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Curso de lingüística general – Saussure.

La noción de estructura es importante en la obra de Lacan sólo porque se refiere


constantemente a la estructura del lenguaje. En primer lugar, porque Lacan plantea dicha
estructura como aquella a la que se debe remitir el inconsciente. En segundo lugar;
porque el acto mismo del lenguaje hace surgir el inconsciente y el lugar donde se
expresa. Principalmente, esa analogía puede aclararse en torno a dos de los principios
fundamentales descritos por F. de Saussure: por un lado, la distinción radical entre
significante y significado y, por el otro, la discriminación de los dos ejes del lenguaje.

Capítulo 1: Naturaleza del signo lingüístico.


Signo, significado, significante.
El signo lingüístico se presenta como una "entidad psíquica de dos caras " en el que
ambos elementos se instituyen de entrada en una relación de asociación. Si el signo
lingüístico es ante todo una "relación", ésta, que aparentemente se encuentra fija en el
sistema de la lengua, puede modificarse en la dimensión del lenguaje. Además, si bien F.
de Saussure conserva el término "signo" para definir la unidad lingüística, prefiere, sin
embargo, sustituir concepto por significado e imagen acústica por significante. Por lo
tanto, el signo es la relación entre un significado y un significante.

Estos dos elementos están íntimamente unidos y se reclaman recíprocamente.

PRIMER PRINCIPIO: LO ARBITRARIO DEL SIGNO.


El lazo que une el significante al significado es arbitrario; o bien, puesto que entendemos
por signo el total resultante de la asociación de un significante con un significado,
podemos decir más simplemente: el signo lingüístico es arbitrario.
Lo arbitrario del signo se manifiesta en el campo mismo de la asociación del significante y
del significado. De hecho, entre un concepto y la imagen acústica que lo representa no
existe ningún lazo necesario que los una. Prueba de ello es el hecho de que, en cada
lengua, varía la imagen acústica de un mismo significado. Sin embargo, lo arbitrario del
signo no significa que éste tenga un carácter aleatorio. Lo arbitrario sólo es válido para el
conjunto de una comunidad lingüística dada: " La palabra arbitrario no debe dar idea de
que el significante depende de la libre elección del hablante. (. . .) Queremos decir que es
inmotivado, es decir, arbitrario con relación al significado, con el cual no guarda en la
realidad ningún lazo natural."
SEGUNDO PRINCIPIO: CARÁCTER LINEAL DEL SIGNIFICANTE
El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desenvuelve en el tiempo únicamente y
tiene los caracteres que toma del tiempo:
a) representa una extensión, y
b) esa extensión es mensurable en una sola dimensión; es una línea.
los significantes acústicos no disponen más que de la línea del tiempo; sus elementos se
presentan uno tras otro; forman una cadena. Este carácter se destaca inmediatamente
cuando los representamos por medio de la escritura, en donde la sucesión en el tiempo es
sustituida por la línea espacial de los signos gráficos.

