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¿País capitalista?

Los siete impuestos más absurdos de


Colombia
Una extravagante variedad de impuestos muestra la opresión del sistema tributario
colombiano. (Unipymes)
EnglishRecientemente, el periodista colombiano Antonio Caballero, un gran visir
del “socialismo de champaña” nacional, escribió que el Gobierno del Presidente
Juan Manuel Santos “no ha cedido prácticamente en nada ante las FARC en las
negociaciones de La Habana”, entre otras cosas porque “el modelo económico
capitalista y neoliberal” del país permanece intacto.

Caballero y sus semejantes insisten en catalogar a la economía del país como


“neoliberal” y “capitalista” pese a que toda la evidencia indica lo contrario. Nada
que se asemeje al libre mercado existe en Colombia, donde el Estado le cobra a las
compañías un impuesto de 70%sobre sus ganancias, mucho más que las “repúblicas”
abiertamente socialistas de China y Venezuela.

En respuesta a Caballero, he formulado una lista inicial de los siete impuestos más
absurdos que deben pagar los ciudadanos colombianos, impuestos que cualquier país
capitalista que se respete nunca hubiera creado o hubiera eliminado hace años.
Admito, sin embargo, que esta es una mera síntesis.

En junio, la periodista María Isabel Rueda reveló sus simpatías libertarias


al publicar una lista de 62 impuestos nacionales y municipales que se cobran
actualmente; un extravagante surtido que demuestra la naturaleza opresiva del
hipertrofiado sistema tributario colombiano.

Mi versión, limitada, excluye, simplemente porque también existen en otros


países, absurdos obvios, como el creciente impuesto predial y el IVA, el
cual subirá este año de 16% a 19%.

1. El “4 x 1.000”
Este es el prototípico impuesto “temporal” que, de manera inevitable, se vuelve
permanente. El cargo de 0,4% sobre todas las transacciones financieras —
incluyendo los retiros de cajeros automáticos antes de que se introdujeran
ciertas exenciones— fue creado por el expresidente Andrés Pastrana (1998-2002) en
medio de una crisis económica.

En vez de ser transitorio, este impuesto se incrementó con el tiempo; originalmente,


su tasa era del 0,2%. Según una reciente reforma tributaria, el impuesto del 4 x
1.000 será eliminado en 2022. Pero nadie se debe sorprender si el impuesto luego es
reemplazado por algún otro igualmente absurdo. Ese es el modus operandi del
Gobierno colombiano (ver # 2).
2. Impuesto sobre la renta para la equidad (CREE)
Este impuesto del 9% sobre los ingresos se creó en 2013, después de que el
Gobierno redujera el Impuesto Sobre la Renta tradicional de 33% a 25%. Este
cambio ha podido ayudar al Gobierno de Santos a ascender algunas posiciones en el
escalafón Doing Business —según entiendo, esta es una obsesión del Ministro de
Hacienda, Mauricio Cárdenas— que únicamente considera el Impuesto Sobre la
Renta. No obstante, las empresas legalmente constituidas terminaron pagándole al
Estado 34% de sus ganancias sólo con impuestos sobre la renta.

Ya sea por inocencia o malicia, la autoridad fiscal (DIAN) afirma que el CREE se
instauró “en beneficio de los trabajadores (y) la generación de empleo”, como si el
Gobierno pudiera crear puestos productivos al quitarles dinero a los emprendedores,
los verdaderos generadores de empleo en el país.

3. Impuesto de Valorización
Si a usted le gusta que el Gobierno local le cobre varias veces por proyectos de
infraestructura que ni siquiera puede completar, entonces este debe ser su impuesto
predilecto. De manera abiertamente keynesiana, la ley colombiana declara que el
impuesto de valorización por obras públicas:

permitirá incrementar notoriamente la ejecución de obras de indiscutible


beneficio social y económico y la apertura de nuevos frentes de trabajo, con el
consiguiente aumento de ocupación…
El tamaño de este disparate es aterrador. En primer lugar, si se tratara de crear
empleo por medio de obras públicas, ¿por qué no abrir huecos por toda la sabana de
Bogotá para inmediatamente taparlos — sin excavadora — y abrirlos de nuevo?

