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7 ENSAYOS DE LA INTERPRETACIÓN DE LA

REALIDAD PERUANA
RESUMEN POR ENSAYOS
I.
Esquema de la evolución económica
En este ensayo Mariátegui analiza el proceso socio-económico peruano. Los incas
desarrollaron una economía socialista, donde el trabajo colectivo o comunitario tenía un
carácter agrario y permitía el bienestar de la población. La alimentación abundaba y la
población crecía. La conquista española interrumpió brutalmente todo ese desarrollo.
Los españoles impusieron una estructura económica feudal y esclavista, que resultó
extraña a los pueblos indígenas. Feudal, porque las tierras y los indígenas fueron
repartidas a los encomenderos (latifundistas). Esclavista, porque se importó esclavos
negros para las haciendas de la costa, mientras que en las minas de la sierra se obligó a
trabajar a los indios mediante el sistema de la mita, una especie de trabajo forzado. La
extracción de metales preciosos fue la actividad principal, descuidándose la agricultura.
El esquema virreinal reprimía asimismo el comercio de las colonias, pues estas solo
podían comerciar con la metrópoli los productos que la Corona les imponía producir. La
independencia surgió entonces instigada por los comerciantes criollos (blancos nacidos
en América) que deseaban la libertad de comerciar con el mundo, como una respuesta a
las necesidades del desarrollo capitalista de la civilización occidental. Fue por ese
motivo que Inglaterra, cuna de la economía de librecambio, apoyó la independencia
latinoamericana. Pero una vez lograda la independencia y fundada la República, la
nueva clase dirigente criolla mantuvo las estructuras socio-económicas de la colonia. La
situación del indígena se empeoró al fortalecerse la clase terrateniente o latifundista de
origen colonial (semifeudal). La burguesía nacional (clase capitalista), todavía débil al
iniciarse la República, empezó a fortalecerse durante el período del guano y del salitre
(mediados del siglo XIX), pero sin poder suplantar del todo a la clase terrateniente. Tras
la guerra con Chile, se perdió la riqueza guanera y salitrera; el Perú entró entonces en
una penosa etapa de Reconstrucción, en la que se debió entregar los ferrocarriles a los
banqueros británicos, como prenda y garantía de nuevas inversiones que permitieran la
recuperación del país. La nueva fuente de riqueza constituyó la minería, especialmente
la practicada en la sierra central. La dependencia con el capital extranjero no
desapareció ni siquiera ante la aparición de nuevos rubros de riquezas naturales (caña de
azúcar y algodón, destinados a la exportación); por el contrario, con ello se ahondó el
carácter centralista, costeño y dependiente de la economía peruana. A partir del Oncenio
de Leguía (década de 1920), el país pasó a depender del capitalismo norteamericano,
cuya manifestación más notoria fueron los empréstitos millonarios. Según Mariátegui,
en su tiempo coexistían en el Perú las tres economías: la feudal (gamonalismo), la
burguesa (capitalismo) y algunos residuos de la economía comunista indígena en la
sierra (comunidades indígenas). Pero señalaba que la preeminencia la tenía el sistema
feudal, por ser el Perú un país mayoritariamente agrícola.
II
El problema del indio:
«Todas las tesis sobre el problema indígena, que ignoran o eluden a éste como
problema económico-social, son otros tantos estériles ejercicios teóricos, —y a veces
sólo verbales—, condenados a un absoluto descrédito. No las salva a algunas su buena
fe. Prácticamente, todas no han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del
problema». Mariátegui concibe el problema del indio no como un asunto racial,
administrativo, jurídico, educativo o eclesiástico, sino como un problema
sustancialmente económico cuyo origen está en el injusto régimen de propiedad de la
tierra denominado gamonalismo.
