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Fontanille, Jacques (2004), “IV.

Cuando el cuerpo testimonia:


aproximación semiótica al reportaje” en: Soma et Séma. Figures du
corps. Paris, Maisonneuve & Lorose. (Traducción del francés para la
cátedra de Semiótica de los medios II: Graciela Varela)

Introducción: el testimonio
Si un cuerpo es susceptible de conservar, a título de memoria figurativa, las
marcas y huellas de sus interacciones sensoriales con otros cuerpos, entonces podemos
formular la hipótesis de que un sujeto de enunciación, que sería también un cuerpo, es
susceptible de testimoniar sus experiencias.
Entendemos aquí “testimoniar” en todas sus acepciones, en las que resulta sencillo
demostrar que se apoyan en una configuración estable: se trata, grosso modo, de poder
atestiguar un hecho, porque uno lo “ha visto, escuchado, percibido”, dice el Petit Robert,
o, especialmente en el dominio religioso, manifestar y expresar públicamente una creencia
o una pertenencia.
Si se examinan las acepciones del sustantivo “testigo”, se constata que varían
según el mismo principio: es un “testigo” aquél que puede enunciar la verdad porque la ha
visto, escuchado o percibido, o aquél que expresa públicamente por sus actos una
creencia o una pertenencia, o tal vez, más simplemente, aquél que asiste a los hechos.
Pero el “testigo”1 puede ser también inanimado, y es entonces un objeto que sirve de
referencia, que atestigua el estado originario de un sistema o de una situación, que vale
en suma, como certificación de una determinada verdad.
Esta última acepción es particularmente reveladora, en especial a través de los
ejemplos que nos proporciona la vida cotidiana. En una carrera de relevos, los atletas
deben pasarse un palo o bastón, el “testigo”, porque ésa es la sola manera de garantizar
la firmeza, la precisión y el lugar (sobre la pista) del contacto entre esos dos cuerpos en
movimiento, y sobre todo, la única manera de poder verificar visualmente que el contacto
ha tenido lugar, dado que la rapidez del movimiento obstaculiza una tal verificación
directa. En otro dominio, dentro de las tradiciones de la propiedad campesina, se coloca
bajo los mojones indicadores del límite de las parcelas, pedazos de teja o ladrillo, que
quedan como “testigos” del emplazamiento del mojón, en el caso de que éste fuera
desplazado: se trata siempre de conservar la huella de un hecho, de modo de poder, en
un acto de verificación, volver al principio; en el segundo caso, el “testigo” es el
equivalente de la marca del mojón sobre la tierra.
No obstante, en los dos casos, se trata siempre de la prolongación de un cuerpo y
de una prótesis perceptiva: no podemos ver dónde, cuándo y cómo las manos de los
atletas se tocan, pero podemos ver si el bastón se cayó o si se transmitió hasta el final; no
podemos ver si el mojón fue desplazado, pero podemos escarbar la tierra para encontrar
el “testigo”.
Podemos distinguir así, en el testimonio, tres tipos de operaciones, ligadas por
presuposición:
1) La enunciación verdadera y legitimada por un contacto sensorial con el hecho.
1
Témoin en el original (N. de T.)

1
2) El “cuerpo- testigo” y sus huellas o prótesis, eventualmente disociadas bajo la
forma de marcas distintintivas o de objetos directamente perceptibles y verificables.
3) La inscripción corporal de un contacto sensible original.
El testimonio implica así un origen, devenido inaccesible a la percepción directa, en
el que no se puede atestiguar y recobrar su huella más que sobre los cuerpos. En el caso
en el que el cuerpo-testigo no es el cuerpo sensible original, no puede haber testimonio si
no se puede garantizar un relevo continuo de contacto entre ese cuerpo del principio y los
cuerpos intermediarios, gracias a las huellas dejadas por los sucesivos contactos. En otros
términos, el testimonio obedece a la misma cadena continua de enunciaciones que la
tradición, si se admite que cada una de las inscripciones de las huellas sucesivas es una
“enunciación” de los cuerpos en cuestión. No hay, pues, testimonio posible, más que
dentro de los límites de la “memoria figurativa” de los cuerpos.

El caso del reportaje


El reportaje se sostiene en un dispositivo de este tipo, en la medida en que la
legitimidad y la credibilidad de su enunciación dependen de la percepción directa y de la
presencia física del reportero en los lugares mismos del acontecimiento. El estudio que
sigue tiene por objeto verificar esta hipótesis y mostrar las consecuencias sobre la
organización discursiva, especialmente en el caso en donde los relevos son necesarios.

Enunciación y forma narrativa


Podemos, para comenzar, referirnos a una tipología establecida en los años ’80
para criticarla y adaptarla a los propósitos de hoy. 2 Esta tipología se apoyaba en la
declinación de cuatro tipos de observadores: el focalizador, puro actante que permite
orientar el discurso narrativo; el espectador, obtenido a partir del precedente por un
desembrague3 espacio-temporal (las coordenadas espacio-temporales del espectador
coinciden con las del hecho narrado); el asistente, obtenido a partir del precedente,
gracias a un desembrague actorial (el actor observador juega entonces un rol dentro del
acontecimiento); etc.
A cada tipo de observador le corresponde un tipo de actividad narrativa: la del
narrador propiamente dicho le corresponde el rol de focalizador; la del relator,4 le
corresponde el del espectador, y la del testigo, le corresponde el del asistente, etc.
Añadíamos entonces que desde la posición "espectador", el observador había sido dotado
de un cuerpo virtual, atributo o accesorio secundario, que no tenía ninguna incidencia
concreta en el análisis. Hoy vemos bien que este observador desencarnado, hasta dotado
de un cuerpo virtual, encontraría difícilmente un empleo como reportero. Porque el sujeto
de enunciación del reportaje tiene un cuerpo, una carne sensible: él ha estado allí, en
carne y hueso, él ha visto, escuchado y sentido, y está por este hecho, calificado para
enunciar.

