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EL CONSTITUCIONALISMO

1.- En estas líneas trataré de describir simplificada y brevemente un libro magnífico tanto por
su profundidad (y alta complejidad) como por su fundamentación. Se trata de un informe de
investigación escrito como un ensayo maduro de un jurista sabio en el que despliega sus
teorías sobre las materias abordadas (Grimm es catedrático e investigador de diversos
organismos, y ex magistrado del Tribunal Constitucional Alemán). Su metodología es
comparativa, tanto desde una perspectiva jurídica como histórica y social. Este trabajo
muestra cómo la explicación profunda de las instituciones jurídicas requiere considerar el
contexto en que nacen y se desarrollan. Asimismo, hace caer una gran cantidad de falsas
premisas en que se sustentan varias corrientes de pensamiento de diferentes especialidades
jurídicas. Ello es uno de los aspectos más relevantes de la obra.

2.- Esta versión española contiene un estudio preliminar en que el catedrático Antonio López
entrega su apreciación tanto de Grimm como de su extensa obra, y examina dos de los más
importantes temas del constitucionalismo actual, los derechos fundamentales (DDFF) como
eje de la Constitución y la defensa de la misma (que también es la defensa de los anteriores).
A continuación, la obra de Grimm. En su primer capítulo aborda la Constitución desde una
perspectiva teórica (concepto, contexto de su origen, y propagación, sus condiciones y
límites, su validez y efectividad, su mutación e identidad, en un contexto de cambio y crisis, y
su futuro). En el capítulo segundo el autor expone las condiciones de nacimiento y las
consecuencias del constitucionalismo moderno, construyendo un modelo explicativo acerca
de la génesis de la Constitución que usará a lo largo de toda la obra y que pondrá a prueba
sobre algunos casos históricos (Inglaterra, Estados Unidos de América, Francia, Alemania y
otros). Luego, desde esa perspectiva genética realiza un análisis sobre la situación actual de
la Constitución. El capítulo tercero conecta los DDFF y la Constitución con las sociedades
burguesas, con lo que su principal tesis queda configurada, sosteniendo que la
Constitución y los DDFF (ambos indisolublemente vinculados entre sí y con la Democracia)
son fruto de las aspiraciones sociales e históricas y la filosofía social burguesas (tesis que
también contrasta con la evolución política y social de los países mencionados). El cuarto
capítulo informa de la evolución histórica de la Constitución (su origen y las luchas por su
implantación, su consolidación y crisis, y su perspectiva actual y futura). El capitulo quinto
aborda un posible retorno a la comprensión liberal de los DDFF. El capítulo final, en buena
medida una evaluación del material tratado, se refiere al futuro de la Constitución, desde las
ideas y condiciones sociales e históricas que la hicieron posible hasta las actuales
condiciones, que podrían plantear dudas acerca de su pervivencia.

3.- La tesis central que el libro defiende y fundamenta es la siguiente: "En la medida en que
estas condiciones (del modelo explicativo) sólo son aplicables a ¡a burguesía moderna, al
modelo social burgués y a la revolución burguesa, la Constitución puede calificarse como
fenómeno burgués " (p. 61). La tesis tiene su reverso: "Cuanto más lejos se hallaba un país
de las circunstancias en las que había surgido el Estado Constitucional, más restringía el
contenido de la Constitución en lo referido a la legitimación y limitación del poder"'. Para
probar esta tesis, Grimm construye un modelo explicativo relativo al nacimiento de la
Constitución moderna (p. 50) en que distingue:

a) Condiciones previas. La Constitución moderna2 (que es el único concepto genuino de


Constitución, por lo cual se usarán los términos 'Constitución' y 'Constitución moderna' de
manera intercambiable) pretende regular el poder de modo completo y unitario como norma
de rango supremo, lo que es logrado bajo determinadas condiciones políticas que se
traducen en que la legitimación del poder depende de un orden político que es objeto de
decisión humana (dejando de aceptarse su fundamentación religiosa). La ideología y la
filosofía social (liberal) que se encuentran a la base del constitucionalismo son burguesas.

b) Titular, la soberanía popular. El gobernante debe constituirse y actuar como órgano


estatal, y es dependiente y legitimado por el consenso social. Esta idea es burguesa.

c) Ruptura revolucionaria. Esto no se refiere sólo a que el constitucionalismo significó una


transformación total de las estructuras de poder hasta entonces vigentes, sino que frente a la
oposición y resistencia de los estamentos privilegiados (especialmente realeza, nobleza e
Iglesia Católica) las clases burguesas al mando del Tercer Estado (en Francia) debieron
buscar el cambio de manera forzada. En EEUU, al contrario, la revolución independentista
surgió entre otros factores por la inflexibilidad de la Corona a las reformas solicitadas por las
colonias.

d) Separación entre Estado y sociedad. El modelo social burgués buscaba la autonomía de la


sociedad (su autogobierno de acuerdo a sus propios criterios de racionalidad) frente a las
decisiones políticas. Esto lleva a que se revierte el orden de prioridades: los intereses
privados y la sociedad se ponen por delante de los intereses públicos y el Estado. El Derecho
Constitucional fue idóneo para sujetar al Estado (con las ideas de división de poderes y la
sujeción a la ley parlamentaria) y proteger a la sociedad y los individuos (con los DDFF). Los
DDFF limitaban el poder de regulación del Estado y señalaban la frontera entre el Estado y la
sociedad. De ahí que la decisión de la limitación de la libertad individual (en virtud de la
libertad igual) no pertenecía a la discrecionalidad del Estado sino a los representantes
electos de la sociedad. Surge la ley como expresión de la voluntad general3. Con ello se
genera la positivización del Derecho.

4.- La Constitución nace como un producto de la filosofía social liberal en países donde
existía una burguesía suficientemente fuerte como para imponerla. Si bien nace ligada al
Derecho Natural4, la necesidad de fundarla en la decisión humana la llevó a anclarla en el
Derecho Positivo. Ello se requería para dar un carácter constitutivo (en todos sus aspectos)
al poder político, de modo tal que beneficiara a todas las personas (en adelante ciudadanos
con derechos inalienables) sometidas al poder (un poder dependiente y con limitaciones de
efectos generales y no particulares). Por ello, la Constitución era distinta a las viejas cartas
forales y otros instrumentos jurídicos anteriores (de carácter meramente contractual
derivados del cumplimiento de deberes de los subditos) que vinculaban al detentador del
poder (de origen divino) con sus subditos o una parte de ellos (p. 48).

Asimismo, el constitucionalismo dio configuración normativa a la Constitución (ámbito del


deber ser) desechando su vieja concepción empírica o fáctica (ámbito del ser, como
configuración política y social de un pueblo). Ello era necesario para instaurar su programa
de limitación y regulación del poder y de establecimiento de los DDFF (p. 49).

El moderno concepto de Constitución prescribe su origen está en la voluntad del pueblo,


hace referencia a una norma (suprema del ordenamiento jurídico) creadora de una situación
jurídica, fijada en un documento escrito y con forma jurídica, con pretensión exhaustiva y
sistemática, que instituye la forma de gobierno y regula la organización y ejercicio del poder
estatal (excluyendo la discrecionalidad, indicando competencias y límites de ese poder) y que
es indisponible para el mismo, y establece un catálogo de DDFF como compromisos
materiales del Estado en relación a los derechos del hombre (p. 111).

La Constitución constituye el mínimo de consenso político de la sociedad (sustituyendo el


origen del poder divino del rey por la soberanía popular) y le entrega a este consenso
fundamental, por primera vez en la historia, certeza, obligatoriedad y regulabilidad. Con ello,
el proceso político se descongestiona de la discusión permanente acerca de los fundamentos
de la formación del sistema, siendo la Constitución la premisa y no el objeto de la actividad
política (pp. 200 y 201). De ahí proviene la idea de Poder Constituyente.

