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Martín, Edgardo H. c.

Telearte SA y otros s/ daños y perjuicios • 03/10/2017

Hechos

La Corte Suprema confirmó la condena a un medio de prensa y a varios


periodistas por una noticia difundida en un programa de televisión, en
relación con el fallecimiento de una niña. El reclamante fue nombrado, sin
citar la fuente de la información, como un posible responsable de la
muerte de la niña.

Sumarios

1 - Los dichos de varios periodistas en un programa televisivo, relacionando a


una persona con la muerte de una niña, no se encuentran protegidos por la
doctrina de la Corte Suprema sentada en “Campillay”, pues los periodistas
atribuyeron la información en forma genérica e indeterminada a "alguien",
mención que no opera como fuente en el sentido de la doctrina allí establecida;
el medio de comunicación y los profesionales demandados deben responder por
los daños causados.

2 - La doctrina "Campillay" protege a quien atribuye —de modo sincero y


sustancialmente fiel— la información a una fuente identificable, utiliza un
discurso meramente conjetural que evita formas asertivas o deja en reserva la
identidad de las personas a quienes involucra la información difundida, evitando
suministrar datos que permitan conducir a su fácil identificación; esto articula un
razonable equilibrio entre la fuerte tutela constitucional que recibe la libertad de
expresión y la protección de otros derechos individuales que reconocen también
fuente constitucional tales como la dignidad de las personas.

3 - El medio de comunicación y los periodistas demandados por la difusión de


información que relacionó a una persona con la muerte de una niña no puede
eximirse de responsabilidad a la luz de la doctrina “Campillay” —Fallos: 308:789;
AR/JUR/637/1986—, pues esta no protege al medio cuando deja de ser un
simple difusor de una información originada en alguna fuente distinta y se
transforma en el autor de una información dañosa o agraviante.
4 - Para que un medio periodístico se exima de responsabilidad por las
informaciones difundidas es preciso que atribuya la noticia a una fuente, de
modo que la noticia deje de aparecer como originada por el medio periodístico
en cuestión; esto transparenta el origen de las informaciones y permite formar
un juicio certero sobre la credibilidad de la noticia.

TEXTO COMPLETO:

Dictamen de la Procuradora Fiscal

-I-

El Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil y Comercial N° 37 condenó a


Telearte SA —en su carácter de licenciataria de Canal 9— y a Samuel Gelblung —
en su carácter de conductor y productor del programa televisivo “Memoria”— a
pagar $40.000 más intereses en concepto de daño moral (fs. 892/904).

Para así decidir, ante todo, el juez de grado tuvo por probados los dichos
difundidos en el programa “Memoria” emitido por Canal 9 el día 24 de mayo del
2000. En este marco, consideró que no concurrían los presupuestos para la
aplicación de la doctrina “Campillay”. Indicó que el actor había sido identificado
de forma inequívoca y que el hecho de que la información hubiese sido atribuida
a lo dicho por “alguien en un bar” era irrelevante puesto que no constituía una
fuente identificable. Luego, destacó que si bien en ciertas partes del discurso se
utilizaron verbos en tiempo potencial, hacia el final se realizaron declaraciones
asertivas. Recordó que, de conformidad con la doctrina de la Corte Suprema, el
empleo del tiempo verbal potencial no es suficiente, sino que el sentido
completo del discurso debe ser conjetural y no asertivo ya que, de lo contrario,
bastaría con el empleo mecánico de aquél para librarse de responsabilidad.

Por otra parte, estimó que la doctrina de la “real malicia” tampoco era aplicable
a las presentes actuaciones en tanto el actor no es ni un funcionario ni una
personalidad pública, de modo que, a los efectos de establecer la
responsabilidad de los medios no se requiere más que negligencia o simple
culpa. Sentado ello, analizó el caso con arreglo a lo dispuesto por los arts. 902,
906, 1109 y 1113 del Cód. Civil. Concluyó, por un lado, que el señor Gelblung
obró negligentemente, y que descuidó deberes elementales a fin de evitar que
en el programa que conducía y producía se deshonrara al actor mediante la
difusión de rumores. Por el otro, que la empresa Telearte SA debía responder ya
que el señor Gelblung se encontraba bajo su dependencia.

La sentencia fue confirmada por la Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones


en lo Civil (fs. 962/967).