2
Me siento cómodo en hacerlo más aún cuando soy a la vez culpable (en tanto autor de la
tipología) y responsable (de la nueva proposición). Ver Jacques Fontanille, Les Espaces subjectifs.
Introduction à la sémiotique de l` observateur, Paris, Hachette, 1988, tabla p. 48.
3
Débrayage en el original. (N. de T.)
4
“Relateur” en el original. (N. de T.)

2
Además, ya que nos apoyamos en la hipótesis general de que todo actante
estabilizado en un discurso es un cuerpo (más bien que tiene un cuerpo), tanto como una
clase de argumentos de predicados, hay que revisar la tipología explotando toda la gama
de los modos de existencia, en el sentido siguiente: el focalizador es un cuerpo-
observador virtual y susceptible de ser actualizado en el encuentro de un actor; el
espectador es un cuerpo-observador potencial, cuya posición orienta el discurso y es a
cada momento susceptible de realizarse en los acontecimientos cognitivos, pasionales y
pragmáticos de la enunciación; el asistente es por fin un cuerpo-observador realizado y
directamente perceptible como figura. En este sentido, el reportero es pues un asistente.
Recordemos también que, desde la perspectiva de una semiótica del texto y del
discurso, el cuerpo es en principio un lugar de significación y de una significación que
toma forma a partir de las sensaciones e impresiones que ese cuerpo experimenta en
contacto con el mundo. Si el cuerpo interesa al semiólogo es porque puede librar las llaves
(1) de la intencionalidad (el primer vector del sentido), (2) de la semiosis (la forma icónica
o indicial de la significación ligada a las sensaciones) y (3) de la figurativización (la
organización de las figuras del discurso).
Los dos modos semióticos principales de la inscripción corporal en la semiosis, la
“envoltura” y el “movimiento”, son dos figuras que expresan las dos grandes modalidades
de la sinestesia, y de la “colaboración” entre las sensaciones; esta última es considerada,
como ya lo hemos explicado, la condición mínima para que la sensación acceda a la
significación.
La envoltura es la figura de la cenestesia, esto es, una red de sensaciones puestas
en común y conectadas entre sí en todos los sentidos; el movimiento es la figura de la
kinestesia, esto es, un manojo de sensaciones reunidas alrededor de una sola kines, es
decir, a partir del movimiento que ellas suscitan simultáneamente, o que las dirige a todas
a la vez.
La envoltura es la figura de un cuerpo “todo percibiente” y cuya constitución
cenestésica testimonia un anclaje deícitico (espacio-temporal) en relación con las figuras
que recoge: el cuerpo “todo percibiente” es pues, al mismo tiempo, una referencia
espacio-temporal para el discurso. El movimiento es la figura de un cuerpo “explorador”
que se adentra en el mundo mientras se abre a él, y cuya constitución kinestésica
testimonia la existencia dinámica de la figuras que encuentra en su recorrido: esta
existencia, más o menos sensible, se mide por el esfuerzo y por el afecto experimentados,
en la experiencia concreta de los obstáculos y los lugares críticos, y por la resistencia de
las materias y los lugares recorridos.
De un lado, una referencia deíctica y organizadora, alrededor de la cual se dibuja
una envoltura cenestésica; de otro, un recorrido a través de las materias y de los lugares
resistentes, fuentes de afectos y esfuerzos.

Estética y racionalidades discursivas


Una de las consecuencias de este anclaje corporal de la enunciación del reportaje
es que esta última está permanentemente abierta a la estesis. Resulta que, en el discurso
del reportaje, la manifestación de las estesis contribuye al testimonio: ella expresa en
efecto el momento de “marcación” corporal, los acontecimientos del contacto sensorial
que marcan al cuerpo-testigo. Pero este funcionamiento particular no impide explotar al

3
discurso del reportaje todas las potencialidades de la estesis, especialmente bajo la forma
de una verdadera dimensión estética.
Una tradición muy arraigada en semiótica y lingüística y que ha sido largamente
probada, tanto en lo que concierne a su rentabilidad descriptiva como en lo que concierne
a sus límites de validez, consiste en abordar la dimensión estética no a partir de su
“esencia” postulada a priori, sino a partir de los funcionamientos semio-lingüísticos que fija
como dominantes: para Jakobson, es la función poética del lenguaje (la proyección del eje
paradigmático sobre el eje sintagmático); para Lotman, es el sistema modelizante
secundario (un segundo nivel de organización en donde se entrecruzan las elecciones y las
estructuras con valor “connotativo”); para Géninasca 5, es el pasaje de la racionalidad
práctica y de un modo discursivo “inferencial” y “referencial” a una racionalidad “mítica” y
un modo discursivo “analógico” y reticular; es decir, de hecho, una tensión entre dos
regímenes de enunciación.
En todos los casos de figura, la dimensión estética emerge de un segundo nivel de
análisis, de un modo de organización diferente y sin embargo compatible con el primero:
la función poética, el sistema modelizante secundario o la racionalidad mítica no reniegan
de la función referencial, el sistema modelizante primario o la racionalidad práctica, pero
hacen cambiar los elementos y las figuras a otro modo de funcionamiento. Examinar el rol
del cuerpo en el reportaje es por lo tanto preguntarse también sobre cuáles son las
propiedades de esta “dimensión segunda”, cómo se accede a ella, y qué rol juega allí el
cuerpo.
Podemos apoyarnos para desarrollar esta hipótesis, en la distinción propuesta por
Géninasca entre estos dos tipos de racionalidades discursivas, adecuándola a nuestro
propósito.
La racionalidad práctica se apoya sobre relaciones inferenciales y saberes
compartidos y organizados en “enciclopedia”, que permiten remitir unilateralmente, en
cada nueva figura encontrada, a otra figura, perteneciente en general al mundo natural,
esto es, al referente. La racionalidad práctica, pues, opera con un sistema de referencia
por contigüidad, de relaciones indexicales, indiciales o metonímicas. Ésta sería, en suma,
la racionalidad de base del reportaje, en la medida en que nos proporciona una
representación inteligible, referencial y verosímil del acontecimiento.
La racionalidad llamada “mítica” se apoya en relaciones de analogía a distancia,
sobre saberes y creencias en formación, sobre una vasta red de equivalencias y relaciones
icónicas y simbólicas, que pronto adquiere su autonomía y forma un “conjunto
significante”, susceptible de suscitar sus propios valores, inventar su propio horizonte de
referencia y hacernos inteligible lo que no ocurrió todavía. Este régimen de enunciación
favorece las interconexiones entre isotopías y da al discurso la profundidad semántica
necesaria para efectos poéticos, retóricos o simbólicos. Esta sería la racionalidad segunda
del reportaje, por derivación de las marcas estésicas del cuerpo-testigo.