La legitimidad de la Constitución (y el requisito para que ésta exista y no una semi-


Constitución o una aparente Constitución) se encuentra en que ella sea producto del
consenso político de la sociedad, i.e., que ella incluya todas las posiciones ideológicas y
políticas de los ciudadanos, que reconozcan la legitimidad de la pluralidad de opiniones e
intereses, y que contenga sólo los consensos políticos básicos 5. No debe ser concebida
como "carente de lagunas" ni convertir a la política en innecesaria y en mera ejecución
constitucional o administración, sino que debe proporcionar un marco para las posibles
decisiones políticas6. En este contexto se torna legítimo el actuar del Tribunal Constitucional 7,
por que el garante de la Constitución es también su destinatario, en su función de sustraer la
interpretación de la Constitución a los poderes sociales y políticos más fuertes -que intentan
coaccionar y hacer primar sus intereses-, de la lucha política cotidiana, y de este modo
restaurar su función como base para el consenso de los adversarios (p. 36)8. De ahí la
importancia de que la Constitución obedezca al consenso básico a fin de lograr su
cumplimiento y efectividad, destacando su carácter eminentemente instrumental, en cuanto
que "¡a indiferencia del sistema/rente a la verdad presta a ¡as regías que garantizan
pluralidad mayor peso especifico y más posibilidad de cumplimiento " (p. 36).

5.- Grimm aplica su modelo a diversos casos. Destaca la diferencia entre Francia y EEUU.
Francia (cuyo ejemplo influyó a toda Europa continental) debió transformar a los ideales
burgueses y liberales su sistema jurídico, político y social luego de la Revolución Burguesa,
ya que la sociedad prerrevolucionaria era estamental-feudal y había una praxis estatal
mercantilista y dirigista. EEUU, al contrario, tenía una sociedad burguesa por lo que tras su
independencia sólo debió instaurar Constituciones (Federal y Estaduales) acordes a su orden
(social, jurídico y político) burgués. Apesar de heredar gran parte del sistema jurídico de
Inglaterra, decidió escriturar la Constitución y no heredar la idea de omnipotencia del
Parlamento porque habiéndose cometido abusos a los derechos de los americanos por el
Parlamento inglés (que legalmente también los representaba) se estimó necesario establecer
que los derechos estaban sobre el Parlamento. Ello dio paso, según Grimm, a la idea de
DDFF y Constitución en el sentido moderno (p. 67).

La Inglaterra de la época también era una sociedad burguesa y liberal (donde nobles y
burgueses compartían los derechos y deberes derivados del poder) pero no influyó
directamente en la Europa continental debido a que no había sistematizado su Constitución
en el modo en que a la Europa Continental le resultara comprensible. En este país está el
origen de los DDFF y el constitucionalismo, pero no completó el proceso pues carecía de
Constitución formal.

Alemania se mantuvo siempre muy alejada del constitucionalismo moderno, en el sentido de


que ni contemporáneamente a su nacimiento ni muchas décadas después lo aceptaría (de
hecho, verdaderamente nunca lo aceptó y le fue impuesto finalmente por la fuerza), y (sólo)
hacia el siglo XIX intentó hacer frente a su influjo creando un sistema constitucional no (u
opuesto al) burgués (liberal) y no democrático (o en palabras de Grimm "transplantarlo a
otras circunstancias o usarlo para otros fines", p. 69) con otra clase de fundamentos y
adecuándolo (recreándolo) a las características propias de su tradición (y filosofía social) e
intereses de las clases dirigentes (acomodando la Constitución formal a su Constitución
empírica) y más tarde a la preeminencia del Estado; y hacia entrado el Siglo XX (en palabras
del Schmitt de 1932, alabado por Huber, citado en p. 150) a favor de un "orden sustancial", y
finalmente para sustentar el nacionalsocialismo. Tras el naufragio de la República de Weimar
y la dictadura nacionalsocialista la Constitución debió ser reconstruida y protegida, entre
otros, por la jurisdicción constitucional dotada de amplias facultades que, en Alemania, ha
significado la intervención judicial de su sistema político (p. 152). Bajo el positivismo alemán
y su doctrina del Derecho Público, y ya en el último cuarto del siglo XIX, la Constitución
planteaba un tema jurídico y no político (a lo que también aportó Kelsen). El problema de la
aversión alemana a la idea burguesa de Constitución y al orden liberal lo tratará Grimm
minuciosamente en varios lugares de su obra9.

6.- Para Grimm es muy importante abordar el problema de la vigencia de la Constitución


en la medida que las condiciones (sociales, políticas, históricas, etc.) han cambiado desde su
origen. Cree que el Derecho Constitucional (el genuino, no el Constitucionalismo aparente)
actualmente muestra incapacidad para regular muchos aspectos del ejercicio del poder
estatal y de los cambios sociales, los que generan problemas materiales y no sólo formales
(a estos últimos podría responder el Derecho), traduciéndose en que la Constitución ve
mermada su validez. Por ejemplo, la modificación de la naturaleza y funciones del Estado
(pp. 71 y 185) significa que éste ahora está a cargo de la dirección global del desarrollo
social y de la construcción de un orden social justo 10, generando nuevas formas de
relacionarse con los ciudadanos; la satisfacción de los derechos económicos y sociales y las
normas constitucionales de contenido material; los obstáculos estructurales al control jurídico
de la política, especialmente la actividad de los partidos políticos (que neutralizan la función
jurídico-constitucional de división de poderes y su control); los efectos de los avances
científicos y tecnológicos; la acumulación de poder social 11; la actividad de organizaciones de
la sociedad civil que buscan influir en las decisiones estatales; las competencias (en
detrimento de la soberanía estatal) de los organismos internacionales y supranacionales; etc.

7.- Otro punto relevante tratado por Grimm (pp. 77) se refiere al origen y desarrollo de los
DDFF. Afirma que ellos son un producto de las revoluciones burguesas de fines del S. XVIII y
pertenecen al programa del moderno constitucionalismo. No hay Constitución y DDFF sin
sociedad burguesa, pero al contrario, podía haber sociedad burguesa sin ellos (p. 99), y por
ello es un error considerar cualquier libertad jurídicamente protegida como un DDFF. Ellos
constituyen un modelo muy determinado que rompe con pasadas expresiones de
reconocimientos de derechos, los cuales eran privilegios concedidos de modo gracioso por
reyes para influir políticamente en sectores sociales (estamentos) o geográficos (fueros).
Opuestamente, los DDFF tienen carácter universal (pertenecen a todos los hombres) y son
independientes (e indisponibles) de la voluntad de los soberanos (los hombres los poseen
por naturaleza y el Derecho Positivo sólo los reconoce). No es el soberano quien los
configura sino que ellos configuran al poder soberano. Grimm revisa y contraste los
modernos catálogos de DDFF con las antiguas formas de protección jurídica de la libertad, y
en tal sentido explica que en la construcción del orden social burgués (liberal), los DDFF
tuvieron por función separar la sociedad (autónoma y autogobernada) del Estado (limitado y
regulado, cuya función será proteger los derechos). Esta distinción es importante.

En Inglaterra se consideraba que los DDFF eran disponibles para el Parlamento por que era
el representante de los gobernados y siempre había luchado por protegerlos. Grimm, con
Stourzh, afirma que el origen de la conversión de las libertades en DDFF en Inglaterra no se
consumó al no haberse transformado en derechos constitucionales12, y que fue en EEUU
donde se perfeccionan explícitamente los DDFF, con rasgos de superioridad jerárquica y
protección jurisdiccional, vinculando a todos los poderes públicos y ubicándose sobre el
Parlamento (p. 90). En Alemania las declaraciones de derechos contenidas en las normas
superiores (que no eran constituciones modernas) del S. XIX de los pequeños estados
alemanes (Austria y Prusia se resistían a cualquier influencia del constitucionalismo) tuvieron
mero carácter positivo (sin reminiscencias iusnaturalistas racionalistas) y debían su
existencia a la mera voluntad del monarca, se formularon como derechos de los ciudadanos
del Estado (derechospúblicos subjetivos) y no como derechos del hombre, lo que unido a la
supervivencia de los derechos estamentales-feudales, frenaba el desarrollo pleno del
principio de la libertad, fundamental para el constitucionalismo moderno (p. 96). En la
Francia post-revolucionaria los DDFF fueron configuradores del orden social, se adecuó el
sistema jurídico a los principios liberales y una vez concluido el proceso los DDFF
garantizaron la permanecía del sistema y del Derecho burgueses. En EEUU, donde había
una sociedad burguesa, los DDFF otorgarían al nuevo Estado sólo una función de
abstención.