INMUTABILIDAD Y MUTABILIDAD DEL SIGNO


Inmutabilidad:
Al analizar el signo en relación a sus usuarios, Saussure observa una paradoja: la lengua
es libre de establecer un vínculo entre cualquier sonido o secuencia de sonidos con
cualquier idea, pero una vez establecido este vínculo, ni el hablante individual ni toda la
comunidad lingüística es libre para deshacerlo. Tampoco es posible sustituir un signo por
otro.
La lengua castellana podría haber elegido cualquier otra secuencia de sonidos para el
significado que se corresponde con la secuencia C-L-I-M-A, pero una vez que dicho
vínculo se ha consolidado, la combinación ha de perdurar. No es posible legislar sobre el
uso de la lengua.
Mutabilidad del signo
Sin embargo, con el tiempo, la lengua y sus signos, cambian. Aparecen así, lentamente,
modificaciones en los vínculos entre significantes y significados. Los significados antiguos
se especifican, se agregan nuevos o se clasifican de modo diferente. Por ejemplo, la
palabra "ratón" adquiere un significado distinto en relación a las computadoras, en este
caso, dos vínculos entre significado y significante coexisten simultáneamente.
DIACRONIA: estudia las relaciones que unen términos sucesivos no apercibidos por una
misma conciencia colectiva, y que se reemplazan unos a otros sin formar sistemas entre
sí. En otras palabras, se encarga del análisis de la evolu-ción de los signos, en forma
individual al sistema, a través del tiempo.
SINCRONIA: se ocupa de las relaciones lógicas y psicológicas que une términos
coexistentes que forman el sistema, tal como parecen en la conciencia colectiva, es decir,
que estudia los componentes del sistema en un tiempo concre-to, desde un solo punto de
vista, para mostrar el sistema total del lenguaje.
Los hechos diacrónicos y sincrónicos son autónomos pero interdependientes debido a
que mientras el sistema de la lengua se encuentra estable, este pertenece a un sistema
sincrónico. Pero cuando se altera algún elemento, que pro-duce un cambio en la
lingüística, este le incumbe al análisis diacrónico. Por lo tanto, hay una acción
complementaria entre los dos tipos de análisis de la lengua.
La significación se concibe como un proceso, se trata del acto que une al significado con
el significante, producto de esto es el signo. La relación que se estable con valor es que
se confunde la valoración con la significación, el valor del signo se da cuando se
encuentra con otro y no cuando se da su significación.
VALOR LINGÜÍSTICO: es la propiedad que tiene una palabra de representar una idea. En
la lengua, cada término o elemento tiene un valor correspondiente por su oposición con
los otros términos. Los valores dependen de una convención inmutable: los principios de
la semiología. Además son relativos, ya que la relación entre la idea y el sonido es
arbitraria, y son negativos ya que un signo es lo que no es. Los valores están constituidos
por:
• Algo distinto de cualquier otra cosa, con la que puede intercambiarse, y cuyo valor
debe determinarse.
• Cosas similares a aquella cuyo valor se va a determinar.
Valor en su aspecto conceptual (significado): el valor de todo término está determinado
por lo que lo rodea. Los va-lores corresponden a conceptos ya que son referenciales, es
decir, que están definidos por sus relaciones con los otros términos del sistema, teniendo
como rasgo esencial ser lo que los otros no son. Un concepto simboliza la signi-ficación
que sin los valores determinados por sus diferencias fónicas, que debido a su
arbitrariedad y diferenciación, permiten distinguir esos signos de todos los demás, ya que
poseen significación.
Valor en su aspecto material (significante): lo que importa en la palabra son las diferencias
fónicas, que debido a su arbitrariedad y diferenciación, permiten distinguir esos signos de
todos los demás, ya que poseen la significación.
El signo considerado en su totalidad
En la lengua no hay más que diferencias. La lengua no consta ni de ideas ni de sonidos
que preexistirían al sistema lingüístico, sino solamente de diferencias conceptuales y de
diferencias fónicas derivadas de este sistema.
o La relación entre los signos lingüísticos de un sistema se define de forma negativa:
un signo es lo que otro no es.
o La lengua no es una nomenclatura (sistema de códigos sencillos, donde a cada
elemento le corresponde una asignación), es mucho más complejo que eso.
o La lengua es una pura forma y no una sustancia: porque trabaja en el límite de sus
elementos que se relacionan en forma arbitraria.
Relaciones sintagmáticas y asociativas o paradigmáticas:
Relaciones sintagmáticas: en el discurso, las palabras se ordenan en forma lineal ya que
no existe la posibilidad pronunciar dos elementos a la vez. Estas combinaciones se
denominan sintagmas.
El sintagma se compone de dos o más signos consecutivos, de los que se debe
considerar la relación que une las diversas partes de un sintagma y la relación que enlaza
la totalidad con sus partes. La oración es el tipo de sintagma por excelencia. En
conclusión, el sintagma es el grupo de elementos lingüísticos que forman una unidad
dentro de una oración.
Relaciones asociativas: fuera del discurso, las palabras que ofrecen algo en común que
asocian en la memoria, for-mando el tesoro de la lengua de cada individuo. Las
asociaciones mentales serán tantas como relaciones diversas haya, ya que un término
dado es como el centro de una constelación del cual convergen otros términos
coordinados cuya suma es indefinida. No tienen orden!
No hay relaciones sintagmáticas sin asociativas.
El signo es articulado por el hecho de que está compuesto por unidades más
pequeñas(es divisible) y doble articulación porque es posible dividirlo en dos niveles.
Primero por monemas (que son unidades mínimas con significación) y la segunda división
se puede dar por fonemas (son unidades que conforman los monemas, carentes de
sentido).

Jackobson: Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de afasia.