Pero el Impuesto a la Valorización es especialmente ridículo porque los dueños de


propiedad raíz ya están sujetos a la plusvalía, la cual se cobra cuando “se ha dado un
incremento en el precio del suelo, como resultado de acciones urbanísticas que
modifican su utilización o incrementan su aprovechamiento”. Y el impuesto predial
anual también sube según la apreciación de la propiedad como resultado de obras
públicas, por lo menos de acuerdo a los improcedentes cálculos del Gobierno.

Es decir, el Estado les está cobrando a los propietarios dos o tres veces por los
mismos proyectos de infraestructura que ya financian con sus otros impuestos. Pero
la valorización es especialmente arbitraria: ¿cómo puede el Gobierno local
determinar con exactitud cuáles residentes de una zona cercana a una obra pública se
benefician de dicha obra y cuáles no? Y, en la práctica, este impuesto conlleva a
abusos de todo tipo.
El año pasado, por ejemplo, el Instituto de Desarrollo Urbano de Bogotá (IDU)
anunció que, misteriosamente, los costos de un túnel en el norte de la ciudad (calle
94 con NQS) se habían incrementado en 300% en la mitad de la obra. Y los
burócratas tuvieron la temeridad de afirmarque podrían cobrarles una nueva
valorización a los residentes de la zona, quienes ya la habían pagado una vez.

Los recaudadores de impuestos colombianos se han vuelto comparables a los godos


que, en la obra de Shakespeare, “avanzan hacia Roma, ávidos de botín”.

4. Impuestos sobre el Licor


ENTRADAS RELACIONADAS

Si usted trabaja importando licor hacia Colombia, el Estado lo obliga a operar como
si vendiera sus productos en 32 países distintos y altamente proteccionistas
(Colombia está dividida en 32 departamentos o regiones administrativas). La razón:
todo departamento cobra por una “estampilla” que debe llevar cada botella para ser
vendida dentro de sus límites.

Como explica el periodista Juan Esteban Lewin, cada gobernador departamental


controla completamente las ventas de licor, pues él determina “los requisitos para
que los licores entren a un departamento… y le deja al departamento el monopolio
para producirlo en su territorio”. Esto quiere decir que los gobernadores “pueden
poner cualquier traba o requisito” para la venta de todo licor que no sea el
departamental.

Los gobernadores también pueden elegir “sin restricción a quiénes pueden


comercializar los licores que produce” el departamento, ya sea “directamente o a
través de un tercero”. Y, como si esto no fuera suficiente, los impuestos sobre los
licores están diseñados para proteger a los monopolios departamentales de la
competencia foránea; las bebidas alcohólicas que contienen un grado de alcohol
mayor al 35% pagan más del doble en impuestos que las bebidas que contienen
menos que esa cantidad.

“Y resulta que todos los productos nacionales tienen menos de 35 grados”, escribe
Lewin, “mientras que la mayoría de importados tienen más de 35”.

Aunque el Gobierno de Santos, bajo presión de la OCDE, intentó reformar las


normas licoreras el año pasado para reducir los impuestos sobre los licores
extranjeros y para limitar el poder de los monopolios departamentales, sus
medidas fracasaron en el Congreso con 93 votos en contra y ninguno a favor.

Sin duda alguna, esta derrota se dio porque los monopolios del licor son una fuente
principal de los ingresos departamentales y de las campañas de los politicastros de
las regiones. Naturalmente, también son una fuente constante de corrupción.
5. Registro Mercantil
Aunque las cámaras de Comercio colombianas no forman parte del Estado
oficialmente, sí les exigen a las empresas un cobro anual obligatorio que es un
impuesto de facto.

De hecho, el Código de Comercio obliga a toda empresa nueva a matricularse en el


Registro Mercantil que controlan las cámaras de Comercio y a renovar anualmente
su inscripción. La matrícula inicial tiene un costo relacionado al rango de activos de
la empresa, y el precio de la renovación anual depende de su balance al final del año
anterior.

Esto es como si el Estado obligara a cada ciudadano a pagar anualmente un monto


considerable en términos colombianos para renovar su cédula de ciudadanía. En
términos prácticos, la inscripción de un negocio con las autoridades requiere un
mero registro digital, no una Cámara de Comercio con varias sedes palaciegas a
través de Bogotá.