Grimm examina la posibilidad de separar los DDFF de sus condiciones originales (el
orden burgués) y que ellos pudieran servir en nuevos órdenes sociales. En el orden burgués
liberal la igualdad y libertad terminaron para muchos siendo sólo un sueño inmerecidamente
irrealizable, por lo que nacieron nuevas interpretaciones de los DDFF que excedieron los
intereses burgueses. Se reclamó la concreción de la base material de los DDFF (que sólo
fueron posibles para quienes tuvieran educación y propiedad) y que dejaran de constituir
instrumento de opresión de los poderosos (p. 104), lo que exigía restringir la libertad y
propiedad para extender la libertad igual y efectiva. Ello significó que los DDFF se revirtieran
en una amenaza a los intereses burgueses, lo que motivó a los burgueses a abandonarlos o
a darles una interpretación defensiva, donde la defensa contra el Estado sustituyó a su valor
central {¡a libertad personal igual13). De ahí que la conclusión del autor es que los DDFF
tienen un papel que cumplir en la medida que se adaptan a la cambiante realidad estatal y a
las nuevas amenazas a la libertad.

8.- Grimm considera que las dos mayores innovaciones de la dogmática de los DDFF de
la posguerra son el principio de proporcionalidad 14 y el despliegue del contenido jurídico
objetivo de los DDFF (p. 155). Mientras el principio de proporcionalidad se desenvuelve en
el marco de la defensa negativa de los DDFF y la defensa de la libertad contra las
intromisiones del Estado, la comprensión jurídico objetiva de los DDFF abre nuevas áreas a
la aplicación de ellos, produciendo su expansión, en términos de irradiación a las relaciones
entre privados, los derechos de prestación o derechos de participación frente al Estado, al
deber estatal de su protección, a sus garantías procesales, a los principios de organización
de las instituciones públicas y privadas, y otros espacios que progresivamente se abren. De
ahí que hoy los DDFF no sólo son una obligación para el Estado sino para toda la sociedad,
y obligan no sólo negativa sino positivamente a ambos. Esto no deja de generar críticas,
tales como la elevada discrecionalidad de la interpretación jurídico-objetiva de los DDFF y la
consiguiente pérdida de racionalidad en la aplicación jurídica, y de ser la causa de la
usurpación de competencias políticas por parte de los tribunales (especialmente el Tribunal
Constitucional), con el consecuente costo para la Democracia, lo que lleva a algunos a
abogar por recuperar la vieja concepción negativa y subjetiva de los DDFF. Para Grimm la
crítica es superada con la dogmática de la protección frente a la intervención. Por lo demás,
sólo en EEUU la revolución significó sólo el establecimiento de una Constitución y de DDFF,
pues en Francia (y luego en toda Europa) el constitucionalismo instaurado tras la revolución
significó la reforma del orden social. Por ello los DDFF no fueron considerados meras
defensas frente a o límites al Estado que dejaban subsistente las condiciones existentes,
sino que hicieron las veces de principios supremos conductores del orden social a establecer
(siendo mandatos de actuación al Estado) y llamados a dar firmeza y continuidad a la
reforma del sistema jurídico (p. 159). De ahí que los DDFF siempre tuvieron tanto un aspecto
negativo como positivo, este último latente desde la instauración completa del orden liberal
en la Europa continental, que luego resurgirá con la caída de la premisa liberal de acuerdo a
la cual con el simple establecimiento de la libertad igual la sociedad automáticamente se
conduciría a la prosperidad y la justicia. La cuestión social evidenció que la sola libertad sin
equilibrio de fuerzas conducía al derecho del más fuerte, produciendo acumulaciones de
poder social que generaban riesgos a la libertad. El modelo liberal no era capaz de producir
los ajustes necesarios y el problema que había intentado resolver no aparecía resuelto. De
ahí que la respuesta para lograr la eficacia de los DDFF sea la recuperación de la dimensión
jurídico objetiva de los DDFF (p. 163)15 y su mandato se dirige a todos los poderes, ejecutivo,
legislativo, judicial16. Pero a diferencia de la defensa negativa de los DDFF (que exige la
anulación del acto violatorio) su defensa positiva (frente a una omisión) exige un actuar
inespecífico, no hay un actuar constitucionalmente definido sino una multitud de opciones
conforme a la Constitución (y en principio corresponde a las autoridades políticas decidir
conforme a los recursos disponibles). Esta situación plantea un sinnúmero de cuestiones
problemáticas a la actividad de la Administración y de los Tribunales, frente a las cuales
Grimm también sugiere algunas soluciones para abordarlas (pp. 171 y 173)17, los que llevan
también al análisis de los contenidos y límites de la argumentación jurídica institucional.
Tema interesante, pero del que no puedo explayarme aquí.

1
Son los casos de Alemania, Suecia o Polonia, en los ejemplos de Grimm. Otro ejemplo del
difícil camino hacia el constitucionalismo en Europa (siguiendo el análisis de Grimm) es el
caso de España, que lo instaura sólo a partir de la caída del franquismo y con la Constitución
de 1978 (ver Jiménez, Rafael, El Constitucionalismo. Proceso de Formación y Fundamentos
del Derecho Constitucional, Marcial Pons, Barcelona, 2005).
2
La Constitución moderna tiene una estructura bien definida, tanto formal como
materialmente. Tiene carácter normativo (con características y contenidos precisos, que la
distingue de figuras tales como la constitución aparente) y no fáctico o empírico (relacionada
a elementos descriptivos y formativos de las realidades sociales y políticas nacionales).
3
Para Grimm, democracia, Estado de Derecho y división de poderes flanquean la protección
sustancial de los DDFF y estabilizan la disociación existente entre Estado y Sociedad. La ley
(Parlamentaria) se convierte en el eje del sistema (el parlamento actúa como eslabón entre
Estado e individuos o sociedad, tanto porque la representa y tiene la potestad exclusiva de
limitar los DDFF), y el éxito del modelo depende de su aptitud para vincular la actividad del
Estado (184).
4
Nos referimos aquí concretamente al iusnaturalismo racionalista, secularizado y
contractualista de los S XVII y XVIII.
5
Podemos ver la distancia de esa idea de Constitución, con la Constitución Política de Chile.
6
Este interesante rasgo se contradice con cierta tendencia en la doctrina constitucional
chilena de otorgar a la Constitución un contenido valórico de tal entidad que lleva a
concebirla sin lagunas, lo cual es extremadamente peligroso para una democracia, más aún
considerando el origen altamente cuestionable de nuestra Constitución y el papel de un
Tribunal Constitucional que coacciona su aplicación aún en contra del proceso democrático.
Sobre un análisis respecto de las implicancias intervención del juez constitucional en la vida
institucional, Stone Sweet, Alez; Governing with judges. Constituional Politics in
Europe.Oxford University Press, New York, 2000. Luis Prieto estima que el juez
constitucional es un protagonista político (Justicia Constitucional y Derechos Fundamentales,
Editorial Trotta, Madrid, 2003, p. 96).
7
Pero en Derecho Comparada la revisión judicial no es un tema exento de debate. Ver, por
ejemplo, las obras de Jeremy Waldron (v.g., Law and Disagreement, Oxford: Clarendon
Press, 1999).
8
Para Grimm uno de los riesgos de la jurisdicción constitucional es que con la excusa de
interpretar las indeterminadas normas constitucionales se puede modificar su sentido
produciendo una mutación constitucional (p. 37). Por ello mantiene la interrogante acerca de
los límites de una interpretación lícita (de adecuación a las nuevas situaciones históricas y
sociales) y su obstaculización a la modificación formal de la Constitución.
9
A mi juicio, esto evidencia el abismo existente entre los sistemas constitucionales
anglosajones y europeos continentales, y además que la inquietud por protegerlos del
proceso político a través de mecanismos tales como la jurisdicción constitucional constituye
una carga histórica enquistado en la conciencia colectiva que no constituye un elemento
necesario para el sistema constitucional democrático.
10
Donde el principio de legalidad tiene una aplicación muy limitada frente a la nueva
actuación extensiva, prospectiva, poliédrica, sin claros contornos de hechos y
consecuencias.
11
Que también generan riegos a los DDFF y desajustes en la actuación constitucional de los
órganos estatales.
12
Discrepo en esto de Grimm, pues estimo que en Inglaterra la importancia y funcionalidad
de los derechos no hacía necesaria su formalización jurídica, por ejemplo, al estilo alemán.
Esto se vincula a las especiales características del sistema jurídico ingles, extrañas para los
continentales. Considérese el hecho de que hoy Inglaterra es el único país europeo que ha
incluido la Carta Europea de Derechos Humanos como norma interna de rango
constitucional, lo que otorga a los DDFF un contenido muchísimo mayor al de los catálogos
de derechos constitucionales, los que implican una manera de limitar y cercenar los derechos
humanos y adecuarlos a las prácticas internas (como sucede en Chile).
13
Grimm define libertad como preeminencia de la autodeterminación, frente a la heteronimia,
la posibilidad de proyectar un plan de vida propio, de establecer relaciones ventajosas, pero
siempre con la reserva de un derecho igual para todos.
14
El principio de proporcionalidad (al igual que la extensión y efectos del contenido objetivo
de los DDFF) no es un tema pacífico. Considérese, v.g., que Robert Alexy (Constitutional
Rights, Balancing, and Rationality, Ratio Juris, Vol. 16 N°2 June 2003, 131-40) discute al
respecto con Jürgen Habermas (Between Facts and Norms. Trans. W. Rehg. Cambridge:
Polity. 1st ed. 1992, 1996).
15
Este es un tema presente en toda Europa actualmente, y que está en la base de las
reformas -en actual tramitación-ai recurso de amparo constitucional en España.
16
El autor da ejemplos en los que se elimina la intervención estatal y sin embargo el DDFF
no reaparece, con lo que el DDFF sólo puede satisfacerse con una prestación estatal (p.
170).
17
Considérese que en España las omisiones son consideradas como actos pasibles de
recursos de amparo constitucional ante el Tribunal Constitucional en el proyecto de reforma a
su ley orgánica.

