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Su propia vida, su experiencia de la negación y luego la manera como Dios lo levantó y lo usó
como el gran apóstol del pentecostés y el pastor de tantos hermanos, le hace pensar en ese Dios
“de toda gracia”. Y es que la gracia de Dios es la que nos hace ver nuestra mísera condición y
ésta a su vez nos conduce a la misericordia divina. Es la gracia de Dios la que nos confronta
sobre nuestra propia justificación. Ella nos dice que el cielo no es el resultado de mis buenas
obras o de mis actos de bondad que muestre hacia otros. La gracia de Dios presenta la salvación
como un regalo inmerecido. Que por mi propia naturaleza pecadora quedé expuesto bajo el
juicio divino, pero que la interveción del Padre eterno me libra cuando reconozco lo que soy y
lo que puede hacer la gracia en mí. Pedro toca el tema de la gracia de Dios no sólo en el
contexto de su atributo personal, sino en la dimensión de todas aquellas cosas que las tenemos
como posibles, ahora que somos sus hijos. El apóstol Pablo, el otro campeón de la gracia, lo
expresó también así: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin
de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, abundéis para todo buena obra” (2
Cor.9:8).
La Biblia es el libro del llamado divino. Apenas el hombre había pecado contra Dios, ya
encontramos el primer llamado. “¿Dónde estás tú?”, fue la pregunta que nos revelaría a la
criatura alejada de su creador. Desde ese momento comenzaría la historia del llamado divino.
Dios pudo haber dejado al hombre en su condición y miseria. El pudo haber hecho otra ser y
actuado como lo hizo con los ángeles que cayeron, dejándolos bajo condenación perpetua. Sin
embargo, Dios inicia su obra de llamamiento para que el hombre se volviera hacia él. La
primera cosa que hace el Dios de “toda gracia”, es llamar a los hombres. Los llama desde su
condición pecaminosa para convertirlos en sus hijos y en sus herederos. Los llama desde su
posición, muchas veces arrogante e incrédula, para convertirlos en “reyes y sacerdotes”. Los
llama porque “él no quiere que nadie se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento”. Los
llama porque él no hizo el infierno para que los hombres sufran el castigo eterno ni le hagan
compañía a satanás por toda una eternidad. Pero no sólo los llama para que escapen de todas
estas cosas, sino para que en el tiempo presente vivan y disfruten de las bendiciones de ese
llamado. Cuando Dios llama a alguien por medio de Jesucristo, lo hace partícipe de su “vida
abundante”. De allí que en Jesús, nosotros tenemos abundancia de vida, abundancia de “pan”,
abundancia de “agua”, abundancia de paz, de amor, de gozo, de significado y de propósito. Tan
grande e inexplicable es este llamado que el mismo Pedro en el saludo que presenta a sus
hermanos “expatriados”, les recuerda la participación que hizo la Trinidad en ese llamamiento
eterno: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer
y ser rociados con la sangre de Jesucristo..” (1 Ped. 1:2). Pero su llamado, que es para
“salvación y preservación del alma”, tiene el firme propósito de conducirnos a “su gloria eterna
en Jesucristo”. Los hombres no saben lo que se pierden cuando rechazan el llamamiento divino.
¿Sabe usted lo que Dios tiene reservado para los que le aman? ¿Sabes tú el tamaño de la gracia
de Dios para bendecirte?
Las pruebas y el sufrimiento, fue al parecer, el tema favorito que Pedro tocó en su primera carta.
Su reiterado énfasis en la necesidad de ser probados, nos suministra un propósito revelador
cuando se pasa por tales circunstancias cristianas. Asi tenemos que Dios permitió la prueba a
Abraham, de llevar a sacrificar a su hijo en el monte de Moriat, para conocer el tamaño de su fe.
Dios permitió que Jacob “perdiera” a hijo José para probar sus promesas de provisión. Dios
permitió que su pueblo pasara 400 años en esclavitud para probar su auténtica libertad. Dios
permitió que solamente 2 espías regresaran con un buen informe sobre la tierra a conquistar.