- II -

Contra dicho pronunciamiento, el señor Gelblung interpuso un recurso


extraordinario (fs. 978/991), que fue concedido únicamente en relación con la
cuestión federal (fs. 1017 vta.), sin que interpusiera la correspondiente queja.

El recurrente sostiene, en lo principal, que la sentencia del a quo constituye una


restricción inaceptable a la libertad de prensa, en virtud de que el señor
Gelblung hizo uso de su derecho a transmitir información de interés general.

En primer lugar, argumenta que la información transmitida emana de una fuente


—específicamente, de aquello oído en los bares y de los comentarios de la gente
—. Indica que, de este modo, el público pudo formarse un juicio certero acerca
del grado de credibilidad que merecía la información por él difundida. En
segundo lugar, afirma que también se encuentra amparado por la doctrina de la
“real malicia”, puesto que ésta aplica cuando un particular se ve involucrado en
un asunto de interés público. En ese marco, advierte que el actor tenía la carga
de probar que el periodista conocía la falsedad de la noticia y que obró con real
malicia.

Por último, descalifica la decisión del a quo sobre la base de la doctrina de la


arbitrariedad. Alega que las pruebas de la causa no muestran que en algún
programa del señor Gelblung haya aparecido la imagen del actor, ni que se lo
haya involucrado con el homicidio de N. F.

- III -
Ante todo, cabe destacar que, al pronunciarse sobre la admisibilidad del recurso,
el a quo lo concedió únicamente en relación con la interpretación de las normas
federales, y no así en lo que respecta a la causal de arbitrariedad. De ello se
sigue que, en tanto el recurrente no interpuso un recurso de queja, la
jurisdicción queda expedita con el alcance otorgado por el tribunal inferior
(Fallos: 329:2552).

Por lo demás, en el recurso extraordinario se cuestiona el alcance del derecho a


la libertad de expresión y de prensa (arts. 14, 32 y 75, inc. 22, de la CN).
Asimismo, la decisión del tribunal superior de la causa es contraria al derecho
que el recurrente funda en aquellas cláusulas constitucionales (art. 14, inc. 3°,
ley 48). Por lo tanto, entiendo que éste es admisible.

Cabe recordar que, en la tarea de interpretar normas de la naturaleza


mencionada, la Corte no se encuentra limitada por las posiciones del tribunal
apelado ni por los argumentos de las partes (Fallos: 326:2880).

- IV -

En las presentes actuaciones, el señor E. H. M. interpuso una demanda contra


Telearte SA y el señor Samuel Gelblung con el objeto de que le indemnicen los
daños y perjuicios causados por declaraciones lesivas a su honor (fs. 107/125).
La acción está fundada en las expresiones difundidas el 24 de mayo del 2000 en
el programa “Memoria” —conducido por el señor Gelblung y emitido por Canal
9— que lo implicaron con el homicidio de N. F. ocurrido el 20 de mayo del
mismo año en la ciudad de Rufino, provincia de Santa Fe.

El juez de grado tuvo por probado que, en su programa, el señor Gelblung


mantuvo una conversación con el periodista Pablo Fernández —enviado por
Canal 9 a la ciudad de Rufino para cubrir el homicidio de N. F.— y el periodista
local Juan Carlos Cuestas. Gelblung le preguntó a Fernández por las “relaciones
obscuras en [la] familia [F.]” y Fernández le contestó “hay que recorrer los bares,
los lugares comunes donde la gente se reúne y empezar a indagar; ¿quién fue?
¿quién fue? ¿quién fue? Y ayer a las dos de la mañana alguien dijo 'el amante de
la mujer'. Empezamos a investigar esa línea de información y daba cuenta de un
señor de aproximadamente treinta años, kinesiólogo, de aquí, de Rufino, que
tendría según algunos conocidos de la señora del juez una relación desde
diciembre del año pasado, una relación que mantenían en secreto que por
supuesto se sabía pero que se decía en voz baja”. Luego Gelblung preguntó por
las eventuales detenciones y Pablo Fernández afirmó que “tal vez” se podría
producir la detención de F. o del “kinesiólogo”.