Es en la edad media cuando comienza el desarrollo y expansión de las constituciones. En


esta época se extienden las cartas, especialmente locales, que regulan la existencia de los
burgos, marcando los derechos y garantias correspondientes al pueblo.El constitucionalismo
moderno parte de la época de las revoluciones liberales del siglo XIII (revolucion francesa
emancipaciones americanas, etc.) respuesta al Antiguo Regimen y su sistema Absolutista o
autoritario. El siglo XIX supuso un desarrollo constante de esta idea de constitución, de
división de poderes y de establecimiento del derecho moderno como hoy lo conocemos. Así,
con el liberalismo, las constituciones se concretan y desarrollan mucho más que en ningún
otro momento histórico.Las primeras constituciones modernas (empezando con la
estadounidense de 4 de marzo de 1789) estableciendo los límites de los poderes
gubernamentales, y de protección de los derechos y libertades fundamentales con las
primeras enmiendas de 15 de Diciembre de 1791 conocidas como Declaración de Derechos
(Bill of Rights).El siguiente hito fundamental fue la segunda gerra mundial, luego de la cual el
proceso iniciado levemente en la Revolución Francesa tuvo un gran desarrollo y aceptación.
Este proceso fue el reconocimiento de los Derechos Humanos que, desde entonces y de
manera creciente, tiene una mayor aceptación como parte esencial de toda constitución. La
norma fundamental no solo es, entonces, una norma que controla y estructura el poder y sus
manifestaciones en una sociedad sino que además es la norma que reconoce los derechos
que el Estado advierte en todas las personas. La Constitución no otorga los derechos, como
tampoco lo hacen las múltiples declaraciones que internacionalmente se han pronunciado
sobre el tema, los derechos humanos son precedentes a cualquier estado y superiores a
cualquier expresión de poder que este tenga.Hasta el día de hoy el proceso demostró un
desarrollo gracias al cual el modelo inicial del sujeto poderoso y violento pasó al pueblo
soberano y superior en sus derechos a cualquier expresión del Estado. Hoy el sujeto
poderoso no es una persona sino que es una entelequia creada por el pueblo y ocupada por
él según las normas que este mismo estableció a través de una Constitución.El punto más
novedoso de este desarrollo se da con la certeza de que la mera declaración de derechos no
hace a estos invulnerables a cualquier violación o intento de violación por parte tanto del
Estado como de otras personas. En ese sentido el desarrollo del Constitucionalismo moderno
se dedica al estudio de procedimientos que aseguren una adecuada protección a los
derechos reconocidos. Algunos de estos procedimientos tienen un gran desarrollo histórico y
teórico (como el habeas corpus que data elsiglo XII) y otros son aun novedosos y tienen poco
desarrollo (como el habeas data y la accon de cumplimiento)CONSTITUCIONALISMO
MODERNOHace más de 60 años, Charles Howard McIlwain abrió su clásico tratado
Constitucionalismo Antiguo y Moderno con esta frase: “Parece ser el momento para examinar
el principio general del constitucionalismo [...] un examen que debería incluir alguna
consideración de las etapas sucesivas de su desarrollo.” Hoy, a principios del siglo XXI, y
después de más de doscientos años de constitucionalismo moderno, tenemos que admitir
que nuestro conocimiento de su historia es casi inexistente. Aquel moderno
constitucionalismo que apareció al final del siglo XVIII parece estar más allá de cualquier
disputa. Las revoluciones Americana y Francesa constituyeron, de acuerdo con Maurizio
Fioravanti, “un momento decisivo en la historia del constitucionalismo”, inaugurando “un
nuevo concepto y una nueva práctica”. Doscientos años más tarde, se da por supuesto que
cada país en el mundo, con la excepción del Reino Unido, Nueva Zelanda e Israel, poseen
una constitución escrita basada en el moderno constitucionalismo. Pero mientras nosotros
reconocemos la aceptación global de un principio político, por singular que sea, y mientras
que eruditos como Bruce Ackerman han acuñado el término “constitucionalismo mundial”,
debemos admitir, y no sin dificultad, que a pesar de McIlwain, Fioravanti, y numerosos otros
académicos, definitivamente no sabemos cómo llegó a suceder todo esto.
Se han realizado numerosos estudios en derecho constitucional y en historia constitucional.
Aunque generalmente han enriquecido nuestro conocimiento, nos han dicho muy poco
acerca del constitucionalismo moderno y su historia. Al partir desde el Estado-nación,
tendieron a carecer de una perspectiva abarcadora y usualmente se restringieron ellos
mismos a acumular información Estado por Estado. En contraste, los más feroces oponentes
del constitucionalismo moderno desplegaron su conocimiento completo del concepto
inmediatamente después de la conclusión de ese evento decisivo, la revolución de 1848.
Ellos denunciaron lo que llamaron la “esencia y fastidio del moderno constitucionalismo”,
como dijo el título de un libro, y con él, su historia y sus principios o elementos esenciales.
Aunque sus argumentos carecen hoy de validez, el fenómeno que describieron merece aun
más atención en nuestro tiempo que el obligado hace ciento cincuenta años.
Esos principios del constitucionalismo moderno fueron los mismos que Carl von Rotteck
definió en los 1830s como el “sistema constitucional [...] tal y como ha evolucionado desde el
inicio de la Revolución Americana y – más efectivamente en Europa – de la Revolución
Francesa [y] – que es concurrente, completamente en teoría, y al menos de forma
aproximada en la práctica – con el sistema de Staatsrecht puro, basado en la razón”. Sus
principales principios fueron los derechos humanos, la separación de los poderes, el
gobierno representativo, la limitación del poder gubernamental, la responsabilidad política y
la independencia judicial. Los principios del constitucionalismo moderno tuvieron origen en la
pregunta de cómo la libertad individual podría asegurarse permanentemente contra las
intervenciones del gobierno, considerando las debilidades de la naturaleza humana. ¿Cómo
podrían edificarse constituciones tomando en cuenta la experiencia histórica y política, así
como la teoría política, el derecho y la filosofía?
Partiendo de la idea medieval de un rey instituido con la potestas temperata, la Revolución
Gloriosa en Inglaterra en 1688-89 había establecido el principio de la monarquía limitada
como una doctrina constitucional oficial. La Revolución Americana, esforzándose por
asegurar la libertad individual, transformó esta doctrina en el principio constitucional del
gobierno limitado. Por primera vez, la idea tradicional de limitar el poder había derivado en la
concesión de derechos positivados a los individuos, la protección de los cuales podría
reclamarse en la corte contra las pretensiones del gobierno. De acuerdo con la ley natural, no
fue el orden divino de los tiempos antiguos el que otorgaba legitimidad a la constitución, sino
únicamente el pueblo. Tal y como había insistido Thomas Paine, una constitución así, por lo
tanto, no podría ser jamás el acto de un gobierno, sino que precedería por necesidad a
cualquier gobierno. Este fundamento conceptual del constitucionalismo moderno resultó en
los principios de la soberanía popular, el anclaje de la constitución en principios universales,
una declaración de derechos, gobierno limitado, y la consideración de la constitución como la
ley suprema.
Estos cinco fundamentos condicionaron otros cinco principios con el objeto de hacer a la
constitución funcionar de acuerdo a las metas del constitucionalismo moderno: gobierno
representativo para ampliar su legitimidad y para prevenir el gobierno aristocrático y la
corrupción; la separación de los poderes de acuerdo a Montesquieu, para excluir toda
concentración tiránica del poder; la exigencia de responsabilidad política y de un gobierno
responsable, para controlar el poder; independencia judicial para que la ley prevaleciera por
sobre el poder y perdurara; y un procedimiento ordenado de reforma de la constitución ante
el simple paso del tiempo o para corregir errores u omisiones, con la participación del pueblo
o de sus representantes, mientras que se previenen alteraciones arbitrarias o pobremente
pensadas.
Estos diez principios aparecieron por primera vez en Virginia en 1776. El 12 de junio de
1776, la Convención General de delegados y representantes de varios condados y
corporaciones de Virginia adoptaron lo que ha sido conocido como la Virginia Declaration of
Rights. Fue un documento revolucionario, pero que algunas veces es incorrectamente
llamado la Virgina Bill of Rights (en una inconsciente o tal vez deliberada alusión al Bill of
Rights inglés de 1689). La referencia al inglés “Acto de declarar los derechos y libertades del
vasallo y establecer la sucesión de la corona”, como su propio título lo dice, es engañosa,
pues fue publicada por “los dichos Lores Espirituales y Temporales y Comunes [...] para
reivindicar y asegurar sus Derechos y Libertades”. En términos estrictamente políticos, marcó
el final de la Revolución Gloriosa y pasó a ser parte de su consolidación. El Bill of Rights
inglés no se refiere a principios universales o a ninguna idea abstracta; en realidad,
considerando la tentativa del último Rey de “Suprimir y extirpar la Religión Protestante, y la
Leyes y Libertades de este Reinado”, los Lores y Comunes hicieron uso de lo que ellos
entendieron como “Sus indiscutibles Derechos y Libertades”.
Los delegados de Virginia de 1776 pudieron fácilmente hacer uso de un lenguaje similar, así
como numerosos colonos lo habían hecho durante la década anterior. Pero ellos
deliberadamente introdujeron un lenguaje nuevo: “Una declaración de derechos hecha por
los representantes del buen pueblo de Virginia, congregados en convención general y libre;
cuyos derechos pertenecen a ellos y a su posteridad, como la base y fundamento de
gobierno.” Este es un documento completamente nuevo, que emplea un nuevo y audaz
lenguaje. Fue una “declaración de derechos”, no un documento subjetivo declarando
derechos, y fue establecido por “los representantes del [...] pueblo”, quienes fueron
“congregados en convención general y libre”, y no en una asamblea cualquiera, con una
equívoca legitimización. Además, ellos habían declarado los derechos, apropiadamente,
como pertenecientes al pueblo y a sus descendientes, y no a la asamblea o a la convención
misma, en contraste con alguna otra institución. Estos derechos sirvieron, en la frase más
revolucionaria de todas, “como la base y fundamento de gobierno”, una afirmación
completamente desconocida y contradictoria con cualquier forma de entender la constitución
inglesa.
Este audaz lenguaje revolucionario fue sustanciado en las dos primeras secciones del
documento, el cual develó la fuente de todos los derechos determinados: la naturaleza. El
derecho natural no solamente confería a la gente “ciertos derechos inherentes, de los cuales,
cuando entran en estado de sociedad, ellos no pueden, por ningún pacto, privar o despojar a
su posteridad”. También probó que “todo poder es conferido, y consecuentemente derivado,
del pueblo”.
