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Asociación de Historiadores Latinoamericanistas

Europeos

Estado-nación, Comunidad Indígena,


Industria
Tres debates al final del Milenio

Hans Joachim König, Tristan Platt y Colin Lewis


coordinadores
Cuadernos de Historia
Latinoamericana
No 8
Editor técnico: Raymond Buve
Asociación de Historiadores
Latinoamericanistas Europeos

Estado-nación, Comunidad Indígena,


Industria
Tres debates al final del Milenio

Hans Joachim König, Tristan Platt y Colin Lewis


coordinadores
CUADERNOS DE HISTORIA LATINOAMERICANA
No 8

© AHILA, Asociación de Historiadores Latinoamericanistas


Europeos, 2000

ISBN: 90-804140-4-2

Layout: Nel Buve-Kelderhuis


Printed in the Netherlands by Ridderprint, Ridderkerk
SUMARIO

PARTE PRIMERA

NACIONALISMO Y NACIÓN EN LA HISTORIA DE


IBEROAMÉRICA .................................................................. 7
Hans-Joachim KÖNIG

LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX: NUEVAS


PERSPECTIVAS PARA EL ESTUDIO DEL PODER
POLÍTICO EN AMÉRICA LATINA ................................. 49
Hilda SABATO

ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA


RECIENTE ACERCA DE LA VIOLENCIA Y DEL
ESTADO EN AMÉRICA LATINA ..................................... 71
Michael RIEKENBERG

PARTE SEGUNDA

PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS: ......... 95


LA ANTROPOLOGÍA HISTÓRICA DE LAS
COMUNIDADES ANDINAS CARA AL NUEVO SIGLO
Andrés GUERRERO
Tristan PLATT
LA ‘CIUDADANÍA’ Y EL SISTEMA DE GOBIERNO EN
LOS PUEBLOS DE CUENCA (ECUADOR) ................... 115
Silvia PALOMEQUE

¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL?..... 143


Rossana BARRAGÁN

LA COMUNIDAD ENTRE LA REALIDAD ECONÓMICA


Y EL DISCURSO ................................................................ 169
Magdalena CHOCANO MENA

REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES.


UN ESTUDIO DE CASO DESDE LOS ANDES DEL
NORTE................................................................................. 189
Emilia FERRARO

HISTORIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA:


INTERSECCIÓN DE AUTOBIOGRAFÍA,
ETNOGRAFÍA, E HISTORIA .......................................... 203
Blanca MURATORIO

PARTE TERCERA

INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN


AMERICA: IN PURSUIT OF DEVELOPMENT ........... 227
Colin M. LEWIS
Wilson SUZIGAN
PARTE PRIMERA

NACIONALISMO Y NACIÓN EN LA HISTORIA DE


IBEROAMÉRICA
HANS-JOACHIM KÖNIG*

La Problemática: La relevancia de la temática


Hasta hace algunos años podíamos llegar a convencernos de que en
Europa la problemática de nación y nacionalismo era una temática
obsoleta, interesante sólo para historiadores. Tras los abusos
cometidos por un nacionalismo extremo, se percibió en Europa, y en
especial en Alemania, una actitud de rechazo hacia el nacionalismo.1

*
Katholische Universität Eichstätt.
1
Obras que evalúan el nacionalismo como una manifestación patológica son
W.SULZBACH, Imperialismus und Nationalbewusstsein. B.C. SHAFER, Nationalism.
Myth and Reality, New York, 1955. Respecto a Alemania véase Karl O. Frh. v.ARETIN,
“Über die Notwendigkeit kritischer Distanzierung vom Nationbegriff in Deutschland
8 Hans-Joachim KÖNIG

Y ante la integración europea, la estructura política de Europa como


un continente subdividido en muchos estados nacionales empezó a
haber pasado a la historia. Tanto la predilección por estados
nacionales como el empleo del concepto de nacionalismo o
nacionalidad parecían estar superados como factores políticos.
Además, el proceso de globalización—con cortes supranacionales,
instituciones transnacionales, federaciones regionales y una cultura
global—ponía en duda no sólo la importancia y necesidad del estado
nacional como la única institución adecuada para garantizar los
derechos humanos y el ejercicio del estatus de la ciudadanía en la
sociedad civil y social.2 Ponía en duda también la validez del viejo
concepto de nación como un espacio cultural unificado o homogéneo:
En vez de una sola identidad nacional hoy en día se subraya la
pluralidad de identidades.3 Pero desde hace poco se puede notar un
cambio de opiniones en Europa.
Tanto las turbulencias del fin del siglo XX con la
desintegración sangriente del bloque soviético respectivamente del
bloque socialista en la Europa oriental como nuevas olas de
ampliaciones de la Unión Europea llaman nuevamente la atención de
historiadores y politólogos sobre los procesos de formación del Estado
y la Nación y el rol de los nacionalismos.4 Debido a la resurgencia de
los nacionalismos sobre todo en Europa oriental las palabras nación,
nacionalidad y nacionalismo han vuelto a despertar temores antiguos.

nach 1945”, en H.BOLEWSKI (ed.), Nation und Nationalismus, Stuttgart 1967, pp.
26-45. Acerca del nacionalismo extremo véase M. Rainer LEPSIUS, Extremer
Nationalismus. Strukturbedingungen der Nationalsozialistischen Machtergreifung.
Stuttgart 1966. Véase también Christian Graf v. KROCKOW, Nationalismus als
deutsches Problem, München 1970.
2
David HELD, Democracy and the Global Order: from the Modern State to
Cosmopolitan Governance, Cambridge 1995. Yasemin SOYSAL, The Limits of
Citizenship, Chicago 1994. Jean L. COHEN, “Changing Paradigms of Citizenship and
the Exclusiveness of the Demos”, en International Sociology 14, 3 (1999), pp. 245-268.
La temática de la ciudadania como elemento de la “nación cívica” en Iberoamérica se
discutirá a lo largo de este artículo.
3
Homi BHABHA, The Location of Culture, London and New York 1994.
4
Véase p.e. Robert J. KAISER, The Geography of Nationalism in Russia and the USSR.
Princeton 1994. David D. LAITIN, “Identity in Formation: The Russian-Speaking
Nationality in the Post-Soviet Diaspora”, en Archives Européennes de Sociologie 36
(1995), pp. 281-316. Rogers BRUBAKER, Nationalism Reframed: Nationhood and the
National Question in the New Europe, Cambridge 1996.
NACIONALISMO Y NACIÓN 9

Por otro lado el proceso mismo de unificación que quiere crear una
“Europa de patrias democráticas” plantea la cuestión si
valores/identidades culturales regionales deben ser conservados y si
estructuras democráticas o la observancia de los derechos humanos
deben ser el requisito para el ingreso en la Union Europea.5 Los
acontecimientos en Europa causaron nuevos estudios sobre nación y
nacionalismo.
Respecto de América Latina los estudios se han ocupado
preferentemente con la temática del nacionalismo; conocemos sólo
pocos trabajos sobre el concepto de nación como se puede deducir del
Balance de la Historiografía sobre Iberoamérica (1945-1988).6
Recién en las últimas decadas podemos notar que debido tanto a los
problemas socioeconómicos que sufren los estados de América Latina
como a nuevos conceptos de espacio y de integración supraregional se
intensificaron los estudios sobre el objeto y resultado del
nacionalismo, la nación. Por eso estraña mucho que los nuevos
trabajos de caracter general no contienen ni reflexiones teóricas ni
estudios especiales referidos a América Latina.7 Esta ausencia, ¿está
relacionada con la peculiaridad del fenómeno nación y nacionalismo
en el proceso histórico de este continente? Pues a diferencia de Europa
donde el proceso de integración supranacional está en plena marcha,
en América Latina el proceso mismo de formación o construcción de
Estados nacionales, empezado con la Independencia, todavía no está
acabado como lo insinuan algunos trabajos pertinentes: En la
introducción al volumen La unidad nacional en América Latina. Del

5
Véase Albert OOSTERHOFF, “El difícil camino de integración europea desde el carbón
y el acero hasta la Unión Europea”, en Raymond BUVE y Marianne WIESEBRON
(comp.), Procesos de integración en América Latina Perspectivas y experiencias
latinoamericanas y europeas, Amsterdam 1999, pp. 17-33, cf. Gerardo JACOBS,
“Conclusión: los retos de la globalización” en BUVE y WIESEBRON (comp.), Procesos
de integración, pp. 178-184. Anne-Marie LE GLOANNEC (ed.), Entre Union et Nations:
L’État en Europe, Paris 1998.
6
V. VAZQUEZ DE PRADA y Ignacio OLABARRI (eds.), Balance de la Historiografía
sobre Iberoamérica, 1945-1988, Pamplona 1989. En este balance no hay un capítulo
especial dedicado a la temática del nacionalismo y la nación. Sólo François-Xavier
Guerra menciona la temática en su artículo “El olvidado siglo XIX”, ibid. pp. 593-631.
7
Eric J. HOBSBAWM, Nations and Nationalism since 1780. Programme, myth, reality.
Cambridge 1990. John HUTCHINSON, & Anthony D. SMITH (eds.), Nationalism, Oxford
1994. Anthony D. SMITH, Nationalism and Modernism. A critical survey of recent
theories of nations and nationalism, London and New York 1998.
10 Hans-Joachim KÖNIG

regionalismo a la nacionalidad, de 1983, el editor Marco Palacios


subraya que “en América Latina no hemos concluido del todo la
travesía hacía la unidad nacional”.8 Con su tesis de habilitación de
1984 Auf dem Wege zur Nation (En el camino hacia la nación) sobre
el nacionalismo en el proceso de la formación del Estado y de la
Nación de la Nueva Granada, Hans-Joachim König ha demostrado que
a pesar de la consolidación estatal a finales del siglo XIX, Colombia
se encontraba todavía en el difícil camino hacia la nación.9 Antonio
Annino, Luis Castro Neiva y François-Xavier Guerra en Introduccón y
Epílogo del volumen De los Imperios a las Naciones: Iberoamérica
editado por ellos en 1994 constatan que la construcción de la Nación
moderna es inacabada, y preguntan si se puede hablar de éxito o de
fracaso en la construcción de la Nación moderna en America Latina.10
Ya los títulos de estos tres libros plantean algunas preguntas.
¿Porqué en el caso de América Latina se habla de construcción de la
nación? ¿En qué se distingue la Nación moderna de aquella del tipo
tradicional? ¿Cómo es que proceso de formación del Estado y proceso
de formación de la Nación no coinciden? ¿Cual es el impacto del
nacionalismo en estos procesos? ¿Qué quiere decir que el proceso es
inacabado, cuales son los criterios correspondientes? ¿Qué significa
unidad nacional y en qué consiste?
Con estas preguntas y otras más como por ejemplo la relación
entre Estado, Nación y Sociedad voy a ocuparme en este artículo. Es
mi intención demostrar en qué manera se ha estudiado la temática
durante las últimas tres décadas, cuáles eran los puntos esenciales y
qué cambios de enfoques había. No se trata de presentar una
bibliografía completa sino más bien unas reflexiones sobre los
enfoques principales. Para eso me parece indispensable incluir el
debate general sobre Nación y Nacionalismo y preguntar por su
impacto sobre investigaciones tocante a América Latina.

8
Marco PALACIOS (comp.), La unidad nacional en América Latina. Del regionalismo a
la nacionalidad. México 1983, p. 19.
9
Hans-Joachim KÖNIG, Auf dem Wege zur Nation. Nationalismus im Prozess der
Staats- und Nationbildung Neu-Granadas 1750 bis 1856, Stuttgart/Wiesbaden 1988;
hay una traducción en castellano: En el camino hacia la nación. Nacionalismo en el
proceso de formación del Estado y de la Nación de la Nueva-Granada, 1750-1856.
Bogotá 1994.
10
Antonio ANNINO, Luis CASTRO LEIVA y François-Xavier GUERRA (eds.), De los
Imperios a las Naciones: Iberoamérica, Zaragoza 1994, p. 11, p. 615.
NACIONALISMO Y NACIÓN 11

La problemática de definición de nacionalismo y nación

a) Nacionalismo
Dedicarse a investigar la cuestíón del nacionalismo y de la nación
puede parecer problemático, pues se trata de conceptos controvertidos
y desacreditados precisamente de la historia europea. De hecho, en las
ciencias políticas hay pocos conceptos que hayan sido objeto de
definiciones y evaluaciones tan diversas como el nacionalismo.11 Con
él es posible asociar la libertad y la represión, el progreso y la
reacción, el mantenimiento y la reducción de privilegios y
prerrogativas. Estos juicios reflejan las distintas formas que adoptó el
nacionalismo, desde su surgimiento en el proceso de formación de los
estados nacionales europeos en correspondencia con el naciente
proceso de modernización, iniciado con la Revolución Industrial en
Inglaterra y con la Revolución Francesa, la “doble revolución de la
sociedad burguesa de la Europa occidental”.12 Al comienzo la
evaluación del nacionalismo resultó preponderantemente positiva,
porque se vinculaba su orígen con la Revolución Francesa y su meta
con la realización de los Derechos del Hombre y del Ciudadano por
ella proclamados. Aparecía entonces como un elemento estructural
progresivo en la organización social política interna de la sociedad
humana. El nacionalismo pasó a ser un factor destructivo sólo al
disolverse el vínculo entre las ideas de democracia y nación, tras la
11
Véase la extensa bibliografía de Karl W. DEUTSCH y Richard L. MERRITT (eds.),
Nationalism and National Development. An Interdisciplinary Bibliography, Cambridge,
Mass. 1970. Véase también mas recientes bibliografías en Eric J., HOBSBAWM, Nations
and Nationalism since 1780. John HUTCHINSON, & Anthony D. SMITH (eds.),
Nationalism.. Anthony D. SMITH, Nationalism and Modernism.
12
Véase al respecto Hans KOHN, The Idea of Nationalism. A Study in its Origins and
Background, New York 1944; Id., Nationalism. Its Meaning and History, Princeton
1955. Kohn remonta los orígenes del nacionalismo moderno a la segunda mitad del
siglo XVIII y considera a la Revolución Francesa como su primera gran manifestación.
Cf. A. KENNILÄINEN, Nationalism. Problems concerning the Word. The Concept and
Classification, Jyväskylä 1964. En cuanto a la relación entre doble revolución y
problema nacional, véase Reinhard BENDIX, Nation-Building and Citizenship. Berkeley
1974. Entre los ensayos de investigación histórica sobre la modernización cabe
mencionar R. BENDIX, Nation-Building; S.N EISENSTADT y Stein ROKKAN (eds.),
Building States and Nations. Models and Data Resources, Beverly Hills and London
1973, 3 vols. Sobre la investigación de la modernización en general véase Peter FLORA,
Modernisierungsforschung. Zur empirischen Analyse der gesellschaftlichen
Entwicklung, Opladen 1974.
12 Hans-Joachim KÖNIG

consolidación del poder de la burguesía y la formación de los


mercados nacionales. Entonces el nacionalismo europeo sirvió, hacia
afuera, de soporte ideológico para las guerras de expansión y como
legitimación del imperialismo, y hacia adentro, para justificar el
sometimiento de las minorías.13
Por lo tanto, no es de extrañar que ninguna de las
definiciones y tipologías propuestas hasta el momento haya facilitado
una teoría satisfactoria para dar cuenta de las múltiples y ambivalentes
manifestaciones del nacionalismo. Entre estas propuestas, cabe
destacar la que ya en 1931 había presentado el historiador
norteamericano Carlton J. H. Hayes, con su distinción entre
nacionalismo humanitario, jacobino, tradicional, liberal e integral, o la
de Hans Kohn, con su distinción entre un nacionalismo occidental de
perfil político-democrático, y otro oriental, de rasgos culturales y
lingüísticos.14 La diferenciación propuesta por Kohn ha marcado el
debate por mucho tiempo. Recientemente se reanimó con otras
nociones: Ahora el debate hace una distinción entre un nacionalismo
cívico/territorial—bueno y occidental—y un nacionalismo
étnico/cultural—malo y oriental.15
Trabajos anteriores sobre el nacionalismo en América Latina
traslucen la misma dificultad de encontrar una definición de validez
general para este concepto. La mayoría de los autores consideran que
el nacionalismo en América Latina, sobre todo en el siglo XX,
desempeña un papel importante y constituye una fuerza positiva,
reivindicada tanto por los grupos de derecha como por los de
izquierda. Estos autores relacionan las manifestaciones del
nacionalismo con los esfuerzos de desarrollo y con la política
antiimperialista, pero no suministran definiciones, y sólo
ocasionalmente problematizan esta carencia o bien eligen, como

