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UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS


Departamento: Filosofía
Año: 2019

El Ser como unidad en Macedonio Fernández y el Yo como


supuesto de lo Uno

El mundo como un Almismo Ayoico


De las innumerables cosmologías que han tocado al mundo, aquí me adentraré en
una. Digo “innumerables” porque el número no podría jamás abrazar aquellos inefables
espectros, la cantidad misma le es inexplicable, ¡cómo puedo tener la menor esperanza
de que sea capaz de explicar fenómenos incuantificables, como son las concepciones del
mundo! Y digo “una” por fidelidad a su autor, el mismo Macedonio Fernández describe
su Almismo como “uno solo”, mas, desde mi perspectiva, tampoco “una” cosmología
puede ser una, ni siquiera las cosmologías de los determinados individuos pueden
explicarse mediante el número -si es que pueden cuantificarse-, y, como afirmaban los
antiguos griegos, el uno es el padre de los números. Pero, por el momento, no nos
detendremos en esto.
Revisemos la concepción del mundo como un Almismo Ayoico en No todo es vigilia
la de los ojos abiertos de Macedonio Fernández. Que el mundo es un “almismo”
significa que es uno solo del alma, y que, por lo tanto, no puede dividirse en externo e
interno ni en objetivo y subjetivo, todo lo que hay son las imágenes y percepciones
propias de un alma misma, la plenitud de “lo sentido”, que no se encuentra en modo
alguno afuera; Macedonio se distancia de la noción tradicional del mundo como
sustancia externa, acabada y autónoma, de la cual se deriva una conciencia que concibe
representaciones internas inacabadas y dependientes de aquella. Esta escición entre
interior y exterior,entre sujeto y objeto, puede apreciarse en la doctrina kantiana de
noumeno y fenómeno, doctrina a la cual refuta constantemente Macedonio, arguyendo
que no hay externalidad, que el noumeno es otra fantasía, considera que no hay un
afuera como causa de un adentro. El mundo es un “almismo”, porque es una y la misma
plenitud de imágenes y percepciones subjetivas -es decir del alma- y actuales, todo lo
que no es sentido, imaginado o percibido por el sujeto, no existe, “(…) no es existencia
lo que nunca estuvo en mi sensibilidad como imagen o afección”. De esta almismidad
del mundo surge su ayoísmo; el mundo es un Almismo “ayoico”, es decir sin “yo”,
porque el “yo” no es más que un “genio gramatical” por medio del cual separo lo
interior de lo exterior, no puedo tener una imagen o percepción de él, no es más que otra
externalidad, por ello no puede asumir la plenitud de lo que es -de lo sentido-, porque es
el fruto de una separación y, en cuanto no es posible tener una imagen de él, sentirlo, ni
siquiera puede ser, sino que más bien es una nada.
El ensueño como la clara noche del mundo
Macedonio hace una revalorización del concepto de “imagen”, ponderándolo en
intensidad, plenitud y efectividad junto al concepto de “sensación”; como ocurriera con
la concepción del mundo como una externalidad inacabadamente interiorizada en el
sujeto, la imagen ha sido concebida por la tradición filosófica como una derivación de la
sensación, la relación de causalidad que se postulaba entre la sustancia externa y las
representaciones internas, se postulaba entre la sensación y la imagen1. Macedonio va a
disentir de ello, oponiéndose no solo a esta derivación causal en particular, sino a la
causalidad en sí misma mediante su concepción del “ensueño”. El ensueño no es lo
opuesto de la realidad, como suele pensarse, por eso va a oponerlo, aunque solo en
cuanto una variante de relación, a la vigilia. En el ensueño se manifiesta el Ser como un
Almismo Ayoico, allí todo se presenta en su plenitud, sin demandar correlatos externos,
como un todo del alma que no está comprometido con exigencias de la causalidad, pues
el ensueño es plenitud inmediata, es decir, se presenta completo sin necesidad de
inferencias causales posteriores. El ensueño no se presenta como lógicamente
problemático, Macedonio afirma que es la vigilia la que presenta perplejidades, pues es
en la vigilia que se dan las exigencias de ordenación causal y de sustancialidad. A esto
se refiere, según mi interpretación, Julio Cortázar en El retorno de la noche. Allí el
protagonista sueña que ha muerto, y cuando se pregunta por ello y por el canto de una
mujer negra que se le presenta como un recuerdo lejano, afirma: “Nada de esto tenía
asidero alguno; acaecía solamente”; mientras su cadáver yace en su cama, vaga por la
casa sin más preocupación que el espanto que le producirá su muerte a su abuela; la
causa de su muerte, el hecho paranormal de que pueda vagar sin su cuerpo, y que su
abuela haya escuchado su voz en la madrugada cuando ya había muerto, no le producen
una gran preocupación, parece entenderlo de forma inmediata y clarividente:
“He dormido y he soñado. Sin duda mi propia imagen anduvo por las
dimensiones inespaciales de mi sueño; inespaciales e intemporales, dimensiones
únicas, extrañas a nuestra limitada cárcel de la vigilia (...) He despertado de
pronto, quién sabe por qué. Demasiado pronto (...) Yo he vuelto con tanta
rapidez a mi país humano que mi imagen –la del sueño, aquella que era en ese
momento recipiente de mi vida y mi pensar- no tuvo tiempo de volverse... Y
acaeció así la división absurda (…) Allá he quedado espacio absoluto; aquí
estoy, tiempo vivo. ¡Se han roto los cuadros de la realidad!
Luego de despertar bajo la luz del sol, se alegra de que todo fuera un sueño… hasta
que advierte que en su almohada había gotas de sangre, y luego su abuela, al traerle el
desayuno, lo reta por haberse levantado en la madrugada. Todo esto le produce terror y
confusión, ¿cómo es posible que todo eso haya sucedido realmente? Desde una remota
oscuridad interna oía la voz de la mujer negra. Esa mujer negra es la noche, el retorno

