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Jens Andermann
Milagro y accidente
Ahora bien, ante esa pérdida de anclajes espacio-temporales que padecen los personajes,
y que la película le impone a su audiencia a través de la composición y del montaje de
planos, los "pivotes" ofrecen el refugio mínimo de una obsesión o angustia compartidas;
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todos los vectores visuales, y el relato interno de la relación que el filme construye con la
mirada del espectador, al frustrar a través de la fragmentada composición y montaje de
planos el deseo de cohesión imaginaria de esa mirada. Para entender cabalmente esa
compleja función (auto)crítica, precisamos analizar en detalle la secuencia. Secuencia,
por supuesto, discontínua, ya que, como veremos, en sus entregas sucesivas es cortada
una y otra vez por la perforación sonora desde otro espacio "otro," la llamada telefónica
desde el departamento de Mercedes en Buenos Aires, el verdadero centro económico del
que depende el ingreso familiar y al que, en cambio, se le debe rendir un tributo sexual en
forma de sucesivas generaciones de amantes varones. La fuga imaginaria, podríamos
decir, se frustra una y otra vez por el arrastre de lo real: relación que, nuevamente, pone
en juego la tensión entre espectáculo, deseo y dinero que introdujimos al comienzo.
Pero vamos por partes. La secuencia comienza con una pantalla televisiva ocupando por
entero el espacio de la toma, y donde se muestra a una señora de barrio dirigiéndose a la
cámara: "Ahora que estoy mirando, sinceramente no veo nada..." Desde fuera del
encuadre, irrumpen otras voces: "Pero mire, ahí está la dueña de casa..." "¡Pero ahí se
ve!" "Sinceramente no veo nada. Hace dos horas que estoy acá." Corte sobre Momi e
Isabel en la cama de ésta última, iluminadas por los rayos azules de la pantalla, comiendo
nueces o maní (la escena es vagamente erótica, a la vez que invoca a la ceremonia
eucarística: Isabel, sentada, le da de comer a Momi tirada en la cama a su lado; la cámara
cortando desde un plano mediano a un close-up sobre la cara de Momi al recibir la dádiva
de su amada). Sigue la pista sonora del noticiero: "¿Está su hija?" "¿La llamo?" "Sí, por
favor." Vuelve a aparecer en pantalla la imagen del noticiero, ahora mostrando a una
mujer joven, morocha, emergiendo desde los fondos oscuros de una modesta casa de
barrio: "¿Vos viste a la Vírgen" "Sí, sí..." "¿Cómo la viste?" "Yo estaba colgando la ropa,
y arriba del tanque vi una luz y bueno, me puse a mirar y vi la Vírgen." La cámara, como
para confirmar lo dicho, sube en un paneo héctico por el techo hasta encontrar el tanque
de agua, para cortar después contra un close-up de las caras de vecinos y transeuntes,
gente humilde de facciones mestizas, cuyas miradas repiten el movimiento mientras la
periodista insiste: ¨¿La viste alguna otra vez? ¿Es la primera vez? ¿De cerca o de lejos?"
Corte sobre la cara de la joven: "Y, más o menos, yo estaba ahí en el patio y la vi en el
tanque..." Empieza a sonar el teléfono; nuevo corte sobre la habitación de Isabel mientras
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se siguen escuchando voces desde la tele (un hombre: "...me dijo que la veía..."), hasta
que, al final, Isabel atiende la llamada. Corte sobre José en el departamento de Mercedes
en Buenos Aires.
