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ALBERT VANHOYE

CULTO ANTIGUO Y CULTO NUEVO EN LA


CARTA A LOS HEBREOS
Culto antico e culto nuovo nell'Epistola agli Ebrei, Rivista Liturgica, 65 (1978) 595-608

¿En qué textos bíblicos podemos encontrar los fundamentos de la teología litúrgica?
Los textos más largos y exp lícitos en materia de culto se encuentran en el AT. En
efecto, la Ley de Moisés es, en gran parte, una ley cultual. Libros como el Exodo y el
Levítico son muestras claras de ello. En los escritos del NT, no hay nada parecido: en
ellos la organización del culto cristiano no se expresa como algo orgánico; a lo más
aparecen unos pocos vestigios relacionados con el culto, pero que se resisten a ser
incluidos en un cuadro completo.

Según esto, podría parecer natural el servirse de los textos explícitos


veterotestamentarios y llenar así las lagunas del NT. Pero también puede razonarse a la
inversa y afirmar que las lagunas del NT no son fruto de un olvido, sino que expresan
un rechazo positivo del culto antiguo y que sería, por tanto, un error buscar en el AT
modelos y directrices que puedan inspirar la liturgia cristiana, cuando de lo que se trata
es de una ruptura completa entre AT y liturgia cristiana.

¿Qué posición escoger? ¿Renunciar a hablar de fundamentos bíblicos de la teología


litúrgica y hacerlo solamente de fundamentos evangélicos o neotestamentarios? ¿O bien
buscar la inspiración en toda la Biblia para ser fieles al conjunto de la revelación? A
estos interrogantes pretende dar respuesta este artículo.

I. LAS TRES DIMENSIONES DEL CUMPLIMIENTO CRISTIANO

No sería difícil hallar en el NT dos posturas encontradas. La una (Rm 6, 14; Gal 5,18)
podría definirse como "rupturista": Según esta línea, el AT no tiene valor alguno tras la
venida de Cristo; ha sido abrogado como incompatible con la nueva fe. La otra postura,
más judaizante o "continuista", señalaría la continuidad entre los dos testamentos (Rm
3,31; Mt 5,17-19 ... ).

Sin embargo la realidad es mucho más compleja. Si queremos expresar correctamente la


relación entre el AT y el NT no podemos hablar ni de abrogación ni de continuidad sino
más bien de cumplimiento. El NT constituye el pleno cumplimiento del designio de
Dios anunciado y trazado en el AT. Veamos a continuación cómo este cumplimiento
corresponde en realidad a una gran complejidad de relaciones:

1) Semejanza y continuidad

Para que un acontecimiento pueda ser reconocido como cumplimiento de una


predicción o una acción como fruto de una prescripción legal es indispensable que
exista una correspondencia entre acontecimiento y predicción, entre acción y
prescripción legal. Supongamos, por ejemplo, que un evangelista presentase como
Salvador a un hombre salido del mundo pagano y ajeno a la tradición bíblica. El
mensaje de este "evangelio" constituiría un hecho completamente nuevo, no preparado y
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no verificable. Por el contrario gracias a sus relaciones de correspondencia y de


continuidad con la tradición mesiánica del AT, la existencia y la persona de Jesús
pueden ser situadas en el proyecto de Dios.

2) Diferencia

La simple repetición de lo antiguo no significa cumplimiento; para que se dé un


verdadero cumplimiento, es necesario un "cambio" profundo. La realeza de Cristo, por
ejemplo, es cumplimiento de la de David. Pero el nivel es diferente. Un cumplimiento
divino comprende siempre un aspecto de novedad imprevisible y, por lo tanto, de
ruptura con lo anterior.

3) Progreso

Para que el cumplimiento sea auténtico es preciso que las diferencias observadas
caminen hacia un progreso decisivo; si no, tendríamos solamente una variante de un
valor muy discut ible. Cuando la reconstrucción del Templo, por ejemplo, los israelitas
más ancianos, al observar las diferencias, recordaban el templo de Salomón con tristeza
y constataban la poquedad de la nueva construcción. En este caso no se trataba del
cumplimiento definitivo del proyecto de Dios; era solamente una obra humana. El
cumplimiento divino, en cambio, se sitúa a un nuevo nivel y constituye una obra en la
cual se manifiesta la potencia creadora del Espíritu.

Continuidad, ruptura, trascendencia, o sea, semejanza, diferencia, superioridad son los


tres tipos de relaciones necesarias para que se dé un verdadero cumplimiento. Son, pues,
elementos imprescindibles para relacionar los dos Testamentos.

