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Curso de Lingüística General
Curso de Lingüística General
La pregunta que atraviesa el texto de Jacobson de 1956 tiene relación con cuáles son los aspectos
alterados del lenguaje en las diversas clases de afasia. Para estudiar la ruptura en la comunicación
que encontramos en los síndromes afásicos, Jacobson nos invita a considerar la contribución de
profesionales familiarizados con la estructura y el funcionamiento del lenguaje, e investigar la
afasia también como problema lingüístico y no sólo como un trastorno cerebral orgánico. Por lo
tanto, nos lleva a indagar el modo particular de estructura lingüística que ha dejado de funcionar.
Jakobson estudia la desintegración de la trama sonora en los fenómenos afásicos. Esta disolución
sigue un orden temporal de gran regularidad. Las pérdidas afásicas del adulto resultan ser un
espejo de las adquisiciones en el niño de los sonidos del habla, en el sentido de que siguen
comparativamente un desarrollo inverso. Esta comparativa de adquisiciones y de pérdidas abarca
tanto la estructura fonemática como la estructura gramatical, lo veremos a continuación.
El acto de hablar requiere para ser eficaz que aquellos que intervienen en él utilicen un código
común. Hablar supone seleccionar determinadas entidades lingüísticas y combinarlas en unidades
de un nivel de complejidad más elevado. Por ejemplo, cuando el hablante selecciona palabras y las
combina formando frases o cuando las oraciones las combina en enunciados. El hablante no está
en modo alguno totalmente libre en su elección de palabras: ha de escoger de entre las que le
ofrece el repertorio léxico que tiene en común con la persona a quien se dirige, menos en el caso
infrecuente de la formación de neologismos. Lo mismo sucede en la selección y combinación de
los rasgos elementales distintivos que llamamos fonemas.
El código limita las posibilidades combinatorias. El hablante es un usuario del repertorio léxico
acordado en una lengua dada, no es un usuario de todas las combinatorias teóricamente posibles.
Por lo tanto, al hablar utilizamos determinadas unidades codificadas acordadas. La combinatoria
posible de las unidades lingüísticas sigue una escala de libertad creciente. En la combinación de
rasgos distintivos para construir fonemas, la libertad del hablante individual es nula; el código
tiene ya establecidas todas las posibilidades utilizables en un lenguaje dado. Pero dicha libertad se
incrementa cuando se trata de formar frases con palabras y enunciados con frases. Es decir, a nivel
de discurso hay mucha más libertad de elección que a nivel fonemático.
Por lo tanto, decimos que en todo signo lingüístico distinguimos dos modos de relación:
En primer lugar tenemos la selección, en donde la opción entre dos posibilidades implica que se
puede sustituir una de ellas por la otra. Establecemos que selección y sustitución son las dos caras
de la misma operación.
Estas dos operaciones nos indican que cada signo lingüístico lo podemos interpretar en dos
direcciones distintas: una en relación al código y otra en relación al contexto. En el primer caso
tenemos una relación de alternancia y en el segundo una relación de yuxtaposición. Sería lo que
Saussure refería en términos de ausencia y de presencia. Es decir, Jakobson nos dice que “el
receptor percibe que el enunciado (el mensaje) es una combinación de partes constitutivas (frases,
palabras, fonemas, etc.) seleccionadas de entre el repertorio de todas las partes constitutivas
posibles (el código). Los elementos de un contexto se encuentran en situación de contigüidad,
mientras que en un grupo de sustitución los signos están ligados entre sí por diversos grados de
similaridad, que fluctúan entre la equivalencia de los sinónimos y el núcleo común de los
antónimos” (Jakobson, 1956: 78-79). La relación externa o de contigüidad es la que une entre sí los
componentes de un contexto en su estructura gramatical, mientras que la relación interna de
semejanza es la que permite el juego de las sustituciones.
La palabra menos afectada por la enfermedad es la que más depende del contexto sintáctico
(como serian pronombres o partículas auxiliares de conexión) y la más afectada es el sujeto de la
oración que tiende a omitirse. Suelen reemplazar palabras específicas por sustitutos genéricos. Por
ejemplo, “cosa” para referirse a objetos inanimados, o “realizar” para referirse a una acción
inespecífica.
Son pacientes que tienen dificultad para nombrar un objeto cuando se les enseña o señala. Por
ejemplo, nos explica Jakobson, cuando se les enseña “un lápiz”, en lugar de decir “eso es un lápiz”,
realizan una observación elíptica en relación a su uso y dicen “escribir”. Para los afásicos con
trastorno de la semejanza, ambos signos siguen una distribución complementaria. La simple
repetición de la palabra les resulta una redundancia innecesaria, y son incapaces de repetirla,
aunque se les den instrucciones específicas para ello. No pueden expresar la forma más pura de
predicación ecuacional, la tautología a=a. Por ello, esa ausencia en la capacidad para nombrar
supone también una pérdida de metalenguaje.
De los tropos que constituyen los polos de la figuración retórica, la metáfora y la metonimia, esta
última basada en la contigüidad, es la empleada con frecuencia por los afásicos con deficiencias
selectivas. Un signo (como tenedor, por ejemplo) suele aparecer junto con otro signo (cuchillo) y
entonces puede usarse en su lugar. Es decir, tenedor puede reemplazar a cuchillo, mesa
reemplazar a lámpara, fumar reemplazar a pipa, o utilizar el signo “muerto” para referirse al color
negro. La contigüidad determina la totalidad de la conducta verbal del paciente.
Al segundo tipo afásico, Jakobson lo denomina el trastorno de la contigüidad por la pérdida que
experimentan en la combinación de entidades lingüísticas simples para construir otras más
complejas. No se trata de que haya carencia de palabras sino de que se altera la capacidad de
contextura, y por lo tanto disminuye la extensión y variedad de las frases. Es el trastorno opuesto
al anterior. En este segundo tipo se pierden las reglas sintácticas, pérdida que recibe el nombre de
agramatismo y que es la causa de que la frase degenere en mero “montón de palabras”. El orden
de las palabras se vuelve caótico y desaparecen los vínculos de la coordinación y la subordinación
gramaticales, tanto de concordancia como de régimen. Si en el primer tipo decíamos que las
palabras menos afectadas eran las palabras dotadas de funciones puramente gramaticales (como
las conjunciones, preposiciones, pronombres y artículos), en este segundo tipo afásico son las
primeras en desaparecer. Por ello surge un modo de expresión que se ha denominado “estilo
telegráfico”.
Un rasgo típico del agramatismo en este segundo tipo de afasias aparece, por ejemplo, en la
abolición de la flexión: aparecen categorías no marcadas, como el infinitivo, en lugar de las
diversas formas verbales. Otros defectos se deben a la eliminación del régimen y la concordancia
y, en parte, a la pérdida de la capacidad de escindir las palabras en tema y desinencia. Son
enfermos que tienden a abandonar los derivados o son incapaces de reducir un compuesto de dos
palabras. Es decir, el afásico se vuelve incapaz de reducir la palabra a sus componentes
fonemáticos y a diferenciar la jerarquía de las unidades lingüísticas, por ello recae en las fases
iniciales del desarrollo lingüístico infantil.
En resumen, la afasia presenta numerosas variedades muy dispares, pero todas ellas oscilan entre
uno y otro de los dos polos que acabamos de describir, nos dice Jakobson. La metáfora es ajena al
trastorno de la semejanza y la metonimia al trastorno de la contigüidad.