maestro y un terapeuta podrán ayudar, sin ser perfectos, planteamiento que implica una renuncia más difícil de lo que parece. Dejarse conducir: «Cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas adonde querías, pero en tu vejez abrirás los brazos y otro te ceñirá para conducirte adonde tú no quieres». La renuncia como camino de la libertad. Renunciar a la perfección como vía para llegar a ella. Se elabora así la paradoja de la transformación. «Si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto». Para conseguir la seguridad de la conservación hay que perder toda seguridad. Cuando no hay nada más que perder, la preocupación se diluye y la angustia desaparece. Bajar a los infiernos es el primer paso. Para que el ascensor de la esencia suba tiene que descender el contrapeso del ego, hasta el fondo. Todo se desmorona. Los mayores logros se valoran como insignificantes. Empezará así a recuperar la vista, porque la ira ciega. EJ purgatorio de la ira que describe Dante pasa por quedar cegado por el humo. De este modo, «no podía siquiera abrir los ojos». Se inicia la vía de la conciencia. Las dificultades para que el despertar se prolongue en un trabajo continuado se encuentran en el perfeccionismo y la preocupación que mantienen la mente comprometida en el esfuerzo por la virtud. No puede haber metanoia (conversión) sin descender al mundo de los sentimientos y de los instintos. Recupero un fragmento de mis notas personales: «La imagen que he utilizado para describir esta situación se centra en mi castillo interior. Durante mi vida he recorrido las distintas dependencias desde la planta baja hasta la buhardilla. Me he movido con comodidad por ellas, que representan el ámbito del control y del dominio. Pero, de una manera u otra, rehuía bajar a los sótanos donde sé que se encuentran los perros y los dragones. Se trata del momento de afrontarlos, de mirarlos a la cara y de dialogar con ellos. Tenerlos escondidos, reprimidos, solo puede causarme problemas. Hablar con ellos tiene sus riesgos: pueden arañarme, morderme, lanzarse contra mí. El miedo a perder algo o incluso a descubrirlos me ha impedido bajar a los sótanos. Con la terapia, he pretendido recorrer estas estancias prohibidas o de las cuales no había cruzado el umbral. Ha habido momentos muy duros, en los que he experimentado el miedo y la angustia. He hablado con los perros rabiosos de los subterráneos del castillo. Me han mordido en algún momento, pero ahora sabemos dónde estamos cada uno». Me vienen a la mente unas palabras de Friedrich Nietzsche: «Todo el que ha construido un nuevo cielo ha obtenido la fuerza para ello en su propio infierno».
La transformación
Cuando el ser espiritual nace, el ser
carnal sabe que está condenado a morir tarde o temprano, y eso no lo tiene muy contento; pero a nive! de la conciencia del individuo no puede haber mayor felicidad que la del momento inmediato que sigue a la metanoia (cambio de mente o «conversión», en el sentido más profundo de la palabra). La condición individual de entonces puede caracterizarse por una embriaguez espiritual y una gran felicidad, que ciertamente es congruente con el momento de un renacimiento. No muchos llegan tan lejos, como lo ya citado da a entender: muchas personas buscan el renacimiento al espíritu, pero «pocos son los elegidos". Claudio Naranjo, Cantos del despertar, p.