El señor Gelblung, a continuación, presentó a Eliana Melgarejo y dijo que aquella


había estado investigando durante horas en la ciudad de Rufino. La señora
Melgarejo comenzó a explicar su investigación junto a una pizarra. Se refirió a las
relaciones y discusiones del matrimonio F. y sostuvo que luego de sufrir un
accidente M. G. D. —la madre de N. F.— conoció a “este kinesiólogo de apellido
M., quien desde hace unos meses sería su amante”. Gelblung le preguntó “¿N.,
según vos dijiste, vio algo entre G. y el kinesiólogo?” M. contestó que
“aparentemente sí” y explicó que aquella noche el hermano de se había ido a
dormir a la casa de su abuela, que el padre dijo que iba a llegar tarde y que N.
había ido a una fiesta de cumpleaños, pero que volvió mucho antes de lo
esperado. Luego, afirmó “es ahí cuando encuentra a su madre, aparentemente
con este kinesiólogo de apellido M. y a partir de ahí se desencadena este hecho
escalofriante”. El programa finaliza con una reflexión de Gelblung según la cual
se estaría en presencia de “una tragedia griega que tiene como escenario, en
este caso, la familia F.”.

Por último, cabe destacar que la falsedad de la información difundida en


relación con la participación del actor en el homicidio precedentemente
mencionado está incontrovertida por las partes.

-V-

En el sub lite se plantea una controversia entre dos derechos de raigambre


constitucional que deben ser armonizados en tanto ninguno tiene carácter
absoluto: el derecho a la libertad de expresión y el derecho al honor (arts. 14,
32, y 75, inc. 22, CN; 11 y 13, Convención Americana sobre Derechos Humanos;
17 y 19, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; IV y V, Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; y 12 y 19, Declaración
Universal de Derechos Humanos).

En este contexto, corresponde analizar si es acertada la sentencia apelada en


cuanto concluyó que el demandado se excedió en el ejercicio de su derecho a la
libertad de expresión.

En este marco, los agravios del recurrente relativos a la aplicación de la doctrina


“Campillay” (Fallos: 308:789) no pueden prosperar.
En relación con el requisito de la fuente, la Corte Suprema ha reiterado en varias
ocasiones que “uno de los objetivos que subyace a la exigencia de citar la
fuente, contenida en la jurisprudencia de la Corte, consiste en que el
informador, al precisar aquélla, deja en claro el origen de las noticias y permite
a los lectores atribuirlas no al medio a través del cual las ha recibido, sino a la
causa específica que las ha generado”, lo que posibilita que los lectores puedan
“formarse un juicio certero acerca del grado de credibilidad que merec[e]n las
imputaciones” (Fallos: 319:2965).

Sin perjuicio de que algunas afirmaciones divulgadas en el programa “Memoria”


fueron atribuidas a una fuente identificable —alguien que se encontraba en un
bar a las dos de la mañana— (cf. doctrina de Fallos: 316:2417; 319:2965;
331:162), tal como lo tuvo probado el juez de grado a fojas 898/899, en el
programa producido y conducido por el señor Gelblung se difundieron otras
subjetividades e inexactitudes referidas al actor implicándolo falsamente en el
homicidio de N. F.

En efecto, luego de la conversación entre el periodista Fernández y el señor


Gelblung, Diana Melgarejo involucró al señor M. en el hecho delictivo sin
atribuir sus afirmaciones a fuente alguna. Asimismo, si bien la señora Melgarejo
utilizó la palabra “aparentemente”, el sentido global de su discurso fue suficiente
para crear una sospecha en el público en cuanto a la participación del señor M.
en el mencionado homicidio. En este sentido, cabe recordar que “[l]a pauta
aludida no consiste solamente en la utilización de un determinado modo verbal
potencial sino en el examen del sentido completo del discurso, que debe ser
conjetural y no asertivo porque si así no fuera bastaría con el mecánico empleo
del casi mágico ‘sería...’ para poder atribuir a alguien cualquier cosa, aun la peor,
sin tener que responder por ello” (Fallos: 326:4285, consid. 20; Fallos:
335:2283). En este caso, además, el carácter asertivo aparece indubitablemente
en el modo en el que la señora Melgarejo culminó su exposición, al afirmar “[...]
y a partir de ahí se desencadena este; echo escalofriante” (fs. 899).

