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Consenso de

Washington
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Las políticas del consenso original iban


dirigidas hacia los países en vías de
desarrollo que estuviesen pasando por
crisis financieras. El término Consenso de
Washington fue acuñado en 1989 por el
economista John Williamson. Su objetivo
era describir un conjunto de diez fórmulas
relativamente específicas, el cual
consideró que constituía el paquete de
reformas «estándar» para el/los países en
desarrollo azotados por la crisis, según
las instituciones bajo la órbita de
Washington D. C. como el Fondo
Monetario Internacional (FMI), el Banco
Mundial y el Departamento del Tesoro de
los Estados Unidos.[1] Las fórmulas
abarcaban políticas que propugnaban la
estabilización macroeconómica, la
liberalización económica con respecto al
comercio como a la inversión, la reducción
del Estado, y la expansión de las fuerzas
del mercado dentro de la economía
interna.[2]

Posteriormente a la aceptación de la frase


de Williamson, y a pesar de su enfática
oposición, el término de "Consenso de
Washington" ha llegado a ser
considerablemente usado, en un amplio
sentido, para referirse a una orientación
más genérica, hacia un enfoque descrito
normalmente como fundamentalismo de
mercado o neoliberalismo.

Las discusiones sobre el Consenso de


Washington han sido por mucho tiempo
polémicas. Pero hay diferencias
substanciales implicadas sobre los
méritos y consecuencias de varias de las
distintas fórmulas políticas involucradas.
Algunas de las críticas discutidas en este
artículo están en desacuerdo, por ejemplo,
con el énfasis del consenso original en la
apertura de los países en desarrollo a los
mercados mundiales, ya que ellos lo ven
como un excesivo enfoque en el
fortalecimiento de la influencia de las
fuerzas del mercado doméstico,
posiblemente a expensas de funciones
claves del Estado. También se ha criticado
la aplicación del modelo de manera
ideológica, carente de pragmatismo y sin
adaptación a cada realidad, que así
produce resultados como los que
acabamos de señalar.

Para otros analistas, examinados a


continuación, el punto en cuestión no es
tanto lo que está incluido en el Consenso
sino lo que falta. A pesar de estas áreas
controvertidas, un gran número de autores
e instituciones en desarrollo aceptan
ahora la proposición más general de que
las estrategias necesitan adaptarse a las
circunstancias específicas de cada país.

Historia
Sentido original: los Diez Puntos de
Williamson

El concepto y nombre del consenso de


Washington fue presentado por primera
vez en 1989 por John Williamson,
economista del Instituto Peterson, un
comité de expertos en economía
internacional con sede en Washington.[3]
Williamson usó el término para resumir
una serie de temas comunes entre
instituciones de asesoramiento político
con sede en Washington, como el Fondo
Monetario Internacional, el Banco Mundial
y Departamento del Tesoro de los Estados
Unidos, Williamson incluía diez amplios
grupos de recomendaciones políticas
relativamente específicas:[1]
1. Disciplina en la política fiscal,
enfocándose en evitar grandes
déficits fiscales en relación con el
Producto Interno Bruto;
2. Redirección del gasto público en
subsidios («especialmente de
subsidios indiscriminados») hacia
una mayor inversión en los puntos
claves para el desarrollo, servicios
favorables para los pobres como la
educación primaria, la atención
primaria de salud e infraestructura;
3. Reforma tributaria, ampliando la base
tributaria y la adopción de tipos
impositivos marginales moderados;
4. Tasas de interés que sean
determinadas por el mercado y
positivas (pero moderadas) en
términos reales;[2]
5. Tipos de cambio competitivos;
6. Liberalización del comercio:
liberación de las importaciones, con
un particular énfasis en la eliminación
de las restricciones cuantitativas
(licencias, etc.); cualquier protección
comercial deberá tener aranceles
bajos y relativamente uniformes;
7. Liberalización de las barreras a la
inversión extranjera directa;
8. Privatización de las empresas
estatales;
9. Desregulación: abolición de
regulaciones que impidan acceso al
mercado o restrinjan la competencia,
excepto las que estén justificadas
por razones de seguridad, protección
del medio ambiente y al consumidor
y una supervisión prudencial de
entidades financieras;[2]
10. Seguridad jurídica para los derechos
de propiedad.[2]

Según algunos analistas, el extremo


debilitamiento del Estado experimentado
desde la vigencia del "Consenso de
Washington", impidió la adecuada
regulación de las actividades privatizadas,
e hizo perder la visión de largo plazo y la
preocupación por la concentración de
ingresos. El artículo referido alude a la
demanda social por un nuevo tipo de
Estado, y analiza los requisitos y objetivos
para que, entre otras cosas, éste facilite
un funcionamiento eficaz de los mercados
y se preocupe por disminuir las
desigualdades sociales. [4] Por ejemplo,
las políticas industriales y agrícolas fueron
eliminadas. Y, sobre todo, se perdió la
visión de largo plazo. Así, las reformas
cayeron en un grave error, el de dar la
espalda al Estado. La prescindencia del
Estado en la realización de las reformas
hizo que estas experimentaran una
pérdida generalizada de credibilidad. (...)
Esa crisis de credibilidad se sumó al
sentimiento generalizado de frustración y
de fatiga debido a la insuficiencia del
progreso y la dureza de los sacrificios
hechos en la aplicación de las reformas.[5]
Orígenes de la agenda política

Aunque el nombre de consenso de


Washington dado por Williamson destaca
el rol de las agencias con base en
Washington en promover la agenda
mencionada anteriormente en otros
países de América Latina, varios autores
han subrayado que los dirigentes de
América Latina formularon su propio
conjunto de reformas políticas basadas
principalmente en su análisis de la
situación económica de sus países.

Por lo tanto, de acuerdo con Joseph


Stanislaw y Daniel Yergin, autores de The
Commanding Heights (‘los altos mandos’),
las instrucciones políticas descritas en el
consenso de Washington se
«desarrollaron en América Latina, por
latinoamericanos, en respuesta a lo que
estaba ocurriendo tanto dentro como
fuera de la región».[6]
Joseph Stiglitz escribió por entonces que
«las políticas del consenso de Washington
fueron diseñadas en respuesta a
problemas muy reales en América Latina y
tenía sentido considerable aplicarlas»
(Stiglitz sería luego un crítico abierto de
las políticas del FMI tal como se aplicaron
en las naciones en desarrollo).[7]

Estos planes de ajuste estructural incluían


elevadas tasas de interés y plazos breves.
A pesar de esto, y de las repetidas
advertencias de los efectos sociales
adversos de estos planes, los gobiernos
latinoamericanos aceptaron los
condicionamientos por parte de los
organismos multilaterales, debido a la
amenaza que representaba rechazar la
implementación de ajustes estructurales,
pues esto podría significar no recibir más
préstamos del FMI y de la banca
internacional.[8] Para Joseph Stiglitz, la
aplicación del Consenso de Washington
causó un fracaso sin precedente tras
prometer el mayor éxito.[9] La crisis
financiera mexicana de 1994-95,
registrada en un país que hasta entonces
había sido alabado como el alumno más
brillante y aventajado de las instituciones
financieras internacionales, puso en solfa
las pretendidas bondades del Consenso.
La variación del PIB per cápita en varias
regiones del Tercer Mundo y en Rusia en
1991-95, en comparación con las
correspondientes a 1974-1990 fueron
inferiores en dos tercios (e incluso
negativas en algunos países), dando
cuenta de que las zonas en las que se
aplicaron más nítidamente las
recomendaciones del Consenso
registraron tasas negativas (Europa
central y oriental, así como toda África)

Un documento del 2010 hecho por Nancy


Birdsall, Augusto de la Torre y Felipe
Valencia Caicedo sugiere asimismo que
las políticas en el consenso original eran
en gran medida una creación de los
políticos y tecnócratas de América Latina;
y en lugar de «crear» el conjunto de
políticas Williamson reunió por primera vez
los diez puntos en un solo sitio.[10]