1
Esta pretensión de Macedonio de situar en el mismo nivel a la imagen y a la sensación puede
comprenderse (además de la comprensión que emana de sus bien logrados argumentos) teniendo en
cuenta la muerte de su esposa, pues ya no puede tener la sensación de su presencia, pero sí su imagen,
por ello postula la inmortalidad de la sensibilidad nemónica junto a la continuidad incesante de la
Sensibilidad.
de la noche no es el retorno de la muerte o de la ausencia del sol, el retorno de la noche
es el retorno de la confusión, el retorno de la vigilia, la noche es la vigilia. El cuento
representa cómo vigilia y ensueño se entrecruzan, cómo no puede considerarse más real
una que otro, pero además hay algunos detalles que me gustarían destacar: cuando el
protagonista se levanta, no encuentra su cara en el espejo, su cuerpo yace separado de su
conciencia, el ayoísmo se presenta desde el inicio hasta el final del cuento.
Tanto El retorno de la noche como la tesis de Macedonio sobre el ensueño,
presentan una concepción del Ser como una plenitud que es irreductible a eso que
llamamos “yo”, e incluso la propia corporalidad, concebida espacio-temporalmente, no
es más que un pedazo del ser del mundo que de alguna manera está atada a la limitante
y reductiva ley de causalidad. Esta ley de causalidad es parte de la misma exigencia
externa de suponer una sustancialidad, una auto-existencia del mundo externo, con
independencia de que sea o no sentido por mi conciencia. Pero, como ya sabemos, para
Macedonio, nada hay más allá de lo sentido, por lo tanto, no hay causalidad, más bien,
como sucede en el ensueño, lo que es se relaciona mediante una ley de asociación, en la
que las imágenes se suceden e interrelacionan mediante una fuerza inherente al alma
misma. En este sentido, el ensueño, además de manifestarse como un momento donde
lo sentido se presenta en su plenitud, puede interpretarse como un momento liberador,
en cuanto rompe con las reglas de una realidad impuesta desde afuera, que intentan
limitar y reducir la propia existencia a reglas que no le son propias. Esta concepción del
Ser como ensueño pone de manifiesto la contingencia de las reglas según las cuales
articulamos nuestra forma de ver el mundo, la pretensión de que hay una forma ya
determinada o dada en la que se comporta la realidad en sí, no es más que una exigencia
impuesta y casual, la construcción del mundo está en constante transformación, y
podemos participar de dicha transformación abriendo las posibilidades de ser del existir
más allá de los límites de esas imposiciones. Pero dejaremos esta cuestión para el final,
confieso que tengo un gusto especial por dejar los bocados más exquisitos para el final
del banquete, el trago más extático para el final de la bacanal, la canción más sublime
para el final del recreo, a veces conjeturo que mis días acaban bajo el negro telar de la
noche por puro capricho de mi ser: mi voluntad, harta de la obvia luz, se somete de a
poco al profundo goce de contemplar la mansedumbre de los fulgores; éstos,
desposeídos entonces de su usual pompa, emprenden su lenta y despavorida fuga sin
consumarla del todo, para que el mundo pueda verla a ella, detrás de las estrellas,
delante, arriba, abajo, la negra infinitud de la noche. ¡Quién resiste a su tenebroso
hechizo sin perder la cordura, sin perder la vigilia! ¿Será el ensueño la apoteosis de la
noche, el orgasmo del Ser ante la noche?