13
Véase por ejemplo H. KOHN, Nationalism. Its Meaning…, , E. J. HOBSBAWM,
Nations and Nationalism., Carlton J.H HAYES, The Historical Evolution of Modern
Nationalism, New York 1931. Cf. también Walter SULZBACH, Imperialismus und
Nationalbewusstsein, Frankfurt 1959.
14
C. J.H HAYES, The Historical Evolution of Modern Nationalism, H KOHN, The Idea
of Nationalism.
15
John PLAMENATZ, “Two types of Nationalism“, en Eugene KAMENKA (ed.),
Nationalism: The nature and evolution of an idea.. London 1966, pp. 22-36. Rogers
BRUBAKER, Citizenship and Nationhood in France and Germany, Cambridge, Mass.
1992, emplea esta distinción para su análisis.
NACIONALISMO Y NACIÓN 13

Gerhard Masur, no proponer definición alguna; Masur rechaza una


definición concreta del nacionalismo, porque, según su opinión, ésta
no sería asunto del historiador sino del sociólogo; antes bien, la tarea
del historiador consistiría sobre todo en describir.16 En cierto modo, se
da por sabido qué es el nacionalismo.
Los estudios de síntesis sobre el nacionalismo en América
Latina, las propuestas de tipología, como las de Johnson, Whitaker/
Jordan o Silvert, registran distintas manifestaciones del nacionalismo
y las clasifican o bien cronológicamente, o bien con criterios
socioeconómicos o según el grado de democratización. Johnson
observa que el nacionalismo salvo brotes esporádicos en el siglo XIX,
por ejemplo en la época de la independencia aparece con
preponderancia en el siglo XX y presenta, a su juicio, dos etapas:
primero el nacionalismo aristocrático de las clases altas, desde el fin
de la primera guerra hasta la crisis económica mundial; a continuación
el nacionalismo popular o populista articulado por las clases
trabajadoras y medias emergentes, que, sobre todo desde 1945, se
constituye en un nacionalismo económico con fuertes tendencias
xenófobas.17
En cambio Whitaker y Jordan distinguen cinco categorías
descriptivas del nacionalismo y las designan según los grupos sociales
que articulan cada una de ellas, considerando que resultan más
apropiadas para América Latina que la tipología de Hayes. Son éstas:
el nacionalismo rural tradicional, una especie de nacionalismo
nostálgico que se opone a la influencia cultural europea; el
nacionalismo de la vieja burguesía, defendido por la clase media

16
Gerhard MASUR, Nationalism in Latin America. Diversity and Unity. New York,
London 1966, p. 5. Cf. tambien J.J. KENNEDY, Catholicism, Nationalism and
Democracy in Argentina, Notre Dame, Ind. 1958. Herbert S. KLEIN, Orígenes de la
revolución nacional boliviana, La Paz 1968. Helio de MATTOS JAGUARIBE, O
nacionalismo na atualidade brasileira, Rio de Janeiro 1958, Id., “The Dynamics of
Brasilian Nationalism”, en Claudio VELIZ (ed.), Obstacles to change in Latin America.
London, New York 1965, pp. 162-187. Bradford E BURNS, Nationalism in Brasil: a
historical survey, New York 1968. Ernest HALPERIN, Nationalism and Communism in
Chile, Cambridge, Mass. 1965. Frederick C TURNER, The Dynamic of Mexican
Nationalism, Chapel Hill 1968. Arthur P. Whitaker, The Nationalism in Latin America,
Gainesville 1962.
17
John JOHNSON, “The New Latin American Nationalism”, en Peter G. SNOW (ed.),
Government and Politics in Latin America. A Reader, New York, London 1961, pp.
451-465.
14 Hans-Joachim KÖNIG

tradicional, y vinculado al liberalismo político y económico; el


nacionalismo neoburgués de las nuevas clases medias que constituyen
la burguesía nacional, el cual se manifiesta como nacionalismo
económico acentuando el papel del capital y de la empresa privada,
pero oponiéndose a la inversión extranjera; luego, el nacionalismo
populista, vinculado con las concepciones social-revolucionarias; y,
finalmente, el nacionalismo “nasserista”, también relacionado con
concepciones social-revolucionarias pero sostenido primordialmente
por los militares. Se ve que Whitaker y Jordan por los tres primeros
tipos de nacionalismo incluyen también el siglo XIX en su concepto
del surgimiento y manifestación del nacionalismo en América
Latina.18
Por su parte, Kalman H. Silvert propone tres categorías
principalmente funcionales para caracterizar el nacionalismo:
nacionalismo como patriotismo, es decir como concepto simbólico, tal
como lo manejó sobre todo el pequeño grupo de la clase alta criolla en
el siglo XIX; el nacionalismo como valor social, es decir como norma
que determina la necesaria lealtad del ciudadano frente al Estado; y,
finalmente, el nacionalismo como ideología, que instrumentaliza los
símbolos y las metas nacionales convirtiéndolos en acción política
para el enaltecimiento de la nación. Dentro de esta última categoría
distingue tres etapas del nacionalismo aristocrático-tradicional,
económico-proteccionista-tradicional, y racional-flexible, que hace
corresponder con el proceso de movilización social progresiva y de
integración nacional.19
Estas tipologías no proporcionan un marco teórico general,
aunque caractericen de manera correcta ciertos fenómenos
particulares. Tampoco es del todo convincente la distinción postulada
por Hans-Jürgen Puhle entre un nacionalismo latinoamericano
tradicional con motivaciones políticas en el siglo XIX, y un
nacionalismo antiimperialista con motivaciones económicas en el

18
Arthur P WHITAKER,. y David C. JORDAN, Nationalism in Contemporary Latin
America, New York 1966.
19
Kalman H SILVERT, “Nationalism in Latin America”, en: P. G. SNOW (ed.),
Government, pp. 440-450. Cf. también SILVERT (ed.), Expectant Peoples. Nationalism
and Development, New York 1963; véase allí “Introduction. The Strategy of the Study
of Nationalism”, pp. 3-38.
NACIONALISMO Y NACIÓN 15

siglo XX.20 Es cierto que con el término de nacionalismo


antiimperalista Puhle da cuenta de un aspecto importante del
nacionalismo latinoamericano en el siglo XX, pero deja fuera
importantes aspectos de la historia del nacionalismo en América
Latina, al no tomar en cuenta el nacionalismo durante el proceso de las
independencias, o al simplificar el nacionalismo del siglo XIX
describiéndolo como “fenómeno de la superestructura libremente
suspendido”. En el estudio clasico sobre el nacimiento y desarrollo de
los Estados nacionales en América Latina, Marcos Kaplan a veces
menciona al nacionalismo como ideología, sus modelos y las
influencias que lo marcaron, tanto las externas como las ejercidas a
través de las funciones del Estado, pero no lo sitúa en un marco
teórico.21 Ahora mismo podemos constatar que nacionalismo en
Iberoamérica es considerado como un fenómeno no solo del siglo XX
sino tambien del XIX.. Con razón, como voy a demostrar en oposición
a David Brading, quien en un artículo reciente caracteriza al
nationalismo en América Latina como “a late-comer, a child of the
twentieth century” y mantiene que en la época de la independencia
solamente existía un patriotismo criollo.22
En cuanto a la valoración del nacionalismo en América
Latina, tampoco existe un consenso. Tampoco allí se lo valora sólo
positivamente cuando está dirigido contra la intervención imperialista;
con frecuencia también se lo critica. Y mientras se toman en cuenta
sólo los aspectos negativos del nacionalismo europeo en tanto
ideología con que la burguesía justifica su dominio sobre las otras

20
Hans-Jürgen PUHLE, “Nationalismus in Lateinamerika”, en Wolf GRABENDORFF
(ed.), Lateinamerika—Kontinent in der Krise, Hamburg 1973, pp. 48-77; reelaborado y
aumentado en: Heinrich August WINKLER (ed.), Nationalismus, 2., erw. Auflage
Königstein 1985, pp. 265-286; cf. una variante del texto “Política de desarrollo y
nacionalismo en América Latina en el siglo XX” en Michael RIEKENBERG (comp.),
Latinoamérica: Enseñanza de la historia, libros de textos y conciencia histórica,
Buenos Aires 1991, pp. 18 –35.
21
Marcos KAPLAN, Formación del Estado nacional en América Latina, Santiago de
Chile 1969.
22
David A BRADING, “Nationalism and State-Building in Latin America History“, en
Ibero-Amerikanisches Archiv 20.1/2 (1994), pp. 83-108, aqui p. 88; tambien publicado
en Eduardo POSADA-CARBO (ed.), Wars, Parties and Nationalism: Essays on the
Politics and Society of Nineteenth-Century Latin America, London 1995, pp. 89-107.
Cf. su estudio anterior David A. BRADING, Los orígenes del nacionalismo mexicano,
México 1973.
16 Hans-Joachim KÖNIG

clases sociales, se descuidan las tendencias progresivas


originariamente asociadas al nacionalismo. Se pretende desenmascarar
el nacionalismo como ideología antihumanitaria y antihumana que
sirve exclusivamente como autodefensa de las élites sociales y
políticas dominantes, la burguesía nacional o, en la variante populista,
para encubrir los conflictos sociales y los antagonismos de clase.23
Pero la cuestión es si se agota la función del nacionalismo en América
Latina en estas dimensiones que indudablemente existen. ¿No resulta
apropiada para América Latina la evaluación positiva del
nacionalismo en el Tercer Mundo ya propuesta por algunos
historiadores y sociólogos, como Rupert Emerson y Hans Kohn que
condenan al nacionalismo europeo, salvo en su fase inicial, cuando lo
consideran como “una fuerza dirigida hacia adelante y no
reaccionaria”, como “un estímulo para la revolución" y no como "un
baluarte del status quo”?24

b) Un enfoque nuevo
¿Por qué no resultan satisfactorias las afirmaciones de gran parte de
los estudiosos del nacionalismo? Sin lugar a dudas, porque se ocupan
más de analizar las manifestaciones del nacionalismo y sus
contenidos, es decir, de los criterios básicos de la nacionalidad como
el idioma, la cultura, la raza, el destino histórico compartido, la
historia común, o de un sistema de ideas etc., que de analizar las
condiciones de formación y las distintas funciones que fue teniendo el
nacionalismo según la situación histórica.
Las dificultades que suscita la ambigüedad del concepto de
nacionalismo han llevado, en estudios más recientes, a definirlo no
tanto por sus contenidos, sino antes bien por su carácter funcional-
23
Véase por ejemplo Thomas A. VASCONI y Mario Aurelio GARCÍA DE ALMEIDA, “Die
Entwicklung der in Lateinamerika vorherrschenden Ideologien”, en W. GRABENDORFF
(ed.), Lateinamerika, pp. 16-47. Victor ALBA, Nationalists without Nations. The
Oligarchy versus the People in Latin America, New York 1968.
24
Rupert EMERSON, From Empire to Nation. The Rise of Self-Assertion of Asian and
African People, Boston 1964, p. 206; H. KOHN, The Idea of Nationalism, p. 22. Cf.
también el resumen de sus investigaciones en el XII Congreso Internacional de
Historiadores que tuvo lugar en Viena, H. KOHN, “Nationalism and Internationalism in
the nineteenth and twentieth Centuries”, Rapport I Grands Thèmes, Nationalisme et
internationalisme aux XIX et XXe siècles, Vienne 1965, pp. 191-240, especialmente pp.
220-226.
NACIONALISMO Y NACIÓN 17

instrumental.25 Según estas investigaciones, el nacionalismo puede


definirse como un instrumento—la mayoría de las veces manejado por
los élites políticos—para motivar la actividad y la solidaridad
políticas. Sirve para movilizar a aquellas partes de la sociedad
equiparadas con la “nación”, o a la colectividad concebida como
“nación”, contra opositores internos o externos, o contra cualquier
amenaza.26 Puede referirse, pues, a la población que vive dentro de los
límites estatales, o bien establecer la delimitación frente a otros
estados y naciones. En tal sentido exige que la lealtad hacia la
“nación” tenga primacía absoluta frente a todas las demás lealtades, y
antepone los intereses de la nación a todos los demás intereses como
norma de la acción política.27
Esta definición hace posible, por un lado, distinguir más
nítidamente entre nacionalismo y conciencia nacional o
autoconciencia es decir, entre ideología o doctrina y sentimiento o
pasión y, por otro lado, abarca el espectro de todas las posibles
funciones del nacionalismo, con lo cual corresponde a la ambivalencia
del concepto. No siempre se aplica tal diferenciación evidente como se
desprende de la observacion de Brian Hamnett quien aún en 1995 dice
que el nacionalismo representa la búsqueda de la identidad y que es
más bien un sentimiento que una ideología.28 La definición propuesta

25
Véase el capítulo introductorio de H. A. WINKLER, “Der Nationalismus und seine
Funktionen“, en Id. (ed.), Nationalismus, pp. 5-46; la definición vuelve sobre
reflexiones de Christian Graf von KROCKOW, Nationalismus als deutsches Problem,
München 1970, en especial pp. 18 y 31., cf. tambien HOBSBAWM, Nations and
Nationalism.
26
Cf. John BREUILLY, Nationalism and the State, Manchester 1982, pp. 186-191, 221-
249.
27
Cf. KÖNIG, Auf dem Wege, p. 13; (En el camino, p.25 s.); cf. las definiciones muy
parecidas de Gellner, quien dice que nacionalismo es “primarily a principle which holds
that the political and national unit should be congruent”, Ernest GELLNER, Nations and
Nationalism, Oxford 1983, p. 1; y de Hobsbawm, quien utilize el termino nacionalismo
en el sentido “that this principle also implies that the political duty of Ruritanians (es un
pueblo inventado, un pueblo de fantasía) to the polity which encompasses and
represents the Ruritanian nation, overrides all other public obligations, and in extreme
case (such as wars) all other obligations of whatever kind”, HOBSBAWM, Nations and
Nationalism, p. 9.
28
Brian HAMNETT, “Las rebelliones y revoluciones iberoamericanas en la época de la
Independencia. Una tentativa de tipología”, en François-Xavier GUERRA (ed.), Las
Revoluciones Hispánicas: Independencias Americanas y Liberalismo Español, Madrid
1995, pp. 47-70., esp. 59.
18 Hans-Joachim KÖNIG

arriba no subordina ni limita el nacionalismo a ningún grupo social.