En palabras de Williamson en el 2002:

Es difícil incluso para


el creador del término
negar que la frase
«Consenso de
Washington» sea un
nombre errado (Naím
2002). Audiencias de
todo el mundo
parecen creer que este
es un conjunto de
políticas neoliberales
que se han impuesto
en países
desventurados por las
instituciones
financieras
internacionales con
sede en Washington y
los ha llevado a la
crisis y la miseria. Hay
gente que no puede
pronunciar el término
sin rechinar los
dientes. Mi punto de
vista es, por supuesto,
muy diferente. Las
ideas básicas que
intente resumir en el
Consenso de
Washington han
ganado mayor
aceptación en la
última década, hasta
el punto en que Lula
ha tenido que apoyar
la mayoría de ellas
con el fin de ser
elegido. En la mayor
parte son valores
tradicionales, razón
por la cual ordenaron
un consenso.
[11]

Sentido amplio
Williamson reconoce que el término ha
sido utilizado comúnmente con un sentido
diferente al de su fórmula original; se
opone al uso alternativo del término, el
cual se hizo común después de su
formulación inicial, para abarcar una
agenda de fundamentalismo de mercado
(o neoliberal) más amplia.[12]

Yo por supuesto nunca


tuve la intención de
que mi término
implique políticas
como la liberación de
la cuenta de capital
(...deliberadamente
excluí eso), el
monetarismo, la
economía centrada en
la oferta, o de un
Estado Mínimo
(quitando al estado de
la Previsión Social y la
redistribución de los
ingresos), las cuales
creo que son las ideas
neoliberales por
excelencia. Si así es
como el término es
interpretado, entonces
todos podemos
disfrutar de sus
consecuencias, aunque
permítanos al menos
tener la decencia de
reconocer que rara
vez estas ideas han
dominado el
pensamiento de
Washington y
ciertamente nunca
han dirigido un
consenso allí ni en
otro lugar...
[11]

Williamson sostiene que las tres primeras


de sus diez fórmulas son incontrovertidas
en la comunidad económica, mientras que
reconoce que las otras han provocado
cierta controversia. Él afirma que una de
las fórmulas menos polémicas, la
reorientación del gasto hacia la
infraestructura, la asistencia sanitaria y la
educación, ha sido frecuentemente
pasada por alto. También argumenta que,
mientras que las fórmulas estaban
enfocadas en reducir ciertas funciones del
gobierno (v.g., como propietario de
empresas productivas), también
fortalecerían la capacidad del gobierno
para llevar a cabo otras tareas como
apoyar la educación y la salud. Williamson
dice que no apoya el fundamentalismo de
mercado y cree que las instrucciones del
Consenso, si son implementadas
correctamente, beneficiarían a los
pobres.[13] En un libro editado por Pedro-
Pablo Kuczynski en 2003, Williamson
planteo un amplio programa de reformas,
acentuado en economías aprueba de
crisis, reformas de «segunda generación»
y en políticas que aborden la desigualdad
y los problemas sociales (Kuczynski y
Williamson, 2003).
Como se ha señalado, a pesar de las
reservas de Williamson, el término
Consenso de Washington se ha utilizado
de manera más amplia para describir el
cambio general hacia las políticas de libre
mercado que siguieron al desplazamiento
del keynesianismo en los años setenta. En
este sentido amplio se considera a veces
que el consenso de Washington comenzó
alrededor de 1980.[14][15] Muchos analistas
observan que el consenso, especialmente
si es interpretado en el amplio sentido del
término, alcanzó su punto más alto en los
años noventa. Algunos han argumentado
que, en este sentido, terminó con el
cambio de siglo, o al menos se volvió
menos influyente a partir del año
2000.[10][16] Más comúnmente, se ha
sugerido que el consenso en su sentido
más amplio sobrevivió hasta la crisis
financiera global de los años 2008–
2009.[15]
Seguido de una fuerte intervención llevada
a cabo por los gobiernos en respuesta a
las fallas del mercado, varios periodistas,
políticos y altos funcionarios de
instituciones mundiales como el Banco
Mundial comenzaron a decir que el
consenso de Washington estaba
muerto.[17][18] Entre ellos el ex primer
ministro británico Gordon Brown, que
después de la Cumbre del G-20 de
Londres en 2009, declaró que «el viejo
consenso de Washington está
terminado».[19] El Washington Post le
pregunto a Williamson en abril del 2009 sí
estaba de acuerdo con Gordon Brown en
que el consenso de Washington estaba
muerto. Él respondió:

Depende de lo que uno


quiera decir con
consenso de
Washington. Si se
refiere a los diez
puntos que trate de
esbozar, entonces
claramente no está en
lo correcto. Si uno se
refiere a la
interpretación de la
que un número
personas,
principalmente Joe
Stiglitz, le han
endilgado, de ser un
trayecto neoliberal,
entonces creo que está
en lo correcto.
[20]
Después de la cumbre del G-20 de Seúl en
2010, se anunció que se había alcanzado
un acuerdo; el Consenso de Seúl para el
Desarrollo, The Financial Times publicó
que «Su punto de vista pragmático y
pluralista de desarrollo es lo
suficientemente atractivo. Pero el
documento no hará más que clavar otro
clavo en el ataúd del ya fallecido
consenso de Washington».[21] Con
posterioridad, la «lista» inicial fue
completada, ampliada, explicada y
corregida. Así y en distintos foros, se ha
oído hablar del «consenso de Washington
II» y del «consenso de Washington
III».[22][23][24]

Contexto
Varios países se esforzaron por
implementar los diversos componentes de
los paquetes de reformas, con la
implementación a veces impuesta como
una condición para recibir préstamos por
parte del FMI y el Banco Mundial.[14] El
resultado de estas reformas son muy
debatidas. Algunos críticos se centran en
los reclamos de que estos dieron lugar a
la desestabilización.[25] También han
culpado al consenso de Washington por
determinadas crisis económicas como la
crisis económica argentina (1999-2002) y
por exacerbar las desigualdades
económicas de América Latina.
El consenso de Washington ha sido
además frecuentemente criticado por
grupos socialistas y/o antiglobalistas.
Aunque estas filosofías sí critican dichas
políticas, privatización de empresas
públicas, desregular los mercados, firmar
acuerdos de libre comercio y reducir la
participación del Estado en la economía
del país, la crítica general a la economía
del consenso está más presente ahora,
como la descrita por el académico
estadounidense Dani Rodrik, Profesor de
Política Económica Internacional en
Universidad de Harvard, en su artículo
«¿Adiós al consenso de Washington, hola
a la confusión de Washington?».[26]

Las instituciones que forman el consenso


comenzaron a suavizar su insistencia en
estas políticas a partir del 2000 en gran
parte debido a las presiones políticas
asociadas a la globalización, pero
cualquier referencia a estas ideas como
un consenso se dejaron de lado
esencialmente a raíz de la crisis financiera
mundial del 2008, considerado como una
crisis provocada por las políticas del
liberalismo económico, al tiempo que el
fundamentalismo de mercado perdía
apoyo. Sin embargo, cabe señalar, que la
mayoría de las políticas han llegado a ser
vistas como incapaces de prevenir o
aliviar las crisis económicas agudas. Esto
tal vez es más notorio en la obra del FMI
con Corea del Sur con el fin de crear un
nuevo tipo de programa de intervención, en
el cual Corea del Sur fue forzado a aceptar
durante la Crisis Financiera Asiática en los
años noventa.