El corpus
El corpus se compone de tres artículos representativos de la sección “Enquêtes et
reportages” del Courrier International.

5
Jacques Géninasca, La parole littéraire, Paris, PUF, 1997.

4
El primero, extraído del número 429 (semana del 21 al 27 de enero de 1999, p.
39) se titula “Dublín, la Ibiza de Europa del Norte” (publicado inicialmente en The
observer, Londres, firmado por Henry Mac Donald: 3 columnas y un mapa del centro de
Dublín, que permite situar el barrio Temple Bar). Este artículo, subtitulado “Reportaje”,
describe la invasión por juerguistas ingleses, cada fin de semana, del centro cultural e
intelectual de Dublín, y presenta los dos puntos de vista: el de los clientes de las
discotecas y los “espacios para emborracharse”, y el de los habitantes y sus voceros.
El segundo, extraído del número 438 (semana del 25 al 31 de marzo de 1999, pp.
52-53) se titula “Abjasia, el país adonde jamás se llega” (publicado inicialmente en
Cumhuriyet, Estambul, firmado por Nür Dolay: 7 columnas, 3 fotos, y un mapa del país y
de la región, que comprende Georgia, Rusia y Turquía). Este artículo, subtitulado
“Cuaderno de viaje”, presenta las causas históricas, el proceso y las consecuencias del
bloqueo impuesto por Rusia, y contempla la posible extinción del pueblo, la cultura y la
lengua abjasianos.
El tercero, extraído del número 447 (semana del 27 de mayo al 2 de junio de 1999,
pp. 44-45) se titula “Subsistencia cotidiana en el gran Buenos Aires” (publicado
inicialmente en La Nación, Buenos Aires, firmado por Santiago O`Donnel: 6 columna, 1
foto, el mapa del distrito de Buenos Aires). Este artículo, subtitulado “Argentina” da la
palabra a muchas mujeres y a un hombre y describe sus condiciones de vida, así como la
de sus familias y la acción a favor de su barrio.

Tres reportajes al compás del cuerpo

Recorrido textual y “cuerpo a cuerpo”: percepción de lo específico y “firma” sensorial


El principio organizador de los tres reportajes examinados parece ser en apariencia
el mismo, hasta el punto de confundirse, en cualquier artículo de prensa: la sucesión de
los temas se acompaña con una variedad de tipos textuales y se alternan en forma
paralela las declaraciones recogidas, los comentarios más generales, las retrospectivas
históricas o explicativas; las secuencias equilibran la representación de los puntos de vista,
según el esquema clásico de “tesis/ antítesis” o acumulan pruebas de una hipótesis
general.
Pero la diferencia se sostiene en principio en la motivación de esta organización
argumentativa: el recorrido de un cuerpo que atraviesa un espacio obedeciendo las
limitaciones impuestas a cualquier cuerpo: estar situado en alguna parte y en algún
momento, ocupar una porción definida de la extensión, oponer una resistencia a las
presiones y fuerzas exteriores. El reportaje se despliega a la altura de un hombre (o de
una mujer) y sigue las etapas canónicas impuestas a un cuerpo viajero.
Por ejemplo, en Abjasia, cruzamos primero una frontera (aunque llegamos en
barco, por el Mar Negro) pasamos por la costa (la “Riviera” abjasiana), luego arribamos al
puerto principal, para continuar el paseo por la orilla del mar, en donde observamos un
barco de pesca, antes de volver a partir a través del mar. En el suburbio de Buenos Aires,
vamos por una vereda, entramos en las casas; caminamos de nuevo, entramos en otras
casas, volvemos a encontrarnos sobre la vereda, etc. En Dublín, finalmente, pasamos la

