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De la televisión entre nosotros (I)

CARLOS MONSIVÁIS
25 julio, 2004

Los televidentes en el Génesis

Si se quieren fechas aproximadas, la primera generación de televidentes en México nace, se


consolida y se desvanece en el periodo 1952 y 1960 Su rasgo peculiar es el
deslumbramiento que la guaracha profetiza: “La televisión/ pronto llegará,/ yo te cantaré/ y
tú me verás” A los espectadores los vuelve con prontitud feligreses lo ya experimentado
ampliamente en Estados Unidos, el universo de imágenes sorprendentes o reiterativas, de
chistes y lágrimas, de gestos que nacen para ser reproducidos fielmente, de implantación
(avasalladora) de lugares comunes, de políticos que se desplazan ante las cámaras de los
noticiarios como en procesión Esta “generación del asombro reverencial” cada año alcanza
su cima con las Mañanitas del 12 de diciembre, transmitidas desde la Basílica de
Guadalupe y, de preferencia, entonadas por Jorge Negrete, Pedro Infante y Pedro Vargas

La Primera Generación Teleadicta se divierte con lo que sea, porque lo que sea es un
beneficio del arribo del cine “sin problemas” a la sala, la recámara o la habitación única Si
el cine divulga tramas y escenarios más sofisticados, la actitud iniciática ante la televisión
es casi forzosamente pueril, porque así lo impone la novedad del medio El que no fuere
como niño no gozará del espectáculo de la lucha libre, los teleteatros, el humor a
pastelazos, las series estadunidenses dobladas (Hopalong Cassidy, El Llanero Solitario, I
Love Lucy), las series donde los efectos especiales son en sí mismos cuentos de hadas, las
fantasías campiranas (Así es mi tierra), y los noticiarios que ensalzan el régimen y las
buenas costumbres (entiéndase por esto las alabadas entre bostezos y abjuraciones
instantáneas) “Noticia transmisible no es que un hombre muerda a un perro, sino que un
hombre alabe al Señor Gobierno”

En la primera etapa lo sobresaliente es el aprendizaje del fervor La “generación del


asombro” acepta prácticamente lo que se le da, y no pone reparos ante las escenografías de
mala muerte, los chistes que debieron ahogarse en la garganta, la ausencia de ritmo
televisivo, la solemnidad, los actores y las actrices nonatos, la incompetencia desmedida,
aquello que por desdicha -para usar la frase emblemática de la censura- “sí puede entrar a
su hogar” Lo que se ve es lo de menos, lo maravilloso es la existencia del aparato, las
imágenes “domiciliadas” Y la estupefacción se acrecienta con las transmisiones de futbol,
que reinventan el deporte al convertirlo en un hecho casero y al reducir el estadio a las
proporciones de la miniatura

Añádanse los noticiarios que mundializan la información (la guerra de Corea o el conflicto
de Suez son ya “exotismo cotidiano”), y, corona de lágrimas, ténganse en cuenta las
telenovelas, que trastocan el sentido del melodrama fílmico al devolverlo a las técnicas del
folletín y su legión de enigmas y episodios climáticos que se suceden unos a otros con tal
rapidez que disuelven la memoria Más que el humor no apto para adultos y las series de
folclor rancherizado, a la televisión la “nacionalizan” las telenovelas, al proclamar lo obvio:
lo más entretenido, y por lo mismo lo más divertido, es lo vinculado al melodrama que es el
lenguaje de la familia

De consecuencias e inconsecuencias

Entre otras de sus consecuencias notorias, la televisión:

-Irrumpe y trastorna los hábitos hogareños, que ya nunca se recompondrán, es decir, que
renunciarán a la ortodoxia de la vida familiar Al cambiar el uso del tiempo libre, la familia
misma se modifica casi sin decirlo, porque se reinventan drásticamente sus hábitos de
conversación, de entretenimiento, de jerarquías visuales
-Se desgastan velozmente las fortalezas del tradicionalismo al extinguirse el aislamiento del
mundo (“el castillo de la pureza”) con sólo el trámite de encender un aparato En lo
declarativo, la moral conservadora se mantiene hasta cierto punto, pero en la práctica rigen
las relaciones entre la comodidad (la inversión del tiempo libre en las horas frente al
aparato) y las tradiciones No pregunten quién gana
-Se modifica el habla colectiva al restringirse y ajustarse el vocabulario, se convierte a los
anuncios comerciales en los estímulos del día (la publicidad como la utopía nunca muy
secreta), y en oficios y reuniones amistosas se acatan como temas inevitables los programas
del día anterior Si el cine mexicano entrega una imagen de conjunto del país, la televisión
(sobra decir que privada) fragmenta trágicamente la experiencia
-Al cine y a la radio los espectadores y los oyentes les deben la introducción general al
entorno planetario, y la televisión reafirma este “asomarse al mundo” de un modo
envolvente Se afirma lo absolutamente inevitable (la americanización, un aceptar el modelo
único para modernizarse colectivamente) y se van transformando las costumbres con
énfasis unitario Poco a poco la tolerancia -en su nivel de aceptación de otros modos de
vida- se filtra como atmósfera cotidiana, mientras se divulga una legión de
comportamientos desconocidos (la ironía aplicada a uno mismo, por ejemplo)
Especialmente en provincia (que así se llama todavía), la televisión es el adversario que
hace a un lado la misa de siete, las veladas familiares, las sensaciones de quietud
vespertina, el deambular por las calles como el coctel nómada Al imponerse la televisión, el
costumbrismo va siendo cada vez más un acto devocional de la memoria
En la variedad está el gasto