El propio Williamson ha resumido los


resultados globales sobre el crecimiento,
empleo y reducción de la pobreza en
varios países como «decepcionantes, por
decir lo menos». Atribuye este efecto
limitado a tres factores: (a) el Consenso
per se por no poner especial énfasis en los
mecanismos para evitar las crisis
económicas, las cuales probaron ser muy
dañinas (b) las reformas, tanto las
mencionadas en su artículo como, a
fortiori, aquellas efectivamente aplicadas,
estaban incompletas; y (c) las reformas
citadas no eran lo suficientemente
ambiciosas con respecto a la focalización
en mejorar la distribución de los ingresos,
necesitando ser complementadas con
mayores esfuerzos en este sentido. En
lugar de argumentar para abandonar las
diez fórmulas originales, Williamson más
bien concluye con que son «valores
tradicionales» y «no vale la pena
debatirlos».[11]

El término ha llegado a ser utilizado en un


sentido más amplio como sinónimo del
fundamentalismo de mercado o neo-
liberalismo. En este sentido amplio,
Williamson afirma, ha sido criticado por
gente como George Soros y por el premio
nobel Joseph E. Stiglitz.[13]También es
criticado por algunos políticos
latinoamericanos y economistas
heterodoxos como Erik Reinert.[27]

El término se ha asociado con las políticas


neoliberales en general y se ve envuelto en
el amplio debate sobre el creciente papel
del mercado libre, las restricciones sobre
el estado y la influencia de los Estados
Unidos y de la globalización de manera
más amplia, en la soberanía nacional de
los países.

Estabilizar, privatizar
y liberalizar» se
convirtió en el mantra
de una generación de
tecnócratas que se
afilaban los dientes en
los países en vías de
desarrollo y en los de
los líderes políticos
que aconsejaban.
Dani Rodrik[26]

Aunque las opiniones varían entre los


economistas, Rodrik señaló que lo que él
afirmaba era una paradoja factual:
mientras que China e India aumentaron la
dependencia de sus economías a las
fuerzas del libre mercado de manera
limitada, sus políticas económicas
generales permanecieron exactamente
opuestas a las principales
recomendaciones del Consenso de
Washington. Ambos tenían altos niveles
de proteccionismo, sin privatizaciones,
extensivas planificaciones de políticas
industriales, fiscales y financieras poco
rigurosas a través de los años noventa. Si
hubieran sido rotundos fracasos habrían
presentado sólidas evidencias en apoyo a
las políticas recomendadas por el
consenso de Washington. Sin embargo
resultaron ser exitosas.[26] Según Rodrik:
«Mientras que las lecciones aprendidas
por los proponentes y escépticos difieran,
es justo decir que ya nadie cree realmente
en el Consenso de Washington. La
cuestión ahora no es sí el Consenso está
vivo o muerto; sino que es lo que lo va a
remplazar».[26][28]

El punto de vista de Rodrik sobre las


políticas chinas o indias durante el periodo
no es universalmente aceptado. Entre
otras cosas, dichas políticas involucraron
grandes giros en la dirección hacia una
mayor confianza en las fuerzas de
mercado, tanto domésticamente como
internacionalmente.[cita requerida]
En un libro editado junto a Pedro Pablo
Kuczynski en 2003, John Williamson
estableció una amplia agenda de
reformas, enfatizando en las medidas de
las economías contra la crisis, las
reformas de «segunda generación» y las
políticas contra la desigualdad y los
problemas sociales.[cita requerida]

Ajustes macroeconómicos
La adopción generalizada por parte de los
gobiernos del Consenso de Washington
fue en gran medida una reacción a las
crisis macroeconómicas que afectaron a
gran parte de América Latina y otras
regiones en desarrollo, durante los años
ochenta. La crisis tuvo múltiples orígenes:
el drástico aumento en el precio del
petróleo importado seguido del
surgimiento de la OPEP, el crecimiento de
la deuda externa, el aumento en los
Estados Unidos (y en consecuencia en el
mundo) de las tasas de interés, y como
consecuencia de los problemas anteriores,
la perdida al acceso a un crédito
extranjero adicional. Las políticas a las
sustituciones de las importaciones que
han sido perseguidas por varios gobiernos
de países en desarrollo en América Latina
y otros lugares por varias décadas han
dejado sus economías mal equipadas
para expandir sus exportaciones lo
suficientemente rápido para pagar el costo
adicional del petróleo importado (por el
contrario, varios países de Asía Oriental,
[cita requerida] que habían seguido estrategias
orientadas más a la exportación,
encontraban relativamente fácil expandir
todavía más las exportaciones y por lo
tanto lograron adaptarse a las
perturbaciones externas con mucho
menos trastornos económicos y sociales).
Incapaces tanto de extender los
préstamos externos todavía más o de
incrementar los ingresos de exportación
de manera fácil, varios países de América
Latina tuvieron que buscar alternativas
sostenibles, las cuales no eran obvias,
para reducir la demanda interna general a
través de una mayor disciplina fiscal,
mientras que en paralelo adoptaban
políticas para reducir el proteccionismo e
incrementar la orientación a la exportación
de sus economías.[29]

La liberación del comercio


El Consenso de Washington, como fue
formulado por Williamson, prevé en gran
medida un proceso unilateral de reforma
comercial, por el cual los países podrían
bajar sus barreras arancelarias y
(especialmente) no arancelarias a las
importaciones. Muchos países, incluyendo
la mayoría de aquellos en América Latina,
han efectivamente llevado a cabo una
significativa liberalización unilateral del
comercio durante los años posteriores,
abriendo sus economías. Siendo un
ejemplo de ellos la liberalización del
comercio en América del Norte, donde
diferentes análisis el nivel de pobreza
extrema de México subió rápidamente
desde la implantación del acuerdo en
1994, pasando de un 16 % a un 28 % solo
en los primeros cinco años. Cinco millones
de campesinos tuvieron que abandonar
sus tierras, elevando el desempleo
urbano.[30]
Una agenda separada, solo
tangencialmente relacionada al Consenso
de Washington como lo formuló
Williamson, aborda varios programas para
la liberación del comercio multilateral, ya
sea a nivel mundial (OMC) o regional,
incluyendo el Tratado de Libre Comercio
de América del Norte (TLCAN) y el DR-
CAFTA.

Críticas
La mayor parte de las críticas realizadas
se han enfocado en la liberación del
comercio y la eliminación de los subsidios
y han sido particularmente enérgicas en el
sector agrícola. Aunque, en naciones con
importantes recursos naturales, se han
centrado en la privatización de las
industrias que explotan estos recursos.

A partir del 2010, varios países de América


Latina fueron liderados por gobiernos
socialistas o de otro tipo de izquierda,
algunos de los cuales, incluyendo a
Argentina y Venezuela, han hecho
campaña por (y en cierto grado adoptado)
políticas contrarias a las del Consenso de
Washington. Otros países de América
Latina con gobiernos de izquierda,
incluyendo Brasil, Chile y Perú, en la
práctica adoptaron la mayor parte de las
políticas incluidas en la lista de
Williamson, aun cuando criticaron el
fundamentalismo de mercado con el cual
estas son asociadas frecuentemente.
También ciertos economistas
estadounidenses han sido críticos de las
políticas promovidas por el FMI, tales
como Joseph Stiglitz y Dani Rodrik,
quienes han desafiado lo que en
ocasiones se ha descripto como las
políticas «fundamentalistas» del FMI y el
Departamento del Tesoro de los Estados
Unidos a lo que Stiglitz llama un
tratamiento 'valido para todos los casos'
de las economías individuales. De acuerdo
con Stiglitz el tratamiento sugerido por el
FMI es demasiado simple: una dosis
rápida. Estabilizar, liberalizar y privatizar,
sin priorizar o guardarse de los efectos
secundarios.[31]

