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La Independencia de Brasil

Portugal, tenía una doble función ya que durante el siglo XVIII era un país pequeño
atrasado económicamente y culturalmente aislado, pero con una gran ventaja, poseía un
imperio mundial que se extendía por 3 continentes, es decir, Asia, África y América; estos
territorios constituían una fuente importante de rentas para la corona. Para poder
sostener el imperio y administrarlo contaban con los impuestos sobre la producción, el
consumo y el comercio doméstico, los monopolios y los derechos de importación y
exportación.
Tanto Lisboa como Oporto, eran los centros comerciales, servían también de puerto para
los bienes no portugueses que se exportaban a las colonias. Las reexportaciones
brasileñas eran esenciales para la balanza comercial de Portugal; Inglaterra, por su parte,
proveía a Portugal de bienes manufacturados a cambio de textiles, vinos, aceite de oliva y
algodón brasileño; además este, era el garante de la independencia de Portugal.
Durante el siglo XVIII, al igual que España, había evaluado su situación y la de imperio. Esto
quiere decir que iniciaron y pusieron en práctica una serie de medidas económicas y
administrativas destinadas a superar el atraso cultural y económico de Portugal y a reducir
su dependencia económica y política de Inglaterra.
Se tenía como objetivo modernizar la agricultura portuguesa, desarrollar manufacturas,
mejorar la educación, extender el comercio colonial. Esto significaba para Brasil el
establecimiento de mayores controles de la administración. El virrey sólo tenía poderes
restringidos fuera de la capitanía general de Río de Janeiro y sus capitanías subordinadas.
Estas medidas eran algo urgentes ya que después de más de un siglo y medio de
crecimiento y prosperidad basada en la agricultura de plantación, el tercer cuarto de siglo
XVIII había sido para el Brasil un periodo de prolongada crisis económica.

Pombal y sus sucesores no consiguieron que la industria minera del interior se recuperara,
pero en 1780 la zona costera de Brasil comenzó a gozar de un renacimiento agrícola. Esta
recuperación se vio reforzada a finales del siglo XVIII por la expansión del mercado de
alimentos como resultado del crecimiento de la población, de la urbanización y de los
inicios de la industrialización en Europa occidental.
Portugal permaneció neutral hasta 1807 en las guerras que siguieron a la Revolución
Francesa y al ascenso de Napoleón, por ende, el comercio entre Portugal y sus colonias no
se interrumpió gravemente.
Por su parte, el crecimiento de las exportaciones agrícolas de Brasil fue la principal causa
de la “prosperidad” de Portugal a comienzos del siglo XIX. Los productos brasileños
representaban el 80% de las importaciones de las colonias portuguesas. Este crecimiento
de Brasil, coincidió con la Revolución Industrial en Gran Bretaña y del desarrollo de las
industrias textiles británicas.
Desde 1790, Portugal mantuvo una balanza comercial negativa con su más importante
territorio ultramarino.

A partir de la mitad del siglo XVIII surgió en Brasil un sentimiento de identidad entre
algunos sectores de la oligarquía blanca americana, que se componía básicamente de
grandes ganaderos. Y a finales de este siglo, se comenzaron a escuchar críticas al sistema
mercantilista y a las restricciones que imponía al comercio colonial y a la producción
agrícola; como también a los impuestos excesivos y, a la escasez y altos precios de los
bienes manufacturados de importación. Varios liberales estaban dispuestos a desafiar el
absolutismo portugués y a exigir autonomía política y participación brasileña en el
gobierno.
La corona portuguesa proporcionaba estabilidad política y social y en cuanto a su poder
militar era limitado. Los oficiales de la milicia eran en su mayoría terratenientes, y los
soldados rasos (todos los hombres libres de una zona geográfica particular).
En cuanto a la relación con la metrópoli, los brasileños tenían lazos más estrechos en
comparación a los criollos de la América española. Por varias razones; ya que, la oligarquía
brasileña estaba en su mayor parte menos arraigada; también el dominio colonial
portugués no era ni mucho menos tan opresivo ni exclusivo como el español; los lazos
familiares y personales que existían entre los miembros de las elites portuguesas y
brasileña se mantenían y reforzaban a través de una formación intelectual común; Brasil
era una sociedad esclavista, los esclavos eran una tercera parte de la población de Brasil.
Con respecto a la minoría blanca vivía con miedo por la amenaza de un levantamiento
social y racial; la economía de Brasil era predominantemente agrícola y ganadera y
orientada a la exportación. La economía doméstica y el comercio interno eran de escala
reducida; y por último el monopolio comercial de Portugal era protegido con menos celo
que el de España.