El largo eclipse de un mismo día


La almismidad del mundo postulada por Macedonio Fernández, a mi entender,
merece algunas críticas. Considero que su inadecuación fundamental se encuentra en el
carácter unitario que predica del almismo. Cuando postula la profunda realidad del
ensueño, sostiene que lo que hace que en él se manifieste una realidad más profunda que
la de la vigilia es su plenitud inmediata, afirma que el Ser no sería posible, es decir,
sería la nada, si no fuera inmediato, esto es, si no fuera sentido independientemente de
mediación alguna; por ello para Macedonio solo existe lo sentido. A partir de esta
concepción de lo que es, postula que el Yo, la Materia, el tiempo y el espacio, no
existen, en cuanto no son sentidos, sino inferidos, esto es, devienen conceptualmente del
supuesto de que hay una substancia externa anterior y superior a ellos. Observo aquí que
el avisado juicio que le merecen aquellos conceptos, no lo dirige a su tesis del almismo
como unidad; recordemos que quien introdujo esta idea de la unidad como fundamento
del Ser en la metafísica europea fue Parménides, y con ello, tengamos en cuenta que,
tanto él como los pensadores de “su tiempo” –los célebres presocráticos- conjeturaban
acerca de la causa de todo lo que es, el Uno de Parménides surge como una causa, como
una substancia auto-existente a la que podía acceder el pensamiento superando la vía de
la mera opinión. Ya desde su origen esta idea de la unidad del Ser está emparentada con
las nociones de substancia y causalidad. Podría pensarse que la noción de Macedonio no
tiene nada que ver con la noción parmenidea de la unidad de lo que es, y que encuentra
la unidad del almismo prescindiendo de toda substancialidad y causalidad, pero
considero -suponiendo que sea posible- que al menos este no es el caso, y, en última
instancia, toda concepción unitaria del mundo pretende la reducción de éste a una
substancia auto-existente, pues es imposible tener tanto la percepción como la
imaginación de todo lo imaginado o percibido en una y la misma imagen actual.
Además, volviendo al terreno del ensueño, cuando soñamos, las imágenes se nos
presentan sin más, el preguntarnos por su unidad o por su multiplicidad es también una
exigencia de la vigilia, pues, así como no podemos tener una imagen o afección del Yo,
tampoco podemos tener una imagen o afección de la unidad del Ser, esta unidad, este
Uno del Ser, también es un genio gramatical, y es a mi entender, el mayor de los
faltantes del mundo: lo que se pretende postulando la unidad de todo lo que es, además
de una substancialización, es encontrar una resolución definitiva de la causalidad
(quizás por eso Macedonio recurre a ella), que la causalidad quede entonces clausurada,
que, al abrazar a todo el Ser de una vez y para siempre, no pueda ya preguntarse por la
causa; pero superar la causalidad es prescindir de ella en absoluto, prescindir de ella
incluso en cuanto ausencia.
De cualquier manera, este intento de clausurar al ser en la unidad no es exclusivo de
Macedonio, sino que, como ya expresé anteriormente, lleva más de dos milenios en la
palestra, me animaría a postular que la historia de la filosofía europea es la historia de la
unidad que se enseñorea mudando en cuatro vestiduras conceptuales distintas: Ser,
Dios, Razón, Yo. A esta última vestidura conceptual de la unidad -la del Yo- la
explicaré en el siguiente apartado.