Se conoce como gamonalismo a un sistema de explotación de los campesinos indígenas
en las haciendas de la sierra del Perú. Los gamonales o terratenientes acaparaban
inmensos latifundios donde hacían trabajar a los indios como siervos, manteniéndoles
en la más paupérrima pobreza y cometiendo sobre ellos los más nefandos abusos;
asimismo, estos gamonales detentaban un considerable poder local (muchos llegaban a
ser senadores, diputados, alcaldes y prefectos) y contaban con pequeños contingentes
armados. Era pues, una auténtica feudalidad o semifeudalidad enquistada en el Perú,
como rezago del colonialismo español.
Mientras subsista esta forma de propiedad todo intento por solucionar el problema del
indio quedará disuelto en la estéril denuncia lírica o en la prédica oportunista e
inconsciente. Terminar con el gamonalismo, con la feudalidad, significa devolver más
que tierras; significará para la raza desposeída su rendición histórica, la recuperación de
su esencialidad moral y su auténtica integración a la vida nacional. «La solución del
problema del indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los
propios indios. Este concepto conduce a ver en la reunión de los congresos indígenas un
hecho histórico. Los congresos indígenas, desvirtuados en los últimos años por el
burocratismo, no representaban todavía un programa; pero sus primeras reuniones
señalaron una ruta comunicando a los indios de diversas regiones. A los indios les falta
vinculación nacional. Sus protestas han sido siempre regionales. Esto ha contribuido, en
gran parte, a su abatimiento.»

III
El problema de la tierra
Mariátegui estudia la cuestión agraria unida necesariamente a la del indio,
reivindicando el derecho de éste a la tierra, para lo cual era necesario sacarlo del estado
de servidumbre que suponía el feudalismo de los gamonales. Luego, muestra cómo el
colonialismo que destruyó y aniquiló la economía incaica de tipo "comunista", no supo
reemplazarla más que con el feudalismo. ¿Qué le pasó a la comunidad agraria del ayllu?
A pesar de las leyes escritas, de las Leyes de Indias, la comunidad indígena fue
despojada por el feudalismo, cuyas expresiones eran el latifundio y la servidumbre.
Mientras que Europa, por el siglo XVIII, tomaba otro rumbo al fortalecerse y ascender
al poder la clase que desplazó y liquidó el feudalismo: la burguesía o clase capitalista (la
revolución francesa fue una revolución burguesa). Pero revolución de la independencia
hispano-americana «encontró al Perú retrasado en la formación de su burguesía...»
Si bien se abolieron las mitas, se dejó en pie la aristocracia terrateniente, la que, si bien
ya no conservaba «sus privilegios de principio, conservaba sus posiciones de hecho.
Seguía siendo en el Perú la clase dominante». Esta clase, apoyada por el militarismo
gobernante, retardó el surgimiento de una vigorosa burguesía urbana. Y recién se
intentó una reorganización gradual de este problema cuando se promulgó el Código
Civil (1852), que favoreció la formación de las pequeñas propiedades, en desmedro de
los grandes dominios señoriales y de la comunidad indígena, al mismo tiempo. No
obstante, la pequeña propiedad no prosperó, y por el contrario el latifundio se consolidó
y extendió, siendo la única perjudicada la comunidad indígena, la misma que, pese a
todo, logró sobrevivir.
El latifundio de la costa era distinto del latifundio serrano; el costeño evolucionó hacia
modos y técnicas capitalistas, en tanto que el de la sierra conservó íntegramente su
carácter feudal, resistiendo a la transformación industrial y capitalista; aun así, no logró
destruir la comunidad indígena. El latifundio costeño cada vez más ligado al capital
extranjero prefirió desplazar los tradicionales cultivos alimenticios por el cultivo de
algodón de exportación, generando un círculo vicioso de importación de alimentos y
exportación de materias primas.
Indistintamente del tipo de latifundismo, éste impedía el desarrollo del capitalismo
nacional, ya que los terratenientes obraban como «intermediarios o agentes del
capitalismo extranjero»; como una barrera para la inmigración blanca; se oponían a la
renovación de métodos, cultivos, etc.; era incapaz de atender la salubridad rural;
particularmente en la sierra el feudalismo agrario se mostraba del todo inepto como
creador de riqueza y de progreso. En una palabra, agrega Mariátegui, «que el gamonal
como factor económico, está, pues, completamente descalificado».
