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LA INVENCIÓN DEL ESTADO

UN ESTUDIO SOBRE SU UTILIDAD PARA CONTROLAR A LOS PUEBLOS

Clemente Valdés Sánchez

A John Anthony Jolowicz,


Profesor Emérito de Derecho Comparado de la Universidad de Cambridge,

Con el afecto y la amistad de tantos años.

  1
LA INVENCIÓN DEL ESTADO
UN ESTUDIO SOBRE SU UTILIDAD PARA CONTROLAR A LOS PUEBLOS

PREFACIO

Algunos libros tienen procesos de gestación muy particulares. Este estudio


iba a ser solamente un capítulo de un libro mucho más grande titulado CUENTO DE
CUENTOS, Un ensayo sobre las fantasías constitucionales. Pero sucede que ese
capítulo comenzó a crecer y caí en la cuenta que aún cuando me empeñara en
hacerlo lo más pequeño posible sería desproporcionadamente más grande que los
otros, por lo que decidí hacer sobre el tema del Estado imaginario un pequeño libro
que fuera comprensible no únicamente para los profesionales y los estudiantes de
Derecho sino para la mayoría de las personas que no tienen una formación jurídica,
evitando en lo posible el lenguaje técnico y, antes que todo, los términos abstractos y
las vaguedades de las que están llenos muchos de los libros que tratan de estos
temas.
Mis primeras inquietudes sobre el uso que los hombres que dominan a las
sociedades hacen de palabras que expresan poder sobre la población, como el
Estado, la soberanía, la constitución y la nación, surgieron estando en Inglaterra en
1971 y 1972 cuando se estaba iniciando ahí la discusión sobre la conveniencia de
tener una constitución escrita para Gran Bretaña que, aunque fue rechazada por la
Royal Commission on the Constitution en el año de 1973, continuó siendo tema de
debate por algunos de los más notables tratadistas 1 y, finalmente, después de la
victoria del partido Conservador en las elecciones generales de 1992, el interés en la
cuestión de una constitución escrita se desvaneció y hasta ahora no ha vuelto a
discutirse de manera importante.
A quienes se han educado en un sistema jurídico determinado, sin
conocimiento de otros sistemas diferentes, siempre les resulta difícil imaginar otras
formas de concebir las estructuras políticas y el Derecho, distintas de las que
conocen, y mucho más difícil dudar de los dogmas del propio sistema aprendidos y
repetidos una y otra vez. El sistema inglés es quizás el más diferente o el más
opuesto a los sistemas de Derecho civil continentales europeos. Tengo muy claro
que las motivaciones que me llevaron por primera vez a plantearme estos temas
fueron los cuestionamientos sobre los dogmas y los principios en los que yo creía
                                                            
1
Entre quienes propugnaban por una constitución escrita para Gran Bretaña destacaban Lord SCARMAN, en
su obra English Law – The New Dimension (1974) y Lord HAILSHAM en The Dilemma of Democracy.
(1978) Entre los defensores de la constitución no escrita como expresión de la cultura política inglesa,
algunos de los más brillantes argumentos fueron los de E. P. THOMPSON en Writing by Candlelight, (1980)
y P. NORTON, The Constitution in Flux, (1982). Ver WADE and BRADLEY, Constitutional and
Administrative Law, Longman, London and New York, (1993), p. 8

  2
anteriormente, provocados por el conocimiento directo de un sistema jurídico y
político totalmente diferente como es el sistema inglés, no porque éste esté exento de
dogmas, ambigüedades e incoherencias, sino simplemente porque éstas son
diferentes a las nuestras.
Creo que una de las maneras más efectivas para impedir la participación de la
sociedad en las cuestiones que tienen que ver con el gobierno, la política y el orden
jurídico y uno de los mejores medios de implantar y mantener el dominio de los
empleados gobernantes sobre la población, es el uso de un lenguaje ficticio fundado
en abstracciones y entes imaginarios como el Estado y la soberanía que, como
palabras de prestigio, sirven para llenar de orgullo y al mismo tiempo de temor a la
población. Es un lenguaje deformado, lleno de confusiones y ambigüedades como
las que se establecen, sin duda intencionalmente, en las leyes y en las constituciones
entre ese Estado imaginario y la nación o el pueblo, y en la presentación de los
hombres del gobierno como El Estado. Es un lenguaje basado en el uso de palabras
y expresiones distorsionadas para designar a las personas, a las funciones y a las
entidades, que empieza por llamar a nuestros empleados públicos, a quienes les
pagamos precisamente para que nos sirvan “las autoridades”; después, designa a las
grandes ramas del gobierno como “los poderes”, y concluye en un gran acto de
prestidigitación con las palabras, en el cual se hace de los empleados que dirigen a
los diferentes órganos de gobierno, es decir, los presidentes, los ministros, los
legisladores y los jueces, la encarnación personal de esos poderes.
Dentro de ese esquema imaginario y un poco infantil que se llama “Teoría del
Estado”, que se enseña como una materia en muchas de las escuelas de Derecho
continental europeo – no así, en general, en las escuelas de Derecho anglosajón, en
donde se enseñan también algunas tonterías, pero diferentes – la sociedad aparece
simplemente como un elemento de un “Estado” imaginario que expresa sus deseos a
través de un gobierno dividido en tres departamentos o secciones, a las que se les
llama “poderes”. En cada uno de esos departamentos, las personas que los dirigen y
que tienen como única razón de existir y como único objetivo de su trabajo el
servicio a los habitantes que les pagan precisamente para que les sirvan, usan
nombres de prestigio para distinguirse del resto de los seres humanos a los que se
supone que deben servir y, para empezar, se llaman “autoridades”. En muchos
países, los empleados que dirigen esos departamentos, a pesar de que en los textos
principales se diga que el pueblo, la población o los habitantes son el poder supremo
y la única razón de ser de toda la organización política y de los cuerpos y las
oficinas a las que llaman “instituciones”, esos empleados se adueñan del poder de la
población, se lo distribuyen entre ellos, se hacen llamar “poderes” y se presentan
como entidades independientes, no sólo de los otros departamentos sino de la
población; lo cual les permite manejarse como quieran, dando como razón profunda
para justificar sus abusos y demostrar sus conocimientos escolares, que Montesquieu
había dicho que así se hacía en Inglaterra, en un libro que escribió hace 250 años;
por lo cual, para complacer a Montesquieu y a su teoría, esos empleados principales

  3
pueden hacer lo que quieran con la sociedad, sin que los otros empleados dueños de
los otros “poderes”, deban intervenir en lo que no son sus asuntos.
En este esquema autoritario, los ciudadanos que forman la sociedad, una vez
que ejercen su derecho a elegir a sus “gobernantes”, se convierten – como dicen
algunos autores – simplemente en los “gobernados”, que tienen como función
principal obedecer a los distintos empleados que forman los poderes de un gobierno
en el cual unos hacen, deshacen e interpretan las leyes, tal como lo dice el artículo
72 de la Constitución mexicana, otros las aplican cuando y como quieren y, otros
más, las interpretan, las aplican o no las aplican y, de vez en cuando, ellos mismos
declaran que las leyes hechas por los primeros, no valen.
Este es el planteamiento obscuro de muchos de los hombres y las mujeres que
como empleados públicos reciben sus salarios del dinero de sus pueblos y, con
frecuencia, además, lamentablemente, roban a sus mismos pueblos. Se trata de
mitos, de ficciones y de entes imaginarios, creados o inventados, para justificar el
poder arbitrario de los empleados sobre los habitantes a los que dicen servir. Con
esos entes ficticios se construyen teorías incoherentes y explicaciones abstractas
absurdas, sin relación alguna con la realidad, las cuales, dado que los pueblos no las
entienden o, tal vez, precisamente porque es imposible comprender esas teorías y
entender esos argumentos, los empleados principales de los gobiernos pueden, sin
mayor problema, mantener alejados a los habitantes del manejo de las cuestiones
públicas.
Este ensayo no se refiere a ningún país en particular, pues desgraciadamente
la apropiación que han hecho en su favor los empleados públicos principales de los
poderes que la población les presta, se presenta, en distintas medidas y de diferentes
maneras, en casi todas partes del mundo. En varios puntos tomo como referencia lo
que sucede en diferentes países, pero naturalmente me refiero en muchos casos al
sistema mexicano, simplemente porque es el que mejor conozco.

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“Sólo me resta, para terminar, decir a los amigos para los que escribo:
No se asombren de estas cosas nuevas, porque ustedes saben bien que
una cosa no deja de ser verdadera por el hecho que ella no sea aceptada
por muchos.
Finalmente, si en la lectura de esto, ustedes encuentran dificultad para
reconocer lo que presento como cierto, les pido no apresurarse a
refutarlo, antes de haberlo meditado largamente y con suficiente
reflexión.”
Baruch Spinoza
Traité de la réforme de l’entendement

INTRODUCCIÓN

No existe el menor acuerdo sobre qué es el Estado. Sin embargo es quizás la


palabra más usada para dominar a los pueblos que gustan de cierto tipo de fantasías.
No pretendo descubrir cuál es la naturaleza del Estado, simplemente porque
no creo que el Estado tenga ninguna “naturaleza”. 2 Lo que creo es que el Estado, al
interior de muchos países, por ser el concepto de algo abstracto y poderoso, sirve
excelentemente para someter a los pueblos. En su nombre y asociados a grupos
sindicales o empresariales, religiosos o militares, los individuos que manejan los
gobiernos ejercen un poder engañosamente despersonalizado, presentándose, como
los representantes del Estado y los defensores de una soberanía vaga e inexplicable
y, a veces, como la soberanía misma, que utilizan para dominar al resto de los
habitantes del país.
En las religiones, con frecuencia, los dioses hablan por voz de los sacerdotes
que se presentan como sus representantes, o por las voces que escuchan en sus
sueños algunos hombres, reconocidos también como manifestaciones de los mismos
dioses por los mismos sacerdotes. En las leyendas de la demonología y en la historia
real de los sacrificios de hombres y mujeres a quienes se acusaba de estar poseídos
por los demonios, éstos, según los jueces que conocían de sus causas, hablaban por
la voz de los infelices a quienes se torturaba. Naturalmente, esto justificaba la
muerte atroz de esos desgraciados y, aún cuando la muerte de los poseídos no
lograba acabar con los demonios, servía para liberar de sus garras el alma de los
asesinados y hacer una reservación muy segura de sus respectivos lugares en el

                                                            
2
Independientemente de que no puede hablarse de la “ciencia” política o de la “ciencia” del Derecho en el
sentido de las ciencias naturales, es conveniente recordar lo que hacía notar Henri POINCARÉ en su célebre
libro La Science et l’Hipothése, publicado por primera vez en 1902: La science n’atteint aucune vérité
absolue concernant la nature des choses. Que se traduciría al español como: “La ciencia no alcanza (o no
consigue) ninguna verdad absoluta sobre la naturaleza de las cosas.”

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cielo.
De una manera muy parecida, en la teoría fantástica del Estado imaginario, el
Estado habla siempre por la voz de los empleados que anteriormente eran
representantes y servidores del pueblo, y que, tiempo después, por decisión de ellos
mismos, cuando se inventa el Estado moderno y se implanta su existencia en las
constituciones escritas se convierten en sus representantes o en una mezcla
incomprensible de “instituciones”, “autoridades” y “poderes” del Estado”. Todos
estos empleados, juntos, forman “el gobierno”, que, igual que el Estado, tampoco es
una persona, aunque los altos empleados intenten de vez en cuando presentarlo
como una persona moral ficticia. Así, el Estado, en la realidad, es casi siempre el
gobierno que, por su parte, sirve también para que los individuos de carne y hueso
que desempeñan alguna función en la organización gubernamental se escuden con
él, citándolo, para ocultar o disfrazar su responsabilidad personal.
Una vez que esta gran concepción imaginaria es aceptada por los seres
humanos en una sociedad, se pueden construir dentro de esa estructura ficticia todo
tipo de fantasías. Después de implantar el Estado los supuestos representantes de la
población y los demás empleados que dirigen los otros departamentos de la
organización política, se distribuyen entre ellos el poder de la población, se adueñan
del mismo, y un poco más tarde se presentan diciendo que, por alguna razón
misteriosa e incomprensible, y porque la Constitución que ellos o sus antecesores
hicieron así lo dice, ellos, personalmente, se han convertido físicamente en los
poderes que eran de la población.
Ortega y Gasset, el famoso escritor español, no intenta siquiera explicar que
es el Estado, aun cuando hace frecuentes alusiones al aparato gubernamental del
imperio romano, llamándolo “Estado”, así como al origen deportivo del Estado, y
utiliza la palabra con distintos significados. 3 Pero el capítulo XIII de su conocido
libro La rebelión de las masas, tiene como título precisamente: “EL MAYOR
PELIGRO, EL ESTADO”. En él, Ortega dice que “el Estado gravita con una
antivital supremacía sobre la sociedad. Ésta empieza a ser esclavizada, a no poder
vivir más que en servicio del Estado. La vida toda se burocratiza.” “El pueblo se
                                                            
3
Así por ejemplo en su ensayo llamado El origen deportivo del Estado, ORTEGA Y GASSET presenta al
Estado como algo opuesto a la familia; ver Obras Completas, tomo II página 607, Editorial Revista de
Occidente, Madrid, segunda edición, 1950. En El hombre a la defensiva, ensayo escrito en 1929 que es una
mezcla de alabanzas y críticas a lo que ORTEGA llama “el alto grado de desarrollo del Estado argentino”,
como una manera de atribuirle “al Estado” las arbitrariedades y los abusos de los hombres que de manera
dictatorial dirigían el gobierno argentino, el Estado tiene un sentido muy distinto; ver Obras Completas, tomo
II “el anormal adelanto del Estado argentino revela la magnífica idea que el pueblo argentino tiene de sí
mismo” (páginas 644 y 645). El Estado, para Ortega, en este ensayo, representa a la gran masa y es un
producto opuesto al individuo: “La masa se encanta al ver su Estado; que la representa, funcionando
arrolladoramente, triturando sin mayor esfuerzo toda voluntad indócil que pretenda enfrentársele” (página
647). En su obra Del Imperio Romano, publicado por primera vez en 1940 como una serie de artículos en La
Nación, de Buenos Aires, hay uno titulado “El Estado como piel”, que ahora forma parte de un libro que tiene
como título: “Historia como sistema y Del Imperio Romano”, en él Ortega le da al Estado el sentido de
actividad social o poder público; ver Obras Completas, tomo VI: “el Estado es la actividad social que se
ocupa de lo necesario, de lo imprescindible.” (página 100).

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convierte en carne y pasta que alimenta el mero artefacto y máquina que es el
Estado. Cuando se sabe esto, azora un poco oír que Mussolini pregona con ejemplar
petulancia, como un prodigioso descubrimiento, hecho ahora en Italia, la fórmula
Todo por el Estado, nada fuera del Estado; nada contra el Estado”. 4
Quisiera empezar por señalar que si bien el Estado es un ente sin existencia
física, una vez que los hombres – y entre ellos algunos muy elocuentes – caen en el
mundo de la fantasía, llegan al extremo de atribuirle una realidad sobrehumana y
todo tipo de virtudes. En los orígenes de lo que se conoce como el romanticismo
alemán, las ideas sobre el Estado y la nación, estrechamente vinculadas al espíritu
del pueblo (Volksgeist), están impregnadas de sentimientos religiosos y de una
visión de la historia contra la cultura racionalista de otros tiempos. En lo que se
llama la Escuela Romántica iniciada en Jena por Schelling en 1798 con su trabajo
Sobre el Alma del Mundo (Von der Weltseele) “se reinterpretó el mundo de la
Europa medieval, explicándose los cuentos de hadas, los mitos y los idiomas como
expresión inconsciente del espíritu del pueblo (Volksgeist)”. 5 En su gran obra
Trayectoria del Pensamiento Político, J. P. Mayer hace notar que “El espíritu de los
pensadores políticos románticos miraba hacia la Edad Media, hacia aquella época
“de la máxima reconstrucción de la sociedad civil que fue la base de la religión
cristiana” (Adam Müller), aquella época en la que costumbre y ley no habían sido
aún separadas por una muralla infranqueable”. 6 Friedrich von Hardenberg, llamado
Novalis, el gran escritor y poeta del romanticismo alemán, después de que se vuelve
católico, decía en su ensayo sobre La Cristiandad, que el Estado era “un hermoso
individuo” porque tenía en mente el sueño de la unidad de todas las naciones
cristianas bajo la guía y la autoridad de una iglesia universal, verdaderamente
“católica”. 7
En la monarquía tradicional, antes de la Revolución francesa, se hablaba
ocasionalmente del Estado en algunos países. El Estado en esos tiempos era algo
muy parecido al reino como dominio del monarca sobre una extensión territorial en
la cual él era formalmente el dueño de todas las tierras del reino y de los habitantes
que, como súbditos, vivían en ellas. Pero además, el Estado, como sinónimo del
reino, no sólo era el dominio del rey, sino que era parte del rey, tal como lo
expresaba Jaime I para justificar la unión de Escocia con Inglaterra en una sola isla,
y la unión de ambas con él mismo: “Yo me he casado con la isla, decía, y toda la

                                                            
4
José ORTEGA Y GASSET, La rebelíón de las masas, Capítulo XIII, en cursivas en el original. Obras
Completas, tomo IV, Editorial Revista de Occidente, Madrid, Segunda Edición, 1950.
5
J. P. MAYER, Political Thought. The European Tradition. La traducción al español tiene por título
Trayectoria del Pensamiento Político. Cito la referencia de la edición del Fondo de Cultura Económica,
página 211
6
Ib. Idem.
7
Ernst CASSIRER, El Mito del Estado, traducción al español de la obra en inglés The Myth of State, 1946,
Yale University Press, New Haven, publicada en español por el Fondo de Cultura Económica, México, 1997,
página 314

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isla es mi legítima esposa; yo soy la cabeza y ella es parte de mi cuerpo”. 8 Luis
XIV, el llamado rey sol, en Francia, podía decir lo mismo cien años después: “El
Estado soy yo”.
Si bien esta concepción resulta incomprensible por absurda en la actualidad,
en realidad no era más absurda que el concepto del nuevo Estado. En aquella
concepción, el Estado implicaba al menos algo parecido a una cosa concreta: el
reino, y algo personal: el monarca, identificado y responsable, aunque sólo lo fuera
ante Dios, por ese reino y sus habitantes. Esta idea del Estado monárquico
desaparece con la Revolución francesa; ya que cuando se hace evidente que los
pueblos son el origen del poder en las organizaciones políticas, los reyes no tienen
razón de existir y el pueblo sustituye al rey como poder supremo.
Desde finales del siglo XVIII, con la guerra de independencia de las colonias
inglesas en América del Norte, y más claramente desde la Revolución francesa,
empiezan a desaparecer en Europa y en América los reyes identificados con el reino
que se decían dueños del Estado y que supuestamente tenían poder absoluto. En
algunos países, como en los Estados Unidos, se extinguen totalmente desde
entonces; en otros, sus pretensiones absolutistas se empiezan a limitar de distintas
maneras y en otros más se inicia la decadencia de su poder efectivo. Sin duda la
extinción de la monarquía tradicional y la idea de que únicamente la población, la
sociedad entera, es la titular de todos los poderes públicos en una organización
política y la aplicación real de esta concepción con todas sus consecuencias,
representa el cambio más importante en la historia, en el Derecho y en la filosofía
política.
Sin embargo, una vez que esta concepción empieza a ser aceptada en el
mundo occidental, los hombres que en todas las épocas han buscado dominar y
explotar al resto de los habitantes y que eran inicialmente simples empleados y
representantes de la sociedad en esa nueva concepción republicana en la que el
pueblo entero es el dueño de todos los poderes públicos y el fin de todas las
organizaciones políticas, bien pronto se dan cuenta que deben encontrar los medios
para evadir la supremacía popular y mantener sometidos a los pueblos usando algo,
alguna figura, algún texto o alguna idea; y es entonces cuando entre esos medios,
junto con otras mentiras, se inventa el nuevo Estado. Un ser que a diferencia de los
reinos no tiene existencia física, y a diferencia de los monarcas antiguos, es
impersonal. Pero además a diferencia de los hombres que ejercen las funciones del
gobierno, es inmortal, permanente e invisible y – lo que era el propósito más
importante del nuevo Estado – el pueblo, del que se decía que era el origen y el
único titular de todos los poderes públicos puede quedar fácilmente sometido a ese
Estado imaginario, presentándolo simplemente como uno de sus “elementos”, y
presentándose ellos, los empleados de la población que no tienen más razón de

                                                            
8
Select Statutes and Other Constitutional Documents, editados por G. W. PROTHERO, Oxford, Clarendom
Press, p. 283.

  8
existir que el servicio a esa población, como otro de sus elementos: “el gobierno”, el
cual, engañosamente personificado y manejado por los hombres y las mujeres que
son simples empleados de la población, toma las decisiones que se le atribuyen al
gran ídolo: el Estado.
Es así como el Estado imaginario, a partir de su consolidación en la doctrina
alemana, se convierte en uno de los medios más efectivos para impedir el poder
supremo de la población en los asuntos públicos y para mantener sometidas a las
sociedades en los distintos países.

El retrato absurdo del Estado

El término Estado, después de la Revolución francesa, ha sido usado para


designar cosas muy distintas. En muchas ocasiones, la palabra se ha utilizado para
nombrar países que fueron dominados por otros más poderosos y permanecieron
sometidos a éstos con gobiernos títeres de las propias élites locales. Este fue el caso
de algunos de los países de Europa oriental que dominaban los gobernantes de la
Unión Soviética y de otros países que fueron invadidos por ejércitos extranjeros y
fueron sojuzgados usando también gobiernos locales, como sucedió en Cuba,
“apoyada” por las fuerzas militares del gobierno de los Estados Unidos en 1898 para
independizarse de España, ocupada desde 1899 por el gobierno de ese país,
presentada como un Estado y usada durante sesenta años como una colonia por los
gobiernos y algunos habitantes de los Estados Unidos para la producción de la caña
de azúcar y el tabaco, y un lugar en el que los norteamericanos podían hacer todo lo
que no querían hacer en su propio territorio.
En otros casos se les llama Estados a cosas que tienen poco que ver con las
concepciones más conocidas de esa palabra e incluyen territorios y poblaciones
dominadas por los jefes de alguna religión excluyente, como sucedió en Afganistán
y como sucede en Irán, en Pakistán y Mauritania que se presentan como “Repúblicas
Islámicas” y son reconocidos internacionalmente como Estados. Este es también el
caso del llamado “Estado de la Ciudad del Vaticano”, sede de la Iglesia católica
romana, gobernado por el Papa, que se presenta como un Estado dentro de la ciudad
de Roma.
Junto con éstas, hay organizaciones llamadas “Estados” que son entidades
totalmente diferentes de la concepción comúnmente aceptada, pero por otras
razones. Unas han sido organizaciones criminales dedicadas a robar a la población
que vive en un territorio, como sucedió en Haití muchas veces en su historia, la
última bajo el dominio de Francois Duvalier y su hijo Jean Claude. Otras están
constituidas por bandas formadas por militares y mercenarios que buscan dominar al
país para asegurar a favor de algunas de las grandes corporaciones transnacionales la
explotación de los recursos naturales, especialmente minerales y energéticos, como
ha sucedido muchas veces en algunos países africanos. Diferentes de éstas, pero

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igualmente extrañas, están algunas organizaciones que se dicen Estados
independientes como Andorra, que es formalmente un principado gobernado por el
obispo de Urgel en España y el presidente de Francia.
Pero dejando a un lado estas cosas que han sido llamadas Estados y que
muchas veces han sido colonias que se presentan falsamente como independientes, o
bien organizaciones religiosas, organizaciones criminales, bases militares,
extensiones territoriales para la producción de materias primas, centros de diversión
o simples negocios de extranjeros o residentes locales, debemos reconocer que en la
imagen más conocida de quienes invocan al Estado como una realidad viviente
incorpórea, éste se presenta como un ser abrumador semejante a algunos dioses de
las mitologías antiguas, que puede ser al mismo tiempo paternal, tolerante o
intransigente, protector o justiciero.
En la visión más optimista, que resulta de por sí totalmente fantástica, el
Estado nunca duerme y siempre está activo. Es además ilustrado, fomenta las bellas
artes y se ocupa de ayudar a los desamparados. El Estado proporciona servicios de
policía para proteger a la población; aunque en algunos países sus agentes se
dedican principalmente a extorsionar, asaltar y secuestrar a los habitantes. En casi
todas partes, el Estado ofrece enseñanza gratuita a los niños y a los jóvenes, pero en
algunos lugares sus escuelas son tan malas por las deficiencias de los profesores y
los atrasados sistemas de enseñanza, que todo lo que aprenden los niños en seis u
ocho años podría aprenderse en la mitad del tiempo, con sistemas mejores y buenos
profesores. El Estado se asocia a los grupos más diversos, es amigo de los
campesinos, ayuda a los empresarios y al mismo tiempo favorece a los obreros, a los
comerciantes y a los exportadores; les ofrece becas y apoyos a los buenos
estudiantes pobres y, en algunas épocas, les da dinero y comida a los ancianos, pero
siempre está en contra de los malos, aunque algunas veces puede ser “generoso” con
quienes están en contra de sus acciones. En ciertas ocasiones, el Estado, tan
incomprensible para quienes lo utilizan como para quienes lo padecen, adquiere
bancos, minas, grandes empresas y compañías enormes y las opera después de
hacerse de ellas a través de un proceso que se llama estatización o nacionalización y
salvo unas cuantas excepciones, pierde dinero con ellas; en otras ocasiones, por el
contrario, vende los bancos y las empresas que adquirió y les presta dinero con bajos
intereses a los mismos empresarios que quieren volver a comprarlas. El Estado tiene
escuelas de muchos tipos, museos, talleres y en algunas partes, universidades. De
vez en cuando adquiere líneas aéreas, ferrocarriles, autobuses y tranvías eléctricos,
para dar servicio de transporte a la población y luego se deshace de ellos “por
convenir así a los intereses del Estado”.
El Estado tiene muchísimos trabajadores que se dice están a su servicio, él es
el patrón de todos ellos, pero todos trabajan en alguna de las grandes ramas del
gobierno, cuyos dirigentes se pelean por tener más plazas para ofrecérselas a esos
“trabajadores al servicio del Estado”. Al interior de cada una de esas ramas del
gobierno (que tienen el bonito nombre de “Poderes”, con mayúscula inicial), los
trabajadores tienen nombres diferentes; en algunos países, por ejemplo en México,

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los más importantes se llaman “funcionarios” y los otros se llaman empleados 9 ; a su
vez, aunque todos los trabajadores al servicio del Estado son iguales – como decía
George Orwell – unos son más iguales que otros. 10 Así, los trabajadores comunes,
llamados empleados, con frecuencia reciben malos servicios médicos en los
hospitales del propio Estado; en cambio, los trabajadores principales que son
quienes dirigen esos “poderes”, reciben servicios médicos en hospitales privados y
el Estado lo que hace es pagar por esos servicios o por los seguros de gastos médicos
que para eso contratan ellos mismos. Hay también otras diferencias entre los
trabajadores al servicio del Estado; algunos, los que dirigen “los poderes del
Estado” pueden repartirse más o menos como quieran el dinero que le quitan a la
población a través de los impuestos, se fijan a sí mismos los salarios que quieren y
se otorgan además diferentes cantidades de dinero a las cuales les llaman con los
nombres más diversos: primas, compensaciones, ayudas o bonos. Esto también
puede hacerse, como hacen en México los diputados y senadores, distribuyéndose
entre ellos el dinero sobrante del presupuesto anual que se les entrega y que no
hayan utilizado. Entre los otros, los llamados oficialmente empleados, hay muchos a
los que, además de su salario, el Estado, por la gracia de los empleados superiores,
les da vales para comida; por el contrario, a los que dirigen los llamados “poderes”,
el Estado, por alguna razón, no les da vales para comida, únicamente les da tarjetas
de crédito para que paguen sus gastos de cualquier tipo con dinero de la población y,
en algunos países, les paga sus fiestas y les da además billetes de avión en primera
clase para ir de vacaciones a cualquier parte del mundo.