A la “generación del asombro” la sucede, si hemos de darle algún nombre, la “generación


de la rutina entusiasta”, en el período 1960-1968 Asimilado el shock de la tecnología, el
televidente todavía no se considera titular de derechos ante el monopolio televisivo Ni
siquiera se tiene el recurso que el cine autoriza: ausentarse de las salas, elegir por criterio o
intuición La televisión, un hecho centralizador, es la única diversión a salvo de la violencia
urbana, el “contagio moral” y la voluntad de los espectadores Moraleja: si la programación
no te divierte, te toca transformar tu idea de la diversión, porque la tele no va a cambiar O
suyo o de nadie

La censura es implacable, pero se acepta con algo más que resignación: la empresa sabe
mejor que nosotros lo que le conviene a la familia, y en las casas no hay la dispensa de la
oscuridad de los cines Mientras se desarrolla el placer por la telenovela, se acentúa la
definición implícita de televidente: aquel que acepta lo que le dan, porque al hacerlo se
siente superior a las generaciones anteriores, que ya hubiesen querido el aparato en las
horas de su tedio infinito Persisten las series estadunidenses (unas cuantas excelentes, como
Dimensión desconocida o The Twilight Zone), el humor aún certifica el infantilismo del
público, se determina el primer criterio canónico de las telenovelas (las “clásicas”, como
Gutierritos, Simplemente María, Ave sin nido), y se matiza el pasmo “religioso” ante la
televisión Ya no se venera lo asombroso, sino lo inevitable

La telenovela es la otra familia del espectador, no tanto la trama de sus vidas posibles o
imposibles, sino la otra familia, la que vive en los escenarios convincentes, la que sufre con
estilo y entre muebles carísimos, la que atraviesa en una hora por las desventuras que, en la
realidad, la mayoría de los espectadores juzgaría irrelevantes Y el melodrama clásico se
extingue con los 400 o 500 capítulos de que puede constar una telenovela, en la que,
además, la intensidad narrativa se desvanece en los comerciales La censura prohíbe la
sensualidad y el sexo, pero, ante las situaciones “difíciles” que apenas se insinúan, los
televidentes transforman el comentario en chisme (al fin y al cabo es la otra familia) y lo
que no pasa en la pantalla chica transcurre en las habladurías sobre los personajes “Se ve
que no era virgen” Por eso, a la telenovela se le dedican cinco horas al día, y El derecho de
nacer, María Isabel, Los ricos también lloran, El Maleficio y Cuna de lobos disponen es su
momento climáticos de 30 o 40 millones de espectadores sólo en México
Se experimenta poco Hay casos límite, por ejemplo los programas de Manuel El Loco
Valdés, que le pierde el miedo a la cámara, desafía, improvisa sin ninguna idea previa e
influye ampliamente en el sentido del humor Pero son excepciones

Noticiario informativo

El 1 de septiembre de 1950 la televisión mexicana se inicia formalmente al transmitir


XHTV-Canal 4 el cuarto Informe Presidencial de Miguel Alemán El 21 de marzo de 1951
se inaugura el Canal 2, propiedad de Emilio Azcárraga Vidaurreta El 10 de mayo de 1952
comienza XHGC-Canal 5, dirigido por Guillermo González Camarena En 1955, al
fusionarse los canales 2, 4 y 5, surge Telesistema Mexicano, que paulatinamente se
extiende en el país En 1958 comienzan las telenovelas, con Senda prohibida, de Fernanda
Villeli El 8 de enero de 1972, inicia sus labores Televisa, resultado de la unión de
Telesistema Mexicano y Televisión Independiente Sus directivos son Emilio Azcárraga
Milmo, Rómulo O’Farrill y Miguel Alemán Velasco Televisa es -para usar un término
modesto- omniabarcante: un número considerable de estaciones de radio, entre ellas la
XEW y la XEQ, un conjunto de marcas disqueras, el Estadio Azteca y el equipo América
de futbol, una compañía de cine, participación en muy diversas empresas En 1965, el
Pájaro Madrugador, el primer satélite del grupo, se inaugura transmitiendo una pelea de
box Ya para 1968 hay 2 millones de aparatos de televisión en el país, y un gasto anual en
publicidad de 40 millones Y gracias sobre todo a la telenovela y a determinados programas
cómicos, Televisa se expande por América Latina Su otro gran asidero son los juegos de
futbol

