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Los impulsos hostiles hacia los padres (deseo de que mueran) son, un elemento
integrante de la neurosis. Afloran conscientemente como representación obsesiva.
Estos impulsos son reprimidos en tiempos en que se suscita compasión por los padres:
enfermedad, muerte de ellos. Es una exteriorización del duelo hacerse reproches por
su muerte (las llamadas melancolías), o castigarse histéricamente, mediante la idea de
la retribución, con los mismos estados de enfermedad que ellos han tenido.
Se tiene en la mano la clave del cuadro clínico si se disciernen los autorreproches como
reproches contra un objeto de amor, que desde este han rebotado sobre el yo propio.
Hubo una elección de objeto, una ligadura de la libido a una persona determinada, por
obra de una afrenta real o un desengaño de la persona amada sobrevino un
sacudimiento de ese vínculo de objeto. El resultado no fue el normal, sino que la
investidura de objeto resultó poco resistente, fue cancelada, la libido libre no se
desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Pero ahí sirvió para establecer
una identificación del yo con el objeto resignado. La pérdida del objeto hubo de
mudarse en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una
bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por identificación.
Tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación en el objeto de amor y, por
el otro, una escasa resistencia de la investidura de objeto. Según una certera
observación de Otto Rank, esta contradicción exige que la elección de objeto se haya
cumplido sobre una base narcisista, la investidura de objeto pueda regresar al
narcisismo si tropieza con dificultades. La identificación narcisista con el objeto se
convierte en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el
vínculo de amor no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada.
El análisis de la melancolía nos enseña que el yo sólo puede darse muerte si en virtud
del retroceso de la investidura de objeto puede tratarse a sí mismo como un objeto, si
le es permitido dirigir contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y
subroga la reacción originaria del yo hacia objetos del mundo exterior.
En el duelo se necesita tiempo para ejecutar la orden que dimana del examen de
realidad; y cumplido ese trabajo, el yo ha liberado su libido del objeto perdido. Un
trabajo análogo podemos suponer que ocupa el yo durante la melancolía; nos falta la
comprensión económica del proceso. El complejo melancólico se comporta como una
herida abierta, atrae hacia sí desde todas partes energías de investidura y vacía al yo
hasta el empobrecimiento total.
En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto, y queda disponible
todo el monto de contrainvestidura que el sufrimiento dolido de la melancolía había
atraído sobre sí desde el yo y había ligado.
El duelo normal vence la pérdida del objeto y mientras persiste absorbe de igual modo
todas las energías del yo. Para cada uno de los recuerdos y las situaciones de
expectativa que muestran a la libido anulada con el objeto perdido, la realidad
pronuncia su veredicto: el objeto ya no existe más, y el yo se deja llevar por la suma
de satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida y desata su ligazón con el
objeto aniquilado.