1. La afasia como problema linguistico:

La pregunta que atraviesa el texto de Jacobson de 1956 tiene relación con cuáles son los aspectos
alterados del lenguaje en las diversas clases de afasia. Para estudiar la ruptura en la comunicación
que encontramos en los síndromes afásicos, Jacobson nos invita a considerar la contribución de
profesionales familiarizados con la estructura y el funcionamiento del lenguaje, e investigar la
afasia también como problema lingüístico y no sólo como un trastorno cerebral orgánico. Por lo
tanto, nos lleva a indagar el modo particular de estructura lingüística que ha dejado de funcionar.

Jakobson estudia la desintegración de la trama sonora en los fenómenos afásicos. Esta disolución
sigue un orden temporal de gran regularidad. Las pérdidas afásicas del adulto resultan ser un
espejo de las adquisiciones en el niño de los sonidos del habla, en el sentido de que siguen
comparativamente un desarrollo inverso. Esta comparativa de adquisiciones y de pérdidas abarca
tanto la estructura fonemática como la estructura gramatical, lo veremos a continuación.

2. El carácter doble del lenguaje.

El acto de hablar requiere para ser eficaz que aquellos que intervienen en él utilicen un código
común. Hablar supone seleccionar determinadas entidades lingüísticas y combinarlas en unidades
de un nivel de complejidad más elevado. Por ejemplo, cuando el hablante selecciona palabras y las
combina formando frases o cuando las oraciones las combina en enunciados. El hablante no está
en modo alguno totalmente libre en su elección de palabras: ha de escoger de entre las que le
ofrece el repertorio léxico que tiene en común con la persona a quien se dirige, menos en el caso
infrecuente de la formación de neologismos. Lo mismo sucede en la selección y combinación de
los rasgos elementales distintivos que llamamos fonemas.

El código limita las posibilidades combinatorias. El hablante es un usuario del repertorio léxico
acordado en una lengua dada, no es un usuario de todas las combinatorias teóricamente posibles.
Por lo tanto, al hablar utilizamos determinadas unidades codificadas acordadas. La combinatoria
posible de las unidades lingüísticas sigue una escala de libertad creciente. En la combinación de
rasgos distintivos para construir fonemas, la libertad del hablante individual es nula; el código
tiene ya establecidas todas las posibilidades utilizables en un lenguaje dado. Pero dicha libertad se
incrementa cuando se trata de formar frases con palabras y enunciados con frases. Es decir, a nivel
de discurso hay mucha más libertad de elección que a nivel fonemático.

Por lo tanto, decimos que en todo signo lingüístico distinguimos dos modos de relación:

En primer lugar tenemos la selección, en donde la opción entre dos posibilidades implica que se
puede sustituir una de ellas por la otra. Establecemos que selección y sustitución son las dos caras
de la misma operación.

En segundo lugar tenemos la combinación, en el sentido de que todo agrupamiento de unidades


lingüísticas se engloba en una unidad superior. Establecemos que combinación y contextura son
dos caras de la misma operación.

Estas dos operaciones nos indican que cada signo lingüístico lo podemos interpretar en dos
direcciones distintas: una en relación al código y otra en relación al contexto. En el primer caso
tenemos una relación de alternancia y en el segundo una relación de yuxtaposición. Sería lo que
Saussure refería en términos de ausencia y de presencia. Es decir, Jakobson nos dice que “el
receptor percibe que el enunciado (el mensaje) es una combinación de partes constitutivas (frases,
palabras, fonemas, etc.) seleccionadas de entre el repertorio de todas las partes constitutivas
posibles (el código). Los elementos de un contexto se encuentran en situación de contigüidad,
mientras que en un grupo de sustitución los signos están ligados entre sí por diversos grados de
similaridad, que fluctúan entre la equivalencia de los sinónimos y el núcleo común de los
antónimos” (Jakobson, 1956: 78-79). La relación externa o de contigüidad es la que une entre sí los
componentes de un contexto en su estructura gramatical, mientras que la relación interna de
semejanza es la que permite el juego de las sustituciones.

3. El trastorno de la semejanza: Los dos trastornos afásicos.


Jakobson diferencia dos tipos de afasia según la deficiencia resida en uno u otro de los modos
especificados. Al primer tipo, lo denomina trastorno de la semejanza. A estos pacientes cuando se
les muestra trozos de palabras o de frases, las completan rápidamente. Hablan por pura reacción:
mantienen fácilmente una conversación, pero les es difícil iniciar un diálogo. Cuanto más
dependen sus palabras del contexto más éxito tienen en sus esfuerzos de expresión. Por ejemplo,
la frase “está lloviendo” no pueden articularla a menos que el sujeto vea que realmente llueve.
Cuanto más profundamente se inserte el enunciado en el contexto (verbal o no verbal), más
probabilidades existen que este tipo de pacientes lleguen a pronunciarlo.