Con esto los israelitas estaban siendo probrados en relación a su confianza y dependencia en él
para todas las batallas. Dios le dio permiso a satanás para que probara a Job con el propósito de
demostrar que sí hay hombres que pueden ser fieles a él sin llegar a blasfemar su nombre. Dios
permitió a satanás que probara a Pedro para que supiera hasta dónde el Señor intercede por los
suyos. Así también Dios permitió todas las terribles pruebas por las que pasó su Hijo amado,
que siendo “varón de dolores experimentado en quebranto”, se constituye en nuestra mayor
referencia cuando pasamos por algún “horno de fuego”. Es verdad que las pruebas tienen varios
“matices y colores”. Algunas serán más grades que otras; más prolongadas y casi irresistibles.
Algunas de ellas nos llevarán a preguntarnos, ¿dónde está Dios mientras sufrimos? Otras nos
tentarán a decir como le recomendó la esposa de Job, cuando le dijo: “¿Aun retienes tu
integridad? Maldice a Dios y muérete” Job 2:9b. Pero la verdad de todas las pruebas, es que el
Dios “de toda gracia” nos está capacitando y prepando para propósitos mayores
Algunos creen en un “Dios sin oficio” que está sentado en su trono dando órdenes, mientras
permanece en un “eterno reposo”. Pero fue el mismo Cristo quien se encargó de desmentir esta
opinion, al decir que: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo..”. Lo maravilloso del Dios
que nos revela la Biblia es que desde que comenzó su creación no ha cesado de trabajar con el
fin de llevarla hacia lo que él ha llamado nuevos cielos y nueva tierra donde morará la justicia.
Ese trabajo divino llega a ser muy real en la vida de cada creyente. A este respecto Pedro
mencionó cuatro cosas donde Dios actua como el auténtico Alfarero divino cuando venimos a
él.
1. El Dios de toda gracia nos perfecciona. Esta palabra tiene un rico significado en el griego.
Tuvo un uso médico, practicado mayormente en la traumatología. Un hueso quebrado había que
llevarlo a su lugar. La parte que recubría lo afectado *****pliría la función de “perfeccionar”.
También se usaba para remendar las redes una vez que los pescadores *****plían con su
función. Las redes se “perfeccionaban” para un nuevo uso. Es posible que los instrumentos que
Dios usa para perfeccionarnos parezcan un tanto extraño. Seguramente el tomará el martillo y el
cincel en su mano y comenzará a golpear la dura roca de nuestra vida hasta sacar de ella la
figura que estuvo en su mente. Tal obra de perfección a lo mejor le ocupará al Señor todo el
tiempo de nuestra peregrinación, pero no claudicará en su empeño.Note lo que dijo Pablo en
este sentido: “Estando persuadidos de esto, que el comenzó en nosotros la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6)
2. El Dios de toda gracia nos afirma. Vivimos tiempos donde los cimientos más sólidos parecen
quebrantarse debajo de nuestros pies. Donde los valores más firmes llegan a ser tan vulnerables.
Donde el fundamento de nuestros principios tiende a ser asaltado por los “vientos de doctrina”.
Ninguna época había sido tan caracterizada por la “movilidad” en todos los órdenes, que la que
nos presenta el final de este milenio. Frente a todo esto, el oir que el “Dios de toda gracia” se
propone afirmanos no sólo es un gran aliciente sino una noticia llena de esperanza. La palabra
griega “afirmar” tiene la idea de hacer algo tan sólido como el granito mismo. Esta es la misma
palabra que el evangelista Lucas usa para referirse a Jesús cuando “afirmó su rostro” para ir a
Jerusalén. Recordemos que en esa ciudad pronto estaría su muerte. La razón por la que Dios
quiere afirmarnos es para que no andemos a la deriva. A veces hay mucha inestabilidad en la
vida espiritual. ¿Qué clase de creyentes somos, veletas movidas por el viento o rocas firmes,
estables frente a las tormentas? ¡Dejemos que Dios nos afirme de modo que seamos creyentes
sólidos para bendición de este mundo!