                                                            
9
En el artículo 108 de la Constitución mexicana, en su primer párrafo, se divide a los servidores públicos en
funcionarios y empleados. A partir de esta distinción, la Ley Federal de Responsabilidades de los Servidores
Públicos en su artículo 80 fracciones II, IV y V dice que son “funcionarios” los servidores públicos “desde el
nivel de jefes de departamentos hasta el presidente de la República”.
10
George ORWELL, Animal Farm. Existen multitud de ediciones en español que se han publicado unas con
el título Rebelión en la granja y otras con el título La granja de los animales.

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CAPÍTULO PRIMERO
EN BUSCA DEL ESTADO

¿Qué es el Estado?

Dado que no existe ningún acuerdo sobre su significado, la palabra Estado se


usa para nombrar cosas muy distintas y, con mucha frecuencia, para confundir a los
habitantes y para ocultar o justificar todo tipo de acciones indebidas.

a) El Estado como una organización social independiente

En un primer significado elemental, el Estado se usa como sinónimo de país.


Este es el sentido que tiene en las organizaciones internacionales en las cuales se
habla de los diferentes Estados para significar los distintos países; es decir
agrupaciones humanas unidas en extensiones territoriales que se presentan como
independientes y dicen tener un poder o un gobierno unificado. Este es quizás el
único sentido en que los Estados no son una pura fantasía.
Esto no quiere decir que las poblaciones de todos los países a los que se les
llama “Estados” en las relaciones internacionales sean realmente agrupaciones
unidas. Algunas de ellas están formadas por comunidades distintas en idiomas y
cultura, 11 y sus integrantes están más apegados a la comunidad particular a la que
pertenecen que a la agrupación mayor llamada Estado, como sucede actualmente en
Bélgica; por el contrario, en otras, formadas también por comunidades distintas, la
mayoría de los individuos están más apegados a la unión que a las comunidades,
como sucede actualmente en Suiza, en donde, en mi opinión, los habitantes de los
distintos cantones, con idiomas y culturas diferentes, valoran más su pertenencia a la
Confederación Suiza que a sus comunidades particulares. Mientras esto sucede en
algunos países de Europa, en otras regiones del mundo, especialmente al sur de Asia
y en África, un buen número de agrupaciones llamadas “Estados” son un compuesto
de grupos rivales que viven en luchas constantes tratando de exterminarse unos a los
otros, de independizarse o de expulsar a las comunidades enemigas por motivos
económicos, culturales o religiosos.
En algunos países la mención a la independencia debe verse únicamente
como un formalismo teórico que no significa que tales agrupaciones sean realmente
independientes, pues con frecuencia no los son en ningún sentido. Lo mismo puede

                                                            
11
Cuando digo cultura no me refiero a la amplitud de conocimientos o de información que es como se utiliza
generalmente en el lenguaje popular diario en México, sino a cultura como costumbres o forma de vida de la
comunidad.

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decirse del poder o el gobierno “unificado” pues en muchos de los llamados Estados
ni el poder está unificado ni mucho menos es un poder o un gobierno legítimo. Pero
además hay que recordar que si bien en muchos casos los países a los que se
considera Estados son entidades con una población considerable, cuyos individuos,
en su mayoría, se ven a sí mismos como miembros de ese ente misterioso, en otros
países gran parte de los habitantes de algunas de sus regiones no se sienten
miembros de ese Estado y en ciertos países los habitantes de tales regiones llevan
siglos tratando de separarse.
Además hay que tener presente que un buen número de los países actuales
fueron originalmente inventados por una potencia extranjera para usarlos como
colonias productoras de materias primas o como lugares para establecer en ellos sus
empresas, vías de comunicación o bases militares, aprovechando que aquellos a
quienes pertenecían anteriormente esos lugares no tenían la fuerza suficiente para
oponerse y para defender lo que creían que eran sus territorios, y que muchas veces
se trataba de territorios casi deshabitados que las potencias dominantes extranjeras,
primero, “independizaron”, luego controlaron con sus fuerzas militares y para
perfeccionar la dominación y hacerla más aceptable, terminaron “fundando” en ellos
nuevos “Estados” que en realidad eran simples colonias del país ocupante. En otros
casos, esos nuevos Estados surgieron del establecimiento de colonos extranjeros en
un territorio ajeno, muy poco habitado, lejano y en buena medida abandonado, como
para que fuera fácil independizarlo por la fuerza de los propios colonos, que se
imponían sin mayor resistencia a la población nativa.
El factor de la independencia de un país no es un criterio objetivo
suficientemente claro que pueda servir en todos los casos para determinar qué es un
Estado. La independencia de muchos países es, con frecuencia, algo relativo.
Algunos tratadistas hacen notar que la independencia absoluta sólo es posible en el
aislamiento total y naturalmente la independencia, igual que la dependencia, no son
situaciones permanentes. En la actualidad, en Europa, un gran número de los países
más importantes están integrados en una Unión, la Unión Europea, que les resta
independencia en varios aspectos pero les ofrece grandes ventajas. 12 Es difícil hablar
de independencia completa de algunos de los “Estados” de América Latina dado el
peso, la dependencia económica y la influencia del gobierno de los Estados Unidos
sobre ellos y el dominio que este país tiene sobre la mayoría de aquellos a través de
la OEA (Organización de Estados Americanos) y de los organismos financieros
regionales y mundiales.
Por otra parte, la independencia como dominio sobre un territorio o parte de
un territorio, es algo que cambia con el paso del tiempo. Todos los países europeos
actuales han tenido cambios en sus territorios y muchos países que se consideraban
independientes en esa parte del mundo, antes de que nadie hablara de “Estados”,
simplemente dejaron de existir. En 1154, casi toda la región desde el rio Loire a los
                                                            
12
Una de las primeras grandes obras sobre la integración europea y sin duda una de las más importantes es la
que editaron Mauro CAPPELLETTI, Monica SECCOMBE y Joseph WEILER, Integration Through Law,
Europe and the American Federal Experience, Walter de Gruyter – Berlin – New York, 1986

  13
Pirineos que hasta entonces era parte del territorio del reino de Francia, se la lleva
consigo, como parte de sus propiedades, Aliénor, duquesa de Aquitaine, cuando su
marido Henri II Plantagenêt llega a ser rey de Inglaterra. A partir del tratado de
Brétigny – Calais, en 1360, los dominios del rey de Inglaterra en esa zona,
anteriormente francesa, llegaron a ser poco más o menos de la misma extensión que
todo el reino de Inglaterra asentado en las islas británicas. Algunos territorios que
eran dependientes de otro poder, como la República Holandesa, se hicieron
independientes; otros, pasaron de la dependencia de un gobierno de un país
extranjero a la dependencia de otro, como fue el caso de Lituania; algunos pasaron
de la independencia a la dependencia y después volvieron a ser independientes, por
ejemplo Portugal y los reinos de Sicilia y Nápoles y, finalmente, otros quedaron
integrados con el país dominante, como fue el caso de Gales, que se funde con
Inglaterra en el siglo XVI.
Desde el siglo XIV Finlandia, por la “cruzada” iniciada por el rey de Suecia y
el obispo de Uppsala, era una de las partes que formaban el reino de Suecia. En 1581
se convierte en un gran ducado y en 1634 se incorpora formalmente a Suecia;
posteriormente, en 1808, es ocupada por Rusia y en 1809 es “cedida” por Suecia a
Rusia tomando el nombre de Gran Ducado de Rusia. Más de cien años después, en
1917, se convierte en una república formalmente independiente. Después, en 1939,
es nuevamente invadida por la Unión soviética; dos años después, bajo la presión de
Alemania, se inicia la guerra de los finlandeses contra Rusia y a partir de 1948 los
hombres de los gobiernos de Finlandia, ahora muy independiente, han seguido una
política de no alineamiento en las posiciones encontradas entre Rusia y los países de
Europa occidental. En la actualidad Finlandia, desde 1995, es uno de los países
miembros de la Unión Europea, pero no forma parte de la OTAN.
En 1380 Noruega se une a Dinamarca, y diecisiete años más tarde (1397) los
dos países se unen a Suecia, en una relación especial en que los reinos – diferentes –
tenían un rey común. La unión se formaliza por un tratado entre Dinamarca y
Noruega en 1450, en el cual cada país se gobernaba según sus propias leyes y por
sus propios gobernantes. 13 Noruega dejó de ser formalmente un reino en 1536, pero
tres siglos después, en 1814, fue reconocida como un reino diferente al unirse
nuevamente a Suecia, permaneciendo así hasta 1905, año en que se separa pero
sigue manteniendo una relación muy estrecha con Suecia y con Dinamarca.
En América del Norte, de Alaska hasta Colombia, desde la llegada de los
europeos, todos los países actuales han modificado sus territorios por invasiones,
intervenciones, ocupación de colonos de otro país, ventas de extensiones forzadas o
voluntarias y guerras de independencia, unas, iniciadas realmente por las élites o los
pueblos de las colonias y otras auspiciadas o inventadas por los hombres de
gobiernos extranjeros para “independizar” ciertos territorios, creando supuestos
“Estados” que fueron, en realidad, colonias dependientes de esos gobiernos, durante
muchos años.
                                                            
13
Ver el ensayo de Anna Maria RAO y Steinar SUPPHELLEN en Las élites del poder y la construcción del
Estado, Fondo de Cultura Económica, página 114

  14
En épocas mucho más recientes, a mediados del siglo XX, algunos “nuevos”
Estados fueron inventados por las élites dominantes para separar a los grupos más
pobres, cortando grandes extensiones para sacar de su territorio a las poblaciones no
deseadas otorgándoles “un territorio propio” y una “independencia” que estas
poblaciones no habían pedido ni la buscaban. Todo ello con el propósito de convertir
en extranjeros a grandes grupos que viven en la miseria a fin de no tener que
ocuparse de éstos, ni del mantenimiento del orden en esos lugares, y poder seguir
explotando a esos grupos sin tener ninguna responsabilidad por su bienestar y por su
gobierno. La teoría del Estado ha servido muy bien en estos casos a los gobernantes
y a las élites que manejan el “Estado original” para deshacerse de las poblaciones no
deseadas y al mismo tiempo beneficiarse al adquirir los bienes y los productos
elaborados por los habitantes de esos nuevos Estados, creados por los gobernantes y
las élites del Estado original, a los precios más bajos y utilizar cuando quieran y lo
necesiten a los trabajadores pobres de esas regiones, especialmente cuando los
nuevos Estados – totalmente dependientes en términos económicos y geográficos y
mucho más débiles en términos militares – están enclavados y rodeados por el
Estado dominante original. La teoría de la soberanía y la independencia de los
Estados, combinadas con la dependencia económica, ha permitido que en estos
casos los hombres que manejan el Estado original controlen a sus ex habitantes
exigiéndoles permisos migratorios para trabajar en las zonas del país al que
pertenecían anteriormente y la posibilidad de expulsarlos del “Estado” original,
formado y controlado de ahí en adelante únicamente por los grupos que tienen las
armas y la riqueza.
Quizás el ejemplo más grotesco y más dramático de la aplicación de la teoría
del Estado y sus consecuencias en tiempos recientes, en lo que se refiere a
invenciones de Estados para explotar mejor a los pueblos, fue el “otorgamiento de
independencia” para crear “Estados nuevos” para las grandes poblaciones negras
que llevaron a cabo los grupos blancos racistas en Sudáfrica en partes o regiones de
lo que era el territorio general del país, a fin de implantar de manera más eficiente el
apartheid con el respaldo teórico de palabras como “Estado”, “independencia”,
“soberanía” y “auto-gobierno”. La obra empezó como una gran farsa teatral con la
aprobación de la ley constitucional denominada Promotion of Bantu Self-
Government Act de 1959 por la cual se crearon diez African Homelands (Hogares en
tierras africanas) para los distintos grupos negros de la población sudafricana.
Después, en 1970, con la ley constitucional titulada Bantu Homelands Citizenship
Act se hizo de cada negro un ciudadano de uno de esos diez Homelands, llamados
Black States (Estados Negros), sin importar cuál fuera la residencia real de esos
individuos en ese momento con el propósito de confinar en los territorios de esos
Black States a todos los habitantes negros, que en total sumaban dos terceras partes
de la población completa de Sudáfrica, según sus distintos idiomas y costumbres,
con la finalidad de excluirlos del cuerpo político de Sudáfrica. Esta farsa trágica
culmina a principios de 1980 cuando a cuatro de esos diez “homelands” se les
“concede” (granted) graciosamente la independencia como “repúblicas” mientras

  15
que a los otros seis se les “otorgan” diferentes grados de auto-gobierno a fin de
controlarlos mejor como “Estados extranjeros”, totalmente dependientes
económicamente del gobierno de Sudáfrica.
Para terminar, no debe dejar de señalarse en este asunto de las independencias
de los Estados que en algunos casos se crean nuevos Estados a partir de la
separación voluntaria de los habitantes de las partes más ricas del territorio de un
Estado anterior por decisión de los grupos de las élites económicas dominantes en
ellas a fin de independizar el territorio que estos ocupan para controlarlo ellos
mismos sin tener que contribuir a los gastos de las regiones pobres del país al que
han venido perteneciendo. Esta era la intención explícita de los grupos de
empresarios que en el norte de Italia pretendían, hace unos años, separarse del resto
del país dividiendo el territorio y ese es sin duda el propósito de los grupos más
ricos en Bolivia que pretenden separar del resto del “Estado” a las regiones
prósperas en las que ellos viven, a fin de no depender de las decisiones de la
mayoría en todo el territorio, en el caso de que no logren derrocar o asesinar, como
lo han intentado, al presidente Evo Morales.

b) El Estado indefinido

En las conversaciones habituales, en los países en los que se ha implantado el


concepto del Estado y los académicos creen que las teorías deben regir la realidad y
terminan por ver como realidades las ficciones creadas por ellos mismos, las
personas ilustradas, igual que lo hacen las mujeres y los hombres dedicados a la
actividad política, lo citan con frecuencia para mostrar su amplio vocabulario, darle
fuerza a sus expresiones y dejar las cosas en la vaguedad. Así, se habla de la
necesidad de una “acción de Estado”, de “la intervención del Estado”, “de medidas
de Estado”, de “la necesidad de usar la fuerza del Estado”, y se repiten muchas otras
expresiones, especialmente obscuras, con las que se pretende ofrecer soluciones a
determinados problemas, sin necesidad de decir nada.
Como he dicho anteriormente, la dificultad para explicar lo que es el Estado
viene, para empezar, de que los que han intentado describirlo se refieren a cosas bien
distintas.
Para unos, el Estado es algo que está por encima de la sociedad, como un ente
sin existencia física, ajeno y diferente de la sociedad y de alguna manera, diferente
también al gobierno. Esta es, con variantes de muchos tipos, la concepción de Hegel,
a la que me referiré de manera especial más adelante.
Para otros, se trata de algo que de alguna manera obscura tiene una existencia
real, aunque se trate de un ente complejo. Este es el caso de quienes intentan
describir al Estado a partir de su identificación con la sociedad, la población o el
pueblo, si bien los que usan esta concepción ofrecen explicaciones diferentes sobre
qué es la sociedad. Por una parte, naturalmente, están los que al referirse a la

  16
sociedad están hablando de la totalidad de la población. Después vienen los que sólo
ven como parte de la sociedad a los ciudadanos, es decir a quienes tienen todos los
derechos civiles y políticos en dicha sociedad y no a los demás individuos, como
serían los menores o los incapacitados y como serían los siervos y las mujeres hasta
hace no mucho tiempo en algunos países supuestamente civilizados. Luego están los
que sólo consideran como miembros de la sociedad a las personas que pagan
impuestos – como sucedía en casi todos los nuevos estados formados a partir de las
ex colonias inglesas en América del Norte – y que, por lo tanto, podían votar en las
elecciones políticas. Después están los que intentan describir al Estado como una
sociedad estratificada en clases, grupos, cuerpos o estamentos, que, para ellos, están
formados por individuos que dicen son “por naturaleza” diferentes; de tal manera
que el Estado es una composición social de grupos humanos distintos, los cuales –
dicen quienes así lo sostienen – por sus intereses sociales y económicos diferentes,
forman un equilibrio que ampara la propiedad y fomenta el desarrollo económico en
beneficio de todos.
La concepción del Estado que identifica al mismo con la composición de una
sociedad formada de diversos grupos, más o menos estratificados, es una concepción
antigua parecida a la de la vieja estructura social inglesa (en donde casi no se usa la
palabra Estado, pero en cambio se usa la palabra “constitución” para referirse a la
estructura social y política) desde el siglo XVI y que todavía se encuentra viva en la
mentalidad de algunos conservadores. Esta concepción del Estado, como una
composición de distintas clases sociales y distintos grupos en la estructura social,
con papeles específicos en la producción económica, tiene gran similitud, con
algunas variantes, con muchas de las ideas en que se apoyan en la actualidad
algunos entusiastas del capitalismo contemporáneo.
Son muchos los libros y artículos en los que se examinan las relaciones entre
el Estado y el capitalismo, algunos como la obra de Oppenheimer, The State 14 ; la de
Poulantzas, Political Power and Social Classes 15 y la de Holloway y Picciotto,
State and Capital 16 , con un enfoque crítico a la relación y el apoyo del supuesto
Estado al desarrollo dentro del modelo capitalista de producción. Otras, como la de
Ikenberry, The Irony of State Strength, 17 y la de Vernon, The International Aspects
of State-Owned Enterprises, 18 presentan lo que algunos de sus partidarios llaman la
visión realista del Estado, es decir, el papel del Estado (que finalmente, en la
realidad, es simplemente el papel de los hombres que dirigen el gobierno) como el
motor para “proteger” e impulsar la industrialización en un sistema capitalista y

                                                            
14
Franz OPPENHEIMER, The State, traducción al inglés publicada por Bobbs-Merrill Co. (1914). Free Life
Editions, Inc. (1975)
15
Nicos POULANTZAS, Political Power and Social Classes, London, New Left Books, (1973)
16
J. HOLLOWAY and S. PICCIOTTO, eds. State and Capital, London, Edward Arnold, (1978)
17
John IKENBERRY, The Irony of State Strength, International Organization, vol. 40 (1986)
18
R. VERNON, The International Aspects of State-Owned Enterprises, Journal of International Business
Studies, vol. 10 (1979)

  17
también para abstenerse de intervenir, en ciertas épocas o ciertas etapas del
desarrollo industrial. 19
Además de las anteriores, existe un número muy grande de explicaciones que
identifican al Estado con el gobierno. Esta identificación, es cierto, se refiere a algo
un poco menos ficticio que el Estado (aunque, desde luego, la palabra gobierno sirve
también para despersonalizar la responsabilidad de los empleados que dirigen este
ente igualmente abstracto), pero a su vez, esta visión presenta una multitud de
significaciones diferentes. Para algunos, el Estado es un gobierno único, general;
para otros, como sucede en la Constitución italiana, el Estado es sólo el gobierno
central. Otras explicaciones, dentro de esta identificación amplia con el gobierno, se
refieren a la totalidad de los gobiernos en un mismo territorio; es decir, al gobierno
central junto con los gobiernos de las regiones o de los pequeños estados, en los
sistemas federales, e incluye también a los gobiernos municipales. En una excelente
novela histórica titulada El Presidente Olvidado, su autor Óscar René Cruz, al
referirse a la intención que tenían algunos de unir en un “Estado Federal” a los
“Estados” centroamericanos a mediados del siglo XIX, el escritor transcribe la
opinión de uno de los personajes: “Los centroamericanos no quieren estar unidos.
No quieren dos gobiernos, el de sus Estados locales y el del Estado Federal, porque
con uno les basta y les sobra”.20
Por otra parte están los que al hablar del Estado como sinónimo del gobierno,
se refieren al individuo que preside el órgano ejecutivo del gobierno o a todos los
individuos que presiden las principales ramas del gobierno, o bien a todos los
empleados públicos, incluyendo a los miembros de la policía y el ejército, a los
trabajadores de las empresas semi gubernamentales y a los trabajadores oficiales que
hacen obras o proporcionan servicios de cualquier tipo para la población. Esta
última concepción que identifica al Estado con la actuación de cualquiera de los
empleados públicos de todos los niveles es muy parecida a la que llama “Estado”
todo aquello que es oficial, como una manera de deslindar las funciones oficiales de
las acciones privadas; es decir, de los actos de los llamados “particulares”, que son,
nada menos, que los individuos que forman la sociedad y, por lo tanto, la razón de
ser de todas las leyes y todos los gobiernos. Este es el concepto que usan los libros
de Derecho Constitucional de los Estados Unidos y las resoluciones de las cortes
judiciales de ese país cuando hablan de State action, que no es en ningún caso una
acción del Estado, porque el Estado en el Derecho norteamericano no tiene
existencia ni voluntad propia, sino que es cualquier acción ejecutada por algún
empleado público en sus funciones de gobierno. Nowak, Rotunda y Young, en su
conocida obra de Derecho Constitucional norteamericano, dedican un capítulo
entero a la acción o actos estatales en este sentido, diferenciándola de las acciones o

                                                            
19
Esta visión del Estado y su relación con los grupos industriales en el capitalismo está muy bien expuesta
por John A. HALL y G. John IKENBERRY, partidarios de la misma, en su libro El Estado del cual existe
una versión en español publicada por Alianza Editorial, Madrid, 1993
20
Óscar René CRUZ, El Presidente Olvidado, México (2009) página 26

  18
actos que realizan los individuos o los grupos de la sociedad, y las relaciones, las
colaboraciones y las asociaciones de la State action con las acciones privadas. 21
Wolfgang Reinhard, en su Introducción a la obra colectiva “Las élites del
poder y la construcción del Estado”, 22 al referirse a la concepción que ve en esa
entidad a la totalidad de la burocracia oficial y al destacar el crecimiento del número
de quienes trabajan para las dependencias y los organismos públicos, a los cuales
muchos escritores y comentaristas identifican con el Estado, después de señalar que
para el año 1984, según las cifras oficiales de la República Democrática Alemana,
una parte muy considerable de la población, concretamente el 14,6% de la fuerza de
trabajo eran funcionarios profesionales del Estado, 23 habla de los macroparásitos,
citando la expresión de W. H. McNeill, para exponer la explotación habitual de los
pueblos por los hombres de sus gobiernos, usando la ambigüedad del Estado. 24
Es oportuno hacer notar que fuera de la State action, en los libros de Derecho
norteamericano y en las resoluciones judiciales de los Estados Unidos, no existe “el
Estado” como algo que tenga que ver con la organización general de la Unión
Americana, pues únicamente se habla de Estados al referirse a las entidades que
forman la Unión. A este respecto es muy significativo que uno de los libros de
Richard Rose sobre el crecimiento del aparato gubernamental y semi gubernamental
y la multiplicación de los organismos públicos, se titula “El Gran Gobierno” y no
“El Gran Estado”. La razón es muy sencilla, el autor ha trabajado principalmente en
Gran Bretaña y en los Estados Unidos en donde el concepto del Estado es casi
desconocido. En lugar de Estado en esos países se habla de Gobierno que si bien es
igualmente, en buena medida, algo abstracto, tiene la ventaja que el término
Gobierno no se confunde con la sociedad, ni pretende incluir a ésta en aquel de
manera más o menos ambigua, como sucede cuando se usa la palabra “Estado”. 25
Una de las concepciones más conocidas es la que pretende ver o construir al
Estado como un conjunto o una combinación de tres elementos: un territorio, una
población y un gobierno. La popularidad de esta concepción se debe en gran parte a
G. Jellinek cuya obra representa la culminación de la doctrina alemana en la llamada
Teoría General del Estado. Es necesario antes que todo señalar que en esta noción
fabricada sobre tres conceptos distintos, sucede que la población, como un conjunto
de habitantes que expresan su pertenencia a esa entidad, simplemente no ha existido
en muchos casos en la historia y todavía en nuestro tiempo no existe en algunos
                                                            
21
John E. NOWAK, Ronald D. ROTUNDA, J. Nelson YOUNG, Constitutional Law, West Publishing Co.
Tercera edición, (1986)
22
Traducción al español y publicación por el Fondo de Cultura Económica (1997) página 15
23
Informationsdienst der deutschen Wirtschaft, 10, n° 19 (1984), 4.
24
Wolfgang REINHARD, Las élites del poder y la construcción del Estado, página 20
25
Richard ROSE, El Gran Gobierno, En esta obra Rose empieza por decir algo especialmente interesante:
“El gobierno se basa en la necesidad de orden público en la sociedad, y el gobierno democrático se basa en lo
deseable del consenso popular. La historia de Europa demuestra que el gobierno no tiene que ser grande para
ser malo. No hay nada recomendable en las pequeñas tiranías, excepto que han dañado a menos personas que
los mastodontes totalitarios.” La traducción al español de la obra original en inglés titulada Understanding
Big Government fue publicada por el Fondo de Cultura Económica, México, 1998. La cita es de la página 46
de la edición en español.

  19
casos, pues los grupos humanos autóctonos diseminados en algunos territorios no
tenían y actualmente, todavía, en ciertos casos, no tienen conciencia alguna de
pertenencia a ese Estado o no tienen ningún interés en pertenecer a esa organización
imaginaria y, algunas veces, no tienen conciencia territorial fuera del lugar que,
como grupos en movimiento, ocupan transitoriamente. Es necesario también hacer
notar que lo que se llama “el gobierno”, ha sido, muchas veces en la historia, un
dominio y una sujeción criminal de algunos hombres sobre los demás; en otros, un
dominio – difícilmente puede llamársele gobierno – impuesto por los dueños de los
territorios del país o de las empresas que lo controlan, y que, en la actualidad,
todavía en un buen número de países africanos, es simplemente el dominio de unos
hombres sobre los habitantes desparramados en grupos, en los territorios que los
hombres armados consideran como sus Estados.
La concepción del Estado como algo compuesto de tres elementos, que es la
que mejor se ajusta a la idea escolar del Estado en los países de Derecho Continental
europeo, debe una parte de su difusión en la actualidad a la doctrina de Raymond
Carré de Malberg – deformada con frecuencia por algunos de sus comentaristas –
expuesta en su célebre obra Contribution à la Théorie générale de l’État, 26 en la
cual el famoso académico señala lo que él llama los elementos constitutivos del
Estado diciendo: “Teniendo en cuenta esos diversos elementos suministrados por la
observación de los hechos, podría definirse, pues, cada uno de los Estados en
concreto como una comunidad de hombres fijada sobre un territorio propio y que
posee una organización de la que resulta para el grupo, considerado en sus
relaciones con sus miembros, una potestad superior de acción, de mando y de
coerción”. Pero el mismo Carré de Malberg hace notar: “la insuficiencia de esta
definición que se limita a indicar los elementos que concurren para engendrar al
Estado más bien que a definir el Estado mismo”. 27 Naturalmente, para empezar, es
imposible llamar “territorio propio del Estado” a las extensiones que han sido, y que
en algunos casos son todavía, propiedad de empresas y grandes corporaciones o que
están controladas por bandas de criminales en que trabajan hasta morir muchos seres
humanos en distintos lugares del mundo.
Junto con las concepciones a las que me refiero en los párrafos anteriores,
están las que al hablar del Estado se refieren a alguna combinación de los grupos
dominantes de la sociedad con el gobierno. Estas concepciones son especialmente
peligrosas, porque pueden ocultar organizaciones perversas en que los grupos
dominantes y los hombres del gobierno que muchas veces, juntos, son los dueños
verdaderos de ese ente misterioso llamado el Estado, incluyen a sus amigos y
excluyen a sus enemigos, como “enemigos del Estado”, según les conviene. En la
actualidad, existe un buen número de organizaciones llamadas Estados que en
                                                            
26
R. CARRÉ DE MALBERG, el título completo de la obra publicada originalmente en 1920-1922 es
Contribution à la Théorie générale de l’État spécialement d’après les données fournies par le Droit
constitutionnel francais, Société du Recueil Sirey, Paris. La primera traducción al español se publicó por el
Fondo de Cultura Económica, México, en 1948, y la que yo utilizo en 1998
27
R. CARRÉ DE MALBERG, obra citada, páginas 26 y 27 de la publicación de la obra en español.