5
noche de un viernes de noviembre, desde las 23 horas a la 1, en el centro de Dublín,
deambulando y observando a los juerguistas y a los habitantes.
El cuerpo en movimiento se caracteriza entre otros, digamos, por su apertura al
mundo, es decir, concretamente por la mayor disponibilidad sensorial; en el caso del
reportero, esta disponibilidad es en efecto selectiva, pero ella hace de su cuerpo una
verdadera máquina que registra. Así, en Dublín, la alternancia entre el punto de vista de
los habitantes irlandeses y el de los juerguistas ingleses está apoyada sobre la
disponibilidad auditiva del cuerpo en movimiento: ellos son “escuchados” y citados in
extenso cada cual a su turno, en función del recorrido por la ciudad. La disponibilidad
sensorial “naturaliza” los encadenamientos argumentativos.
El movimiento del cuerpo motiva el recorrido discursivo: podemos decir entonces
que entra en una relación icónica con la estructura argumentativa de la dispositio. Esta es
la primera equivalencia que encontramos.
Pero el cuerpo trae consigo sus propias limitaciones, y su peso de carne, que lo
obliga a ocupar alguna parte del espacio atravesado, una cierta porción de la extensión, es
el que hace nacer las ocasiones: los encuentros con los habitantes, los visitantes, los
diversos personajes cuya presencia no está referida o buscada particularmente, pero que
aparece, por este mismo hecho, indisociable del lugar. Un cuerpo sin intencionalidad
particular encuentra otros cuerpos que emanan del lugar mismo, como naturalmente. La
ocasión es contingente: es en cierto modo el encuentro modalizado por el “no deber-ser”,
entre dos cuerpos que, por cierto, están sometidos a una necesidad: ocupar una porción
de la extensión, pero cuya posición relativa es un accidente modal.
Estos cuerpos fortuitos, capaces de encontrar otros cuerpos fortuitos, proporcionan
el resorte principal de la aventura que aflora siempre más o menos en el relato del
reportaje: sin cuerpos, ni por accidente ni de aventura, sin encuentros inopinados, el
sujeto narrativo sería un puro actante programado para realizar aquello para lo que está
destinado y nada más. Así, en las aceras de Buenos Aires, rozamos el incidente:
Nos reunimos con Gomina y sus amigos, que vagabundeaban por la vereda.
Embotamiento en los ojos al rodar de una botella de ginebra Bols. Ellos no quieren
a los periodistas y detestan a los fotógrafos. Pero nos quedamos tranquilos porque
estábamos acompañados por Doña María.
Este azar de los cuerpos, en cualquier otro tipo textual, habría sido explotado y
dramatizado, porque contiene, en un modo potencial, el principio de la peripecia.
Pero, en el reportaje, se contentará con el efecto de autenticidad. En efecto, el
encuentro de los cuerpos proporciona una condición modal (la contingencia) para la
autentificación de la historia: si los encuentros son contingentes, ellas aparecen entonces
como débilmente o en absoluto programadas y organizadas: ellas son pues
representativas del lugar y no de los objetivos del reportero, y esto, no sobre el modo
“selectivo” del “mejor ejemplar”, sino por eso contingente y ocasional del “detalle
específico”: a una verdad “típica” se la sustituye por una verdad “auténtica”, exactamente
de la misma manera como en Proust, el defecto ligero que se ve en la cara de la madre es
mucho más individualizante y emocionante que la fisonomía del conjunto. El cuerpo del
reportaje no va “a lo esencial”, porque, para ser creíble, debe actuar sin prevención, y
porque lo “esencial” es una modalidad selectiva y subjetiva; va a “a lo específico”, porque
lo específico está dictado por las propiedades y las singularidades del lugar.

6
En suma, el cuerpo del reportero prueba de forma particular los accidentes y las
especificidades sensoriales del lugar: el reportaje no pone de manifiesto una búsqueda
necesaria de estructuras profundas, sino una colección más o menos librada al azar de los
accidentes figurativos, que constituyen lo que podríamos denominar la “firma” del lugar.
En efecto, la noción misma de “firma” implica un principio de individuación que no
descansa ni sobre el valor icónico ni sobre el valor simbólico de los signos: una firma no se
pretende que sea legible, menos aún que se parezca a aquél de quien sea, dado que
“indica” de manera irrefutable y singular la individualidad de su autor físico. La firma es el
índice estable de un gesto, de un cuerpo en movimiento. Es este “índice estable”
producido por otro cuerpo (el cuerpo del lugar) el que se imprime sobre la envoltura
sensorial del cuerpo-testigo.
Este aspecto de las cosas es por lo menos sorprendente. En efecto, las
dimensiones corporales requeridas en este caso son la carne en movimiento y el cuerpo-
punto: es durante su desplazamiento que el cuerpo del reportero se abre al barrio, al país,
a la atmósfera y al estado de espíritu de sus ocupantes, permanentes o efímeros; el rol
canónico de la carne en movimiento, tal como la hemos presentado hasta ahora, es el
“registro analógico”, esto es el reconocimiento de todo otro cuerpo gracias a la
reproducción por el cuerpo propio de las condiciones sensorio-motrices del estado
supuesto del otro cuerpo.
O, en este nivel de análisis, la búsqueda analógica del otro es engañosa: todo lo
que el movimiento del cuerpo propio alcanza a identificar es una “firma” que se define
justamente por su carácter irreductiblemente singular, incomparable, sin equivalente, cuyo
funcionamiento es estrictamente indicial, y que no puede inscribirse más que como huella
sobre la envoltura sensorial. El cuerpo del reportero debe en principio hacer la experiencia
del exotismo, de la alteridad absoluta. Téngase en cuenta esta inhibición de la función
analógica del movimiento, esta incapacidad del cuerpo propio de construir equivalencias,
que hace inteligible la experiencia nueva: ella encontrará pronto una salida.
Recapitulemos: en virtud de la carne en movimiento, el cuerpo-testigo motiva los
encadenamientos argumentativos, y en virtud de la envoltura autentifica la firma sensorial
del lugar recorrido, pero a costa de una inhibición de todo registro analógico.

Una envoltura “omni-perceptiva”: la superficie de inscripción del mundo recorrido


Algunas observaciones parecen anecdóticas, y como dice Barthes, estinadas
únicamente, en tanto pequeños detalles inútiles, a reforzar la impresión de realidad. Así,
en Dublín:
Son las 23 horas, un viernes de mediados de noviembre; hace un frío que pela.
Pero debemos ir más allá de esta impresión superficial. Antes que nada, la
disponibilidad perceptiva del reportero está indisociablemente ligada al poder deíctico de
su cuerpo: ver, escuchar, sentir, es siempre ver, escuchar y sentir desde un lugar
determinado en un momento determinado, de suerte que toda indicación sensorial
proporciona al mismo tiempo coordenadas precisas. Así, en Buenos Aires:
“¡Doña Paula!” Las voces vienen de afuera. Amelia Quiñones y María Chazarreta
vinieron a visitarla.