[adrotate group=”7″]Reconozco que la Cámara de Comercio de Bogotá hace un


excelente trabajo en ciertos campos, por ejemplo al brindar información legal y
sugerencias útiles para emprendedores aspirantes o actuales. Sus servicios
de arbitraje y conciliación son particularmente laudables ya que se han vuelto una
valiosísima alternativa al ineficiente sistema legal colombiano. Y durante la última
campaña a la alcaldía de Bogotá, la Cámara organizó una serie de debates acerca de
temas fundamentales, a los cuales siempre invitaron a los candidatos independientes,
incluyendo al suscrito, por lo cual estoy muy agradecido.

No obstante, la afiliación a la Cámara de Comercio debería ser voluntaria, y a las


empresas no se les debería cobrar simplemente por registrarse con las autoridades. Y
el Registro Mercantil debería exigirse una sola vez, para no desperdiciar el tiempo ni
el dinero de los emprendedores.

6. Ganancias ocasionales
Este es un impuesto del 10% sobre las ganancias que “grava la utilidad en venta de
activos fijos poseídos durante dos años o más”, como escribe el presidente
del Instituto Colombiano de Derecho Tributario. Como de costumbre, tanto el
Gobierno como la legión de comentaristas se han coronado con laureles porque la
última reforma tributaria redujo la tasa de este impuesto, el cual anteriormente podía
llegar a 33%.

Pero no se dan cuenta de que el impuesto en sí, el cual también aplica “a los ingresos
provenientes de herencias, legados (y) donaciones”, es del todo innecesario y
debería ser eliminado. Esto, de hecho, fue precisamente lo que sucedió en Noruega,
Suecia, Portugal y 10 otros países que, desde el año 2000, han abolido los impuestos
sobre la herencia y los legados.

Como reporta la fundación taxfoundation.org, “inclusive los Gobiernos que quieren


altos niveles de recaudación para robustos programas de bienestar social consideran
que los impuestos sobre la herencia no son una fuente de recaudo eficaz”. Lo único
que hacen dichos impuestos, de hecho, es fomentar la evasión y el exilio tributario.

7. Impuesto Sobre el Consumo


Este impuesto, introducido en 2013, es adicional al IVA cuando aplica a las ventas
de servicios de telefonía móvil o de muebles, vehículos, motocicletas y lanchas. Para
el Gobierno, el consumo es una actividad que debe ser castigada.

Los restaurantes y las panaderías también deben pagar este impuesto con una tasa
del 8%, lo cual los exime del IVA.

Aunque la transición del IVA al impuesto sobre el consumo ha sido presentado


como un cobro al “lujo” que beneficia a ciertas industrias, sólo habría un alivio real
si el Gobierno colombiano siguiera el buen ejemplo de Hong Kong y eliminara del
todo tanto el IVA como todo otro Impuesto Sobre las Ventas.

Afortunadamente, el camarada Caballero ya puede tirar la toalla en su lucha por


crear una república socialista en Colombia sin deshonra alguna. Con los niveles
actuales de tributación y la absurdidad de los impuestos individuales, el socialismo
se estableció hace mucho tiempo.

PROMOCIONADOS
Autor:
Armando Montenegro.
Publicación:
Carta Financiera
La Reforma Tributaria que aprobó el Congreso el pasado diciembre fue precedida
por numerosas discusiones alimentadas por el interesante informe de la Comisión de
Expertos que convocó el Gobierno Nacional. De esos ejercicios, así como de la
opinión de analistas, académicos y jefes gremiales, se formó el consenso de que la
reforma debía lograr, por lo menos, tres objetivos centrales:

I. Elevar los recaudos para cubrir la pérdida de los ingresos petroleros y reemplazar
algunos tributos que se marchitarían en los próximos años (sin un pronunciamiento
del Congreso, tanto el Impuesto a las Transacciones Financieras, 4x100, como el
Impuesto a la Riqueza debían expirar entre 2017 y 2018). La Comisión y diversos
analistas señalaron que el monto neto de los nuevos recaudos debía ser del orden del
2%-3% del PIB.

II. La Reforma debería corregir algunos defectos graves del sistema tributario que
atentan contra la competitividad del país y desalientan la inversión y la generación de
empleo. La ilustración más clara de este problema se encuentra en el reporte Doing
Business del Banco Mundial. En lo que respecta a la naturaleza dañina de sus
impuestos empresariales, Colombia ocupa el puesto 139, entre 190, bastante lejos de
los países con las estructuras tributarias más favorables a los negocios y la inversión.
Cabe anotar, además, que en estas comparaciones Colombia ha retrocedido
notablemente en los últimos años. Ocupaba el puesto 115 en 2010, antes de la reforma
que impuso el Impuesto a la Riqueza a las empresas y una variedad de tasas y
sobretasas que llevaron a la tributación corporativa de Colombia a uno de los peores
lugares del planeta.