Los críticos principales del filme se han apresurado a leer en la afirmación de Momi el
momento de desencantamiento productor de conciencia propio de la novela de iniciación
moderna: "Quizás ella, finalmente, ha entendido," dice David Oubiña, refiriéndose a una
posible comprensión de "lo falso y artificioso," "la torpe manipulación" que ejerce el
espectáculo televisivo.xi Quizás efectivamente sea así; pero me parece que esta lectura
desatiende la peculiar relación de intimidad personal que Momi ha sabido construir hasta
ahí con "el milagro," relación cuya emergencia habíamos presenciado precisamente a
través de la serie de noticieros que también eran la cifra visual de los momentos de
cercanía entre ella e Isabel. Coincidencia, por supuesto, que Momi desde el comienzo
mismo del filme había traducido en un lenguaje religioso (uno de los primeros planos la
muestra rezando en voz baja, acostada al lado de Isabel, y dándole las gracias a Dios por
el don de su amada): quiero decir, el "peregrinaje¨ de Momi antes que como un episodio
de desilusión religiosa tal vez deba leerse más bien como un ritual de duelo amoroso, tal
y como la asistencia a las entregas del milagro-espectáculo había proporcionado para ella
el lenguaje ritual de un estado de felicidad –de gracia– nunca antes experimentado. De
este modo, su historia entronca con la de Amalia en La niña santa, quien también se
adueñará de una figura del ideario católico –el llamado– para construir a partir de ella su
emergente subjetividad sexual. En Amalia como en Momi, esa apropiación del milagro
para construir con él un lenguaje ritual altamente personal, vehiculiza procesos de
subjetivación que pueden o no terminar en el desencanto secularizador que sugiere
Oubiña. Pero antes que eso, apuntan hacia una multiplicidad de usos íntimos del milagro-
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espectáculo, visión vacía que se torna fetiche y que, como éste, puede ser investida de
significados y poderes diversos y contradictorios.
Accidente y milagro son, en ambos filmes, las figuras de transformación que condensan
las experiencias de metamorfosis de aquellos personajes que son los portadores de la
mirada: las adolescentes. Lenguajes del deseo, enmarcan un espacio-tiempo libidinal
donde la transgresión y la salvación se confunden. Pero sobre todo, corresponden a un
tipo de experiencia que tiene al personaje como espectador más que como actor de una
situación que excede sus facultades de protagonizar y así reconvertirla en movimiento
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Milagro e historia
Pero si, para Avelar, sólo esa escritura que se construye desde el corazón mismo, la
crípta, del estado de derrota, puede alcanzar una fuerza crítica volcada en contra de su
propia materialidad, esa misma fuerza, en el cine, pareciera resultar de la incorporación
de la mirada ingenua solicitada por el espectáculo y el milagro, pero para construir a
partir de ella una "fábula contrariada". Es ahí, sugiero, donde confluyen los ejercicios
martelianos de exposición a través de la mirada infantil o adolescente y el trabajo sutil de
encuadre y edición de Ciudad de María (Enrique Bellande, 2003), documental notable
sobre la transformación de San Nicolás, provincia de Santa Fe, de la ciudad-fábrica del
acero en la ciudad-santuario de la neorreligiosidad posindustrial. En Martel como en
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El "relato" de Ciudad de María avanza en dos ejes que recrean en la materia fílmica
misma el movimiento espacio-temporal propio de la devoción mariana: por un lado,
acompaña a los peregrinos quienes, desde distintos lugares y por distintos móviles, se van
acercando paulatinamente al sitio sagrado; por el otro, vuelve a hurgar en la historia del
"milagro" (vuelta a contar todos los años, como vemos al acompañar al periodista local
en su rutina de entrevistas a testigos y autoridades, trabajo que ha realizado –explica–
desde que le tocó "destapar" la aparición de la Vírgen a Gladys Motta, vecina de la
localidad). Ambas tramas, el viaje en el espacio y el viaje en el tiempo (hacia el "origen"
y de ahí nuevamente al presente), finalmente confluyen en el rito extático de la procesión,
realizada precisamente en el aniversario de la primera aparición. Ese tramo final, donde
el ritmo de la película parece coincidir por entero con el de su objeto, ha sido criticado
como una "deposición de armas" por parte del cineasta, en "reconocimiento de que no es
posible resistirse a la seducción del espectáculo"xv. Sin embargo (como termina
sugiriendo el mismo crítico), en realidad la secuencia admite también la lectura opuesta
ya que, al encontrarse inserta no sólo al final del trayecto ritual sino también de su
incorporación como el doble eje de una narración cinematográfica, esta secuencia ya está
irremediablemente saturada de historicidad. La multitudinaria expresión de fe,
intervenida por el cine, no puede sino volverse expresión histórica. Y la secuencia donde
celebra su triunfo el espectáculo del milagro es en realidad el triunfo del trabajo
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Ese triunfo está simultáneamente marcado y renegado por los dos paneos que abren y
cierran el filme. En el primero, la cámara abarca, en un largo travelling de izquierda a
derecha sobre la ciudad, el río con las instalaciones fabriles y el centro con sus torres de
departamentos y oficinas, hasta pararse en la basílica en construcción. En el último, el
encuadre se abre desde el templo a una panorámica de la ciudad, inundada por la luz
violácea de un atardecer kitsch. Ya no se ven ni el río ni las fábricas. El movimiento
narrativo del primer paneo ha sido cancelado por el movimiento radial del acontecimiento
milagroso que borra la historicidad de aquél como también la propia. Su triunfo, sin
embargo, viene demasiado tarde: ya el filme nos ha mostrado la historia de esa imagen,
que no es otra que la del reemplazo paulatino de la imagen inicial. Ciudad de María, en
otras palabras, es la historia del traspaso de una visión a otra: y es así como, a su pesar, la
imagen radial de la ciudad-santuario es forzada a decir su propia historicidad, a volverse
ella misma visión histórica, figura del momento histórico que ha pretendido ofuscar. Su
victoria, gracias al trabajo sutil y paciente del cine, se ha vuelto pírrica.