Sin palabra alguna referida a la constitución inglesa o a la necesidad de restaurar antiguos
derechos que habían sido violentados, la Declaración de Derechos de Virginia pregonó al
mundo la soberanía del pueblo, los principios universales, y la inherencia de los derechos
humanos, declarados en una constitución escrita como “la base y fundamento de gobierno”.
Fue el verdadero nacimiento de lo que entendemos hoy como constitucionalismo moderno.
En realidad, la Declaración de Derechos de Virginia no fue el primer documento
constitucional de la Revolución Americana. Fue precedida por la Constitución de New
Hampshire del 5 de enero de 1776, y por la Constitución de Carolina del Sur de 26 de marzo
de 1776. Pero el lenguaje de estos dos documentos se parece mucho más al Bill of Rights
inglés, el lenguaje de los derechos antiguos y de las libertades violentadas, pero rescatadas
para ser restauradas. A pesar de que hay una referencia casual al derecho natural en la
Constitución de New Hampshire, y de que el documento de Carolina del Sur por primera vez
se autodenominó “constitución”, ninguna de ellas apeló a la soberanía del pueblo, principios
universales, derechos humanos inherentes, o a una constitución escrita como “la base y
fundamento de gobierno”. Como las primeras constituciones escritas, fueron nuevas en su
forma, pero su contenido no había todavía abandonado sus connotaciones tradicionales.
Todo esto cambió con la Declaración de Derechos de Virginia de junio de 1776. No
solamente enumeró varios de estos derechos. También proclamó criterios adicionales, que
desde entonces son considerados fundacionales del constitucionalismo moderno. Estos son
la responsabilidad y la obligación del gobierno de rendir cuentas por sus actos, el derecho “a
reformar, alterar, o abolir” el gobierno, la separación de los poderes, el “juicio por un jurado
imparcial”, y la idea de que el gobierno constitucional es por su propia naturaleza un gobierno
limitado. Fue una mezcla de principios fundamentales y de elementos estructurales que
serían integrados a una constitución posterior, considerados indispensables precondiciones
para asegurar la libertad individual y garantizar el gobierno racional de acuerdo a la ley, en
vez de un gobierno de acuerdo al placer, el privilegio, o la corrupción. Ninguno de estos
criterios fueron realmente nuevos. En realidad, ellos fueron extensamente discutidos a lo
largo de las colonias durante la década precedente. Pero nunca antes habían aparecido en
un documento público en forma coherente, constituyendo la base de un nuevo orden político.
Más allá de haber enumerado ciertos derechos, aunque de forma incompleta, la importancia
singular de la Declaración de los Derechos de Virginia en 1776 se basa en el establecimiento
de un catálogo completo de lo esencial del constitucionalismo moderno, cuyo carácter
fundacional no es hoy menos válido de lo que fue hace más de doscientos años: soberanía
del pueblo, principios universales, derechos humanos, gobierno representativo, la
constitución como ley suprema, separación de poderes, gobierno limitado, responsabilidad y
obligación de rendir cuentas del gobierno, independencia judicial e imparcialidad, y el
derecho de la gente a reformar su propio gobierno, o poder constituyente del pueblo. Estos
diez elementos esenciales del constitucionalismo moderno son expresados en la Declaración
de Derechos de Virginia, y por más de doscientos años ninguna constitución que reclame su
adhesión a los principios del constitucionalismo moderno se ha atrevido abiertamente a
desafiar ninguno de estos principios, cuando se ha idealizado la sociedad basada en la
razón, que dispone de una base legal sólida para atender los intereses encontrados y los
conflictos.
Sin embargo, la historia del constitucionalismo moderno está llena de intentos de evadir uno
o varios elementos en este catálogo, o de rechazar más o menos la totalidad del mismo; en
otras palabras, de establecer una constitución escrita negando manifiestamente los principios
del constitucionalismo moderno. Esta oposición fundamental al moderno constitucionalismo
nunca fue una opción política viable en ninguno de los estados de Estados Unidos hasta la
mitad del siglo XIX. Sin embargo, se requirió de tiempo y experiencia para transformar estos
elementos básicos en principios generalmente aceptados. La Constitución de Maryland de
1776 incorporó los diez elementos esenciales de la Declaración de Derechos de Virginia,
pero la siguiente constitución en hacerlo fue tan sólo la de Massachussets, en 1780. Ninguna
de las otras ocho constituciones escritas entre 1776 y 1780 se adecuaron plenamente a ese
listado.
Las Constituciones de Nueva Jersey de 1776 y la de Carolina del Sur de 1778 fueron las
que más divergieron, adoptando meramente la idea de un gobierno representativo. La mayor
resistencia durante esos años se alzó contra la estricta separación de los poderes y contra
una administración de justicia independiente, mientras que la extendida falta de inclusión de
cláusulas de reforma constitucional parece haber sido más el resultado de la inexperiencia y
de la ignorancia que de la oposición a ese instituto. Las constituciones de 1776 de Delaware
y Pennsylvania, y la de Vermont de 1777, aunque adoptaron todos los otros elementos
básicos de la Declaración de Virginia, solo fallaron al no cumplir con dos de estos tres
disputados principios.
Aunque algunos de estos elementos esenciales no se han alzado por encima de la
condición de meras declaraciones en papel en varias constituciones, faltándoles aún
sustancia, el principio ha sido por lo menos reconocido y podría añadir su peso factual con el
transcurso del tiempo. El clásico ejemplo es la soberanía del pueblo, desde la cual la elevada
Declaración de Virginia se fusionó, en la fórmula introductoria “Nosotros, el pueblo”, en el
preámbulo de la Constitución Federal de 1787, una vía de escape aprovechada por un
número de constituciones de los Estados miembros en décadas ulteriores. La última
constitución, la cual rehusó incluso aceptar esta simbólica declaración, fue la constitución de
Louisiana de 1812. En muchas instancias, esta siguió cercanamente la constitución de
Kentucky de 1799, ella misma una versión revisada de la constitución de Kentucky de 1792,
la cual había sido la siguiente constitución en reproducir los diez elementos básicos de
Virginia tras la Constitución de Massachussets de 1780, y su clon de New Hampshire, de
1784. Sin embargo, Louisiana, no solamente rehusó emular el carácter democrático de la
Constitución de Kentucky, sino que también declinó adoptar su Declaración de Derechos con
énfasis en principios universales. No fue el resultado de un descuido negligente sino, entre
otras cosas, una evasión conciente de la estipulación del Acto Facultativo del Congreso, el
cual había ordenado que la libertad religiosa fuera incluida en la Constitución.
La Constitución de Luisiana de 1812 es un típico ejemplo de deliberada oposición a los
elementos esenciales del constitucionalismo moderno de los Estados Unidos, una oposición
que asumió diferentes formas en diferentes épocas. En los 1770`s y 1780`s la estricta
separación de poderes fue más a menudo rechazada que aceptada, mientras que entre 1818
y 1849, cuando la democracia tomó terreno en los Estados Unidos, cerca de la mitad de las
constituciones estaduales fallaron en incluir un estricto atrincheramiento de la constitución
como norma suprema, o por lo menos de parte de esta, en el documento. Sin embargo, en
una escala general, el constitucionalismo moderno prevaleció. La constitución provisional de
Texas de 1835, todavía bajo el impacto del pasado Mexicano, difícilmente contenía alguno
de los elementos básicos del constitucionalismo moderno. La nueva constitución de 1836,
resultante de lo que se había estilado en la Revolución de Texas, casi no dejó fuera a
ninguno. En la mitad del siglo XIX, las constituciones de cerca de la mitad de los estados
americanos contenían todos los diez elementos esenciales enumerados en la Declaración de
Derechos de Virginia.
Este decálogo constitucional, introducido primero en Virginia en 1776, y hasta entonces
nada más que una peculiaridad americana, pronto probó estar completamente entrelazado
con el constitucionalismo moderno en una escala global. El 26 de agosto de 1789 se
proclamó en Francia la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, el correlato
europeo de las declaraciones americanas de derechos, y aquí de nuevo, como trece años
antes, encontramos los elementos básicos del constitucionalismo moderno. Las diferencias,
sin embargo, son notorias. El texto comienza con referencias a los representantes del
pueblo, derechos humanos, principios universales, y lo que puede interpretarse como la
soberanía del pueblo, y culmina en el famoso artículo 16: “Toda sociedad en la cual no esté
establecida la garantía de los derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece
de Constitución.” Visto en conjunto con la Constitución de 1791, los dos documentos
representando la quintaesencia del logro constitucional de la fase inicial de la Revolución
Francesa, tenemos que admitir que ninguno habla [SUPRIMIDO: acerca] de la
independencia judicial, la responsabilidad gubernamental, el gobierno limitado, ni de la
constitución como atrincherada ley suprema. Pero, y por primera vez en un documento
constitucional, fue establecida la teoría, como se refleja en el artículo 16 de la Declaración
Francesa, de que solamente nos permitimos hablar de una constitución en términos del
constitucionalismo moderno si el texto cumple ciertos requerimientos definidos. En
consecuencia, en contraste con lo que había sido llamado “constitución” en los tiempos
precedentes, el constitucionalismo moderno quedó fijado en un número de elementos
esenciales. Lo que había comenzado en América en 1776 como un nuevo lenguaje político,
nacido en un movimiento de levantamiento revolucionario y finalmente sancionado a través
de la práctica política y de la experiencia política, el art. 16 de la Declaración Francesa de los
Derechos de 1789 lo elevó al nivel de un axioma en teoría constitucional, proveyendo el
fundamento teórico del moderno constitucionalismo, ausente hasta esa fecha. Al mismo
tiempo, fiel a sus principios universales, transformó el constitucionalismo moderno de una
idea meramente americana en un fenómeno transnacional cuyas repercusiones se sentirían
globalmente.
Los diez elementos básicos de Virginia, a pesar de no haber sido reproducidos
completamente por la Declaración Francesa de los Derechos de 1789 y la Constitución de
1791, solamente recibieron las credenciales de ser los elementos fundacionales del
constitucionalismo moderno como un fenómeno global, al ser retomados en Francia en 1789
y porque el art. 16 declara que solamente la existencia de ciertos elementos esenciales nos
permite hablar de constitución en su significado moderno. Cualquiera que sea la importancia
del art. 16 en un contexto específicamente francés, su significado total reposa en el hecho de
que por primera vez un documento constitucional insiste en que el constitucionalismo
moderno envuelve ciertos elementos básicos, en ausencia de los cuales no se nos permite
hablar apropiadamente de él.