  20
realidad son sistemas jurídicos y políticos ficticios dominados por grupos
financieros y empresariales asociados con los líderes de los grandes sindicatos y
existen además sistemas totalitarios dominados por militares aliados con líderes
obreros o con jefes de tribus que se presentan como “Estados populares” o “Estados
de los trabajadores”. Los grupos con los que se asocia el Estado imaginario pueden
ser los miembros de una raza, los creyentes en una religión, los gremios
corporativos, los grandes productores agrícolas o los grandes empresarios, y, con
mucha frecuencia, las grandes confederaciones sindicales al servicio de los patrones
que excluyen a los sindicatos realmente independientes y consideran a éstos como
enemigos del Estado y los grupos de extorsionadores que se registran como
sindicatos con la complicidad de los empleados públicos encargados de hacer tales
registros.
Las explicaciones que han ofrecido algunos de los más notables
investigadores y académicos, para intentar aclarar qué es el Estado, suman miles, y
una recopilación sintética de las mismas requeriría, por consecuencia, varios miles
de páginas. Es muy ilustrativa la explicación que daba Francisco Giner de los Ríos,
el eminente profesor de la universidad de Madrid, reconocido por su gran sabiduría,
para haber renunciado desde 1880 a su propósito de escribir un libro sobre la teoría
de la persona individual y social en el que naturalmente tenía que referirse al Estado,
ya que según sus propias palabras en la recopilación que veinte años después, en
1899, hizo de los capítulos y fragmentos que había escrito sobre el tema, en un libro
que tituló La Persona Social, declaraba que había dejado el libro inicialmente
planeado en suspenso “especialmente por desconfianza en mi preparación y mis
fuerzas para llevarlo a término, conforme iba penetrando en las profundidades del
problema”, y añadía: “el origen de estos diversos estudios explicará al lector su
carácter, que casi siempre se limita al de una explicación de doctrinas ajenas,
acompañada de tal o cual observación, como también le explicará sus repeticiones,
lagunas e incoherencias”. 28

¿Cuándo nace el Estado?

Así como nadie sabe lo que es el Estado, nadie sabe tampoco cuándo nace o
cuándo surge el concepto de Estado, simplemente porque los miles de escritores que
han opinado algo sobre estas cosas tienen opiniones muy diferentes sobre qué cosa
es el Estado y, por consecuencia, no puede haber acuerdo alguno sobre cuándo
aparece algo en cuyo concepto no hay ningún acuerdo. Norberto Bobbio, en su libro
Stato, governo, società, publicado en 1985, 29 en el cual parte de la dicotomía

                                                            
28
Francisco GINER, La persona social, estudios y fragmentos. Madrid, Librería general de Victoriano
Suárez, 1889, preámbulo.
29
Norberto BOBBIO, Stato, governo, società. Per una teoria generale della politica. Einaudi editore,
Torino, (1985). Hay traducción al español de José Fernández Santillán, publicada por el Fondo de Cultura
Económica, México, (1994)

  21
público/privado 30 para distinguir los dos tipos de relaciones sociales, las relaciones
de subordinación que se dan entre los detentadores del poder de mandar y los
destinatarios del deber de obedecer y las relaciones entre iguales o relaciones de
coordinación, para concentrarse en la dicotomía sociedad civil/Estado, 31 destacaba
el problema del nombre en el desacuerdo sobre el Estado al exponer, en uno de sus
primeros capítulos, llamado EL NOMBRE Y LA COSA, el desacuerdo sobre la
cosa a la que llamamos Estado y la importancia de ese desacuerdo.
Es particularmente interesante que en la gran obra de Georges Burdeau,
Traité de Science Politique, que originalmente estaba formada por siete gruesos
tomos, uno de los cuales el II estaba dedicado por entero al Estado y el III al
“Estatuto del Poder en el Estado”, el eminente profesor francés examina seis grandes
teorías diferentes, que comprenden más de veinte teorías particulares e incluye las
opiniones de más de cien autores sobre el tema de cómo se forma el Estado, para
llegar a una afirmación central y a unas cuantas negaciones. La afirmación general
dice: “la formación del Estado es, antes que todo, un fenómeno de orden intelectual
y existe desde que los individuos piensan en él”. 32 Las negaciones son: “la aparición
del Estado es un fenómeno que se substrae a cualquier connotación jurídica”. 33 “La
Constitución no puede crear al Estado”. 34 Y como algo muy significativo para
constatar la dificultad para dar respuesta a la pregunta ¿Cuándo nace el Estado?
confirmando su afirmación principal: “El Estado es un fenómeno espiritual, por
consecuencia no se puede encontrar en los hechos concretos, por minuciosa que sea
su búsqueda”. 35
Primero están los que quieren llamar Estado a todas las formas de agrupación
humana que ha habido en alguna época de la historia de la humanidad; en las que,
como en toda comunidad social, existía un poder, consentido o no consentido, de
alguien sobre los individuos que formaban esas agrupaciones. Luego están los que
prefieren decir que el Estado surge cuando se empieza a hablar de organizaciones
establecidas que usan en su descripción la palabra “estado”, como la situación o el
estado de control o dominio social existente. Después, los que llaman Estado
únicamente a las formas de organización una vez que se establece en ellas
formalmente la palabra Estado en sus documentos principales, el cual, en sus
primeras expresiones antes de la Revolución francesa, es algo parecido al reino
como patrimonio privado de los reyes y que, aunque comprende a la sociedad, es de
alguna manera diferente a ésta, pues incluye el poder sobre la misma. Esta
concepción es la que comparten los escritores que “descubren” al Estado en las
                                                            
30
Norberto BOBBIO, Obra citada I.
31
Norberto BOBBIO, Obra citada II.
32
“Nous montrerons comment la formation de l’Etat est, avant tout, un phénomène d’ordre intellectuel,
comment il existe, dès lors que les individus le pensent”. Georges BURDEAU, Traité de Science Politique,
Tome II, p. 8 Paris, Librairie Générale de Droit et de Jurisprudence (1949)
33
“L’apparition de l’Etat est un phénomène qui se soustrait à tout qualification juridique”. BURDEAU, Obra
citada, tomo II, p. 11
34
Ib idem, p. 24
35
Ib idem, p. 38

  22
expresiones ocasionales de las monarquías absolutistas de Europa en los siglos XVI
al XVIII. Este Estado monárquico tradicionalista decae y desaparece en el apogeo de
la Revolución francesa al afirmarse la supremacía del pueblo en la organización
política, pero renace completamente transformado como algo diferente, totalmente
ficticio, a partir de Napoleón y de las ideas sobre el Estado prusiano en el siglo XIX.
Este es el nuevo Estado, listo para ser usado por los hombres que dirigen los
gobiernos como un ser omnipotente, incomprensible, absoluto e invisible, diseñado
para dominar y someter a las sociedades e impedir, antes que todo, cualquier cosa
que se acerque a un gobierno del pueblo o que haga depender del pueblo el poder del
gobierno, y yendo más allá, cualquier cosa que favorezca una participación efectiva
y poderosa de la población en el gobierno.
Por último están los que, en la línea del pensamiento de Hegel, coinciden en
el interés en alejar al Estado de la sociedad y, que, en lo que toca a la cuestión de
¿cuándo surge el Estado? ven esta pregunta como algo sin sentido, pues el Estado es
un concepto ajeno a cualquier agrupación o asociación humana existente; es decir,
es un ente espiritual (el Estado, diría Hegel, es el Espíritu Absoluto), un ente ideal,
una “Idea ética”, que, como tal, no nace de las organizaciones sociales o políticas
que hayan existido en la realidad en alguna época del pasado, sino como algo
diferente de la sociedad y de los individuos que la forman, y también diferente
(aunque sólo en la teoría) de los gobiernos de esas sociedades. A esto hay que
agregar que algunas de las concepciones de los tres primeros tipos de opiniones
sobre ¿cuándo nace el Estado? en las explicaciones que dan sus autores sobre ellas,
se combinan con el Estado como una Idea ética, lo cual hace de algunas de esas
explicaciones descripciones totalmente ininteligibles.
Algo parecido señalaba el mismo Burdeau, en el artículo que se publicó en la
Encyclopaedie Universalis mucho después de que siendo profesor de la Universidad
de Dijon había empezado a publicar en 1949, la primera edición de su famoso
Tratado de Ciencia Política (Traité de Science Politique). En el artículo citado,
publicado 40 años después, decía Bourdeau: “Las dificultades del lenguaje para dar
cuenta del Estado provienen de que éste no pertenece al mundo de los fenómenos
concretos. Nadie lo ha visto jamás. Y no podemos dudar de su realidad (apreciación
con la cual no coincido) aunque esa realidad sea del orden conceptual. El Estado es
una idea”. 36
No quiero entrar al tema de las especulaciones sobre las motivaciones que
tiene el hombre para agruparse, las cuales incluyen junto a algunos análisis serios y
fundados de antropología social un buen número de inventos, ficciones y
deducciones puramente imaginarias sin ninguna base histórica. Este es el caso de la
teoría que presenta Ortega en su ensayo titulado “El origen deportivo del Estado”,
en el cual ofrece como primera razón de la unión social en la historia remota, los
“clubs” de solteros que se dedican al “rapto de mujeres ajenas” y presenta a las

                                                            
36
Georges BURDEAU, Encyclopaedie Universalis, (1989) tomo 8, voz ÉTAT.

  23
madres y a las familias como lo opuesto al Estado.37 Voy, en cambio, a referirme
brevemente a las diferencias entre las distintas concepciones sobre el origen del
Estado ya esbozadas en los párrafos anteriores, simplemente para mostrar las
diferencias entre ellas y la imposibilidad de descubrir cuándo surge algo sobre lo
cual no existe ningún acuerdo en su concepto.

El Estado existe desde las primeras comunidades humanas

Me referiré primero a algunos de los muchos escritores que llaman Estados a


todas las agrupaciones sociales más o menos independientes, que existieron en el
pasado y que comprendían los aspectos principales de la vida de los individuos que
las formaban, y que, naturalmente, estaban de alguna manera bajo el control laxo o
estricto de una o de algunas personas. Esto comprende a todas las sociedades del
pasado, desde las más primitivas hasta las actuales, pues es imposible concebir una
asociación humana que incluya los aspectos más importantes de la vida de sus
integrantes sin una dirección o un poder de mando que mantenga cierto orden o
ciertas reglas sobre el comportamiento de los individuos que la componen. Otto von
Gierke, líder de la escuela germanista de la jurisprudencia histórica, opuesta a los
                                                            
37
José ORTEGA Y GASSET, El origen deportivo del Estado, publicado en El Espectador VII (1930) Obras
completas, tomo II páginas 607 y siguientes. Las opiniones de ORTEGA en este artículo son una de tantas
cosas extrañas que se han escrito sobre el Estado y resultan tan curiosas que creo que bien vale la pena
transcribir algunos de los fragmentos principales, porque dichas opiniones, originales o extravagantes, son
una de las más singulares sobre el origen del Estado, son poco conocidas y muchos de los lectores habituales
de ORTEGA pueden sorprenderse de las mismas: “Las tribus primitivas aparecen divididas en tres clases
sociales: que no son, ciertamente, económicas, como preferiría la tesis socialista, sino la clase de los
hombres maduros, la de los jóvenes y la de los viejos. No hay distinciones, y, por supuesto, no existe aún la
familia. … la primera organización social no divide al grupo en familias, sino en lo que se ha llamado
“clases por edad”. La que manda y decide no es la de los hombres maduros, sino la de los jóvenes. …. Las
hordas vagaban años y años sin tropezarse unas con otras; el número de individuos de la especie humana era
en todo el planeta muy reducido. Y acaece que los muchachos de dos o tres hordas próximas impulsados por
ese instinto de sociabilidad coetánea deciden juntarse, vivir en común. Sienten todos, sin que sepan por qué,
un extraño y misterioso asco hacia las mujeres parientes consanguíneas con quienes viven en la horda, hacia
las mujeres conocidas, y un apetito de imaginación hacia las mujeres otras, las desconocidas, las no vistas o
sólo entrevistas. …. Y entonces deciden robar las mozas de hordas lejanas. Pero esto no es empresa suave:
las hordas no toleran impunemente la sustracción de sus mujeres. Para robarlas hay que combatir, y nace la
guerra como medio al servicio del amor. Pero la guerra suscita un jefe y requiere una disciplina: con la
guerra que el amor inspiró surge la autoridad, la ley y la estructura social. …. La primero casa que el
hombre edifica no es la casa de la familia aún inexistente, sino el casino de los jóvenes. Es decir, que el
“club” es, quiérase o no, más antiguo que el hogar doméstico. Vemos, pues, que la primera sociedad
humana, propiamente tal, es todo lo contrario que una reacción a necesidades impuestas. La primera
sociedad es esta asociación de jóvenes para robar mujeres extrañas al grupo consanguíneo y dar cima a toda
suerte de bárbaras hazañas. Más que a un Parlamenteo o Gobierno de severos magistrados, se parece a un
Atlétic Club. … Era preciso que el resto de la masa social procurase su defensa frente a las asociaciones
bélicas y políticas de los mozos. Entonces se organiza frente a ella la asociación de los viejos: el Senado.
Viven éstos con las mujeres y los niños, de los que no son o no se saben maridos ni padres. La mujer busca
protección de sus hermanos y hermanos de su madre, y se hace centro de un grupo social opuesto al “club”
de varones; es la primera familia, la familia matriarcal, de origen, en efecto, reactivo, defensivo y opuesto al
Estado. … dondequiera que entrevemos el nacimiento de un Estado hallamos la presencia del “club” juvenil,
que danza y combate”. Páginas 615 a 619.

  24
teóricos romanistas del derecho alemán de los cuales el más conocido, tal vez, fue
Savigny, escribía en 1874 38 : “No hay comunidad donde no se pueda descubrir el
carácter estatista, incluso en las tribus nómadas. Porque el Estado, como el
Derecho – con el cual nace y al cual acompaña, pues son coetáneos – son tan viejos
como la maldad humana y existen aún en las hordas errantes”. 39 Pero al mismo
tiempo, sin duda por la influencia de Hegel, decía que el Estado es “la más alta y
comprensiva forma de Comunidad, no perceptible para los sentidos, pero real para
el espíritu, que nos revela una existencia común humana sobre la existencia
individual. Este elemento común es la unidad permanente, viva, la unidad que
quiere y obra y en la cual se encierra todo un pueblo”. 40
La opinión de Gierke nos llevaría a llamar “Estados” a las asociaciones que
como agrupaciones permanentes, con un lenguaje y costumbres propias, se
formaban en torno a un patriarca que tenía una multitud de mujeres e hijos que, a su
vez, se reproducían entre ellos y se mantenían unidos para defenderse mejor de otros
grupos similares. El concepto también incluiría a las agrupaciones dirigidas por
varios jefes de familias extensas que llevan la dirección y toman juntos las
decisiones del grupo y a las agrupaciones en las que las decisiones sobre las
cuestiones comunes y, muchas veces, también sobre todas las acciones privadas, las
toman los hombres casados o los mayores de cierta edad.
Por alguna razón, que no he alcanzado a comprender totalmente, muchos de
los escritores que se han ocupado de estas cuestiones mencionan como una de las
características para calificar como “Estado” a una agrupación permanente, el que
dicha sociedad, por primitiva que sea, tenga un territorio propio o se encuentre
asentada en un cierto territorio. Confieso que no he logrado entender por qué una
comunidad para ser independiente en los tiempos primitivos debía tener un territorio
propio. Para empezar porque la idea de un territorio propio no es una característica
de algo definitivo ni siquiera en los tiempos actuales. Basta tener a la vista alguno de
los libros donde se presentan los distintos mapas de algunas de las regiones de
Europa, en diferentes épocas, para darse cuenta que los territorios de algunas
grandes agrupaciones sociales han ido cambiando y han pertenecido, a veces en unas
decenas de años, a dos o a tres grupos diferentes. El territorio propio, es propio de
una comunidad, mientras no se lo quita otro grupo. Esto vale especialmente en la
época antigua en que la población total del mundo era notablemente reducida y por
consecuencia había grandes extensiones, podríamos decir, continentes enteros, casi
deshabitados y las poblaciones – generalmente muy pequeñas – sólo podían
controlar de una manera efectiva una pequeña parte de una gran región deshabitada.
Sin duda tenía razón Gierke al decir que una comunidad en la antigüedad no
requería de un territorio permanente para verse como tal y que aún las tribus
                                                            
38
Otto Friedrich von GIERKE. El trabajo se titulaba Die Grundbegriffe des Staatsrechts und die neuesten
Staatsrechtstheorien y fue publicado por primera vez en el Zeitschrift für Staatswissenschaft.
39
GIERKE, Obra citada página 116. Tomado del prólogo escrito para la traducción de la segunda versión
alemana de la Teoría General del Estado de JELLINEK por Fernando de los RÍOS.
40
GIERKE, Obra citada página 114.

  25
nómadas tenían un carácter que él llama estatista, aunque no pienso que sea lo mejor
llamar Estados a todas las comunidades de muy distintos tipos del pasado, porque
esto simplemente aumenta la confusión sobre qué es “el Estado”. Coincido con la
idea que la permanencia de las comunidades en lo que toca a la unidad de sus
miembros entre sí, es algo que no requiere necesariamente del control o del dominio
efectivo de esas comunidades sobre un territorio determinado, como sucedía en la
antigüedad cuando se llevaban a cabo grandes migraciones y, como se ha visto
mucho tiempo después, por las invasiones de pueblos en territorios habitados por
otros pueblos en tiempos mucho más recientes en la historia.
En la misma línea de pensamiento, Jellinek, con quien culmina en Alemania
la idea de una Teoría General del Estado, en su gran obra que lleva precisamente ese
título, empieza por llamar “Estado” a la polis griega 41 que, a su vez, era la palabra
para denotar a cada ciudad en Grecia, haciendo notar – según él – que en la polis
“La comunidad de ciudadanos se identifica con el Estado; por esto precisamente, la
situación del individuo dentro del Derecho Público, no está condicionada jamás por
la pertenencia a un territorio, sino por el hecho de formar parte de una comunidad
de ciudadanos”. Siguiendo esa misma idea, para Jellinek “el Estado entre los
romanos era la civitas, la comunidad de los ciudadanos o la res publica, esto es, la
cosa común al pueblo todo”. De la misma manera, para él, también las
denominaciones de pueblo significan Estado y lo mismo dice de las palabras
populus y gens, entre los romanos, 42 y también de las palabras régne, regno, reign,
reino, que proceden de la expresión latina regnum que corresponde a Reich en
alemán, aunque éstas están ligadas a la palabra rey “y significan primariamente
dominación, y dominación de un príncipe”. 43
Las ideas de Adolfo Posada, el erudito español, son parecidas a las de Jellinek
en lo que toca a llamar Estado a todas las agrupaciones políticas del pasado, aunque
resulte imposible distinguir entre las asociaciones humanas las que son sociales y las
que son políticas. Para el famoso profesor todas las agrupaciones humanas
independientes, más o menos permanentes, desde la polis (la ciudad griega) 44 hasta
la Nación moderna 45 , diferentes de la familia, de las comunidades municipales, de
los gremios, de las corporaciones y de la Iglesia, 46 son Estados. Pero el Estado, para
él, en el fondo de las cosas, es en realidad, el resultado de un fluido ético,
naturalmente invisible y por demás misterioso. 47 En el tomo I capítulo III de su gran
obra Tratado de Derecho Político, Posada intenta explicar cómo el Estado es el
resultado del Derecho Político, éste, a su vez, es el resultado del Derecho y éste es el
producto de un fluido ético.
                                                            
41
Georg JELLINEK, Teoría General del Estado, traducción al español de Fernando de los Ríos. Libro
Segundo, Capítulo Quinto, El nombre del Estado. Cía Editorial Continental, S. A. México (1958) página 103.
42
JELLINEK, Obra citada, p. 104.
43
JELLINEK, ib idem.
44
Adolfo POSADA, Tratado de Derecho Político, tomo I, página 66.
45
Adolfo POSADA, Obra citada, tomo I, página 68.
46
POSADA, Obra citada, tomo I, página 67.
47
Adolfo POSADA, Tomo I, Capítulo III de la obra citada.

  26
Nuestro recordado maestro Mario de la Cueva, en sus clases en la Facultad de
Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, exponía una opinión
muy distinta: “Los antiguos nunca hablaron del Estado como una realidad y no
hicieron la diferencia que nosotros hacemos entre sociedad y Estado. En la
“Política” (de polis) de Aristóteles, en la “República” (palabra con que se tradujo
el título original de politeia) de Platón, se observa que ni uno ni el otro, así como
tampoco Cicerón, hablaron nunca del Estado como algo distinto de la comunidad
humana. La polis es el conjunto de los hombres; la civitas es sólo el pueblo romano;
por eso civitas, república, polis, pueblo se tomaron como términos iguales y
designaban al conjunto de los hombres”. 48
“La Edad Media emplea la palabra Civitas. Pero la Edad Media vive una
organización muy particular: hay distintas autoridades, cada una de las cuales es
suprema hacia abajo, pero es súbdito hacia arriba. La organización jerárquica va
de las corporaciones de artesanos a los señores feudales, a los reyes, al emperador,
al Papa. Y por ello es que en el Medioevo se habla de feudo, de reino, de país y de
imperio; pero ninguno de estos términos es equivalente a Estado”. 49

El Estado surge cuando se reconoce una situación o un estado de dominación

En un lugar diferente están los escritores que dicen que el Estado surge
cuando se empieza a usar la palabra “estado”, como una situación o un estado de
dominio. Para muchos de ellos, el Estado nace cuando Maquiavelo en su famosísimo
libro El Príncipe empieza a hablar de estados como sinónimo de dominios, del latín
dominium (propiedad o posesión) de un territorio, es decir de los territorios que son
propiedad de un gran señor, dominus (el señor), sobre los cuales ese señor
naturalmente ejerce el poder. Son cientos los escritores que pretender ver en la
primera frase del capítulo primero del libro de Maquiavelo el nacimiento del Estado,
simplemente porque en ella el autor utiliza la palabra estados. La frase en italiano
dice: Tutti li stati, tutti e’ domini che hanno avuto ed hanno imperio sopra li uomini,
sono stati e sono o reppubliche o principati. Esta explicación de Maquiavelo que en
una traducción literal dice: “Todos los estados, todos los dominios que han tenido y
tienen imperio sobre los hombres, son estados y son o repúblicas o principados”, ha
sido objeto de decenas de traducciones distintas y de discusiones interminables.
Algunos han empezado por deformar el sentido de “estados” como situaciones
provenientes del verbo estar, sustituyéndola por “Estados” (con mayúscula), que es
precisamente el término político; con lo cual, desde el principio, deciden que
Maquivelo se refería a la misma cosa a la que se refiere la doctrina política actual.
Otros, como en la traducción de José Sanchez Rojas que cita Mario de la Cueva, 50
                                                            
48
Mario de la CUEVA, Apuntes mecanografiados de la clase de Teoría del Estado, en la Facultad de Derecho
de la Universidad Nacional Autónoma de México, sin fecha, página 4
49
Mario de la CUEVA, Apuntes citados, página 5
50
Mario de la CUEVA, La idea del Estado, edición de la Universidad Nacional Autónoma de México, (1975)
página 62

  27
traducen la expresión tutti e’ domini, como “todas las soberanías”, con lo que
introduce la palabra de un concepto: “soberanías”, que obviamente no está en el
texto italiano. La traducción de la frase al francés hecha por Jacques Gohory, en la
edición presentada por Raymond Aron dice: “Tous les états, toutes les seigneuries
…”, que en español sería: “Todos los estados, todas las señorías”, y la traducción
más actual de Christian Bec, comentada por Marie-Madeleine Fragonard, 51 que
dice: “Tous les États, tous les pouvoirs …”, que sería “Todos los Estados, todos los
poderes”, son, ambas, traducciones que usan términos que se refieren a conceptos
muy diferentes a dominio, el cual tiene casi la misma significación que la palabra
francesa “domination” y exactamente la misma significación en la lengua italiana
que en la española.
De la frase de Maquiavelo se desprende que lo que caracteriza a los estados
es la dominación. Tal como está construida la frase, “los estados” son sinónimo de
dominio sobre los hombres; es decir, los estados son una manera de ser o una
situación más o menos estable de dominación sobre los hombres. Su uso para
justificar la dominación sobre la población no ha cambiado desde entonces. Parece
bastante claro que Maquiavelo no pretendía darle a la palabra “estado” una
connotación nueva, diferente de la que tenía como gobierno o forma de dominio.
Pero además, toda esta disquisición sobre el texto de Maquiavelo y el uso de la
palabra “estados” en esa frase, no nos resuelve la cuestión de ¿Cuándo nace el
Estado? El asunto, en todo caso, es si ese “estado” que mencionaba Maquiavelo, el
estado o el dominio del que él hablaba en esa época; es decir, el estado o el dominio
sobre las ciudades italianas, en donde Roma y Florencia estaban bajo el despotismo
de los Medici – en Roma con Giovanni de Medici y desde 1523 con Giulio de
Medici, como Papas, y en Florencia desde 1513 con Lorenzo de Medici y desde
1521 hasta 1523 con el mismo Giulio, antes de convertirse en Papa – es algo que
podamos considerar igual o parecido al Estado actual impersonal y superior al
gobierno y, desgraciadamente, para muchos hombres con mentalidad de súbditos,
diferente, ajeno y superior a la población.

                                                            
51
MACHIAVEL, Le Prince, Collection: Lire et voir les classiques, (1990)

  28
CAPÍTULO SEGUNDO
DEL ESTADO EN LA MONARQUÍA TRADICIONAL AL ESTADO
CONTEMPORÁNEO

El concepto del Estado, antes y después de la Revolución francesa, muestra


de manera clara los cambios entre lo que significaba el “Estado” en las citas de los
escritores y las invocaciones ocasionales que se hacían de esa palabra en la
monarquía tradicional anterior a la Revolución y lo que empezó a significar recién
iniciado el siglo XIX. Entre la concepción monárquica de Jean Bodin y los autores
que escribieron después de él y que alguna vez citaban al Estado antes de la gran
conmoción revolucionaria en Francia y la de quienes empiezan a citar al Estado
después del fenómeno revolucionario con el que se inició la transformación de las
concepciones políticas en el mundo occidental, hay un abismo.
El nacimiento incierto del Estado y el cambio profundo entre lo que era antes
y lo que fue después de la Revolución francesa, refleja las peripecias de la palabra
que, finalmente, conducen a la consolidación del concepto imaginario del Estado
para someter a los pueblos a una entidad abstracta, aparentemente impersonal, que
sirve de fachada, a los hombres del gobierno y sus aliados, para dominar y controlar
al resto de la población.

