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BIOGRAFÍA DE EDUARDO BLANCO

Escritor y político venezolano. Nace en Caracas el 25 de diciembre de 1839 cuando aún Venezuela
está en busca de la consolidación de sus instituciones; época de desórdenes civiles y levantamientos
guerrilleros. Cursó estudios en el colegio “El Salvador del Mundo, regido por el poeta Juan Vicente
González.

Su juventud corre transcurre en una época de elevados ideales heroicos, pues están todavía
muy recientes las hazañas de nuestros libertadores y algunos de ellos aún están vivos, llenos de
gloria y de leyendas. A menudo Blanco tenia la oportunidad de oír la historia contada por sus propios
testigos o por los descendientes de estos. De allí va acumulando datos para cuando se le despierte
su espíritu de escritor.

En cuanto al marco literario del momento, se puede decir que se ha impuesto definitivamente
el romanticismo. Los escritores franceses Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Lamartine y
Chateaubriand. Son los más leídos por los jóvenes de la época, de allí que Eduardo Blanco se deleite
con las obras de estos escritores.

A los 20 años se incorpora al ejército, cuando se inicia la guerra federal, la cual tendrá una duración
de cinco años (1859 – 1863) En 1861, el General Páez lo nombra su edecán y tiene una actitud muy
deferente hacia él. Este hecho cobra gran importancia en la vida literaria del escritor. Después de
dos años de guerra, Páez y Falcón deciden entrevistarse para negociar la paz. Eligen como lugar
para la entrevista a Tocuyito, región vecina a las llanuras donde se libró la batalla de Carabobo. Entre
los hombre de Páez va el joven Eduardo Blanco.

Encontráronse en efecto, Páez y Falcón y cabalgaron el uno al lado del


otro en derechura de la casa de la conferencia. Iban con ellos oficiales
brillantes y un espíritu cordial animaba a entreambas comitivas… Llegaron
a una altura donde la sabana de Carabobo se ofrecía clara como un lienzo
de artista. A una frase de Falcón, Páez rompió a hablar de la gran batalla
de 1821. “Allá estaba Bolívar…” “Por allí entramos…” “Allá se plantó la
Legión Británica…” Lentamente el viejo caudillo se iba animando y se le
oía con recogimiento… Aunque hablaba para todos, parecía dirigirse,
como de costumbre, a Eduardo Blanco, que le quedaba cerca… De pronto
Falcón, caudillo y poeta, pone su mano en el hombro de Eduardo Blanco:
--¡Joven –exclama—está usted oyendo la Iliada de los propios labios de
Aquiles!.. (Key Ayala, E. 1955, 529)

Esta narración fue la semilla que haría crecer a Venezuela heroica en el mundo literario de
Eduardo Blanco. Este episodio fue fundamental en su vida y lo estimuló para que años después
narrase en forma romántica nuestras mas formidables batallas. Sirvió al Gral Páez hasta abril de
1863, cuando pidió la baja, para dedicarse a la literatura, cambió las armas por las letras. En 1874
comenzó a publicar, por entregas, en un semanario de la época llamado “Tertulia”, sus dos cuentos
largos Vanitas Vanitatus y El número ciento once, y al año siguiente. En ellos hay un predominio de
lo fantástico, y además son poco originales pues tienen mucho de la forma de narrar de los escritores
franceses; En 1875, edita una novela titulada Una noche en Ferrara, donde abunda lo exótico y lo
fantástico. Estas obras no tuvieron mucho éxito.

En 1879, se estrenó en el Teatro Caracas su drama Lionfort, tampoco tuvo éxito. En 1881, otra
novela Historia de un cuadro, sigue la misma suerte de las anteriores. Ese mismo año se publica la
primera edición de Venezuela Heroica, la misma estaba integrada por cinco cuadros en donde se
narran las siguientes batallas de nuestra independencia: La Victoria, San Mateo, Las Queseras,
Boyacá y Carabobo. Para los años 1882 – 1883, el triunfo literario llegó a sus manos. En 1882,
publica su mejor novela Zárate y en 1883 la segunda edición, se le añaden seis nuevos cuadros: El
Sitio de Valencia, Maturín, La Invasión de los Seiscientos, La Casa Fuerte, San Félix y Matasiete. El
éxito de ambas obras fue total.

Zárate será la primera novela de tema nacional. Es una novela de corte histórico cuya acción se
desarrolla en los valles de Aragua, por 1825, cuando el Gral Páez era el Jefe Supremo de Venezuela.
Santos Zárate es el protagonista, un bandolero romántico de gran corazón, que tras su actitud
rebelde se enfrenta a todas las leyes y normas que rigen la sociedad venezolana.