Para más, la Corte Suprema ha advertido en reiteradas ocasiones que, en


atención a las dificultades que tienen los medios que cubren la crónica diaria
para verificar la exactitud de las noticias vinculadas con hechos delictivos de
indudable repercusión pública, y frente a la necesidad de preservar la integridad
moral y el honor de las personas, en tanto cuentan con protección
constitucional, los órganos de prensa deben obrar con cautela evitando el modo
asertivo cuando no han podido corroborarla debidamente (Fallos: 326:4285,
consid. 23). En el sub lite, dicho deber era especialmente fuerte, puesto que se
difundió información que involucraba a un particular en un hecho delictivo
especialmente grave, que había captado la atención de todos los medios de
comunicación.

Por otra parte, con relación al alcance de la doctrina de la “real malicia”, la Corte
Suprema ha establecido un tratamiento diferenciado según la calidad del sujeto
pasivo de la información (S.C. B. 343, L. XLII, “Barrantes, Juan Martín; Molinas de
Barrantes, Teresa - TEA SRL c. Arte Radiotelevisivo Argentino SA”, sentencia del 1
de agosto de 2013, consid. 3). Tal como ha explicado en reiteradas ocasiones, la
protección atenuada respecto de quienes ostentan calidad pública responde,
por un lado, al hecho de que éstas tienen un mayor acceso a los medios
periodísticos para replicar las falsas imputaciones y, por el otro, a que se han
expuesto voluntariamente a un mayor riesgo de sufrir perjuicio por noticias
difamatorias (“Gertz v. Robert Welch Inc.”, 418 US 323, 1974, receptado en
Fallos: 310:508, consid. 12).

La necesidad de garantizar un debate público robusto, ha permitido aludir a la


posible extensión de la doctrina de la “real malicia” respecto de supuestos en los
que el objeto de la presunta difamación haya sido un simple ciudadano, mas
bajo estrictas condiciones que en ningún caso pueden desatender el origen de
tal extensión ni la calidad del asunto discutido (“Barrantes, Juan Martín”, cit.,
consid. 3).

En este marco, la Corte Suprema estableció que la mera alusión a una nota de
interés público o general en modo alguno basta para soslayar el principio que
distingue entre los sujetos pasivos de la información presumiblemente
difamatoria; y mucho menos para equiparar sin más los supuestos en los que el
particular resulta implicado con aquellos otros en los que libremente interviene
(“Barrantes, Juan Martín”, cit., consid. 5).

Por el contrario, dicho tribunal advirtió que en los casos en las que se difunda
información sobre un particular involucrado en un hecho de interés público,
quien lo hace debe mostrar que “la vulnerabilidad característica de los simples
ciudadanos —que como tales se encuentran excluidos de la 'protección débil’—
no se haya presente en la especie; o cuanto menos, debe advertir si [...] la
dimensión de los asuntos discutidos (en términos de debate público y en tanto
razón de ser de la real malicia) permite] absorber de alguna manera la condición
de los sujetos involucrados” (“Barrantes, Juan Martín”, cit., consid. 5 in fine).
En el sub lite, el señor Gelblung no sólo omitió dar razones para sostener que la
condición de particular del actor podía ceder en este caso, sino que tampoco
demostró cuán vital resultaba a los fines del debate público privilegiar la difusión
de cierta información por sobre el honor del particular en cuestión (“Barrantes,
Juan Martín”, cit., consid. 8). Es por ello que los agravios del recurrente relativos
a la aplicación de la doctrina de la “real malicia” deben ser desestimados.

Por consiguiente, corresponde confirmar la condena en tanto las afirmaciones


difundidas a través del programa televisivo que conducía y producía el
demandado no se encuentran amparadas por la libertad de expresión.

- VI -

Por todo lo expuesto, opino que corresponde rechazar el recurso extraordinario


y confirmar la sentencia apelada. Buenos Aires, 2 de octubre de 2014. — Irma A.
García Netto.

Buenos Aires, octubre 3 de 2017.

Considerando:

1°) Que el señor E. H. M. promovió demanda en reclamo de los daños y


perjuicios que le habrían provocado diversas manifestaciones periodísticas
vertidas en la emisión del 24 de mayo de 2000 del programa “Memoria” que lo
vinculaban con el homicidio de la joven N. F., ocurrido días antes en la ciudad de
Rufino, provincia de Santa Fe. El programa se emitió a través de la señal de
televisión correspondiente a Canal 9 (“Azul Televisión”) y, luego de una serie de
vicisitudes procesales, la litis quedó trabada con Telearte SA como demandada
(en su carácter de licenciataria de la señal televisiva en cuestión) y con el señor
Gelblung como tercero citado (en su carácter de productor general del programa
“Memoria”).