Independencia judicial, responsabilidad, gobierno limitado, y el atrincheramiento de la


constitución no fueron omitidos desde los primeros documentos constitucionales franceses
al azar. Por varias razones, hubo de transcurrir un largo tiempo hasta que [SUPRIMIDO:
ellos] fueron aceptados como principios del constitucionalismo francés. La mayor parte de
ellos, en realidad, fueron solamente incorporados en décadas recientes, cuando la
constitución de la Quinta República evolucionó. La historia del constitucionalismo moderno
en Francia no solamente está caracterizado por estas particularidades, sino también por
mayores agitaciones y rupturas, las cuales hicieron del constitucionalismo francés, y con él,
del constitucionalismo europeo en su totalidad, tan diferente de su correlato americano. A
pesar de que las constituciones de 1791, 1793 y del año III (1795) se basaron a fondo en la
mayoría de los principios del constitucionalismo moderno, cambios abruptos vinieron con la
constitución del año VIII (1799). No contenía ninguno de los elementos esenciales del
constitucionalismo moderno, pues concentró el poder en las manos del Primer Cónsul, y se
convirtió en un modelo para otros regímenes autoritarios, de cómo esconder la consolidación
del poder político en las manos de un dictador tras una fachada constitucional.
Obviamente, las fachadas constitucionales para gobernar autoritariamente están en abierta
contradicción con el constitucionalismo moderno. Su única contribución a la historia del
moderno constitucionalismo descansa en documentar una fundamental y exitosa política de
oposición a él. Esto podrá decirnos algo respecto a si la propagación de los principios del
constitucionalismo moderno y del gobierno racional de acuerdo a reglas fijas ha echado
raíces en un país, en un momento específico, pero el desarrollo constitucional después del
inevitable colapso final de una dictadura política usualmente será mucho más revelador.
Tres textos constitucionales desde el resquebrajamiento del Imperio Napoleónico merecen
particular interés. Estos son el proyecto constitucional del Senado, de 6 de abril de 1814, de
la Cámara de Representantes, de 29 de junio de 1815, y la Declaración de Derechos de los
Franceses del 5 de julio de 1815. Diferentes como son, todos ellos documentan el intento de
reintroducir el constitucionalismo moderno y sus principales elementos básicos en Francia.
Fueron propuestos la soberanía del pueblo, los principios universales, los derechos
humanos, el gobierno representativo, la separación de los poderes, e incluso la
independencia judicial, pero ninguna de estas ideas se materializó en esos años. En cambio,
la restauración Borbónica logró su legitimación con la Carta de 1814.
La Carta de 1814 rápidamente se convirtió en el modelo de constitución para la restauración
de Europa a principios del siglo XIX, por dos razones. Primeramente, aceptó la revolucionaria
idea de una constitución, sin nombrarla abiertamente, mientras era decretada por el
monarca. Segundo, rechazaba conscientemente el constitucionalismo moderno. La
soberanía del pueblo no fue admitida, no fueron declarados principios universales ni
derechos humanos. Los derechos públicos de los franceses no fueron substitutos
equivalentes. No se estableció gobierno representativo ni se atrincheró la constitución como
ley suprema. En vez de una separación de poderes, todos los poderes emanaron del
monarca. No hubo provisiones para el gobierno limitado ni para la responsabilidad
gubernamental, ni para el poder constituyente del pueblo. La única concesión fue que los
jueces, que eran nombrados por el monarca, ocuparían sus cargos mientras exhibieran buen
comportamiento. Este modelo fue convertido en paradigma para casi todas las constituciones
alemanas durante los siguientes años, y fue proclamado por los conservadores a través de
Europa, donde los ultramontanos lo consideraban aún muy liberal. La Carta de 1830
solamente redujo levemente el poder del monarca y extendió los derechos del legislativo,
pero en lo que concierne a los elementos esenciales del constitucionalismo moderno las
cosas permanecieron básicamente iguales. Sólo se introdujeron cambios parciales con la
constitución de 1848, que proclamó una vez más la soberanía del pueblo, pero vaciló
respecto de reconocer los principios universales y los derechos humanos. Ciertamente, la
constitución de 1848 aceptó el gobierno representativo, la separación de poderes, la
independencia judicial, y el poder de revisión constitucional, pero la constitución no estaba
atrincherada, ni estaba limitado el gobierno ni garantizada la responsabilidad de las
autoridades. A pesar de que 1848 significó una fecha crucial para el constitucionalismo
moderno, fue – por lo menos en Francia – una victoria parcial y temporal.
Mientras que la Carta Francesa de 1814 personificó la estirpe del constitucionalismo
antimoderno en la restauración de Europa, la Constitución Española de Cádiz de 1812
propuso un compromiso liberal. Lo más importante: había proclamado la soberanía del
pueblo; aunque virtualmente guardaba silencio acerca de los principios universales y los
derechos humanos. Estableció un gobierno representativo, la separación de poderes, y la
independencia judicial. Reconoció la constitución como ley suprema y contenía previsiones
concernientes al poder de revisión constitucional, aunque no abordó las ideas del gobierno
limitado y de la responsabilidad del gobierno. A pesar de la oposición fundamental de
Metternich y la Santa Alianza, la constitución fue readoptada dos veces en España y
adicionalmente introducida a principios de 1820`s en las Dos Sicilias, Piamonte, y Portugal.
Lo que la constitución jacobina francesa de 1793 vino a representar para la izquierda
democrática europea en la segunda mitad del siglo XIX, la Constitución de Cádiz simbolizó
los ideales liberales en la primera mitad.

El significado general de la Constitución de Cádiz reposa en el hecho de constituir el más