Venezuela Heroica es una epopeya en prosa de la gesta emancipadora, en la que el autor


hilvana con suma maestría la cruenta guerra, rindiendo así homenaje a las hazañas de quienes
lucharon con valentía y sin descanso por la libertad venezolana.

La obra publicada posteriormente carece de interés Las noches de Panteón (1865)


y Fauvette (1905) son trabajos considerados por los críticos bastante mediocres. En 1914 se publica
una obra póstuma Tradiciones épicas y cuentos viejos.

Durante el período presidencial de Andueza Palacios, Eduardo Blanco fue Ministro de Relaciones
Exteriores entre 1900 y 1905 y Ministro de Instrucción Pública dos veces (1890-1892 y 1904-1906).
Participó en la fundación de ls Academias de la Lengua (1883) y de la Historia (1889),

Falleció en Caracas el 30 de enero de 1912, seis meses después que se le hiciera un homenaje
nacional en el Teatro Municipal de Caracas el 28 de julio de 1911. Año del Centenario de la
Declaración de Independencia venezolana.

Características de "Venezuela Heroica"

Venezuela Heroica alcanzó su consagración desde el comienzo. José Martí, el gran escritor
cubano, consideró que esta obra es muy valiosa, palabras suyas son "Cuando se deja este libro de
a mano, parece que se ha ganado una batalla. Se está a lo menos dispuesto a ganarla y a perdonar
después a los vecinos". Lo primordial de esta obra está en aquellos sucesos bélicos que más
conmovieron a los venezolanos y en donde se inmortalizaron los más brillantes héroes de nuestra
independencia.

Los hechos históricos son narrados a la manera romántica, con todo el fuego de su pasión,
por lo cual el critico Santiago Key Ayala dice: "Blanco no inventa, pinta lo que ve; pero lo que ve al
pasar por su alma se incendia de súbito y arde en la pintura como una antorcha".

Cuando Eduardo Blanco publica la primera edición de Venezuela Heroica sólo faltaban dos
años para celebrar el centenario del natalicio del Libertador. Es por ello que en esta obra se van a
reflejar el espíritu y los sentimientos más venezolanistas. El momento exige la definitiva
revalorización de esa obra tan inmensa, así como de sus proezas cumplidas. Los jóvenes de esa
generación, que habían oído de labios de sus propios ejecutores, la narración de sus grandiosas
hazañas, sintieron la necesidad de que alguien plasmara en una obra esos sentimiento tan elevados
y esto fue lo que se propuso Eduardo Blanco al retratar nuestros héroes y representar nuestras
grandes batallas.

Todos los críticos e historiadores de la Literatura Venezolana coinciden al ubicar a


"Venezuela Heroica" como una obra de características netamente románticas. Por ello se señalarán
las características que le son propias de la historia románticas así como ciertos aspectos que
contribuyen a darle un tono de epopeya a la obra.

Para otros críticos, Venezuela Heroica es una obra que marca una etapa de nuestra literatura
histórica porque con ella culmina esa época romántica que se había iniciado con Juan Vicente
González.

En cuanto a los caracteres propios de la historia romántica presente en la "Venezuela


Heroica" podemos señalar los siguientes:

 Venezuela Heroica es una historia cargada del Subjetivismo de Eduardo Blanco, en ella hay mucho
de poesía. Los hechos narrados no guardan una secuencia cronológica. Se refieren a episodios que, por su mayor
relevancia, merecieron ser contadas a las futuras generaciones, para encender su patriotismo.
 En cuanto a La Visión Crítica de la Realidad, Eduardo Blanco trata de explicar el hecho histórico
que presenta. Por ejemplo: en el cuadro "La Victoria" no se limita a describir la batalla, sino que nos la explica
como una lucha fraticida, más que todo entre venezolanos, y plantea los hechos relacionándolos a su vez con
acontecimientos históricos pasados, como una consecuencia de éstos.
 En cuanto a La Empatía de la obra, el fenómeno de empatía está presente en "Venezuela Heroica",
Blanco se identifica con los hechos porque, aunque no los vivió, tuvo oportunidad de oírlos de boca de sus
principales testigos, especialmente del General José Antonio Páez. El autor no se limita a narra sino que toma
partido y justifica las hazañas patriotas mientras censura las acciones de los realistas
 El apoyo en Fuentes documentales de esta obra, se ve reflejado en que al escribir "Venezuela
Heroica", Eduardo Blanco no sólo se basó en el testimonio de personas y héroes que vivieron los hechos
narrados. Su condición de militar le permitió conocer los archivos de la guerra donde pudo revisar documentos
y fuentes directas.
 En cuanto a la visión subjetiva de hecho histórico "Venezuela Heroica", es una historia apasionada
porque su autor al narrar los hechos no lo hace tal cual los conoce, sino que todo lo transforma emocionalmente
y presenta los hechos cargados por su propia emoción, característica propia del hombre romántico.
 El Estilo Poético hay que tomar en cuenta que esta obra fue escrita para conmover el ánimo de sus
lectores; por eso está presentada en un estilo declamatorio, con una prosa vibrante, de gran sonoridad, por lo
que el crítico Key Ayala, encuentra en ella la presencia de frecuentes y rotundos endecasílabos que le dan un
ritmo especial. Hay, además una serie de expresiones literarias propias del romanticismo que complementan y
contribuyen a aumentar los aspectos poéticos. Por ejemplo: el uso de frecuentes exclamaciones e
interrogaciones cargadas de emoción.