III. La Reforma Tributaria debería tratar de corregir numerosos aspectos regresivos –


una variedad de exenciones y deducciones, así como zonas francas y ciertas
condiciones especiales dirigidas a los más poderosos– que contribuyen a que
Colombia tenga una pésima distribución del ingreso. Con respecto a este punto,
todavía no se conocen estudios que analicen el impacto distributivo de la reforma
aprobada en diciembre de 2016. Pero las evidencias disponibles sugieren que no
contribuyó a mejorar la distribución del ingreso y, tal vez, podría haberla empeorado.
En lo que sigue se presentan algunos comentarios sobre los dos primeros puntos: (i)
el aporte de la reforma a la corrección del déficit fiscal estructural, y (ii) el aporte de
la reforma a la competitividad del país. Al final se presentan algunos comentarios
generales.
El aumento de los recaudos
Una manera de evaluar el impacto de la reforma es calcular su capacidad de
contribuir al cumplimiento de la Regla Fiscal en los próximos años. Desde este
punto de vista, la reforma sería exitosa si permite que el país cumpla, en forma
sostenida, dicha regla; y habría fracasado, si no produce suficientes recaudos para
alcanzar los déficits requeridos por la Regla Fiscal en el mediano plazo.
El punto de partida es reconocer que, si no se hubiera aprobado ninguna Reforma
Tributaria en 2016, el déficit se hubiera mantenido por encima del 4% del PIB en
2017 y luego registraría cifras superiores. Sin dicha reforma, a partir de este año la
trayectoria de la deuda pública sería explosiva, el país perdería el grado de inversión
y se desataría una seria inestabilidad macroeconómica.
En este momento, la Regla Fiscal indica que el déficit de 2017 debe ser del 3.6% del
PIB, del 2.7% del PIB en 2018, para luego bajar hasta alcanzar cifras del orden del
1.5% del PIB en 2020.
Se concluyó, a partir de la diferencia entre los déficits proyectados y las exigencias
de la Regla Fiscal, que la Reforma Tributaria de 2016 debía producir nuevos
ingresos, estables y sostenidos, del orden del 2%-3% del PIB (ver gráfico 1).
¿La reforma que se aprobó producirá estos recaudos?
Si el Congreso hubiera adoptado la propuesta original del gobierno, la que llegó allá
cargada de buenas intenciones, sí se hubiera cumplido el objetivo de sanear las
finanzas públicas. Habría producido, en forma estable y sostenida, nuevos recaudos
por cerca del 2% del PIB por año.
Pero esta propuesta no se aprobó. Fue objeto de serios recortes. La prensa y la
televisión dieron las noticias de las costosas mutilaciones que se fueron presentando
a lo largo de la discusión: los recortes al IVA, al Impuesto de Renta, al impuesto a
las bebidas azucaradas, entre tantos otros. Por ello, la reforma aprobada va a
producir un monto bastante menor al requerido.
El aumento de los recaudos brutos, es decir, los aportes de la reforma al incremento
de los ingresos del gobierno, sin considerar el marchitamiento previsto en varios
tributos transitorios, asciende al 0.7% del PIB en 2017 y aumenta gradualmente en
2019 y 2020 a cifras del orden del 1.5% y el 1.7% del PIB (ver gráfico 2). Este
incremento se origina por las alzas aprobadas en el IVA, el Impuesto de Renta de las
personas naturales y los recaudos de los impuestos sobre el tabaco.
Pero cuando se descuentan las proyectadas pérdidas de recaudos por el
marchitamiento de los impuestos transitorios, en especial el Impuesto a la Riqueza
de las empresas, se encuentra que el aumento neto de los recaudos esperados en
estos años solo será del orden del 0.6% y el 0.7% del PIB, bastante por debajo de los
nuevos recaudos requeridos para que se cumpla la Regla Fiscal.
Cuando se incorporan estos nuevos ingresos a las proyecciones fiscales y los
comparamos con las exigencias de la Regla Fiscal, vemos que se cumplirá la meta
del déficit en este año (3.6% del PIB) y, tal vez, en 2018. Pero de 2018 en adelante,
la brecha aparece y se amplía y, de esta forma, no se podrán alcanzar los objetivos
de satisfacer la Regla Fiscal. A partir de ese momento, el crecimiento de la deuda
pública será explosivo (ver gráfico 3).
Es inevitable, entonces, llegar a dos conclusiones:
La Reforma Tributaria aprobada en diciembre pasado taponó el problema fiscal
únicamente en el corto plazo, pero no resolvió el problema estructural de deficiencia
en los recaudos tributarios.
Con el objeto de cumplir la Regla Fiscal, será necesario, por lo tanto, que el país
realice una nueva Reforma Tributaria en algún momento de la primera mitad del
próximo gobierno.