7
La voz se hace escuchar desde el exterior: el cuerpo las escucha desde el interior
de la casa, durante una visita, y la deixis está fijada o confirmada. La deixis,
recordémoslo, es una propiedad del cuerpo en tanto cuerpo-punto, que define una
posición.
Este poder deíctico que implanta el cuerpo en el lugar y en el momento en el que
toma posición para enunciar, lo predispone asimismo a recoger la significación de aquello
que percibe.6 Esto es justamente lo que pasa en Dublín; en efecto, tan pronto como uno
de los testigos elegido entre los habitantes dijo:
Al crearse un ambiente ruidoso, se tiene la impresión de que todo está permitido.
Cuando usted camina por las calles, no nos sentimos tranquilos ,

el reportero agrega:
Yo mismo lo experimenté aquella noche. Los grupos de hombres y de mujeres
embriagados (...)
Tenemos aquí el esbozo de una relación semiótica entre una sensación exterior y
una impresión interior, reunidas gracias a la percepción, a la vez exterior y significante e
interior y significada, de la misma modalidad de comportamientos: “ todo está permitido”.
El cuerpo, anclado en ese mismo lugar y en “aquella noche” experimenta esta relación
semiótica de malestar, generada por el sentimiento de que “todo está permitido”. Pero, en
este caso, “experimentar” significa aquí que si el cuerpo está disponible para la sensación
es debido a la impresión interior que se hace eco en él y que resulta el “contenido
semiótico” de la expresión sensorial. Experimentar el malestar es por tanto aquí, que esté
disponible para la inscripción de un significante de malestar y para la “demostración”
interior del significado modal correspondiente (“todo está permitido”).
Esta experiencia es en efecto la misma que, para Anzieu, 7 convierte al Yo-piel en
una superficie en donde los signos pueden grabarse, en una pantalla en la que los juegos
de sombra pueden proyectarse y significar así los estados interiores del sujeto. Esto es,
más en general, desde una perspectiva semiótica, lo que hace de “la envoltura” corporal
una verdadera “superficie de inscripción”, una interfaz entre los “contenidos” de los
sentidos y las “expresiones” cuyas huellas ella recogió.
Hace un momento, la envoltura no inscribía más que una firma, una expresión
cuyo contenido no era más que una singularidad sin contenido identificable. Ahora, un
contenido (modal y afectivo) toma forma. Pero, al igual que el movimiento no llega a
“grabar” la relación analógica que compara el cuerpo propio a otros cuerpos, la inscripción
sensorial es aquí efímera, inestable y sin profundidad, porque no obedece a la regla
sinestésica fundamental de la envoltura: a saber, la formación de una red, un tejido
sensorial inextricable, un entrelazado suficientemente estable como para conservar en
profundidad la significación de la experiencia. El reportaje está todavía en “la anécdota”,
porque la “inscripción” significante sobre la envoltura sensorial es sin profundidad.
Para superar ese estado, la envoltura del cuerpo-testigo en el reportaje se adjunta
ciertas prótesis de registro (la cámara de fotos, el grabador), mientras que el texto

6
En efecto, la toma de posición deíctica es el primer gesto de la función semiótica viviente, porque
a partir de ese gesto, un plano del contenido (interior) y un plano de la expresión (exterior) pueden
a la vez ser distinguidos y ser unidos.
7
Didier Anzieu, Le corps de l’oeuvre, Paris, Gallimard, 1981.

8
literario se pasa de tales prótesis, porque el trenzado sensorial allí accede de inmediato, la
mayoría de las veces, al estatuto de gestalt y de ícono.8 Nuestro enunciador tropieza
siempre con la misma dificultad: la de la conversión icónica (y, aquí, por otra parte,
gestáltica) de los acontecimientos y los cuerpos que se encuentran.
El cuerpo-movimiento reúne un manojo estable de experiencias sensoriales
diversas alrededor de una misma sensación kinésica, para poder conservar la significación
oculta en el instante totalizador de este modo preservado. El cuerpo-envoltura debe reunir
y conectar una red continua y solidaria de solicitaciones sensoriales simultáneas para
extraer la imagen estable y satisfactoria 9 de un ícono.
El reportaje nos conduce a las puertas de esta iconicidad, pero nos deja en el
umbral. El cuerpo es solicitado, puesto en movimiento, conmovido, turbado, pero estas
impresiones no sirven más que para motivar y autentificar un recorrido discursivo reglado
por otras exigencias, especialmente las del género. Se trata de pasar de un registro
“inferencial” y “referencial” a un registro “analógico” y “simbólico”, las dos figuras
semióticas del cuerpo serían susceptibles de proporcionarnos la clave de este pasaje, pero
ellas se agotan antes de alcanzar el puerto; tenemos pues los operadores –el cuerpo-
movimiento y el cuerpo envoltura respectivamente: el cuerpo en tanto que operador
analógico y el cuerpo en tanto que superficie de inscripción simbólica-; resta comprender
cómo puede construirse y estabilizarse, establecerse la “memoria estésica”.

Historias, creencias, prótesis discursivas y experiencia compartida


La proporción analógica
Una de las grandes figuras de la “investigación histórica”, por lo menos tal como la
concebía Heródoto, reaparece aquí curiosamente: se trata de la evocación analógica,
construida al modo de una proporción aristotélica. El reportaje consagrado a las noches
tumultuosas del centro de Dublín comienza así:
Imaginad que la Rive Gauche en París, corazón de la vida artística y cultural
francesa fuera invadida por los habitués de las boîtes nocturnas. Pensad en la
reacción de los intelectualoides parisienses si un batallón de noctámbulos salidos
directamente del Club 18-30 invadieran los bistrós y los cafés en donde Sartre y
sus camaradas discutían filosofía. Pues bien, para las personas que residen o
trabajan en el barrio más moderno de Dublín, esta pesadilla deviene realidad todos
los fines de semana.
Por supuesto, esta transformación de pesadilla de la Rive Gauche no es aquí más
que una hipótesis, pero esta hipótesis consiste en tomar como referencia una situación
típica, bien conocida, y así resulta más fácil imaginar la que constituye el propósito del
reportaje. En resumen, como si dudara poder compartir con sus lectores la experiencia
física y concreta que va a relatar, el enunciador les solicita el recuerdo de otra experiencia,
que el enunciatario es susceptible de poder convocar muy fácilmente. Recordemos por
otra parte que el título del artículo explota una analogía del mismo tipo: “Dublín, la Ibiza
del norte”, lo que tiende a probar que la operación, ya que es recurrente, puede ser un
procedimiento retórico.
8
Cf. aquello que le ocurre a Albertina, después de un paseo con el narrador (supra).
9
En el sentido de una gestalt que es considerada “satisfactoria” por la atención perceptiva.