Una profecía cumplida


La concepción del almismo como ayoico postulada por Macedonio Fernández me
parece no solo adecuada y laudable, sino también fecunda, aunque encuentro cierta
contradicción entre esta del almismo como ayoico y aquella del almismo como uno.
Como ya procuré explicar en el apartado anterior, la unidad del almismo es también un
genio gramatical, una substancialización inferida o supuesta, no sentida. Cabe
preguntarse de dónde deviene este supuesto, esto es, sobre qué otro supuesto anida su
viejo calor este supuesto milenario de la unidad del Ser. Si bien ya sabemos que,
históricamente -o dicho de modo macedoniano: causalmente- esta idea de la unidad del
Ser tiene su origen en la cosmología de Parménides, aquí la pregunta es otra, no se
refiere a una causa en el sentido histórico. Aquí hay una cuestión en la que disiento con
Macedonio Fernández y con la metafísica tradicional en general, considero que el
sentido histórico es insoslayable en todo acto del alma, quizás por esto no me considero
partidario de la metafísica; ahora bien, si la metafísica asume en su seno la historicidad
de los sujetos como momento constitutivo del ser de todo lo que es, entonces quizás
pueda considerar fecunda su mirada, de otro modo no. Pero atengámonos a determinar
aquí cuál es la pregunta que pretendo formular. Como ya dije, no es hacia el origen
histórico-causal del supuesto metafísico de la unidad del Ser hacia donde se dirige la
misma, sino que tiene que ver más bien con el orden de la ley de asociación, la
transmutaría de “¿cuál es el supuesto sobre el que se sostiene el supuesto de la unidad
del Ser?” a la siguiente pregunta: ¿A qué supuesto subyacente está asociado el supuesto
de la unidad del Ser? Quizás Macedonio Fernández aplica su ley de asociación solo a
imágenes, no a supuestos, o a lo que él llamaría “genios gramaticales”; en todo caso,
esta aplicación de la ley de asociación a supuestos, corre por mi cuenta.
Aquí creo que podemos comenzar a hablar de la manifestación de este concepto en
nuestro presente sin miedo de caer en anacronismos. Hay cierto consenso respecto a que
una de las características fundamentales de nuestra época es la de la caída de los
grandes relatos, sin embargo, el relato que aludimos aquí -la concepción unitaria o
monista del mundo- no ha caído, y considero que es El gran relato de la historia, el
relato que subyace a todas las pretensiones hegemónicas de los relatos. En el ámbito del
conocimiento se manifiesta en lo que Nietzsche consideró como el falso ateísmo de la
ciencia moderna, pues la ciencia moderna se autoproclama atea, pero sigue evocando
una verdad única y fatal; en el ámbito político se manifiesta en el auge de la nueva y
aguzada expresión del liberalismo, el neoliberalismo, donde se priorizan los derechos
del individuo en cuanto uno por sobre los derechos de la comunidad en cuanto múltiple;
en el ámbito económico se refleja por ejemplo en las estadísticas de la distribución de la
riqueza, del total de lo producido en el año 2017, aproximadamente el 82% fue a parar a
las manos del 1% de la población más rica, lo que habla de una tendencia a absorberse
el total de la riqueza mundial en manos de una reducida porción de la población, de una
cantidad exigua de individuos, una tendencia a la monopolización. Desde el comienzo
de este ensayo advertí que el mismo no se trataba de un mero análisis crítico-
conceptual, el ámbito económico-político no estará al margen de este ensayo, aunque no
sea el ámbito principal. Esta tendencia monocular y monopólica que se da en el mundo,