Características de la Epopeya romántica

La Epopeya Romántico, es un espacio poético que se caracteriza por la majestuosidad de


su tono y su estilo. Relata sucesos legendarios o históricos de importancia nacional o universal. Por
lo general se centra en un héroe, lo que confiere unidad a la composición. A menudo introduce la
presencia de fuerzas sobrenaturales que configuran la acción, y son frecuentes en ella las
descripciones de batallas y otras modalidades de combate físico.

Las principales características del género son la invocación de las musas, la afirmación
formal del tema, la participación de un gran número de personajes y la abundancia de parlamentos
en un lenguaje elevado. En ocasiones ofrece detalles de la vida cotidiana, pero siempre como telón
de fondo de la historia y en el mismo tono elevado del resto del poema.

Los caracteres épicos de "Venezuela Heroica" ya se han visto en las características que
hacen de esta obra una representación de la historia romántica. Ahora cabría pregunta: ¿por qué
algunos ven en "Venezuela Heroica" caracteres propios de la epopeya?.

La epopeya romántica que se presenta en "Venezuela Heroica" se caracteriza por el uso de


epítetos y hipérboles como recursos necesario para la ampliación del tiempo y del espacio de los
acontecimientos. Hay una exaltación de lo héroes venezolanos y de sus hazañas en relación con su
entorno humano; y también allí se reflejan hechos importantísimos de la historia venezolana como
son cada una de las batallas que Eduardo Blanco coloca en cada uno de los cuadros que conforman
la obra.

Otro aspecto importante de señalar sobre las características de la epopeya en la "Venezuela


Heroica", es que a menudo los acontecimientos son agrandados mediante la comparación con
hechos ocurridos en el pasado dándole mayor dimensión, en el canto "La Victoria", por ejemplo, las
ciudades son comparadas con lugares que fueron teatros de grandes acontecimientos como "Troya";
Boves es comparado con terribles conquistadores asiáticos; Ribas es un dios Olímpico, cuando se
prepara para el combate con Boves; el autor lo define de la siguiente manera: " el Jaguar de las
Pampas va a medirse con el León de las Sierras; son dos grandes gigantes que rivalizan en pujanzas
y que por primera vez van a encontrase"

Las narraciones de la historia en "Venezuela Heroica" se presentan como un poema épico


en prosa, por ejemplo en el capítulo III del cuadro de "La Victoria" se puede leer lo siguiente: "
¡¡libertad!! ¡¡libertad!! ¡Cuánta sangre y cuántas lágrimas se han vertido por tu causa...!y ¡todavía hay
tiranos en el mundo!.
BIOGRAFIA
EDUARDO BLANCO
Eduardo Blanco Nació en Caracas, el 25 de diciembre de 1838 y murió en Caracas el 30 de
junio de 1912, era Hijo único de José Ramón Blanco y de María Eugenia Acevedo fue el autor de
dos obras emblemáticas de la literatura venezolana, se tienen muy pocos datos sobre su vida.
El nace en Caracas el 25 de diciembre de 1838 y estudia en el colegio de "El Salvador del Mundo".
Vive su juventud entre desórdenes civiles y elevados ideales heroicos. A los 20 años se incorpora
al ejército y se une al cuerpo de edecanes del General Páez entre 1861 y 1863.
En 1875 se da a conocer como escritor con los cuentos Vanitas Vanitatum y El Número Ciento
Once, ambos publicados en el semanario La Tertulia, y la novela Una Noche en Ferrara, en donde
abunda lo exótico y lo fantástico. También colabora con publicaciones literarias y políticas como El
Cojo Ilustrado en 1896, La Entrega Literaria en 1882 y La Causa Nacional en 1889.
El acercamiento de Blanco a lo autóctono y romántico se produce cuando publica Venezuela
Heroica la primera edición en 1881 y la segunda en 1883, Zárate y Cuentos Fantásticos en 1882,
Las Noches del Panteón 1895, Fauvette en 1905 y las Tradiciones épicas y Cuentos Viejos
en 1914. Entre 1900 y 1901 es ministro de Relaciones Exteriores. Durante la presidencia
de Cipriano Castro, entre 1903 y 1906, desempeña el cargo de ministro de Instrucción Pública.
En 1911 fue galardonado como escritor nacional. El 30 de junio de 1912 muere en su ciudad
natal el insigne escritor venezolano Eduardo Blanco.