9
La obra de Heródoto ha sido evocada y esto merece una explicación. El título
elegido por el historiador griego, Historias, a veces traducido como La investigación, es ya
en sí, revelador: desde un punto de vista filológico, la base isto que significa tanto “ver”
como “saber”, sirve para la construcción de istor/ histor: “aquel que sabe por haber visto”
por ejemplo, el testigo ocular de un acto jurídico. 10
El régimen enunciativo de la historia o investigación supone por lo tanto que el
sujeto de la enunciación basa la veracidad de un hecho sobre su propia visión: yo lo he
visto, entonces es verdadero : es el “yo” de la “autopsia”. El régimen de creencia buscado
es, para el historiador antiguo, el de la evidencia, y bajo este régimen fiduciario, la palabra
de los otros no inspira ninguna confianza y no suscita ningún compromiso contractactual:
de ahí que el historiador deba asegurarse que para su lector, lo que él evoca presente
también un carácter de evidencia y corresponda a una experiencia corporal: ¿cómo
hacerlo, si se supone que el lector no ha presenciado los acontecimientos?
El historiador debe adoptar estrategias de compensación que Fr. Hartog ha puesto
particularmente de relieve en Le Miroir d’Hérodote.11 La estrategia adoptada más
frecuentemente, según Hartog, es la de la analogía y el paralelismo:
Poner una cosa delante de los ojos, es decir, pero más precisamente, poniendo
otra cosa. (…) La figura del relato paralelo es una ficción que le hace ver como si usted
estuviera allí, pero dándole a ver otra cosa.”12
Por ejemplo, al evocar la posición de Táuride en relación a Ática, Heródoto propone
compararla con la de otro país:
Para el que no bordeó esta región del Ática, lo mostraré de otro modo: es como si
en lapygie (Apuleyo), otro pueblo de los iapyges ocupara por sí mismo, separadamente, la
parte del país que sale desde el puerto de Brentesion (Brindisi) hasta Tarento. 13
La forma de la analogía está conforme perfectamente con el principio de la
proporción aristotélica: en Ática, Táuride es a Escitia lo que en Apuleyo el territorio de los
iapyges es a aquel otro pueblo (en el talón de la bota italiana). Es decir, de modo más
general: a R b = x R y.
Como la relación entre a y b es visible revela la evidencia, y la equivalencia
establecida, a través de la relación entre x e y, -que por sí sola no podría levantar más
que confianza (el otro régimen fiduciario)-, proyecta un factor de evidencia sobre el nuevo
país evocado.
Esta proporción está en la base de la teoría de todas las analogías discursivas en
Aristóteles. Pero lo que la práctica de Heródoto saca a la luz es que funciona como una
especie de “convertidor de creencias”. En efecto, la primera relación (a/b) depende del
régimen de evidencia sensible, de la inscripción sensorial sobre un cuerpo- testigo, y la
otra (x/y) del régimen de la confianza y el de la asunción de una enunciación. La distinción
entre estos dos regímenes de creencia se basa, en el interior de la relación enunciativa,
10
De donde historeo, “investigar por medio de la vista”. Paralelamente, la raíz indoeuropea
*wid/*weid (videre, ver) aunque morfológicamente diferente, presenta el mismo funcionamiento
semántico: oïda “es saber por haber visto”, tal como isto.
11
François Hartog, Le Miroir d’Hérodote. Essai sur la représentation de l’autre , Paris, Gallimard,
1980.
12
François Hartog, op.cit., p. 240.
13
Heródoto, op.cit., IV, 99.

10
entre la relación intersubjetiva (la confianza del S1 para el S2) y la relación de objeto (la
evidencia de O para el S1).
En resumen, para fortalecer la creencia en aquello que va a ser contado sobre el
centro de Dublín, es necesario referirse a aquello que se puede ver, sentir e imaginar a
propósito de la Rive Gauche en París. La confianza que puede inspirar el enunciador debe
estar completada por la evidencia que puede suscitar el objeto de su discurso. Entre el
acontecimiento y su enunciación, es necesario pues introducir un cuerpo-testigo de relevo,
pero el relevo aquí no puede ser más que analógico.
Otro ejemplo aportado por Heródoto va en la misma dirección:
El Istros, que fluye a través de países habitados es conocido por muchas personas,
mientras que nadie es capaz de hablar de las fuentes del Nilo, porque Libia, por la que
atraviesa, está deshabitada y desierta.14
Para el Nilo, cuyas fuentes no son visibles, tenemos que creer sin ver; pero la
analogía con el Istros, cuyo curso entero es conocido y visible, permite recurrir a la
evidencia, allí en donde no se podría solicitar normalmente más que la confianza del
lector. Esta operación es de cualquier modo realizada bajo la forma de una figura de
analogía.15
Precisemos la estrategia ahora: la experiencia sensible del enunciador no es
suficiente y el hecho de que su cuerpo “haya visto, escuchado, sentido y que él haya
estado allí” no compromete más que una parte de la creencia del enunciatario, su
confianza, pues su cuerpo no puede testimoniar, puesto que no ha conservado ninguna
huella; hay que proporcionar al enunciatario los medios de acceder a la evidencia,
experimentar la ”memoria estésica” que hace de relevo y, para ella, es necesario solicitar
su propia experiencia sensorial. La “cadena continua de contactos y de huellas”, que
suponemos característica del testimonio, trae aquí una realización que comporta dos
hechos nuevos: 1) la relación entre el enunciador y el enunciatario participa de esta
cadena continua, de la que ella es uno de los momentos obligados: a cada etapa de la
cadena, un enunciatario, en efecto, recibe el relevo (el cuerpo-testigo) de un enunciador;
y 2) ella admite un salto analógico entre dos huellas.
La experiencia sensible y la actividad corporal del enunciador motiva el desarrollo
del reportaje y autentifica la enunciación; pero es necesario otro procedimiento para