Políticamente, Televisa responde a los designios de la Era del PRI que se extingue el 2 de
julio de 2000 (fecha en que no da inicio la Era del PAN). Se agrede a la oposición y se
magnifica todo acto oficial. Durante el movimiento estudiantil de 1968 invisibiliza a los
estudiantes y defiende los actos represivos del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, y esto, más
que ningún otro hecho, determina el fin de una etapa luego del 2 de octubre, al surgir la
primera alternativa en forma de duda o reclamo iracundo: “Mienten, las cosas no son así,
calumnian, ocultan la verdad, tergiversan” Eso no deriva en fugas masivas de los
televidentes, sino en la pérdida de la confianza absoluta, en el desencanto que se extiende
hasta volverse, casi institucionalmente, recelo de los vencidos, no por arrinconado menos
existente La feligresía se vuelve, y ya con zonas de excepción, la fanaticada

La decisión política de la televisión privada (“Soy un soldado del PRI”, afirma Emilio
Azcárraga Milmo) es el otro gran elemento de la puerilización de los espectadores No
únicamente la censura “moralista” se opone toda a toda pretensión de madurez (entiéndase
por madurez aquello que confía en la inteligencia y sensibilidad de los espectadores), sino,
también, se declara eternamente pendiente la ciudadanía Y no obstante esto, la
modernización de la sociedad le debe bastante al mismo fragmentario y controladísimo;
como sea, se filtran o arraigan otras conductas y la normalización de otra vida doméstica
Con lo paradójico o típico del caso, nada pone al día a una sociedad con tanta rapidez como
la imitación

“Un momentito y luego empezamos o seguimos o finalizamos, da lo mismo”

De 1960 a 1990, el ritmo de la televisión mexicana es constante, no muy imaginativo,


sujeto a la censura, imitativo a grados de disciplina férrea Ya no milagro, sino hecho
tecnológico, la televisión es lo inevitable: todos poseen un aparato y a éste le dedican el
tiempo que, por lo general, antes tampoco se le dedicaba a la lectura Van surgiendo
opciones, canales que compiten con Televisa sin mayor fortuna, y de cualquier manera, y al
incrementarse las opciones se da el salto del “monoteísmo” televisivo al “politeísmo”: el
monitoreo o el zapping resulta muy pronto el ejercicio compulsivo: “A ver qué más hay”
Un conocimiento se agrega: la tradición televisiva, de importancia no disminuible, tiende a
desvanecerse y sólo se afirma en un punto: la idea de niñez es ya dependencia de la pantalla
chica Ahora, evocar la infancia es decir: “Yo no me perdía ese programa” y, si el auditorio
se deja, repetir cálidamente las rutinas En la memoria más antigua quedan, digamos,
Enrique Alonso Cachirulo o Don Gato y su Pandilla o Clavillazo o Viruta y Capulina o
Régulo y Madaleno o el Club del Hogar o el Club Quintito Esto es la televisión: la tradición
más viva de las generaciones infantiles Y los adultos tienden a ser desagradecidos, porque
la importancia del medio electrónico no beneficia perdurablemente a sus componentes Así,
en un momento dado, el animador Paco Malgesto hace entrevista con intelectuales y
boxeadores, narra las corridas de toros, presenta las variedades y propicia, en suma, el
chiste: “La televisión es la antigua radio con el retrato de Paco Malgesto” Y luego este
animador es el recuerdo desvaído de una época Lo ingrato, si constante, dos veces
televisivo

Durante un período es impresionante la fuerza que alcanzan, por ejemplo, los Polivoces
(“¡Ahí madre!”), Héctor Suárez (“No hay, no hay”), Pompín Iglesias (“¡Qué bonita
familia!”), Clavillazo (“De pura uva, nomaaás”), el programa Siempre en Domingo,
conducido por Raúl Velasco (“Aún hay más”), el noticiario de Jacobo Zabludovsky, el
humor “para la chiquillada” de Chabelo y Ricardo González Cepillín En este período, antes
de que un proceso muy selectivo del DVD comience a recoger telenovelas y programas
cómicos, no se concibe la revisión metódica de logros y etapas de la televisión mexicana, la
crítica sistemática todavía no existe y -en materia de recapitulación- si la suerte de las
estrellas se estaciona en el limbo del recuerdo, ya nada les toca a las segundas figuras que
luchan por dejarse ver en los programas y en los pasillos de las televisoras: “Se me hace tu
cara conocida” “¿Y qué se habrá hecho de aquella muchacha tan guapa que salía en la serie
que te gustaba mucho?”

Todavía en el año 2000 la gran tradición televisiva es el olvido Imagen eres y en sombra
del control remoto te convertirás.

https://www.proceso.com.mx/192902/de-la-television-entre-nosotros-i

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