Portugal y Brasil no lograron evitar por completo la revolución democrática y la crisis del
viejo sistema colonial durante el siglo XVIII, sólo hubo 2 conspiraciones importantes contra
el dominio portugués en Brasil:
-la primera en Minas Gerais en 1788-1789
-La segunda en Bahía en 1798 (está fue predominantemente urbana y dio lugar a un
movimiento más radical dirigido a provocar el levantamiento de los mulatos, los negros
libres y esclavos. Se aspiraba a la independencia política de Portugal, un gobierno
demócrata y republicano, a la libertad de comercio).
Con respecto a la primera, fue el más serio de los movimientos anti portugueses, Mina
Gerais era una de las capitanías más importante y poblada de Brasil pero estaba sufriendo
una recesión económica, a su vez era una capitanía con una rica vida cultural e intelectual.
Algunas de las personas más acomodadas e influyentes de la región participaron en la
conspiración. La rebelión se inició como una protesta en contra de unas contribuciones
fiscales opresivas e impuestas por un sistema de recaudación de impuestos más eficiente
y menos corrupto; pero luego adquirió un carácter anticolonial dirigido poner fin al
dominio portugués, pero la conspiración fue un fracaso.

La clase dominante de Bahía, no estaba dispuesta a escuchar las exigencias de cambios


políticos. El auge del azúcar y la generalizada prosperidad económica de la década de
1790, que por cierto fortaleció aún más su apego, a la esclavitud y al comercio de
esclavos, fue un poderoso incentivo adicional para la oligarquía de Bahía tolerara las
relaciones coloniales existentes. Portugal tuvo la fortuna de mantenerse neutral frente a
las guerras europeas, pero también le ayudo la calidad de su liderazgo político. Sousa e
Coutinho pudo darse cuenta que las reformas solo podrían retardar, y hasta podrían
precipitar, lo inevitable. Las futuras relaciones de Portugal con Brasil estaban de alguna
manera a merced de factores externos. Si Portugal era arrastrado a la Guerra, don Rodrigo
había recomendado que en vez de correr el riesgo de perder Brasil, el príncipe regente
don Joao podría y debería como último recurso abandonar Portugal, trasladarse a Brasil y
establecer un gran y poderoso Imperio en Suramérica. En 1807, Napoleón emitió un
ultimátum, al ministro de Asunto Exteriores portugués: el príncipe regente debía cerrar
sus puertos a los barcos ingleses, encarcelar a los ingleses residentes en Portugal y
confiscarles sus propiedades, o afrontar las consecuencias de una invasión francesa. Si
don Joao cedía ante las amenazas francesas, George Canning, secretario de Asuntos
Exteriores británico, amenazó con capturar y destruir la flota naval y mercantil de Tajo y
apoderarse de las colonias de Portugal, incluyendo Brasil. Canning ofreció protección
británica en el evento de que el príncipe regente decidiera retirarse temporalmente a
Brasil. Desde el punto de vista británico, esto sería lo más satisfactorio: no solo se lograría
mantener así a la corte portuguesa y la flota portuguesa, y para el efecto Brasil, lejos del
alcance de Napoleón, sino que también podría esperarse que Brasil se abriera
directamente al comercio británico.