Tampoco supone ninguna evaluación previa, sino que permite
especificar y evaluar las funciones sociales y políticas del
nacionalismo en cada caso y en cada situación histórica concreta.
Precisamente, al estudiar un período extenso se necesita un amplio
margen, tanto para la definición del contenido como para la
evaluación, pues de otra manera, si se parte de una evaluación general
previa, el resultado de la investigación acerca de la función del
nacionalismo estaría indefectiblemente marcado por ese mismo juicio
de valor del que se parte. Pongo por caso el trabajo de Frederik C.
Turner de 1968 sobre el nacionalismo mexicano. Turner parte de una
valoración positiva que sería válida para todo el período de la
investigación, los siglos XIX y XX.:
“The present approach to Mexican nationalism views it as
‘good’, because—far from serving as a justification for domination or
aggressión—Mexican nationalism has been a search for a national integrity
and social consensus.”

Con base en esta premisa, se le escapa la función apaciguadora y


encubridora del nacionalismo frente a los conflictos sociales en
México, sobre todo en el siglo XIX. Y aun cuando percibe la función
del nacionalismo como elemento reductor de conflictos no lo
problematiza.29 Por eso, para evitar generalizaciones o parcialidades,
es preciso indagar los orígenes de cada nacionalismo y no dar una
explicación sólo inmanente.
Entre sociólogos, politólogos e historiadores que se dedican a
la problemática del nacionalismo y de la nación hay un consenso
considerable sobre la relación entre el nacionalismo por una parte, y
los procesos de modernización e industrialización, es decir, de
cambios estructurales en la esfera del Estado, la sociedad y la
economía, por la otra. Era sobre todo Ernest Gellner quien ha
analizado esta relación en sus estudios desde 1964 hasta 1998.30 Por
modernización se entiende aquí el proceso histórico de cambios

29
TURNER: The Dynamic, p. 8, p. 308.
30
Véase la compilación de ensayos, a veces críticos pero en su mayoría afirmativos
sobre el enfoque de Gellner en John A. HALL (ed.), The State of the Nation. Ernest
Gellner and the Theory of Nationalism, Cambridge 1998; este libre ofrece tambien una
bibliografia de todos los estudios de Gellner, pp. 307-310. Unas concepciones más
críticas ofrece el libro de Anthony D. SMITH, Nationalism and Modernism.
NACIONALISMO Y NACIÓN 19

estructurales que empezó en Europa occidental en el siglo XVIII.


Como este tipo de transformación social abarca hoy en día al mundo
entero, se puede hablar de un proceso de modernización universal, sin
que ello implique que las repercusiones sociales sean iguales en todas
las partes. Precisamente la investigación histórico-comparativa de la
modernización constata la expansión desigual de la modernización
tanto en el contexto internacional como en el nacional y considera
justamente que el nacionalismo está motivado por deficiencias y
desniveles en la modernización o por una modernización parcial. En
este aspecto, el nacionalismo o un movimiento nacional puede
constituir una respuesta al desafío de la modernización especialmente
en paises del mundo no-europeo en cuanto constituye una reacción
frente al atraso económico y una condición previa para alcanzar las
metas de desarrollo de una sociedad.31 Por lo tanto, en la investigación
del fenómeno nacionalismo, es trascendente la pregunta acerca de las
relaciones entre nacionalismo y cambio social/modernización/-
desarrollo.
En América Latina también se han concebido las relaciónes
entre desarrollo y nacionalismo. Sobre todo en Brasil en el Instituto
Superior de Estudos Brasileiros (ISES 1956-1964) se discutieron
conceptos de desarrollo nacional. De los muchos autores solo quisiera
mencionar a Hélio Jaguaribe quien resumió:
“Nationalism, which only makes sens when it serves to promote
national emancipation and achievement, is also a necessary condition for
economic development. Without the impulse of nationalisms and the
framework of a national state as prime mover and controller respectively of
the national society, the latter’s internal contradictions will act as a brake
on its development, and render it helpless against the external pressure of
the Great Powers”.32

31
Con respecto a la relación entre modernización, nacionalismo y superación del atraso
véase entre otros Ernest GELLNER, Thought and Change, London 1964, en especial pp.
147-148; Id., Nations and Nationalism, passim. Anthony D. SMITH, Theories of
Nationalism, London 1971. R. BENDIX, Nation-Building and Citizenship. Bert F.
HOSELITZ, “Nationalism, Economic Development and Democracy”, en The Annals of
the American Academy of Political and Social Science 305 (1956), pp. 1-11. Alexander
GERSCHENKRON, “Economic Backwardness in Historical Perspective”, en Bert F.
HOSELITZ (ed.), The Progress of Underdeveloped Areas, Chicago and London 1971, pp.
3-29.
32
Helio de MATTOS JAGUARIBE, “The Dynamic of Brazilian Nationalism”, VELIZ (ed.),
Obstacles, p. 186. Cf. Ronald H CHILCOTE,.“Development and Nationalism in Brazil
20 Hans-Joachim KÖNIG

Por consiguiente, parece oportuno ver el nacionalismo y su


surgimiento en el contexto de los procesos político-sociales de
desarrollo. Esto es válido tanto en lo que concierne al nacionalismo
temprano o genuino, cuando estimulaba movimientos nacionales y
contribuía a la formación de los Estados nacionales33, como al
nacionalismo posterior vinculado con el triunfo de la producción
industrial o con Estados existentes. Unas sugerencias muy interesantes
e importantes para estudiar el trasfondo social del nacionalismo
suministra el concepto sociológico-comunicativo de Karl W. Deutsch.
Para él, la formación de la conciencia nacional y del nacionalismo de
un pueblo depende de la extensión, intensificación y modificación del
contenido de sus hábitos y posibilidades de comunicación, como
resultado de una creciente movilización social y de una progresiva
integración.34 La importancia de este enfoque radica, entre otros
aspectos, en demostrar que la formación misma de un comportamiento
nacional es un proceso social elemental y no presuponer simplemente
la existencia de naciones como formas sociales dadas. Deutsch
concibe a la nación como el producto de un desarrollo a largo plazo,
como un proceso paulatino de formación hasta alcanzar una
“complementariedad” social consciente. El nacionalismo es concebido
entonces como una ideología que tiende a forzar este proceso
mediante una comunicación más intensiva dentro de una colectividad
que se identifica por compartir un idioma y una cultura. Por tanto,
según Deutsch el nacionalismo existe antes de que hay una nación.
Otro enfoque que es muy adecuado para analizar el
nacionalismo en el contexto de fenómenos de transformacion social y
que ya ha incitado varias investigaciones sobre el nacionalismo es el
“modelo de crisis del desarrollo político”, elaborado por el Committee
on Comparative Politics. Esta propuesta se basa en una serie de
supuestos acerca de las funciones y los problemas de cualquier
sistema político. Presupone que las sociedades, en el curso de su

and Portuguese Africa”, en Comparative Political Studies, 1 (1969), pp. 504-525.


Arthur P WHITAKER,.“Nationalism and Social Change in Latin America”, en Joseph
MAIER & Richard W. WEATHERHEAD (eds.), Politics of Change in Latin America, New
York and London 1965, pp. 85-110.
33
Véase abajo el capítulo sobre el surgimiento del nacionalismo en América.
34
Karl W. DEUTSCH,.Nationalism and Social Communication, Cambridge, Mass. 1953,
cf. sus ensayos sumarios Id., Nationenbildung–Nationalstaat–Integration, Düsseldorf
1972. Benedict ANDERSON ha elaborado aun más estas reflexiones; ver abajo.
NACIONALISMO Y NACIÓN 21

modernización política dentro del proceso de modernización más


amplio, se ven confrontadas con seis problemas o desafíos que los
gobiernos o las élites políticas deben resolver para evitar situaciones
concretas de crisis. A saber: la crisis de penetración (el problema de
una administración efectiva, que alcance a todos los niveles sociales),
la crisis de integración (el problema de la integración de los diferentes
estratos de la población en la vida pública), la crisis de participación
(el problema de la participación política de grupos cada vez mayores
en el poder político), la crisis de identidad (el problema de la identidad
nacional, es decir, de la creación de una conciencia nacional común,
de la identificación de los distintos grupos de la población con la
sociedad como un todo y con el respectivo sistema político), la crisis
de legitimidad (el problema de la legitimidad del poder, de la
responsabilidad del gobierno y del reconocimiento del sistema por
parte de la población) y la crisis de la distribución (el problema de la
repartición de bienes y recursos en el interior de la sociedad).35
La meta del proceso de modernización política y a la vez las
características de un sistema político moderno—las respuestas, por así
decir,que han resuelto los problemas de las crisis,—pueden ser
caracterizadas, según Flora, por
“una politización de la identidad, una legitimidad basada en
gran medida en criterios de eficiencia, una capacidad creciente de movilizar
y (re)distribuir los recursos nacionales, un aumento de la participación
política y una integración progresiva de los diversos sectores de una
sociedad.”36

Varias razones inducen a utilizar este modelo como un


instrumento heurístico para estudiar el nacionalismo. Puesto que no

35
En ocho estudios fundamentales del Committee on Comparative Politics, Gabriel A.
Almond, James S. Coleman, Joseph La Palombara, Lucian W. Pye, Dankwart A.
Rustow, Sidney Verba, Robert E. Ward, Myron Weiner y Charles Tilly elaboraron el
modelo del desarrollo político. El volumen séptimo resume las tesis esenciales
Leonhard BINDER y otros (eds.), Crisis and Sequences in Political Development,
Princeton 1971. Véase también las exposiciones sumarias de esta concepción en Stein
ROKKAN, “Die vergleichende Analyse der Staaten- und Nationbildung. Modelle und
Methoden”, en Wolfgang ZAPF (ed.), Theorien des sozialen Wandels, Köln, Berlin
1971, pp. 228-252; Charles TILLY, “Western State-Making and Theories of Political
Transformation”, en Id. (ed.), The Formation of National States in Western Europe,
Princeton 1975, pp. 601-638, en especial pp. 608-611;.
36
FLORA, Modernisierungsforschung, p. 89.
22 Hans-Joachim KÖNIG

fija una secuencia rígida de crisis y desafíos, ni una secuencia de


etapas evolutivas válida universalmente, permite tomar en cuenta las
circunstancias históricas concretas en cada caso, en relación tanto con
los factores internos del cambio social como con los factores externos
del proceso de modernización, como la guerra y la dominación
colonial, el imperialismo y la política internacional o, en general, la
influencia de las sociedades desarrolladas sobre las así llamadas
sociedades en vías de desarrollo. Así, por ejemplo, el modelo de crisis
constata que, a diferencia de lo que ocurre en los estados de Europa
occidental, en los estados en proceso de emanciparse de la
dependencia colonial la búsqueda de identidad y el afianzamiento de
la legitimidad son prioritarios.37 Partiendo de la estrecha
correspondencia y de la conexión recíproca entre nacionalismo y
fenómenos de transformación social, o también proceso de
modernización, el modelo de crisis permite, por ejemplo, delimitar los
períodos que se investigan tomando en cuenta las crisis del proceso de
cambio y modernización, ya que no sólo la crisis de identidad sino
también la crisis de participación parece desempeñar un importante
papel en el surgimiento del nacionalismo. Además, el modelo de crisis
describe la formación del Estado, de un Estado propio, que constituye
en el fondo la meta del nacionalismo temprano, como etapa o también
como tarea específica del desarrollo. Así, para Stein Rokkan la
penetración y la integración tienen que ver con la formación del
Estado, la identidad y la legitimidad con la formación de la Nación, y,
por último, la participación y la distribución con la consolidación de la
sociedad.38 Este modelo presenta un marco teórico o por lo menos un
instrumento metodológico, que permite explicar y estudiar el
surgimiento del nacionalismo y de los movimientos nacionales en sus
diversas formas y funciones dentro del proceso de transformación
social y política.39

37
Cf. por ejemplo las reflexiones al respecto de Lucian W. PYE, citado en Stein
ROKKAN, Die vergleichende Analyse, pp. 234 s.
38
ROKKAN, Die vergleichende Analyse, p. 233s.
39
En distintos estudios alemanes sobre América Latina, este marco teórico ya ha sido
utilizado con provecho, por ejemplo Peter WALDMANN, Der Peronismus, 1943-1955,
Hamburg 1974. Id., “Stagnation als Ergebnis einer ‘Stückwerkrevolution’.
Entwicklungshemmnisse und -versäumnisse im peronistischen Argentinien”, en
Geschichte und Gesellschaft II, 2 (1976), pp. 160-187. Manfred MOLS und Hans
Werner TOBLER, Mexiko. Die institutionalisierte Revolution, Köln, Wien 1976. Véase
NACIONALISMO Y NACIÓN 23

En este modelo son de suma relevancia las élites, que se


encuentran o bien en el poder, o bien en la oposición, y que aparecen
como el grupo que toma las decisiones en el proceso de
modernización; es, pues, la política de las élites la que crea nuevas
condiciones para el cambio socioeconómico. Por eso, la recopilación
de materiales puede dedicarse en primer lugar a los criterios para la
acción política, a las declaraciones y las decisiones de estas élites. Ello
permite abarcar tanto las medidas políticas o burocráticas efectivas en
el proceso de modernización como los conflictos resultantes entre los
grupos que compiten por el poder. Es cierto que al proceder así se
reducen hasta cierto punto los problemas de desarrollo de una
sociedad a los problemas de las élites políticas y de los gobiernos. Es
casi lógico que los análisis de la formación del estado y de nación en
el contexto de la modernización y las estructuras políticas,
administrativas y socioeconómicas adopten la perspectiva desde
arriba, es decir los puntos de vista de las élites, como lo critica
tambien Hobsbawm.40 Pero ello no restringe la aplicabilidad de una
concepción funcional para evaluar el nacionalismo y sus funciones.
Sin embargo, el análisis de la formación de la nación necesita tambien
la perspectiva desde abajo, es decir la percepción de la nación por
parte de las masas populares, aun cuando es mucho mas dificil
encontrar material correspondiente. En total, hace falta considerar las
actitudes y conductas de toda la población que es el objeto de la
propaganda nacionalista para no reducir el problema de la formación
de la nación a la función que en ese proceso les cupo a las élites. El
análisis de la formación de la nación en América Latina revelará una
vez más la necesidad de esta doble perspectiva.41

también Otto DANN (ed.), Nationalismus und sozialer Wandel, Hamburg 1978, este
libro contiene algunos ensayos sobre importantes movimientos nacionales europeos y
sobre el nacionalismo en el Tercer Mundo; analizan la relación entre nacionalismo y
proceso de modernización. Cf. mis reflexiones acerca de la utilización de este enfoque
para estudios sobre nacionalismo en América Latina, Hans-Joachim KÖNIG,
“Theoretische und methodische Überlegungen zur Erforschung von Nationalismus in
Lateinamerika”, en Canadian Review of Studies in Nationalism. Vol. VI, 1 (1979), pp.
13-32. He utilizado el enfoque en mi trabajo H.-J KÖNIG, Auf dem Wege, (En el
camino).
40
HOBSBAWM, Nations and Nationalism, p. 10s.
41
Ver abajo.
24 Hans-Joachim KÖNIG

c) Nación
En este contexto resulta indispensable aclarar qué se entiende por
nación. Aquí surge un problema de definición semejante al que causa
el concepto de nacionalismo. La extensa y variada literatura dedicada
al concepto de nación ofrece definiciones para dos tipos básicos de
nación que se han derivado de la formación de las naciones y los
estados nacionales europeos. Friedrich Meinecke distingue entre
“naciones estatales” y “naciones culturales”,42 mientras que Hans
Kohn hace la distinción entre nación constituida subjetiva y
políticamente, y nación determinada objetiva y culturalmente.43 Esta
tipología se refiere, por una lado, a la formación del Estado nacional
en Francia, donde, tras la Revolución de 1789, cada individuo decidía
si quería ser francés o no; esto lo formularía Renan en 1882 con las
palabras frecuentemente citadas: “L'existence d'une nation est un
plébiscite de tous les jours.”44 La tipología se refiere, por el otro lado,
a la formación de los Estados nacionales en Europa central y oriental,
un proceso que Friedrich Meinecke caracteriza de esta manera:
“El auténtico Estado nacional ... es y llega a ser (nacional) ... no
por voluntad de los gobernantes o de la nación, sino tal como son o llegan a
ser nacionales el lenguaje, los hábitos o las creencias por el silencioso
influjo del espíritu del pueblo [Volksgeist] ... Aquí no se dice: Nación es lo
que quiere ser nación, sino al revés. Una nación existe, quieran los
individuos que la constituyen pertenecer a ella o no. Una nación no se basa
en la libre elección, sino en la determinación”.45