se da también en nuestro país, prueba de ello es la crisis actual, que, a mi entender, no es
una crisis que sufre toda la sociedad en su conjunto, sino que es la pérdida de derechos
sociales, políticos y económicos de una gran porción de la sociedad, en manos de
algunos sectores que se enriquecen como pocas veces en la historia: el sector financiero,
el sector agro-exportador y el sector energético. Encuentro que quien habla detrás de
todo esto, tanto detrás del imperio de la tradicional concepción monista del mundo,
como del imperio de la visión monista de la verdad científica, como del imperio de los
oligopolios que tienden al monopolio en lo económico-político, es el imperio de una
“entidad” unitaria que subyace a estas pretensiones monistas: el Yo. ¿Quién si no él,
puede decir que el mundo es uno sin haber sentido actualmente la unidad de todo lo que
es, en su constante tensión como uno ante la multiplicidad del “ellos/ellas”? ¿Quién si
no él, podría postular que la verdad es una, en medio de una infinita proliferación de
perspectivas? ¿Quién si no él, dice “¡toda la riqueza es para mí, toda la riqueza es
mía!”? La visión monista del mundo encuentra su relato actual en la supremacía del Yo,
en la preponderancia de los derechos individuales postulada por el liberalismo y el
neoliberalismo, en el Yo que se enseñorea en muchos de los ámbitos de la vida humana.
Pero conjeturo que en cierta medida más o menos explícita, el Yo siempre estuvo detrás
de estas concepciones unitarias del mundo, pues la unidad del ser solo es concebible si
se la asocia a alguna entidad contrapuesta a la pluralidad, y la única entidad, supuesta
como tal, que puede cumplir esa función es el Yo, pues cualquier otra entidad pensable
es susceptible de pluralidad.
Encuentro cierta visión profética en el Aristófanes platónico de El Banquete. Allí
Platón expone, en boca de Aristófanes, su famoso mito de los andróginos, el cual no es
presentado ciertamente como una profecía, sino simplemente como un mito que intenta
explicar la naturaleza original del amor. Pero a su vez, este mito implica una lección
acerca de la piedad: en este mito Zeus castiga a los andróginos por pretender llegar por
sí mismos al Olimpo, por pretender sobrepasar su naturaleza y alcanzar lo divino. Dicho
castigo consistió en cortarlos por la mitad y reducir sus órganos a la mitad, de cuatro a
dos o de dos a uno (mayormente de cuatro a dos), y por ello hoy los seres humanos
tienen dos brazos, dos piernas, un sexo que puede elegir hétero u homosexualmente2,
dos ojos, etc. Pero a esta reducción corporal que les propinó, la finalizó, mediante
Apolo, con un estigma que quedaría por siempre en sus cuerpos para recordarles lo que
les había sucedido debido a su impiedad, y para advertirles que si volvían a pecar de
impíos volverían a ser cortados por la mitad. Encuentro que esta profecía ya se cumplió,
la altiva blasfemia de haber postulado la divinidad del Yo, el querer reducir el ser a uno
mismo, a unidad, nos ha conducido al advenimiento del advertido castigo de Zeus: hoy
no podemos ver más que con un ojo una sola verdad, hoy no podemos caminar más que
con una sola pierna por un único camino hacia el futuro, hoy no podemos oír más que
con una oreja una y la misma palabra monótona, hoy no podemos respirar más que con
una narina el aire viejo y gastado de la única Europa, hoy nuestro sexo no puede desear
sino, cuanto mucho, media forma –ni siquiera una-, la constante represión a la que
sometemos nuestro propio deseo es prueba de ello. La apertura de las posibilidades de
ser más allá de la unidad me parece una tarea urgente.