La reforma y la competitividad de la economía

En esta sección me refiero, primero, al Impuesto de Renta a las empresas y, a


continuación, a algunos elementos negativos que se mantuvieron en el Estatuto
Tributario del país.
El Impuesto de Renta corporativo
Antes de la Reforma, el impuesto neto a la renta de las empresas era del 43% (este
porcentaje se obtenía de sumar la tasa del Impuesto de Renta, el CREE y su
sobretasa). Si a esta tasa del 43% se adicionaba el impacto del Impuesto a la Riqueza
y otras tarifas, las tasas efectivas que pagaban las empresas colombianas llegaban a
porcentajes superiores al 60%, con alguna variación entre los distintos sectores de la
economía. Así fue como Colombia consiguió uno de los peores lugares en el mundo
en cuanto al atractivo tributario para invertir y hacer negocios en su territorio.
Hay que celebrar, en primer lugar, que la reforma hubiera eliminado el Impuesto a la
Riqueza a las empresas, tal vez el tributo más dañino y contrario a los negocios que
haya existido en el Código Fiscal colombiano. Infortunadamente no se resolvieron
los problemas del Impuesto de Renta.
Según la Reforma Tributaria, la tasa del Impuesto de Renta a las empresas, el que
regiría después de un período de transición, será del 33%, bastante menor a la
anterior, del 43%, y relativamente competitiva en el ámbito latinoamericano. A
primera vista, entonces, se aprecia un enorme progreso con la nueva ley tributaria de
Colombia.
El problema radica en que la tasa del 33% solo regirá a partir de 2019. Mientras
tanto entrarán en operación dos sobretasas transitorias, de tal forma que la tasa total
será del 40% en 2017 y del 40% en 2018. De esta forma, se aprecia que no se
cumplió otro requisito de una verdadera reforma estructural –eliminar su
dependencia de impuestos transitorios, con riesgo de que se vuelvan permanentes—
y, de esta forma, se sometió al país a esperar la suerte definitiva de los mismos.
Estas sobretasas transitorias constituyen una atractiva invitación a que el futuro
gobierno, que previsiblemente estará apurado por las dificultades fiscales que se le
avecinan, convierta estas sobretasas en impuestos permanentes y así se afecte
nuevamente la competitividad de la economía. Si esto sucede, la reforma de 2016
habría sido, bajo esta perspectiva, un pasajero espejismo de impuestos razonables
para las empresas y la competitividad del país. Por este motivo, numerosos sectores
empresariales del país manifestaron su inconformidad con esta decisión del
Congreso.
Elementos negativos que se mantienen en el Estatuto Tributario
1. Sobra decir, a partir de los comentarios anteriores, que con la reforma pasada no
se definió una estructura tributaria sostenible en el largo plazo en Colombia. Es
posible que al cabo de unos años sea necesario volver a elevar los impuestos para
mantener la deuda pública lejos de una trayectoria explosiva. El impacto de esta
situación para el sector privado es predecible. Con esta incertidumbre, será difícil
introducir con certeza la variable de impuestos a sus planes de negocios y sus
proyecciones financieras. Asimismo, las evaluaciones de las inversiones, cuya
maduración usualmente toma diez o más años, difícilmente podrán incorporar unas
tasas impositivas predecibles. La inseguridad tributaria, naturalmente, resultará en
menor competitividad y menor inversión en Colombia. El crecimiento económico
será más reducido al que se observaría con un sistema tributario firme, estable y
competitivo.