Todo el filme, de hecho, puede leerse como un despliegue de esa gran tensión entre dos
imágenes que remiten a dos regímenes de visibilidad distintos. Lucha que queda instalada
desde las primeras tomas que siguen a la panorámica del comienzo: una "movilera" de un
canal privado de televisión, preparándose a filmar una nota frente a la casa de Gladys
Motta, rodeada de una multitud de peregrinos (ella aparece filmada por la cámara de
Bellande que –aquí como en otras tomas que muestran el trabajo de producción de la
noticia– cancela el efecto de inmediatez televisiva): "Ésta es la casa de Gladys Motta.
Según la tradición, la Vírgen se le apareció por primera vez el 25 de septiembre de
1983..."xvi Corte a una cámara móvil que, entre los créditos de producción del filme, se
inmersa en la multitud, aprovechando las entrevistas que la movilera saca a varias
mujeres ("...nunca se la ve en fechas como ésa..." "¡No sale!" "Si siempre viene a saludar
a los peregrinos..." "Sí, la vieron, la vieron..."). Terminan los créditos, y la cámara ha
llegado, como si se hubiese escondido entre ellos, al zaguán de la casa, enfocando un
hombre anciano levantando los montículos de cartas que han dejado los peregrinos. El
hombre repara en la cámara y se abalanza sobre ella: "Che pelotudo, qué me venís
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Una y otra vez, a lo largo del filme, la cámara pierde la batalla contra los fieles quienes,
en una ocasión, hasta llegan a improvisar una manifestación espontánea ("¡Qué se vayan!
¡Qué se vayan!") a fin de impedir que el equipo de Bellande filmara a la vidente,
ahuyentándola talvez definitivamente de sus miradas. Pero esa hostilidad violenta a que
se grabe a Gladys, como si la captura fílmica pudiera interponerse irrevocablemente a su
contacto personal, su propia visión de la vidente, contrasta con la proliferación barroca de
imágenes generada por el culto: desde las estatuas, medallones y pañuelos de la Vírgen de
todo tamaño y valor que se comercializan por toda la ciudad (incluyendo a varias actrices
que se ganan la vida haciendo de "estatuas vivas", sacándose fotos con los peregrinos,
besando bebés y descapacitados a cambio de contribuciones módicas) a la cobertura
periodística y televisiva non-stop de los rituales peregrinos. Entre el secreto y el
exhibicionismo, la cámara de Bellande revela un régimen de visibilidad doble que remite
a una duplicidad al interior del propio culto mariano, una doble puesta en escena del
milagro: por un lado el "santuario", de dimensiones babélicas, donde se adora a la imagen
de la Vírgen en rituales variados que van del acto de besar su casco de vidrio al
suministro de agua bendita; por el otro, la casa barrial de Gladys Motta donde los
peregrinos le dejan a la vidente sus pedidos escritos. Pero de esta manera Gladys, esa ama
de casa humilde que volvió oportunamente a su encierro doméstico para dejar
protagonismo a Dios y a la Vírgen, en palabras del Padre Pérez, el cura parroquial
transformado en 'rector de la Basílica de la Vírgen del Rosario', se convierte como ésta
última en mujer hablada por una multitud de locutores, eclesiásticos y televisivos.xvii Y el
filme muestra que recién a partir de esta cobertura mediática de la mediación inicial
surge "el milagro" como acontecimiento y como espectáculo, a la vez de que su poder de
atraer a los fieles depende crucialmente de esta presencia muda de la vidente original por
fuera de la visibilidad ritualística oficial.