La victoria (12 de febrero de 1814)

Hay lugares marcados por acontecimiento de tanta trascendencia que no es posible, pasar por
ellos con indiferencia. La humanidad, a través del tiempo ha luchado por su libertad y por la
transformación. Pero con nostalgia, al ver que en sus incesantes luchar han muerto muchos
hombres ilustres, en medio de tanto derrame de sangre surge una esperanza para los que
continúan en la lucha de “la victoria”. EL 12 de febrero de 1814 este es un año terrible, fue el año
de la sangre, surge Boves que guiado por el odio y acompañado por ocho mil llaneros se dirigen
con prisa al territorio donde se encuentra el libertador poblaciones enteras huyen al saben que
Boves se acercaba.
Bolívar con sus tropas trata de detener a Boves pero es inútil Boves junto a sus llaneros lo gran
entrar dejando atrás una cantidad de soldados muertos que lucharon por detenerlo. Luego en la
tardes al oír el nombre de Boves huyen despavoridos para salvar su vida. Solo Bolívar no le teme y
mide sus fuerzas para seguir luchando, formulando un nuevo plan de ataque. Seguido de sus
tropas fijo en Valencia un cuartel general: punto central de donde va a atender los conflictos
producidos en Aragua con la aproximación de Boves. Él libertador aguarda confiado en su destino.
Apenas con siete batallones aparece José’ Félix Ribas, dispuesto a enfrentar al enemigo, pero el
grupo de soldados que lo acompañan no es suficiente para enfrentar al victorioso ejercito de
Boves.
La victoria se veía desguarnecida, y en expectativa de ver caer sobre ella a Boves. después de
muchas luchas en contra de Boves y su ejército , llego el día de la victoria de la mano de Campo -
Elías quien auxilio a Rivas, con su ejército de Campo - Elías no fue suficiente y Rivas una vez más
se ve como su ejército muere en manos de su enemigo . Entre tanta sangre derramada aparece
Montilla a auxiliar a Campos - Elías. Los llaneros al ver las tropas de Montillas, cedieron en su
lucha. Gracias a la unión de estos dos grandes héroes se dio la victoria.
Blanco, Eduardo (1839-1912).

Narrador, dramaturgo, militar y político venezolano, nacido en Caracas en 1839


y fallecido en su ciudad natal en 1912. Autor de una brillante producción literaria
que le consagró como el iniciador del género fantástico en la narrativa breve
venezolana, es recordado principalmente por su espléndida novela
titulada Zárate (1882), considerada como la primera obra de tema venezolano
y, en cierto modo, el punto de partida de la posterior novela nacional.

Volcado en su temprana juventud al ejercicio de las armas, a los veinte años de


edad dio inicio a una brillante carrera militar que pronto le situó entre los
edecanes favoritos del general José Antonio Páez, cuya confianza se granjeó
durante el transcurso de la Guerra Federal (1859-1863). Ya en el último trecho
de su agitada andadura vital, el anciano caudillo relató a su joven ayudante de
campo numerosos recuerdos de sus antiguas andanzas militares, con las que
alcanzó muchos momentos de gloria y llegó a convertirse en uno de los héroes
de la emancipación venezolana. Al hilo de estas relaciones surgidas de la
memoria del viejo Páez, Eduardo Blanco, lejos de experimentar el
enardecimiento de su vocación militar, sintió la necesidad de recuperar la
antigua inclinación a la literatura que había tenido en su adolescencia, cuando
cursaba su formación secundaria en el Colegio "El Salvador del Mundo", bajo el
fecundo magisterio del gran poeta Juan Vicente González. Recordó, entonces,
lejanas lecturas de juventud que habían excitado su curiosidad literaria y sus
aficiones épicas, como las obras universales de Alejandro Dumas y Víctor Hugo,
y decidió abandonar su brillante trayectoria militar (que, en una ascensión
meteórica, le había llevado hasta el grado de coronel del Estado Mayor) para
consagrarse de lleno a la escritura.

