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TEXTO COMPLETO:
-I-
Para así decidir, ante todo, el juez de grado tuvo por probados los dichos
difundidos en el programa “Memoria” emitido por Canal 9 el día 24 de mayo del
2000. En este marco, consideró que no concurrían los presupuestos para la
aplicación de la doctrina “Campillay”. Indicó que el actor había sido identificado
de forma inequívoca y que el hecho de que la información hubiese sido atribuida
a lo dicho por “alguien en un bar” era irrelevante puesto que no constituía una
fuente identificable. Luego, destacó que si bien en ciertas partes del discurso se
utilizaron verbos en tiempo potencial, hacia el final se realizaron declaraciones
asertivas. Recordó que, de conformidad con la doctrina de la Corte Suprema, el
empleo del tiempo verbal potencial no es suficiente, sino que el sentido
completo del discurso debe ser conjetural y no asertivo ya que, de lo contrario,
bastaría con el empleo mecánico de aquél para librarse de responsabilidad.
Por otra parte, estimó que la doctrina de la “real malicia” tampoco era aplicable
a las presentes actuaciones en tanto el actor no es ni un funcionario ni una
personalidad pública, de modo que, a los efectos de establecer la
responsabilidad de los medios no se requiere más que negligencia o simple
culpa. Sentado ello, analizó el caso con arreglo a lo dispuesto por los arts. 902,
906, 1109 y 1113 del Cód. Civil. Concluyó, por un lado, que el señor Gelblung
obró negligentemente, y que descuidó deberes elementales a fin de evitar que
en el programa que conducía y producía se deshonrara al actor mediante la
difusión de rumores. Por el otro, que la empresa Telearte SA debía responder ya
que el señor Gelblung se encontraba bajo su dependencia.
- II -
- III -
Ante todo, cabe destacar que, al pronunciarse sobre la admisibilidad del recurso,
el a quo lo concedió únicamente en relación con la interpretación de las normas
federales, y no así en lo que respecta a la causal de arbitrariedad. De ello se
sigue que, en tanto el recurrente no interpuso un recurso de queja, la
jurisdicción queda expedita con el alcance otorgado por el tribunal inferior
(Fallos: 329:2552).
- IV -
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Por otra parte, con relación al alcance de la doctrina de la “real malicia”, la Corte
Suprema ha establecido un tratamiento diferenciado según la calidad del sujeto
pasivo de la información (S.C. B. 343, L. XLII, “Barrantes, Juan Martín; Molinas de
Barrantes, Teresa - TEA SRL c. Arte Radiotelevisivo Argentino SA”, sentencia del 1
de agosto de 2013, consid. 3). Tal como ha explicado en reiteradas ocasiones, la
protección atenuada respecto de quienes ostentan calidad pública responde,
por un lado, al hecho de que éstas tienen un mayor acceso a los medios
periodísticos para replicar las falsas imputaciones y, por el otro, a que se han
expuesto voluntariamente a un mayor riesgo de sufrir perjuicio por noticias
difamatorias (“Gertz v. Robert Welch Inc.”, 418 US 323, 1974, receptado en
Fallos: 310:508, consid. 12).
En este marco, la Corte Suprema estableció que la mera alusión a una nota de
interés público o general en modo alguno basta para soslayar el principio que
distingue entre los sujetos pasivos de la información presumiblemente
difamatoria; y mucho menos para equiparar sin más los supuestos en los que el
particular resulta implicado con aquellos otros en los que libremente interviene
(“Barrantes, Juan Martín”, cit., consid. 5).
Por el contrario, dicho tribunal advirtió que en los casos en las que se difunda
información sobre un particular involucrado en un hecho de interés público,
quien lo hace debe mostrar que “la vulnerabilidad característica de los simples
ciudadanos —que como tales se encuentran excluidos de la 'protección débil’—
no se haya presente en la especie; o cuanto menos, debe advertir si [...] la
dimensión de los asuntos discutidos (en términos de debate público y en tanto
razón de ser de la real malicia) permite] absorber de alguna manera la condición
de los sujetos involucrados” (“Barrantes, Juan Martín”, cit., consid. 5 in fine).