Las reformas no
siempre funcionaban
de la manera prevista.
Si bien el crecimiento
mejoró generalmente
en la mayor parte de
América Latina, fue en
la mayoría de los
países menos de lo que
los reformistas habían
pronosticado
originalmente (y la
«crisis de transición»,
como es señalado
anteriormente, más
profunda y sostenida
de lo esperado en
algunas de las
antiguas economías
socialistas). Historias
de éxito en el África
Subsahariana eran
muy escasas durante
los años noventa y las
reformas orientadas
al mercado por si
solas no ofrecen
ninguna fórmula para
lidiar con la creciente
emergencia en la
salud pública en la que
el continente se ve
envuelto. Los críticos,
por su parte,
argumentan que los
decepcionantes
resultados han
justificado sus
preocupaciones
acerca de lo
inapropiado del
programa estándar de
reformas.
Profesor Dani Rodrik,
Universidad de
Harvard[26]
La crítica que recayó en el estudio del
Banco Mundial El crecimiento económico
en los años noventa: aprendiendo de una
década de reformas (2005)[32] muestran
cuán lejos han llegado las discusión de las
ideas originales del Consenso de
Washington. Gobind Nankani, un
exvicepresidente para África del Banco
Mundial, escribió en el prefacio: «No hay
un único conjunto universal de normas. [...]
Necesitamos alejarnos de las fórmulas y
la búsqueda de elusivas “mejores
prácticas”» (pág. XIII). El nuevo énfasis del
Banco Mundial está en la necesidad de
humildad, de la diversidad política, de
reformas selectivas y modestas y de la
experimentación.[33]

El reporte del Banco Mundial, El


crecimiento económico en los años
noventa: aprendiendo de una década de
reformas,[32] muestra algunos de los
desarrollos de los años noventa. Hubo un
colapso profundo y prolongado en la
producción de algunos países (aunque no
todos) en proceso de transición del
comunismo a las economías de mercado
(varios países de Europa Central y del
Este, por el contrario, hicieron el ajuste
relativamente rápido). Más de una década
en la transición, algunos de los antiguos
países comunistas, en especial aquellos
que formaban parte de la ex Unión
Soviética, todavía no han alcanzado los
niveles de producción que tenían en 1990.
Varias economías del África subsahariana
fracasaron en despegar durante los años
noventa, a pesar de los esfuerzos en una
reforma política, cambios en los entornos
políticos y externos y un fuerte flujo
continuo de ayuda extranjera. Uganda,
Tanzania y Mozambique estuvieron entre
los países que mostraron cierto éxito, pero
seguían siendo frágiles. Hubo varias crisis
financieras sucesivas y dolorosas en
América Latina, Asia Oriental, Rusia y
Turquía. La recuperación de América
Latina en la primera mitad del decenio de
1990 se vio interrumpida por las crisis a
finales de la década. Hubo menos
crecimiento en el PBI per cápita en
América Latina que en el periodo de rápida
expansión de la posguerra y la apertura en
la economía mundial, 1950-80. El modelo
económico de la Argentina, descripto por
algunos como «el modelo a seguir de la
revolución económica
latinoamericana»,[26] se vino abajo en
2002.[33][26]
Entre otros resultados de las recientes
crisis financieras globales ha sido un
fortalecimiento en la creencia de la
importancia de modelos de desarrollo
local como más adecuados que los
enfoques programáticos. Algunos
elementos de esta escuela de
pensamiento fueron resumidos en la idea
de un Consenso de Pekín, el cual sugiere
que las naciones necesitan encontrar su
propio camino hacia el desarrollo y la
reforma. Otras críticas provienen desde la
antiglobalización hasta del mismo
liberalismo económico junto con algunas
de sus corrientes: la escuela clásica y la
escuela austríaca. Ellos argumentan
además que los países del primer mundo
imponen las políticas del Consenso de
Washington sobre los países de
economías débiles, mediante una serie de
organizaciones burocráticas
supraestatales como el Banco Mundial y
el Fondo Monetario Internacional, además
de ejercer presión política y extorsión. Se
argumenta además, de manera muy
generalizada, que el Consenso de
Washington no ha producido ninguna
expansión económica significativa en
Latinoamérica y sí, en cambio, algunas
crisis económicas severas y la
acumulación de deuda externa que
mantiene a estos países anclados al
mundo subdesarrollado.

A su vez, sus políticas educativas, si bien


en buena medida acatadas en
Latinoamérica (especialmente en países
como Chile y Argentina) donde tenían
considerable buena prensa, ha sido
criticada desde dentro de estas mismas
sociedades, en trabajos como el de José
Luis Coraggio La educación según el banco
mundial, que ponía en entredicho el
modelo educativo socialdemócrata y las
posibles consecuencias de su
implementación, consecuencias que luego
se ha visto como ciertas,[cita requerida] y que
en buena medida explotaron en la Crisis
Educativa en Chile del 2011.[34]

Movimiento antiglobalización

Varios críticos de la liberación del


comercio, como Noam Chomsky, Tariq Ali,
Susan George y Naomi Klein,[35] ven el
Consenso de Washington como una
manera de abrir el mercado laboral de
economías subdesarrolladas a la
explotación por parte de compañías de
economías más desarrolladas. Las
reducciones establecidas en los aranceles
y otras barreras comerciales permiten la
libre circulación de bienes a través de las
fronteras conforme con las fuerzas del
mercado, pero a los trabajadores no se les
permite moverse libremente debido a las
exigencias de un visado o un permiso de
trabajo. Esto crea un clima económico
donde las mercancías son fabricadas
usando mano de obra barata en
economías subdesarrolladas y luego
exportadas a las economías ricas del
Primer Mundo para la venta, a lo que los
críticos argumentan dar enormes
márgenes de ganancia, con el balance de
dichas ganancias acumulándose en
grandes corporaciones multinacionales.
La crítica está en que los trabajadores de
las economías del Tercer Mundo a pesar
de todo siguen siendo pobres, ya que
cualquier aumento salarial que pueden
haber recibido sobre lo que hicieron antes
de la liberación del comercio es
contrarrestado por la inflación, mientras
que los trabajadores del Primer Mundo
quedan desempleados y los dueños
acaudalados de las multinacionales se
vuelven todavía más ricos.

Los críticos antiglobalistas alegan que los


países del Primer Mundo imponen lo que
describen como las políticas neoliberales
del consenso sobre países
económicamente vulnerables a través de
organizaciones como el Banco Mundial y
el Fondo Monetario Internacional, por
presión política y el soborno. Argumentan
que el Consenso de Washington, de hecho,
no ha llevado a ninguna bonanza
económica mayor en América Latina, sino
más bien agravar las crisis económicas y
la acumulación de deudas externas
paralizantes que endeudan al país objetivo
con el primer mundo.

Muchas de las recomendaciones políticas


(por ejemplo, la privatización de las
industrias estatales, reforma tributaria y
desregulación) son criticadas como
mecanismos para asegurar el desarrollo
de la pequeña y adinerada elite local del
Tercer Mundo, la cual se alzará al poder
por lo que también tiene un interés directo
en mantener el estatus quo local de
explotación laboral.