La “República” como gobierno del rey, Jean Bodin

En 1576, Jean Bodin, conocido en español como Juan Bodino, publica su


extenso libro LES SIX LIVRES DE LA RÉPUBLIQUE (Los seis libros de la
República), escrito para justificar y exaltar el poder del rey de Francia, dedicado
precisamente a Monseigneur du Faur, Consejero del Rey en su Consejo privado.
Contra lo que creen quienes sólo conocen los seis libros por su título, la obra no
tiene nada que ver con la república actual como gobierno o sistema de gobierno en
el que participa la población. Se trata de un libro sobre la forma de gobernar del
monarca. 52 “Les six livres de la république son el intento más completo de
                                                            
52
Las palabras de Bodin al referirse al poder del rey no dejan lugar a duda alguna: “Si el príncipe soberano no
está sometido a las leyes de sus predecesores, mucho menos podría estarlo a las leyes y ordenanzas que él
mismo hace: porque si bien se puede recibir de otro la ley, es imposible por naturaleza darse a sí mismo la ley
o mandarse cosa que depende de su voluntad. Así vemos que al final de los edictos y ordenanzas están estas
palabras: PORQUE ESTE ES NUESTO DESEO. (“Si donc le Prince souverain est exempt des loix de ses
predecesseurs, beaucoup moins seroit-il tenu aux loix et ordonnances qu’il fait: car on peut bien recevoir loy
d’autruy, mais il est imposible par nature de se donner loy, non plus que commander à soy mesme chose qui
depende de sa volonté, … Aussi voyons nous à la fin des edicts et ordonnances ces mots: CAR TEL EST

  29
justificación del derecho de los reyes a gobernar a los hombres y de su poder
perpetuo y absoluto”. 53 El famoso libro empieza por decir que “Republique est un
droit gouvernement de plusieurs mesnages, et de ce qui leur est commun, avec
puissance souveraine.” (La República es un gobierno justo o recto de algunas
familias y de lo que les es común con poder soberano).
La frase citada (que transcribo con la ortografía de la edición facsimilar de
1576) ha dado lugar a cientos de comentarios, y muchas de las opiniones sobre
Bodin y su obra, especialmente en los libros escolares en las escuelas de Derecho en
algunos países, se limitan a esa frase. La razón de tantos comentarios es, primero,
que el autor no tituló su obra con el nombre de “el Reino”, como podía esperarse por
la época y su contenido, sino como “la República”; después, porque en su primera
frase, sólo califica de legítima la organización cuando ésta es un gobierno “justo” o
“recto”; a continuación, porque en la definición habla de “algunas familias”, de una
forma en la que no queda claro si el gobierno lo ejercen esas familias o si – como
parece más coherente por sus opiniones sobre el monarca – es el gobierno sobre esas
familias; y finalmente, y en gran parte a esto debe su enorme fama, porque entre los
libros de esa época y de las anteriores, se hace ahí una de las primeras menciones a
la soberanía como característica de esa organización que, según algunos autores,
aunque diga “República”, en realidad, se trata de “el Estado”.
A mi parecer, la multitud de opiniones que buscan relacionar y ubicar el
sentido de la famosa frase (cuyas palabras se refieren a conceptos que han cambiado
algunas veces de manera total su significado) con conceptos actuales que o no
existían en aquella época o que significan ahora algo bien distinto de lo que
significaban entonces, es una actividad sin mayor provecho y es uno de los ejemplos
más claros de las disquisiciones lingüísticas con las que se llenan miles de páginas y
se escriben libros y artículos bastante inútiles. Vaya un ejemplo para mostrar lo que
digo: En la frase citada se habla de “mesnages” que era una palabra que ahora
traducimos por familias. Es cierto, sin duda, que la palabra antigua significaba
también “familias”. Pero se trataba de lo que ahora sería una familia muy especial
compuesta por cientos de personas. La mesnage no era la unión cualesquiera de un
hombre y una mujer que vivían con sus hijos, sino un conjunto patriarcal que, como
decía el mismo Bodin, comprendía “además del jefe de familia, los hijos, los
esclavos, libertos y gentes libres que se sometían voluntariamente al jefe de la gran
familia e incluían a toda la descendencia de éstos”. El mismo Bodin empieza por
señalar en el nombre del capítulo segundo del libro primero, la diferencia entre esas

                                                                                                                                                                                     
NOSTRE PLAISIR”). Jean BODIN, Les six libres de la république, livre premier, chapitre 8, página 192 de la
edición facsimilar de 1576, publicada por Librairie Fayard, 1986.
53
Esta es la opinión con la que concluye el comentario de Mario de la CUEVA en su libro La idea del Estado
al referirse a la famosa obra de Jean Bodin,.

  30
dos cosas diciendo: “Du mesnages, et de la difference entre la République et la
famille”. 54
Lo que quiero decir es que ni la república significaba para nada la república
actual, ni el gobierno tiene nada que ver con la idea del gobierno actual, ni la familia
tiene nada que ver con la familia actual, ni la potencia soberana es nada de lo que se
entiende ahora en alguno de los muchos significados que se utilizan cuando se habla
de soberanía, con todos sus sinsentidos, sus usos deformados y sus incoherencias
actuales.
Para muchos autores, el Estado, como aparato monárquico de dominación, ya
existía en la época de Jean Bodin. Según esos escritores, el Estado existía desde
entonces, porque desde entonces se utiliza la palabra ocasionalmente en distintas
partes del mundo. Así, como si la palabra fuera un rastro que aparece de vez en
cuando o como las huellas que deja a su paso algún animal legendario, se buscan las
menciones directas o indirectas al Estado en distintos países entre el siglo XVI y el
siglo XVIII. En esas búsquedas en los libros de esos tiempos se encuentra que en los
Países Bajos se cita la palabra Estado en un cuerpo al que se le llama: “Consejo de
Estado” que se convierte, en el año 1531, en el más alto nivel entre los tres
“Consejos colaterales”. En 1614, en Francia, el cardenal du Perron, representante
del clero, decía refiriéndose a la pretensión de enumerar cuáles eran las leyes
fundamentales (la mayoría de las cuales eran reglas basadas en supuestas
costumbres legendarias, jamás escritas) la siguiente expresión: “Cómo se hará pasar
como ley fundamental del Estado una proposición que nació en Francia más de once
siglos después que el Estado fue fundado”. 55 Montesquieu en su gran obra Del
espíritu de las leyes, publicada en 1748, habla muchas veces del Estado pero sin
decir nunca qué cosa es. 56 Se le menciona en Austria, en 1760, en el nombre de otro
consejo: Staatrat, y en otros muchos países europeos en los que aparece
ocasionalmente antes de su uso, desde 1776, para designar a las nuevas entidades
formadas en lo que habían sido, hasta entonces, las trece colonias inglesas en la
América del Norte.
A partir de que comienzan a desarrollarse las ideas que conducen a la
Revolución francesa, la palabra y la idea del Estado empiezan a desaparecer. En
1762, en “El Contrato Social”, sin duda la obra más conocida de Rousseau, el
Estado es simplemente toda la población y no una entidad distinta con poder
independiente. 57 El poder reside en la comunidad de ciudadanos, que es una
asociación. “Se necesita encontrar una forma de asociación que defienda y proteja
                                                            
54
Jean BODIN, Les six livres de la république, livre premier, chapitre II. Ediciones Fayard, edición
facsimilar de 1576, publicada en 1986, páginas 39 y 40.
55
Maurice DUVERGER, Les Constitutions de la France, PUF, Paris, (1993), p. 30
56
MONTESQUIEU, De l’esprit des lois. Así por ejemplo en el Libro III, capítulo VIII, en el Libro IX,
capítulo II, IX y X, en el Libro XI, capítulos IV, V, VI y en otras partes de su obra. En todas las menciones
que hace del Estado, usa la expresión como algo parecido a país o reino, sin ninguna precisión.
57
George H. SABINE, Historia de la Teoría Política, traducción al español publicada por el Fondo de
Cultura Económica, México, 1975, p. 431

  31
con toda la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual,
uniéndose cada uno a todos, no obedezca más que a sí mismo y quede tan libre
como antes”. 58 Esta es la idea de la voluntad general. “Cada uno pone en común su
persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, y
recibimos como cuerpo a cada miembro, como parte indivisible del todo”. 59
La voluntad general para Rousseau era el descubrimiento de que la sociedad
no era sólo una agrupación de individuos sino una asociación voluntaria que tiene
intereses propios y bienes u objetivos que, aunque incluyen los intereses de sus
miembros, van más allá de los mismos, es decir tiene bienes colectivos. Para usar la
terminología tomista, la sociedad es la titular del bien común. Pero los derechos
individuales que Santo Tomás de Aquino decía que eran “derechos naturales” que
les pertenecían a los hombres en cuanto tales, para Rousseau eran derechos de los
ciudadanos. Es en la comunidad donde los hombres obtienen la libertad civil que es
un derecho moral y no meramente la “libertad natural” que – dice Sabine, en su
comentario muy crítico de Rouseau – por una figura del lenguaje, puede atribuirse a
un animal solitario.60
Con la Revolución francesa las concepciones políticas que se habían
desarrollado a la sombra de la monarquía tradicional cambian drásticamente. La
soberanía que se identificaba con el rey, los parlements que eran los poderosos
gremios de jueces en cada región (trece en total en todo el reino), los Estados
generales formados por tres órdenes a los que pertenecían todos los habitantes del
reino, la constitución formada por las costumbres del reino (constitution
coutumière), la Curia regis, el Conseil du Roi, las Assemblées de notables; todas
ellas son instituciones que desaparecen o se convierten en cosas diferentes de lo que
eran.
En la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 no
existe ninguna mención al Estado. El poder deja de ser un atributo del rey para
convertirse en un atributo de la Nación: “El principio de toda soberanía, dice la
famosa Declaración, reside esencialmente en la Nación”. 61 Siguiendo las ideas de
Rousseau, a continuación, en la misma Declaración, se establece que “la ley es la
expresión de la voluntad general”. 62 Después, en la Constitución del 3 de
septiembre de 1791, las ideas sobre la soberanía se empiezan a aclarar un poco más:
“La Soberanía es una, indivisible, inalienable e imprescriptible y pertenece a la
Nación”. Sin embargo el Estado todavía aparece en un artículo muy extraño para ese
momento que habla de los crímenes que ataquen “la seguridad del Estado”. 63 Hasta
ahí, la idea de la soberanía del pueblo todavía no es tan evidente, aunque está más o
                                                            
58
Jean-Jacques ROUSSEAU, Du contrat social, Libro I, Capítulo VI
59
ROUSSEAU, ib idem
60
SABINE, Obra citada p. 433
61
Art. 3 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, del 26 de agosto de 1789.
62
Art. 6 de la Declaración.
63
Art. 23 del Capítulo V de la Constitución francesa de 1791

  32
menos implícita en el concepto de la “nación”. Finalmente, en la Constitución de
1793, se declara que el pueblo ha substituido al monarca como titular del poder
soberano: “La soberanía reside en el pueblo; ella es una, indivisible, imprescriptible
e inalienable” (Art. 25), y luego en el artículo 7, después de la parte declarativa: “El
pueblo soberano es la universalidad de los ciudadanos franceses”.
Como puede verse, las ideas monárquicas anteriores que hacían referencias al
Estado como algo parecido al país o como sinónimo del reino o como una unidad de
dominación propiedad del monarca, desaparecen durante la Revolución. Pero
cuando reaparecen, despiertan convertidas en teorías de un Estado imaginario,
impersonal y omnipotente, en el cual las decisiones y por consecuencia las
responsabilidades de quienes dirigen los gobiernos, se pueden atribuir, todas, a ese
ente impersonal que, como un ídolo sagrado inmaterial, está al servicio de los
principales empleados de los nuevos gobiernos.
Se ha señalado por algunos escritores que durante el tiempo que va del final
de la monarquía tradicional en Francia, en la que el Estado incipiente era algo igual
al reino o al país, propiedad del rey, o bien era simplemente una palabra para
expresar el poder o el dominio concreto del rey, desde entonces, hasta la
implantación del nuevo concepto del Estado; es decir, durante todo el tiempo de la
Revolución, no existe, en Francia, el Estado. Esto, se dice, es así, porque el Estado
como concepto de dominación sobre la población no puede coexistir con el ejercicio
del poder de la población sobre los representantes empleados que desempeñan en su
nombre y bajo la vigilancia efectiva de la sociedad, las funciones que ésta les
encomienda.
Yo voy un poco más allá. En mi opinión, el Estado, como una entidad
imaginaria soberana con poder absoluto, es incompatible con un sistema en el que la
sociedad participa de manera efectiva en el gobierno aprobando o reprobando las
decisiones más importantes que toman sus representantes y los otros empleados
principales, nombrando y revocando el mandato de sus delegados y haciendo uso,
cuando se necesita, de la huelga general o de la suspensión total del pago de
impuestos, que es una de las mejores maneras de mostrarles a los empleados
públicos, de tiempo en tiempo, que efectivamente el poder reside en los individuos
que forman la sociedad. En un sistema en el que efectivamente la población sea la
titular del poder en una república democrática, no hay necesidad de ningún Estado.
Suponer su existencia sería una inutilidad e invocarlo por los empleados principales
que dirigen los gobiernos sería un intento infantil bastante tonto para justificar la
toma de decisiones o la implantación de reglas fundamentales – que no tendrían
obviamente valor alguno – sin la aprobación de la sociedad.
En 1799, en el ocaso de la Revolución francesa, comienza nuevamente a
aparecer la palabra Estado. Pero, como se vería bien pronto, aunque se use la misma
palabra, se trata de un concepto completamente nuevo y diferente al que se citaba
ocasionalmente en las épocas de la monarquía tradicional, antes de la Revolución

  33
francesa. El nuevo Estado se asoma otra vez a la vida pública en el artículo 47 de la
Constitución francesa promulgada el 13 de diciembre de ese año, en donde se dice
que el gobierno proveerá a la defensa exterior del Estado. Después, dos días más
tarde, el Estado vuelve a aparecer en la Proclamación del 15 de diciembre, que
presenta, junto a los derechos de los ciudadanos, “los intereses del Estado”. Las
citas y las invocaciones del Estado van a multiplicarse en los grandes documentos de
los países de Europa y de América desde los primeros años del 1800. Poco después
viene la consolidación del concepto en la doctrina prusiana. El Estado empieza a
convertirse en un aparato imaginario, verdaderamente formidable. Un monstruo
abstracto, impersonal, por el cual nadie asume la responsabilidad de sus actos. Un
ser “espiritual” que está por encima de todos los individuos, por encima de la
sociedad y de todas las demás asociaciones.

Las “formas” del Estado desconocido

El desarrollo del concepto del Estado es fascinante y es increíble. Y lo es,


porque presenta, con todas sus contradicciones y sus incoherencias, la manera en
que usando la misma palabra, su significado, como algunos virus mutantes, fue
cambiando para adaptarse por su misma vaguedad y su ausencia de materia a algo
que, además de no tener materia, no tiene forma alguna. Una ficción avasalladora
inatacable e inmune a la crítica porque no tiene voluntad propia pues sólo hace y
dice lo que hacen y dicen los hombres que manejan el gobierno; pero al mismo
tiempo algo por cuyos actos nadie tiene responsabilidad, el cual, por eso mismo,
resulta uno de los medios más formidables para dominar a los pueblos.
El tema de las formas del Estado es una de esas cuestiones misteriosas que se
comentan desde hace muchos años en medio de todo tipo de confusiones sobre las
organizaciones sociales del pasado y del presente, y las clasificaciones abstractas
hechas por académicos que se refieren al Estado basándose en teorías apoyadas en
conceptos sobre una supuesta naturaleza del Estado que si bien puede existir en los
textos de las leyes poco o nada tiene que ver con la realidad y que, en el mejor de los
casos, se refiere a las características (teóricas) que se dice que tenían ciertos
gobiernos de otros tiempos y que se dice que tienen algunos gobiernos actuales.
La búsqueda y la atribución de formas del Estado imaginario es una de las
tareas en las que se ven más claramente las confusiones y los enredos a las que da
lugar esa curiosa labor de clasificar ficciones y fantasías en el Derecho y en la
Ciencia Política. Unos han tratado de clasificar al “Estado” usando el término como
sinónimo de poder político o simplemente de forma de gobierno según que la
organización gubernamental sea federal o centralizada; otros lo clasifican para
distinguir si el gobierno se presenta como monárquico o como republicano, es decir
según se llame de una o de la otra manera, y otros más, como es costumbre entre
personas que se dicen ilustradas, recurren a lo que decían los griegos antiguos sobre

  34
sus asociaciones, lo cual siempre suena muy elegante aunque esas asociaciones
sociales no tuvieran ninguna semejanza con las organizaciones actuales. Así,
dejando a un lado la forma preconizada por Platón de lo que éste veía como la
ciudad ideal basada en la posesión y el uso de la propiedad, considerando el
comunismo como la mejor solución a los problemas de la convivencia humana y
aceptando una propiedad privada limitada, con el fin de eliminar de la sociedad las
diferencias excesivas entre los ricos y los pobres que constituyen las causas
principales de las luchas civiles, 64 muchos autores empiezan con Aristóteles quien a
su vez empezaba su estudio sobre la forma de la asociación política 65 por lo que él
consideraba la característica más importante en las asociaciones políticas de su
tiempo; esto es, las diversas alternativas respecto a la comunidad de mujeres, hijos y
bienes. 66 Por lo que toca a las formas de gobierno, Aristóteles (quien ni conocía ni
hablaba del Estado, sino de ciudades y asociaciones y de sus gobiernos) clasificaba
los gobiernos de las distintas organizaciones sociales de su tiempo en monarquía y
democracia y, entre ellas, la aristocracia como el gobierno de los mejores. 67 Frente
a estas formas “puras” (todas las cuales se refieren a formas de gobierno) se
presentan sus respectivas degeneraciones: tiranía, demagogia y oligarquía. Esta
concepción de las formas del poder político no tiene nada que ver con el concepto
obscuro del Estado imaginario, pero por el prestigio de Aristóteles fue el modelo
predominante en las teorías “históricas” de las formas de gobierno durante la época
medieval y en los tiempos de la monarquía tradicional, antes de que se inventara el
nuevo Estado después de la Revolución francesa.
De una manera muy diferente Maquiavelo distinguía entre repúblicas y
principados. Las primeras eran una forma de dominio en que el poder estaba
repartido entre varios cuerpos o consejos y el principado era la forma en la que el
poder lo ejercía un solo individuo. 68 Montesquieu en su gran obra Del espíritu de las
leyes no hablaba de las formas del Estado sino de las especies o clases de Gobierno
y decía: “Hay tres especies de gobiernos; el republicano, el monárquico y el
despótico”. 69 Posteriormente, en el siglo XIX, los promotores del “Estado liberal”
empezaron a hablar de las formas del Estado con una nueva clasificación en la que
se exaltaba el “Estado de Derecho” en contraposición al Estado absoluto y al Estado
                                                            
64
PLATON, La República, libro IV 422e y libro V especialmente desde 462ª hasta 464b.
65
ARISTÓTELES, La Política, Libro segundo I, 1260b. El primer párrafo del texto del libro segundo citado
empieza diciendo: “Nuestro propósito es el de considerar cuál es la forma de asociación política que puede
ser, entre todas, la mejor para quienes sean capaces de vivir lo más posible conforme a su ideal de vida.”
66
ARISTÓTELES, La Política, 1261ª, 1 a 5 y 5 a 10
67
ARISTÓTELES, La Política, Libro tercero, capítulo V, 1279ª en adelante. Es particularmente interesante la
afirmación con la que empieza Aristóteles el capítulo V de ese libro tercero para quienes creen tontamente
que las significaciones de las palabras son iguales a las de otras épocas: “Los términos constitución y
gobierno son lo mismo y puesto que el gobierno es el supremo poder de la ciudad, de necesidad estará en uno,
en pocos o en los más. Cuando uno, los pocos o los más gobiernan para el bien público, tendremos
constituciones rectas.”
68
Nicolás MAQUIAVELO, El Príncipe, capítulos I y V.
69
MONTESQUIEU, De l’esprit des lois, Libro II, Capítulo primero: “Il y a trois espèces de gouvernements;
le RÉPUBLICAIN, le MONARCHIQUE, et le DESPOTIQUE. “

  35
de policía. 70 En el siglo XX se presentan nuevas clasificaciones de las formas del
Estado. Georges Burdeau, el notable profesor de Ciencia Política, al referirse a Las
Formas del Estado 71 hablaba de Estados Federales 72 y de Estados Unitarios 73 y a
continuación hacía una clasificación de estos últimos en la que dividía al Estado
Unitario en “Estado unitario centralizado” y “Estado unitario descentralizado” y a
partir de esto seguía haciendo clasificaciones de estas últimas clasificaciones.
Biscaretti di Rufia, por su parte, ofrecía en 1969 una clasificación de cuatro formas
de Estado: A) El Estado de democracia clásica u occidental, B) El Estado socialista
inspirado en la filosofía política marxista (el cual independientemente de que como
todos los demás era un ente imaginario, en la actualidad casi ha desaparecido como
título), C) El Estado autoritario (cuyo uso como nombre oficial ha desaparecido
pero que en la vida real es una redundancia, ya que decir Estado es decir autoritario)
y D) Todas las demás formas de Estado contemporáneo, que, aclaraba, para hacer
más inútil su propia clasificación “sólo pueden insertarse con dificultad en los
esquemas doctrinales antes mencionados, en virtud de que actúan en dimensiones
temporales y ambientales absolutamente diversas”. 74

Del despotismo de los reyes a la tiranía de nuestros empleados

En la antigüedad no existía ninguna concepción parecida a lo que ahora, con


todas sus ambigüedades y sus incoherencias, se llama el Estado. Los conceptos con
los cuales algunos estudiosos de los orígenes históricos de las palabras y las ideas
han buscado con ahínco compararlo: la tribu, la polis, el imperio romano, las
ciudades medievales y los reinos tradicionales, fueron cosas completamente
diferentes. 75 En Grecia, la polis era una agrupación de ciudadanos76 en la que, según
Aristóteles, no participaban ni los extranjeros ni los esclavos en la medida en que no
                                                            
70
Ver Giuseppe de VERGOTTINI, Derecho Constitucional Comparado, Capítulo segundo Formas de
Estado y Formas de Gobierno.
71
Georges BURDEAU, Traité de Science Politique, Tome II, Titre III, p. 313, Paris (1949)
72
Georges BURDEAU, Traité de Science Politique, Tome II, Titre III, Chapitre II, pp. 392 a 500, Paris
(1949)
73
Georges BURDEAU, Obra citada, Tome II, Titre III, Chapitre I, pp. 316 a 390.
74
Paolo BISCARETTI DI RUFIA, Introducción al Derecho Constitucional Comparado, publicado en su
traducción al español por el Fondo de Cultura Económica, México (1975) capítulo I, Las formas de Estado de
la Época Moderna. Posteriormente han sido publicadas nuevas ediciones por la misma editorial.
75
Fustel DE COULANGES en los primeros párrafos de la introducción a su gran obra “La ciudad antigua”,
hace notar: “las diferencias radicales que distinguen a estos pueblos antiguos de las sociedades modernas”
“Nuestro deficiente sistema educativo nos habitúa a compararlos sin cesar con nosotros, a juzgar su historia
según la nuestra y a explicar sus revoluciones por las nuestras. Lo que de ellos tenemos y lo que nos han
legado, nos hace creer que nos parecemos. Nos engañamos sobre estos antiguos pueblos cuando los
consideramos al través de las opiniones y acontecimientos de nuestro tiempo. Por haberse observado mal las
instituciones de la ciudad antigua, se ha soñado hacerlas revivir entre nosotros. Una de las grandes
dificultades que se oponen a la marcha de la sociedad moderna, es el hábito de tener siempre ante los ojos la
antigüedad griega y romana.”
76
ARISTÓTELES, Política, Libro tercero 1274b, líneas 38 a 40.

  36
tenían derechos legales. En Roma, de manera muy parecida, “la civitas” es la
comunidad de los ciudadanos o “la res publica”, 77 es decir la cosa pública, que
Jellinek, obsesionado como estaba con el concepto del Estado, pretende identificar
con él, pero que en realidad no tienen nada en común. 78
Hay cientos de opiniones que ven al Estado como algo que nace cuando se
empieza a mencionar su nombre en las declaraciones de los reyes y en los
documentos oficiales de los países europeos desde el siglo XVI al XVIII y que se
consolida como algo bien distinto en el siglo XIX, apoyado en una “teoría” sobre
ese ente imaginario. Muchas de estas opiniones hacen notar que desde antes de la
guerra de independencia de las colonias de América del Norte contra Inglaterra y del
uso del término “Estado” a partir de que Napoleón llega al poder y se inventa el
Estado prusiano en el siglo XIX, existían antecedentes de la utilización de la
palabra. Es cierto. Como ya lo he señalado, en la monarquía tradicional, antes de la
Revolución francesa, se menciona al Estado en algunos países de Europa occidental
en el nombre de ciertos organismos públicos y en los textos de algunos escritores,
pero ese “Estado” era algo parecido al reino, del cual se decía que era dominio del
rey. Es decir, era el territorio de su propiedad en el que vivían sus súbditos. El
Estado era parte del monarca y de su soberanía, entendida como poder del soberano
sobre todo y sobre todos. Aun cuando, en los hechos, muchas veces, el citado
“soberano” no fuera tan soberano, pues seguía compartiendo su “soberanía” con las
soberanías de los señores territoriales y feudales que tenían sus propios “dominios”
en partes de ese mismo territorio. Así, la soberanía, era, con frecuencia, sólo una
manifestación de los deseos de poder personal absoluto que tenían los monarcas, los
cuales, en la realidad, compartían el reino o el poder sobre el reino con otros
señores. La situación era muy parecida a la situación actual en que los hombres de
los gobiernos de muchos Estados que se presentan como soberanos comparten su
poder con los hombres de los gobiernos de otros pequeños “estados” establecidos en
el mismo territorio en los sistemas federales.
En el Estado incipiente en la monarquía tradicional, el Estado era el reino,
propiedad del rey o era el rey mismo como cabeza del reino. El Estado era el
dominio del rey. El poder naturalmente estaba personificado en la persona del rey,
quien aparecía como el dueño del poder, aunque muchas veces lo compartía con los
señores territoriales y feudales. El Estado era, formalmente, el rey y sus servidores;
la voluntad del Estado, era, abiertamente, la voluntad del rey y de sus ministros y
como consecuencia, eran él y sus empleados los responsables del bienestar o de la
pobreza y las desgracias de su pueblo. En el caso de las grandes ciudades
mercantiles, gobernadas bajo sistemas aristocráticos por los comerciantes, los
                                                            
77
Georg JELLINEK, Teoría General del Estado, traducción española publicada por la Compañía Editorial
Continental, México D. F. (1958) página 104.
78
Mario DE LA CUEVA critica “la tendencia a aplicar una categoría política, que nació con el término
Estado, a una circunstancia histórica y a una concepción política esencialmente distintas a las nuestras” y
señala que el pensamiento griego y romano no imaginó la existencia del Estado como un ente, real o ficticio.
La idea del Estado, Universidad Nacional Autónoma de México, (1975) página 27.