3. El Dios de toda gracia nos fortalece. El salmista David experimentó en todo su caminar con
Dios la fortaleza divina. Asi se expresó de ella: “Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he
de atemorizarme?” (Sal. 27:1b). “Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en él confió mi corazón..”
(Sal. 28:7). Su experiencia como rey, hombre guerrero, hombre del templo pero sobre todo
como hombre con grandes debilidades parecidas a las nuestras, hizo de la fortaleza divina su
bandera y su triufo. Y es que Dios reemplaza nuestra debilidad cuando pone su fortaleza. Fue el
mismo apóstol Pablo que dijo: “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” ( 2 Cor. 12:10c).
Dios trabaja constantemente para fortalecernos especialmente en aquellas areas donde es más
notoria nuestra debilidad. Aquí sería bueno recordar que cuando estemos a punto de perder
nuestros combates espirituales, hay un Dios que “ni se cansa ni se fatiga con cansancio”. El está
allí para fortalecernos de manera que no claudiquemos. Tal fortaleza nos es dada en Cristo
Jesús. El creyente puede decir y vivir bajo esta promesa: “Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece” (Fil. 4:13). ¡Animo hermano, usted no esta sólo en esta batalla que libra todos los
días!
4. El Dios de toda gracia nos establece. El trabajo de la gracia divina no es a media. El interés
de Dios es hacer de nosotros verdaderos cristianos, auténticos discípulos que en todo
glorifiquemos su nombre. En la mente de Dios seguramente está el “varón bienaventurado” del
salmo 1 que llega a ser como “árbol plantado junto corrientes de aguas, que da su fruto en su
tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará”. Cristo es “la piedra angular” y a su
vez es la “roca” donde descansa el edificio de nuestra fe. El divino Arquitecto, a través de
Jesucristo, ha puesto su fundamento para que nosotros nos establezcamos en él.
Lamentablemente los hombres siguen construyendo sus vidas sobre otros fundamentos. Muchos
siguen al humanismo con todo su espectro secular, quien en el fondo se constituye tan falso y
perverso alejando cada vez más a la criatura de su creador. La gente sigue construyendo sus
vidas sobre las bases del materialismo y el capitalismo. Para muchos todo gira en base al poder
adquisitivo que se tenga para vivir. Otros se declaran ateos, agnósticos o libres pensadores pero
ninguna de tales filosofías pueden ser bases que traigan la felicidad al hombre. Pero el “Dios de
toda gracia” quiere establecernos sobre la base más firme y segura que es nuestro Señor
Jesucristo. Ninguna cosa será más importante como la de permitir al Señor que nos establezca.
Hemos de examinar sobre qué “terreno” se construye nuestra vida. ¿Será a caso la arena
movediza de este mundo inestable o sobre la roca firme y segura de nuestro común salvador?
¡Dejemos que el Arquitecto divino termine su trabajo en cada uno de nosotros!
CONCLUSION: Hemos visto que “el Dios de toda gracia” primeramente nos llama teniendo
como fin su “gloria eterna” . Luego con su voluntad permisiva nos lleva a diversas pruebas que
tienen el propósito de afinar el “oro” que hay en cada uno de nosotros. Pero sobre todo, el “Dios
de toda gracia” está empeñado en terminar la obra que comenzó en nosotros. Qué bueno es
saber que él quiere perfeccionarnos (restaurarnos), afirmarnos, fortalecernos y establecernos.
Vengamos ante él en este día para ser bendecidos con su gracia. Rindamos nuestra vida a él y
comencemos a ser recipientes de toda esa gracia que ha dispuesto para sus hijos. Dejemos que él
la derrame en nosotros.
2. El dolor
“Porque convenía a aquel por cuya causa con todas las cosas, y
por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos
hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la
salvación de ellos” (Hebreos 2: 10)
Una vez que estas cosas ocurran hay que darle a Dios la gloria y el
imperio parea siempre. ¡Aleluya!