La cuestión debatida se originó, concretamente, en la difusión en el programa


mencionado de una serie de expresiones que, a juicio del actor, sembraban
sospechas sobre su participación en el homicidio de la joven F., hecho trágico
que tuviera significativa cobertura en los medios de comunicación. El actor
argumentó que la información allí propalada, que lo señalaba como amante de
la madre de la menor muerta y como sospechoso del crimen, comprometía la
responsabilidad de la licenciataria del canal en el que se emitía el programa y de
su productor general.
El juez de primera instancia consideró que no concurrían las eximentes de
responsabilidad establecidas por la doctrina “Campillay” de esta Corte y que
resultaba inaplicable la doctrina de la “real malicia”, en atención al carácter de
ciudadano particular del demandante. Entendió, asimismo, que en autos se
había acreditado la culpa de la parte demandada, suficiente en tales casos para
responsabilizar al emisor de la información dañina. Por ello, hizo lugar a la
demanda y condenó a Telearte SA y a Samuel Gelblung al pago de la suma de
pesos cuarenta mil ($40.000) más intereses (fs. 892/904 vta.).

La Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil rechazó la apelación


deducida por el señor Gelblung y confirmó la sentencia (fs. 962/967). Contra
esta decisión, el señor Gelblung interpuso recurso extraordinario federal (fs.
978/991), que fue concedido en lo relativo al alcance de las doctrinas de esta
Corte en materia de protección constitucional de la libertad de expresión y de la
intimidad de las personas y rechazado en lo referente a las causales de
arbitrariedad invocadas (fs. 1017/1017 vta.), sin que se dedujera recurso de
hecho contra esta denegatoria parcial.

2°) Que el recurso extraordinario ha sido bien concedido en lo referente a la


interpretación de normas federales, ya que en el pleito se ha puesto en cuestión
la inteligencia de cláusulas de la Constitución Nacional (arts. 14 y 32) y de
diversos tratados internacionales que gozan de jerarquía constitucional (art. 13,
Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 19, Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos; art. 19, Declaración Universal de los Derechos
Humanos; art. 75, inc. 22, Constitución Nacional) y la decisión ha sido contraria a
la validez del derecho que el apelante funda en dichas cláusulas (art. 14, inc. 3°,
ley 48).

3°) Que los jueces de grado consideraron probado que en el programa


mencionado tuvo lugar una serie de diálogos entre el señor Gelblung y
periodistas del medio televisivo que causaron daño y que, a su juicio, no se
encontraban protegidos por las doctrinas de esta Corte diseñadas para dilucidar
las potenciales colisiones entre la libertad de expresión y el derecho al honor de
las personas. Concretamente, la atribución de responsabilidad se fundó en el
diálogo que el señor Gelblung mantuvo con el periodista Pablo Fernández —
enviado del canal televisivo a la ciudad de Rufino— y en la posterior exposición
que hiciera la señora Eliana Melgarejo en el transcurso del programa.

Respecto de lo primero, se tuvo por probado que el señor Gelblung interrogó al


señor Fernández sobre las “relaciones obscuras en esa familia” [por la familia F.],
conversación que fuera emitida al aire en directo. Ante ese interrogante, el
señor Fernández respondió que “[...] hay que recorrer los bares, los lugares
comunes donde la gente se reúne y empezar a indagar; ¿quién fue? ¿quién fue?
¿quién fue? y ayer, a las dos de la mañana, alguien dijo: 'el amante de la mujer'.
Empezamos a investigar esa línea de información y daba cuenta de un señor de
aproximadamente treinta años, kinesiólogo, de aquí de Rufino, que tendría
según algunos conocidos de la señora del juez una relación desde diciembre del
año pasado, una relación que mantenían en secreto, que por supuesto se sabía
pero que se decía en voz baja [...]”. Ante una nueva interrogación del señor
Gelblung, relativa esta vez a posibles detenciones en el marco de la investigación
que se desarrollaba, el señor Fernández afirmó que “tal vez” podrían producirse
las detenciones de C. F. —padre de la menor— y del “kinesiólogo”.