II. DISCERNIMIENTO NECESARIO

El problema consiste en discernir cuáles son los límites de la continuidad, cuándo se da


una verdadera ruptura y cómo se manifiesta la trascendencia. Tal discernimiento no fue
fácil para la Iglesia primitiva y suscitó apasionadas discusiones en su seno. Gracias a
estos esfuerzos, el discernimiento resulta hoy más fácil pero no es algo automático, ya
que se dan nuevos problemas que piden constantemente una nueva reflexión. Es por ello
preciso no desviarse ni en el sentido de un retroceso simplista al AT ni en el de una
ruptura esterilizante.

En la primitiva Iglesia la clave de la discusión no fue el problema del culto sino el de la


observancia de la "Ley" ¿Cuál era la posición cristiana ante la Ley de Moisés? Esta
cuestión empezó a serlo cuando el cristianismo se propagó por el mundo paga-no. ¿Qué
debía exigirse a los paganos convertidos? La controversia fue encarnizada entre
aquellos que propugnaban la primacía de la Ley y los defensores de la libertad cristiana
(Hch 15; Gal 2). El mismo Pablo, en el ardor de la disputa, dio la impresión, más de una
vez, de propugnar una ruptura completa con la Ley, presentando a ésta como una
institución deficiente y provisional (Gol 3,10.19.23-25). Pero en otras ocasiones la
valoró positivamente remarcando la continuidad, aunque en una perspectiva de
cumplimiento superior. (Rm 8,4; Gal 5, 14).
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En lo concerniente al "culto" la situación fue menos tensa ya que el culto judaico tenía
su centro en Jerusalén y no podía celebrarse de un modo total en ningún otro sitio. Los
neocristianos, provenientes del paganismo, cuando en sus reuniones seguían el modelo
de las sinagogas locales podían imitar sin dificultad la lectura litúrgica de la Escritura.
Eran, en este sentido, continuistas. La diferencia estaba en el modo de referir dicha
lectura a Cristo; diferencia muy profunda de la cual la iglesia ha sido siempre muy
consciente.

III. EL CULTO CRISTIANO SEGUN LA CARTA A LOS HEBREOS

El contenido de esta carta ilumina de un modo particular el problema de la relación


entre el culto antiguo y el nuevo. Su autor pretende, evitando simplificaciones, dar un
criterio válido para solucionar el problema, asumiendo las líneas de continuidad y de
ruptura. "El culto cristiano tiene su centro en Cristo y, precisando más, en su muerte y
resurrección". La liturgia cristiana, pues, debe mantener con fidelidad esta referencia
clave y adaptarla como criterio para determinar el uso que puede y debe hacer de las
tradiciones antiguas.

1. La idea de sacrificio

El AT daba mucha importancia al culto sacrificial. En el Levítico se dedican capítulos


enteros a especificar con todo lujo de detalles el cómo de los sacrificios. En este sentido
el "sacrificio" de Jesús no fue un acto estrictamente ritual, celebrado en un lugar santo y
realizado por un hombre consagrado; no fue una acción festiva y glorificante como los
sacrificios del AT. La muerte de Jesús fue más bien la ejecución de una sentencia
jurídica fue la muerte de un condenado, muerte no glorificante sino infamante, muerte
que llenaba de maldición y oprobio (Hb 11,26).

Desde esta perspectiva resultaría fácil afirmar la ruptura completa entre los dos
sacrificios y sacar la, lógica consecuencia de que el culto cristiano no tiene nada que ver
con los sacrificios antiguos. Sin embargo, en la carta se habla también de una profunda
continuidad: en la muerte de Cristo se dio un auténtico sacrificio de una víctima
inmolada, de una sangre derramada y ofrecida a Dios.

El culto antiguo ayuda, por lo tanto, a comprender la nueva situación. El escándalo de la


muerte en el Calvario queda, sin perder su realismo, iluminado desde las tradiciones
culturales del AT. Es imprescindible para ello comparar los diversos tipos de sacrificios
rituales con el acontecimiento muerte-resurrección de Cristo. De este modo éste se
interprete como:

-"sacrificio de expiación", porque obtiene la remisión de los pecados (Hb 9,28; 10,12)

-"sacrificio de alianza", porque instituye una mediación perfecta (Hb 9, 15-24; 13,20)

-"sacrificio de consagración", porque transforma al hombre hasta el fondo y lo une con


Dios (Hb 5,8-9; 10,10. 14; 13,12)
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-"sacrificio de acción de gracias y de alabanza" por la salvación obtenida (Hb 2,12;


13,15).