Algunas de las premisas fácticas


concretas de la crítica como las
redactadas arriba (especialmente en el
marco económico) no son aceptadas por
los defensores, o incluso todos los
críticos, del Consenso de Washington. Por
mencionar algunos ejemplos,[36] la
inflación en muchos países desarrollados
ahora están en sus niveles más bajos
desde hace varias décadas (cifras
individuales bajas para una gran parte de
América Latina). Los trabajadores de
fábricas creadas por la inversión
extranjera se encuentran con que reciben
típicamente un mayor salario y mejores
condiciones laborales que los sitios
nacionales estándar de trabajo en sus
propios países. El crecimiento económico
en gran parte de América Latina en los
últimos años ha tenido niveles altos
históricamente y niveles de deuda,
relativos al tamaño de estas economías,
en un promedio significativamente más
bajo [cita requerida] de lo que estaban hace
unos años atrás.
A pesar de estos avances
macroeconómicos, la pobreza y la
desigualdad se mantienen en niveles
elevados en América Latina. Alrededor de
una de tres personas, 165 millones en
total, todavía viven con menos de 2
dólares al día. Aproximadamente un tercio
de la población no tienen accesos a la
electricidad o saneamiento básico y un
estimado de 10 millones de niños sufren
de malnutrición. Estos problemas no son,
sin embargo, nuevos: América Latina era
económicamente la región más desigual
del mundo en 1950 y sigue siéndolo desde
entonces, durante los periodos tanto de
sustitución de importaciones dirigida por
el estado como (subsecuentemente) de
liberación orientada al mercado.[37]

Algunos líderes políticos socialistas en


América Latina son y eran críticos abiertos
y bien conocidos del consenso de
Washington, como el fallecido presidente
de Venezuela Hugo Chávez, el
expresidente de Cuba Fidel Castro, el
presidente de Bolivia Evo Morales y Rafael
Correa, expresidente de Ecuador. En
Argentina, también, el gobierno peronista
del fallecido expresidente Néstor Kirchner
y de la expresidenta Cristina Fernández de
Kirchner tomaron medidas políticas que
representan un repudio al menos algunas
de las políticas del Consenso (véase abajo
Controversias en Curso). Sin embargo, con
la excepción de Castro, estos líderes han
mantenido y ampliado algunas políticas
exitosas comúnmente asociadas al
Consenso de Washington, como la
estabilidad macroeconómica y la
protección a los derechos a la propiedad.
[cita requerida]

Otros en la izquierda latinoamericana


adoptaron un enfoque diferente.
Gobiernos liderados por el Partido
Socialista de Chile, por Alan García en
Perú, por Tabaré Vázquez en Uruguay y por
Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, han
mantenido en la práctica un alto grado de
continuidad con las políticas económicas
descritas en el Consenso de Washington
(pago de deudas, protección a la inversión
extranjera, reformas financieras, etc.).
[cita requerida] Pero gobiernos de este tipo
han tratado simultáneamente de
complementar estas políticas con
medidas que apunten directamente a
mejorar la productividad y ayudar a los
pobres, como reformas educativas y
subsidios a familias pobres condicionadas
a que sus hijos permanezcan en la
escuela.

Críticas neokeynesianas

Críticos neokeynesianistas y
poskeynesianistas del consenso han
argumentado que las subyacentes
políticas fueron implementadas de manera
incorrecta y son demasiado rígidas para
lograr ser exitosas. Por ejemplo, se
suponía que leyes laborales flexibles
crearían nuevos trabajos, pero la evidencia
económica de América Latina no es
concluyente en este punto. Además,
algunos sostienen que el conjunto de
políticas no tiene en cuenta las diferencias
económicas y culturales entre los distintos
países. Algunos críticos han insistido en
que este grupo de políticas deben ser
implementadas, de ser posible, durante un
periodo de crecimiento económico rápido
y no, como suele ocurrir, durante una crisis
económica.
Moisés Naím, redactor jefe de Política
Exterior (Foreign Policy), ha argumentado
que no había ningún 'consenso' en primer
lugar. Ha sostenido que hay y ha habido
grandes diferencias entre los economistas
acerca de que es una 'política económica
correcta', por lo tanto la idea de que
existía un consenso era un concepto
erróneo.

Proponentes del «modelo europeo»


y del «modelo asiático»
Algunos economistas europeos y
asiáticos sugieren que «economías de
infraestructura inteligente» como la
Noruega, Singapur y China han rechazado
parcialmente la «ortodoxia financiera»
neoclásica subyacente que caracteriza al
'Consenso de Washington' e iniciaron en su
lugar un camino de desarrollo pragmático
propio (julio de 2013)[38] basados en
inversiones estratégicas en proyectos de
infraestructura sostenidas, en gran escala
y financiadas por el gobierno: «Países
exitosos como Singapur, Indonesia y
Corea del Sur todavía recuerdan los
severos mecanismos de ajuste impuestos
abruptamente por el FMI y el Banco
Mundial durante la 'Crisis Asiática' de
1997-1998 […] Lo que han logrado en los
últimos 10 años es de lo más destacable:
discretamente han abandonado el
"Consenso de Washington" invirtiendo
masivamente en proyectos de
infraestructura […] este enfoque
pragmático ha demostrado ser bastante
exitoso».[39]

Mientras que China invirtió


aproximadamente 9 % de su PIB en
infraestructura durante las décadas de
1990 y 2000, la mayoría de las economías
emergentes occidentales y no asiáticas
invirtieron solo 2 a 4 % de su PIB en
activos de infraestructura. Esta
considerable diferencia de inversión le
permitió a la economía china crecer a
condiciones casi óptimas mientras que
varias economías sudamericanas,
surasiáticas y africanas sufren varias
dificultades de desarrollo: redes de
transporte deficientes, redes eléctricas
envejecidas, escuelas mediocres, etc.

Argentina
Existen desacuerdos sobre la
neutralidad en el punto de vista de
la versión actual de este artículo o
sección.

La crisis económica de Argentina de 1999-


2002 se la considera frecuentemente
como un ejemplo de la devastación
económica que había sido causada según
algunos por la aplicación del Consenso de
Washington, sin embargo, solo se
aplicaron la mitad de las políticas
pertinentes para considerarse un ejemplo
verídico. El exviceministro de relaciones
exteriores de la Argentina Jorge Taiana, en
una entrevista con la agencia estatal de
noticias Télam el 16 de agosto de 2005,
atacó al Consenso de Washington.
«Nunca hubo un verdadero consenso para
tales políticas», él dijo, y hoy «un buen
número de gobiernos del hemisferio están
revisando las hipótesis con las que
aplicaron esas políticas en los noventa» y
agregó que estos están buscando un
modelo de desarrollo para garantizar el
empleo productivo.[40]

Otros economistas cuestionan el punto de


vista de que el fracaso de la Argentina se
puede atribuir a un estricto cumplimiento
del Consenso de Washington. La adopción
del país de un régimen cambiario fijo
idiosincrático («convertibilidad»), lo que lo
volvió menos competitivo y junto con su
fracaso en alcanzar un control efectivo en
sus cuentas fiscales, ambas en contra de
las disposiciones fundamentales del
consenso, directamente pavimentaron el
camino para el colapso macroeconómico
definitivo. Las políticas orientadas al
mercado de los primeros años de la
fórmula Menem-Cavallo, entretanto, pronto
se esfumaron frente a las limitaciones
políticas domésticas (incluyendo la
preocupación de Menem por asegurar la
reelección).[41]
En octubre de 1998 el FMI invitó al
expresidente de la argentina Carlos
Menem, para hablar de la experiencia
argentina, en la Junta Anual de
Gobernadores.[42] Domingo Cavallo
―ministro de Economía entre 1991 y 1996
(durante el mandato de Menem)―, el
arquitecto de las políticas económicas de
su administración (incluyendo
específicamente la convertibilidad), afirmó
que la Argentina era en ese momento
«considerada como el mejor pupilo del
FMI, el Banco Mundial y el gobierno de los
Estados Unidos»:

En el segundo
semestre de 1998,
Argentina era
considerada en
Washington como la
más exitosa economía
entre aquellas que han
restructurado su
deuda dentro del
marco de
planificación Brady.
Ninguno de los
patrocinadores del
Consenso de
Washington estaba
interesado en señalar
que las reformas
económicas
argentinas diferían
con sus
10 recomendaciones.
Por el contrario, era
considerada como la
mejor pupila del FMI,
el Banco Mundial y el
gobierno de Estados
Unidos
Domingo Cavallo,
exministro de
Economía de la
Argentina (1991–
1996).[43]