En trabajos recientes como los de Gellner, Smith y


Hobsbawm que discuten la problemática de la definición de nación y
nacionalismo se mantiene esa tipología doble como tipología básica.
Gellner y Hobsbawm perciben los intereses económicos y políticos
dentro de una unidad territorial o estatal como los factores más
importantes—relacionando el proceso de la formación de la nación
con el proceso de modernización e industrialización—, mientras que
Anthony Smith subraya la importancia de un fundamento

42
Friedrich MEINECKE, Weltbürgertum und Nationalstaat. Studien zur Genesis des
deutschen Nationalstaates, Séptima edición revisada, München y Berlin 1928.
43
H KOHN, The Idea of Nationalism, passim.
44
Ernest RENAN, Qu'est-ce qu'une nation? Paris 1882, p. 27.
45
F. MEINECKE, Weltbürgertum, pp. 5, 14, 290 s.
NACIONALISMO Y NACIÓN 25

cultural/ètnico existente.46 Estas distinciones son importantes en dos


sentidos: Dicen algo tanto sobre el momento en que surgen naciones
como sobre el fundamento en que naciones se basan. Kohn, Gellner y
Hobsbawm indican—partiendo del desarrollo en Europa—como
comienzo del nacimiento de naciones el fin del siglo XVIII y el
principio del siglo XIX y consideran a las naciones, los estados
nacionales como unidades de población que habitan un territorio
demarcado, poseen intereses económicos comunes con movilidad en
un único territorio, leyes comunes con derechos y deberes legales
idénticos para toda la población, y una única ideología cívica. Según
estos autores, el Estado precede a la Nación igual que el nacionalismo
existe antes de la Nación. Al contrario, como dice Hobsbawn:
“Nations do not make states and nationalism but the other way
round.”47 Smith, en cambio, remite a la existencia de naciones
premodernos, de poblaciones humanas, en las cuales se evidenciaría
“the perenneal presence of nations”, y acentua “the cultural and
‘ethno-symbolic’ nature of ethnicity and nationalism.”48 El considera a
las naciones como comunidades étnico-culturales politizadas, como
comunidades de una ancestro comun y reclama un enfoque científico
más bien estructural y etnohistórico para poder comprender los apegos
etnosimbólicos y fundar la cohesión de naciones modernas en mitos
étnicos antiguos, en la memoria, símbolos y tradiciones. A diferencia
del enfoque sociológico que quiere explicar el nacimiento de naciones
por los procesos políticos y sociales de la modernización, podemos ver
en el enfoque de Smith la negación de la modernización como factor
básico.
La ya mencionada tipología dual muestra con claridad cuán
difícil es elaborar una definición del concepto de nación que tenga
validez universal. Resultan poco satisfactorios los intentos de dar
semejante definición apelando a categorías fijas, rasgos objetivos y
factores unificantes extrapolíticos, como el idioma, la cultura, la
ascendencia consanguínea o la unidad territorial.49 Tambien en

46
GELLNER, Nations and Nationalism, p. 1. p 48s, HOBSBAWM, Nations and
Nationalism, p. 9 s., SMITH, Nationalism and Modernism.
47
HOBSBAWM, Nations and Nationalism, p. 10.
48
SMITH, Nationalism and Modernism, p. 6.
49
Ya Max Weber señaló que el concepto no se deja definir unívocamente “por las
cualidades empíricas comunes de los nacionales”, Max WEBER, Wirtschaft und
26 Hans-Joachim KÖNIG

América Latina el uso superficial y descuidado de la nocion “nación”


que se notaba hasta en trabajos científicos o en libros de textos50 cedió
a reflexiones cuidadosas ya desde hace tiempo, como se desprende de
las actas de un simposio internacional en Hamburgo y Köln con
motivo del Bicentenario Natalicio de Simón Bolívar en 1983
Problemas de la Formación del Estado y de la Nacion en
Hispanoamérica y de aquellas del VII Congreso de AHILA en 1985
en Florencia America Latina: Dallo Stato Coloniale allo Stato
Nazione.51 Según el nuevo enfoque, parece más útil no subsumir las
múltiples facetas de la realidad histórica en un concepto de validez
general y no partir de la nación en cuanto lo que es, sino en cuanto lo
que se quiere que sea; es decir, partir de la “idea o del proyecto de
nación”, para así poder tener en cuenta a las diferentes realidades y la
variabilidad de la idea de nación.
En tal sentido es pertinente un enfoque que defina la nación
en primer término como un “orden pensado” (“gedachte Ordnung”),
como una idea que se refiera a una colectividad de seres humanos
como unidad. Constituyen la base de este enfoque las reflexiones de
los sociólogos alemanes Emerich Francis y Eugen Lemberg, que
muchos años antes de Gellner (nación artificial), Hobsbawn (nación
inventado) y Benedict Anderson (comunidad imaginario)
caracterizaron la nación como una construcción.52 La índole de esta

Gesellschaft. Grundriss der verstehenden Soziologie, Studienausgabe. 2 vols. Köln,


Berlin 1962, Vol. 2, p. 675.
50
Cf. p.ej. Luis LÓPEZ DE MESA, De cómo se ha formado la Nación colombiana,
Medellin 1975 (1ª.edición 1934). López de Mesa, aunque el título de su trabajo alude al
concepto de “formación de la nación”, no ofrece nada más que una descripción de los
acontecimientos históricos sin abordar los criterios que definen a una nación ni
problematizar si Colombia en realidad constituyiera una nación.
51
I. BUISSON, G. KAHLE, H.-J. KÖNIG, H. PIETSCHMANN, Problemas de la formación
del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, Köln, Wien, Antonio ANNINO et al.,
América Latina: Dallo Stato Coloniale Allo Stato Nazione, 2 Vols. Milano 1987, cf. en
esta obra, vol. 1, pp. 1-21 el discurso introductorio del congreso de Ruggiero ROMANO,
“Algunas consideraciones alrededor de nación, estado (y libertad) en Europa y América
Centro-Meridional”; reproducido.en Roberto BLANCARTE (comp.), Cultura e identidad
nacional, México 1994, pp. 21-43.
52
Emerich FRANCIS, Wissenschaftliche Grundlagen soziologischen Denkens, München
1957, pp. 100 ss. Eugen Lemberg propone no derivar el concepto de nación de la
comunidad con algún rasgo distintivo sino considerarla como un sistema de ideas,
valores y normas, como una imagen del mundo y de la sociedad; Eugen LEMBERG,
Nationalismus, 2 vols., München 1964, Vol. II, p. 53. Id., “Soziologische Theorien zum
NACIONALISMO Y NACIÓN 27

unidad se puede deducir, por ejemplo, de los criterios o los atributos


que las élites en el poder o en la oposición consideren decisivos dentro
de una sociedad. Estos criterios, que distinguen a una colectividad de
las demás, que destacan al mismo tiempo el valor especial del orden
propio y cumplen así una función orientadora de la actividad en la
sociedad, pueden ser criterios étnicos, culturales o de carácter jurídico-
cívico. Los atributos que adquieren validez en un orden pensado de la
nación sirven de fundamento a tipos diferentes de naciones: Criterios
étnicos constituyen la base de todo pueblo-nación, criterios culturales
están en la base de las naciones culturales o naciones definidas como
colectividades de habla común, y criterios jurídico-cívicos
fundamentan las naciones de ciudadanos. De estos distintos tipos de
nación se derivan diferencais en lo que hace tanto a las acciones
políticas como también a la demarcación de las fronteras exteriores y
la forma de la organización interna de la nación respectiva.
Este enfoque tiene la ventaja de que plantea y permite
comprender analíticamente lo que los contemporáneos, es decir ante
todo los dirigentes políticos de una sociedad, entienden por nación,
como la conciben, la construyen, y con qué criterios, plausibles
también para quienes no forman parte de las élites, esos dirigentes
definen la “nación” y legitiman el orden político dominante o, incluso,
justifican la fundación del Estado. De la misma manera se puede
analizar los diversos programas e intereses “nacionales” que entran en
competencia y no lograron imponerse. En la medida en que parten de
“proyectos nacionales”, historiadores latinoamericanos y europeos
enfrentan de manera similar el problema de la formación del Estado y
de la Nación en América Latina.53 Se ha hecho usual hablar de

Nationalstaatsproblem”, en Th. SCHIEDER (ed.), Sozialstruktur und Organisation


europäischer Nationalbewegungen, München Wien 1971, pp. 19-30. GELLNER, Nations
and Nationalism, pp. 48 s., Eric J HOBSBAWN and Terence RANGER (eds.), The
Invention of Tradition, Cambridge 1983 (esp. Introduction), Benedict ANDERSON,
Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, London
1983.
53
Véase por ejemplo Germán CARRERA DAMAS, “Sobre la cuestión regional y el
proyecto nacional venezolano en la segunda itad del siglo XIX”, en PALACIOS (comp.),
La unidad nacional, pp. 21-49. Id., “Estructura de poder interno y proyecto nacional
inmediatamente después de la Independencia: el caso de Venezuela”, en I. BUISSON et
al., Problemas de la formación del Estado y de la Nación en Hispanoamérica, pp. 407-
439. “Historia Andina de los Siglos XIX y XX: Balances y Prospectiva. Informe sobre
el Encuentro Franco-Andino (Lima 20-24 de agosto de 1984)”, en Bulletin del Instituto
28 Hans-Joachim KÖNIG

“proyectos nacionales”, porque así se puede comprender mejor tanto


el carácter procesual de la formación de la Nación como la evolución
conceptual en los procesos de construcción nacional, descrita
ejemplarmente por Mónica Quijada en varios artículos.54
Ese carácter procesual implica dos cosas: Construir la Nación
presupone un acuerdo sobre la dirección del proceso. Además, el
resultado de un tal proceso no consiste en armonizar el Estado con la
etnia/cultura sino que tiene algo que ver con la sociedad que vive en
este Estado, lo acepta y se identifica con él por fomentar su desarrollo.
Sirven para eso sobre todo medidas políticas y sociales que incluyen
los diferentes grupos de la población, pero tambien medidas
adecuadas para crear una identidad cultural y histórica. Las medidas
culturales son particularmente importantes cuando el proceso de la
formación del Estado y de la Nación no se puede basar en
características culturales existentes porque éstas están todavía por
construir.
Por eso no es oportuno usar el termino Nación como
sinónimo de Estado, como lo han hecho a veces trabajos anteriores
sobre la problematica de nación y nacionalismo en América Latina.55
Nación como resultado de un proceso es más que el Estado y su
existencia requiere un mínimo de integración nacional desde el punto
de vista social, que es hoy en día el criterio clave para determinar la
existencia de la nación. Este criterio aparece en la definición de nación
del sociólogo E. Francis:

Francés de Estudios Andinos XIII, No. 3-4 (1984), pp. 1-20, en especial pp. 12 ss; Tulio
HALPERIN DONGHI, Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1846-1880),
Caracas 1980. Brian R. HAMNETT, “Liberalism Divided: Regional Politics and the
National Project during the Mexican Restored Republic, 1867-1876”, en Hispanic
American Historical Review 76,4 (1996), pp. 659-689.
54
Mónica QUIJADA, “¿Que Nación? Dinámicas y dicotomías de la nación en el
imaginario hispanoamericano del siglo XIX”, en François-Xavier GUERRA y Mónica
QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación, en Cuadernos de Historia Latinoamericana, 2,
1994, pp. 15-51. Id., “La nación reformulada. México, Perú, Argentina (1900-1930)”,
en A. ANNINO et al. (eds.), De los Imperios a las Naciones, pp. 567-590.
55
Cf. la argumentación parecida de Mark T. BERGER, “Spectors of Colonialism:
Building Postcolonial States and Making Modern Nations in the Americas”, en Latin
American Research Review 35, 1 (2000), pp. 151-171. Tambien trabajos recientes
continuan con el enfoque político-constitucional tal como Manuel FERRER MUÑOZ, La
formación de un Estado nacional en México, (El Imperio y la República federal: 1821-
1835), México 1995.
NACIONALISMO Y NACIÓN 29

“Parece conveniente reservar el término nación para una forma


histórica específica de la organización social, que se da donde la mayoría de
la población de un Estado moderno forma una unidad social claramente
reconocible, que se aproxima al tipo ideal de sociedad entera; si esta unidad
se basa sobre todo en su cohesión estatal, y cuando el Estado es percibido
como reflejo de la voluntad general.”56.