2. A partir de esta reforma que comentamos, el Impuesto a las Transacciones


Financieras, el famoso 4x1.000, se convirtió en un tributo permanente. Este es un
hecho lamentable. Por muchos años, reconociendo lo dañino de este tributo, las
distintas leyes lo definieron como transitorio e, incluso, alguna vez, le establecieron
una fecha de defunción. A pesar de que el 50% de su impacto se puede descontar de
los ingresos en el año siguiente, este impuesto es perjudicial para la competitividad
el país. Estimula la desintermediación, facilita la informalidad y la evasión, propicia
todas las formas de la economía paralela y anima el uso del efectivo, el vehículo
transaccional preferido de las actividades criminales.

El régimen del IVA que quedó establecido en la Reforma Tributaria es muy


diferente al que recomendó la Comisión de Expertos. Se mantienen muchos niveles
y se perpetúa la complicada maraña de bienes y servicios exentos y excluidos. No
solo producirá menos recursos de lo que recomendaron los especialistas convocados
por el gobierno, sino que continuará siendo una fuente de evasión y de escasa
transparencia para la administración de este tributo.

Comentarios finales

Quiero terminar con dos comentarios generales sobre la situación fiscal, el gasto
público y el desperdicio de los recursos públicos en actividades de la corrupción.
La necesidad de controlar el gasto público. El balance de la Reforma Tributaria
muestra que en los próximos años se registrará una sostenida escasez de recaudos y
que, por lo tanto, la situación fiscal seguirá siendo crítica. El alivio que se obtuvo con
la Reforma Tributaria de 2016 será fugaz. Al principio, en 2017 y 2018, se podrá
cumplir la Regla Fiscal solo si se mantiene una gran disciplina en el control del gasto
público. Y, después de dos años, si no se establecen nuevos impuestos o si no se
elevan los existentes, no se podrá cumplir dicha Regla.
Bajo estas condiciones, en estos años no habrá espacio para elevar los gastos del
gobierno, a pesar de que existen grandes presiones para que se aumenten y que
persisten necesidades insatisfechas en numerosos sectores y regiones del país. Basta
señalar, como ilustración, las notables demandas para financiar los ambiciosos
programas del posconflicto, un esfuerzo que, como lo ha señalado el Ministro de
Hacienda, exige, en primer término, que se reorienten recursos y se reasignen las
partidas presupuestales existentes.
Respecto al gasto, será muy importante el aporte de la Comisión del Gasto Público
cuya constitución ordenó la Reforma Tributaria. Se necesita una profunda revisión
de numerosos programas de gasto donde hay evidencia de desperdicio e ineficiencia.
Se necesitan propuestas audaces en esta materia. Se requiere de ambiciosas y
profundas reformas para buscar la racionalización y la priorización de los gastos del
Estado.
La corrupción. Coincidieron en los meses finales de 2016 las noticias del progreso de
las discusiones de la Reforma Tributaria con la revelación de grandes escándalos de
corrupción que involucraban montos multimillonarios; y, en esos mismos días, se
informaba del lento avance en las instancias judiciales de los casos de Interbolsa y los
numerosos carruseles de la contratación. Al tiempo que se sabía que el IVA iba a subir
3 puntos, se hicieron públicos los desfalcos en La Guajira y otros departamentos. Poco
después se divulgaron los sobornos de Odebrecht y su infiltración en varias campañas
políticas.
Lo que sucedía en Colombia –aumentar los impuestos al mismo tiempo que la
sociedad se escandalizaba con una corrupción fuera de control—parecía una fórmula
preconcebida para deslegitimar las instituciones e inducir el escepticismo y la
desconfianza de los colombianos. La ciudadanía percibe que el gobierno y el
establecimiento político le exigen un sacrificio en la forma de mayores impuestos, al
tiempo que hacen muy poco o nada contra la corrupción (en algunos casos, los
mismos políticos que votaban el alza del IVA aparecían involucrados en escándalos
de corrupción).
El país está en mora de realizar un esfuerzo serio, técnico y ordenado en una lucha
frontal contra la corrupción. Las áreas de trabajo son numerosas: la contratación
estatal, las reglas electorales, la financiación de las campañas, el régimen de las
entidades de control, entre otros. Hasta ahora, el avance ha sido escaso. Y hay
mucho por hacer. Hay modelos como el de la comisión presidencial contra la
corrupción en Chile que puede ser un modelo y un ejemplo para seguir en Colombia.

