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teresiano
SALVADOR Ros
Doctorando en Teología
9 lbíd., 5, 4; 2, 8; 3, 4.
10 lbíd., 3, 2; 4, 1.
11 lbíd., 37, 4.
12 lb íd., 7, 7-9, 17; 8, 12. Cfr. M. HERRAIZ, Sólo Dios basta, o. e.,
pp. 273-275.
AMOR Y LIBERTAD EN EL EPISTOLARIO TERESIANO 539
2. Actitudes en el epistolario
cartas» y que éstas son tan sin cuento «que me tienen tonta» 19,
Pero también es verdad que, tratándose de una insoslayable ne-
cesidad de comunicación, si el destinatario secundaba el mismo
gesto epistolar, entonces recibía los más gratos consuelos, sobre
todo si las recibidas eran las de María de San José, «que me
descansan de otros cansancios», «que me huelgo tanto con sus
cartas que las estoy deseando» y «mientras más larga, me huel-
go más» 20.
Evidentemente, en otras muchas, el tan prodigado consuelo,
dicho a casi todos sus destinatal'Íos, suena a gentil ficción o a
caritativa mentira 21. Que nos conste, sólo una vez dejó escapar
su mal humor; la ocasión fue pl'Opiciada por la bullidora doña
Beatriz de Castilla y Mendoza, la suegra de su sobrino Francis-
co de Cepeda, al pretender impugnar el testamento del finado
don Lorenzo. Entonces, sin excusas ni cumplidos, le espetó lo
siguiente: «Pal'éceme que lo que yo supliqué a vuestra merced
no me escribiese fue en los negocios, que dejar de recibir mer-
ced con sus cartas de vuestra merced es desatino decirlo, que
bien entiendo cuán grande es cuando vuestra merced me la
hace» 22.
y lo que tampoco podría verse como consuelo, sino al con-
trario, como una notoria extorsión económica o un lujo caro,
era el tener que pagar el franqueo de tantas cartas, dado el ele-
vado coste de los portes 23. Ella misma se lamenta en ocasiones
a) Atención a la persona.
Si t8l11bién en su nuevo estilo de vida comunita!'i8 se mostró
exigente en cuanto a plante8mientos de absoluta iguald8d, del
mismo modo es verdad que siempre exigió el respeto a la irre-
ductibilidad de cada persona, advirtiéndoselo bien claro a prio-
ras, maestras de novicias y a cuantos tuvieran p8rte l'espons8ble
en el gobierno de sus casas. Sería demasiado prolijo recoger
ahora todo ese filón de advertencias. Lo cierto es que 80n mu-
chas, y en todas el apremio es realista: «Esté advertida que no
las ha de llevar a todas por un rasero», «piensa que todas han
de tener su mismo espíritu, y engáñase mucho», «hémonos de
acomodar con lo que vemos en las almas», «llevar a cada uno
con su flaqueza es gran cosa», etc., son expresiones que se mul-
tiplican por las páginas del episto18t'Ío 40.
b) Atención a la salud.
El interés por la persona concreta se manifiesta en el con-
creto y constante estar pendiente por la salud corporal, conven-
cida de que «si en estos monasterios no hubiese trabajos de poca
salud, sería cielo en la tierra y 110 habría en qué merecer» 41.
Es éste un aspecto preocupante que desfila de continuo por el
epistolario teresiano, en su intento de aliviarlo con remedios ca·
seras de una variopinta farmacopea, hecha de conocimientos ad-
quiridos a lo largo de una existencia doliente, como fue la suya,
siempre C011 reliquias de una enfermedad a cuestas -«que nun-
ca he estado sin alguna reliquia» 42_, y luego transmitidos a
mirse en el «más vale regal81'se que est81' mala» 13, principio que
establece para todos, menos para ella.
El cuidado especial para con las enfermas, actitud concreta
de ese amor al prójimo consignado en las quintas moradas, es
tina de las más reiteradas normativas que aparecen en el epis-
tolario, señal de que no desaprovechó ocasión para sensibilizar
a sus prioras: «Ya le he escrito cuánto es menester caridad con
las enfermas; yo entiendo vuestra reverencia la tendrá, mas
siempre lo aviso a todas» 44.
I c) Suavidad.
I Condición y concepto típicamente teresianos, tan lo más Hin"
guIares cuanto mayor es el contraste con los parámetros de san-
I tidad a los que estaba sensibilizada la mentalidad de su tiempo,
personalizados en modelos de recias penitencias, como, por 110
ir más lejos, la beata abulense Mari Díaz y su asesor San Pedro
de Alcántara, o en formas curiosamente estrambóticas, como las
de la anacoreta Catalina de Cardona, tres personajes cercanos a
la Madre Teresa, pero evidentemente distantes de su nuevo es-
tilo de vida.
La santa Mari Diaz, corno Canlal'Oll las coplat; a ::;u muell.e,
además de constituir las delicias del pueblo, del clero y de los
espirituales de Avila, era la antagonista involuntaria -por su
vida y espiritualidad ascética- de la Madre Teresa, por enton-
ces ya con una constelación de suspicacias nacidas antes ele la
semiclanelestina fundación de su primer monasterio ~5. De San
Pedro de Alcántara hay que decir lo mismo que se decía de
aquellos franciscanos rurales con los que conectaba por sus pe-
nitencias increíbles en el comer, en el vestir y en la obsesión
por la identidad del hábito miserable y los pies descalzos -que
tanto asombraron al campesinado castellano y cuyo influjo es
de sobra conocido en los albores reformistas de Santa Teresa-,
con aquellos intentos de retorno al franciscanismo de la Por-
ciúncula, sueños en buena dosis subordinados a la protesta con-
tra desviaciones que ellos creían deberse a la importancia que
fueron adquiriendo los frailes intelectuales; de ahí su alarde de
analfabetismo y su constante recelo de los letrados 46. Respecto
de la Cardona, la extrañn solitaria que tanto impacto causó a
algunos miembros foráneos incorporados a la naciente reforma
d) Afabilidad y alegría.
Como una consecuente derivación de ese estilo de vida im-
postado en la suavidad nace una libertad de espíritu que la San-
ta traduce en el «no es menester andar tan encogidos ni apre-
tados», sino «andar con libertad, tratando con quien fuere jus-
54 Camino, 41, 4 Y 7.
55 Fundaciones, 27, 12.
56 Constituciones, n. 27.
57 A María de San José, 1 febrero 1580, 14: «yo amiga soy que se
alegren su casa con moderación»; íd., 8 noviembre 1581, 19: «mucho
me huelgo procure se alegren las hermanas»,
58 A Lorenzo de Cepeda, 2 enero 1577, 23, 35-38; a María de San
Tosé, 3 enero 1577, 10; íd., 9 enero 1577, 5 Y 9; a Gracián, 31 octubre
1576, 9.
59 A María de San José, 9 enero 1577, 10.
60 Cfr. memorial en Monumenta Historiea Carmeli Teresiani, vol. 2,
Roma, 1973, p. 17.