Esta definición implica que no todos los estados eran o son al mismo
tiempo naciones, lo cual no significa que los dirigentes políticos no
valoren a sus Estados como naciones. Sin embargo, implica también
que un Estado puede llegar a convertirse en Nación, tal vez en virtud
de una política coherente de integración o participación política y
social, y con una creciente lealtad, identificación, sentimiento nacional
del conjunto de sus habitantes, originada en esa política. Esta
definición es muy parecida no sólo al concepto sociológico-
comunicativo de Deutsch o al modelo de crisis del desarrollo político,
sino también a las reflexiones y las propuestas de sistematización
referidas a la formación de los estados y de la nación (state formation,
state- and nation-building) como las ha formulado, por ejemplo, Stein
Rokkan.57
Estas concepciones coinciden en sostener que las sociedades
organizadas en Estados sólo pueden ser consideradas naciones cuando
en el curso de su desarrollo han alcanzado determinadas
características: un sistema de valores estandardizado, una creciente
movilidad y un incremento en la participación política de la población
con clara tendencia a la igualación económica. Este proceso,
transcurre, según Stein Rokkan, por cuatro fases: fundación del Estado
y fijación territorial por una élite, incorporación de amplios estratos de
la población al sistema político, aumento de la participación activa,

56
E. FRANCIS, Wissenschaftliche Grundlagen, p. 117. Cf. la definición muy parecida de
David HELD, “The development of the modern state”, en S. HALL and B. GIEBEN (eds.),
Formation of Modernity, London 1992, p. 87, cf. D. HELD, Democracy and the Global
Order, cap. 3. En esta definición se le quitó importancia al aspecto cultural que
solamente sirve para fomentar la loyalidad frente al Estado; indudablemente, el
concepto moderno de Nación subraya el contenido político.
57
Stein ROKKAN, “Dimensions of State Formation and Nation-Building. A Possible
Paradigm for Research on Variations within Europe”, en Ch. TILLY (ed.), The
Formation, pp. 562-600. Cf. también los trabajos más recientes de E. GELLNER,
Naciones y nacionalismo, y de E. HOBSBAWM: Nations and nationalism.
30 Hans-Joachim KÖNIG

redistribución de los bienes nacionales.58 En este proceso las élites


dirigentes son consideradas como actores decisivos. Son ellas, según
esta concepción, las que pueden iniciar la movilización, pero también
las que pueden impedir que la participación política y económica
crezca, bloqueando así la transformación nacional.59 Resulta evidente
que los criterios que definen la existencia de una nación, constituyen
también parámetros adecuados para evaluar el nacionalismo y sus
funciones, en la medida en que sea posible constatar cómo y hasta qué
punto el nacionalismo ha influido en la formación de la nación.
Por consiguiente, esta definición de nación moderna que
parte de un proceso sociopolítico de formación de la nación paulatino
y a largo plazo, de un proceso continuo y inacabado, es apropiada para
analizar los procesos de formación o construcción nacionales. Estos
todavía no son acabados como ya en 1967 lo había formulado el
historiador mexicano Edmundo O’Gorman respecto del caso de
México en el siglo XIX. o el grupo de investigadores que discutieron
el problema de la formación de Estados-Naciones en las sociedades
pluriétnicas andinas o F.-X. Guerra en el libro mencionado De los
Imperios a las Naciones: Iberoamérica60 Es tambien adecuada porque
no presupone la existencia de aspectos culturales para la formación de
la nación. Podemos constatar que la nueva historiografía sobre el
proceso de formación del Estado y de la Nación, sobre nacionalismo y
construcción de identidades en América Latina refleja las nuevas
reflexiones en lo que concierne tanto los enfoques como las preguntas
abiertas.
Es lógico que la mayoría de los estudios correspondientes se
ocupa de la temática en el contexto de la Independencia, es decir la
disolución del los imperios ibéricos y el surgimiento de muchos
Estados, por lo menos en la América española. ¿Qué significa la
Independencia? ¿Qué eran los nuevos paises? ¿Cuales son los actores
sociales y políticos en esa época? ¿En que criterios se basaban los
58
Rokkan entiende estas fases menos cronológicamente que desde el punto de vista del
contenido en cuanto a tareas o retos del grupo dirigente, ibid. pp. 570-572.
59
Véase al respecto, además de Rokkan, los comentarios de Ch. TILLY, “Western State-
Making and Theories of Political Transformation”, en Id. (ed.), The Formation, pp. 601-
638.
60
Edmundo O’GORMAN, La supervivencia política novohispana, México 1967. Jean-
Paul DELER e Yves SAINT-GEOURS (comp.), Estados y Naciones en los Andes. Hacia
una historia comparativa: Bolivia- Colombia–Ecuador–Perú, 2 Vols., Paris 1986.
NACIONALISMO Y NACIÓN 31

nuevos Estados? ¿Cual era el orígen de los nacionalismos? ¿Cómo se


construyen el Estado y la Nación? ¿En qué modelos se inspiraron
aquellos que intentaron esta construcción? Estas son algunas de las
preguntas centrales en relación al proceso histórico de Iberoamérica.

Estados si, Naciones no


La nueva historiografía latinoamericanista está de acuerdo en la
valoracíon que el Estado precedió a la Nación.61 Se sugiere que fueron
los nuevos Estados independientes que construyeron las naciones. Se
llegó así a la conclusión que las naciones modernas, como unidades
políticas con fronteras culturales, no existieron antes de la
consolidación de los Estados, es decir no antes de mediados del siglo
XIX o más tarde.62 Con esto se rectificaron opiniones anteriores que
señalaban como causa de las revoluciones de Independencia, de la
formación de Estados, la previa toma de conciencia “nacional”, una
conciencia, que se basaba en aspectos culturales y étnicos de la
población autóctona. En una interesante síntesís sobre el nacionalismo
criollo—nacionalismo comprendido como conciencia o sentimiento
nacional—el chileno Gonzalo Vial Correa valoró la presencia étnica y
la atención prestada a ella por las élites de los movimientos
independentistas como una característica determinante del
nacionalismo criollo.63 De hecho, hasta en paises, donde no había un
pasado glorioso de los indios, como p.e. en Nueva Granada, los lideres
de los movimientos independentistas, en su argumentación en pro de
la Independencia de España, ponían su atención en la historia, la
existencia de los indios, atención que muchas veces acrecentó hasta el

61
Cf. los ensayos en I. BUISSON et al. (eds.), El problema de la formación del estado y
de la nacion, H.-J. KÖNIG, Auf dem Wege, (En el camino); F.-X. GUERRA, Modernidad
e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid 1992, México
1993. F.-X. GUERRA y M. QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación.
62
Para el caso de Argentina, ver el trabajo de OSZLACK, La formación del Estado
Argentino, Buenos Aires 1995; para el caso de Colombia, ver H.-J. KÖNIG, Auf dem
Wege (En el camino); para México, ver ANNINO et al. (eds.), De los Imperios a las
Naciones.
63
Vial Gonzalo CORREA, “La formación de las nacionalidades hispanoamericanas como
causa de la independencia”, en Boletín de la Academia Chilena de Historia, Año
XXXIII, No.75 (1966), pp. 110-144.
32 Hans-Joachim KÖNIG

enaltecimiento del indio.64 Durante años llamaban a reflexionar sobre


la historia precolonial, la conquista y sus consecuencias para los
indios. Sin embargo, la forma en que los criollos se incluyeron en la
represión sufrida por los indios durante trescientos años y
construyeron una historia comun entre conquistados y descendientes
de los conquistadores, deja ver claramente que los criollos utilizaban
la existencia de los indios únicamente para fines de propaganda y para
legitimizar sus propias pretensiones de dominio—como americanos—
frente a España y para poder declarar la eliminación de la falta de
libertad como objetivo del movimiento. La mención de la historia
india no significaba la adopción de contenidos indios en la proyectada
formación de estados. El indigenismo criollo no se ideaba como un
proyecto político sino que era un instrumento político. Los criollos no
construyeron Estados nacionales basados en criterios étnicos o
culturales como lengua, cultura, religión, historia.65
No podían hacerlo, pues en aquel entonces no existían
“nacionalidades” diferentes, sino una sola—la española—en gran
parte común a todos los actores americanos y españoles, cuando más
dos: la española y la americana, como señala François-Xavier Guerra
con razón.66 Guerra, a pesar de partir del concepto de nación moderna,
no abandona enteramente el viejo concepto de nación culturalmente
determinada al hacer conjeturas sobre ideas correspondientes que
según el existían, por lo menos en los años de 1808 hasta 1810/12. De
hecho, durante la época de la crisis provocada por la invasión

64
Cf. el caso de México, Gloria GRAJALES, Nacionalismo incipiente en los
historiadores coloniales, Estudio historiográfico, México 1961, D. BRADING,.Orígenes
del nacionalismo, el caso de Colombia: H.-J. KÖNIG, Auf dem Wege (En el camino), el
caso de Chile Simón COLLIER, Ideas and Politics of Chilean Independence 1808-1833,
Cambridge 1967.
65
Véanse mis reflexiones acerca de esta instrumentalización Hans-Joachim KÖNIG, “El
indigenismo criollo.¿Proyectos vital y político realizables, o instrumento político?”, en
Historia Mexicana XLVI, 4 (1996), pp. 745-767.
66
F.-X. GUERRA, Modernidad e independencias, esp. cap. IX. Id., “La desintegración
de la Monarquía hispánica: revolución e independencias.”, en A. ANNINO, L. CASTRO
LEIVA y F.-X. GUERRA (eds.), De los Imperios a las Naciones, pp. 195-227. Id.,
“Identidades e independencia: La excepción americana”, en F.-X GUERRA M. QUIJADA
(eds.), Imaginar la Nación, pp. 93-134. Cf. en cuanto a la situación en la Nueva
Granada la opinión parecida de Anthony MCFARLANE, “The Politics of Rebellion in
New Granada, 1780-1810”, en KÖNIG, WIESEBRON (eds.), Nationbuilding, pp. 201-217,
212.
NACIONALISMO Y NACIÓN 33

napoleónica podemos averiguar tambien en América ideas o


comentarios que con el término Nacion subrayaban la unidad de la
Monarquía española. Pero como en el lenguaje de aquella época
estado y nación se usaban frecuentemente como sinónimos, es lógico
que cuando se hablaba de “La Nación”, el término hacía referencia a
España.67 Otros comentarios acentuaban la Americanidad para
diferenciarse de Europa, así que se plantea la pregunta de si en ella
existieron y fueron denominados criterios con los cuales se debería
constituir una nación americana. Sin embargo, el análisis de esta idea
y de su aplicación no solamente en la época de la independencia sino
en años anteriores evidencia que se usaba el concepto de la
americanidad como delimitación frente a España, pero no como
fundamento cultural o étnico para la constitución de una entidad
política. En el fondo, Guerra tampoco estima la americanidad como un
concepto sólido para la constitución de una nación propia. Al
denominarse americanos los criollos proponían sin duda una
determinada clasificación, de la cual resultaba una delimitación frente
a los españoles. No se puede decir sin embargo, que los criollos hayan
ensamblado en ella rasgos particulares de la raza o cualidades
culturales específicas, es decir que formularan una identidad étnica.
Por el contrario, ellos se referían siempre a su origen español,
llamándose a sí mismos españoles americanos. Aun cuando se supone
que el énfasis en el origen español pertenece a la retórica política, para
cimentar en situaciones determinadas la exigencia de un trato igual
por parte del gobierno colonial, la experiencia de la heterogeneidad de
la población en la América española le impidió a los criollos
establecer un criterio étnico para la unidad estatal o nacional.
Por otra parte resulta insuficiente ver el aspecto clasificatorio
del término americanos sólo en el contexto geográfico, aunque los
mismos criollos se referían una y otra vez a la larga distancia entre los
españoles y América y, con ello, a las dificiles comunicaciónes y al
insuficiente aprovisionamiento. No obstante, mucho más decisivo fue

67
Véase en cuanto a la terminología Charles MINGUET, “El concepto de nación, pueblo
estado y patria en las generaciones de la Independencia.” en Recherches sur le monde
Hispanique au dix-neuvième siècle, Lille 1973, pp. 57-71. Cf. Demetrio RAMOS PÉREZ,
“Nación, Supernación y Nación Local en Hispanoamérica en la Epoca Bolivariana”, en
I. BUISSON et al. (eds.), El Problema de la Formación, pp. 173-195. Cf. GUERRA,
Modernidad e independencias; KÖNIG, Auf dem Wege (En el Camino).
34 Hans-Joachim KÖNIG

que la posición geográfica implicaba un status político determinado,


puesto que América fue la parte del imperio español que era
dependiente de España como colonia, y esto tocaba a la Nueva
Granada al igual que a México, a Venezuela o al territorio de Río de
La Plata. De numerosos textos de las postrimerías de la época colonial
puede inferirse que los criollos al designarse a sí mismos americanos
aludían más allá de la simple pertenencia geográfica a la situación de
la dependencia y subordinación coloniales, igualmente presente en las
diversas regiones. Al mismo tiempo rechazaban indirecta o
directamente dicho status. Esta negativa se expresó cada vez más
decisiva, cuanto más confiaban los americanos en las posibilidades de
su continente y cuanto más conscientes eran de sus propios intereses.
La frecuente frase “somos americanos” era la expresión adecuada de
su creciente conciencia del propio valor y manifestaba su adhesión a
América. Ya Alejandro de Humboldt había percibido la gran
importancia de este sentimiento.68 En la época de la independencia
esta expresión se enriquecía cada vez más políticamente y no sólo
expresaba una diferencia ante España, sino que contenía un aspecto
orientador hacia la acción concreta: superar la dependencia colonial.
En esta delimitación hacia afuera, frente a España, el criterio de ser
americano ganó una dimensión y un significado continentales. La
solidaridad continental, la formación de una “comunidad de intereses”
en un “frente externo” éstas fueron las ideas que tenían los criollos en
esa fase del proceso de emancipación. Pero esto no quería decir que
América fue tomada por una unidad político-estatal o cultural como lo
supone la historiografía latinoamericana de integración, en
desconocimiento de la realidad histórica de aquella época.69 No existía
en aquel entonces una determinada unidad política-administrativa de
la América española, en la cual hubiera podido surtir efectos la
conciencia continental expresada hacia afuera ya referida.

68
Alexander VON HUMBOLDT Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España, 4
Vols., México 1941, T. II, p. 118. Cf. KÖNIG, En el camino.
69
Véase, por ejemplo, Felipe HERRERA Nacionalismo Latinoamericano, Santiago de
Chile 1967. Id., “La Tarea Inconclusa. América Latina Integrada”, en Id. (ed.),: América
Latina, Experiencias y Desafíos, Buenos Aires 1974. Este autor acuñó la fórmula de la
reintegración, del “reencuentro”, de la “reidentificación” de Latinoamérica.
NACIONALISMO Y NACIÓN 35

Los orígenes del nacionalismo: el contexto de modernización e


independencia.
Ahora, si no existían nacionalidades cultural- o etnicamente
determinadas como fundamentos de los nuevos estados, ¿en que se
basaban los “movimientos nacionales” y porqué surgían varios estados
soberanos del imperio español? ¿Qué causaba las mutaciones del
concepto de nación antigua al concepto de nación moderna dentro de
la epoca revolucionaria mencionadas por Guerra?70 Con razón Guerra
percibe en aquel entonces en America varias identidades que
primeramente coexistían y más tarde obraban una contra otra: la
identidad de la “nación española”, la identidad americana, identidades
culturales de los reinos e identidades locales.71 Precisamente las
identidades culturales de los reinos que a veces se remontaban a los
primeros tiempos de la época colonial y se basaban en el caso de Chile
en la resistencia heróica de los araucanos contra los españoles, en el
caso de México en la Virgen de Guadalupe, en el caso del Perú en el
reino de las Incas crearon a largo plazo un espacio propio.72 Otros
autores percibieron un patriotismo criollo en la época
preindependentista.73 Algunos autores como p.ej. Brading lo califican
como un vago sentimiento americano que en general no correspondía
a ningún territorio político específico, que fue más bien una corriente
literaria que un movimiento político; y el historiador chileno Ricardo
Krebs le niega al patriotismo criollo en las postrimerías de la época

70
GUERRA, Modernidad, cap. IX. Id., “Identidades e Independencia”, pp. 114ss.
71
GUERRA, “Identidades e Independencia”.
72
En cuanto a la formación de identidades vease COLLIER, Ideas and Politics.
BRADING, Orígenes del nacionalismo mexicano. Id.; The First America. The Spanish
Monarchy. Creole Patriots and the Liberal State, 1492-1867, Cambrdige 1991. Jacques
LAFAYE, Quetzalcóatl and Guadalupe: La formación de la conciencia nacional en
México, 1531-1813, México 1977. Bernard LAVALLÉ, Recherches sur l’apparition de la
conscience créole dans la Vice-Royauté du Pérou. L’antagonisme hispanocréole dans
les ordres religieux (XVIe-XVIIe siècles), 2 Vols., Lille 1982. Id., Las promesas
ambiguas. Ensayos sobre el criollismo colonial en los Andes, Lima 1993. Marie
Danielle DEMELAS, L’invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au XIXe siècle,
Paris 1992.
73
BRADING, Orígenes del nacionalismo mexicano, Xavier TAVERA ALFARA, El
nacionalismo en la prensa mexicana del siglo XVIII, México 1963, COLLIER, Ideas y
Politics; Ricardo KREBS, ”Orígenes de la conciencia nacional chilena”, en I. BUISSON et
al. (eds.), Problemas de la formación, pp. 107-125, KÖNIG, Auf dem Wege (En el
camino).
36 Hans-Joachim KÖNIG

colonial cualquier importancia nacional y político, a pesar de valorarlo


como “fuerza que obliga y orienta al hombre”.74 Otros analizaron un
cierto protonacionalismo.75 Llama la atención que sólo pocos autores
hablan de nacionalismo respecto a la época de la independencia.
¿Porqué esa reserva terminológica?, aun cuando de algunos
estudios como p. ej. de König y Meißner resulta muy claramente que
partes de las élites provenientes de diversas regiones de sus paises ya
no pensaron en dimensiones locales o regiones pequeñas, sino
comenzaron a hablar de límites “nacionales” más amplias y que su
patriotismo representó una fuerza pólítica trascendente en cuanto a la
relación tanto entre los territorios americanos y España como entre
ellos mismos. Esto fue válido en todo caso donde el patriotismo
abarcaba no sólo el aprecio del propio país, sino tambien la
exhortación a tomar parte en el desarrollo de la patria. Las reformas
borbónicas, una política centralista expresada en la práctica del
nombramiento de funcionarios españoles en vez de americanos y la
explotación más intensiva de las riquezas americanas en beneficio de
España, la percepción de las propias posibilidades económicas y de los
recursos naturales de provincias o reinos ocurrida en el curso de las
expediciónes botánicas, la comunicación más y más creciente por
medio de los nuevos periódicos fomentaron la adhesión cada vez más
fuerte con la propia región, es decir el amor a la patria, en beneficio de
los propios intereses de las élites.
Pero el hecho de que los criollos no denominaron el objeto de
su patriotismo con el término nación, sino con términos a veces
imprecisos, como por ejemplo este reino, este país, esta tierra, este
suelo, esta sociabilidad, y sobre todo patria76, no impide a caracterizar
las ideas y el comportamiento de los criollos como nacionalismo, o