PIE DE PÁGINAS

* Email: armando.montenegro@btgpactual.com
Julio Roberto Piza Rodríguez
Profesor Universidad Externado de Colombia
julio.piza@uexternado.edu.co

Los sistemas tributarios no responden a un diseño uniforme, sino que son el


resultado de coyunturas generalmente orientadas por la necesidad de aumentar el
recaudo y dentro de un entorno político, social y económico específico. Por eso, si
bien no es corriente, algunos países han considerado conveniente hacer una
revisión integral de sus sistemas tributarios, con el fin de disponer de un análisis
comprensivo guiado por objetivos centrales, instrumentos idóneos, considerando
su impacto y sus efectos sobre la eficiencia y la equidad, los dos grandes principios
de todo sistema tributario.

En Colombia, la presión tributaria, si bien ha aumentado gradualmente (14,1 % del


PIB), es insuficiente para financiar las funciones que debe cumplir, los servicios
que debe prestar y los derechos que debe proteger, conforme a los acuerdos
esenciales de la Constitución de 1991. Comparada con países similares, la carga es
baja (América Latina 21%), y con graves problemas en su diseño, complejidad en
su administración y, por ende, con un bajo cumplimiento.

Tenemos muchos impuestos, pero los que proveen los recursos más importantes -
renta e IVA (85 % del recaudo)- tienen bases estrechas, que originan que se
concentre el recaudo en los contribuyentes que desarrollan sus actividades en el
sector formal, lo cual desalienta la inversión, fomenta la informalidad y la evasión.
El impuesto sobre la renta grava excesivamente a las empresas que son vehículos
de inversión, cuando es sobre las personas frente a quienes, finalmente, se debe
medir la capacidad contributiva.

En los últimos 25 años, hemos duplicado la carga tributaria, pero, acudiendo a


impuestos transitorios que afectan la inversión y la formalización y a costa de
desmejorar los impuestos a la renta y al consumo, asignándoles finalidades
redistributivas o incentivos a la inversión, cuyo propósito no es transparente, lo que
genera sesgos de inequidad horizontal y vertical.

En efecto, el alto costo de los beneficios tributarios (4,5 % del PIB) nos ha obligado
a sustituir estas fuentes con impuestos cuya transitoriedad lleva más de 20 años,
que distorsionan la neutralidad del sistema.
El otro factor negativo que explica la baja presión efectiva es el índice de evasión (3
% del PIB), que es una combinación de precaria cultura tributaria, pobre
legitimación institucional, deficiencias normativas, desconfianza colectiva y bajo
control de las autoridades tributarias.

De otro lado, si bien la Constitución proclama una nación unitaria pero


descentralizada, la autonomía tributaria de las entidades territoriales ha tenido,
por cuenta de la ausencia de una ley que defina su alcance, un desarrollo desigual y,
en muchos casos, nocivo para la redistribución de los recursos y para el desarrollo
empresarial. Es preciso modernizar los impuestos departamentales y municipales,
para que mejore el recaudo y el sistema tributario constituya un factor del
desarrollo regional y local.

Los problemas de suficiencia se han agravado por cuenta de las dificultades fiscales
que enfrenta el país y posiblemente se conviertan de nuevo en una necesidad
imperiosa en el corto o mediano plazo. Sin embargo, no deberíamos perder el
propósito de construir un sistema más neutral, progresivo y eficiente, que fomente
el empleo, el ahorro, la inversión, pero que logre simultáneamente una mejor
redistribución, que facilite el cumplimiento voluntario, pero que fortalezca y amplíe
su capacidad de control, pues la aplicación de la ley es la última fase de toda
reforma tributaria y si bien parte del comportamiento de los contribuyentes, su
verdadera medida es la eficacia de la administración en fiscalizar y cobrar los
impuestos y sancionar cuando corresponda las infracciones tributarias.

Si bien quien determina la oportunidad política y fiscal de una reforma es el


Gobierno y quien finalmente decide es el Congreso, en todo caso se trata de un
asunto que no solo compete al Estado, sino también y, de manera significativa, a
empresas y familias y, por tanto, a todos los colombianos.

Por un lado, se trata de alinear nuestros derechos, que tanto reclamamos, con
nuestras obligaciones que no siempre cumplimos cabalmente, en términos
individuales y colectivos. Pero, por otro lado, al Estado le corresponde hacer bien la
tarea, tanto en el frente del recaudo tributario, como en la mejor calidad del gasto,
de manera que efectivamente se eleve el nivel de vida de los colombianos de
manera más equitativa.

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