Como a Mariátegui más le importaba seguir (y proyectar para el Perú futuro) la
"comunidad agraria indígena", estudia el destino de ésta bajo el régimen republicano. A
pesar de la absorción feudalista, la comunidad ha subsistido por el espíritu del indio: a
pesar de las leyes de cien años de régimen republicano, no se ha tornado individualista.

IV
El proceso de la instrucción pública
Mariátegui analiza este proceso estrechamente ligado al económico-social, como no
podía ser de otro modo. Reconoce y analiza las tres influencias en la educación peruana:
la española, la francesa y la norteamericana, estas dos últimas injertadas en la primera.
La educación en la colonia tuvo «un sentido aristocrático y un concepto eclesiástico y
literario de la enseñanza», en otras palabras, una educación elitista y escolástica. El
desprecio por el trabajo, por las actividades productivas fue alentado por los claustros
universitarios incluso luego de producida la independencia. La República, que heredó
las estructuras coloniales, buscó luego el modelo de la reforma francesa, ya en las
postrimerías del siglo XIX. Hasta que la reforma de la segunda enseñanza de 1902,
empezó a reflejar la influencia creciente del modelo anglosajón: sería el primer paso
para adoptar el sistema norteamericano, coherente con el embrionario desarrollo
capitalista del país.
Preconizador del modelo yanqui fue el Dr. Manuel Vicente Villarán, cuyas prédicas
triunfaron con la reforma educativa de 1920, por ley orgánica de enseñanza dada ese
año, pero como no era posible, según Mariátegui «democratizar la enseñanza de un país,
sin democratizar su economía, y sin democratizar, por ende, su superestructura política»
la reforma del 20 devino en fracaso.
La reforma universitaria merece también la atención de Mariátegui. Hasta el Perú
alcanzaron los movimientos reformistas que se iniciaron en Córdoba, en el año 1918,
producto de la «recia marejada postbélica», aunque en ese país, en un principio, la
ideología del movimiento estudiantil careció de homogeneidad y autonomía. Los
estudiantes de América, querían sacudir el medievalismo también de sus casas de
estudio. Sus reclamos se basaban en la necesidad de que los estudiantes intervinieran en
el gobierno de las universidades, así como el establecimiento de cátedras libres, al lado
de las oficiales, que deberían enfocar nuevos y alternativos conocimientos, alejados de
los anticuados programas de estudios. En una palabra, querían que la Universidad dejara
de ser un órgano de una elite aristocrática, que cesara ese divorcio entre su función y la
realidad nacional y tomara el verdadero rumbo que debía tener en el desarrollo de la
cultura. Con relación a este problema, Mariátegui nos hace un extenso estudio sobre la
reforma universitaria en el Perú, que se inició en 1919 y cómo fue la reacción en su
contra. Los estudiantes lograron imponer algunas reformas, pero la falta de dirigentes
más capacitados impidió que estas se intensificaran.
Para finalizar, Mariátegui expone las ideologías que intervinieron en la discusión sobre
el modelo educativo que debía imponerse en el Perú, a principios del siglo XX: los
conceptos burgueses positivistas de Manuel Vicente Villarán, frente al aristocratismo
idealista de Alejandro Deústua. Esta discusión se planteó en el seno del Partido Civil,
entonces el de mayor arraigo político.
Para Mariátegui, «el problema de la enseñanza no puede ser bien comprendido en
nuestro tiempo si no es considerado como un problema económico y como un problema
social. El error de muchos reformadores ha estado en su método abstractamente
idealista, en su doctrina exclusivamente pedagógica».