importante intento en Europa, en la primera mitad del siglo XIX, de combinar la esencia del
constitucionalismo moderno con el orden monárquico existente. Por esta razón fue
vehementemente rechazada, y no solo por los conservadores a todo lo largo de Europa, sino
también por los liberales moderados, quienes se negaban a aceptar mayores limitaciones al
poder monárquico que aquellas provistas por la constitución británica antes de 1832.
La constitución británica continuó teniéndose en alta estima por todos aquellos que habían
aceptado en Europa la idea de una constitución, pero que rechazaban el constitucionalismo
moderno. Desde la década de 1790, una activa política exterior de los británicos, que
promovía la redacción de constituciones de acuerdo a las líneas generales de la constitución
británica, con el objeto de prevenir revoluciones de origen francés, había contribuido
sustancialmente a generar este clima de opinión. Básicamente, las ideas británicas
descansaban en la suposición de que la libertad individual podía ser garantizada de forma
más eficiente y duradera por un compromiso político ilustrado, más que por las rígidas
estipulaciones constitucionales. Un ejemplo expresivo es la Constitución de la Unión de Islas
Jónicas, de 1817, la llamada Constitución de Maitland, que no reconoció ninguno de los
fundamentos del constitucionalismo moderno, pero permitió internamente el gobierno de la
aristocracia local, bajo estricta supervisión británica.
En vista de la tenaz oposición a la Constitución de Cádiz por parte de la Santa Alianza, que
no se inhibió de utilizar incluso la intervención militar para echarla por tierra, una nueva
constitución que buscaba introducir los fundamentos del constitucionalismo moderno adquirió
prominencia en la Europa liberal, mientras la Rusia zarista se dedicaba a pacificar el
alzamiento polaco y la diplomacia británica en Londres extraía un compromiso entre las cinco
grandes potencias europeas, sobre el futuro estatus de ese país: la Constitución Belga de
1831. Ella fue una obra maestra del camuflaje constitucional. Sus más fuertes opositores le
podían reprochar contener todos los elementos esenciales del constitucionalismo moderno,
pero sus partidarios podían igualmente sostener que en ninguna parte los expresaba. En su
versión francesa, evitaba proclamar abiertamente la soberanía popular, recurriendo en su
lugar a la fórmula ambivalente de que todos los poderes derivaban de la nación. La
fraseología tendió a referirse a la Constitución Francesa de 1791, integrando al Rey en la
nación. Sin ser el resultado de un vago compromiso o, como la Paulskirche en 1848, un
deliberado rechazo de la idea de soberanía popular, el significado del artículo respectivo
puede ser mas explícito en su versión oficial flamenca: “Alle gezag komt van het volk [Todo el
poder proviene del pueblo]”. Sin embargo, lo que algunos podían entender como una
soberanía popular disfrazada, otros lo podían descartar fácilmente como una pobre
traducción.
Ahí no había declaración de derechos y de principios universales, pero en sustancia, el
Título II “Sobre los Belgas y sus derechos”, servía al mismo propósito. No fue proclamada la
responsabilidad del gobierno, pero el art. 24 señaló cómo podía hacérseles responsables por
actos administrativos a los funcionarios públicos. La constitución quedó atrincherada como
ley suprema, pero no se tomó ninguna medida para prevenir que el artículo respectivo fuera
derogado. Los privilegios políticos de la aristocracia fueron abolidos, pero para ser elegido
senador era necesaria la calidad de gran propietario. Así, el gobierno representativo quedó
asegurado, paralelamente a la separación de los poderes, el gobierno limitado, la
independencia judicial, y finalmente, al poder de revisión constitucional.
El constitucionalismo moderno había alcanzado su mayor triunfo hasta el momento en
Europa, incluso superando a Suiza, donde el entusiasmo revolucionario había conducido a la
Declaración de los Derechos en Ginebra, tan temprano como en 1793. Alejada de la
influencia francesa, la república alpina estaba caracterizada por sus intactas tradiciones
locales que se contradecían con el constitucionalismo moderno. En particular, la tradición
suiza de la comunidad soberana, que actúa a través de formas de democracia directa,
difícilmente permitía la adopción de esos elementos esenciales al constitucionalismo
moderno tales como el gobierno representativo, la separación de los poderes, el gobierno
limitado, la independencia del aparato judicial, o una atrincherada ley suprema. Pero, fuera
en pequeñas repúblicas o extensos estados, el progreso del constitucionalismo moderno
continuó siendo más implícito que explícito. La soberanía de la nación pudo también
significar un rechazo conciente a la idea de la soberanía popular, como se demostró de
nuevo durante las deliberaciones de la Paulskirche en 1848-49. Incluso hoy, de las
monarquías en la Unión Europea, sólo la constitución sueca de 1974 y la constitución
española de 1978 proclaman abiertamente la soberanía popular.
En su conjunto, las revoluciones Europeas de 1848 constituyeron el momento más decisivo
para el constitucionalismo moderno y su futura historia desde finales del siglo XVIII. Ningún
otro evento aislado en el intervalo de sesenta años había dado un voto de confianza
comparable a sus principios básicos y a largo plazo probó que cualquier intento de revertir la
marea era fútil. Sus resultados inmediatos, sin embargo, fueron ambiguos. Como regla
general, las constituciones de 1848-49 podían ser divididas en dos grupos: uno teniendo
aquellas que fueron preparadas y decretadas para coartar la revolución y otro conteniendo
aquellas que fueron verdaderamente los frutos de una revolución. No es de sorprender
entonces que el constitucionalismo moderno y sus elementos esenciales fueran rechazados
en el primer grupo de constituciones, con tan sólo pequeñas excepciones, mientras que
fueron cruciales para el último. Las constituciones de los Estados miembros de Alemania de
1848-49 son particularmente apropiadas para ilustrar la amplia gama de posibilidades. La
elite gobernante del pueblo hanseático de Lübeck probó ser básicamente tan resistente a la
ideas del constitucionalismo moderno como la de Hamburgo, donde ninguna constitución en
absoluto fue adoptada en esos años. La Constitución de Lübeck de abril de 1848, en
realidad, sancionó el orden tradicional de los estados, en donde la única concesión a la
constitución de la revolución de diciembre de 1848 fue hecha para introducir el gobierno
representativo.
Incluso antes de la declaración oficial de los derechos de Paulskirche, los estados que
adoptaron una nueva constitución generalmente insertaron un extenso catálogo de derechos
humanos en él; sin embargo, fieles a lo que se había discutido extensamente en el
Paulskirche y consistentemente con eso, sin reconocer los principales universales de su
legitimización. Como regla, adoptaron el gobierno representativo, la separación de poderes,
la responsabilidad gubernamental, y la independencia judicial. Algunos también proveyeron
reglas para hacer enmiendas a la constitución. Dos constituciones, las de Lauenburg y