El 23 de noviembre se recibieron noticias de que cuatro días antes el ejército francés había
cruzado la frontera portuguesa con España y que solo se encontraba ahora a cuatro días
de marcha reforzada a Lisboa. Al día siguiente, Don Joao tomo la decisión de abandonar el
reino que no podía conservar a no ser como vasallo de Francia, y retirarse, cruzando el
Atlántico a su colonia más importante. Entre el 25 y 27 de noviembre de 10 a 15.000
personas (el príncipe regente don Joao y una docena de miembros de la familia real, los
miembros del Consejo de Estado, ministros y consejeros, jueces de la corte suprema,
funcionarios del Tesoro, los jefes de altos rangos del ejército y la marina, la jerarquía de la
iglesia,, miembros de la aristocracia, burócratas, profesionales y hombres de negocio,
varios centenares de cortesanos, sirvientes y pegotes, una brigada armada de 1.600
hombres, ciudadanos que lograron conseguir pasaje, se embarcaron en el buque insignia
Príncipe Real. También iría a bordo parte del tesoro real y los archivos del gobierno, fue un
acontecimiento único en la historia del colonialismo europeo. El viaje fue una pesadilla: la
flota se dividió a causa de una tormenta; el grupo real sufrió de congestionamiento, falta
de alimentación y bebida, piojos e infecciones, la travesía se llevó a cabo con buen éxito y
el 22 de enero de 1808 la realeza fugitiva arribaba a Bahía. Don Joao rehusó una oferta
para establecer su residencia en Salvador y después de un mes partió hacia Rio de Janeiro.
Rio de Janeiro se convirtió de la noche a la mañana en la capital del imperio mundial.
Entre abril y octubre de 1808, se instalaron allí las principales instituciones del Estado
absolutista portugués. La presencia del Rey portugués y del gobierno portugués en Rio de
Janeiro aseguró un mayor grado de centralización del poder. Portugal era ahora la colonia,
y Brasil la metrópoli. Brasil no era una colonia, pero tampoco era un país independiente ni
podía controlar su propio destino, el traslado de la corte portuguesa a Rio ha sido
considerado generalmente como una de las más importantes etapas en la evolución de
Brasil hacia la independencia. Los puertos portugueses se encontraban cerrados como
resultado de la ocupación francesa y del bloqueo británico. Las finanzas gubernamentales
dependían del comercio exterior y de los derechos de importación. Gran Bretaña esperaba
que el gobierno portugués abriese los puertos brasileños al comercio británico directo
ahora que Portugal se hallaba ocupada por franceses. La apertura de los puertos al
comercio exterior provoco una lluvia de protestas por parte de los intereses portugueses
tanto en Rio como en Lisboa, y en respuesta don Joao restringió el comercio exterior a
cinco puertos – Belem, Sao Luis, Recife, Bahía y Rio de Janeiro – y restringió el comercio de
cabotaje brasileño y el comercio con el resto del imperio portugués a los veleros
portugueses. Gran Bretaña, sin embargo, no se contentó con tener un comercio de
puertas abiertas con Brasil. Aspiraba también a la clase de derechos preferenciales que
había disfrutado en Portugal durante siglos. Y don Joao no podía rechazar ni esta ni otras
exigencias: dependía por completo de las tropas y del armamento británico para derrotar
a los franceses en Portugal y de la armada inglesa para la defensa de Brasil y del imperio
portugués en ultramar. En 1810, el príncipe regente también concedió oficialmente a los
comerciantes británicos el derecho a residir en Brasil y a ocuparse en las actividades de
comercio, tanto mayorista como minorista. El príncipe regente se comprometió por
primera vez internacionalmente a reducir y eventualmente acabar con el tráfico de
esclavos. El traslado de la corte portuguesa a Rio de Janeiro en 1808 no solo abrió la
economía brasileña sino que termino asimismo con el aislamiento cultural e intelectual de
Brasil. En Mayo de 1808 se estableció por primera vez una imprenta en la capital y
comenzaron a publicarse libros y periódicos.
Generalmente se había esperado que, tras la liberación de Portugal y el fin de la guerra en
Europa, el príncipe regente regresaría a Lisboa. En 1814 el Secretario de Asuntos
Exteriores de Gran Bretaña, envió a sir John Beresford a Rio de Janeiro con dos navíos de
alto bordo y una fragata para que condujeran a don Joao de regreso a casa. Pero don Joao
había disfrutado su residencia en Brasil, y decidió permanecer en Brasil. El 16 de
Diciembre de 1815 Brasil fue elevado a la categoría de Reino, al igual que Portugal, esta
fecha marca el fin de la condición colonial de Brasil. Al morir su madre, el príncipe regente
paso a ser el Rey Joao de Portugal, Brasil y Algarves. Don Joao fue incapaz de
comprometerse totalmente con Brasil.

