiento occidentalista,
más europeizante que el propio régimen colonial. En el fondo, la
Independencia se hizo sobre la plataforma de culpar a España por no
haber europeizado suficientemente a América. El intercambio cultural
que la Independencia propuso no fue regresivo; no pretendió ser
restaurador. Si algunos quisieron alcanzar una venganza, la buscaron en
la sustitución de lo español por otras formas de cultura europea y no en
la imposible revitalización de unas civilizaciones indígenas esterilizadas,
cuando no extinguidas (p. 190).
Ahora bien, en esta interpretación del devenir hispanoamericano donde es tan
fuerte la mirada despectiva sobre las sociedades indígenas, junto a una mención
superficial de la gente negra, ¿cómo podríamos llegar a una explicación sobre el
énfasis en este ensayo de los conceptos de cultura e historia para ejercer
discriminación?
4. Conclusiones.
Sin pretender dar una respuesta definitiva a dicho interrogante, unos apuntes
sobre el contexto histórico en el cual se sitúa “La Revolución en América”
pueden ofrecernos algunas pistas. Este ensayo, a mi juicio, es un producto del
orden bipolar surgido de la Segunda Guerra Mundial en relación con tres
aspectos, no necesariamente armoniosos. Primero, en cuanto a la dolorosa
lección aprendida de los genocidios sistemáticos perpetrados por el régimen
nazi contra los judíos y otros grupos minoritarios que obligaron abandonar, en el
discurso político y académico, las afirmaciones pseudo-científicas racistas.
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Segundo, respecto a la clara percepción del acaecimiento de una crisis cultural y
espiritual del mundo occidental. De hecho, el resto del ensayo se dedica a
diagnosticar dicha crisis y el lugar de Hispanoamérica en ella, con un Occidente
ignorando sus valores culturales, morales y religiosos a favor de una glorificación
de la tecnología. Tercero, en cuanto al riesgo de que Hispanoamérica abrace el
comunismo, alejándose de la “formación cristiana” que ha puesto una valla al
ritmo revolucionario del continente en aquella época, impidiéndole penetrar en él
por completo (pp. 221-247). Teniendo en cuenta estos aspectos puede intuirse
la elección en el ensayo del sesgo histórico-cultural para diagnosticar la
situación de “indeterminación” de los pueblos hispanoamericanos, parte de cuya
responsabilidad recae en unas culturas indígenas y negras representadas como
pasivas y sin contenido. Ello contradiciendo los actuales criterios que reconocen
a estos grupos como abanderados de los movimientos sociales y las luchas de
democratización de nuestros países.

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Gómez, Laureano. Interrogantes sobre el progreso de Colombia: conferencia


dictada en el Teatro Municipal de Bogotá. Bogotá, Editorial Revista Colombiana,
1970 (1928).
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