Surgió así su primera pieza literaria, un relato titulado "El número 111" que,
publicado bajo el pseudónimo de "Manlio", vio la luz en 1873 entre las páginas
de la publicación periódica caraqueña La Revista. Al año siguiente, otra revista
de Caracas, La Tertulia, dio a conocer por entregas un nuevo relato de Eduardo
Blanco, el folletín romántico titulado "Vanitas vanitatis", al que siguió, a partir
del 21 de mayo de 1875, la publicación -también por entregas- de su novela
sentimental La penitente de los Teatinos, que pocos meses después vería la luz
en formato de libro bajo el nuevo título de Una noche en Ferrara (Caracas:
Imprenta Federal, 1875). Por aquel entonces, la revista La Tertulia, ante el éxito
cosechado entre sus lectores por estos relatos primerizos de Eduardo Blanco,
reveló la auténtica identidad que se ocultaba tras ese enigmático pseudónimo
de "Manlio".

Pero su gran triunfo literario tuvo lugar el día 2 de agosto de 1879, fecha en la
que se estrenó en el Teatro Caracas la pieza dramática
titulada Lionfort (Caracas: Imprenta de Vapor de La Opinión Nacional, 1879), un
drama en tres actos que supuso la primera y exitosa aparición de Eduardo Blanco
en el panorama de la escena venezolana. Esta pieza teatral, que mereció los
elogios unánimes de críticos y espectadores, consagró al escritor caraqueño
entre las figuras literarias de su tiempo, reconocimiento que pronto se vio
respaldado por la aparición a comienzos de los años ochenta de una de sus obras
maestras, titulada Venezuela heroica (Caracas: Imprenta Sanz, 1881). Se trata
de una espléndida narración histórica que, aparecida en plena consolidación del
Estado bajo los auspicios de la ideología liberal que dominaba en aquel período,
pronto se convirtió en el mejor emblema de los valores que contribuyeron a
forjar la identidad nacional venezolana. Escrita en un estilo vigoroso que
potencia la plasticidad de sus secuencias narrativas y el inflamado aliento épico
que recorre todas sus páginas, esta narración histórica de Eduardo Blanco
apareció, ante los miles de lectores que agotaron de inmediato su primera tirada
de dos mil ejemplares, como una encendida soflama que ensalzaba las proezas
de unos héroes vinculados entre sí por su amor a la patria y, al mismo tiempo,
por la devoción que hacia ellos sentían todos los venezolanos. Así, al reconstruir
con la recreación de sus hazañas el pasado reciente, el escritor caraqueño no
sólo consiguió convertirse en el imán de la admiración de todos sus
compatriotas, sino que logró también un objetivo que, a pesar de sus numerosos
afanes, no había alcanzado el gobierno liberal de Antonio Guzmán Blanco:
otorgar carta de naturaleza a ese sentimiento patriótico que debería contemplar
a Venezuela como una unidad nacional, en un tiempo en el que cualquier
observador, desde dentro o desde fuera de las fronteras del país, podía
vislumbrar únicamente un panorama social, político y económico realmente
fragmentado, en un territorio carente de cohesión interna y desprovisto de unos
ideales e intereses comunes que pudieran forjar ese sentimiento de unidad.

A pesar de estos logros, Venezuela heroica no puede considerarse un panfleto


ideológico, y tampoco una mera relación de personajes y acontecimientos que,
como si de un manual histórico se tratase, ofreciera al lector una mera
reconstrucción rigurosa y fidedigna del pasado reciente de la nación. Antes bien,
la obra maestra de Eduardo Blanco debe leerse como una auténtica pieza
literaria en la que la plástica dramatización de los hechos, el exquisito
tratamiento del lenguaje y la intención fabuladora del narrador (siempre
afortunado en la incrustación de personajes y situaciones ficticias) triunfan por
encima de cualquier interés didáctico, metodológico o ideológico.

Alentado por la excelente recepción dispensada a esta narración histórica (que,


en tan sólo dos años, requirió cinco ediciones), Eduardo Blanco recopiló al año
siguiente de su aparición sus dos relatos primerizos titulados "El número 111" y
"Vanitas vanitatis" -al que ahora rotuló con una pequeña variación, más acorde
con la correcta expresión latina- en el volumen titulado Cuentos fantásticos:
Vanitas vanitatum y El número 111 (Caracas: Imprenta Bolívar, 1882). Aquel
mismo año dio a la imprenta los dos volúmenes de su novela
extensa Zárate (Caracas: Imprenta Bolívar, 1882), que incrementó su enorme
popularidad y le otorgó el honroso título de creador de la novela nacional
venezolana. Se trata de una narración característica de la prosa romántica, cuya
originalidad estriba en que la figura de su protagonista, el bandolero Zárate,
refleja a la perfección la idiosincrasia de la población criolla.

