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Infinitesimal / VIDA Y MUERTE DE LAS PALABRAS

Juan Cristóbal Pérez Paredes

A nadie se le oculta que las palabras, como las personas, tienen vida. Ellas, una vez
acuñadas, se vuelven monedas de uso, pero, a diferencia de aquéllas, adquieren los brillos
más extraños y diversos. Las palabras mueren, es verdad. Hoy nadie utiliza la palabra
concupiscencia. Sin embargo, algunas se resisten a morir y en vez de eso mutan, haciendo
efectiva la idea de Darwin de que sólo los más fuertes sobreviven (algo que el griego
Trásimaco, en el contexto de los temas sociales, defendió ante Platón).

Para ilustrar lo anterior acudo al ejemplo que Carlos García Gual, experto en temas
griegos, reseña a vuelo de pájaro en su estudio sobre Periandro. Ahí habla de scholé como
la condición preliminar de la actividad teórica. En efecto, la teoría es pura acción, porque
theoria es contemplar, recorrer con los ojos y después hacer preguntas, mirar e indagar.
Antes de eso, comenta García Gual, lo que hay es tiempo libre, vagabundeo en la acepción
que Emerson daba al término: paseo, libertad. Es la scholé, y el motivo por el que en
español tenemos nuestra escuela.

Según esto, escuela designaba el tiempo libre, el ocio. ¿Cómo fue que esta palabra
llegó a tener el significado actual? Dejo abierta la cuestión. El caso es que el sentido
moderno se ubica en el punto opuesto respecto del sentido griego. Michel Foucault
estudió con inteligencia las instituciones de normalización del sujeto, las prisiones, las
clínicas, el clero, los centros psiquiátricos y, desde luego, las escuelas. Del filósofo que
pasea o hace excursiones (Aristóteles y los peripatéticos, peripatêín: pasear) a la figura del
profesor que, desde la cátedra (silla, asiento) dicta sus clases a los estudiantes que están en
el subsellium (banquillo), sí, sub, debajo o por debajo de la autoridad académica.

El uso de las palabras también es un signo de los tiempos. Lo que algunos


consideran abuso es, por otra parte, cambio de perspectiva. Libertad contra
condicionamiento, ocio contra fijación por partida doble: pasividad y obsesión repetitiva.
El tiempo libre era, pues, tiempo y libertad, es decir, acción que presagiaba la otra acción,
la acción del cuerpo y la acción del espíritu. El ocio ya era actividad en la más estricta
acepción. Momentos del día la scholé y la theoría. Esta forma de entender el tiempo se
transformó cuando el trabajo se volvió el eje de la praxis, y de pronto el acto de contemplar
terminó relegado al momento del ocio, de modo que ambas palabras, ocio y teoría fueron
opuestas artificialmente a la práctica. El ocio o el arte de no hacer nada.

No hacer, hacer poco o casi nada. En cualquier caso no hacer. El ocio es la


contraparte del trabajo, el descanso y, según la propuesta de una economía capitalista, el
necesario complemento del trabajo productivo. Estar de ocio ya no es productivo y la
teoría únicamente tiene valor si exhibe condiciones prácticas. La escuela pierde esa
dimensión de vagabundeo y libertad, abocada como está a la formación de sujetos
normales que verán justificada esa formación en los intrincados mecanismos del trabajo en
tanto que producción. La scholé murió, en verdad, pero también vive en la imagen
especular el tiempo.

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