En lo que atañe a la intervención de la señora Eliana Melgarejo, los jueces


consideraron probado que Gelblung la presentó —en el mismo programa y con
posterioridad a su diálogo con el señor Fernández— bajo el título “Productora
de Memoria - Asesinato de la hija del juez. Su madre es la principal sospechosa”,
afirmando que Melgarejo había estado investigando durante horas en la ciudad
de Rufino. Seguidamente, la señora Melgarejo explicó que luego de sufrir un
accidente, M. G. D. —madre de la menor muerta— conoció “a este kinesiólogo
de apellido M., quien desde hace unos meses sería su amante”. Gelblung le
preguntó: “¿N., según vos dijiste, vio algo entre Graciela y el kinesiólogo?”, a lo
cual Melgarejo contestó: “aparentemente sí, porque esa noche la situación de la
casa era esta [...]”, explicando a continuación que ese día el hermano de N. F. se
había ido a dormir a la casa de su abuela, que el padre dijo que iba a llegar tarde
y que N. había ido a una fiesta de cumpleaños, pero que volvió mucho antes de
lo esperado a su casa. Luego de ello, la señora M. afirmó que “es ahí cuando
encuentra a su madre, aparentemente con este kinesiólogo de apellido M. y a
partir de ahí se desencadena este hecho escalofriante”. El señor Gelblung cerró
el programa señalando que se estaba en presencia de “una tragedia griega que
tiene escenario, en este caso, la familia F.”.

4°) Que corresponde analizar ahora si las expresiones que los jueces de la causa
tuvieron por acreditadas —sobre la base de las cuales responsabilizaron al señor
Gelblung por los daños sufridos por el actor y cuya falsedad no se encuentra
controvertida—, gozan de tutela constitucional en el sentido de no generar
responsabilidad civil para quienes las emiten o difunden.
Debe recordarse que la libertad de expresión tiene un lugar preeminente en el
marco de nuestras libertades constitucionales (Fallos: 321:412; entre otros). Ello
es así, en razón de su centralidad para el mantenimiento de una república
democrática (Fallos: 320:1272; entre muchos otros) y, por ello, para el ejercicio
del autogobierno colectivo del modo diseñado por nuestra Constitución (Fallos:
336:879).

En las sociedades contemporáneas el carácter masivo de los medios de


comunicación potencia, sin dudas, la trascendencia de la libertad de expresión y
el rol que cumple para el ejercicio del autogobierno colectivo pero también
implica mucha mayor aptitud para causar daños, especialmente al honor y a la
intimidad de terceros. En un estado democrático y constitucional comprometido
con respetar el bienestar individual de sus ciudadanos, la importancia de la
libertad de expresión hace necesario que se reconozca el máximo de libertad
expresiva a todos, siempre que ello —dada su aptitud dañosa— sea compatible
con la protección a los derechos que pueden ser afectados por su ejercicio.

Esta Corte ha desarrollado doctrinas fuertemente tutelares del ejercicio de la


libertad de expresión, particularmente en materias de interés público. Tanto la
doctrina “Campillay” (adoptada en Fallos: 308:789 y desarrollada en numerosos
precedentes posteriores) como la doctrina de la “real malicia” (adoptada por
esta Corte a partir de Fallos: 310:508 y reafirmada en diversos precedentes)
constituyen estándares que brindan una protección intensa a la libertad de
expresión y que resguardan un espacio amplio para el desarrollo de un debate
público robusto.

Ahora bien, la reiterada afirmación de esta Corte de que la libertad de expresión


ha recibido de la Constitución Nacional una protección especial (Fallos: 248:291;
311:2553; 320: 1272; 321:2250; 326:4136; 331:162; entre otros), no supone que
se la haya configurado como un derecho absoluto o que no existan
determinadas circunstancias bajo las cuales quienes difunden información
deban responder civilmente por los daños causados. Es que, como ha dicho esta
Corte, “si no es dudoso que debe evitarse la obstrucción o entorpecimiento de la
prensa libre y de sus funciones esenciales (Fallos: 257:308), no puede
considerarse tal la exigencia de que su desenvolvimiento resulte veraz, prudente
y compatible con el resguardo de la dignidad individual de los ciudadanos,
impidiendo la propalación de imputaciones falsas que puedan dañarla
injustificadamente; proceder que sólo traduce un distorsionado enfoque del
ejercicio de la importante función que compete a los medios de comunicación
social [...] en la sociedad contemporánea” (Fallos: 310:508, consid. 9°).