Así pues, la fe y la liturgia cristianas necesitan los textos del AT para autocomprenderse
con toda su plenitud. Todo ello, sin embargo, no debe hacer perder de vista la
importancia de la ruptura entre los dos testamentos de la cual es muy consciente el autor
de la carta a los Hebreos. En efecto el culto antiguo era ritual, externo, convencional y,
por todo ello, ineficaz. Cristo lo sustituyó por un culto real, personal, existencial y
eficaz.

2. Los dos sacrificios

La concepción antigua del culto proponía una santificación simbólica, ya que ningún
hombre estaba en condiciones de efectuar una santificación real. A través del fuego del
altar la víctima se transformaba en "perfume agradable a Dios" y subía simbólicamente
al cielo, pasando del mundo profano al divino. El sacerdote no podía, por sí mismo,
acceder al mundo divino ya que era terrestre, pecador e indigno de un contacto
inmediato con Dios e incapaz de ofrecerse a sí mismo con una generosidad perfecta.
Debía recurrir a las inmolaciones rituales.

El autor de Hebreos observa que todo ello conducía a una relación de separación entre
Dios y el pueblo, entre el sacerdote y la comunidad. Sólo el sumo sacerdote estaba
autorizado a entrar en el santuario. La separación producida entre el sacerdote y la
víctima se producía también, y sobre todo, entre la víctima y Dios, pues ¿cómo podría
entrar en comunión un animal muerto con la santidad del Dios vivo? Ya en el AT se
había manifestado la repugnancia de Dios por este tipo de culto. (Is 1,11; Am 5,21; Sal
40=Hb 10,5-6).

El sacrificio de Cristo es de un género totalmente diverso. En lugar de inmolaciones de


animales ofreció su obediencia personal hasta la muerte (Hb 10,4-10), se ofreció a sí
mismo (Hb 9,14). Podía hacerlo porque era víctima "sin mancha", absolutamente digno
de Dios y lleno de la plenitud del Espíritu Santo (Hb 9,14). Su ofrecimiento constituye
el culto perfecto a través del cual Dios es verdaderamente glorificado y el hombre
verdaderamente santificado. Este culto es más don de Dios que actuación del hombre.
Realiza la nueva alianza, introduciendo al pueblo en una comunión íntima con Dios. La
entrega de Cristo en obediencia filial completa hacia Dios es, pues, a la vez un acto de
misericordia hacia nosotros, sus hermanos.

En vez de separarse de los pecadores, Cristo tomó sobre sí mismo su muerte para así de
este modo salvarlos. Ya durante su vida pública se mostraba favorable a la
preponderancia de la misericordia por encima de los actos rituales. (Os 6,6, citado en Mt
9,13; 12,7). Por eso su ofrecimiento no fue un sacrificio ritual sino la aceptación de la
solidaridad completa con los miserables, para de este modo lograr la comunión de todos
en el amor.
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3. El "culto" cristiano

El culto cristiano, pues, no consiste en el cumplimiento exacto de ciertas ceremonias,


sino en la transformación de la propia existencia por medio del amor divino. Este culto
debe ser real, personal, existencial como lo fue el sacrificio de Cristo: adhesión concreta
a la voluntad de Dios (Hb 10,4-10.36; 13, 21) y dedicación al servicio de los hermanos
(Hb 13,16), en una actitud de acción de gracias continua (Hb 13,15), pues todo es don
de Dios. Por todo ello la celebración litúrgica no constituye toda la realidad del culto
cristiano, pero está al servicio del culto total que consiste en el ofrecimiento de la vida.

Los profetas reaccionaron a menudo contra el exceso de preocupación por la pureza


ritual externa. Es lógico, pues, que el NT retome el mensaje profético y que éste se
manifieste más en la vida cristiana litúrgica.

Hoy día algunos grupos de cristianos insisten tanto en la diferencia y en la ruptura que
rechazan cualquier celebración litúrgica, incluida la Eucaristía. Afirma n que el
verdadero culto cristiano se sitúa en la vida concreta y que no hay, pues, necesidad de
ninguna ceremonia. En vez de celebrar la Eucaristía, dicen, es mejor comer juntos y
poner en común las propias vidas: de este modo se efectúa una comunión real más fiel a
la enseñanza de Cristo.

