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Razón versus emoción.

¿Cuántas veces hemos escuchado esa comparación, como se fueran


términos de mundos distintos? La verdad, sin embargo, es que razón y emoción provienen del
mismo mundo, el órgano más complejo que ha creado el universo: el cerebro humano.

El cerebro es una especie de centro de control de los cuerpos de muchos animales, formado a
partir de la unión de las neuronas. Estas, por su vez, son las células nerviosas, que
primeramente aparecieron en las esponjas, animales marinos bastante simples, hace más o
menos 600 millones de años. El primero cerebro propiamente dicho fue el réptil, que funciona
por medio de los instintos y surgió hace 400 millones de años. El cerebro de los mamíferos
nasció 200 millones de años después y empezó la era de las emociones. Finalmente, el cerebro
primate, capaz de producir la inteligencia, tiene 60 millones de años.

Aunque esas informaciones sean más o menos conocidas, lo que pocos saben es que esa
secuencia evolutiva es acumulativa, o sea, el surgimiento de nuevos tipos de cerebros no
significó el abandono de los antiguos. Por eso, el cerebro más reciente, él de los primates,
también posee una parte emotiva y una instintiva.

El secreto entonces para una buena performance del cerebro humano es saber usar bien cada
uno de sus elementos. No hace falta que haya conflicto entre los tipos de respuestas
cerebrales, sino que se les respecten su papel. Se siento miedo, por ejemplo, es razonable que
lo investigue y no simplemente lo ignore por motivos racionales. Se me despierto en el medio
de la noche, también debo usar la razón para descubrir por qué mis instintos han reaccionado
así. En suma, nuestro cerebro permite que explotamos el mundo de formas distintas y esa es
su más grande ventaja.

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