V
El factor religioso
La religión incaica fue un código moral antes que un conjunto de abstracciones
metafísicas. Su iglesia (por llamarla de algún modo) fue una institución social y política,
cuyo culto estaba subordinado a los intereses sociales y políticos del imperio; la iglesia
era el estado mismo. Es lo que se llama Teocracia. Producida la conquista, se impuso el
culto católico más que la prédica del evangelio, de modo que el culto pagano de la
religión incaica subsistió bajo el culto católico, fenómeno al que se conoce como
sincretismo religioso. El rol de la iglesia católica durante el virreinato fue de aval del
estado feudal y semifeudal instituido. Si bien es cierto que hubo choques entre el poder
civil y el eclesiástico, éstos no tuvieron ningún fondo doctrinal, sino que fueron meras
querellas domésticas. Con el advenimiento de la República no hubo cambio en tal
sentido. La revolución de la Independencia, del mismo modo que no tocó los privilegios
feudales, tampoco lo hizo con los eclesiásticos.
El radicalismo gonzalez-pradista surgido a fines del siglo XIX constituyó la primera
agitación anticlerical surgida en el Perú, pero careció de eficacia por no haber aportado
un programa económico-social. De acuerdo a la tesis socialista, las formas eclesiásticas
y doctrinas religiosas son peculiares e inherentes al régimen económico-social que las
sostiene y produce, y, por tanto, su preocupación es cambiar ésta y no aquellas.

VI
Regionalismo y centralismo
Cuando el Perú nació a la vida independiente, eligió como sistema político
administrativo el Centralismo, rechazando el Federalismo. Sin embargo, muchas
ciudades del Perú han venido desde entonces reclamando la atenuación del excesivo
centralismo proveniente de la capital, Lima. Para Mariátegui, este problema, en cierto
modo, viene vertebrando todos los demás. Aunque reconoce que existe, sobre todo en el
sur peruano, un sentimiento regionalista, dicho regionalismo no parece ser más que
«una expresión vaga de un malestar y un descontento». El problema planteado entre
Centralismo y Federalismo es de larga data. El Centralismo se apoya en el caciquismo y
gamonalismo regionales (dispuestos, no obstante, a reclamarse federalistas de acuerdo a
las circunstancias), mientras que el Federalismo recluta sus adeptos entre los caciques y
gamonales en desgracia ante el poder central. Ciertamente, uno de los vicios de la
organización política del Perú es y sigue siendo su centralismo. Pero entiende
Mariátegui que toda descentralización que no se dirija a solucionar el problema agrario
y la cuestión indígena, «no merece ya ni siquiera ser discutida», porque, advierte, no es
este problema meramente político, ni desde este solo punto de vista ella alcanzaría para
solucionar los problemas esenciales. Por otra parte, es difícil definir y demarcar en el
Perú regiones existentes históricamente como tales. No obstante Mariátegui estudia las
tres regiones físicas: la Costa, la Sierra y la Montaña (que no significan regiones en
cuanto a la realidad social y económica), afirmándonos que la Montaña carece aún de
significación socio-económica; en cambio, «la actual peruanidad se ha sedimentado en
tierra baja» o Costa, y la Sierra es el refugio del indigenismo.
«Las formas de descentralización ensayadas en la historia de la República, han
adolecido del vicio original de representar una concepción y un diseño absolutamente
centralistas», dice Mariátegui. Formula enseguida sus puntos de vista sobre cómo debe
enfocarse la nueva descentralización en el Perú. Primero, debía quedar esclarecida la
solidaridad del gamonalismo regional con el régimen centralista, a fin de evitar
confusiones. Luego debía escogerse entre el gamonal o el indio: «no existe un tercer
camino». Mariátegui, naturalmente, opta por el indio. Porque, lo más cierto es que
«ninguna reforma que robustezca al gamonal contra el indio, por mucho que aparezca
como una satisfacción del sentimiento regionalista, puede ser estimada como una
reforma buena y justa». En conclusión, para los nuevos regionalistas, la regionalización
debe contemplar simultáneamente el problema del indio y de la tierra.
También estudia el problema de la capital, concerniente a todas las capitales de
América, y sostiene que la suerte de Lima está subordinada a los grandes cambios
políticos, tal como lo enseña la historia.

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