A mediados de la década de los años noventa, con motivo de los fastos


organizados para conmemorar el Centenario del Gran Mariscal de
Ayacucho Antonio José de Sucre, Eduardo Blanco dio a los tórculos una nueva
recopilación de narraciones cortas, presentada bajo el título de Las noches del
Panteón (Caracas: Tipografía El Cojo, 1895), a la que siguió, tras un largo
decenio de silencio editorial -aunque no creativo- la tercera novela extensa del
narrador caraqueño, titulada Fauvette (Caracas: Imprenta Bolívar, 1905). Entre
la publicación de ambas obras, el antiguo edecán de José Antonio Páez dejó
estampados varios relatos entre las páginas de la revista El Cojo Ilustrado,
piezas que, agrupadas en dos series bajo los epígrafes de "Tradiciones épicas" y
"Cuentos Viejos", vieron la luz en forma de volumen impreso en 1912, a los
pocos días de la muerte del escritor de Caracas. En este libro póstumo,
titulado Tradiciones épicas y cuentos viejos (París: Librería P. Ollendorff, 1912),
quedaron recogidos dentro de la primera serie algunos relatos tan memorables
como "Manuelote", "Entre centauros", "El jardinero de la Viñeta", "Fecha clásica"
y "Carne de cañón"; y, en la serie segunda, otros cuentos tan elogiados por
críticos y lectores como "Drama íntimo", "Claudia", "Annella" y "Bajo la ceiba".

Mirla Alcibíades, estudiosa de la singular producción literaria de Eduardo Blanco,


ha sabido sintetizar la riqueza y variedad temática de su obra en cuatro
modalidades que abarcan en su totalidad las parcelas genéricas y los contenidos
explotados por el escritor de Caracas: la "narrativa histórica o de referente
histórico" (en la que están contenidas la novela Venezuela heroica, algunas de
las narraciones de Las noches del Panteón, y las piezas breves "Manuelote",
"Entre centauros", "El jardinero de la Viñeta" y "Fecha Clásica"); los "relatos de
preocupación nacional, casi siempre bajo la modalidad criollista" (donde tienen
cabida la novela Zárate y algunos cuentos como "Carne de cañón", "Bajo la
ceiba" y "Drama íntimo"); las obras "propiamente románticas, por su voluntad
de cultivar el conflicto amoroso" (como el drama Lionfort y los relatos "Claudia"
y "Annella"); y la narrativa específicamente fantástica, "aquella que explota lo
onírico, lo irracional, lo dantesco, en escenarios que [Eduardo Blanco] puebla de
fantasmas, mefistófeles y muerte" (plasmada en títulos como Cuentos
fantásticos: Vanitas vanitatum y El número 111, y Las noches del Panteón). A la
luz de esta excelente clasificación temática de la obra de Eduardo Blanco, la
citada investigadora encuentra, dentro de la diversidad de contenidos
heterogéneos que la caracterizan, una constante que se repite con asombrosa
fidelidad en todos sus escritos: la permanente oposición -tan cara al gusto
romántico- de valores antagónicos como "libertad-opresión", "fidelidad-traición",
"razón-sinrazón" o "materialismo-cristianismo".

Cabe recordar, por último, antes de concluir esta semblanza bio-bibliográfica del
autor caraqueño, la dimensión pública de un hombre comprometido con la
política de su tiempo como lo fue Eduardo Blanco, quien ostentó los cargos de
ministro de Relaciones Exteriores entre 1900 y 1905, y de ministro de
Instrucción pública entre 1905 y 1906.
La Victoria

(12 de febrero de 1814)

II

¡He aquí el año terrible! El año de las sangres y de las pruebas en cuyo pórtico aparece escrito por la
espada de Boves, el Lasciate ogni speranza para los republicanos de Venezuela.

En torno de aquel feroz caudillo, improvisado por el odio, más que por el fanatismo realista, las hordas
diseminadas en la dilatada región de nuestras pampas, invaden, como las tumultuosas olas de mar embravecida,
las comarcas hasta entonces vedadas a sus depredaciones.

Mayor número de jinetes jamás se viera reunido en los campos de Venezuela. De cada cepa de yerba parecía
haber brotado un hombre y un caballo. De cada bosque, como fieras acosadas por el incendio, surgían legiones
armadas, prestas a combatir. Los ríos, los caños, los torrentes que cruzan las llanuras, aparecen erizados de
lanzas y arrojan a sus riberas tropel innúmero de escuadrones salvajes, capaces de competir con los antiguos
centauros.