Los problemas que surgieron con la


dependencia en un mecanismo de tipo de
cambio fijo (arriba) son discutidos en el
informe del Banco Mundial El crecimiento
económico en los años noventa:
aprendiendo de una década de
reformas,[32] donde se cuestiona si las
expectativas pueden «afectar
positivamente al atar las manos de un
gobierno». A principios de los años
noventa había un punto de vista en el cual
los países debían cambiar a un tipo de
cambio tanto fijo o completamente flexible
para tranquilizar a los participantes del
mercado de la completa eliminación de la
discreción del gobierno en materia
cambiaria extranjera. Después del colapso
de la Argentina, algunos observadores
creen que removiendo la discreción del
gobierno creando mecanismos que
impongan grandes penalizaciones puedan
en realidad, por el contrario, socavar las
expectativas. Velasco y Neut (2003)[44]
sostienen que «si el mundo está inseguro y
hay situaciones en las que la falta de
discreción causará grandes pérdidas, una
manera de pre-compromiso puede en
realidad hacer las cosas peor».[32] En el
capítulo 7 de su informe Liberalización
financiera: ¿qué fue bien, qué fue mal?, el
Banco Mundial analiza lo que salió mal en
la Argentina, resume las lecciones
aprendidas de la experiencia y señala
sugerencias para su política futura.[32]

La liberalización comercial trajo como


consecuencia un proceso de
desindustrialización fenómeno peculiar de
la década de los años 90, durante ese
período se registra una pérdida de
incidencia del valor agregado industrial en
el generado por el conjunto de la
economía durante la cual disminuyen un
15% el número de establecimientos y se
expulsa la cuarta parte de la mano de
obra sectorial, alcanzando su mayor
intensidad en términos de lo que se puede
considerar la gran industrial local (los
establecimientos con más de 100
ocupados).[45]
La Oficina de Evaluación Independiente del
FMI ha emitido una reseña de las
lecciones aprendidas por la institución de
la Argentina, resumidas en la siguiente
cita:

La crisis Argentina
produce una serie de
lecciones para el FMI,
algunas de las cuales
ya han sido
aprendidas e
incorporadas en las
políticas y
procedimientos
revisados. Estas
evaluaciones sugieren
diez lecciones, en
áreas como vigilancia
y diseño de
programas, gestión en
caso de crisis y el
proceso de toma de
decisiones.[46]
Durante esta época la tasa de
desocupación aumentó constantemente a
partir de 1992, para alcanzar el pico de
18,4 % de la población activa desocupada,
en mayo de 1995. Durante los años 90
Argentina mantuvo una desocupación
promedio de 11,8 % y en octubre de 2001
había un 18,3% de desempleados.[47] Tras
la salida de la convertibilidad, este índice
alcanzó su máximo histórico en 2002,
cuando anualizó un 22,64 %.[48] En marzo
del 2001 asumió como ministro Ricardo
López Murphy que llevó a cabo un severo
programa de ajuste fiscal por 2500
millones de dólares, de los cuáles 1100
millones pertenecen al área educativa.
También se eliminaron partidas por 660
millones de pesos/dólares destinadas a
las provincias, recorte en el presupuesto
universitario por 361 millones para el 2001
y 541 millones para el 2002, recortes en
sueldos docentes por 220 millones,
rebajas en el salario familiar por 129
millones, recortes en jubilaciones por 127
millones y postergación en el pago de las
mismas, anulación de pensiones y becas
estudiantiles, achique y recorte en los
programas sanitarios por 50 millones, IVA
del 15 al 21 % para espectáculos
culturales, fútbol, teatro y cine, eliminación
de ayuda aproductores rurales de siete
provincias por 180 millones, despido
inmediato de 40.000 empleados públicos,
flexibilización laboral aumentando el
período de prueba de 3 a 12 meses y
recortes en las indemnizaciones por
despido, privatización de las casas de
juego y de parte del Banco Nación. [49][50]

Mark Weisbrot dice que, en años más


recientes, la Argentina bajo el mandato del
expresidente Néstor Kirchner rompió con
el consenso y eso llevó a una mejora
significativa en su economía; algunos
agregan que Ecuador pronto podría seguir
su ejemplo.[51]En 2003, los presidentes de
la Argentina y Brasil, Néstor Kirchner y Luiz
Inacio Lula da Silva firmaron el Consenso
de Buenos Aires, un manifiesto opuesto a
las políticas del Consenso de
Washington.[52]

Críticos de la gestión de Lula señalan, sin


embargo, que la retórica de Lula en tales
actos públicos debe ser diferenciada de
las políticas implementadas
efectivamente por su administración.[53]
Lula da Silva pagó toda la deuda de Brasil
con el FMI con dos años de antelación,
liberando a su Gobierno de su «tutela»,
como hiciera el gobierno de Kirchner en
2005.

Los críticos sostienen que, mientras que la


confianza de Kirchner en los controles de
precios y otras medidas administrativas
similares (dirigidas principalmente a las
empresas extranjeras inversoras y a las
empresas de servicios) contradecían
claramente al espíritu del consenso, su
administración de hecho condujo un barco
fiscal extremadamente estricto y mantuvo
un tipo de cambio flotante altamente
competitivo; la salida inmediata de la
Argentina de la crisis, ayudada todavía
más por la anulación de sus deudas y un
alza fortuita en los precios de los
productos básicos, deja cuestiones
pendientes sobre la sostenibilidad a largo
plazo.[54]

En octubre del 2008, la presidenta, Cristina


Kirchner, anunció la intención de su
gobierno de nacionalizar los fondos de
pensión,[55]aduciendo entre otras razones
que el trabajador que optara por las AFJP
debía aportar compulsivamente un
porcentaje de su salario (que varió entre el
11 y el 7 %)AFJP actuaban como
administradoras financieras.[56] y cada una
fijaba las comisiones que se le
descontaban al trabajador sobre dicho
aporte, en concepto de costo de seguro de
vida y de gastos administrativos. Las
comisiones reducían el aporte del
trabajador que finalmente era capitalizado
en un porcentaje en torno al 30 %,
alcanzando en algunos momentos hasta
un 54 % del aporte mensual del trabajador,
dependiendo de la AFJP y el monto del
aporte (ya que una parte de la comisión
podía establecerse como un cargo fijo, y
no porcentual).[57][58]Las AFJP se
apropiaron de unos 10.000 millones de
dólares en comisiones, mientras otros
35.000 millones se repartieron en
concepto de utilidades de empresas
beneficiadas con las rebajas de aportes
patronales.[59][60]

Consenso de Washington en la Educación


Argentina Las propuestas de reforma
educativa llevadas a cabo en
Latinoamérica por los gobiernos
neoliberales parten de la base de un
diagnóstico de crisis educacional. Según
la perspectiva neoliberal, los sistemas
educativos latinoamericanos atravesaban
una crisis de eficiencia, eficacia y
productividad. Y ésta se debía a la
condición pública y al monopolio estatal
de la educación que llevaron a una
ineficacia competitiva de la escuela. La
escuela estaba en crisis porque no se
habían institucionalizado criterios
competitivos que aseguren una
distribución distintiva del servicio
educativo que se base en el mérito
individual de los consumidores del
sistema. En ese sentido, según los
gobiernos neoliberales, la incapacidad del
Estado para administrar los recursos de
los sistemas educativos era evidente. De
ahí es que, el consenso de Washington,
argumenta la racionalización de éstos y
para eso era necesario reconocer que sólo
el mercado podía llevar adelante la
asignación y el control de los recursos
necesarios para la incorporación de
mecanismos competitivos y
meritocráticos necesarios para salir de la
crisis. Es decir, el Consenso de
Washington plantea una reforma
mercantilizadora de la educación, que la
transfiera del ámbito político al ámbito del
mercado. Así, la educación dejaba de ser
concebida como un derecho social para
ser sostenida como un bien sujetado a las
reglas de la competencia y el mercado.
Este marco permitió justificar la salida de
la crisis con la institucionalización del
principio de la competencia que debía
regular el sistema educativo en cuanto
mercado. En Argentina esto se cristalizó
en una serie de leyes y medidas
gubernamentales que combinaron dos
lógicas que parecerían contradictorias: la
centralización y la descentralización. Se
descentralizan los mecanismos de
financiamiento y gestión, y por otro lado,
centraliza la estrategia del control
pedagógico. Se mercantiliza la educación
y se considera al ciudadano como usuario
y a las instituciones del sistema educativo
como prestadoras de servicio.
LEY DE TRANSFERENCIAS DE ESCUELAS
N° 24049/91 Cumpliendo las demandas y
objetivos fiscales de los organismos
internacionales de crédito, el gobierno de
Carlos Menem transfirió a las provincias y
a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos
Aires todos los establecimientos
educativos que pertenecían a la órbita del
Ministerio de Educación y al Consejo
Nacional de Educación Técnica. Esto
implicó que el Estado Nacional se
desentendiera de las escuelas y su
consecuencia fué la fragmentación del
sistema educativo. Así el Sistema
Educativo Nacional es conformado por la
variedad de los sistemas provinciales de
educación, desiguales y heterogéneos. En
la práctica las responsabilidades y
obligaciones pedagógicas y financieras
quedan en manos de las provincias pero el
Gobierno central se atribuyó el control y la
evaluación de los sistemas provinciales.
LEY FEDERAL DE EDUCACIÓN N° 24195/93
Introdujo en su diseño criterios
empresariales, predominando la
perspectiva asistencialista. Asigna un
papel subsidiario al Estado y señala a la
familia como el agente natural y primario
de la educación. Equipara a la educación
pública con la privada declarando que los
servicios educativos (estatales y privados)
están en igualdad de condiciones. Los
objetivos democratizadores de la
educación fueron reemplazados por los
conceptos de “equidad”, “eficacia” y
“eficiencia”.