2
En este mito Platón postula como una forma naturalmente originaria las relaciones sexuales entre
personas del mismo sexo, la heteronomía no existía entonces; es curioso que ni siquiera la usual
veneración que se ha prestado siempre a la cultura griega haya sido suficiente para que nuestra
tradición se plantease la posibilidad de que la heteronomía no respondiera necesariamente a exigencias
de la naturaleza misma.
Las heroínas tras los ocasos
Así como la unidad del almismo macedoniano, según mi interpretación, contradice y
limita su ayoísmo, hay otra parte de la obra de Macedonio que considero que lo
potencia. Me refiero a su concepción de la Pasión como madre de toda certeza y al
altruismo como momento de comunicación con los otros, presente tanto en No todo es
vigilia la de los ojos abiertos como en su cuento Tantalia; a estos conceptos se articula
con espléndida coherencia su concepto del ser como libre de toda ley. Creo que aquí
está la clave para escapar de la tiranía de la unidad y del yo. Cuando Macedonio sitúa a
la pasión por encima de todo, lo que hace es situarla por encima del arbitrio de las leyes
restrictivas de una realidad externa, y por encima del limitado ámbito del yo, por ello
postula su altruística, en ella tiende un puente hacia el otro en cuanto igual. Donde más
claro me resulta este puente hacia otros sujetos es en Tantalia, allí su Pasión es puesta a
prueba por él mismo, él no es capaz de verla por sí mismo, no logra hacerlo sino hasta
que su salvadora se la muestra, aquí se manifiesta en la obra de Macedonio Fernández
una ponderación de la intersubjetividad, con las exquisitas y genuinas peculiaridades
que se observan por doquier en su obra.
Para finalizar, de la mención que hace Macedonio en No todo es vigilia la de los ojos
abiertos sobre su concepción de la música como verbalidad, me surgió meditar acerca
de la experiencia de la creación artística. En la idea de la posibilidad de que hacer
música sea discurrir verbalmente se manifiesta que la creación artística expresa esa
apertura que buscamos, la pasión se conduce entonces de una manera que rompe con los
límites de la realidad restrictiva de la vigilia. Considero que la emancipación comienza
con el arte, el arte abre todas las posibilidades, desde el arte es posible sustraernos de la
tiranía del Uno y del Yo, todo es posible en el arte. Figúrese quien lea este ensayo el
siguiente momento de producción literaria. La mano del escritor comienza a escribir una
historia ficticia, inicialmente lo hace porque le parece apasionante e importante darle
una eternidad escrita a ciertas ideas y pasiones que lo atraviesan; el texto está bajo su
control, los personajes y las escenas se suceden y relacionan bajo su exclusivo arbitrio;
de a poco, comienza a sentir que aquellas pretensiones que lo movieron a emprender
dicha escritura comienzan a desaparecer; mas la obra continúa, y no
desapasionadamente, por el contrario, se encuentra su mano misma en el dilema de
retomar sus pretensiones originales o continuar los sinuosos y cautivadores caminos que
comienzan a abigarrarse en el texto; la obra comienza a adquirir vida propia, sus
personajes triunfan, mueren, o sufren a pesar de la mano que los escribe, todo se sale de
control; de repente, ese personaje, esa heroína de heroínas que admira con cierta
sospecha, esa que viene trastocándole todos los designios con seductoras insolencias,
esa defensora de la patria del otro, esa negra e iluminada bestia que sigila entre las
estrellas como la sombra de su mano que no puede dejar de escribirla, esa urdidora de
todos los ardides que no es más que una ternura que no resiste su mano que en la hoja la
escribe y la escribe, esa heroína maldita, en complicidad con las otras, le dirige la negra
y abstrusa mirada, trascendiendo el abismo entre la hoja y el mundo, proyectando con
sus bravos ojos un ebrio puente de estupefacción entre su ser y el del estúpido cuya
mano la sigue escribiendo, se aproxima, con el sigilo y el arrojo que su mano le sigue y
le sigue escribiendo, y, casi atravesando el hipnótico puente, cuyo paisaje circundante
(el cual puede apenas ver de reojo) se convierte en la habitación en la que la mano la ha
estado escribiendo todo este eterno rato, pero el sujeto de ojos y manos divisa (siempre
apenas de reojo) que su habitación se ha poblado de repente, de pronto alguien le da a la
disoluta que se ha soltado de la tinta de su pluma como sangre que mana a chorradas de
su aorta, una aguzada guadaña de obsidiana engarzada con diminutos zafiros y mango
de cristal, que sus morenos brazos levantan sobre el perdido todo cuya mano se
adormece y escribe y escribe. ¡Y …

Bibliografía
CORTÁZAR, Julio (2013). El retorno de la noche, en Cuentos completos, volumen 1.
Buenos Aires: Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. pp. 67-76.
FERNÁNDEZ, Macedonio (2001). No todo es vigilia la de los ojos abiertos. En Obras
completas, volumen VIII. Buenos Aires: Ediciones Corregidor.
FERNÁNDEZ, Macedonio (1987). Obras completas. Volumen VII. Relatos, cuentos,
poemas y misceláneas. Buenos Aires: Ediciones Corregidor.
PLATÓN (1982). Banquete. Madrid: Gredos.

Matías Vera
N° 21612

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