Suelta la rienda, hambrientos de botín y venganzas, impetuosos como una ráfaga de tempestad, ocho
mil llaneros comandados por Boves hacen temblar la tierra bajo los cascos de sus caballos que galopan veloces
hacia el centro del territorio defendido por el Libertador.

Nube de polvo, enrojecida por el reflejo de lejanos incendios, se extiende cual fatídico manto sobre la
rica vegetación de nuestros campos. Poblaciones enteras abandonan sus hogares. Desiertas y silenciosas se
exhiben las villas y aldeas por donde pasa, con la impetuosidad del huracán, la selvática falange, en pos de
aquel demonio que le ofrece hasta la hartura el botín y la sangre, y a quien ella sigue en infernal tumulto cual
séquito de furias al dios del exterminio.

Es la invasión de la llanura sobre la montaña: el desbordamiento de la barbarie sobre la República


naciente.

Conflictiva de suyo la situación de los republicanos, se agrava con la aproximación inesperada del
poderoso ejército de Boves.

Bolívar intenta detener las hordas invasoras, oponiéndoles el vencedor en Mosquiteros”, con el
mayor número de tropas que le es dado presentar en batalla.

Vana esperanza. Campo Elías es arrollado en “La Puerta”, y sus tres mil soldados acuchillados sin
misericordia.

Tan funesto desastre amenaza de muerte la existencia de la República.

Campo Elías vencido, es la base del ejército perdida, es el flaco abierto, la catástrofe inevitable.

Todos los sacrificios y prodigios consumados por el ejército patriota para conservar bajo las armas la
parte de territorio tan costosamente adquirida, van a quedar burlados.

La onda invasora se adelanta rugiendo: nada le resiste, todo lo aniquila. Detrás de aquel tropel de
indómitos corceles, bajo cuyas pisadas parece sudar sangre la tierra, los campos quedan yermos, las villas
incendiadas sin pan el rico, sin amparo el indigente: y el pavor, como ave fatídica, cerniéndose sobre familias
abandonadas y grupos despavoridos y hambrientos que recorren las selvas como tribus errantes.
¡El nombre de Boves resuena en los oídos americanos como la trompeta apocalíptica!

Cunde el terror en todos los corazones; mina de desconfianza el entusiasmo del soldado; Caracas se
estremece de espanto, como si ya golpearan a sus puertas las huestes del feroz asturiano; decae la fe en los más
alentados, y una parálisis violenta, producida por el terror, amenaza anonadar al patriotismo. Cual si uno de los
gigantes de la andina cordillera hubiese vomitado de improviso gran tempestad de lavas y escorias capaz de
soterrar el continente americano, todo tiembla y toda se derrumba.

Sólo Bolívar no se conmueve; superior a las veleidades de la fortuna, para su alma no hay contrariedad,
ni sacrificio, ni prueba desastrosa que la avasalle ni la postre.

Sin detenerse a deplorar los hechos consumados, alcanza con el relámpago del genio los horizontes de
la patria; pesa la situación extrema que le trae la derrota de Campo Elías y la doble invasión que practican a la
vez Rosete y Boves sobre la capital y sobre el centro de la República; mide sus propias fuerzas, que nunca
encontró débiles para luchar por la idea que sostuvo, y concibe y pone en práctica, con enérgica resolución, un
nuevo plan de ataque y de defensa.

Seguido de parte de las tropas con que asedia Puerto Cabello, va a fijar en Valencia su cuartel general;
punto céntrico desde el cual con facilidad puede auxiliar a D’ Eluyar, a quien ha dejado frente a los muros de
la plaza sitiada; al ala izquierda del ejército patriota, que cubre el Occidente; y a atender al conflicto producido
en Aragua con la aproximación de Boves.

A tiempo que Ribas improvisa en Caracas una división para marchar sobre el enemigo, Aldao recibe
orden de fortificar el estrecho de la Cabrera, donde va a situarse Campo Elías con los pocos infantes salvados
de la matanza de La Puerta.

A Urdaneta que combate en Occidente, se le exige reforzar con parte de sus tropas las milicias que se
organizan en Valencia. Ínstasele a Mariño a que acuda en auxilio del Centro. Díctase medidas extremas, pónese
a prueba el patriotismo; al que puede manejar un fusil se le hace soldado; acéptase la lucha, por desigual que
sea; y Mariano Montilla, con algunos jinetes, sale veloz del cuartel general, se abre paso por entre las guerrillas
enemigas que infestan la comarca, y va a llevar a Ribas las últimas disposiciones del Libertador.