74
BRADING, Orígenes del nacionalismo méxicano, Ricardo KREBS, “Nationale
Staatenbildung und Wandlungen des nationalen Bewusstseins in Lateinamerika”, en
Theodor SCHIEDER (ed.), Staatsgründungen und Nationalitätsprinzip, München, Wien
1974, pp. 161-182, p.176, parecidamente Brian HAMNETT, “Las rebelliones y
revoluciones iberoamericanas”, p. 59.
75
Emplea ese término deliberadamente Jochen MEIßNER, Eine Elite im Umbruch. Der
Stadtrat von Mexiko zwischen kolonialer Ordnung und unabhängigem Staat, Stuttgart
1993, esp. cap. IV.
76
L. MONGUIO, “Palabras e ideas: ‘Patria’ y ‘Nación’ en el Virreinato del Perú”, en
Revista Iberoamericana 104-105 (1978), pp. 451-470, cf. KÖNIG, Auf dem Wege (En el
camino).
NACIONALISMO Y NACIÓN 37

nacionalismo genuino. Sobre todo, cuando se consideran las


circunstancias. Pues se trata de la época de las reformas en el imperio
español, de la modernidad en la cual tambien participaron las colonias.
Por otra parte era el tiempo del comienzo de la industrialización y la
modernización y los criollos se veían impedidos de participar en estos
procesos debido a su estatus colonial. Este estatus colonial o el nexo
colonial que en tiempos pasados significaba no sólo el contenido de
dominación sino también un complejo de relaciones conformantes
internas y externas que surgían tanto de los intereses coloniales de la
sociedad metropolitana como de los propios intereses de las
sociedades americanas se rompió porque se diferenciaban los intereses
de la Metrópoli y de los criollos. El nacionalismo criollo y los
movimientos nacionales eran respuesta al desafío de la modernización,
eran reacciónes frente al atraso económico con el deseo de participar
en los cambios sociales y económicos. De allí resultaron
reclamaciones políticas que iniciaron un proceso que en Tierra Firme
conducía a la formación de estados propios, naciones, mientras que en
Cuba se reforzaba el nexus colonial porque un grupo importante de la
elite cubana prefirió seguir con su estatus colonial.77

El tipo propio latinoamericano del proceso de formación del


Estado y Nación
Se fundaron estados en América en una época en la cual el proceso de
formación del Estado nacional estaba en plena marcha en Europa
Occidental y comenzó en Europa Central y Oriental. En su libro
Imagined Communities Benedict Anderson hizo hincapié en que los
movimientos nacionales en América Latina eran paralelos y aún
anteriores a los de Europa.78 Llamar la atención sobre este hecho no es
gratuito en absoluto pues muchos comentaristas europeos siguen
persistiendo en la opinión de que el nacionalismo fue una invención
europea. Además, la lectura de los trabajos respectivos sobre América
Latina da la impresión de que las formaciones de estados nacionales
en Europa precidieran cronológicamente y servieran de modelo. Así,

77
Cf. Josef OPATRNÝ, Antecedentes históricos de la formación de la nación cubana,
Praga 1986.
78
Benedict Anderson, Imagined Communities. Reflections on the Origin and Spread of
Nationalism, revised ed. London 1991, pp. 47-60.
38 Hans-Joachim KÖNIG

el historiador chileno Ricardo Krebs ha señalado que la formación de


los estados nacionales en América Latina, en cuanto a los territorios
del imperio colonial español, no correspondía con ninguna de las
modalidades conocidas en Europa, de modo que sería imposible
explicar el desarrollo latinoamericano con base en analogías o
mediante el método comparativo.79 Para Europa, se pueden distinguir
tres etapas o bien tres tipos de formación de los estados nacionales,
deducidos de las diversas situaciones históricas: la formación de los
estados nacionales en Europa Occidental como una revolución en el
interior del Estado, que transformó un estado ya existente y constituyó
la nación en términos de una comunidad de ciudadanos (Francia); la
formación del Estado nacional en Europa Central, como creación de
un nuevo Estado, como unificación nacional de naciones culturales
políticamente divididas Alemania e Italia); y la formación de los
estados nacionales en Europa del Este a partir de la disolución de
grandes imperios multinacionales en virtud de movimientos
nacionales contra el estado existente (Checoslovaquia).80
Sin embargo, los trabajos sobre la primera fase del proceso de
formación del Estado y de la Nación en América Latina permiten
hablar de un tipo propio, paralelo en el tiempo y hasta anterior a los
procesos europeos y conectado estrechamente con éstos y a veces
expuesto a la influencia de los mismos como “modelos”.81 Yo quisiera
subrayar que en América Latina durante la fase de la formación de
estados sí existía un tipo propio que, debido a las condiciones
específicas de su orígen, precisamente el status colonial y la aspiración
a la libertad política e económica, constituía una forma especial del
Estado nacional con su correspondiente nacionalismo. La situación del
estatus colonial o mejor dicho el deseo de emanciparse de los imperios
coloniales decadentes no requería que la cuestión nacional se
fundamentara en una unidad étnica dada (nacionalidad), sino en la
idea de la libertad política y la autonomía.82 Considerándolo bien, la
79
Ricardo KREBS, “Nationale Staatenbildung”,p. 164s.
80
Cf. Theodor SCHIEDER, “Typologie und Erscheinungsformen des Nationalstaats”, en
H.A. WINKLER (ed). Nationalismus, pp. 119-137.
81
Stein ROKKAN, “Dimensions of State Formation”, pp. 573s. ha llamado la atención
sobre la posición inicial desfavorable para los estados latinoamericanos frente a los
estados europeos, sobre todo frente a Francia e Inglaterra.
82
En varios de sus estudios Theodor Schieder ha subrayado la importancia que tenía la
idea de libertad para la formación de las naciones en América, tanto en los Estados
NACIONALISMO Y NACIÓN 39

discussión sobre si los criollos se basaban en un concepto de nación


cultural/étnica o de nación cívico/territorial es gratuita. Debido a las
circunstancias los movimientos nacionales tenian que construir sus
estados sobre criterios indicando la superación del estatus colonial y
por medio de un imaginario adecuado crear en la población un sentido
de identificación con y loyalidad frente a las nuevas entidades
pensadas o imaginadas. El libro editado por Guerra y Quijada bajo el
título significativo Imaginar la Nación contiene algunos artículos que
describen precisamente esta construcción de naciones. Estos últimos
tratan los procesos de construcción de la nación en los siglos XIX y
XX y los criterios de nación que aplicaban las élites cada vez de nuevo
según las circunstancias actuales. Para Mónica Quijada y Guerra es
evidente que el proceso de la formación del estado en América Latina
comenzó con el concepto de la nación cívica; en mi estudio sobre
Nueva Granada hablé del concepto de la nación de ciudadanos
(Staatsbürgernation).
Podemos constatar que en la literatura historiográfica hay
consenso de que los criollos erigieron el postulado de libertad e
igualdad como característica distintiva de los nuevos Estados frente al
antiguo status colonial, pues de esta manera podían señalar un camino
viable hacia la unidad y la integración de la nación. En dicha
integración también habrían de incluirse las minorías étnicas, esto es
los restos de la población autóctona, sin que por esto se intentara una
adopción de las tradiciones indígenas, como por ejemplo la propiedad
común. La solidaridad con los indios, es decir con aquellos que habían
sufrido el poder colonial español en la primera etapa de conquista,
bajo represión y esclavitud, proclamada en el curso del movimiento
nacional, sirvió sólo para cimentar la justificación del movimiento y
sus objetivos: lograr la libertad y la autonomía.
De manera análoga, la idea de libertad política influyó en la
decisión de los grupos dirigentes, de que los derechos del ciudadano
debían constituir el principal criterio de la afiliación a la nación que
habría de plasmarse dentro de las fronteras de la patria, del país de
nacimiento entendido como unidad. De este modo, los nuevos Estados

Unidos como en América Latina; véase por ejemplo Theodor SCHIEDER, Zum Problem
des Staatenpluralismus in der modernen Welt, Köln 1969. Cf. Ulrich SCHEUNER,
“Nationalstaatenprinzip und Staatenordnung seit dem Beginn des 19. Jahrhunderts”, en
Theodor SCHIEDER (ed.), Staatsgründungen und Nationalitätsprinzip, pp. 9-37.
40 Hans-Joachim KÖNIG

no sólo se delimitaban positivamente frente al antiguo poder colonial;


también podían demostrar que la pertenencia étnica y regional no
implicara una desigualdad, sino que precisamente la igualdad política
representara el rasgo característico de los nuevos Estados.
El nacionalismo orientado hacia naciónes de este tipo se
servía, por lo tanto, como lo han analizado varios autores, de
diferentes metáforas y símbolos en ilustraciones, escritos y sermones,
derivados tanto del status colonial, como del esfuerzo por superarlo
que permitian atraer y movilizar amplias sectores de la población.83
Eran de transcendencia especial la metáfora de la familia, el indio
como símbolo de la esclavitud o bien de la libertad y el título de
ciudadano. La métáfora de la familia que caracterizaba la relación
entre la madre patria y las Colonias como una relación entre padre e
hijo por una lado era especialmente apto para calificar a España de
madrastra por sus cuidados insuficientes para con las colonias; con el
aspecto de la mayoría de edad, por otro lado, los criollos podían
rechazar la presunta inferioridad y la pretensión de que las Colonias
necesitaran protección. Con dicha argumentación se podía justificar la
separación como emancipación, es decir como una paso natural, y al
mismo tiempo, poner de relieve la fortalzea y la posibilidad de
desarrollo de los nuevos estados soberanos. Además, la referencia a
los indios, es decir los dueños legítimos de América, y a la crueldad de
la conquista servían para justificar el movimiento de liberación. Así
como la instrumentalización de lo indio era apropiada para legitimar el

83
Las relaciones entre símbolos histórico-politícos y formación de nación analizó ya
Josefina VÀZQUEZ DE KNAUTH, Nacionalismo y educación en México, México 1970.
Cf. Hans-Joachim KÖNIG, “Símbolos nacionales y retórica política en la Independencia:
el caso de la Nueva Granada”, en I. BUISSON et al. (eds.), Problemas de la formación
del estado, pp. 389-407, Id., “Metáforas y símbolos de legitimidad e identidad nacional
en la Nueva Granada (1810-1830)”, en A. ANNINO et al.( eds.), América Latina Dallo
Stato Coloniale allo Stato Nazionale, Vol.II, pp. 773-788, KÖNIG, Auf dem Wege (En el
camino). Gonzalo HERNÁNDEZ DE ALBA, Los árboles de la libertad. Ecos de Francia
en la Nueva Granada, Bogotá 1989, Georges LOMNÉ, “Revolutión Française et rites
bolivariens: examen d’une transposición de la symbolique républicaine”, en Cahiers des
Amériques Latines 10 (1990), pp. 159-176, Id., “Les villes de Nouvelle-Grenade:
théatres et objets des jeux conflictuels de la mémoire politique (1810-1830”, en
Mémoires en devenir. L’Amérique latine. XVIe—XXe siècles, Bordeaux 1994. D.
RÍPODAS ARDANAZ, “Pasado incaico y pensamiento político rioplatense”, en Jahrbuch
für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 30 (1993), pp.
227-258.
NACIONALISMO Y NACIÓN 41

derecho a libertad así la plantación de Arboles de Libertad servía,


como en Francia,84 para aclarar la concepción y los objetivos de los
nuevos estados y con ello fomentar la identificación de la población
con ellos.
El título de ciudadano desempeñó un papel preponderante en
los esfuerzos de los grupos dirigentes por activar amplias esferas de la
población y atraerlas a los nuevos Estados. A él podían asociarse
valores y cualidades como la igualdad, la participación política, la
libertad y el progreso económico, ausentes en el sistema español, pero
prometidas por el nuevo sistema. Con el título de ciudadano se podía
documentar que la transformación política, pretendida durante tanto
tiempo, realmente se había llevado a cabo; igualmente, se podía acusar
al sistema colonial de no haber llevado a la práctica el postulado de
igualdad. Surtió grandes efectos el hecho de que los habitantes, listos
para defender la independencia de los nuevos Estados como patriotas,
se vieran tratados como ciudadanos por las élites políticas y fueran
considerados ya no como súbditos bajo tutela, sino como miembros
iguales del cuerpo del Estado donde gozaban de derechos y
posibilidades de desarrollo hasta entonces vedados. Con esto se logró
que los movimientos nacionales no quedaran reducidos a un pequeño
círculo de patriotas. El título de ciudadano, usado como símbolo de la
libertad, esto es la característica principal en la que se apoyaba la
nueva unidad nacional, era considerado tan efectivo para identificar a
la población con los nuevos Estados nacionales, que se seguía usando
en las fases posteriores del proceso de formación del Estado y de
Nación.
Por lo tanto, se puede constatar que las élites practicaron un
nacionalismo anticolonial que en primera lugar aspiraba a la
transformación política del status colonial y a la liberación.85 En la
étapa de la fundación de los Estados, era un nacionalismo en contra de
un enemigo externo, es decir, en contra del antiguo poder colonial. En
este sentido representaba una fuerza positiva y progresiva, ya que los
movimientos nacionales habían superado la dependencia colonial con
sus reclamaciones de la emancipación y la participación, y habían