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En otras palabras, el doble régimen de visibilidad del "milagro" está basado en dos
sistemas espacio-temporales: por un lado, la virtualidad "glocalista"xviii del milagro-
espectáculo cuyo acontecer ritual –como en La ciénaga– tiene lugar en y para los medios
audiovisuales (y digitales) masivos; por el otro, el contacto personal e íntimo (no importa
aquí si real o imaginario), a través de la escritura, con la vidente quien debe permanecer
off camera justamente para preservar la posibilidad de un anclaje material, una localidad
en tiempo y espacio que el régimen del espectáculo ya sólo conoce como "tradición" o
mito fundador. Que la escritura epistolar intervenga justo en este nivel de ritualidad es
interesante ya que ella remite a la materialidad y secuencialidad narrativa de una
memoria mediada por la historia; un modo de experiencia cuyo clímax la película
identifica entre nostálgica e irónicamente con el estado de bienestar nacional-fordista. Es
decir, propulsada por la "tradición" milagrosa a hurgar en el archivo, el filme de Bellande
se encuentra con su propia tradición, la tradición del cine como operador del sueño de la
modernidad. Marcado en la película por los números que indican al proyectador el
comienzo de la cinta fílmica, Bellande inserta en su relato un clip publicitario de la
empresa metalúrgica SOMISA que presenta una imagen de contenido y textura
radicalmente distinta de las anteriores (filmadas en vídeo digital): una suerte de edad de
oro del estado nacional de bienestar – un amanecer en el río; obreros en la fábrica, con
música de orquesta de fondo y un eslógan que resume: "Todo es acero." Pero antes de
proseguir a mostrar los múltiples beneficios del progreso industrial en una ciudad
"identificada con la empresa," "preparándose para el mañana" en pos de "alcanzar un
mejor nivel de vida," de manera que, de hecho, "acero es vida" (un bebé recién nacido;
corte a un close-up de la cara feliz de su madre joven), Bellande interrumpe la
continuidad del clip insertando una imagen del centro urbano actual. Atrás, una voz de
noticiero hace memoria: "La centenaria San Nicolás de los Arroyos era una ciudad
rebosante de industrias y trabajo, con gentes de mucha fe religiosa..."
Contra ese relato consolador de una fe de acero que pudo superar hasta la desaparición
del mismo, intervención divina por mediante, Bellande edita una secuencia fragmentada
de noticieros que cuentan la historia de despidos, luchas y derrotas que causó el cierre de
SOMISA en 1991. Repasando esas instantáneas del pasado reciente, el filme encuentra el
momento exacto en que el reclamo sindical y la lucha política por las fuentes del trabajo
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el pueblo argentino que recen con nosotros ... y bueno: ¡síganme juntos, por Telefé!" "Lo
estoy haciendo por ustedes y no se olviden de rezar por mí. ¡Chau!" El mensaje es
reforzado por "Milva", la rubia presentadora en el estudio ("¡Y claro que la Vírgen lo va a
escuchar! La Vírgen lo está esperando a Cristian. ¿Y saben por qué lo está esperando?
Porque va por los débiles, por los chicos... va por la vida, y con eso alcanza."), por los
movileros cubriendo la nota y por la sucesión de subtítulos que ofrecen aún más
variaciones sobre el mantra central: "Con los ojos del corazón. El no vidente Cristian
Reboa partió a San Nicolás"; "Cristian por los chicos. Acompañamos su viaje a San
Nicolás"; "Cruzada por los chicos. La emoción de Cristian Reboa"; etc. Sobreabundancia
de imágenes y sonidos, de frases dichas y escritas repitiendo una y otra vez lo mismo, y a
cuyo centro el "no-vidente" proporciona una suerte de objeto ideal para que puedan
converger sobre él todas las miradas, la serie es también una suerte de espejismo, de
versión en negativo, de la visita una y otra vez frustrada de la cámara de Bellande a la
casa de la vidente elusiva. Frente a la invisibilidad y el misterio de ésta, el bombardeo de
imágenes, evidentes hasta la vaciedad.
