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Su primera desvariación es certera y básica.

El tiempo es un ejemplo contundente de lo desconocido,


pero no es el único. Quería contarle lo del teorema de incompletud de Gödel, pero me arrepentí, luego
pensé en enviarle unos artículos que tengo sobre él, pero tendría que conectar la memoria y buscar, algo
que no haré porque prefiero escribirle otra cosa mientras escucho música. Para conectar la memoria
tengo que desconectar el sonido, de la misma manera, para recordar algo a veces me tapo con fuerza los
oídos. Picoro no resistía un silbido que hacía Gohan y para evitar escucharlo se ensordeció con los dedos.
Yo no soporto tanto carro de parlantes con promociones de calzones, ni programas de cretinas que
hablan de moda, paros judiciales, demandas, contrademandas, y toda esa basura del diario. A veces
prefiero leer la prensa con unos tapa oídos industriales de la dotación de mi papá, es como cerrar los
ojos; cuando estoy en casa esos cascos son las pestañas de mis oídos. Leer la prensa me causa la
sensación de estar prediciendo, con noticias pasadas, un futuro idéntico al del periódico de ayer. No
tengo afán del futuro pero reconozco la belleza de esos jóvenes lobos sin alma que leen los
comportamientos de una unidad monetaria que se mueve en yoctosegundos. El progreso nos devora,
llegará el día en que queramos aplazar el futuro. Banalidades de percepción neuronal neurótica
impedirán el placer más básico, harán de la masturbación un dilema de la física. Terminaría bien este
párrafo si digo: ¡Arrepiéntete y reza hermano! Pero a lo que me quiero referir, es que la verdad de su
primera desvariación es una afirmación indirecta que quiero subrayar, descontextualizar y exagerar: en
cierto sentido cualquier cosas es falsa.

Creo que entendió bien la respuesta, o al menos estuvo cerca. La respuesta a todas las preguntas de su
segundo párrafo son cinco personas. Lo que estaba dirigido a usted era lo que llevaba su nombre y lo
que más abajo estaba alineado con ese primer “estimado Adrian” y con la misma letra, distinta a las
otras. No se confunda, no son ganas de joder y hacerme el inentendible, es una cuestión de tiempo:
tenía aplazada la respuesta de cinco correos e intenté responderlos todos en uno. Logré encontrarme al
día siguiente a las seis con una de esas personas, otra no me respondió, otra confirmó lo de la galería,
usted respondió con su desconcierto a su manera, y al que le quería meter el morro el tal Rafael también
respondió de cierto modo.

Lo del estudiante peorro hace parte de correos que espío, no quería que la atención se centrara allí.
Aunque esos tres interlocutores son los de más extensión, quería poner una reflexión adolecente en
medio de la cual pudiera relacionar de manera marginal a los lectores del transporte público y los
microcosmos. Creo que el recurso de respuesta de esos dos amigos no lo logra, pero a mí me venía anillo
al dedo para un intermedio discordante y diferente de los mensajes importantes, de lo marginal que se
dice en pocas palabras. Respecto a lo del microcosmos, no recuerdo lo que usted decía ni lo que decían
mis amigos del medio de las respuestas, pero puedo hablar a partir de su última carta reprochándole el
juicio de valor que da de “valores y antivalores” a la dignidad y a la vanidad. En ese orden parece un
juicio moral que en ningún momento pensé. Creo, y se lo explicaré en otra carta, que todo es vanidad,
no se trata de un valor o antivalor, se trata de una realidad antropológica. Lo de la dignidad se reduce a
la pataleta del estudiante peorro. Lo que usted considera el microcosmos, esa descripción del narrador
inevitable que está metido en la cabeza y que se proyecta por doquier, es un adorno de la vanidad. Esta
explicación de mi anterior carta y respuesta de la suya también lo es.

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