84
Sobre el árbol de la libertad como símbolo de la revolución en Francia véase Jacques
GODECHOT, Les institutions de la France sous la Révolution et l’Empire, Paris 1968,
esp. pp. 268 y 533.
85
Cf. Benedict ANDERSON, Imagined Communities, p. 191.
42 Hans-Joachim KÖNIG

puesto en marcha un desarrollo económico de los propios Estados. Sin


embargo, este paso hacia la emancipación política sólo era el
comienzo de un largo proceso de construcción de la nación.
A la verdad, este juicio requiere que las revoluciones de
independencia sean tenidos por movimientos nacionales que surgían
en el transcurso de un proceso más largo y llegaban a ser virulentos en
un momento de crisis; es decir por movimientos nacionales que tenían
ciertas ideas de un territorio propio y así se convertían en factores
decisivos para la constitución de unos estados nacionales propios.
Acerca de esta valoración no hay conformidad o unanimidad hasta
ahora. Algunos autores como Brading, Hamnett y Chiaramonte
aducen como contra-argumentos aquellos que dicen que por un lado
no existiría un nacionalismo correspondiente y que por el otro, no
habrían nacido entidades estatales con fronteras estables o gobiernos
fuertes, sobre todo en la región del Rio de la Plata, y que, por último,
no habría existido una identidad nacional.86 Además, Brading critica la
tesis de Anderson sobre las comunidades imaginadas, imaginadas
como “delimitadas y soberanas” e interpretadas como “unión de
iguales”, que precisamente en América Latina no habría existido.87 No
se puede rechazar estos argumentos por completo. De hecho, con la
Independencia no nacieron comunidades de iguales y sobre todo en la
región del Río de la Plata el proceso de la formación del Estado, es
decir el arreglo de las controversias entre antiguos entidades

86
BRADING, “Nationalism and State-Building”; Id., “Ideology and Power in Nineteenth
Century Mexico”, en KÖNIG/WIESEBRON (eds.), Nationbuilding in Nineteenth Century
Latin America, pp. 219-232, esp. 222. HAMNETT, “ Las rebeliones y revoluciones
iberoamericanas”, pp. 58ss. Chiaramonte estudia en sus trabajos la situación especial de
la región del Rio de La Plata, donde en la época colonial no había civilizaciones altas
indígenas como nucleo de identidad sino ciudades con derechos soberanos que
fomentaban la territorializacón de la soberanía, José Carlos CHIARAMONTE, “La
cuestión regional en el proceso de gestación del Estado Nacional Argentino. Algunos
problemas de interpretación”, en Marco PALACIOS (comp.), La unidad nacional en
América Latina, pp. 51-85, Id., “El federalismo argentino durante la primera mitad del
siglo XIX”, en Marcello CARMAGNANI (ed.), Federalismos latinoamericanos: México,
Brasil, Argentina, México 1993, pp. 81-132, Id., Ciudades, Provincias, Estados:
Orígenes de la Nación Argentina, 1800-1846, Buenos Aires 1997.
87
Parecidamente argumentan Alfonso MÚNERA, El Fracaso de la Nación. Región, clase
y raza en el Caribe colombiano (1717-1810), Bogotá 1998, p. 21, Ulrich MÜCKE, “La
desunión imaginada. Indios y nación en el Perú decimonónico”, en Jahrbuch für
Geschichte Lateinamerikas 36 (1999), pp. 219-232, esp. 220 s.
NACIONALISMO Y NACIÓN 43

administrativas coloniales tardaba hasta la mitad del siglo XIX.


Tambien es cierto que las exposiciones de Anderson sobre América
Latina a veces no son muy exactos. Sin embargo, estas criticas no
abarcan toda la problemática porque pasan por alto tanto el carácter
procesual de la formación del Estado y de la Nación como las
relaciones entre la sociedad, las instituciones jurídicas y la
imaginación “nacional” que constituyen lo específico del fenómeno
Nación. Un proyecto nacional con su nacionalismo correspondiente no
es algo acabado o perfecto, sino alude tambien al desarrollo futuro y
no determina definitivamente el carácter simbólico o el criterio
constitutivo de la nación. Pues a lo largo del proceso de
modernización surge la necesidad de legitimar, cada vez de nuevo, el
poder. En otras palabras: hay que construir la nación repetidas veces.
El hecho de que los criollos del antiguo imperio hispánico
formaban sus estados como repúblicas, basadas sobre el principio de
igualdad de los ciudadanos ante la ley, no significaba que realmente se
hubieran formado naciónes de ciudadanos.88 El poder político estaba
en manos de las élites criollas, teniendo en cuenta que el ejercicio de
los derechos cívicos tal como el derecho de sufragio activo o pasivo
requería determinados condiciones sociales y económicos. Indios,
negros y mestizos seguían excluidos de una participación política o
socioeconómica. Además, estos nuevos estados entraron a formar
parte del conjunto internacional de estados con grave déficit, dado que
en el proyecto de nación, fundamentado en primer lugar en razones
políticas, no se habían formulado características o criterios que
tuvieran en cuenta la situación social y la estructura étnica
heterogénea. Un grupo económicamente privilegiado, es decir los
criollos, había formulado lo que no quería ser—no dependiente de un
poder colonial—pero muy vagamente lo que quería ser en el futuro.
No quedó aclarado cómo iban a estructurarse las sociedades, cómo se
iba a superar la desigualdad social existente y cómo se iba a respetar la
heterogeneidad étnica. Además, los nuevos estados carecían de una
comprensión mutua a nivel de sus sociedades, es decir del consenso
entre los diferentes partes de la población. Al lado de un ajustado
arreglo institucional, había que crear una serie de usos, hábitos y
88
Ver para un enfoque diferenciado Hilda SABATO (coord.), Ciudadanía política y
formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina, México 1999 y
el artículo de la misma autora en este cuaderno.
44 Hans-Joachim KÖNIG

valores que componían la ciudadanía, en el sentido de ética o moral


cívica, empeño que reconstruyó respecto de México Fernando
Escalante en su libro muy útil Ciudadanos imaginarios.89 Había que
desarrollar o fomentar la integración política y social; en el sentido
político, porque dentro de las fronteras de los estados persistían
intereses locales motivados por la topografía adversa y en el sentido
social porque persistía la estructura jerárquica de la sociedad que
caracterizaba por una distribución desigual e injusta de la riqueza
sobre todo en lo referido a la disponibilidad de las tierras. Después de
la formación de estados, las sociedades latinoamericanas
emprendieron el difícil camino de transformarse en naciones y de
construir naciones por medio de identidades nacionales.

La construcción de naciones
Hay muchos estudios sobre el proceso de construir naciones o de crear
identidades nacionales, es decir de transformar las construcciones
políticas en naciones o las naciones ficticias en naciones reales. Tratan
sobre todo el imaginario nacional o los criterios elegidos para expresar
lo característico de la nación respectiva y analizan la función que se le
atribuye a la Historia para la formación de una identidad nacional o
histórica.90 Es casi lógico que la mayoría de los estudios se dedica a
las ideas de las élites políticas que lograron realizar su proyecto
nacional y construyeron las imágenes de la nación según sus visiónes

89
Fernando ESCALANTE GONZALBO, Ciudadanos Imaginarios. Memorial de los afanes
y desventuras de la virtud y apología del vicio triunfante en la Republica Mexicana,
México 1992.
90
Vease entre otros los artículos en las colecciónes editadas por F.-X. GUERRA y M.
QUIJADA, Imaginar la Nación, por R. BLANCARTE (comp.), Cultura e identidad
nacional, por Michael RIEKENBERG (comp.), Latinoamérica: Enseñanza de la historia,
Cf. J. VÁZQUEZ DE KNAUTH, Nacionalismo y Educación en México, Germán
COLMENARES, Las convenciones contra la cultura, Bogotá 1987, Nikita HARWICH
VALLENILLA, “La génesis de un imaginario colectivo: la enseñanza de la historia de
Venezuela en el siglo XIX”, en Structures et cultures des societés ibero-américaines,
Paris 1990, pp. 203-241, Id., “La Historia Patria”, en A. ANNINO et al. (eds.), De los
Imperios, pp. 427-437. Josef OPATRNY, “El papel de la historia en la formación de la
conciencia de una identidad particular en la comunidad criollo en Cuba” en Ibero-
Americana Pragensia en ‘Identidad Nacional y Cultural en las Antillas
hispanoparlantes’, Supplementum 5, Praga 1991, pp. 51-61, Michael RIEKENBERG,
Nationbildung. Sozialer Wandel und Geschichtsbewußtsein am Rio de la Plata (1810-
1916), Frankfurt a. M. 1995.
NACIONALISMO Y NACIÓN 45

o sus necesidades, es decir sin la participación del pueblo. Ante la


necesidad de que las poblaciónes dispersas y heterogéneas, mal unidas
por lealtades locales o provinciales, se sientan pertenecer a las
respectivas comunidades políticas, las élites no sólo se sirvieron de los
símbolos cívicos clásicos, como el himno y la bandera, sino también
de símbolos étnicos, como p.ej. del indianismo romántico en Brasil91 o
en México en las primeras décadas del siglo XX.92 Muchos de estos
estudios salen del supuesto, o lo confirman, de que la creación de un
estado nacional es un proceso realizado de la élite hacia el pueblo o
del centro hacia la periferia.93 Y muchas veces lo es así.94 En cambio,
hasta ahora hay solo pocos trabajos que quieren diferenciar este
proceso, partiendo del supuesto de que en el proceso de construcción
de nación tambien participaron activamente comunidades locales o las
masas con el deseo de formar la nación según sus propias identidades
e intereses. Hay que mencionar sobre todo los trabajos de Annick
Lempérière, Antonio Annino y de Peter F. Guardino acerca de
México,95 de Florencia Mallon sobre el “peasant nationalism” en
México y Perú, de David Nugent sobre la situación en el norte de
Perú96 y de Aline Helg sobre los intentos de negros y mulatos cubanos

91
Cf. José MURILLO DE CARVALHO, “Brasil. Naciones marginadas” en A, ANNINO et
al., De los Imperios a las Naciones, pp. 401-423.
92
Véase M QUIJADA,.“La nación reformulada”.
93
Un ejemplo de este enfoque centrado en la élite liberal modernizadora es el libro de
David BUSHNELL and Neill MACAULY, The Emergence of Latin America in the
Nineteenth Century, Second edition, New York 1994, a pesar de que discuten la
temática del nacionalismo sólo de paso.
94
Cf. el estudio de Richard GRAHAM, “Mecanismos de integración en el Brasil del siglo
XIX” en A. ANNINO et al., De los Imperios a las Naciones, pp. 525-544.
95
Annick LEMPÉRIÈRE, ”¿Nación moderna o república barroca? México, 1823-1857” en
F.-X. GUERRA y M. QUIJADA (eds.), Imaginar la nación, pp. 135-177. Antonio
ANNINO, “Otras naciones: Sincretismo político en el Mexico decimonónico” en
GUERRA y QUIJADA (eds.), Imaginar la Nación, pp 215-255. Peter F. GUARDINO,
Peasants, Politics, and the Formation of Mexico’s National State, 1800-1857, Stanford
Press 1996. Cf. el artículo de Raymond BUVE, “Political Patronage and Politics at the
Village Level in Central Mexico: Continuity and Change in Patterns from the Colonial
Period to the End of the French Intervention (1867)” en Bulletin of Latin American
Research, vol. 11, 1992, pp. 1-28. Cf. tambien varios de los artículos en H.-J. KÖNIG y
M. WIESEBRON (eds.), Nationbuilding in Nineteenth Century Latin America.
96
Florencia E. MALLON, Peasant and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and
Peru, Berkeley 1995, cf. Id., “The Promise and Dilemma of Subaltern Studies:
Perspectives from Latin American History” en American Historical Review 99, 5, 1994,
46 Hans-Joachim KÖNIG

de redefinir la nación cubana en los inicios de este siglo.97 Estos


autores demuestran que el proceso de imaginar la nación es múltiple y,
además, que la formación de naciones modernas es tambien el
resultado de intensos conflictos en los cuales los grupos subordinados
participaron con sus propios discursos.98
Precisamente estos trabajos subrayan la necesidad y la
posibilidad de la doble perspectiva, desde arriba y desde abajo, para
no reducir la formación del Estado y de la Nación sólo a las acciones y
reacciones de las élites. Aqui existe una laguna de investigaciones que
hay que llenar, tal vez empezando con el análisis de proyectos
nacionales alternativos o competitivos, como lo hizo Josef Opatrný en
su trabajo sobre la formación de la nación cubana, o vencidos a lo
largo del proceso de formación del estado nacional.99 En total, hace
falta considerar las actitudes y conductas de toda la población que es
el objeto de la retórica propagandista, porque el análisis de la
formación de la nación necesita tambien la perspectiva desde abajo, es
decir analizar como las masas populares percibieron la nación. Aun
cuando es mucho mas dificil encontrar material correspondiente no es
imposible, como lo ha demostrado Malcolm Deas en su artículo sobre
el caso de Colombia.100

A manera de conclusión
El Nacionalismo y la Formación del Estado y de la Nación en
América Latina siguen siendo temas de investigación relevantes que
no han perdido nada de su palpitante interés y actualidad. No existen

pp. 1491-1515. David NUGENT, Modernity at the Edge of Empire: State, Individual, and
Nation in the Northern Peruvian Andes, 1885-1935, Stanford 1997.
97
Aline HELG, Our Rightful Share. The Afro-Cuban Struggle for Equality, 1886-1912,
Chapel Hill 1995.
98
Cf. Mark BERGER, “Specters of Colonialism: Building Postcolonial States and
Making Modern Nations in the Americas” en Latin American Research Review 35, 1,
2000, pp. 151-171.
99
J. OPATRNY, Antecedentes históricos de la formación de la nación cubana. Cf. p.ej. el
articulo de Hans-Joachim KÖNIG, “Artesanos y soldados contra el proyecto
modernizador liberal en Nueva Granada: El movimiento revolucionario del 17 de abril
de 1854”, en prensa.
100
Malcolm DEAS, “La presencia de la política nacional en la vida provinciana,
pueblerina y rural de Colombia en el primer siglo de la República” en M. PALACIOS
(comp.), La unidad nacional en América Latina, pp. 149-173.
NACIONALISMO Y NACIÓN 47

enfoques estáticos, todo al contrario, hoy como ayer hay muchas


preguntas sin resolver. A ésto se suma la nueva situación en el proceso
de la globalización, con los cambios que se han dado o se están
produciendo ahora respecto a la multiculturalidad o la heterogeneidad.
Otra vez surge la pregunta ¿como administrar la diversidad? Con la
ayuda de las organizaciones internacionales de derechos humanos o de
minorías, los sectores cultural y etnicamente diferenciados han
conquistado un papel como actores en el debate sobre las políticas
públicas. Procesos macrosociales de las últimas décadas han facilitado
la revitalización de los pueblos indígenas y de las culturas locales y
regionales. Todos estos reúnen condiciones para imponer nuevas
identidades que incrementan la diversidad. ¿Qué significa ésto para el
desarrollo futuro de los estados nacionales en América Latina?
¿Será considerada la heterogeneidad cultural un factor
importante para la construcción de la identidad nacional? ¿Qué
significa el hecho de que en sociedades modernas existan identidades
múltiples, para el imaginario nacional? ¿Será posible de abandonar el
modelo de la nación unitaria y homogénea, hasta ahora vigente, para
adoptar una nación pluricultural y aceptar la diversidad cultural?
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX: NUEVAS
PERSPECTIVAS PARA EL ESTUDIO DEL PODER
POLÍTICO EN AMÉRICA LATINA
HILDA SABATO*