  37
banqueros o los grandes armadores de barcos, que se presentaban unas veces como
reinos y otras como “repúblicas”, de las cuales el ejemplo más conocido es el de la
República veneciana, el poder estaba personificado en los hombres más ricos de la
ciudad, agrupados en consejos de gobierno; éstos eran, naturalmente, los
responsables del bienestar o el malestar del resto de la población. A diferencia de
ese Estado incipiente anterior, en el que siempre había una personificación del
poder, el nuevo Estado es impersonal e inmaterial. Es una entidad ideal que no es el
reino ni el lugar, pero tampoco es una persona concreta, como lo era el rey, ni un
grupo de personas gobernantes. Es un ente impreciso, que algunas veces puede ser la
sociedad mezclada con el gobierno, otras el gobierno, y otras más, algo que está por
encima de la sociedad y del gobierno, según lo necesiten presentar en cada caso los
hombres que dirigen ese gobierno, el cual, finalmente, es también una abstracción y
no un individuo.
En los sistemas políticos actuales, una vez que los reyes dejan de ser los
titulares del poder público, se hace evidente la utilidad del Estado y los magníficos
servicios que puede prestar ese concepto a los hombres que dirigen los supuestos
gobiernos democráticos. Con el Estado desaparece, en gran parte, la responsabilidad
personal de los individuos que toman las decisiones y dirigen los gobiernos y se abre
una alternativa excelente para los individuos que debían ser sencillamente
empleados de la sociedad y que se han convertido en “servidores del Estado”: Los
buenos resultados se los disputan los individuos que dirigen los distintos
departamentos del gobierno o se los atribuyen a ellos mismos los dictadores que
controlan todas las acciones del gobierno como muestras de su buen desempeño
personal. A las decisiones despóticas de los altos empleados del gobierno se les
llama “decisiones de Estado” y cuando esas decisiones provocan protestas de la
población que busca detener su ejecución o arrojar a esos hombres del gobierno,
como lo recomienda la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, 79 los
gobernantes formados en culturas especialmente autoritarias no dudan en atribuir
dichas protestas a los mezquinos intereses de “los enemigos del Estado”, por lo cual,
para reprimirlas, deben emplear “la fuerza del Estado”, lo cual muchas veces
significa enviar al ejército para reprimir a la población civil, con el pretexto de
garantizar “la seguridad del Estado”, o “defender las instituciones del Estado” que
son algunas de las frases sin sentido que se utilizan con frecuencia por los
empleados que dirigen los gobiernos para asegurar sus puestos, su poder personal y
sus intereses políticos. Cuando los altos empleados públicos no pueden ofrecer
ningún argumento para explicar una decisión estúpida, cuando se trata de acciones
totalmente arbitrarias o de crímenes de los gobernantes, estas cosas se presentan ante
la sociedad como decisiones fundadas en motivos secretos que se toman por
“razones de Estado”.
                                                            
79
En el Segundo párrafo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos del 4 de julio de 1776
se puede leer la siguiente recomendación: “Cuando una larga cadena de abusos y usurpaciones, hace patente
la intención de reducir al pueblo a un despotismo absoluto, es derecho y obligación de los hombres, arrojar a
ese gobierno y procurarse nuevos guardianes para su seguridad futura.” (énfasis añadido)

  38
Es cierto que el poder que les prestamos a los empleados gobernantes se
convierte fácilmente en un instrumento de opresión. Pero el poder del nuevo Estado,
al interior de los países, puede ser mucho más opresivo, porque el Estado, en ningún
caso, debe responder por sus actos, precisamente porque no existe.
Mario de la Cueva, nuestro recordado maestro en la Facultad de Derecho de
la Universidad Nacional Autónoma de México, cuenta cómo, leyendo a Léon Duguit
que acusaba a la doctrina del Estado de haber levantado un castillo imaginario,
con el propósito de ocultar el hecho real del dominio de unos hombres sobre los
otros, aprendió que el estado es el fantasma que han inventado los poseedores de la
tierra y la riqueza para imponer coactivamente a los sin-tierra-y-sin-riqueza, el
respeto de la llamada propiedad privada.80 Una idea parecida del Estado tenía el
gran sociólogo alemán Franz Oppenheimer: “el Estado – decía – es, en sus orígenes
totalmente, y casi totalmente durante las primeras etapas de su existencia, una
institución social impuesta por un grupo victorioso de hombres sobre un grupo
derrotado, con el único propósito de legalizar, regulándolo, el dominio del grupo de
vencedores sobre los vencidos, y asegurarse ese grupo vencedor contra la rebelión
desde el interior y los ataques desde el exterior. Teleológicamente, este dominio no
tenía otro propósito que la explotación de los vencidos por los vencedores”. 81
Yo pienso que el Estado, como lo decía Duguit, Oppenheimer y el maestro
De la Cueva, efectivamente sirvió durante mucho tiempo para mantener y justificar
la explotación del trabajo y sin duda en muchos países sigue sirviendo para eso, pero
además sirve muy bien en la actualidad para ocultar el dominio de los empleados
públicos sobre la población en muchos lugares, tal como sucedió en los países
llamados socialistas de Europa oriental durante la segunda parte del siglo XX.
En uno de los pasajes de lo que se conoce como el evangelio de Marcos (2,
27), se dice que Jesús, respondiendo a quienes lo criticaban por no ajustarse a lo que
ordenaba la ley, decía: “El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para
el sábado”. La misma idea se repite en la muy conocida cita de la obra Del gobierno
de los príncipes, atribuida a Tomás de Aquino, en donde se dice: “Pues el reino no
se hizo por causa del rey, sino el rey por causa del reino”. Es indispensable tener
presente que los hombres son la única razón de ser y el único fin de todas las
instituciones públicas. He repetido muchas veces que la única razón de ser de los
llamados Estados, de las constituciones, de los gobiernos, de los presidentes, los
diputados, los senadores, los jueces, y también la única razón de ser de todas las
leyes, es la seguridad, el bienestar de la sociedad y las libertades fundamentales de
los individuos que forman la población. Sin embargo, gran parte de la historia de los
pueblos es la historia de cómo algún hombre les dijo a los demás que él era superior

                                                            
80
Mario DE LA CUEVA, La idea del Estado, Universidad Nacional Autónoma de México, Primera edición,
México, 1975, página 6.
81
Franz OPPENHEIMER, The State, traducción del alemán al inglés por John M. Gitterman. Free Life
Editions, Inc. New York, (1975)

  39
a ellos y de cómo éstos le creyeron, lo vieron como alguien diferente, y se
convirtieron en sus súbditos.
En la antigüedad, el dominio de ciertos hombres sobre los demás se apoyaba
en leyendas y temores imaginarios, en las supuestas virtudes divinas de los reyes, en
la designación y la autoridad que Dios les había otorgado para explotar a sus pueblos
y, más tarde, simplemente en la tradición a la cual, como todo mundo sabe, no se le
pueden pedir razones. Mucho tiempo después, el dominio de unos hombres sobre el
resto de la población se apoyó en conceptos mucho más etéreos y por lo tanto más
peligrosos: primero en el servicio y el sacrificio de los hombres en nombre de la
patria, después en la voluntad de “la nación” y más tarde en la idea del “Estado” y
en la “soberanía” de ese Estado. Poco después, los hombres, que originalmente se
presentaban como servidores públicos, empezaron a decir que ellos, personalmente,
eran los poderes del Estado, se llamaron a sí mismos autoridades, se atribuyeron el
poder de hacer las leyes, de imponerlas, y finalmente a eso le llamaron el “Estado de
Derecho”.
Así, se consiguió separar a la población del supuesto Estado, inventado
precisamente para impedir que la población pudiera ejercitar el poder soberano que
engañosamente se le asigna en las constituciones y en los textos escolares, y que, en
la actualidad, en muchos países, desgraciadamente, se reduce a un reconocimiento o
un homenaje ridículo en los discursos de los hombres del gobierno y en las
campañas políticas. Es el Estado, omnipotente y soberano por decisión de los
hombres que manejan a los pueblos; me refiero a las élites formadas con frecuencia
por los grupos económicos más poderosos, los líderes de las agrupaciones de
trabajadores encargados de manejar y controlar a esos trabajadores y a los hombres
de las finanzas, los cuales, juntos, y, en muchos lugares del mundo aliados con los
jefes militares, son los verdaderos dueños del poder político. Hay que reconocer, sin
embargo, que en algunos países no se utiliza al Estado como un medio de
dominación y simplemente no se le menciona ni en la Constitución ni en los
documentos oficiales, como es el caso de los Estados Unidos, en donde las élites a
las que me refiero han dominado al resto de los habitantes durante más de doscientos
años usando la Constitución, sin tener siquiera la necesidad de hacer frecuentes
modificaciones en su texto como se hace en otros países, ya que lo mismo se
consigue por el camino de la interpretación constitucional a través de la cual se hace
que el texto de una constitución diga lo que quieran que diga los que se han
apropiado el poder de interpretarla, exactamente como lo hizo el juez John Marshall
y el resto de sus compañeros en la Suprema Corte de los Estados Unidos a partir de
la resolución dictada en el caso Marbury vs. Madison en el año de 1803.
Mientras tanto en otros países, algunas veces en los más pobres de la tierra,
son directamente los jefes militares los que hacen uso del Estado para dominar y
explotar a la población entera sin necesidad de utilizar los textos constitucionales
que sirven de manera tan eficiente para dominar a otros pueblos. Pero, naturalmente,
en estos lugares, además del uso del Estado, los hombres que tienen el mando del

  40
ejército hacen un uso mucho más intenso de las armas que el que hacen los altos
empleados del gobierno en los lugares en que el uso de la Constitución, de las leyes
y de las llamadas instituciones, sigue siendo más o menos efectivo para controlar a
los pueblos que supuestamente son titulares de la soberanía.
Para entender cómo unas cuantas personas pudieron lograr que la mayoría de
los habitantes aceptaran ser súbditos de sus propios empleados, hay que tener en
cuenta la tendencia humana a la sumisión, la ignorancia y la cobardía. Además,
como algo muy importante, la idea de que la realidad debe apegarse a las doctrinas y
a las teorías; la creencia de que las ideas y los principios – de los cuales casi nunca
se dan razones – están por encima de la vida de los seres humanos y sus necesidades
y, finalmente, la falta de una participación informada activa de los individuos que
forman la sociedad en la vigilancia de sus empleados públicos. Desgraciadamente,
junto con la sumisión, la ignorancia y la cobardía, hay algo que parece inevitable en
las grandes organizaciones; esto es lo que a partir de Robert Michels se ha llamado
“la ley de hierro de la oligarquía” que es la tendencia de los seres humanos en
cualquier organización amplia a entregar el poder de la mayoría a unos cuantos de
sus integrantes. 82
La persistencia del despotismo en la historia de las sociedades humanas
durante miles de años, y la tendencia de los seres humanos a la sumisión, como la
mejor manera de ahorrarse el trabajo de participar en las decisiones que tienen que
ver con la vida de la comunidad, fueron las causas de que los pueblos apáticos y los
cobardes aceptaran la autoridad de los monarcas y de que, muchos años después de
la desaparición de la idea de la monarquía efectiva, muchos hombres y mujeres
acepten aún que los gobernantes no sólo tienen la autoridad que la sociedad les
presta, sino que esos gobernantes, que ahora son simplemente empleados suyos, son
la autoridad.
En el pasado eran muchos los pueblos que se sentían orgullosos de ser
súbditos de jefes y reyes tiránicos que los dominaban, los explotaban y los mataban.
En la actualidad, aun cuando parece indiscutible la idea de que la población es el
verdadero poder y la creencia de que así debe ser, dicha creencia, según la distinción
que hacía Stuart Mill, es una creencia muerta83 . Desgraciadamente, muchos hombres
                                                            
82
Robert MICHELS, Los partidos políticos, Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la
democracia moderna. La gran obra de Michels (grande no por la extensión del libro sino por su profundidad
y su trascendencia) fue publicada por primera vez en alemán en 1911 y mucho más tarde, en 1962, en inglés;
desde entonces fue reconocida como una de las obras más notables en el campo de la sociología. La
traducción al español se hizo de la versión en inglés. La edición que utilizo es la de Amorrortu editores,
Buenos Aires, 1983
83
John STUART MILL, en su famoso libro Sobre la Libertad, distinguía entre creencias vivas y creencias
muertas, destacando como, en muchos casos, ciertas creencias “permanecen al exterior del espíritu,
petrificadas, manifestando su poder en no tolerar que ninguna concepción nueva y viva se produzca en el
espíritu, pero sin hacer otra cosa que montar guardia a fin de conservar esas creencias vacías. Examinando
cómo profesan el cristianismo la mayoría de los creyentes se ve hasta que punto, doctrinas intrínsecamente
aptas para producir la más profunda impresión sobre el espíritu, pueden permanecer en él como creencias
muertas, sin ser nunca comprendidas por la imaginación, el sentimiento o la inteligencia. Todos los

  41
y mujeres viven todavía pensando que los gobernantes no sólo tienen la autoridad
que la sociedad les presta, sino que esos gobernantes, que no tienen más razón de
existir que el servicio a la población, son la autoridad, a pesar de que es indiscutible
que se trata de simples empleados a quienes la sociedad designa y les paga para que
le sirvan.

                                                                                                                                                                                     
cristianos practicantes las consideran sagradas y las aceptan como leyes. Sin embargo, no es exagerado
decir que no más de un cristiano entre mil guía o juzga su conducta individual por esas leyes.” Capítulo 2 De
la libertad de pensamiento y discusión. Casi ochenta años después Ortega y Gasset, usando la distinción que
en su tiempo y todavía actualmente hacen los teólogos entre la fe viva y la fe inerte, decía: “Creemos en algo
con fe viva cuando esa creencia nos basta para vivir, y creemos en algo con fe muerta, con fe inerte, cuando,
sin haberla abandonado, estando en ella todavía, no actúa eficazmente en nuestra vida. La arrastramos
inválida a nuestra espalda, forma aún parte de nosotros, pero yaciendo inactiva en el desván de nuestra
alma. No apoyamos nuestra existencia en aquel algo creído, no brotan ya espontáneamente de esta fe las
incitaciones y orientaciones para vivir. La prueba de ello es que se nos olvida a toda hora que aún creemos
en eso, mientras que la fe viva es presencia permanente y activísima de la entidad en que creemos”. Jose
ORTEGA Y GASSET, Historia como Sistema, II

  42
CAPÍTULO TERCERO
¿ES COMPATIBLE LA SUPREMACÍA DEL PUEBLO CON EL ESTADO
OMNIPOTENTE?

Hegel: el Estado es Dios en la tierra

Hay cientos de doctrinas que tratan de explicar lo que es el Estado y miles de


definiciones que buscan expresar qué cosa es. Dentro de esa multitud de
explicaciones y definiciones, pueden distinguirse dos grandes concepciones
generales diferentes:
Una, es la que siguiendo principalmente la doctrina de Hegel pretende que el
Estado es una realidad por sí misma, diferente de la sociedad. Esto es, algo que aun
y cuando hubiera sido constituido originalmente por la sociedad, resulta ser una
entidad ajena a la misma, algo que está por encima de ella y que, con frecuencia,
resulta ser la antítesis contrapuesta a la sociedad.
Hegel fue, sin duda, uno de los pensadores que más influencia tuvieron en la
filosofía occidental durante el siglo XIX y la primera parte del siglo XX y sus ideas
fueron las que más peso tuvieron desde 1815 hasta el régimen de Adolfo Hitler en la
concepción alemana del Estado. No viene al caso repetir aquí las preocupaciones de
la primera parte de la vida de Hegel, dedicado a la teología y a las cuestiones
religiosas que lo llevan primero a escribir La vida de Jesús, después, en 1795-96, La
positividad de la Religión Cristiana. En 1797-98 escribe Esbozos sobre Religión y
Amor y en 1798-99 El Espíritu del Cristianismo. Lo interesante y lo sorprendente
sobre el tema que me ocupa es cómo sus preocupaciones religiosas lo llevan a partir
de su Fenomenología del Espíritu, escrita en 1807, a los terrenos de la filosofía
política y acaba por ver al “Estado” como el espíritu absoluto y, finalmente, como la
manifestación de Dios sobre la tierra.
Para Hegel, el Estado es la razón de ser, el principio y el fin de la vida
política. El Estado no está limitado por reglas morales. El Estado es el espíritu
absoluto, está por encima de las leyes morales, de lo bueno y de lo malo: “El Estado
es el mismo espíritu absoluto y verdadero, que no reconoce ninguna regla abstracta
de lo bueno y lo malo, de lo vergonzoso y lo mezquino, de la astucia y el engaño”,
dice Hegel en su Fenomenología del Espíritu. “Las naciones pueden haber vivido
una larga vida antes de llegar al Estado, pero esos acontecimientos quedan fuera de
la historia … es el Estado el primero que produce la historia en el progreso mismo
de su propio ser”. El Estado – según Hegel – no sólo representa, sino que es la

  43
encarnación del “espíritu del mundo”84 “El Estado, dice, es el espíritu que habita en
el mundo, y se realiza a sí mismo en el mundo mediante la conciencia. … La marcha
de Dios por el mundo es lo que constituye el Estado. …. Al concebir el Estado, no
hay que pensar en estados particulares, sino más bien contemplar sólo la Idea: Dios
como real en la tierra”. 85 “El Estado, dice Hegel en su Filosofía del Derecho, es la
realidad de la Idea ética; es el Espíritu ético en cuanto voluntad manifiesta”. 86 Y
agrega en el siguiente inciso: “El Estado es lo racional en sí y para sí, como la
realidad de la voluntad sustancial que posee en la autoconciencia particular
elevada a su universalidad. Esta unidad sustancial como absoluta e inmóvil
finalidad última de sí misma, es donde la libertad alcanza la plenitud de sus
derechos, así como esta finalidad última tiene un derecho superior al de los
individuos, cuyo deber supremo es el de ser miembros del Estado. Si se confunde el
Estado con la sociedad civil y su determinación se pone en la seguridad y la
protección de la propiedad y la libertad personal, se hace del interés del individuo
el fin último en el cual se unifican; y en ese caso, ser miembro del Estado cae dentro
del capricho individual. Pero el Estado tiene una relación muy distinta con el
individuo: el individuo mismo tiene verdad, objetividad y eticidad sólo como
miembro del Estado, pues el Estado es el espíritu objetivo”. 87
Una vez que se acepta esta concepción del Estado, la libertad de los
individuos consiste en actuar teniendo como finalidad el interés del Estado. “El
Estado – dice Hegel – es la realidad de la libertad concreta de los individuos”. “La
realización de la libertad del individuo sólo existe en el Estado”. 88 Así, cualquier
acción de la policía se justifica por el espíritu de la constitución y la situación del
caso. Las palabras de Hegel no dejan lugar a dudas: En la actuación de la policía “no
existe ningún límite entre lo que sería perjudicial o no perjudicial y también, con
respecto al delito, entre lo que sería sospechoso o no sospechoso, entre lo que haya
que prohibir o vigilar, o tenga que ser dispensado de prohibiciones, vigilancia y
sospecha, interrogatorio y rendición de cuentas”. 89 Más de un siglo después, en la
época en que Adolfo Hitler manejaba Alemania como titular de la soberanía del
Estado, el conocido jurista alemán Walter Hamel declaraba: “El fundamento jurídico
de la policía es simplemente la esencia de la soberanía estatal y su conformación por
el Führer como Canciller del Reich”. 90 Es por esto que Bertrand Russell hacía notar
que para Hegel la “verdadera” libertad consistía en obedecer a la policía. 91
                                                            
84
Citado por Ernst CASSIRER, El Mito del Estado, página 311
85
Citado por CASSIRER, Obra citada página 313.
86
HEGEL, Filosofía del Derecho, n° 257
87
HEGEL, Obra citada n° 258
88
HEGEL, Filosofía del Derecho, número 260
89
HEGEL, Obra citada, número 234
90
Walter HAMEL, Wesen und Rechtsgrundlagen der Polizei im nationalsozialistischen Staate, citado por
Ernesto GARZÓN VALDÉS, Derecho y Filosofía, Distribuciones Fontamara, México, 1999, p. 12
91
Bertrand RUSSELL, Religion and Science, chapter V Soul and Body, Oxford University Press (1978) p.
126. En la publicación de la traducción al español hecha por el Fondo de Cultura Económica con el título
Religión y Ciencia en el año 2003, página 87

  44
El Estado como la sociedad organizada

La segunda gran concepción es la que, con muchísimas variantes, identifica o


presenta al Estado como la sociedad organizada. En esta segunda concepción, el
Estado es simplemente una palabra para designar a la totalidad de hombres y
mujeres que viven unidos en un país y la organización que esos hombres se han
dado para hacer posible su vida juntos.
Dentro de esta segunda concepción se distinguen, a su vez, dos tendencias
diferentes según que el énfasis se ponga en “la sociedad” o que se ponga en “la
organización”. En una, la palabra Estado no es otra cosa que la sociedad, es decir, el
conjunto de todos los individuos que viven unidos en una comunidad. En la otra, el
Estado son las personas que ejercen el gobierno; es decir las personas que ejercen el
poder de la población que ésta les presta, sin importar que se trate del gobierno
central de un solo individuo, del gobierno unido de un pequeño grupo de individuos
o de varios grupos que se reparten las distintas funciones, llamados ramas,
departamentos o poderes; o que se trate del gobierno de distintas personas en
distintos niveles, como sucede en los sistemas llamados federales. Esta distinción,
dentro de esta segunda concepción general en la que el Estado es la sociedad
organizada, es especialmente importante: la primera tendencia es la que afirma que
la población es el Estado y, por lo tanto, la población es en sí misma el fin y la razón
de ser de las leyes, de las constituciones y de los gobiernos; en la otra, el gobierno y,
por lo tanto, los empleados a los que les pagamos para que nos sirvan en las tareas y
las funciones del gobierno, resultan ser el Estado.
Una de las mejores exposiciones sobre esta última distinción es la que hacía
Juvenal, en su famosa obra sobre el poder titulada “Du pouvoir”, a mediados del
siglo XX, en la cual hacía notar los dos sentidos del término Estado como razón para
evitarlo:
“El término estado - y esta es la razón de que lo evitemos - posee dos sentidos
esencialmente distintos: ante todo, designa una sociedad que tiene un poder
autónomo; dentro de esta acepción, todos los seres humanos somos miembros del
estado. Pero al mismo tiempo significa el aparato que gobierna a la sociedad; según
esta connotación, los miembros del estado son únicamente los que participan en el
ejercicio del poder, por lo tanto, el estado son ellos. Si nos situamos en esta segunda
acepción, y declaramos que el estado es el aparato de poder que gobierna a la
sociedad, no hacemos sino emitir un axioma. Pero, en el instante en que se desliza
en forma más o menos subrepticia el primer significado, parecería que la sociedad
es quien se gobierna a sí misma.” 92
                                                            
92
Bertrand de JOUVENEL, Du pouvoir, Les Éditions du Cheval Ailé, Géneve, 1947, página 32. En tanto el
Maestro de la Cueva traduce la iniciación de la segunda frase “Mais de l’autre côté” como “Pero por otro

  45
A partir de que se acepta que el Estado es una realidad aunque no exista
físicamente, sea que se le considere como el espíritu absoluto por encima de los
hombres o que se le identifique con el gobierno, ese ente misterioso se vuelve algo
muy útil para los seres de carne y hueso que buscan dominar a los demás.
Es cierto que los monarcas del pasado trataban siempre de ejercer un poder
total sobre sus súbditos, pero todavía podían estar limitados por las costumbres o por
leyes legendarias del reino que sojuzgaban, aunque tales leyes nunca hubieran
existido realmente o hubieran sido tergiversadas por las ilusiones históricas. Es
cierto también que, después, al desaparecer las monarquías absolutas, los servidores
de la población designados por los ciudadanos para administrar las cuestiones
públicas que a la sociedad conciernen muy pronto aprenden a vivir de explotar a la
sociedad. Pero finalmente, en uno y en otro caso, los reyes y sus empleados primero,
y después los representantes y los empleados designados por la población, eran
quienes realmente ejercían las funciones de gobierno y eran naturalmente
responsables, social y moralmente, de lo que hacían.
Por el contrario, una vez que se inventa el Estado como una entidad
impersonal, diferente de los individuos que ejercen el gobierno y que se le atribuyen
a ese Estado o al gobierno, igualmente impersonal, los actos de los individuos que
dicen representar a la población y los de los demás empleados públicos de primer
nivel, se produce un cambio completo: La responsabilidad personal de cada uno de
los hombres que usan el poder que la sociedad les ha prestado, tiende a desaparecer;
la responsabilidad personal se disuelve distribuida entre las entelequias. Los actos de
los empleados públicos se presentan como actos del gobierno impersonal y los
hombres que ejercen ese gobierno se presentan como “El Estado”; una figura aún
mas impersonal e irresponsable que el gobierno sobre la cual no pueden emitirse
juicios de ninguna especie, porque cualquier juicio carece de sentido y resultaría tan
absurdo como pretender juzgar a la nación o al país. A partir de ese momento los
hombres del gobierno se convierten en órganos del Estado que, por una parte, se
dice que incluye a la sociedad, pero por otra, según les convenga a esos hombres en
cada caso, ese Estado es ajeno y diferente de la sociedad. Todos ellos usan ese
“Estado” imaginario para asegurar lo que llaman poderes del Estado sobre la
población, en nombre de una “soberanía” que dicen es consustancial al Estado, por
la cual ellos están por encima de todos los seres humanos que viven en el territorio
que dominan, usando las leyes y las modificaciones a la Constitución que ellos
mismos hacen.

La supremacía del pueblo y la existencia del Estado son contradictorias

                                                                                                                                                                                     
lado”, lo cual da la impresión en español de algo distinto siendo que es el otro aspecto de la misma cosa, yo
pienso que resulta más apropiado decir “al mismo tiempo”.

  46
Fue así como los hombres y las mujeres de los gobiernos lograron presentarse
como representantes del nuevo Estado misterioso e invisible. Lo que sucedió fue que
una vez que se hace evidente la supremacía del pueblo como la única base legítima
de cualquier organización política, los nuevos gobernantes reconstruyen la idea del
Estado y usando la palabra que antes significaba el dominio del monarca sobre los
habitantes que vivían en los territorios de su propiedad, inventan ahora un ente
impersonal, irresponsable y todopoderoso. Naturalmente lo primero en este gran
engaño fue la apropiación del término Estado. Las palabras son poder y, como lo
decía Hobbes, aquel que se adueña de la palabra se adueña de su significado. De esta
manera, la palabra Estado, que, en el mejor de los casos, únicamente puede tener un
significado real como “sociedad organizada”, encarnó en miles de empleados que
utilizan la máscara del Estado omnipotente para someter a la sociedad. Después,
como sucede con la personificación de los llamados poderes públicos, todo será más
fácil para quienes se han apoderado de las palabras. El Estado, nos dicen, es algo
distinto de la sociedad, pero al mismo tiempo ésta es parte de aquel. A su vez, ellos,
nuestros empleados, son algo distinto de la sociedad, de la población y del común de
la gente. Están por encima de la población. La población es despreciada. Se trata,
como lo afirmaba Ignacio Burgoa, simplemente de “los gobernados”. A partir de
esta apología de la sumisión de los hombres, invocando la vieja idea de la
“soberanía” – derivada del dominio de los soberanos sobre sus pueblos en las
antiguas monarquías – los nuevos gobernantes, que ahora son simples empleados de
la sociedad que debían estar dedicados a servirla, pues para eso existen, se
convierten en autoridades que tienen poder de mando sobre la población, después
someten a su voluntad a la sociedad, mantienen a los habitantes como súbditos y
disponen a su arbitrio de los recursos naturales del país y del dinero de los
impuestos.
Naturalmente, conforme se va consolidando esta concepción del Estado
imaginario inventado por los grupos privilegiados de la sociedad precisamente para
impedir el poder superior de la población en la vida pública con la creación de un
ente que se dice está por encima de la totalidad de la sociedad entera y del cual ésta
es sólo uno de sus elementos, se hace evidente que ese “Estado” choca de manera
frontal con la supremacía del pueblo. La contradicción es inevitable. Si el nuevo
Estado impersonal es el titular de la soberanía que en otros tiempos se le atribuía al
rey, entonces el pueblo está sometido a ese Estado. Si por el contrario el pueblo o la
sociedad entera es el titular de la soberanía, entonces ese ente, el Estado, no tiene
razón de existir. Es decir, si el poder supremo en un país lo tiene el pueblo, el Estado
llamado “soberano” es una de esas expresiones sin sentido para designar conceptos
ficticios totalmente innecesarios que deben ser eliminados, como lo recomendaba
Guillermo de Ockham, 93 y deben ser sustituidos en este caso por conceptos más
                                                            
93
La recomendación es lo que se conoce como la navaja de Ockham, en recuerdo de William Ockham el
célebre filósofo escolástico inglés del siglo XIV a quien el Papa Juan XXII excomulgó porque aquel, contra la
opinión del Papa, sostenía y defendía la regla de pobreza franciscana y refutaba la infalibilidad del Papa. Lo
que se conoce como “la navaja de Ockham” es la tesis en la que sostiene que los entes no deben multiplicarse

  47
reales como “el país”, “la república” o por el nombre específico del país de que se
trate.