Los brasileños sabían en el fondo que todavía existía la posibilidad de que se restaurase su
condición colonial, y se perdiesen todos los logros posteriores a 1808, sin don Joao tomara
la decisión de regresar a Lisboa. Del lado político, el absolutismo ilustrado había probado
ser razonablemente tolerable para la élite brasileña, ya que don Joao gobernaba ahora en
armonía con sus intereses y promovía el crecimiento y desarrollo de Brasil, mientras que
al mismo tiempo garantizaba el orden político y social, en Brasil no había habido crisis de
legitimidad política. En el fondo, acechaban las aspiraciones políticas liberales, y anti
portuguesas. Los brasileños se vieron llamados a pagar por las ambiciones dinásticas de
don Joao y de su esposa Carlota Joaquina, en el Rio de la Plata. Las revoluciones de
independencia en Hispanoamérica, y especialmente la lucha de Artigas y Buenos Aires, le
había ofrecido a Portugal la oportunidad de recobrar el control sobre Colonia do
Sacramento, la que finalmente había sido cedida a España en 1778 tras un siglo de
conflictos. Las tropas portuguesas que quedaron libres de la guerra en Europa
comenzaron a llegar a Brasil. En Junio de 1816, una flota portuguesa y 3.500 hombres
zarparon de Rio hacia el Rio de la Plata, y en Enero de 1817, el general Lecor ocupo
Montevideo, en Julio de 1821 toda la Banda Oriental (Uruguay) que se incorporó a Brasil
como la provincia Cisplatina. Otros ejemplos de sacrificios de los intereses brasileños en
beneficio del Estado portugués, entre ellos fueron el tratado comercial anglo-portugués,
pero también los varios tratados con Inglaterra para la abolición del tráfico transatlántico
de esclavos. Para los propietarios de esclavos de Brasil lo peor estaba por venir. En Julio de
1817, Palmella ministro de Portugal en Londres, firmo un acuerdo adicional al tratado de
1815: se le dio a la armada británica el derecho de abordar e inspeccionar en alta mar los
veleros portugueses sospechosos de tráfico ilícito al norte del Ecuador. En Marzo de 1817,
una revuelta militar a la que se unieron plantadores y dueños de esclavos, algunos
comerciantes prósperos, jueces de la corona y sacerdotes, así como moradores, y
artesanos, desemboco en la proclamación de la República de Pernambuco. La Ley
Orgánica de la república incluyo la tolerancia de cultos y la igualdad de derechos, pero
defendía la propiedad y la esclavitud. La revolución de 1817 había revelado la existencia
de ideas liberales y nacionalistas, incluso dentro del ejército. Se trajeron ahora tropas de
Portugal para guarnecer las principales ciudades. La independencia de Brasil fue
precipitada, después de todo, por los acontecimientos que tuvieron lugar en Portugal en
1820-1821. El 24 de Agosto de 1820, estallo en Oporto una rebelión liberal y nacionalista,
seguida de otra en Lisboa el 15 de Octubre. Provocadas por los militares, recibieron el
apoyo de muchos sectores de las sociedades portuguesa, pero especialmente de la
burguesía, profundamente insatisfecha con las condiciones económicas y políticas de
Portugal tras la guerra. Ante la continua ausencia de don Joao, el gobierno de Portugal
estaba en manos de un Consejo de Regencia presidido por un inglés, el mariscal Beresford.
Los terratenientes, fabricantes, comerciantes, exportadores, e incluso la mayoría de los
portugueses, siguieron sufriendo grandes dificultades económicas, sin ingresos
procedentes de Brasil y sin el comercio Brasileño, el presupuesto portugués estaba en
déficit permanente; los funcionarios civiles y el personal militar dejaron de recibir salarios.
A fines de 1820, los liberales establecieron una Junta Provisoria que gobernaría en
nombre del rey, a quien se le exigía su regreso a Lisboa. En las varias capitanías de Brasil
se establecerían juntas gobernativas provisionales, leales a la revolución portuguesa,
destinadas a supervisar las elecciones para las Cortes de Lisboa. Las noticias de la
revolución de los constitucionalistas liberales en Portugal provoco disturbios de
importancia secundaria en muchos pueblos de Brasil. Fueron los militares en Brasil
quienes dieron los primeros pasos significativos contra el absolutismo. En Bahía, una
conspiración militar de tropas liberales contra sus oficiales absolutistas, produjo la
remoción del gobernador, el conde de Palma, y el establecimiento de una junta
provisional que propugno una constitución liberal para el Reino Unido de Portugal y Brasil.
Sus participantes eran casi todos portugueses, pero contaba con el apoyo de muchos
brasileños importantes. Un serio conflicto político surgió al exigir a las Cortes el regreso
del rey a Lisboa. Una facción portuguesa en Rio de Janeiro, ansiosos de recuperar su
condición monopólica, favorecieron el regreso del rey, mientras que una facción brasileña
surgió en oposición al regreso.