5°) Que la doctrina “Campillay” establece que quien difunde una información no
es responsable por los daños que ello pudiera causar, pero solo si concurren
determinadas condiciones (Fallos: 308:789). A los efectos de fomentar la
difusión de información necesaria para la configuración de una sociedad
democrática, la doctrina “Campillay” protege a quien atribuye —de modo
sincero y sustancialmente fiel— la información a una fuente identificable (Fallos:
316:2416; 317:1448; 324:2419; 326:4285; entre otros), utiliza un discurso
meramente conjetural que evita formas asertivas (Fallos: 324:2419; 326:145;
entre otros) o deja en reserva la identidad de las personas a quienes involucra la
información difundida, evitando suministrar datos que permitan conducir a su
fácil identificación (Fallos: 335:2283). Estas condiciones, según ha entendido
este Tribunal, son consecuencia de “un enfoque adecuado a la seriedad que
debe privar en la misión de difundir noticias que puedan rozar la reputación de
las personas —aún admitida la imposibilidad práctica de verificar [la] exactitud
—” de la información difundida (Fallos: 308:789; 326:4285; 327:3560; entre
otros). Se trata de una de las maneras en que ha podido ser articulado un
razonable equilibrio entre la fuerte tutela constitucional que recibe la libertad de
expresión y la protección de otros derechos individuales que reconocen también
fuente constitucional.

6°) Que en estos autos la parte recurrente no ha logrado acreditar la existencia


de ninguna de las circunstancias eximentes de responsabilidad que fija la
doctrina “Campillay”. Por un lado, las afirmaciones de la señora Melgarejo no
fueron atribuidas a fuente alguna y, por el otro, las vertidas por el señor
Fernández no satisfacen los requisitos exigidos por esta Corte para que opere la
eximente en análisis.

En efecto, las afirmaciones según las cuales el señor E. M. —actor en autos— era
el autor de la muerte de N. F. y, a la vez, el amante de la madre de la joven,
fueron difundidas por el señor Fernández como originadas en “alguien” que, en
lugar indeterminado y a las dos de la mañana del día anterior, habría respondido
a la pregunta “¿quién fue?”. La atribución realizada por el señor Fernández
constituye una mera referencia genérica e indeterminada y, por ende, no opera
como fuente en el sentido de la doctrina “Campillay” (doctrina de Fallos:
316:2416; 326:4285; entre otros).
Para que un medio periodístico se exima de responsabilidad es preciso que
atribuya la noticia a una fuente, de modo que la noticia deje de aparecer como
originada por el medio periodístico en cuestión pues, como tiene dicho esta
Corte, solo “cuando se adopta tal modalidad se transparenta el origen de las
informaciones y se permite a los lectores relacionarlas, no con el medio a través
del cual las han recibido, sino con la específica causa que las ha generado”
(Fallos: 316:2416; 326:4285; 327:3560; 338:1032; entre otros), lo que a su vez
permite formarse un juicio certero sobre la credibilidad de la noticia (arg. Fallos:
319:2965 y 331:162).

En el caso, no solo se trató de una atribución genérica e indeterminada —se


atribuyó la información a “alguien”— sino que, según surge del contexto, la
información que “alguien” habría proporcionado a las dos de la mañana fue
hecha propia por el periodista (Fallos: 308:789, consid. 8°). Así, Fernández
afirmó que “hay que recorrer los bares, los lugares comunes donde la gente se
reúne y empezar a indagar; ¿quién fue? ¿quién fue? ¿quién fue?” y ayer, a las
dos de la mañana, alguien dijo: ‘el amante de la mujer’. Empezamos a investigar
esa línea de información y daba cuenta de un señor de aproximadamente treinta
años, kinesiólogo, de aquí de Rufino, que tendría según algunos conocidos de la
señora del juez una relación desde diciembre del año pasado, una relación que
mantenían en secreto, que por supuesto se sabía pero que se decía en voz baja
[...]”. El modo en que Fernández se expresó presupone que lo atribuido a
“alguien” era considerado por el periodista como apto para arrojar luz sobre la
verdad de lo ocurrido. El contexto, entonces, muestra que Fernández no se
limitó a difundir las afirmaciones formuladas por otros (que el actor era el
amante de la señora D. y homicida de la menor F.). Por el contrario, en el marco
de lo que caracterizó como una “investigación” por él llevada a cabo —y no
meramente un reporte—, construyó una versión de los hechos que hizo propia.