LEY DE EDUCACIÓN SUPERIOR N°


24521/95 En sus considerandos omite la
gratuidad del sistema universitario y
redefine el concepto de lo público
equiparando las instituciones estatales
con las privadas, que permite reciban
recursos del Estado en igualdad de
condiciones. Las universidades públicas
se ven obligadas a conseguir sus propias
vías de financiamiento, para lo que la ley
les otorga la facultad de imponer
arancelamientos y restringir el ingreso.

Los subsidios para la


agricultura
El Consenso de Washington como fue
formulado por Williamson incluye una
disposición para la redirección del gasto
público de los subsidios (especialmente
«subsidios indiscriminados») hacia un
suministro más amplio a los puntos de
crecimiento clave, servicios favorables a
los pobres como la educación primaria, la
atención primaria de salud y a la inversión
en infraestructura. Esta definición deja
cierto margen para debatir sobre los
programas de gasto público específicos.
Un área de controversia pública se ha
centrado en las cuestiones de los
subsidios a los granjeros para fertilizantes
y otros insumos agrícolas modernos: por
un lado, estos pueden ser criticados como
subsidios, pero por otro lado, se puede
argumentar que generan externalidades
positivas que puedan justificar tales
subsidios.

Algunos críticos del Consenso de


Washington citan la experiencia de Malaui
con los subsidios agrícolas como ejemplo
de los defectos percibidos en las
prescripciones del conjunto. Durante
décadas, el Banco Mundial junto a países
donantes presionaron a Malaui, un país
africano predominantemente rural, a
reducir o eliminar los subsidios estatales a
los fertilizantes para los agricultores. Los
expertos del Banco Mundial también
instaron al país a que sus agricultores
cambien a producir cultivos comerciales
para la exportación y usar los ingresos de
divisas para importar comida.[61]

Durante años, Malaui estuvo al borde de la


hambruna; después de una cosecha de
maíz particularmente calamitosa en 2005,
casi 5 millones de sus 13 millones de
personas necesitaron ayuda alimentaria
de emergencia. El recién electo presidente
de Malaui Bingu wa Mutharika (1934-2012)
decidió entonces revertir la política. La
introducción de subsidios más profundos
para los fertilizantes (y en menor medida
para las semillas) ayudaron a los
granjeros a producir cosechas de maíz
récord durante 2006 y 2007; de acuerdo
con informes del gobierno, la producción
de maíz dio un salto de 1,2 millones de
toneladas métricas en 2005 a 2,7 millones
en 2006 y 3,4 millones en 2007. La
prevalencia de desnutrición infantil aguda
ha disminuido considerablemente y
recientemente Malaui rechazó una ayuda
alimentaria de emergencia

En una observación acerca de la


experiencia de Malaui preparada por el
Centro para el Desarrollo Global,[62] los
economistas especializados en desarrollo
Vijaya Ramachandran y Peter Timmer
sostienen que los subsidios a los
fertilizantes en partes de África (e
Indonesia) pueden dar beneficios que
sustancialmente excedan sus costos.
Advierten, sin embargo, que la manera en
que la subvención se opera es crucial para
su éxito a largo plazo y alertan contra
permitir que la distribución de fertilizantes
se convierta en un monopolio. También
hacen hincapié a que los agricultores
africanos necesitan más que solo
subvenciones a los insumos, necesitan
mejor investigación para desarrollar
nuevos insumos y semillas, así como una
mejor infraestructura de transporte y
energía. El Banco Mundial informa que
ahora apoya en algunos casos el uso
temporal de subsidios a los fertilizantes
destinados a los pobres y llevado a cabo
de una manera que promueva los
mercados privados: «En Malaui, los
funcionarios del banco dicen que
generalmente apoyan la política del país,
aunque critican al gobierno por no tener
una estrategia para terminar
eventualmente con los subsidios,
cuestionan si sus estimaciones de la
producción de maíz del 2007 están
infladas y dicen que todavía hay un gran
espacio para mejorar en como el subsidio
se lleva a cabo».[61]

Controversia constante
La mayoría de los países de América
Latina continúan luchando con altos
índices de pobreza y subempleo. Se ha
considerado a Chile como un exitoso
ejemplo del Consenso y a países como El
Salvador y Uruguay han mostrado también
algunos signos positivos de desarrollo
económico. Brasil, a pesar de las
relativamente modestas tasas de
crecimiento agregado, ha visto
importantes progresos en la reducción de
la pobreza durante los últimos años.
[cita requerida] Esto se contrapone, desde que
los dos últimos presidentes socialistas de
Brasil han ajustado las modestas
reformas sociales.

Joseph Stiglitz ha argumentado que el


éxito de Chile se debe en gran parte a la
propiedad estatal de industrias clave,
particularmente a su industria del cobre, y
a la intervenciones monetarias
estabilizando los flujos de capitales.
Muchos otros economistas, sin embargo,
sostienen que el éxito económico de Chile
es debido en gran medida a una
combinación de una sólida
macroeconomía y políticas orientadas al
mercado (aunque las relativamente
fuertes instituciones públicas del país,
incluyendo uno de los mejores sistemas
escolares públicos de la región, también
merecen algún crédito).[63]

Se han señalado discrepancias entre el


Consenso de Washington como lo
propuso Williamson y las políticas
implementadas con el respaldo de las
instituciones de Washington en sí. Por
ejemplo, el Consenso de Washington
indica la necesidad de invertir en
educación, pero las políticas de disciplina
fiscal promovidas por el Fondo Monetario
Internacional han llevado en ocasiones a
países a practicar recortes al gasto
público destinado a programas sociales,
incluyendo áreas tales como la educación
básica. Aquellos familiarizados con el
trabajo del FMI responden que, a
determinado momento, los países al
borde de la banca rota tienen que recortar
de una manera u otra su gasto público
para que puedan evitar el derroche.[64]
Washington puede argumentar por
opciones más razonables entre las
diferentes prioridades de gasto público,
pero en última instancia son los líderes
políticos electos quienes en última
instancia tienen que tomar las difíciles
decisiones políticas.