14
Heródoto, op.cit., II, 33 & 34.
15
Para convencernos de que el régimen vigente en este ejemplo es el de la confianza y que se
actualiza en forma de palabras referidas más o menos fiables, recordemos la observación de
Heródoto:
Nadie sabe con certeza lo que son los desiertos de Libia de donde viene el Nilo. No
obstante, yo oí cosas de la boca de los Cireneos, ellos mismos que las sabían del rey de los
Amonios, que él mismo las había aprendido de los Nasamous, ellos mismos que repetían lo
que decían haber visto de “jóvenes locos” que se habían aventurado en esa dirección.
(Heródoto, op.cit., II, 148)
Estas fuentes “no visibles” no son accesibles más que gracias a la confianza otorgada a la palabra
de otros, reforzada por una cascada de garantes y enunciaciones, que conducen por etapas hasta
el último estrato fiduciario, que corresponde a “los que han visto”, pero este último estrato
enunciativo interviene al final de una cadena de discursos referidos: el testimonio ocular no puede
ya probar nada y los testigos oculares aparecen de resultas paradojalmente despreciados y poco
creíbles: son los “jóvenes locos”, precisa el historiador.

11
activar la experiencia sensible del enunciatario, y si es posible, el recuerdo y la imagen
esquemática de una actividad corporal asociada.
La proporción analógica, en tanto “convertidor de creencias” es pues una prótesis
cognitiva y veredictoria, como el testigo que se pasan los atletas, 16 pero una prótesis que
permite acercar los dos cuerpos comprometidos en la enunciación, el del Ego y el del
lector, y hacerlos compartir la misma experiencia. En este caso, este proceder revela la
naturaleza de la “huella sensorial” sobre los cuerpos: es el esquema de experiencia, esa
estructura puramente relacional (por ejemplo, las relaciones entre dos sub-espacios, uno
central y otro periférico, en lugares y épocas diferentes), e independientemente de las
identidades figurativas (Ática y la Iapygie, el Istros y el Nilo). Es decir, la huella es figural
y no figurativa.
Por otro lado, como el cuerpo-testigo no hace relevo aquí más que por analogía,
esta prótesis sería justamente la misma que, en términos de Husserl, permitiría el
registro analogizante, registro que había sido inhibido en el principio de nuestra
investigación.17 La “prótesis veredictoria” suspende por consiguiente la inhibición de la
analogía, al mismo tiempo que instaura un régimen de creencia complejo y una verdadera
intersubjetividad. Pero este tipo de construcción no está exclusivamente reservado en el
reportaje a asegurar la comunión de creencias entre enunciador y enunciatario. En el
reportaje consagrado a Abjasia, parece ser de otro ámbito.

La cadena de la vida en tanto que memoria


En efecto, el artículo no comienza con la evocación de la suerte de los abajasianos,
sino por la de los oubikhs, un pueblo cuyo país está al lado del de los abjasianos:
La vieja mujer mira el mar. Allá, sobre la ribera norte del mar Negro, está Sotchi,
una villa de su pueblo, los oubikhs, un pueblo del que ella es una de las raras
sobrevivientes.
Esta evocación se completa con algunas consideraciones sobre la extinción de este
pueblo, su cultura y lengua18; una columna entera está dedicada a esta evocación y
continúa luego así:

16
En el sentido en que U. Eco considera que las prótesis son signos o figuras semióticas, al igual
que un espejo, incluso el “espejo de Heródoto” es una prótesis discursiva. (Humberto Eco, Kant et
l’ornithorynque, trad. française, Paris, Grasset, 1999, p. 370) [Edición original, Kant e l’ornitorinco,
Milán, Bompiani, 1997]. En U. Eco, la teoría de las prótesis no está relacionada a una verdadera
semiótica del cuerpo y, en consecuencia, su tipología de prótesis no se basa en un cuerpo
semiótico: a través de algunas alusiones que hacemos aquí, está claro que la tipología de las
prótesis debería basarse, para comenzar, sobre la distinción entre la “prótesis de la envoltura”
(prótesis “cenestésicas”) como la cámara fotográfica o el grabador, y la “prótesis del movimiento”
(prótesis “kinestésicas”) como el barco, e incluso, en última instancia, la proporción analógica.
17
Cf. supra, Resulta claro desde el principio que sólo una semejanza que ata, al interior de mi
esfera primordial, ese cuerpo allí con mi cuerpo, puede proporcionar el fundamento de la
motivación para el registro analogizante de ese cuerpo allí como otra carne . Husserl, Méditations
cartésiennes, parágrafo 50. Citado por Didier Franck, op.cit., p. 124.
18
Felizmente, esta lengua, como la de tantos otros, ha sido estudiada y preservada del olvido por
G. Dumézil.