Como puro espectáculo, el peregrinaje del ciego no puede sino terminar en la basílica del
Padre Pérez y no ante la casa de Gladys. La secuencia es una suerte de crescendo extático
donde la exaltación mística del flagelante se combina con el exhibicionismo feroz del
reality show: un movilero trajeado y con micrófono lo recibe al ciclista exhausto y
acechado por una multitud frenética (subtítulo: "Cristián por los chicos. Emotiva llegada
a San Nicolás"), oficiando de mediador entre éste, los presentadores en el estudio y
nosotros los espectadores. "¡Llegaste, Cristian, llegaste! ¡Mirá quien está por acá! ¡Está
papá Mario, mamá Rosa¡" Se abrazan llorando, la voz del presentador desde el estudio
comentando: "Es la mamá de Cristian, precisamente. La mamá también es no-vidente, el
papá también." Interviene Milva, la presentadora femenina: "Y ella es Mirta, la esposa de
Cristian, quien lo acompaña en cada uno de sus emprendimientos por la vida, por los
chicos, por Telefé." El presentador: "Es un reencuentro más que emotivo. Con el papá, la
mamá, la esposa..." Vuelve a intervenir el movilero, alcanzándole el micrófono a Cristian:
"¡Emocionante recibimiento! Cristian, te están escuchando Jorge y Milva desde el
estudio." Cristián, el auricular contra la oreja junto al rosario, con voz moribunda:
"Hola... no puedo escuchar, no puedo escuchar..." Enseguida aparece el Padre Pérez,
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ensotanado, besando y abrazando a Cristian (el movilero acerca su micrófono para que
escuchemos la conversación); empiezan a entrar en el templo mientras el movilero lo
entrevista al ciego: "Es un momento feliz pero no puedo más, me duele mucho la pierna,
se me tiró la gente encima, Jorge..." Llora, rengeando; vuelve el movilero: "Estamos
entrando al santuario, Jorge, le cuesta mucho entrar, hay mucho dolor en la pierna." Así,
entre llantos, gritos y aplausos de la multitud, llegan al casco vidriado de la Vírgen
("fuerza, Cristian... ¡la última fuerza!"), el movilero comentándole a Cristian y a nosotros
cuantos pasos faltan, ayudado por el Padre Pérez, hasta que el ciego toca y besa el vidrio
y todos se ponen a rezar; Cristian interrumpiéndose cada tanto y amenazando con
desmayarse: "No doy más... no doy más, loco ... Santa María madre de Jesús..."
cinematográfico, nos afronta como eso que nos sobrevino desde la exterioridad del
milagro y del accidente, y que no cesa en su implacable acontecer.
NOTAS
i
Georg Simmel, The Philosophy of Money [1907] (London: Routledge, 1978), 125.
ii
Ver Jaroslav J. Pelikan, Mary Through the Centuries. Her Place in the History of Culture (New Haven, CT:
Yale University Press, 1996).
iii
Ver Thomas A. Kselman, Miracles and Prophesies. Popular Religion and the Church in Nineteenth-Century
France (New Brunswick, NJ: Rutgers University Press, 1983); también Peter Beyer, Religion and Globalization
(London: Sage, 1994).
iv
Walter Benjamin, "Kapitalismus als Religion," Gesammelte Schriften, Band VI. Fragmente,
Autobiographische Schriften (Frankfurt am Main: Suhrkamp, 1991), 101.
v
Los ejemplos más notorios en la Argentina son los cantantes de cumbia Gilda y Rodrigo Bueno, ambos
fallecidos en accidentes de tránsito en 1996 y 2003, respectivamente. Otro tipo de devoción es la profesada a
víctimas de crímenes ampliamente difundidos en los medios, como en el caso de María Soledad en Catamarca.
Mientras tanto, en Colombia y en el norte mexicano se registra el fenómeno de los narcosantos como Jesús
Malverde, reinterpretando la clásica figura del bandido social. Cristian Alarcón ha estudiado fenómenos
parecidos en las villas miseria del conurbano bonaerense. Ver su Cuando me muera quiero que me toquen
cumbia (Buenos Aires: Norma, 2003); también Frank Graziano, Cultures of Devotion. Folk Saints of Spanish
America (Oxford: Oxford University Press, 2007).
vi
Manuel A. Vásquez & Marie F. Marquardt, "Globalizing the Rainbow Madonna: Old Time Religion in the
Present Age," Theory, Culture and Society 17, 4 (2000): 119-43.