Waldeck-Pyrmont, hicieron de la constitución la ley suprema con el último mandato de que
“Disposiciones legales inconsistentes con esta constitución son nulas.” La constitución de
Anhalt-Dessau de 1848 fue la única en adoptar adicionalmente el principio de “Todo el poder
se deriva del pueblo.” A pesar de que los principios universales y el gobierno limitado no
fueron declarados expresamente en ninguna parte, el constitucionalismo moderno había
alcanzado en el siglo XIX su cenit en Alemania, una culminación que permanecería
insuperable por los próximos setenta años.
La situación alemana, generalmente hablando, no fue única en Europa occidental. La
constitución Danesa de 1849, aunque liberal en su tenor y documentando su adherencia a
los principios del gobierno limitado y a la separación de los poderes desde su inicio, aseguró
el gobierno representativo, la independencia de lo judicial, los derechos humanos, y el poder
de revisión constitucional, pero falló en reconocer la soberanía del pueblo y los principios
universales, y fue menos expresiva acerca de la responsabilidad de los gobernantes y sobre
el carácter de atrincherada ley suprema de la constitución. Con los elementos básicos
adoptados, más o menos rememoraba a la Constitución Holandesa de 1848, mientras que la
Constitución de Luxemburgo de 1848 fue en gran medida una adaptación de la Constitución
de Bélgica de 1831, con la excepción, sin embargo, de su artículo 25, que establecía que
todo el poder emanaba de la nación.
Lo que faltaba en la Constitución de Luxemburgo de 1848 y se hallaba parcialmente oculta
en la Constitución Belga de 1831, fue abiertamente declarado en la Constitución de la
República Romana en 1849, la constitución más democrática y una de las más ajustada a los
elementos esenciales del constitucionalismo moderno, de entre todas las constituciones
europeas de la revolución de 1848-49. Comienza por proclamar: “Soberanía es el derecho
eterno del pueblo”, y más tarde confirma: “Todo el poder emana del pueblo.” Todos los otros
nueve elementos básicos fueron declarados apropiadamente, con la sola excepción del
gobierno limitado, que no fue establecido expresamente. Las otras constituciones italianas de
los años revolucionarios asemejan el amplio marco de las constituciones alemanas en su
proximidad o distancia de los elementos esenciales del constitucionalismo moderno. El
Statuto Albertino, la más duradera de todas las constituciones europeas vigentes de este
bienio, marca la única excepción. Decretada por un monarca, reconoció por lo menos cuatro
elementos esenciales: derechos humanos, gobierno representativo, separación de poderes,
e independencia de lo judicial - más que la mayoría de las otras constituciones de origen
comparable, originadas dentro o fuera de Italia.
El constitucionalismo moderno definitivamente había dado un gran paso hacia adelante en
Europa, con las revoluciones de 1848, y el más sonado ejemplo en Europa Central fueron
presumiblemente los borradores de la Dieta Imperial en Kremsier, de una declaración de
derechos fundamentales y de una constitución, la cual al igual que la última constitución de la
República de Roma, de todos los elementos esenciales expresados, solamente dejó de
mencionar el gobierno limitado. Aunque la situación política no permitió mayores avances en
otras partes de Europa hasta la fecha, el constitucionalismo moderno, a pesar de sus
muchos oponentes y de las severas contrariedades resultantes de la reacción de 1850`s,
había echado raíces firmes en Europa, aún si su historia posterior en esta parte del mundo
probará estar llena de contradicciones. Había sido dado un gran paso para poner al gobierno
sobre una base más racional, para beneficio de la gente.
En esos días una victoria fácil había sido obtenida en un lugar completamente diferente,
donde las futuras contradicciones no iban a ser menos evidentes: Liberia. Su constitución del
26 de julio de 1847, americano como era su origen, transplantó todos los diez elementos
básicos de Virginia a la costa oeste de África. En Latinoamérica, sin embargo, una estructura
formal de gobierno de acuerdo al ejemplo dado por los Estados Unidos fue llenado con
contenidos originados del pasado colonial español, portugués o francés, con las
discrepancias sociales de una elite gobernante enfrentada a las masas indígenas despojadas
de sus derechos, y con algunas influencias europeas recientes. Este escenario particular
causó y continúa causando manifiestas diferencias en la forma de entender la constitución,
resultando en un cisma entre la constitución formal y la material, el cual únicamente parece
estar cerrándose en años recientes. Las constituciones de la primera mitad del siglo XIX
reconocieron de buena gana el gobierno representativo y la separación de poderes. Algunos
elevaron la constitución a ley suprema y tuvieron elaboradas provisiones para los procesos
de enmienda. Gobierno limitado, responsabilidad, e independencia judicial, sin embargo, no
fueron generalmente tópicos favoritos ni asumieron su significado real. Los derechos
humanos fueron declarados con bastante frecuencia, a pesar de que muchas constituciones
los habían reservado solo para los “ciudadanos”, que parece ser otra palabra para denominar
a la elite gobernante, donde los “deberes”, los que una constitución difícilmente podía olvidar
listar, aparecían primordialmente aplicados al resto de la población. Esto también explica por
qué los principios universales fueron tan raros en estas constituciones, y muchas de ellas
prefirieron referirse a la soberanía de la nación, en vez de a una soberanía más radical, del
pueblo. A pesar de estas impresiones rápidas, diferencias substanciales entre las
constituciones de, por ejemplo, Ecuador y Guatemala, existieron, y situaciones políticas
diferentes o contextos sociales pueden haber resultado en abrir más los países a los
elementos esenciales del constitucionalismo moderno. Además, se necesitaría un más
detallado análisis de los cientos de constituciones americanas desde México a Argentina, de
sus orígenes políticos, y del discurso intelectual en el cual estaban inmersas, por lo cual me
hace falta espacio, y aún más, competencia.
La historia del constitucionalismo moderno es una historia que necesita ser escrita. Los
comentarios que preceden solamente esbozan un borrador con la intención de incitar un
nuevo pensamiento sobre la historia constitucional en general y sobre su impacto en
diferentes países en particular. Se ha demostrado que se reclama una perspectiva fresca
para que brinde nuevas luces en la historia constitucional de todos los países involucrados.
En vez de preguntar cuando y donde las ideas e instituciones americanas o francesas fueron
copiadas, como se ha hecho hasta ahora, el desarrollo constitucional de ambos países
aparece con una nueva luz, demandando nuevas respuestas. La historia del
constitucionalismo moderno deliberadamente se aleja de los pasos de la historia
constitucional nacional e inicia una perspectiva global. Los documentos para esta nueva
aproximación están todos allí. Todo lo que necesitan es una nueva lectura, que promete abrir
un enorme espacio, de nuevos panoramas.

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