La clase dominante brasileña era en su mayor parte conservadora, o a lo sumo liberal-


conservadora. Aspiraba a conservar la estructura social y económica de la colonia basada
en el sistema de plantación, la esclavitud y las exportaciones de productos agrícolas
tropicales al mercado europeo. Don Joao tenía ante sí un dilema difícil: si regresaba, caería
en manos de los liberales y, posiblemente a riesgo de perder Brasil; si se quedaba, sin
dudas perdería Portugal. El 7 de Marzo de 1821 don Joao, finalmente acepto regresar a
Portugal. El 26 de Abril, don Joao en compañía de casi 4.000 portugueses, se embarcó
rumbo a Lisboa después de 13 años de residencia en Brasil, dejando tras de sí al joven don
Pedro en Rio como príncipe regente. Los brasileños no tuvieron ahora alternativa sino
organizarse para la defensa de los intereses brasileños en las Cortes. Las elecciones
también se destacaron porque, aparentemente, la independencia para Brasil no fue
considerada como un punto serio en la agenda política. Las Cortes se congregaron por
primera vez a fines de enero de 1821. Era bastante improbable que Portugal fuese la única
potencia europea capaz de conservar sus colonias en el continente americano. En Abril de
1821, tras las noticias de los movimientos constitucionales en Pará, Bahía y Rio de Janeiro,
y particularmente después del regreso de don Joao, las Cortes, sin mayores éxitos,
comenzaron a desconocer a Rio de Janeiro y a entenderse directamente con los diferentes
gobiernos provinciales en Brasil. Los portugueses querían controlar las mercancías
británicas desde la metrópoli en imponer mayores aranceles. El 29 de Septiembre, las
Cortes manifestaron sus propósitos de gobernar Brasil, al ordenar el desmantelamiento de
todas las instituciones gubernamentales establecidas en Rio en 1808, y su traslado de
regreso a Lisboa. Y el 1 de Octubre se anunció el nombramiento de gobernadores militares
para cada provincia con poderes independientes de las juntas provinciales y directamente
responsables ante Lisboa. El 18 de Octubre, se le ordeno al mismísimo príncipe regente,
regresar a casa. Los acontecimientos en Brasil estaban avanzado veloz e inexorablemente
hacia una ruptura definitiva con Portugal. En Octubre de 1822, siete diputados brasileños
abandonaron ilegalmente Lisboa, primero rumbo a Londres y después a Brasil, antes de
jurar fidelidad a la constitución de 1822 y pasar a ser miembros de las Cortes ordinarias
que debían reunirse por primera vez en diciembre. Los decretos de fines de Septiembre y
comienzos de Octubre, de cuyas noticias se tuvo conocimiento en Rio el 11 de Diciembre
de 1821, fueron la demostración final de la intransigencia portuguesa y de su
determinación de anular todos los cambios adelantados en las relaciones entre Portugal y
Brasil desde 1808. La facción portuguesa y la facción brasileña se dividieron final y
definitivamente. Las fuerzas divergentes del partido brasileño en la región centro-sur
cerraron filas para hacerle oposición conjunta a las Cortes portuguesas. Los brasileños
retiraron sus lealtades al rey Joao VI. En abril de 1821 se había perdido la batalla para
conservar a don Joao en Brasil. La clave de la futura autonomía de Brasil era ahora
persuadir a don Pedro para que se quedara. La actividad política en Rio de Janeiro se
intensifico durante las últimas semanas de 1821 y las primeras de 1822, cuando los
políticos ejercieron presión sobre el príncipe regente quien, se dejó finalmente convencer,
don Pedro anuncio que se queda en Brasil. La unión con Portugal todavía no se había
quebrantado, pero este expresivo acto de desobediencia del príncipe regente significaba
un rechazo formal de la autoridad portuguesa sobre Brasil. El 16 de Enero, José Bonifacio
de Andrada e Silva, miembro de una rica familia de Santos, educado en Coimbra y quien
durante 35 años habían trabajado en Portugal como científico y en la administración real,
se desempeñó como presidente de la junta provisional de Sao Paulo, fue nombrado jefe
del nuevo gabinete brasileño.
A comienzos de 1822, José Bonifacio era sin lugar a dudas el personaje central del proceso
político en Brasil, pero políticamente José Bonifacio era conservador y profundamente
hostil a la democracia. Se distancio de inmediato no solo de los liberales y demócratas de
extrema (les llamaba anarquistas e demagogos) algunos de ellos republicanos, sino
también de muchos liberales más moderados y emprendió la tarea de conseguir el apoyo
de los terratenientes conservadores y liberales-conservadores, burócratas de alto rango y
jueces y comerciantes de Rio de Janeiro, Sao Paulo y Minas Gerais para el establecimiento
de una monarquía independiente en Brasil. La Monarquía para él era el único medio de
preservar el orden político y la estabilidad social en el peligroso periodo de transición
hacia la independencia.