12
Hoy, otro pueblo -y otra lengua- se enfrenta al mismo peligro de extinción total:
los abjasianos, cuyos ancestros son los que más tiempo han resistido a las armas rusas en
el Cáucaso.
Un lector occidental tiene dificultad de imaginar que la analogía está aquí con el
propósito de referir un hecho desconocido (la historia de los abjasianos) a través de un
hecho mejor conocido (¡la historia de los oubikhs!) Sin embargo, hay que cuidarse de las
diferencias culturales: en el país en donde se publicó este artículo, Turquía, la historia de
los oubikhs es un hecho de experiencia concreta, ya que es en Turquía en donde los
sobrevivientes se refugiaron e instalaron; es también en Turquía, tierra de éxodo, en
donde esta cultura y esta lengua están poco a poco extinguiéndose. Podemos entonces
concluir que se trata aquí de la misma estrategia usada a propósito de Dublín: usted
todavía no puede representarse la suerte de la abjasianos, porque ellos están al principio
de un proceso de extinción programado por los rusos y los georgianos, pero usted puede
convencerse recordando algunos oubikhs que ha encontrado al norte de Turquía.
Pero la figura termina muy de otro modo. Recordemos en primer lugar que la
evocación inicial de los oubikhs está anclada en la mirada de una anciana, cuyas palabras
desilusionadas se citan, y que el enunciador se supone la ha encontrado personalmente,
como todo otro testimonio directo, al momento de partir para Abjasia. He aquí el punto de
llegada de esta figura, en las últimas líneas del artículo:
Desde que el barco sale de Sotchi, sé que una anciana espera del otro lado,
escrutando las olas del mar Negro. Habría querido decirle que vi su país aunque los suyos
ya no estén allí, y que ese país es verdaderamente bello. Sólo que ella no me reconocerá
más. Con 95 años, mi abuela vive ahora en la profundidad de recuerdos muy antiguos…
La revelación final pone en juego una lectura retrospectiva, apoyada en esta
expresión deíctica, mi abuela. Esta lectura retrospectiva va a permitir sustituir a las
inferencias con valor informativo y referencial todo un sistema de equivalencias: la mirada
del periodista se prolonga en la de la anciana, como su memoria, tanto en el tiempo como
en el espacio; al mismo tiempo que, aún cuando contempla el presente, el mismo
periodista se sumerge en su propio pasado y el de sus ancestros.
La mirada de la anciana no era una mirada posada sobre el mundo actual, sino
sobre la profundidad de recuerdos muy antiguos . En otras palabras, ese cuerpo que mira
la profundidad del pasado es la fuente biológica del cuerpo que ha partido a visitar
Abjasia. A través de un giro sorprendente, la analogía es a la vez desplazada e invertida:
de la relación entre los oubikhs y los abjasianos a la relación entre el cuerpo del recuerdo
y el cuerpo del reportaje, el cuerpo “todo percibiente” del reportaje está en la Abjasia
actual, mientras que el cuerpo del testigo añoso, la anciana, está en la profundidad
histórica; pero esta vez, es la Abjasia actual la que permite al enunciador comprender la
revolución oubikhi y acceder, vía el cuerpo de su abuela, a la experiencia original.
Por el sólo efecto de este deíctico retrasado casi hacia el final y gracias a una
revelación que se parece bastante a las de las ficciones “de misterio”, la verdadera
identidad del sujeto de la enunciación, que parece no tener ninguna importancia para la
significación del relato, deviene al contrario la apuesta misma del dispositivo textual de la
enunciación.
Esta vez, la prótesis analógica, si prótesis hay, está compartida por los dos
participantes de la enunciación: por un lado, el lector turco necesita de esta analogía para

13
comprender lo que les va a ocurrir a los abjasianos, a partir de su propia experiencia del
éxodo de los oubikhs, y por el otro, el enunciador la necesita también para acceder, a
través de su reportaje, a la profundidad de su propio pasado cultural y étnico y en
consecuencia, a las fuentes mismas de su identidad.
La investigación sobre terreno se ha vuelto entonces una cuestión de identidad,
conversión típica de la tensión entre la “racionalidad práctica” y la “racionalidad simbólica”.
Esta mutación se conforma perfectamente al modelo teórico del testimonio, ya que
satura todos los relevos posibles entre el lector y el reportero, la analogía ha hecho su
obra y asegura entre los dos cuerpos, entre la memoria de uno (la extinción de los
oubikhs) y la percepción del otro (la extinción de los abjasianos), la comunión de una
misma experiencia; entre el reportero y su propio pasado, la saturación de los relevos-
testigos permite pasar sin discontinuidad de los oubikhs (experiencia de los ancestros,
memoria de la abuela, filiación del nieto periodista) a los abjasianos actuales. La
superposición de sus dos miradas, la de la abuela hacia la profundidad del pasado y la del
nieto volcada hacia la percepción del presente, remata el proceso de saturación.
Esta es la razón por lo cual la evocación de los abjasianos es un testimonio y no
solamente un relato de viaje y el enunciador, un testigo legítimo.

Conclusión
Como no todos los reportajes van tan lejos como el consagrado a Abjasia, con la
puesta en escena de una enunciación simbólica, identitaria y mítica y con la puesta en
juego de una profundidad retórica, sería conveniente dedicarse a aquello que hace al lote
común: el rol del cuerpo del enunciador en la motivación y la autentificación, y las prótesis
analógicas en la participación del cuerpo del enunciatario. ¿Cuál es exactamente el lugar
de estas operaciones y de estos roles del cuerpo en la conversión de una racionalidad a la
otra?
Podemos, para responder a esta pregunta, razonar en primer lugar
deductivamente: entre la racionalidad práctica (inferencial, indicial, referencial) y la
racionalidad simbólica (analógica, reticular) se debe suponer una etapa intermediaria, que
suspende la referencia y las inferencias y que prepara la semiosis icónica: 19 el registro
impresivo sería el que jugaría este rol, en la medida en que, en una percepción, hace
corresponder, no una figura del mundo, sino un estado interior del sujeto y una reacción
tímica y somática; por lo tanto, es esta “impresión semántica” la que deviene el patrón de
todas las equivalencias por venir. Como lo hemos mostrado, el contenido de esta
impresión es figural y su estatuto semiótico es el de una huella.
Pero podemos razonar también inductivamente, a partir de la observación del
corpus: el cuerpo del enunciador, zambullido en el mundo por explorar, sea tanto como
movimiento o como envoltura, está sometido a los efectos interiores, las reacciones
somáticas y afectivas, que le proporciona el recorrido sensible del espacio y del tiempo del
reportaje. Estas impresiones, como lo hemos mostrado, son las experiencias semióticas
elementales que dejan sus huellas sobre la envoltura convertida en superficie de
inscripción, y que esperan ser reunidas por el enunciatario para acceder al estatuto
19
Sobre las diferentes racionalidades y los registros cognitivos que las fundamentan, ver, para la
primera versión de esta proposición Geninasca, La parole littéraire, op.cit., y para una versión más
reciente y dialéctica, J. Fontanille, Sémiotique du discours, op.cit.

14
estable del ícono: el umbral de la iconicidad es después cruzado gracias a la “prótesis
veridictoria” que toma la forma, como en los ejemplos seleccionados, de una analogía.

15

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