En el sub lite, el señor Gelblung no sólo omitió dar razones para sostener que la
condición de particular del actor podía ceder en este caso, sino que tampoco
demostró cuán vital resultaba a los fines del debate público privilegiar la difusión
de cierta información por sobre el honor del particular en cuestión (“Barrantes,
Juan Martín”, cit., consid. 8). Es por ello que los agravios del recurrente relativos
a la aplicación de la doctrina de la “real malicia” deben ser desestimados.
- VI -
Considerando:
4°) Que corresponde analizar ahora si las expresiones que los jueces de la causa
tuvieron por acreditadas —sobre la base de las cuales responsabilizaron al señor
Gelblung por los daños sufridos por el actor y cuya falsedad no se encuentra
controvertida—, gozan de tutela constitucional en el sentido de no generar
responsabilidad civil para quienes las emiten o difunden.
Debe recordarse que la libertad de expresión tiene un lugar preeminente en el
marco de nuestras libertades constitucionales (Fallos: 321:412; entre otros). Ello
es así, en razón de su centralidad para el mantenimiento de una república
democrática (Fallos: 320:1272; entre muchos otros) y, por ello, para el ejercicio
del autogobierno colectivo del modo diseñado por nuestra Constitución (Fallos:
336:879).
5°) Que la doctrina “Campillay” establece que quien difunde una información no
es responsable por los daños que ello pudiera causar, pero solo si concurren
determinadas condiciones (Fallos: 308:789). A los efectos de fomentar la
difusión de información necesaria para la configuración de una sociedad
democrática, la doctrina “Campillay” protege a quien atribuye —de modo
sincero y sustancialmente fiel— la información a una fuente identificable (Fallos:
316:2416; 317:1448; 324:2419; 326:4285; entre otros), utiliza un discurso
meramente conjetural que evita formas asertivas (Fallos: 324:2419; 326:145;
entre otros) o deja en reserva la identidad de las personas a quienes involucra la
información difundida, evitando suministrar datos que permitan conducir a su
fácil identificación (Fallos: 335:2283). Estas condiciones, según ha entendido
este Tribunal, son consecuencia de “un enfoque adecuado a la seriedad que
debe privar en la misión de difundir noticias que puedan rozar la reputación de
las personas —aún admitida la imposibilidad práctica de verificar [la] exactitud
—” de la información difundida (Fallos: 308:789; 326:4285; 327:3560; entre
otros). Se trata de una de las maneras en que ha podido ser articulado un
razonable equilibrio entre la fuerte tutela constitucional que recibe la libertad de
expresión y la protección de otros derechos individuales que reconocen también
fuente constitucional.
En efecto, las afirmaciones según las cuales el señor E. M. —actor en autos— era
el autor de la muerte de N. F. y, a la vez, el amante de la madre de la joven,
fueron difundidas por el señor Fernández como originadas en “alguien” que, en
lugar indeterminado y a las dos de la mañana del día anterior, habría respondido
a la pregunta “¿quién fue?”. La atribución realizada por el señor Fernández
constituye una mera referencia genérica e indeterminada y, por ende, no opera
como fuente en el sentido de la doctrina “Campillay” (doctrina de Fallos:
316:2416; 326:4285; entre otros).
Para que un medio periodístico se exima de responsabilidad es preciso que
atribuya la noticia a una fuente, de modo que la noticia deje de aparecer como
originada por el medio periodístico en cuestión pues, como tiene dicho esta
Corte, solo “cuando se adopta tal modalidad se transparenta el origen de las
informaciones y se permite a los lectores relacionarlas, no con el medio a través
del cual las han recibido, sino con la específica causa que las ha generado”
(Fallos: 316:2416; 326:4285; 327:3560; 338:1032; entre otros), lo que a su vez
permite formarse un juicio certero sobre la credibilidad de la noticia (arg. Fallos:
319:2965 y 331:162).
Así, después de que el señor Fernández hubiese dicho que el autor del homicidio
había sido un kinesiólogo de treinta años, residente de la ciudad de Rufino y
amante de la madre de la joven F., la señora Melgarejo identificó al actor por su
apellido y profesión, lo ubicó en la escena del crimen y suministró los
pormenores de cómo se habrían desarrollado los acontecimientos que
“aparentemente” llevaron a tan trágico desenlace.