Nada se omite en tan difíciles circunstancias; lo que está en las facultades del hombre, se ejecuta, lo
demás toca a la suerte decidirlo.

El conflicto entre tanto, crece con rapidez. Como aquellos terribles conquistadores asiáticos, ávidos de
poder y venganza, Boves se adelanta por entre un río de sangre, que alimentan sus feroces llaneros al resplandor
siniestro de cien cabañas y aldeas incendiadas, que el invasor va dejando tras sí convertidas en ceniza.
Apercibido a la defensa, el Libertador aguarda confiado en su destino la sucesión de los
acontecimientos que van a efectuarse. Al terror general que le circunda, opone, como fuerza mayor, su carácter
tenaz e incontrastable; al huracán que se desata para aniquilarle, enfrenta en primer término, toda una fortaleza;
el corazón de José Félix Ribas.

El jaguar de las pampas va a medirse con el león de la sierra; son dos gigantes que rivalizan en pujanza
y que por la primera vez van a encontrarse.

III

Apenas son siete batallones que no exceden en conjunto de 1.500 plazas, un escuadrón de dragones y
cinco piezas de campaña, Ribas ocupa La Victoria, amenazada a la sazón por el ejército realista. Escaso es el
número de combatientes que el general republicano va a oponer al enemigo, pero el renombre adquirido por
este jefe afortunado alienta a cuantos le acompañan.

Empero, ¿Sabéis quiénes componen, en más de un tercio, ese grupo de soldados con que pretende
Ribas combatir al victorioso ejército de Boves? ¡Parece inconcebible!.

En tres años de lucha, Caracas había ofrendado toda la sangre de sus hijos al insaciable vampiro de la
guerra; hallábase extenuada, sin hombres que aportar a la defensa de su inválido territorio; y al reclamo de la
patria en peligro, sólo había podido ofrecerle sus más caras esperanzas: los alumnos de la Universidad.

Allí van a buscarse los nuevos lidiadores que exhibe la República en aquellos días clásicos de cruentos
sacrificios: y una generación, todavía adolescente, abandona las aulas y el Nebrija para tomar el fusil.

Sobre la beca del seminarista se ostenta de improviso los arreos del soldado. Y parten en solicitud del
enemigo los imberbes conscriptos, confundidos con las tropas de línea; y aprenden de camino, el manejo del
arma que los abruma con su peso, así como acostumbran el oído a los toques de guerra, y a las voces de mando
de aquellos nuevos decuriones que se prometen enseñarles a morir por la Patria.

Todos marchan contentos; diríase que están de vacaciones. ¡Pobres niños! ¿Ligero bozo sombrea
apenas sus labios y ya la pólvora va a enardecerles el corazón; apenas la sangre generosa de sus padres sienten
correr ardiente por las venas, y ya van a derramarla! ¡La Patria lo reclama!.

¡Libertad!, ¡Libertad!, cuánta sangre y cuántas lágrimas se han vertido por tu causa… ¡y todavía hay
tiranos en el mundo!.

La situación de La Victoria hasta entonces desguarnecida, y en la expectativa de ver caer sobre ella el
azote del cielo, como a Boves nombraban, expresa elocuentemente el grado de terror que infundía en nuestras
masas populares la ira, jamás apaciguada, de aquel feroz aliado de la muerte, a quien la vista de la sangre
producía vértigos voluptuosos y fruiciones infernales.

Toda humana criatura sin distinción de edad, sexo o condición social, trataba de desaparecer de la
presencia de tan funesto aventurero.
Los bosques se llenaban de amedrentados fugitivos, que preferían confiar la vida de sus hijos a las
fieras de las selvas, antes que a la clemencia de aquel monstruo de corazón de hierro, que jamás conoció la
piedad.

En el poblado, el silencio lo dominaba todo; nada se movía; casi no se respiraba. Los niños y las aves
domésticas, parecían haber enmudecido; los arroyos callaban; el viento mismo no producía en los árboles sino
oscilaciones sin susurros.

Los que habían podido huir a las montañas se inclinaban abatidos en el recinto del hogar, buscaban la
oscuridad para ocultarse en ella como en los pliegues de un manto impenetrable, y a cada instante, sobrecogidos
de pavor, creían oír ruidos siniestros, precursores de la catástrofe que los amenazaba, ruidos que no deseaban
escuchar, pero que el terror sabía fingirles, haciéndoles más larga y palpitante la zozobra.

Ribas fue acogido por aquel pueblo agonizante como enviado del cielo.

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