En suma, la demandada no puede eximirse de responsabilidad a la luz de la


doctrina “Campillay” pues esta no protege al medio cuando deja de ser un
simple difusor de una información originada en alguna fuente distinta y se
transforma en el autor de una información dañosa o agraviante.

7°) Que tampoco se verifican las restantes eximentes de responsabilidad que


contempla la doctrina citada. En efecto, durante la emisión del programa no se
reservó la identidad del actor y, por el contrario, se lo identificó acabadamente.

Así, después de que el señor Fernández hubiese dicho que el autor del homicidio
había sido un kinesiólogo de treinta años, residente de la ciudad de Rufino y
amante de la madre de la joven F., la señora Melgarejo identificó al actor por su
apellido y profesión, lo ubicó en la escena del crimen y suministró los
pormenores de cómo se habrían desarrollado los acontecimientos que
“aparentemente” llevaron a tan trágico desenlace.

8°) Que no obsta a la atribución de responsabilidad que en ciertos pasajes de su


intervención la señora Melgarejo utilizara verbos en modo o tiempo potencial
(así, al afirmar que el actor “sería” amante de la señora D.) o términos que
relativizarían lo afirmado (“aparentemente”). En efecto, esta Corte ha señalado
en reiteradas ocasiones que la verdadera finalidad de esta eximente es otorgar
protección “a quien se ha referido sólo a lo que puede (o no) ser, descartando
toda aseveración, o sea la acción de afirmar o dar por cierta alguna cosa. No
consiste solamente en la utilización de un determinado modo verbal —el
potencial— sino en el sentido completo del discurso, que debe ser conjetural y
no asertivo. Si así no fuera, bastaría con el mecánico empleo del casi mágico
'sería' para poder atribuir a alguien cualquier cosa, aún la peor, sin tener que
responder por ello” (Fallos: 326:145, 4285).

En el caso, las afirmaciones distan mucho de restringirse al campo de lo


exclusivamente conjetural y avanzan, por el contrario, en el terreno de lo
asertivo. Así, se dio por cierto que N. F. habría regresado a su casa antes de lo
previsto, que habría encontrado a su madre “aparentemente” junto a “este
kinesiólogo de apellido M.” y que “a partir de ahí se desencadena este hecho
escalofriante”. El sentido global del discurso excedió lo conjetural y tuvo la
potencialidad de crear sospechas en el público respecto de la participación del
señor M. en el hecho delictivo de marras, lo que coloca al caso fuera de la tutela
de la doctrina analizada.

9°) Que descartada la existencia de eximentes bajo “Campillay”, corresponde


examinar si estamos frente a un supuesto en que los jueces de la causa hayan
omitido aplicar la doctrina de la real malicia. Nada de eso ocurre en autos, ya
que las particulares circunstancias de la causa no justifican la protección
agravada que brinda dicha doctrina, conforme con los principios desarrollados
por esta Corte en diversos pronunciamientos y más allá de las opiniones que sus
jueces, individualmente, puedan sostener sobre el punto (véanse, por ejemplo y
entre otros, Fallos: 331:1530, 334:1722; 336:879 y CSJ 444/2013 (49-B)/CS1,
“Boston Medical Group SA c. Arte Radiotelevisivo Argentino SA y otros s/ daños
y perjuicios”, sentencia del 29 de agosto de 2017). En suma, basta la simple
culpa para determinar la atribución de responsabilidad civil de los demandados.
Finalmente, dadas las limitaciones con que ha quedado habilitada su
competencia, no corresponde a esta Corte revisar las conclusiones a las que
arribaran los jueces de grado respecto del incumplimiento de deberes
elementales de cuidado por parte de los integrantes del equipo periodístico
dirigido por el señor Gelblung.

Por ello, y concordemente con lo dictaminado por la señora Procuradora Fiscal,


se declara admisible el recurso extraordinario y se confirma la sentencia
apelada. Con costas (art. 68, Cód. Proc. Civ. y Com. de la Nación). Notifíquese y,
oportunamente, devuélvanse las actuaciones al tribunal de origen. — Ricardo L.
Lorenzetti. — Elena I. Highton de Nolasco. — Juan C. Maqueda. — Carlos F.
Rosenkrantz. — Horacio Rosatti.

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