El 3 de junio, a pesar de la oposición de José Bonifacio, don Pedro acordó convocar una
asamblea constitucional. Mientras tanto, en mayo de 1822 se decidió que, sin la expresa
aprobación del príncipe regente, no se ejecutaría ningún decreto más promulgado por las
Cortes portuguesas. La decisión final se tomó el 7 de septiembre de 1822 a orillas del río
Ipiranga, no lejos de Sao Paulo. Allí, don Pedro recibió los últimos despachos de Lisboa
donde se revocaban sus decretos, se acusaba de traición a sus ministros y se exigía
nuevamente su regreso y la absoluta subordinación de Brasil al dominio de Portugal.
«Desde hoy, nuestras relaciones con ellos se han acabado. No deseo nada más del
gobierno portugués y yo proclamo a Brasil independiente, para siempre, de Portugal». Y
entonces, desenvainó su espada y gritó: «Viva la independencia, la libertad y la separación
de Brasil». El 12 de octubre, cuando cumplía 24 años de edad, don Pedro I fue aclamado
emperador constitucional y defensor perpetuo de Brasil. Su coronación se llevó a cabo en
Río de Janeiro con mucha pompa y ceremonia el 1 de diciembre de 1822.
Para que el proceso de independencia concluyera y se consolidara, para que se evitara
una prolongada guerra civil era fundamental someter al noreste y al norte, y
especialmente a Bahía, sin duda la más importante de las provincias aún bajo el control
portugués. A comienzos de 1823, Bahía sufrió una cruda división entre el Recóncavo y la
ciudad de Salvador. En marzo arribaban a Salvador las tropas portuguesas que habían sido
expulsadas de Río en enero, las que posteriormente se vieron reforzadas desde Portugal.
Las fuerzas militares brasileñas, inferiores en número, mandos y equipos, no fueron, sin
embargo, suficientemente fuertes para expulsar al ejército portugués, aunque sí iniciaron
el sitio de la ciudad de Salvador.
El nuevo gobierno brasileño estaba todavía ansioso de obtener el reconocimiento
internacional de la independencia de facto de Brasil.
Aunque Gran Bretaña no había hecho nada para promoverla, George Canning había
estado ansioso de reconocer la independencia de Brasil tan pronto como fuera posible, ya
que; en primer lugar, Portugal se encontraba muy débil, financiera y militarmente, para
reimponer su dominio. Brasil era independiente de facto desde el momento en que
declaró su separación de Portugal, a pesar de que los portugueses se aferraran a zonas del
noreste y del norte. En segundo lugar, Gran Bretaña ya había establecido relaciones con
Brasil como resultado de la residencia allí de la corte portuguesa. Y Brasil era ahora el
tercer mayor mercado extranjero de Gran Bretaña. Al ofrecerle una mano amiga en
momentos de necesidad, Gran Bretaña consolidaría su ascendencia económica y política
sobre Brasil. En tercer lugar, Brasil había conservado el régimen monárquico y Canning
estaba ansioso de preservarlo como un antídoto contra «los demonios de la democracia
universal» del continente y como un vínculo valioso entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Por
último, la declaración de independencia de Brasil ofrecía a Gran Bretaña una oportunidad
única para realizar progresos significativos en la solución del problema del comercio de
esclavos.