vii
Por lo tanto, sugiere Shawn Wilbur, "las raíces más profundas de la virtualidad parecen remontarse a una
Weltanschauung religiosa donde poder y bondad moral se unen en la virtud. La característica de lo virtual es su
capacidad por producir efectos, o de producirse a si mismo como efecto aún en la ausencia de un 'efecto real'. El
aire de lo milagroso que rodea a la virtud ayuda a ofuscar la distinción entre los efectos reales de poder y/o
bondad y los efectos que valen como reales." (Shawn Wilbur, "An Archaeology of Cyberspaces: Virtuality,
Community, Identity,¨ in Internet Culture, ed. David Porter, London, Routledge, 1997: 9-10).
viii
David Oubiña, Estudio crítico sobre La ciénaga (Buenos Aires: Picnic, 2007), 27.
ix
Sobre la economía afectiva de la sutura en el cine clásico, la referencia obligatoria es el famoso artículo de
Laura Mulvey, "Visual Pleasure and Narrative Cinema," in Screen 16, 3 (1975): 6-18.
x
Oubiña, Estudio crítico: 16.
xi
Oubiña, Estudio crítico: 44. Ver también Ana Amado, "Velocidades, generaciones y utopías: a propósito de La
ciénaga, de Lucrecia Martel," ALCEU 6, 12 (2006): 48-56 (esp. p. 52).
xii
Gonzalo Aguilar ha resaltado la importancia del accidente en la organización narrativa de muchos filmes
argentinos recientes donde, afirma, "el accidente pone en movimiento a la historia" y donde los cuerpos aparecen
abrumados por "un exceso de lo real aleatorio". Ver Aguilar, Otros mundos. Un ensayo sobre el nuevo cine
argentino (Buenos Aires: Santiago Arcos, 2006): 47.
xiii
Gilles Deleuze, Cinema 2: The Time-Image (London: Athlone, 1989), 3; Jacques Rancière, La fable
cinématographique (Paris: Seuil, 2001), 95, 99. La película de Albertina Carri, Los rubios, sería otro ejemplo en
el cine argentino más reciente, de ese uso crítico de la "puesta en escena infantil", como posición estratégica
desde donde exponer prácticas nemónicas que ya se han vuelto convencionales en la Argentina posdictatorial, y
que aquí, en cambio, vuelven a ser entrevistas como si fuera "por primera vez".
xiv
Idelber Avelar, Alegorías de la derrota. La ficción posdictatorial y el trabajo del duelo (Santiago de Chile:
Cuarto Propio, 2000), 29.
xv
Aguilar, Otros mundos: 159.
xvi
Desde luego, el uso de la voz "tradición" es otro ejemplo cabal de esa implosión de historicidad en manos del
aparato massmediático, no sólo por el extraordinario achicamiento de la memoria que manifiesta al remitir al
orden de la leyenda y la tradición oral un "hecho" acontecido a menos de dos décadas de distancia, sino también,
y sobre todo, porque es en realidad completamente autorreferencial: la "tradición" es de tan poca duración
porque es la tradición de la televisión; una tradición producida en y por los medios masivos posdictatoriales (o
sea, privados) para quienes, de hecho, un lapso de quince años equivale a un salto a la lejana prehistoria, a los
tiempos míticos de fundación.
xvii
Para más imágenes y datos sobre la extensa obra del Padre Pérez, verdadero autor del milagro de San Nicolás
y de un libro titulado, inverosimil pero previsiblemente, Soy tu madre, consúltese el website oficial del santuario
de San Nicolás, que incluye oportunidades para realizar un peregrinaje virtual a través del enviado de peticiones
por email o del firmado de un pedido electrónico de canonización del milagro santafesino: http://www.virgen-de-
san-nicolas.org/default.asp
xviii
La noción de glocalization surgió en el ámbito empresarial, en referencia al modelo de producción
introducido originalmente por empresas manufacturadoras japonesas en los años ochenta (el dochukuka).
Combina el micro–marketing dirigido a multiples públicos locales con un alto grado de flexibilización y
descentralización en la producción y distribución, de modo que permite una respuesta rápida a fluctuaciones en
la demanda local. Al mismo tiempo que refuerza los efectos de localización a través del monitoreo y la
estimulación de prácticas de consumo, contribuye de hecho a la centralización de ganancias y poder en la red de
"ciudades globales" de un emergente híperespacio financiero que se ubica por encima de las localidades que
distribuye. Ver David Harvey, The Condition of Postmodernity: an Enquiry into the Origins of Cultural Change
(Oxford: Blackwell, 1989); Saskia Sassen, The Global City: New York, London, Tokyo (Cambridge: Cambridge
University Press, 1988).