El engaño del “Estado de Derecho”

Frente a esta contradicción irreductible se han creado varias fantasías con la


intención de justificar al Estado invisible y disfrazar su papel con todo tipo de
ambigüedades. La primera y la más famosa es el “Estado de Derecho”. La idea y la
expresión Estado de Derecho es uno de los engaños más ingeniosos para ocultar el
uso del Estado impersonal sobre la población y se inventa como una manera de
responder a la crítica que se hace del Estado como un ente opuesto y superior a la
sociedad como totalidad del pueblo y para justificar su existencia, presentándolo
como algo apegado a la ley que no se opone a la sociedad. La génesis del llamado
“Estado de Derecho” va de la mano de la gran ocurrencia de la soberanía de la
Constitución.
Antes que todo es necesario advertir que hay dos conceptos diferentes para
los cuales se usa la expresión “Estado de Derecho” y es muy conveniente aclarar
que existen esos dos sentidos distintos de la expresión para evitar confusiones. Uno
se refiere a “estado”, del latín status, como una situación concreta; es decir, el estado
en que una cosa o una persona se encuentra y que se usa para describir esa situación,
tal como se utiliza al hablar del “estado de pobreza” en que se encuentra un lugar, el
estado de salud de un individuo, o el estado en que está una casa, un
establecimiento, una obra o cualquier otra cosa. En esta connotación hablar del
estado de Derecho, es simplemente una apreciación con la que se quiere significar
que existe un orden legal aceptable, o en otras palabras, una situación social en la
cual existen reglas que, en general, se cumplen y se aplican y que los individuos y
los grupos obtienen una atención adecuada a sus demandas o a sus quejas. El otro
concepto que es el que ahora nos interesa es el que pretende presentar a ese ente
invisible de dominación al que llaman Estado como algo que se rige por el Derecho;
es decir como un Estado (instrumento supremo de dominación sobre la sociedad)
sujeto a reglas adecuadas y justas.

Al referirse al “Estado de Derecho”, Kelsen empieza por señalar que el


Estado soberano significa que su voluntad no se halla determinada por ninguna
voluntad superior: “Si el Estado es soberano, todas las restantes comunidades,
como, en general, todas las personas, no son sino órdenes parciales del orden
jurídico estatal que comprende a todos los demás, delegando en ellos una suma de
competencias. Sólo la unidad del orden totalitario, la persona del Estado soberano,
                                                                                                                                                                                     
sin necesidad; es decir no deben inventarse entes para explicar lo que puede y debe explicarse por la
experiencia de los sentidos.

  48
puede constituir el punto final de la imputación, en función de la cual puede
interpretarse una determinada conducta humana como acto de la comunidad.” “De
este modo, la soberanía del Estado, es incompatible con la voluntad libre de las
restantes “personas” – físicas o jurídicas – e igualmente incompatible con la
libertad del hombre” 94 Partiendo de su célebre tesis según la cual el Estado es
precisamente el orden jurídico, esto es el Derecho positivo, Kelsen sostiene que “el
Estado es un sistema de normas o la expresión para designar la unidad de tal
sistema; el Estado, como orden, no puede ser más que el orden jurídico o la
expresión de su unidad”. 95 Por lo tanto Kelsen rechaza totalmente la idea de un
Estado de Derecho, por ser una idea sin sentido. “Si el Estado como persona – dice
– no es más que la personificación del Derecho llevada a cabo por el conocimiento
jurídico, no puede hablarse de una subordinación del Estado al orden jurídico. La
teoría que, por referencia a la supeditación del Estado de Derecho, pretende
atribuir a éste la soberanía, aparece enlazada con aquella otra concepción, según
la cual el Estado fue, ciertamente soberano en los comienzos de la evolución
histórica, pero más tarde, a medida que la democracia desplazó a la autocracia, el
Derecho se ha ido colocando poco a poco por encima de aquel, hasta que, por fin,
en el Estado moderno, la soberanía es del Derecho y no del Estado, pues sólo él es
un “Estado de Derecho”. Esta concepción no tiene en cuenta que también el Estado
autocrático – al cual, por contraposición al democrático, se le designa, en su forma
atenuada, con el nombre de “Estado autoritario” – no es más que orden jurídico,
no puede ser comprendido sino como orden, pues de otro modo no puede explicarse
la unidad en la multitud de actos de dominación; pero este orden es jurídico incluso
en el caso de que se produzca sin la menor participación de los súbditos”. 96
La construcción de la idea del Estado de Derecho tuvo entre sus precursores
como razón muy atendible el temor fundado a la tiranía de la mayoría que puede
acabar totalmente con la libertad. Tocqueville, en su famosa obra “La Democracia
en América, después de señalar los beneficios de la democracia y la soberanía del
pueblo, 97 hacía notar los peligros de la corrupción en las democracias 98 y como algo
muy importante la represión que puede traer la uniformidad de las mayorías sobre el
pensamiento independiente y la verdadera libertad de discusión. “No hay monarca
tan absoluto – decía – que pueda reunir en su mano todas las fuerzas de la
                                                            
94
Hans KELSEN, Teoría General del Estado, Libro segundo, Capítulo cuarto, número 20 sobre La
soberanía, inciso F La soberanía como ilimitabilidad del poder del Estado. Utilizo la traducción al español de
Luis Legaz Lacambra, Editora Nacional, México (1948) páginas 140 y 141
95
Hans KELSEN, Teoría General del Estado, p. 21
96
Hans KELSEN, Obra citada, p. 141
97
Alexis de TOCQUEVILLE, La Democracia en América, en la Advertencia a la duodécima edición (1848)
decía: “Este problema que apenas acabamos de plantear, Norteamérica lo resolvió hace más de sesenta años.
Desde hace sesenta años el principio de la soberanía del pueblo que hemos introducido entre nosotros ayer,
reina allá sin disputa. Desde hace sesenta años, el pueblo que hizo de ella la fuente común de todas las leyes,
ha seguido siendo durante este período no solamente el más próspero, sino el más estable de todos los pueblos
de la tierra.”
98
Alexis de TOCQUEVILLE, Obra citada. Especialmente en el inciso titulado “LA CORRUPCIÓN Y LOS VICIOS
DE LOS GOBERNANTES EN LA DEMOCRACIA”, Libro Primero, Segunda Parte, capítulo V

  49
sociedad, y vencer las resistencias, como puede hacerlo una mayoría revestida del
derecho de hacer las leyes y ejecutarlas.” – y agregaba – “No conozco país alguno
donde haya, en general, menos independencia de espíritu y verdadera libertad de
discusión que en Norteamérica”. 99 El peligro de la prevalencia de las opiniones de
la mayoría en cuestiones que no le incumben ni a la mayoría ni al gobierno fue
señalado más tarde por John Stuart Mill en 1859 en su libro Sobre la libertad, 100
pero a diferencia de Mill, Tocqueville termina haciendo un elogio de “la legalidad”
pues veía a las leyes y al espíritu legista en los Estados Unidos como la mejor
protección contra el peligro de la democracia; esto es, según él, el Derecho hecho y
aplicado por las élites aristocráticas, representadas por los legistas, es la mejor
defensa para impedir el poder supremo de la mayoría de la sociedad. Esto queda
muy claro en el título de uno de los incisos de su obra que se llama “EL ESPÍRITU
LEGISTA EN LOS ESTADOS UNIDOS, Y COMO SIRVE DE CONTRAPESO A
LA DEMOCRACIA” en donde dice: “Escondida en el fondo del alma de los
legistas se encuentra una parte de los gustos y de las costumbres de la aristocracia.
Tienen, como ella, una inclinación instintiva hacia el orden y un amor natural por
las formas. Como ella, sienten un gran disgusto por los actos de la multitud y
menosprecian secretamente el gobierno del pueblo”. 101
Desgraciadamente, años después, con las doctrinas de Royer-Collard, de J.
Barthélemy y de Guizot se empieza a afianzar la expresión “Estado de Derecho”
fabricada con la intención de presentar al Estado como una entidad neutral que hace
reglas iguales para todos los miembros de la sociedad y que las aplica de manera
igual a todos los individuos que forman la sociedad. Lo que se pretende decir con
esa expresión es “este Estado no es un instrumento de dominación, porque es un
Estado apegado al Derecho”; pero, claro está, lo que no se dice es que el Derecho,
casi sin excepción, en todas partes del mundo es el que hacen los grupos
privilegiados, antes que todo para defender sus propios intereses. No se necesita
mayor inteligencia ni amplios conocimientos para darse cuenta que en todas las
comunidades en la historia de la humanidad, las reglas sobre la vida en común e
inclusive muchas de las reglas de la vida privada las han hecho los individuos de los
grupos privilegiados que tienen el poder político y que siempre coinciden a largo
plazo con quienes poseen la riqueza y el control sobre los medios de subsistencia.

                                                            
99
TOCQUEVILLE, Obra citada, Libro primero, Segunda Parte, Capítulo VII, LA OMNIPOTENCIA DE LA
MAYORÍA EN LOS ESTADOS UNIDOS Y SUS EFECTOS. La tiranía de la mayoría, según Tocqueville, no dice como
los monarcas absolutos “Pensaréis como yo, o moriréis, sino que dice: Sois libres de no pensar como yo;
vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis; pero desde este día sois un extranjero entre nosotros.” “La
inquisición nunca pudo impedir que circularan en España libros contrarios a la religión de la mayoría. El
imperio de la mayoría se ejerce mejor en los Estados Unidos: ha borrado hasta el pensamiento de
publicarlos.” Página 261 de la edición en español de la obra publicada por el Fondo de Cultura Económica,
México (1963)
100
John Stuart MILL, On liberty.
101
TOCQUEVILLE, Obra citada. El comentario de Tocqueville se encuentra precisamente en uno de los
incisos del Libro primero, Segunda parte, Capítulo VII, que se titula EL ESPÍRITU LEGISTA EN LOS ESTADOS
UNIDOS, Y CÓMO SIRVE DE CONTRAPESO A LA DEMOCRACIA, página 268 de la edición en español citada.

  50
No se necesita tampoco gran inteligencia para darse cuenta que lo que se llama “el
Derecho”, aún cuando ocasionalmente y para mantener sometidos a la mayoría de
los habitantes se establezcan con gran publicidad reglas que se dice benefician al
grueso de la población, ese Derecho, en forma general, responde inevitablemente y
antes que todo a los intereses de los grupos dominantes que, en otros tiempos, eran
los dueños de la tierra y los dueños de los ejércitos y que, ahora, son los grandes
empresarios, los banqueros, los líderes de las organizaciones obreras y campesinas,
los dirigentes de los partidos políticos y, en algunos países cuyos gobernantes dicen
ser “de izquierda”, los individuos que forman la alta burocracia gubernamental y los
administradores de las empresas “estatizadas”.

… y otros adjetivos para justificar al “Estado”

La idea de un Estado de Derecho se crea con la intención pueril de presentar


algo absurdo y totalmente contradictorio: un Estado soberano, es decir supremo, que
al mismo tiempo no es supremo pues está regido, es decir, controlado o
reglamentado por el Derecho; esto supone tontamente por una parte que el Derecho
se hace y se establece por sí mismo y por otra que aunque el Estado sea supremo, el
Derecho es superior a él. La falsedad de la expresión Estado de Derecho se descubre
muy pronto y la frase sólo se conserva como una manera de decir que las relaciones
entre los habitantes en un lugar se rigen por las reglas hechas por aquellos que deben
hacerlas, tal como está establecido en otras reglas hechas por ellos mismos o por sus
antecesores, sin ninguna referencia a los intereses de quienes hicieron las reglas y
los intereses de quienes, atrás de ellos, manejan y deciden lo que debe hacer y lo que
no debe hacer el llamado Estado.
Pero a partir de la falsedad evidente del Estado de Derecho, no faltan
quienes, por ingenuidad o tal vez por no darse cuenta de la inutilidad del Estado
imaginario y su oposición – como entidad omnipotente – a la supremacía de la
población, se empeñan en conservar ese Estado invisible para atribuirle las acciones
y las decisiones más importantes de individuos en el gobierno que deberían ser
sencillamente empleados de la sociedad. Así, para evitar al menos en apariencia el
dominio de los grupos privilegiados de la sociedad sobre la mayoría de la población
como se pretendía hacer usando el Derecho y presentar al “Estado” como un Estado
de Derecho, se inventa poco después la expresión: el Estado Democrático, como si
con la creación de fórmulas verbales pudieran suprimirse las ambiciones y los
deseos de dominación de unos hombres sobre los otros. A ese “Estado” – totalmente
innecesario en un sistema efectivamente democrático – le siguen el Estado de los
Trabajadores y finalmente el Estado proletario en algunos de los textos
constitucionales de ciertos países presentados como “socialistas” en Europa Oriental
y en Asia. La Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas de 5 de
diciembre de 1936 declaraba en su Artículo primero que dicha Unión “es un Estado

  51
socialista de obreros y campesinos” y en su Artículo segundo sostenía que: “La base
política de la U.R.S.S. está constituida por los Soviets de diputados de los
trabajadores que han crecido y se han consolidado después de derribar el poder de
los grandes hacendados y capitalistas y merced a la conquista de la dictadura del
proletariado”. 102 A continuación se identificaba al “Estado” con “el pueblo”, 103 lo
cual, es una identificación que hace completamente innecesario el término “Estado”.
Desgraciadamente estas declaraciones no cambiaron el uso del Estado imaginario
como instrumento de dominación y sirvieron para intentar justificar la dominación
invisible de un aparato burocrático manejado por los dirigentes del Partido
Comunista totalmente podrido y los altos empleados del gobierno (comisarios,
administradores, legisladores y jueces), así como los directores de las empresas
estatales, que se ocupaban antes que todo de cuidar y fortalecer sus intereses
personales y sus privilegios invocando la necesidad de fortalecer sus respectivos
departamentos y las funciones de éstos, igual que lo hacen muchos de los empleados
principales: presidentes, ministros, legisladores, gobernadores, jueces, alcaldes, etc.
en muchos otros países que no se presentan como socialistas.

Los usos alegóricos del Estado

He mencionado muchas veces en este estudio que no existe acuerdo alguno


sobre el significado de la palabra Estado y que los intentos de definición se hacen
generalmente con términos abstractos imposibles de precisar como no sea con otros
términos abstractos; pero además la palabra se usa en multitud de expresiones con
significados falsos que tienen como propósito engañar a la población. Me refiero a
los usos metafóricos propios de los relatos mitológicos para enfatizar con la palabra
“Estado” expresiones de todo tipo a fin de darles mayor fuerza o una connotación
diferente como cuando se habla de “un crimen de Estado”, “un golpe de Estado”,
“una visita de Estado”, “razón de Estado”, “un subsidio del Estado”, “la soberanía
del Estado”, etc., que son simples alegorías que, a veces, tienen, algunas de ellas,
varios significados distintos.
Naturalmente la expresión “un crimen de Estado” no significa un crimen
cometido por el señor Estado ni tampoco un crimen cometido contra el Estado, sino
un crimen cometido por uno de los altos empleados del gobierno o por un grupo
formado por varios empleados del gobierno, generalmente el presidente o el primer
ministro del gobierno. La expresión golpe de Estado no se refiere a que el Estado
haya golpeado a nadie o que alguien haya golpeado al Estado, se trata de uno o
varios actos de alguno o algunos empleados de los órganos de gobierno, sea el
presidente, ciertos ministros en un sistema parlamentario, o bien los altos jefes
                                                            
102
Utilizo la traducción al español de Taurus Ediciones.
103
“La propiedad socialista en la U.R.S.S. reviste la forma de propiedad del Estado (propiedad del pueblo) y
propiedad cooperativa y kolkjosiana. Artículo 5 de la Constitución citada.

  52
militares, algunos legisladores o los altos jueces de los órganos judiciales, para
tomar el poder político de manera distinta a los procedimientos establecidos. Una
visita de Estado no significa que el Estado haya visitado a nadie y la expresión
“razón de Estado” es simplemente una fórmula que se usa para no dar razón alguna
de una medida arbitraria tomada por los altos empleados del gobierno. La expresión
“subsidio del Estado” es una de las muchas maneras de engañar a la población, ya
que en la realidad, el Estado – independientemente de que no haya acuerdo alguno
sobre lo que la palabra significa – no tiene un sólo centavo propio. Es necesario
tener presente que todo el dinero que manejan los empleados de los órganos del
gobierno, que se dice son órganos del Estado, es el dinero de la sociedad; de lo cual
resulta que cualquier subsidio a favor de grupos, empresas o algunos sectores
sociales, es siempre un subsidio del dinero de la población y no un subsidio del
Estado. La expresión “subsidio del Estado” es una de las frases tramposas más
usadas por los empleados gobernantes para engañar a los individuos que forman la
población, pues les oculta que el dinero que aquellos destinan y entregan a algunos
grupos o a algunas empresas o entidades, es el dinero de la misma población.
Por lo que toca a la expresión “soberanía del Estado”, esta es una frase que
en muchos países nunca se usa para denotar la supremacía de la sociedad o de la
población sobre sus empleados, lo cual es la base misma sobre la que se asentaría un
sistema democrático; pero en cambio se usa con frecuencia por los empleados de la
sociedad que ocupan los más altos cargos en el gobierno (presidentes, primeros
ministros, gobernadores, legisladores y jueces) para justificar las medidas y las
decisiones especialmente controvertidas que toman esos empleados. Esta expresión
es doblemente imaginaria pues si no hay acuerdo sobre lo que significa el Estado
menos lo hay sobre el significado de esa soberanía, que ha sido otra de las palabras
más útiles para establecer el dominio de los hombres de los gobiernos despóticos
sobre el resto de los habitantes.
Además de los usos sin sentido de la palabra Estado y de que lo que se
designa con ese nombre no es nunca algo concreto, como pueden serlo de una
manera un poco más real un parlamento, un congreso en funciones o la judicatura
como conjunto de los jueces, es conveniente recordar que, en su mejor connotación,
el término “Estado” si no lo usamos para engañar a la población, únicamente puede
designar a la organización total de una sociedad en la cual todos los que desempeñan
una función pública, llámense legisladores, ejecutivos o jueces, son simplemente
empleados de la población, no del Estado imaginario. La palabra “Estado” rara vez
se usa con esta significación, la mayor parte de las veces significa el gobierno,
ciertos órganos del gobierno, o las personas que ejercen el gobierno.

  53
CAPÍTULO CUARTO
EL ESTADO AL SERVICIO DE LOS GRUPOS DOMINANTES
Y SU UTILIZACIÓN PARA OTROS PROPÓSITOS

El Estado como instrumento de las minorías privilegiadas

Sin duda el enfoque más opuesto – y tal vez el más interesante – al de las
teorías convencionales del Estado, es el que se hace a partir de la idea, por lo demás
muy fundada, según la cual el nuevo Estado, inventado e implantado en diferentes
países después de la Revolución francesa y apoyado en la doctrina prusiana, se crea
para servir a los grupos privilegiados que dominan la sociedad a fin de conjurar el
peligro de que el pueblo, como conjunto de la sociedad entera, tenga efectivamente
el poder.
Según este enfoque, el Estado, como un ente diferente a la sociedad, que
intencionalmente se presenta como algo que está por encima de ésta, es un medio al
servicio de los grupos que tienen el poder real para controlar las sociedades y
someter a las mayorías. El Estado, en esta concepción, es algo necesariamente
opuesto a la idea de que la soberanía reside en el pueblo y todos los poderes públicos
dimanan del pueblo. Al inventar el nuevo Estado y colocarlo por encima de la
sociedad, esto es, por encima de la población, ésta queda sujeta a la voluntad de
quienes manejan ese Estado ficticio, es decir, los altos empleados públicos, los jefes
militares, los latifundistas, los grandes comerciantes, los líderes obreros y los líderes
campesinos, los financieros y los industriales; es decir los individuos y los grupos
que teniendo el poder real utilizan ese Estado imaginario para proteger sus intereses,
imponiendo, a través de ese ente invisible un control sobre el resto de la población.
Según esta tesis, más allá de todas las ficciones fabricadas para engañar al grueso de
la población, esos individuos y esos grupos son los verdaderos dueños del Estado.
Como dueños de ese Estado fantástico, ellos y los llamados representantes y
otros empleados públicos, hacen y deshacen las reglas de Derecho que deben
aplicarse en el territorio controlado por ese Estado imaginario y, a continuación, por
manejarlo de acuerdo con las reglas de Derecho que ellos mismos hacen, le llaman
“Estado de Derecho”.
El fondo de esta crítica es que el nuevo Estado se inventa para impedir la
supremacía del pueblo y anular la voluntad de la mayoría en la sociedad,
especialmente en aquellos sistemas en que ninguna de las decisiones importantes
para la sociedad se someten a la aprobación directa de esa sociedad y el conjunto de
los ciudadanos no tienen participación alguna ni siquiera en las modificaciones que

  54
se hacen al texto de la Constitución. La participación de los seres humanos que son
precisamente el objeto y el fin de las organizaciones políticas, en muchos países, se
reduce a votar en la elección de los empleados principales sin tener siquiera el poder
directo de destituirlos, ya que ellos, los empleados designados, utilizan precisamente
la Constitución, hecha por ellos mismos, para otorgarse inmunidad, la protección
necesaria para conservar los cargos y los privilegios adheridos a esos cargos.
La crítica no es únicamente para los sistemas capitalistas. La crítica vale para
todos los sistemas y es contundente: el Estado sirve para impedir la supremacía del
pueblo y para colocarse por encima de la voluntad de la mayoría de la sociedad. Así,
en los países en donde prevalece el libre mercado en materia económica, el Estado
es el gran protector de los intereses de los grupos que concentran la riqueza y en los
países en los cuales los empleados del gobierno manejan los medios de producción,
el Estado es un instrumento al servicio de los intereses de estos empleados.
Desde las primeras agrupaciones humanas más o menos permanentes, en los
albores de la civilización, mucho antes de que se hablara de estado como
dominación y, claro está, antes de que se inventara el Estado invisible e intemporal,
el dominio sobre la mayoría de la población, en todas las formas de organización
política (salvo por períodos muy cortos) lo tenían los individuos o los grupos que
dentro de esa comunidad poseían la fuerza, la riqueza y, por consecuencia, el poder
sobre la vida o sobre los medios o los elementos para la sobrevivencia del resto de
los habitantes. En la actualidad, miles de años después, esto sigue siendo así, con
unas cuantas excepciones, en los países de libre mercado. Paradójicamente, en los
países en que se intentó modificar al Estado para hacer de él un instrumento al
servicio de las mayorías o un Estado de los trabajadores, el experimento terminó en
algo muy parecido: el Estado se transformó en un medio de dominación en provecho
de los empleados “servidores del Estado”.
Por su importancia, vale la pena ver este aspecto del desarrollo de la
invención y la consolidación del Estado con más detenimiento.
Desde finales del siglo XVI empiezan a surgir en algunos países europeos
expresiones relacionadas con la idea de que el pueblo es la fuente del poder
político. 104 En Francia aparecen como parte de la acción de los grupos protestantes
contra la teoría católica de la monarquía absoluta y se manifiestan en folletos como
el de Francis Hotman, llamado Franco-Gallia, publicado en 1573, 105 poco después
de la terrible matanza de protestantes que llevan a cabo los católicos, conocida como
La noche de San Bartolomé. En ese folleto Hotman sostenía desde entonces que el
consentimiento del pueblo es la base legítima del poder político. Expresiones en el
                                                            
104
Algunos académicos que para empezar cualquier escrito se suben por costumbre a los trenes que viajan al
pasado hacen notar que las ideas que sostienen que el poder político deriva del pueblo se encuentran ya desde
Manegold von Lauterbach en 1085 que hablaba de la “potestas populi” y en Juan de Salisbury en 1159.
105
Las referencias sobre FRANCIS HOTMAN y su famoso folleto Franco-Gallia vienen de la obra traducida
al francés con el título Du droit des magistrats sur les sujets en 1574, que fue uno de los libros publicados
anónimamente, debido a la persecución, por los grupos calvinistas franceses en esa época.

  55
mismo sentido, en ese tiempo, aparecen en la más famosa de las obras de ese tipo en
Francia que se llama Vindiciae contra tyrannos, de autor anónimo, publicada en
1579. 106 En España las más conocidas expresiones sobre el tema se dan desde la
obra de Juan de Mariana titulada De rege et regis institutione de 1599, en la que el
jesuita español afirmaba indirectamente el poder del pueblo, al sostener que el poder
del monarca proviene de su aceptación por el pueblo en un pacto o un contrato
hipotético y justificaba el asesinato del monarca que no cumplía con sus deberes; su
apoyo a la teoría de la justa muerte del tirano tenía como objetivo justificar y elogiar
el asesinato del rey francés Enrique III. 107 Pocos años después, en 1612, también en
España, Francisco Suárez, sacerdote católico como Mariana, se acerca más a la idea
de la supremacía de la población en las organizaciones políticas, pues, según él,
aunque el gobierno sea una monarquía, el poder político deriva de la comunidad; el
gobierno existe para el bienestar de ésta y cuando el rey no actúa correctamente
puede cambiársele. La obra de Suárez titulada Tractatus de legibus ac deo
legislatore (Tratado de las leyes y de Dios legislador) tenía como propósito apoyar
el derecho del papa a destituir a los reyes. En Inglaterra las primeras ideas en ese
sentido aparecen en algunas afirmaciones de los “levellers” (los niveladores) que
eran soldados en el ejército de Cromwell 108 a mediados del siglo XVII. Christopher
Hill en su obra The Century of Revolution 1603-1714, refiriéndose a las ideas en las
que se basaban los revolucionarios que luchaban contra el rey Carlos I en la guerra
civil y a las ideas de los levellers, dice “Así la soberanía del Parlamento condujo a
la proclamación de la soberanía del pueblo. Los levellers que proclamaban eso
fueron suprimidos, pero la idea había llegado para quedarse”. 109 De una manera
más completa y más precisa la idea reaparece más tarde en los escritos de Locke y
de Rousseau en Europa y de Thomas Paine y de Jefferson en América y se establece
formalmente en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776, en
la Declaración francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y en
la Constitución francesa de 1793.

a) Del Estado como Dios, según Hegel, al Estado como instrumento de la


burguesía para Marx.