A pesar del mantenimiento de la monarquía, el régimen brasileño era revolucionario, y la


coronación de don Pedro como emperador tenía connotaciones populares y napoleónicas.
Gran Bretaña tenía que tener en consideración sus tradicionales intereses económicos y
estratégicos en Portugal. Por su parte, Brant no podía acceder a la inmediata abolición del
comercio de esclavos. Aunque tanto don Pedro como José Bonifacio aborrecían
personalmente el tráfico de esclavos. Los peligros políticos —y económicos— que podían
surgir de una abolición prematura eran mayores que los que podrían derivarse del no
reconocimiento. Lo máximo que los brasileños podían ofrecer, por consiguiente, era una
abolición gradual. Prometieron cumplir los tratados anglo-portugueses de 1815 y 1817
sobre la supresión de la trata al norte del ecuador. Canning, sin embargo, estaba
firmemente comprometido con la política de no reconocer a ningún Estado en el Nuevo
Mundo a menos que ya hubiese abolido el comercio de esclavos. «El reconocimiento —le
había dicho al duque de Wellington, representante británico ante el congreso de Verona—
sólo puede adquirirse mediante la franca renuncia al comercio de esclavos». Canning
acordó con Wilberforce que «a Brasil hay que purgarle de impurezas antes que le demos
nuestro abrazo.»

La separación brasileña de Portugal, así como la de las colonias norteamericanas de


Inglaterra y la de las hispanoamericanas de España, puede en cierta medida explicarse en
términos de la crisis general del viejo sistema colonial en todo el mundo del Atlántico a
finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. La independencia de Brasil, fue también el
resultado de una combinación fortuita de acontecimientos políticos y militares acaecidos
en Europa durante el primer cuarto del siglo xix y de su repercusión en el Nuevo Mundo.
La independencia fue testigo de una mayor auto concienciación colonial y de mayores
exigencias de autodeterminación económica y política. Pero en Brasil no lo fueron tanto
como en Hispanoamérica, y ello por varias razones —la naturaleza del dominio colonial
portugués y de la economía colonial, el predominio aplastante de la esclavitud, los
estrechos lazos entre las élites de la metrópoli y la colonia. La invasión de Portugal por
Napoleón y el traslado de la corte portuguesa de Lisboa a Río en 1807-1808 pueden verse
como el mero aplazamiento de la confrontación final entre colonia y metrópoli.

La independencia brasileña se estableció en forma relativamente rápida y pacífica, en


contraste con Hispanoamérica donde las luchas por la independencia fueron en su mayor
parte prolongadísimas y violentas. Brasil, a diferencia de Hispanoamérica, no se dividió en
varios estados independientes. Río de Janeiro y Sao Paulo tomaron la iniciativa en el
movimiento de independencia, pero otras élites provinciales y regionales, cuyos intereses
económicos, políticos y sociales coincidían, dieron su apoyo al nuevo Estado con capital en
Río. El país también se mantuvo unido debido a su sistema burocrático y judicial
sumamente centralizado. El imperio brasileño tuvo también la buena suerte de asegurar
un temprano reconocimiento internacional de su independencia. El paso de colonia a
imperio independiente se caracterizó por un grado extraordinario de continuidad política,
económica y social. Pedro I y la clase dominante brasileña tomaron posesión del existente
Estado portugués que, en la práctica, nunca dejó de funcionar. La economía no sufrió
mayores descalabros.

Puede decirse que en 1822-1823 la independencia brasileña era incompleta. Fue sólo con
la abdicación de don Pedro el 7 de abril de 1831 a favor de su hijo de cinco años nacido en
Brasil, el futuro Pedro II, cuando se concluyó finalmente el proceso de separarse Brasil
totalmente de Portugal.

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