Sin embargo esta postura es ilusoria. Han comprendido la diferencia, pero han perdido
los aspectos de continuidad y trascendencia. No han entendido que la Eucaristía no es
un rito en el sentido antiguo de la palabra. Es una celebración en la cual entran en
comunión existencias reales, la de Cristo y la de los cristianos. No tiene valor en sí
misma ya que todo su valor le viene de su relación con un ofrecimiento existencial
perfecto, es decir, el sacrificio de Cristo, y de la posibilidad dada a los cristianos de
transformar su existencia por medio de la unión con aquel ofrecimiento perfecto. Por
ello al rechazar el valor de la celebración litúrgica cristiana, Cristo queda reducido a un
modelo ético, puramente horizontal. No caen en la cuenta de que sin la relación
transcendente, el amor humano solidario no es capaz de extenderse a todos sin
distinción de raza o de clase. Solamente la cruz de Cristo ha realizado la unión perfecta
de las dos dimensiones del amor. En esto consiste la transcendencia del sacrificio de
Cristo.

Por lo tanto el culto cristiano no consiste en imitar a Cristo con las propias fuerzas sino
más bien en el acoger en nosotros al mismo Cristo en su total docilidad al Padre y en el
dejarnos tomar por el dinamismo de su sacrificio, el cual nos llevará a transformar
nuestra existencia real por medio de la caridad divina.

IV. LA CASA DE DIOS

Como ejemplo de la dialéctica del cumplimiento cristiano del AT veamos el tema de "la
casa de Dios" tan importante en el AT.

Para entrar en relación con Dios es necesario encontrarle y el encuentro se realiza, en el


AT, en un lugar santo. Este lugar que fue, en un primer momento, la tienda de la
reunión y, posteriormente, el Templo de Jerusalén fue la expresión de las aspiraciones
religiosas de Israel (cfr. Sal 84; Si 35,1013; Tb 13,510-12). El ideal de los judíos era la
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reunión de todos en la casa de Dios, edificada en Jerusalén. Pues bien, la tradición


litúrgica cristiana conserva estos valores: las iglesias son la casa de Dios entre los
hombres, de un modo mejor todavía que el templo de Salomón.

Sin embargo en el NT lo ve de un modo todavía más profundo: el proyecto de Dios de


habitar en medio de los hombres se ha cumplido de un modo inesperado en el misterio
de la Pasión de Jesús. El nuevo santuario no construido por la mano del hombre (cfr Me
14,58) es el Cuerpo de Cristo resucitado (cfr. Jn 2,19-21). En él habita corporalmente
toda la plenitud de la divinidad (Col 2,9). Así como los israelitas anhelaban habitar en la
casa de Yahvé, los cristianos encuentran su gozo "morando" en Cristo (Jn 15,1-11). El
Cuerpo de Cristo es también casa abierta a todos los creyentes y, por ello, verdadera
"tienda de la reunión", más perfecta que la de Moisés (Hb 9, 11). Cristo ha conquistado
la capacidad de acoger en su Cuerpo a todos los hombres, incorporándolos a su
humanidad glorificada de modo que sean ellos mismos templos vivos de Dios. (cfr. 1
Co 6,15; 12,27; 3,16; 2 Co 6,16; Hb 3,6).

Para la liturgia cristiana el lugar santo es, ante todo, el Cuerpo de Cristo. Por esta razón
la cuestión del lugar concreto de la celebración no tiene ya una importancia esencial
como la tenia en el caso de los sacrificios de los judíos. Lo importante es, por ello, la
situación espiritual de la comunidad porque quien dice Cuerpo de Cristo dice también
comunidad de creyentes.

CONCLUSIÓN

La búsqueda de los fundamentos escriturísticos de la teología litúrgica debe extenderse


a toda la Biblia. Toda su riqueza es necesaria para la plena comprensión y actualización
de la liturgia cristiana. El discernimiento continuado es un elemento imprescindible para
ir encontrando la dialéctica del cumplimiento cristiano.

Para ello, la carta a los Hebreos traza tres dimensiones: la continuidad en los puntos
fundamentales, la ruptura con las expresiones deficientes y la trascendencia del nivel
alcanzado.

Esto significa que, a la luz del misterio de Cristo, se iluminan todos los textos e
instituciones del AT y al revelar su sentido profundo se pone de manifiesto su
inagotable plenitud.

Tradujo y extractó : PERE BORRAS

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