                                                            
106
Se dice que hubo una edición francesa de la Vindiciae contra tyrannos de 1581, a la que se refiere la
edición de la traducción inglesa de 1648 que es bien conocida porque se hizo una reimpresión de esta última
en 1924, con una introducción de HAROLD J. LASKI, con el título: A Defence of Liberty against Tyrants.
107
Juan de MARIANA, De rege et regis institutione. La obra está traducida y fue publicada en español en la
Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra, Madrid (1854) con el título Del rey y de la institución real.
108
La información sobre las discusiones sostenidas entre los levellers, que eran soldados en el ejército de
Cromwell venidos de los niveles bajos de la población, campesinos, artesanos y empleados de los
comerciantes en las ciudades, con el mismo Cromwell e Ireton, como jefes del ejército, aparecen como relatos
literales en The Clarke Papers, editados por C. H. Firth, en 4 volúmenes publicados por Camden Society
Publications, 1891-1901, WOODHOUSE, Puritanism and Liberty, London, 1928
109
Christopher HILL, The Century of Revolution, 1603-1714. Published by Van Nostrand Reinhold (UK)
Co. Ltd. (1988), p. 151.

  56
Sin duda el cambio más grande que se ha dado en las ideas sobre el poder
político en el mundo es el que se desarrolla y culmina con la revolución en las
colonias inglesas en Norteamérica en 1776 y con la Revolución francesa a partir de
1789. Se trata de la modificación más importante que se ha producido en el mundo
de la filosofía política que se manifiesta inicialmente en esos dos países y sirve
después de ejemplo en otros muchos para tratar de instaurar la supremacía de la
población y la idea de que los habitantes, y no el rey, ni los señores, ni las
instituciones, son el único objeto de las leyes y de los gobiernos.
Las expresiones de las ideas de la revolución norteamericana que se
formalizan en la Declaración de Independencia – antes de que los grupos de los
grandes latifundistas, los incipientes industriales y los financieros hicieran una
Constitución común para protegerse de los peligros de la supremacía popular –
enfatizaban la prioridad de la sociedad en las organizaciones políticas, la inclinación
que tienen los hombres de los gobiernos a abusar de los pueblos 110 y, junto con eso,
la afirmación de que la vida, la libertad y la seguridad de los seres humanos son el
objeto y el fin de los gobiernos, así como el derecho y la obligación de los habitantes
de arrojar del poder a los gobiernos despóticos. 111
De una manera parecida se expresan esas ideas durante la Revolución
francesa en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789
que en su artículo 2 decía: “El fin de toda asociación política es la conservación de
los derechos naturales e imprescriptibles del hombre” y en el 3 afirmaba: “El
principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación”. Cuatro años más
tarde, en la Constitución francesa de 1793, las expresiones son aún más claras: “La
soberanía reside en el pueblo” “Un pueblo tiene siempre el derecho de revisar, de
reformar y de cambiar su Constitución. Una generación no puede sujetar a sus
leyes a las generaciones futuras.” “El pueblo soberano es la universalidad de los
ciudadanos franceses”. 112 Las mismas ideas se repetirían en otras partes del mundo.
En México se expresaban en la Constitución de Apatzingán en 1814: “La íntegra
                                                            
110
Thomas PAINE, en su famoso panfleto de 10 de enero de 1776 titulado Common Sense, Of the origin and
design of government in general. With concise remarks on the English constitution (El Sentido Común, Del
origen y el objeto del gobierno en general. Con comentarios concisos sobre la Constitución inglesa) decía:
“La sociedad es una bendición en cualquier caso, en tanto que el gobierno en el mejor de los casos no es más
que un mal necesario y en el peor un mal intolerable.”
111
Son bien conocidas las ideas de la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776: “Todos los
hombres nacen iguales y están dotados por su creador de ciertos derechos inalienables, entre los cuales se
cuentan la vida, la libertad y la procuración de la felicidad. Para asegurar estos derechos los hombres
instituyen gobiernos que derivan sus poderes del consentimiento de los gobernados, y cuando cualquier forma
de gobierno se vuelve destructiva para estos fines, es un derecho del pueblo cambiarla o abolirla e instituir un
nuevo gobierno basado en estos principios y organizar sus poderes en la forma que el pueblo estime como la
más conveniente para su seguridad y felicidad. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones que
persiguen el mismo objeto hace patente la intención de reducir al pueblo a un despotismo absoluto, es un
derecho y una obligación de los hombres arrojar a ese gobierno y procurarse nuevos guardianes para su
seguridad futura.”
112
Artículos 25 y 28 de la parte declarativa y artículo 7 de la parte que se llama Acta Constitucional de la
Constitución del 24 de junio de 1793

  57
conservación de esos derechos (se refería a la igualdad, la seguridad, la propiedad y
la libertad) es el objeto de la institución de los gobiernos y el único fin de las
asociaciones políticas.”
Para Hegel, el gobierno de Francia durante la Revolución había sido un
gobierno que había reducido a su pueblo al nivel de ciudadanos comunes iguales, lo
cual – según él – era muy malo, pues el Estado debe reconocer la existencia de
clases privilegiadas y las grandes diferencias entre los seres humanos; además,
decía, la verdadera libertad de los individuos se consigue cuando se fortalece al
Estado y los individuos se someten y obedecen al gobierno.113 La Revolución
francesa, afirmaba, se consumaría con el surgimiento de los Estados nacionales.
Hegel veía en esa Revolución un movimiento destructor del cual brotaría, como una
reacción natural, una nueva fuerza opuesta a las libertades individuales que tan
dañinas son a los verdaderos valores y que propician el caos. Esta nueva fuerza – en
los deseos de Hegel – haría del Estado el rector y el fin del desarrollo nacional. 114 El
Estado, para Hegel, no tiene como propósito la igualdad de derechos civiles ni el
bienestar de la población.
Desde su ensayo sobre la Constitución de Alemania,115 escrito en 1802,
recién terminada la Revolución francesa y antes de que existiera en las regiones de
Alemania ningún documento que pudiera llamarse con ese nombre, Hegel decía que
la extinción del feudalismo y la consolidación de la unidad política en un Estado
nacional, sólo sería posible con un monarca fuerte que fuera un gran líder moral.
Alemania no se unificaría por el convencimiento y la difusión del sentimiento
nacionalista o por el consentimiento espontáneo de los habitantes de los distintos
principados que, por otra parte, no tenía mayor importancia, pues en su teoría los
habitantes no tenían ninguna. Al referirse a la monarquía veía a ésta en forma
natural como la columna vertebral de la nación y al príncipe (el monarca) como “la
personificación de la grande y auténtica concepción de un verdadero genio político
con el fin más elevado y noble”. 116
Casi medio siglo después, Marx, contrariamente a la visión de Hegel, veía en
la Revolución francesa un paso inicial para un cambio más drástico y completo. Con
la abolición del feudalismo por obra de la Revolución francesa había subido al poder
la clase media y, más concretamente, una clase muy poco definida a la que Marx
llamaba la burguesía (Marx nunca imaginó que otras formas de feudalismo
subsistirían en algunas estructuras políticas modernas, en las que nuevos barones
ejercerían sus dominios sobre partes o regiones del mismo territorio dentro de las
organizaciones llamadas “nacionales”, especialmente en algunos sistemas federales).

                                                            
113
G. W. F. HEGEL, La Constitución Alemana, (Die Verfassung Deutschlands), 1802. Edición en español
de Aguilar, s.a. de Ediciones, Madrid (1972) p. 17 y siguientes
114
SABINE, Obra citada, p. 457
115
G. W. F. HEGEL, Die Verfassung Deutschlands (1802)
116
HEGEL, obra citada, p. 109

  58
La concepción de Hegel y la de Marx eran totalmente opuestas en lo que toca
al Estado. Para Hegel el Estado era el Espíritu Absoluto, era el Espíritu ético como
voluntad manifiesta, 117 el Estado era, en una frase, “Dios en la Tierra”. Para Marx,
en uno de sus primeros libros titulado La Ideología Alemana, escrito entre 1845 y
1846 en colaboración con Engels, “el Estado es la forma bajo la que los individuos
de la clase dominante hacen valer sus intereses comunes”. 118
En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels escribían: “El
Gobierno del Estado Moderno no es más que una junta que administra los negocios
comunes de toda la clase burguesa. La burguesía – reconocían expresamente – ha
desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario. Y a continuación
explicaban: “Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido
las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales
que ataban al hombre a sus “superiores naturales” las ha desgarrado sin piedad
para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel
“pago al contado”. Pero junto con esto, afirmaban que la burguesía “en lugar de la
explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una
explotación abierta, descarada, directa y brutal.”
La burguesía era ya para entonces una palabra que tenía muy poco que ver
con las élites de comerciantes y artesanos que vivían en los burgos (ciudades
cerradas) en la Edad Media. La Revolución francesa para Marx y para Engels “había
transferido el dominio social de la nobleza y el clero a la clase industrial y
comercial” y había creado el nuevo Estado como un órgano de represión y
explotación en manos de la clase media, con una filosofía de supuestos derechos
naturales que servían para justificar las concepciones sociales y económicas de esa
clase privilegiada y pregonar un Estado de Derecho, que no era sino el derecho a
proteger sus intereses, usando la fuerza militar y policial del Estado al servicio de la
burguesía. Por otra parte en esa situación, Marx decía que “Los pequeños
industriales, los pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la
escala inferior de las clases medias de otro tiempo, van cayendo en las filas del
proletariado”. 119
Cuando Engels presenta la obra de Marx conocida como La guerra civil en
Francia, destaca el comentario que éste hacía de la concepción del Estado que había
creado Hegel en Alemania y su crítica es fulminante: “En Alemania – dice – la fe
supersticiosa en el Estado se ha trasplantado del campo filosófico a la conciencia
general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción
filosófica, el Estado es la “realización de la idea” o sea el reino de Dios sobre la
tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la eterna verdad y la
                                                            
117
HEGEL, Filosofía del Derecho, n° 257
118
C. MARX y F. ENGELS, La Ideología Alemana, capítulo I Feuerbach, Oposición entre las concepciones
materialista e idealista. Utilizo la edición de Editorial Progreso, Obras escogidas, Moscú, (1974) Tomo I,
página 78
119
C. MARX y F. ENGELS, Manifiesto del Partido Comunista. edición citada (1974) Tomo I, página 118

  59
eterna justicia. De aquí nace una veneración supersticiosa que va arraigando en las
conciencias con tanta mayor facilidad cuanto que la gente se acostumbra ya desde
la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no
pueden gestionarse ni salvaguardarse de otro modo que como se ha venido
haciendo hasta aquí, es decir, por medio del Estado y de sus funcionarios bien
retribuidos. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de
una clase por otra, lo mismo en la república democrática que bajo la monarquía; y
en el mejor de los casos, es un mal que se transmite hereditariamente al
proletariado triunfante en su lucha por la dominación de clase. El proletariado
victorioso debe amputar inmediatamente las peores aristas de este mal, entretanto
que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda
deshacerse de todo este trasto viejo del Estado”. 120

b) Del Estado de la burguesía de Marx al Estado proletario de Lenin

Para Marx, el Estado era un instrumento de dominación; un medio al servicio


de la burguesía para someter al resto de la sociedad y como tal, debía desaparecer.121
Su afirmación de que el Estado era un instrumento de la burguesía para mantener
sometidos a los pueblos, era, en esos tiempos, una descripción bastante objetiva de
la manera como los grupos privilegiados que dominaban a la sociedad usaban al
Estado para someter a la población e impedir la supremacía del pueblo en las
organizaciones sociales.
La crítica de Marx contra el Estado por lo que éste era en esa época en
Europa y en América y su deseo que desapareciera era muy acertada, pero esa crítica
no tenía como razón principal que el Estado era algo inventado totalmente
imaginario, pues él creía que era una organización real que dejaría de utilizarse
como instrumento de dominación 122 y de explotación cuando estuviera en otras
manos. La idea de Marx – por lo demás muy ingenua y contradictoria – era que si el
Estado estuviera en manos de la mayoría de los trabajadores o del proletariado, ese
Estado serviría a los intereses de éstos y que después, una vez que en ese largo
proceso se consolidara el Estado de los trabajadores, ello conduciría en forma
natural a la desaparición de las contradicciones clasistas, lo cual a su vez haría

                                                            
120
MARX y ENGELS, La guerra civil en Francia, Obras escogidas. Edición en español citada, Tomo II,
páginas 199, 200
121
Mario DE LA CUEVA decía “Marx y Engels combatieron continuamente en ensayos, artículos, reuniones
y congresos con los anarquistas, y sin embargo, uno y otro mencionaron en varios pasajes de sus obras la
desaparición del Estado.” La idea del Estado, página 385
122
KELSEN, al referirse a la dominación como característica del Estado utiliza con frecuencia también los
términos Führung (dirección o hegemonía) y lo que denomina “la ordenación constrictiva”. Ver Hans
KELSEN, Sozialismus und Staat, Leipzig, Hirschfeld, 1923. Utilizo la traducción al español Socialismo y
Estado publicada por siglo XXI editores, México (1982) páginas 207, 208

  60
innecesario el Estado. Ni Marx ni Engels explicaron nunca este proceso en forma
clara pues era, más que todo, una ilusión sin mayor base.
Lo que Marx no se daba cuenta – igual que no se dan cuenta de esto en la
actualidad muchas personas gracias a la repetición que de la presencia ficticia del
Estado hacen constantemente algunos académicos – era que el Estado no existía en
la realidad, que era algo totalmente inventado; es decir, un mito que él y los hombres
que habían tenido la misma formación que él, habían aceptado sin mayor
cuestionamiento como si fuera una realidad. Pero además Marx no logra darse
cuenta que el Estado inventado, es inventado precisamente para servir como
instrumento de dominación y que no puede ser otra cosa; es decir, no puede ser un
ente que se use para algo que no sea la dominación sobre la mayoría del pueblo.
En el capítulo I de su muy conocida obra “El Estado y la Revolución”
publicada en Rusia en 1917 dos meses antes de que los bolcheviques tomaran el
poder en la Revolución de Octubre, Lenin empezaba en el inciso 1 por calificar “el
Estado como producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase” y
el inciso 3 de ese capítulo se titula “EL ESTADO, ARMA PARA LA
EXPLOTACIÓN DE LA CLASE OPRIMIDA”. El poder estatal, dice Lenin, es “un
poder de bandidaje”. 123 “Todo Estado es una fuerza especial para la represión de la
clase oprimida. Por eso, todo Estado es un Estado no libre” Por ello, citando a
Engels, Lenin propone algo bastante extraño: que “el proletariado tome en sus
manos el Poder del Estado y empiece por convertir los medios de producción en
propiedad del Estado”. 124 De esta recomendación, también citando a Engels, saca
una conclusión ininteligible y sin sentido que únicamente puede explicarse por su
confusión total sobre qué era el Estado y la creencia en su realidad: “Con este acto el
proletariado se destruye como tal y a la vez destruye toda diferencia y todo
antagonismo de clases, y con ello, destruye al Estado”. 125 La crítica de Lenin al
Estado es categórica, pero es bastante incoherente pues por una parte afirma que “El
Estado burgués será destruido por el proletariado en la revolución”, pero a
continuación sostiene que el Estado burgués será sustituido por “el Estado
proletario” y éste, sin que aclare cómo ni por qué, se extinguirá, y para completar las
incongruencias agrega que “la democracia también es un Estado y que,
consiguientemente, la democracia desaparecerá también cuando desparezca el
Estado” 126 para llegar así a la dictadura del proletariado en la que “El Estado es el
proletariado organizado como clase dominante”. 127
Para el 1922 Max Adler, una de las mentes más brillantes del
austromarxismo, defendía las tesis de Marx y criticaba a Kelsen que a su vez había
atacado la visión de Marx y, como muchos otros marxistas ortodoxos, sostenía la
                                                            
123
V. I. LENIN, El Estado y la Revolución, Cápitulo I, 2
124
V. I. LENIN, El Estado y la Revolución, Capítulo I, 4
125
Ib idem
126
V. I. LENIN, Obra citada, Capítulo I, 4
127
V. I. LENIN, Obra citada, Capítulo II, 1

  61
posibilidad de un “Estado democrático”, un “Estado de los trabajadores” o un
“Estado proletario”. “Un Estado, decía Adler, totalmente distinto del Estado de
clase actual”, 128 sin darse cuenta que un “Estado” que no sea un concepto para
justificar la dominación de los pueblos no tiene papel alguno ni razón para
inventarse en una sociedad en la que el pueblo, la población o la sociedad entera
participe de manera consciente e informada en su propio gobierno, ya que en una
organización política en la que la supremacía efectiva en las cuestiones públicas la
tiene la mayoría de una población responsable y capacitada, no tiene sentido alguno
hablar de un Estado, pues todo lo que hay es una población y un gobierno
supervisado, controlado y dependiente de esa población.

c) Del Estado de los trabajadores, al Estado de los burócratas en los países


socialistas de Europa oriental

Hegel había presentado al Estado como “Dios en la tierra”. Marx, por el


contrario, había empezado por hacer una de las críticas más fuertes que se han hecho
contra el Estado diciendo que éste era un instrumento al servicio de la burguesía
para dominar a la población.
La concepción que tenía Marx del Estado es especialmente ambigua. Por una
parte, considerando al Estado como algo que existía en la realidad y no sólo como
algo imaginario decía que para que éste dejara de ser un medio de explotación de la
burguesía sobre los trabajadores, era necesario que cada Estado concreto fuera
manejado por los trabajadores que eran quienes sostenían con su trabajo al Estado y
que finalmente fuera manejado por el proletariado, que era un concepto parecido de
algo más amplio. Pero al mismo tiempo, como puede verse en algunos de sus
escritos, Marx afirmaba sin mayor precisión que el Estado desaparecería en el futuro
diciendo que una vez que el Estado estuviera en manos de los trabajadores “se
extinguiría” en forma natural, aunque esto era una aseveración que seguramente no
tenía muy clara pues sus explicaciones están llenas de confusiones como
consecuencia de su confusión sobre el Estado mismo.
Desgraciadamente, las ilusiones creadas por otras ilusiones en el marxismo y
la aceptación sin mayor reflexión de la teoría absurda de la necesidad y la existencia
real del Estado conducirían a la idea de un Estado democrático, en que el término
“Estado” sale sobrando, o de un Estado proletario o un Estado de los trabajadores
que finalmente resultó ser una nueva ficción al servicio de una minoría privilegiada
de burócratas en los países de Europa Oriental en la segunda mitad del siglo XX.
Es cierto, sin duda, que en casi todos los países en los que se usa el concepto
del Estado, éste, a pesar de ser un concepto imaginario y en buena parte
                                                            
128
Max ADLER, La concepción del Estado en el marxismo, Edición en español de siglo XXI editores,
México (1982) p. 326

  62
precisamente por ser imaginario, sirve para asegurar los intereses de una minoría
impidiendo que el pueblo como poder supremo pueda establecer una situación en la
que los beneficios y las diferencias se funden en el trabajo, en los méritos, en el
talento y en la contribución individual al bien común, independientemente de que tal
cosa pueda lograrse. Es igualmente cierto que en casi todos los países la minoría que
controla al Estado está formada por los dueños de las grandes empresas o los
grandes hacendados, los banqueros nacionales y extranjeros, los líderes de los
trabajadores y campesinos y, en algunos de ellos, por las élites militares; todos los
cuales a través de los representantes políticos y los otros altos empleados públicos
utilizan al Estado y al texto constitucional que ellos hacen para mantener sometida a
la mayoría de la población. Esta es la realidad en casi todos los países y esa es, con
algunas variantes, la composición de la minoría dominante que utiliza e invoca al
Estado para justificar su poder por encima de la población. Lo que cambió en los
países de Europa Oriental, llamados socialistas o comunistas, después de la segunda
guerra mundial, fue la composición de la minoría dominante. En la mayor parte de
los países países esa minoría estaba y está formada por los grupos mencionados. De
una manera bien diferente, en los países socialistas en Europa Oriental la minoría
dominante estaba formada por los altos empleados públicos, los dirigentes del
partido, los jefes del ejército y los líderes de los trabajadores en las empresas que se
decía eran propiedad del Estado.
Marx no previó este desenlace ni podía haberlo previsto porque no era un
adivino. Pero, además, no se dio cuenta de esto porque estaba obsesionado con lo
que para él era algo más importante dentro de su concepción teórica total: su teoría
de las clases y la lucha de éstas dentro de la sociedad. Así, no podía darse cuenta que
el problema no puede reducirse a las clases sino que tiene que ver con algo distinto
en la vida y las motivaciones de los hombres, esto es, el afán de dominio y de poder
sobre los demás. Los grupos dominantes sobre la mayoría de la población pueden
ser, como lo eran en la época de Marx, la nueva burguesía empresarial, pero también
pueden serlo, como lo fueron durante la dictadura franquista en España, los jefes
militares asociados a la nobleza patética española y a los dirigentes de la iglesia
católica; o bien los jefes militares asociados a grandes corporaciones transnacionales
en algunos países africanos o, como ha sucedido muchas veces en los países
latinoamericanos, los altos empleados del gobierno: jueces, ministros, diputados y
senadores aliados a los grandes empresarios y a los líderes sindicales, todos ellos
dedicados a asegurar o a obtener privilegios a costa de la mayoría de la población.
Pero la minoría dominante puede también estar constituida por los burócratas de una
organización llamada “Estado de los trabajadores” y los líderes de un partido que
usan el fantasma del Estado para acumular y consolidar sus privilegios frente al
resto de la población, como finalmente sucedió en los países de Europa oriental en
la segunda mitad del siglo XX.

El Estado como negocio

  63
A partir de que se consolida y se acepta de manera general en el mundo la
teoría del Estado imaginario, además de su empleo habitual para someter a la
población del propio país, la palabra se emplea para mantener el control sobre los
territorios y los habitantes de otros países, inventándoles “Estados” para obtener
beneficios que inicialmente venían de la producción agrícola y mineral, más tarde de
la producción forestal y después de la explotación de energéticos y las industrias
manufactureras. Todo esto además de su utilidad para establecer en esos lugares
bases militares de los gobiernos de los grandes países.
En los últimos años del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, el
“Estado” se empieza a utilizar por algunos gobiernos extranjeros como una máscara
para explotar los territorios y los seres humanos que en ellos viven de la misma
manera como se había hecho con las colonias en otros tiempos. Al principio, la
creación de Estados de este tipo fue obra de los hombres de los gobiernos de los
países más poderosos que convertían en “Estados” algunos territorios alejados que
habían invadido y controlaban, como una alternativa más provechosa a la de
conservar como colonias esos territorios, porque con la nueva denominación podían
manejar igual o mejor a las poblaciones de esos lugares suprimiendo la posibilidad
de que los habitantes de esos territorios ocupados pudieran reclamar derechos de
ningún tipo al gobierno de la metrópoli como lo hacían o podrían hacerlo bajo una
concepción colonial, además de que, al “otorgarles” la “independencia” a esos
países, éstos seguían estando totalmente sometidos económica y militarmente a los
gobiernos de los países dominantes que de esta manera prevenían e impedían el
riesgo de que surgieran movimientos independentistas fuera de su control. Entre los
ejemplos más claros de esta manera de crear Estados están los que llevaron a cabo
los gobernantes de los Estados Unidos en Cuba en 1899, en Panamá en 1903 y más
tarde en Filipinas en 1946.
Pero junto con la creación de supuestos “Estados” independientes por los
gobernantes de países invasores especialmente poderosos, desde mediados del siglo
XX se crean entidades políticas ficticias que se presentan como Estados y que poco
o nada tienen que ver con la Ciencia Política y el Derecho, ni con las doctrinas
imaginarias de la teoría del Estado. Muchos de ellos son grandes negocios de unos
cuantos individuos, de una empresa o de una familia, asociados con frecuencia a los
gobiernos de otros países, a grupos militares locales o mercenarios extranjeros y
muchas veces están asociados también con grandes organizaciones financieras.
Inicialmente, algunos de estos negocios tenían como propósito la utilización del
territorio y la explotación de la manera más inhumana de los habitantes nativos en la
producción de algodón, café, cacao, caucho, tabacos y otros productos de la tierra.
En la actualidad se trata más bien de organizaciones controladas y manejadas
como negocios por grandes empresarios y grupos corporativos internacionales para
la extracción y procesamiento de minerales y la obtención de energéticos, aunque

  64
algunos de ellos siguen siendo propiedad de una sola familia. En ocasiones, estos
negocios llamados “Estados” son territorios en que la población nativa es muy
reducida y la mayor parte de los habitantes son trabajadores extranjeros dirigidos por
técnicos también extranjeros, sin derechos políticos, que, al ser expulsados de sus
empleos generalmente son también expulsados de ese “Estado”. Este es, en varios
aspectos, el caso de Kuwait que depende casi totalmente de la producción de
petróleo y que aparece como un “Estado” controlado por una familia (Al Sabah) que
de acuerdo con la Constitución hecha por la misma familia designa a un emir
(actualmente el emir es el Sheikh Sabah al-Ahmad quien es precisamente el
patriarca de la familia al Sabah) como “jefe del Estado” el cual ejerce “el poder del
Estado” a través de un primer ministro (el actual primer ministro es su sobrino el
Sheikh Nasser Muhammad) y un consejo de ministros designados por el mismo
emir. En ese “Estado” únicamente el 33% de los residentes adultos son nativos y
todos los demás son extranjeros. 129 Esta organización peculiar está regulada de
acuerdo con las leyes religiosas del Islam, están prohibidos los partidos políticos y la
prensa es oficialmente “libre” pero el Consejo de Ministros, que funciona como el
Consejo de Administración de una gran corporación, tiene la autoridad para
“suspender” las publicaciones que critiquen al emir o a “la economía de Kuwait”.
Dentro de la multitud de entidades curiosas llamadas “Estados” en el mundo
actual encontramos todo tipo de cosas:
Un lugar conocido históricamente como Birmania que actualmente es un
“Estado” llamado Myanmar, donde la población está totalmente sometida a los
militares desde hace 40 años. En ese sistema de opresión llamado “Estado”, los
generales que lo manejan recién organizaron una comedia de referéndum para emitir
una nueva Constitución, con la peculiaridad de que en el proceso para votar ese
referéndum se prohibió toda campaña o expresión que aconsejara votar “no” al
referéndum. En esa organización la líder de la oposición Suu Kyi, quien ganó de
manera arrolladora las elecciones de 1990 se encuentra desde entonces “detenida”
por los hombres del gobierno que han escrito la nueva Constitución según dicen para
apegarse a su texto en el control que ejercen sobre la población y mantener así ese
llamado “Estado de Derecho”.
La República de Palau con menos de 20,000 habitantes compuesta por 200
islas de las cuales únicamente 8 están habitadas permanentemente. Este “Estado”
está ligado por un contrato de asociación celebrado en 1992 con el gobierno de los
Estados Unidos del cual recibe la mayor parte de sus ingresos a cambio del derecho
de éste último a mantener y construir las instalaciones militares que quiera en todas
las islas. La República de las Islas Marshall, con sesenta y ocho mil habitantes que
se sostienen del dinero que les proporciona el gobierno de los Estados Unidos a
cambio de tener ahí las bases militares que quiera y usar el territorio como basurero
para desperdicios nucleares y materiales radioactivos de plantas norteamericanas o
                                                            
129
The Economist de mayo 23 de 2009, p. 50

  65
de aquellas que el gobierno de este país autorice. La República Islámica de
Mauritania en la que “el Estado” permitió, no hace mucho tiempo, el “derecho” de
los Moros a tener como esclavos a los negros.
En otros casos se trata de la creación de Estados en territorios muy pequeños
para operar centros financieros para depósitos de extranjeros que quieren evadir el
pago de impuestos en sus países, centros de financiamiento para todo tipo de
negocios ilícitos, lavado de dinero y, en algunos casos, centros de grandes
operaciones de drogas prohibidas. Este es el caso de Antigua, un “Estado” manejado
por el señor Vere Bird y su familia desde 1940, antes de que tuviera una
Constitución propia, que obtiene su independencia en 1981 cuando el señor Vere
Bird vuelve a ser Primer Ministro, cargo en el que se mantiene hasta 1994 en que lo
substituye su hijo Lester Bird quien permanece como Primer Ministro durante 10
años. Este “Estado” tiene además un contrato de arrendamiento con los Estados
Unidos para que el gobierno de este último país use el territorio de Antigua como
centro de operaciones militares a cambio de una renta anual.
El “Estado” llamado Principado de Liechtenstein con 35,000 habitantes es
también un paraíso fiscal en donde están registradas 73,000 compañías extranjeras y
es un conglomerado de entidades financieras en donde además se refugian 75,000
fundaciones cuyos miembros pueden ocultar su identidad. Entre las peculiaridades
políticas de su pasado inmediato está el que en el referéndum de 1984 los votantes
(que eran entonces únicamente varones) les concedieron a las mujeres el derecho al
voto, pero únicamente en las elecciones generales no así en las elecciones locales.
Algo parecido es la República de San Marino, con menos habitantes y un territorio
más pequeño que el de Liechtenstein, que es también un negocio para llevar a cabo
todo tipo de operaciones financieras y además de sus ingresos por ese tipo de
operaciones recibe una cantidad anual del gobierno italiano.
Por último debo hacer mención al más conocido de este tipo de Estados-
negocios, Mónaco, oficialmente llamado “Principado de Mónaco”, que es una
mezcla de un gran centro financiero y uno de los lugares de turismo más ricos del
mundo, con un casino, ubicado en un pequeño territorio de menos de 200 hectáreas,
en el que parece ser que se hacen algunas de las inversiones de negocios obscuros
más grandes del mundo. En esta farsa hollywoodense, el príncipe es oficialmente el
jefe del Estado, pero el gobierno lo encabeza un ministro de Estado que debe ser un
ciudadano francés y tres consejeros de Estado que actúan bajo la autoridad del
príncipe, ejerciendo éste además poderes legislativos junto con un grupo llamado
Consejo Nacional. Esta extraña organización, llamada Estado, se desarrolló como un
negocio magnífico desde mediados del siglo XX gracias a la asociación con la
sociedad mercantil denominada Société des Bains de Mer de la cual tomó el control
el millonario griego Onassis al adquirir en 1953 una cantidad de acciones de esa
compañía que le aseguraba la mayoría en la conformación accionaria. Esta sociedad
mercantil era, a su vez, la dueña del casino y de los principales hoteles, teatros y
establecimientos turísticos. Una gran parte de los ingresos del gobierno en la

  66
actualidad provienen de las regalías de los grandes negocios y sólo una parte se
obtiene de los impuestos a los extranjeros, pues los llamados ciudadanos – que son
un poco más de 30 mil individuos – únicamente pagan impuestos al valor agregado e
impuestos por ciertas transacciones mercantiles y muchos de ellos viven muy bien
de prestar su nombre para diversos negocios particulares.