Elementos faltantes
Un significativo número de economistas y
responsables de formular políticas
sostienen que lo que estaba mal con el
Consenso de Washington como
originalmente fue formulado por
Williamson no está tanto en lo incluido
sino más bien en lo que falta.[65] Este
punto de vista afirma que países como
Brasil, Chile, Perú y Uruguay, mayormente
gobernados en los últimos años por
partidos de izquierda, en la práctica no han
abandonado la mayoría de los elementos
esenciales del Consenso. Los países que
han alcanzado la estabilidad
macroeconómica a través de una
disciplina fiscal y monetaria han sido
reacios a abandonarla: Lula, el
expresidente de Brasil (y exlíder del
Partido de los Trabajadores), ha declarado
explícitamente que la derrota a la
hiperinflación[66] estuvo entre las más
importantes contribuciones positivas de
los últimos años para el bienestar de los
pobres del país. Tampoco en la práctica
estos países revirtieron su orientación
más amplia al comercio global y la
inversión internacional a favor de un
retorno a las políticas de autarquía
perseguidas entre las décadas de 1950 y
1980.

Estos economistas y responsables de


formular políticas estarían, sin embargo,
totalmente de acuerdo que el Consenso
de Washington estaba incompleto y que
tales países en América Latina y otras
partes necesitan ir más allá de la «primera
generación» de reformas
macroeconómicas y comerciales a un
mayor enfoque en reformas que
incrementen la productividad y programas
directos a apoyar a los pobres.[67] Esto
incluye el mejorar el clima de inversión y
eliminar el balduque (especialmente para
las pequeñas empresas), fortalecer las
instituciones (en áreas como los sistemas
judiciales), luchar contra la pobreza de
manera directa a través de programas de
tipo de transferencias monetarias
condicionadas adoptadas por países
como México y Brasil, mejorar la calidad
de la educación primaria y secundaria,
incrementar la efectividad de los países en
desarrollar y absorber tecnología, y
abordar las necesidades especiales de los
grupos históricamente en desventaja
incluyendo a las poblaciones indígenas y
afrodescendientes a lo largo de América
Latina.
Uso alternativo en la política
extranjera
A comienzos del 2008, el término
Consenso de Washington fue usado en un
sentido diferente como un indicador para
analizar la cobertura de los medios de
comunicación estadounidenses a la
política extranjera de Estados Unidos en
general y específicamente a la política en
Medio Oriente. Marda Dunsky escribe,
«Una y otra vez, con excepciones
extremadamente raras, los medios repiten
sin dudar y fracasan en impugnar al
Consenso de Washington; la postura
oficial, estableciéndose con el tiempo, de
las autoridades de Estados Unidos sobre
medio oriente».[68] De acuerdo con el
columnista independiente William Pfaff, el
centrismo de los reportajes de asuntos
exteriores de los medios de comunicación
estadounidense en las instituciones de
Washington es la regla y no la excepción:
«La cobertura de los asuntos
internacionales en los Estados Unidos
está manejada casi enteramente por
Washington. Es decir, las preguntas
hechas acerca de los asuntos exteriores
son preguntas que hace Washington,
enmarcadas en términos de política
interna y las posturas políticas
establecidas. Esto invita a respuestas
desinformativas y desalienta a opiniones
no deseadas o desagradables».[69] Como
la discusión económica anterior, el uso del
término en la política exterior tiene menos
que ver con lo que está incluido que con lo
con lo que falta.

Un punto de vista similar, aunque con un


nombre diferente, tiene el FAIR (Fairness &
Accuracy In Reporting: ‘imparcialidad y
precisión en los informes’), una
organización de medios periodísticos
progresistas. Estos señalan a los
«programas oficiales» como una de las
nueve áreas temáticas[70] en su opinión
como es interpretada en «¿Qué hay de
malo en las noticias?» observan que: «A
pesar de las afirmaciones de que la
prensa tiene una relación contraria al
gobierno, la verdad es que generalmente
los medios de Estados Unidos siguen la
línea oficial de Washington. Esto es
particularmente evidente en tiempos de
guerra y en la cobertura de la política
exterior, pero incluso en las controversias
internas el espectro de debate
generalmente cae en el rango
relativamente estrecho que hay entre el
liderazgo de los partidos demócratas y
republicanos».[71]

Véase también
Portal:Economía. Contenido
relacionado con Economía.
Portal:Argentina. Contenido
relacionado con Argentina.
El fin de la el último Acuerdos
Historia y hombre de Bretton
Woods
Macroeco económic Tratado
nomía o de Libre
Producto Hiperinfla Comercio
interno ción entre
bruto Estados
Tratado
Unidos,
Capitalis de Libre
Centroam
mo Comercio
érica y
democráti de
República
co América
Dominican
Crecimien del Norte
a (DR-
to (TLCAN)
CAFTA)
Sistema- de Lucha John
mundo contra la Williamso
Andre Pobreza n
Gunder Ajuste Ajuste
Frank estructura estructura
Immanuel l l
Wallerstei Consenso Economía
n de Pekín de África
Document Consenso Consenso
o de de de
Estrategia Bombay Barcelona
Neoliberal Liberalism Escuela
ismo o austríaca
Joseph económic Escuela
Stiglitz o clásica

Referencias
1. Williamson, John (abril de 1990).
«What Washington Means by Policy
Reform (A que se refiere Washington
por reforma política)» . Latin American
adjustment: how much has happened?
(‘El reajuste latinoamericano: ¿qué
tanto ha sucedido?’) (en inglés).
Washington D. C.: Instituto de
Economía Internacional. Archivado
desde el original el 25 de junio de
2009. Consultado el 3 de julio de
2015.
2. Williamson, John (13 de enero de
2004). «The Washington Consensus
as Policy Prescription for
Development» . Institute for
International Economics. Banco
Mundial.
3. Williamson, John. «A Guide to John
Williamson's Writing (Una guía para los
escritos de John Williamson)» (en
inglés). Washington D. C.: Instituto de
Economía Internacional. Archivado
desde el original el 5 de julio de 2015.
Consultado el 24 de abril de 2015.
4. Iglesias, Enrique. CEPAL n° 90,
diciembre de 2006, pág. 7.
5. Iglesias, Enrique V. CEPAL n° 90,
diciembre de 2006, pág. 11.
6. Yergin, Daniel; Stanislaw, Joseph
(2002). The Commanding Heights:
The Battle for the World Economy .
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33. Error en la cita: Etiqueta <ref> no
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de las referencias llamadas
CRITIQUEWB
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Hacia el segundo
semestre de 1998
Argentina era
considerada en
Washington la
economía más
exitosa de todas
las que habían
reestructurado
su deuda en el
marco del Plan
Brady. Ninguno
de los
patrocinadores
del «Consenso de
Washington» se
preocupaba por
destacar que las
reformas
económicas de
Argentina
diferían de sus 10
recomendacione
s. Por el
contrario,
Argentina era
considerada
como el «mejor
alumno» del FMI,
el Banco Mundial
y el Gobierno de
los Estados
Unidos.

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Las Puntuaciones sobre el Desarrollo,
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Enlaces externos
Descripción del Consenso de
Washington por parte del Centro para el
Desarrollo Internacional de la
Universidad de Harvard
Enlaces citados en el artículo
anterior
Más Allá del Consenso de Washington
por Jeremy Clift
Documento. What Washington Means by
Policy Reform
El "Consenso de Washington", el
"Consenso de Santiago", y por fin, el
"Consenso de Barcelona": Diferentes
visiones y recomendaciones sobre la
sociedad
CEPAL: Consenso de Santiago
Del Consenso de Washington al de
Santiago
El debate por las reformas económicas
de los 90 en América Latina: La nueva
agenda que prepara Washington
Abandonemos el Consenso de
Washington, forjemos el Consenso de
Estambul
¿Sustituirá un nuevo “Consenso de
Beijing” al antiguo “Consenso de
Washington”? Desayuno Europeo con
Miguel Ángel Moratinos (enlace roto
disponible en Internet Archive; véase el historial
y la última versión)., CIDOB, Barcelona
Center for International Affairs , 25 de
abril de 2013.

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