La palabra menos afectada por la enfermedad es la que más depende del contexto sintáctico
(como serian pronombres o partículas auxiliares de conexión) y la más afectada es el sujeto de la
oración que tiende a omitirse. Suelen reemplazar palabras específicas por sustitutos genéricos. Por
ejemplo, “cosa” para referirse a objetos inanimados, o “realizar” para referirse a una acción
inespecífica.

Son pacientes que tienen dificultad para nombrar un objeto cuando se les enseña o señala. Por
ejemplo, nos explica Jakobson, cuando se les enseña “un lápiz”, en lugar de decir “eso es un lápiz”,
realizan una observación elíptica en relación a su uso y dicen “escribir”. Para los afásicos con
trastorno de la semejanza, ambos signos siguen una distribución complementaria. La simple
repetición de la palabra les resulta una redundancia innecesaria, y son incapaces de repetirla,
aunque se les den instrucciones específicas para ello. No pueden expresar la forma más pura de
predicación ecuacional, la tautología a=a. Por ello, esa ausencia en la capacidad para nombrar
supone también una pérdida de metalenguaje.

De los tropos que constituyen los polos de la figuración retórica, la metáfora y la metonimia, esta
última basada en la contigüidad, es la empleada con frecuencia por los afásicos con deficiencias
selectivas. Un signo (como tenedor, por ejemplo) suele aparecer junto con otro signo (cuchillo) y
entonces puede usarse en su lugar. Es decir, tenedor puede reemplazar a cuchillo, mesa
reemplazar a lámpara, fumar reemplazar a pipa, o utilizar el signo “muerto” para referirse al color
negro. La contigüidad determina la totalidad de la conducta verbal del paciente.

Al segundo tipo afásico, Jakobson lo denomina el trastorno de la contigüidad por la pérdida que
experimentan en la combinación de entidades lingüísticas simples para construir otras más
complejas. No se trata de que haya carencia de palabras sino de que se altera la capacidad de
contextura, y por lo tanto disminuye la extensión y variedad de las frases. Es el trastorno opuesto
al anterior. En este segundo tipo se pierden las reglas sintácticas, pérdida que recibe el nombre de
agramatismo y que es la causa de que la frase degenere en mero “montón de palabras”. El orden
de las palabras se vuelve caótico y desaparecen los vínculos de la coordinación y la subordinación
gramaticales, tanto de concordancia como de régimen. Si en el primer tipo decíamos que las
palabras menos afectadas eran las palabras dotadas de funciones puramente gramaticales (como
las conjunciones, preposiciones, pronombres y artículos), en este segundo tipo afásico son las
primeras en desaparecer. Por ello surge un modo de expresión que se ha denominado “estilo
telegráfico”.

La afasia que altera la capacidad de contextura tiende a expresarse en infantiles enunciados de


una sola frase y en frases de una sola palabra (en los casos más avanzados). Pero, si bien la
capacidad de contextura se pierde, se conserva la capacidad de selección, en cuanto que dicho
afásico dispone de un modo metafórico que Jakobson denomina de “cuasimetafórico”, ya que es
un modo que lo distingue de la metáfora retórica o poética por no presentar una transferencia de
significado deliberada. Jakobson pone el ejemplo de sustitución de catalejo por microscopio, o de
fuego por luz de gas, en cuanto que es una semejanza la que determina el comportamiento verbal
del afásico y no una metonimia, es decir, el sujeto puede nombrar por sustitución.

Un rasgo típico del agramatismo en este segundo tipo de afasias aparece, por ejemplo, en la
abolición de la flexión: aparecen categorías no marcadas, como el infinitivo, en lugar de las
diversas formas verbales. Otros defectos se deben a la eliminación del régimen y la concordancia
y, en parte, a la pérdida de la capacidad de escindir las palabras en tema y desinencia. Son
enfermos que tienden a abandonar los derivados o son incapaces de reducir un compuesto de dos
palabras. Es decir, el afásico se vuelve incapaz de reducir la palabra a sus componentes
fonemáticos y a diferenciar la jerarquía de las unidades lingüísticas, por ello recae en las fases
iniciales del desarrollo lingüístico infantil.

En resumen, la afasia presenta numerosas variedades muy dispares, pero todas ellas oscilan entre
uno y otro de los dos polos que acabamos de describir, nos dice Jakobson. La metáfora es ajena al
trastorno de la semejanza y la metonimia al trastorno de la contigüidad.

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