  67
APÉNDICE
EL ESTADO EN LAS CONSTITUCIONES EN DIFERENTES PAÍSES
Y EL ESTADO EN LA CONSTITUCIÓN MEXICANA

El Estado en diferentes países

No obstante que la trampa de los distintos sentidos de la palabra Estado fue


denunciada desde hace más de cien años por algunos críticos de las fantasías que
todavía se enseñan en muchas escuelas de Derecho especialmente atrasadas en el
mundo, esa palabra sigue siendo la más útil para dominar a los seres humanos que
viven en un territorio, usándola según convenga a los intereses de los altos
empleados a los que la población les paga y que dicen estar al servicio de ésta. En
las constituciones el término Estado se usa con las más diversas significaciones. En
algunos casos, pocos, se usa para designar a la totalidad de la población o a la
sociedad completa, es decir al país entero, como cuando se le menciona en las
relaciones internacionales que, en la realidad, no son las relaciones entre Estados
intangibles sino las relaciones de los hombres del gobierno con los hombres de otros
gobiernos, que dicen representar los intereses de sus respectivas comunidades
humanas. En las constituciones escritas la palabra “Estado” generalmente se utiliza
para referirse a todos los órganos de gobierno del país o para designar a todos los
órganos de la federación en algunos sistemas federales, para designar sólo al
gobierno como sinónimo del presidente de la República y los empleados que de él
dependen en ciertos sistemas presidencialistas; o bien, de una manera muy especial,
como sucede en Italia, para referirse únicamente a los órganos públicos centrales
que ejercen poder en todo el territorio.
De acuerdo con la primera frase de la Constitución italiana, Italia es una
República. 130 La República - se dice en el artículo 5 de la misma - es una e
indivisible, 131 y según el artículo 114 de esa constitución: “La República se
compone de los Municipios, de las Provincias, de las Urbes metropolitanas, de las
Regiones y del Estado”. 132 Según esto, el Estado, junto con los municipios, las
provincias, las urbes metropolitanas y las regiones, forman la República, que es el
conjunto de todas estas entidades, de lo cual se desprende que el “Estado” hace
                                                            
130
Artículo 1° de la Constitución italiana: “Italia es una República democrática fundada en el trabajo. La
soberanía pertenece al pueblo, que la ejercitará en las formas y dentro de los límites de la Constitución.”
131
Artículo 5 de la Constitución italiana: “La República, una e indivisible, reconoce y promoverá las
autonomías locales, efectuará en los servicios que dependan del Estado la más amplia descentralización
administrativa y adaptará los principios y métodos de su legislación a las exigencias de la autonomía y de la
descentralización.”
132
Artículo 114 de la Constitución italiana: “ La Repubblica è costituita dai Comuni, dalle Province, dalle
Città metropolitane, dalle Regioni e dallo Stato”

  68
referencia únicamente a los órganos públicos centrales. Como consecuencia la
República es el conjunto de todos los entes mencionados y naturalmente es algo más
amplio que “el Estado”, puesto que éste es solamente uno de los elementos de la
República.
Por el contrario, la Constitución de Irlanda en su artículo 5° dice que Irlanda
es un Estado, que “El nombre del Estado es Eire, o en el idioma Inglés Ireland” y a
continuación agrega que: “Irlanda es un estado soberano, independiente y
democrático” y en el artículo 6° se reafirma la idea del Estado diciendo: “Todos los
poderes del gobierno: legislativo, ejecutivo y judicial, derivan bajo Dios, del pueblo,
cuyo derecho es designar a los gobernantes del Estado.”
En Gran Bretaña el Estado casi no aparece en los libros de Derecho
Constitucional. “Nuestro sistema constitucional - dice Colin Turpin en su obra
British Government and the Constitution 133 - ha sido construido ampliamente sin el
uso del concepto del estado (así con minúsculas). Entre nosotros no existe una
entidad legal llamada “el estado” en el cual se depositen los poderes o al que se le
deba obediencia u otros deberes. En este aspecto nosotros somos una sociedad sin
estado a diferencia de otras sociedades que tienen una tradición histórica e
intelectual del estado como una institución que incorpora el “poder público”. Por su
parte Kenneth H. F. Dyson destaca que “no hay una concepción del estado al cual
se le puedan atribuir principios y reglas.” 134 En un libro tan serio de Derecho
Constitucional y Administrativo como el de Wade and Bradley 135 “el estado” y los
“actos del estado” es algo que generalmente sólo se menciona en cuestiones de
relaciones internacionales como puede ser el reconocimiento de “la existencia de un
estado”, tal como se trató en un asunto en que como una cuestión previa debía
decidirse si Alemania Oriental era un estado independiente o era un estado
subordinado y gobernado por la Unión Soviética. 136 Sin embargo, también en Gran
Bretaña se usan las alegorías sobre el Estado, “los abogados usan algunas veces
expresiones como ofensas contra el estado, acto de estado, interés del estado, etc.
No hay, sin embargo, una única definición del estado que sirva para todos los
propósitos.” 137 A veces en los diarios y en algunos libros se habla de “Estado” para
referirse a actos, órganos o personas oficiales, como una manera de distinguirlos de
las actuaciones personales privadas.
En los Estados Unidos no se menciona al “Estado” federal. El “Estado
federal” no existe en la Constitución de los Estados Unidos. La obra más famosa de
Bernard Schwartz, quien fue profesor durante muchos años de la Universidad de
Nueva York, titulada “Un Comentario sobre la Constitución de los Estados
                                                            
133
Colin TURPIN, British Government and the Constitution, London, 1988, página 10.
134
Kenneth H. F. Dyson, The State Tradition in Western Europe, London, 1980, página 19, n. 2.
135
E. C. S. WADE and A. W. BRADLEY, Constitutional and Administrative Law, Longman, London and
New York, 1993,
136
WADE and BRADLEY, Obra citada pp.327 a 331
137
Colin TURPIN, op. cit. página 11.

  69
Unidos”, 138 tiene como subtítulo “Los Poderes del Gobierno” (The Powers of
Government), pero no habla en ninguna parte de “los poderes del Estado”. En esa
obra, en el volumen I, el autor hace una relación muy amplia de los poderes
federales y estatales y en el volumen II trata de los poderes del presidente, 139 pero
únicamente menciona al “Estado” al referirse a los “estados” de la Unión. En el
índice de temas por palabras de la obra de Derecho Constitucional de Freund,
Sutherland, Howe y Brown, 140 la cual tiene más de dos mil páginas en dos
volúmenes, no existe una sola referencia al “Estado” como tal, y las únicas
menciones que incluyen la palabra “Estado”, además de las que tratan de los estados
de la Unión, se refieren a la acción estatal (State action), como una manera de hablar
de acciones oficiales de cualquiera de los órganos del gobierno federales o de los
estados, para diferenciarlas de las acciones privadas de los particulares.
En la Constitución francesa no se dice (como sucede en la Constitución
irlandesa y en los textos constitucionales de otros países) que Francia sea un Estado.
El artículo primero de la constitución francesa actual, de 1958, empieza diciendo
que “Francia es una República indivisible, laica, democrática y social.” (La France
est une République indivisible, laïque, démocratique et sociale). Lo mismo
exactamente se decía en la Constitución anterior, de 1946, siguiendo las ideas de las
constituciones de 1793 y 1795. Por el contrario, durante la ocupación alemana y el
gobierno del mariscal Petain en Vichy, que servía para disfrazar la ocupación del
ejército alemán en Francia, la Ley constitucional del 10 de julio de 1940 hablaba de
“el Estado Francés” y en el lenguaje oficial de esos años se acostumbraba referirse a
Petain como “el jefe de Estado”. En la actualidad, fuera de los casos en que se habla
de acuerdos con Estados extranjeros en el artículo 88 y las menciones a los mismos
estados en las diferentes fracciones de ese artículo, que se ocupan de la Unión
europea, la Constitución francesa actual únicamente habla del “Estado” en los
artículos 5 y 13; en los dos casos como sinónimo del gobierno de la República que
no incluye al Parlamento y en ninguna parte de la Constitución se habla de “jefe de
Estado”.
En mi opinión al hablar del Estado no debemos perder el tiempo buscando
una explicación de lo que es su esencia, pues cada vez me inclino más a pensar que
las esencias deben reducirse al campo de la perfumería, sino simplemente que
aclaremos de qué estamos hablando para evitar confusiones: ¿Hablamos de “Estado”
como la organización de la sociedad, y en ese caso incluimos en el Estado a todos
los grupos de la sociedad y a todos y cada uno de sus individuos? Si es así,
naturalmente no puede hablarse de Estado como algo diferente o independiente de la
sociedad. ¿O hablamos de Estado como sinónimo de gobierno o algo muy parecido?
                                                            
138
Bernard SCHWARTZ, A Commentary on the Constitution of the United States, The Powers of
Government, Macmillan Co. (1963). Existe traducción al español publicada por la Universidad Nacional
Autónoma de México en 1966, a la que se le puso por título “Los Poderes del Gobierno”.
139
Ese es el subtítulo del volumen II de la obra de SCHWARTZ: “Los poderes del presidente”
140
Paul A. FREUND, Arthur E. SUTHERLAND, Mark DeWolfe HOWE, Ernest J. BROWN, Constitutional
Law, Cases and Other Problems, Little, Brown and Company, Boston – Toronto, 1967

  70
y, en este caso, debemos empezar por aclarar si el gobierno es algo independiente de
la sociedad o es simplemente una creación de la sociedad para lograr los fines
sociales, pues difícilmente pueden los gobiernos tener fines legítimos ajenos a los
fines de la sociedad, y, por lo tanto, el gobierno sería, como debe ser, el conjunto de
empleados al servicio de la sociedad. O bien debemos aclarar si al hablar del Estado
nos referimos a un ente abstracto que sólo existe en “el mundo de las ideas”, el cual
está por encima de la sociedad y también por encima del gobierno y de los hombres
que lo dirigen.
La Constitución española actual (1978) contiene varias referencias al
“Estado”, con diferentes significaciones. En el Artículo 1 se dice que “España es un
Estado” que propugna ciertas cosas, y en el Artículo 42 se dice que el Estado velará
por la salvaguarda de ciertos derechos, lo cual son afirmaciones que, por su
generalidad y su vaguedad, son, más que todo, declaraciones de buenos deseos que
no sirven para nada. Después, en el Artículo 97, se dice algo un poco extraño: “El
gobierno dirige … la defensa del Estado”. ¿A quién defenderá el gobierno cuando
dice que defiende al Estado y de qué lo defiende? ¿Tal vez lo defiende de que el
común de la gente no lo reconozca, porque nadie sabe lo que es? En el Artículo 133
se aclara que la potestad originaria para establecer tributos (impuestos o
contribuciones) no le pertenece al pueblo, a través de los representantes que para eso
designe sino que le “corresponde exclusivamente al Estado”. Por último en el
Artículo 138 de la Constitución española se señala que “El Estado garantiza la
realización del principio de solidaridad “consagrado” en el artículo 2 de la misma
Constitución entre las diversas partes del territorio español”. Contrariamente a lo
que dice el artículo 138, en el artículo 2 de la Constitución se dice que quien
garantiza la solidaridad y otras cosas es la propia Constitución. Ahora bien, al
referirse al Estado garantizador y a la Constitución garantizadora, no se aclara quién
garantiza esa solidaridad a nombre de ese Estado y de esa Constitución, ni cómo la
garantizan uno y la otra.

EL ESTADO EN LA CONSTITUCIÓN MEXICANA

El nuevo Estado, impersonal y misterioso, empieza a mencionarse en México


en la Constitución española de Cádiz de 1812, siendo México todavía una colonia de
España. En ella se hablaba de la “Constitución política para el buen gobierno y recta
administración del Estado”. Poco después, en el Decreto Constitucional para la
libertad de la América Mexicana de 1814, conocida como Constitución de
Apatzingán, aparece también el Estado en el artículo 1° que decía: “La religión
católica, apostólica, romana es la única que se debe profesar en el Estado”, lo cual
más que el Estado como fuerza impersonal, parece ser un sinónimo del territorio del
país; pero en el artículo 25 se mencionan los servicios al Estado. Después, en 1822,
en el Reglamento Provisional político del Imperio Mexicano, en el artículo 15 se

  71
habla de las urgencias del estado y se decía que el Emperador (Agustín de Iturbide)
era el jefe supremo del estado (art. 29). La Constitución de 1824 contiene multitud
de menciones a los Estados que forman la nación mexicana, pero no al Estado
mexicano como una entidad total o general. En la Constitución de 1857 no se dice
en ninguna parte que México, el país, sea un Estado. La idea de un Estado general o
nacional no aparece en la Constitución de 1857, en ella se mencionan naturalmente a
los Estados que, según el preámbulo de la misma, componen “La República de
México”, que en el título de la Constitución se llama “REPÚBLICA MEXICANA”
pero, igual que en la Constitución de los Estados Unidos, no se hace una sola
referencia a ningún “Estado” nacional, o federal, que simplemente no existe en ese
texto.
El texto original de la Constitución mexicana aprobada en 1917 hablaba de
“los Estados libres y soberanos” refiriéndose a las entidades que forman “la
federación”, pero únicamente mencionaba al Estado “federal” en tres artículos: el 5°,
el 82 y el 93. En el 5° se decía que el Estado no puede permitir que se lleve a efecto
ningún contrato, pacto o convenio que tenga por objeto el menoscabo o la pérdida de
la libertad, por lo que, entre otras cosas, no se permitía el establecimiento de órdenes
monásticas religiosas (esta última parte que hablaba de la prohibición de órdenes
monásticas religiosas, se suprimió en 1992 cuando el presidente Salinas controlaba a
los diferentes órganos de gobierno del país). En los artículos 82 y 93 se usa como un
adjetivo sin sentido, pues habla de los secretarios “de Estado” para referirse a los
secretarios del presidente, a los cuales en todos los demás casos los cita como
“secretarios del Despacho”. Desde luego es imposible saber a qué o a quién se
refiere el artículo 5° al hablar del “Estado” ¿a la sociedad y al gobierno? ¿al
gobierno federal y sus ramas o departamentos o a todos los gobiernos del país:
federal, estatales y municipales? O ¿a un “Estado” que está por encima de la
sociedad y de la multitud de gobiernos que coexisten en México?
En México, en la actualidad, el Estado puede ser cualquier cosa. Como es
bien sabido, en México la Constitución se modifica varias veces al año por los
legisladores ordinarios, en pequeñas farsas en las que éstos se visten de poder
constituyente, y cambian, quitan y agregan lo que quieran al texto de la
Constitución, sin que la población participe en forma alguna en ese procedimiento.
Fue así que la Constitución original de 1917 se fue modificando y se fue llenando de
invocaciones y referencias al “Estado” con significados muy diferentes de un
artículo a otro. En algunos de sus artículos, el Estado parece ser el gobierno federal,
en otros, parece ser el presidente de la República. Hay otros en que el Estado son
todos los gobiernos del país: el federal, los estatales y los municipales. En otros, el
Estado es el desarrollador que se encarga de las áreas estratégicas propiedad del
gobierno federal, no de la nación o de los pequeños estados. En algunos casos el
Congreso de la Unión tiene intervención en el Estado, pero la Constitución no dice
cuál es esa intervención, pues sólo dice que ese Congreso tendrá la intervención que
diga la ley hecha por el mismo Congreso. En algunas frases el Estado parece ser la

  72
Nación; en otras no dice que es, pero descarta claramente que sea la Nación y hay
algunas frases en que el Estado puede ser un modelo ideal, pueden ser todos los
mexicanos o puede ser el territorio del país.
Las citas y las menciones que se hacen del Estado en la Constitución
mexicana, tal como se encuentra su texto en los momentos en que escribo esto, son
un conjunto de enigmas y contradicciones. Antes que todo, para estudiar el tema del
Estado imaginario en México hay que tener en cuenta que en ninguna parte de la
Constitución general de la República se dice qué es el Estado, ni tampoco quién o
quiénes lo representan. El Estado, en el texto constitucional mexicano cambia de un
artículo a otro como un ser en mutación constante; así en el artículo 3°, el Estado (se
dice expresamente, en su primer párrafo) son la federación, los estados, el Distrito
Federal y los municipios. Debemos entender que esa frase se refiere a los gobiernos
de esas entidades, es decir a todos los gobiernos del país, y que ese Estado no
incluye a la población, a la sociedad o a los miembros de esa sociedad, pues a éstos
en la fracción VI del mismo artículo les llama “los particulares”. En el artículo
siguiente, el 4° de la Constitución, que habla, entre otras cosas, de la protección de
la salud, del medio ambiente, del derecho a una vivienda digna y de los derechos de
los niños, se dice que “El Estado otorgará facilidades a los particulares (es decir a
los miembros de la sociedad) para que coadyuven al cumplimiento de los derechos
de la niñez.” A diferencia de lo que dice el artículo 3°, en este artículo 4°, el Estado
sólo es la Federación (es decir el gobierno federal), y las entidades federativas en
materia de salubridad general, conforme a lo que dispone la fracción XVI del
artículo 73 de esta Constitución, es decir, aquí los municipios ya no están incluidos
en ese Estado que se ocupa de las cuestiones de salud, solo la Federación y las
entidades federativas; pero sucede que en la fracción citada del artículo 73 lo que se
dice es que quien decide las cuestiones de salud es “el Consejo de Salubridad
General que dependerá directamente del Presidente de la República.”
Los artículos que van del 25 al 28 de la Constitución mexicana hacen
referencia en distintos partes y de diferentes maneras (todas ellas vagas y obscuras)
al Estado, pero en esos artículos se menciona también a la Nación, la cual, igual que
sucede con el Estado, no se dice en ninguna parte qué cosa es o quién es. Sin
embargo, dado que entre las distintas opiniones que existen sobre qué es la nación la
más aceptable, o la menos incoherente, es la que ve a la nación como la totalidad de
los individuos que forman la población, lo cual, sin duda, la acerca mucho a lo que
sería la sociedad entera, vamos a suponer por el momento que la nación en la
Constitución mexicana es eso: la totalidad de la población.
El artículo 25 de la Constitución mexicana, naturalmente no dice qué es el
Estado, pero dice que a ese Estado le corresponde la rectoría del desarrollo nacional
con el propósito, entre otras cosas, de fortalecer “la Soberanía de la Nación” y se
dice también que ese Estado hará otras vaguedades que demande el interés general
para contribuir al desarrollo de la Nación. De lo cual, para empezar, se desprendería
que el Estado es algo diferente de la Nación.

  73
En el artículo 27 se dice que “Corresponde a la Nación el dominio directo de
todos los recursos naturales de la plataforma continental y los zócalos submarinos de
las islas; de todos los minerales o sustancias que en vetas, mantos, masas o
yacimientos, constituyan depósitos cuya naturaleza sea distinta de los componentes
de los terrenos – así como – el petróleo y todos los carburos de hidrógeno sólidos,
líquidos o gaseosos”; sin embargo en el párrafo sexto del mismo artículo se dice
primero que ese dominio, que según el párrafo cuarto es directo, puede explotarse
por los particulares mediante concesiones otorgadas por el Ejecutivo federal, es
decir, por el presidente de la República. Pero luego, unas líneas más abajo, se dice
que siempre no, que por lo que toca al petróleo y a los hidrocarburos no se otorgarán
concesiones ni contratos, pues la Nación llevará a cabo la explotación de esos
productos. Hasta ahí parecería que es la nación, en forma directa, la que debe llevar
a cabo esas funciones; es decir, es algo que le correspondería hacer a la nación,
como conjunto de todos los habitantes – lo cual es físicamente imposible – o bien a
través de los diputados que, según el artículo 51 de la misma Constitución, son los
representantes de la nación.
Pero además de estas contradicciones y las tonterías imposibles sobre el
dominio directo de la nación y la explotación de ciertos recursos naturales por la
nación, que está enfatizada en el artículo 27 de la Constitución, en el párrafo cuarto
del artículo 28 se dice que esas funciones en lo que toca al petróleo y los demás
hidrocarburos y petroquímica básica, además de otras “áreas” estratégicas (en el
texto se les llama “áreas” al petróleo, al correo y a electricidad), después de todo no
le corresponden a la nación, sino que más bien le corresponden al Estado para
proteger la seguridad y la soberanía de la Nación, y que es el Estado el que contará
con los organismos y empresas que requiera para el manejo de esas áreas
estratégicas a su cargo. Pero resulta que al lado de esa retahíla de cuentos en los que
se le atribuyen, alternativamente los dominios, las rectorías y las funciones en esas
áreas, unas veces a la nación y otras al Estado, se tiene que concluir que no es ni la
nación ni el Estado a quien en realidad le corresponden, pues el artículo 25 en su
párrafo cuarto dispone concretamente que el Gobierno Federal tendrá la propiedad
y el control sobre los organismos que manejen esas áreas estratégicas.
Para enredar aún más las cosas, el artículo 26 de la Constitución mexicana –
que es una obra maestra de obscuridad – contiene algunas recomendaciones y
consejos, tan absurdos como inútiles, pues empieza diciendo que el Estado planeará
democráticamente el desarrollo (lo cual fuera de su efecto poético es algo totalmente
incomprensible) y que el “Ejecutivo Federal” (entiéndase: el presidente de la
República) de acuerdo con la ley coordinará mediante convenios con las entidades
federativas las acciones a realizar para su elaboración y ejecución. Pero en el último
párrafo dice que en ese sistema de “planeación democrática” el Congreso de la
Unión tendrá la intervención que señale la ley que el mismo Congreso debe hacer.
De esta manera el Congreso puede excluir al “Ejecutivo” de la decisión de todas
esas funciones obscuras y misteriosas, haciendo una ley en la que establezca que el

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citado Ejecutivo, obedeciendo las disposiciones de esa ley y del artículo 26 de la
Constitución, debe “establecer los procedimientos de participación y consulta
popular” que le indique el Congreso y coordinar “mediante convenios con los
gobiernos de las entidades federativas” y “concertar con los particulares las acciones
a realizar para la elaboración (del plan nacional de desarrollo) y su ejecución, dando
cuenta al Congreso de cada una de las acciones que piense tomar para que el
Congreso las apruebe antes de su realización.

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LA INVENCIÓN DEL ESTADO
Un estudio sobre su utilidad para controlar a los pueblos

PREFACIO
INTRODUCCIÓN
El retrato absurdo del Estado

CAPÍTULO PRIMERO
EN BUSCA DEL ESTADO

¿Qué es el Estado?
a) El Estado como un organización social independiente
b) El Estado indefinido
¿Cuándo nace el Estado?
El Estado existe desde las primeras comunidades humanas
El Estado surge cuando se reconoce una situación o un estado de dominación

CAPÍTULO SEGUNDO
DEL ESTADO EN LA MONARQUÍA TRADICIONAL AL ESTADO CONTEMPORÁNEO

La república como gobierno del rey, Jean Bodin


Las “formas” del Estado desconocido
Del despotismo de los reyes a la tiranía de nuestros empleados

CAPÍTULO TERCERO
¿ES COMPATIBLE LA SUPREMACÍA DEL PUEBLO CON EL ESTADO OMNIPOTENTE?

Hegel: El Estado es Dios en la tierra


El Estado como la sociedad organizada
La supremacía del pueblo y la existencia del Estado son contradictorias
El engaño del “Estado de Derecho”
…y otros adjetivos para justificar al “Estado”
Los usos alegóricos del Estado

CAPÍTULO CUARTO
EL ESTADO AL SERVICIO DE LOS GRUPOS DOMINANTES Y SU UTILIZACIÓN PARA OTROS
PROPÓSITOS

El Estado como instrumento de las minorías privilegiadas


a) Del Estado como Dios, según Hegel, al Estado como instrumento de la burguesía para Marx.

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b) Del Estado de la burguesía de Marx al Estado proletario de Lenin.
c) Del Estado de los trabajadores, al Estado de los burócratas en los países socialistas de
Europa oriental.
El Estado como negocio.

APÉNDICE
EL ESTADO EN LAS CONSTITUCIONES EN DIFERENTES PAÍSES Y EL ESTADO EN LA
CONSTITUCIÓN MEXICANA

El Estado en diferentes países


El Estado en la Constitución Mexicana

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