En las últimas dos décadas el tema de la ciudadanía ha ocupado un


lugar central en los debates políticos y académicos. En América
Latina, su irrupción en los años 80 estuvo estrechamente vinculada a
procesos políticos de transición a la democracia y de afirmación de
sus valores e instituciones. Ya en los 90, las dificultades por las que
atravesaron esos procesos llevaron a una reflexión crítica acerca de
las relaciones entre democracia y ciudadanía, que aún continúa. Los
historiadores no han sido ajenos a ese clima de indagación, y han
comenzado a explorar de manera renovada la conflictiva historia de
las relaciones entre sociedad civil y sistema político, en particular en
los procesos de formación de los estados-nación latinoamericanos a
lo largo del siglo XIX.
Hasta hace no muchos años, buena parte de historiografía
interpretaba al siglo XIX en términos de la transición de las
sociedades de Antiguo Régimen a los estados-nación modernos. La
caída del absolutismo y del mercantilismo habrían dado lugar al
ascenso del capitalismo, la adopción de los principios del liberalismo
y el desarrollo gradual de la democracia. Con frecuencia la historia se
escribió como el relato de los avances realizados en el camino lineal y
progresivo que habría llevado de unas formas a otras, y de los
*
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (PEHESA–Instituto
Ravignani) y CONICET.
Hilda SABATO 50

obstáculos encontrados en esa senda. La experiencia de las distintas


regiones de América Latina no fue una excepción a esta tendencia, y
sus transformaciones políticas y económicas fueron en general
contrastados con ese curso ideal.
En las últimas décadas, sin embargo, esta tendencia ha sido
criticada desde diferentes campos de la disciplina. Tanto el concepto
de la evolución lineal como la noción de un camino universal hoy son
fuertemente cuestionados. Al mismo tiempo, un interés creciente por
la acción humana y la contingencia como dimensiones significativas
de la interpretación histórica han llamado la atención sobre el papel
de lo único y lo específico en todo proceso social, aspectos que ya no
se descartan en función de las fuerzas más estructurales y
presumiblemente determinantes. En este contexto, el siglo XIX ha
adquirido una nueva densidad. Períodos que se consideraban solo
como meras etapas en el camino hacia el progreso, ahora se estudian
por derecho propio, regiones marginales a los procesos centrales han
ganado visibilidad y cada día, nuevas preguntas surgen para poner en
duda las imágenes heredadas sobre ese largo siglo inaugurado por las
revoluciones americana y francesa y clausurado por la Primera
Guerra Mundial.
Este cambio de perspectiva ha sido especialmente productivo
en el campo de la historia política. En los últimos veinte años, la
investigación histórica ha alterado de manera sustantiva nuestra
visión del pasado de América Latina. Trabajos recientes responden de
manera renovada a preguntas muy viejas referidas a la construcción
de las nuevas comunidades políticas (las naciones) y la producción y
reproducción del poder político luego de la ruptura del orden colonial
español y portugués. En ese marco es que la problemática de la
ciudadanía ha pasado a ocupar un lugar central en las indagaciones y
se ha convertido en una lente—que no la única—a través de la cual
los historiadores exploran el territorio de la política decimonónica.
Hasta hace pocos años, esta cuestión no solamente era una
preocupación secundaria sino que ella se resolvía de manera algo
lineal. En efecto, el proceso ideal de conformación de la ciudadanía
política en las sociedades modernas se concebía en general como el
de la gradual ampliación de los derechos políticos, y en particular del
derecho a voto, a sectores cada vez más amplios de la población. La
universalización efectiva del sufragio se tomaba como el punto de
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 51

llegada de ese proceso y del tránsito hacia la democracia.


Históricamente, a principios del siglo XX se habría terminado de
recorrer el camino que, a través de sucesivas ampliaciones, habría
llevado del sufragio restringido propio del siglo anterior al voto
universal masculino. Los casos que no se ajustaban a ese recorrido
esperado eran considerados como anómalos e imperfectos en cuanto a
su proceso de democratización. Se trataba entonces de analizar las
causas de esa desviación y de descubrir los momentos del
reencauzamiento.1
La historiografía más reciente opera con una concepción más
amplia de ciudadanía política, se aparta del modelo gradual e indaga
en distintas dimensiones de esa compleja institución.2 El tema del
sufragio sigue ocupando un lugar central, pero ha sido profundamente
reformulado. Al mismo tiempo, otras cuestiones previamente
descuidadas o simplemente no identificadas, están recibiendo una
atención creciente. Este ensayo se propone explorar estos nuevos
enfoques, las preguntas y preocupaciones vigentes, las estrategias de
investigación que se están ensayando y las respuestas que hoy se
discuten.

El campo problemático
La ruptura del orden colonial en Iberoamérica trajo consigo la
fragmentación del antiguo reino y su disgregación en múltiples
espacios, ellos mismos atravesados por guerras y revoluciones. Se
inició entonces la conflictiva historia de la conformación de nuevas
comunidades políticas, la redefinición de soberanías, la constitución
de poderes y regímenes políticos nuevos. Se trató de procesos
sociales complejos que a lo largo del siglo XIX fueron desembocando
en la constitución de los estados-nación modernos. Ese resultado no

1
Practicamente en todos los países de la región se encuentran interpretaciones de la
historia política escritas según ese modelo, que por cierto también se usó profusamente
en los casos de los países de Europa Occidental. La formulación más elaborada y clara
de este modelo se encuentra en el clásico trabajo de Thomas H. MARSHALL de 1949,
Class, Citizenship, and social development. Westport, Conn. 1973.
2
Ver Antonio ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX.
De la formación del espacio político nacional, Buenos Aires 1995. Hilda SABATO
(coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de
América Latina, México 1999.
Hilda SABATO 52

estaba, sin embargo, prefigurado de antemano ni siguió un camino


único; cada región y aún cada localidad tuvo su historia peculiar y
distintiva.
Sin embargo, más allá de esas diferencias, en toda
Iberoamérica el ejercicio del poder político se asentó sobre los
principios de la soberanía popular y la representación moderna, y la
creación de una ciudadanía formó parte de los proyectos
hegemónicos en la mayor parte de la región. La ciudadanía política
moderna supone, según Pierre Rosanvallon,
“una ruptura completa con las visiones tradicionales del cuerpo
político”, pues “la igualdad política marca la entrada definitiva en el
mundo de los individuos.”3

La ciudadanía lleva implícita, además, una dimensión comunitaria, en


la medida en que define a una comunidad abstracta de individuos
iguales que forman el cuerpo político de la nación. Esta concepción
alcanzó a ocupar un lugar privilegiado en las normas y en los
proyectos de las elites que durante el siglo XIX lograron hegemonizar
el poder en buena parte de la región.4 Pero allí existían, al mismo
tiempo, relaciones y jerarquías sociales complejas, funcionaban
comunidades concretas—cuerpos y organizaciones de origen colonial
pero también asociaciones de nuevo tipo—, circulaban diferentes
ideas de lo social y lo político que estaban lejos de ajustarse a los
principios liberales. El interrogante acerca del contenido y la vigencia
de los distintos proyectos así como sobre los procesos históricos
concretos de constitución (o no) de ciudadanías políticas define así un
campo problemático que abre un amplio abanico de preguntas a la
investigación.
El problema de la articulación entre ideas y prácticas,
normas y procesos, subtiende a buena parte de los trabajos más

3
Pierre ROSANVALLON, Le sacré du citoyen, Paris 1992, p.14.
4
Esta concepción se entronca con las ideas del liberalismo que, en distintas variantes,
arraigó entre sectores importantes de las élites iberoamericanas. Motivos provenientes
de otras familias ideológicas compitieron, se superpusieron y combinaron con los que
venían del tronco liberal, por lo que la noción de ciudadanía tuvo diferentes
tonalidades, según épocas, lugares y protagonistas. Cf. Tulio HALPERIN DONGHI,
Reforma y disolución de los imperios ibéricos, 1750-1850, Madrid 1985, Frank
SAFFORD, “Politics, Ideology and Society” en Leslie BETHELL (comp.), Spanish
America after Independence c. 1820-c.1870, Londres 1987.
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 53

recientes. Algunos de ellos se plantean la cuestión de la ciudadanía de


manera global. Las más de las veces, sin embargo, la producción
historiográfica explora aspectos parciales que se derivan del
interrogante más general. En los últimos años, dos problemas han
recibido la atención privilegiada de los estudiosos. Por un lado, se ha
producido una importante cantidad de trabajos en torno a cuestiones
relacionadas con el sufragio, las elecciones y las formas de la
representación. Estos son aspectos cruciales a la hora de estudiar la
ciudadanía política, dado que el derecho a voto define la igualdad
política en las sociedades modernas. Por el otro, se ha explorado el
desarrollo de la sociedad civil, y se han estudiado las formas de
sociabilidad, la constitución de esferas públicas y el papel de la
opinión pública. Estos temas se vinculan con los procesos de
individuación, autonomización, y publicidad, centrales en la historia
de la modernización política. Las páginas que siguen atienden sobre
todo a la discusión sobre estos aspectos parciales, y a la relación entre
ellos y las interpretaciones más generales sobre la ciudadanía.

El sufragio: ideas y normas


El tema del sufragio siempre tuvo un lugar en las historias políticas
de los países de América Latina. En los últimos años, sin embargo, se
ha cuestionado tanto el modelo que presuponía un curso ideal de
expansión gradual del derecho a voto y de su efectivo ejercicio a lo
largo del siglo XIX como los trabajos históricos que analizaban los
casos concretos a partir de ese modelo. En ellos, la historia del
derecho de sufragio en lugares y momentos particulares se asimilaba
por fuerza al modelo lineal o se la trataba como desviación. Al mismo
tiempo, las prácticas electorales del pasado se juzgaban con
frecuencia como fraudulentas, resultado de la violación de las normas
por parte de elites políticas corruptas. Ambas formulaciones resultan
difíciles de sostener a la luz de las interpretaciones recientes.5

5
Ver entre otros Eduardo POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy. The
History of Elections in Europe and Latin America, Houndmills and London 1996;
Marie-Danielle DEMÉLAS-BOHY y François-Xavier GUERRA, “The Hispanic
Revolutions: The Adoption of Modern Forms of Representation in Spain and America,
1808-1810” en E. POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy; François-Xavier
GUERRA, Modernidad e independencias, Madrid 1992; Id., “Las metamorfosis de la
representación en el siglo XIX” en Georges COUFFIGNAL (comp.), Democracias
Hilda SABATO 54

Ellas destacan la importancia de la instauración de formas


modernas de representación en el siglo XIX. Por entonces, en las
sociedades de Iberoamérica, la elección de representantes se convirtió
en un aspecto central de los nuevos sistemas de gobierno fundados
sobre el principio de la soberanía popular. En teoría, los electos
debían representar, a la vez que producir, la voluntad de la nación
como comunidad única y abstracta compuesta por individuos. En la
práctica, hubo una superposición de viejas y nuevas categorías que
coexistieron y compitieron tanto en los proyectos y en la normativa
como en la acción.
Por su parte, el derecho a elegir y ser elegido constituyó el
núcleo de unos derechos políticos cuya titularidad estaba reservada a
los ciudadanos. La definición normativa de los alcances y los límites
de esa ciudadanía fue variable y ésta nunca coincidió con la totalidad
de la población. Sin embargo, tampoco se produjo un proceso gradual
de ampliación desde una ciudadanía restringida por requisitos de
propiedad o calificación a una de carácter universal, según lo
prescribe el modelo de Marshall.6 Por el contrario, en buena parte de
Iberoamérica se partió de una concepción relativamente amplia de
ciudadano, introducida después de la Independencia. Las leyes
electorales que se dictaron en las primeras décadas revolucionarias
establecían muy pocas restricciones al derecho a voto y éstas en
general no se basaban en requisitos de capacidad o propiedad. Edad
(la edad habilitante estaba entre los 17 y los 25 años, según las
regiones), sexo (se excluía a las mujeres), y residencia (el votante
debía pertenecer a la comunidad) eran las variables consideradas en
casi todas las regiones. La dependencia personal (esclavos,
domésticos, sirvientes) era condición excluyente en muchos lugares,
aunque no en todos. Con frecuencia, el concepto de vecino se
superponía al de ciudadano, combinando viejos y nuevos criterios en
la definición del sujeto de la representación. Algo similar ocurría en
los casos de exclusión de los solteros que vivían en la casa del padre,
considerado el jefe de la familia.

posibles. El desafío latinoamericano, Buenos Aires 1993; Id., “El soberano y su reino.
Reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina”, en H. SABATO
(coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones.
6
MARSHALL, Class, citizenship, and social development.
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 55

Estas definiciones tempranas fueron pronto modificadas. En


algunas regiones, las dificultades políticas para organizar las nuevas
naciones fueron parcialmente atribuidas a la liberalidad del voto, de
manera tal que en las décadas de 1820 y 1830 hubo propuestas,
inspiradas por el pensamiento doctrinario francés, para restringir su
alcance imponiendo requisitos de propiedad, capacidad o ingreso al
sufragio. Estas propuestas no siempre se plasmaron en legislación
efectiva, y desde entonces, cada región tuvo una historia electoral
particular, que no puede reducirse a esquema alguno. Hubo lugares,
como Chile, donde las limitaciones censatarias o capacitarias se
mantuvieron por varias décadas.7 Otros, como la Argentina,8 en los
que nunca se introdujeron, y muchos en los que restricciones y
ampliaciones se sucedieron en diferentes secuencias.
Al mismo tiempo, el establecimiento de requisitos no
siempre implicaba reducción del electorado. En Perú, por ejemplo,
los fijados por la ley de 1861 (tener propiedad o ser casado o tener
profesión) en realidad no implicaron una contracción, que en cambio
se produjo después de 1896, cuando se exigió la condición de
alfabetos a los votantes.9 Algo similar ocurrió en Brasil, donde la
7
Para Chile ver J. Samuel VALENZUELA, Democratización vía reforma: la expansión
del sufragio en Chile, Buenos Aires 1985; Id., “Building Aspects of Democracy Before
Democracy: Electoral Practices in Nineteenth-Century Chile” en E. POSADA CARBÓ
(ed.), Elections Before Democracy.
8
Para Argentina ver José Carlos CHIARAMONTE (con la colaboración de Marcela
TERNAVASIO y Fabián HERRERO), “Vieja y nueva representación: los procesos
electorales en Buenos Aires, 1810-1820” en A. ANNINO (coord.): Historia de las
elecciones en Iberoamérica; Id., “Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis
del estado argentino, (c.1810-1852)” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y
formación de las naciones, Hilda SABATO y Elías PALTI, “¿Quién votaba en Buenos
Aires? Práctica y teoría del sufragio, 1850-1880” en Desarrollo Económico, No.119,
oct.-dic. 1990; Hilda SABATO, “Citizenship, Political Participation and the Formation
of the Public Sphere in Buenos Aires, 1850s-1880s.”en Past and Present, 136, 1992;
Id., La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880.
Buenos Aires 1998; Marcela TERNAVASIO, “Nuevo régimen representativo y expansión
de la frontera política. Las elecciones en el estado de Buenos Aires: 1820-1840” en A.
ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica; Id., “Hacia un régimen
de unanimidad. Política y elecciones en Buenos Aires, 1828-1850” en H. SABATO
(coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones.
9
Para Perú ver Jorge BASADRE, Elecciones y centralismo en el Perú, Lima 1980; Sarah
C. CHAMBERS , From Subjects to Citizens. Honor, Gender, and Politics in Arequipa,
Peru, 1780-1854, University Park (Pennsylvania) 1999; Gabriella CHIARAMONTI,
“Riforma Elettorale e Centralismo Notabilare a Trujillo (Peru) tra Otto e Novecento”
Hilda SABATO 56

introducción de la misma limitación por ley de 1881 redujo


drásticamente la cantidad de votantes, mientras los requisitos
capacitarios de disposiciones anteriores habían tenido un impacto
muy menor en ese sentido.10 Finalmente, en varios países la amplitud
del derecho a voto en la base estuvo acompañada por un sistema
indirecto que, como en México11 y Brasil, establecía requisitos
capacitarios y censatarios en sus niveles superiores. De esta manera,
se formaba un sistema de base relativamente amplia pero muy
jerarquizado en sus escalones intermedios.
Como se ve, los estudios sobre legislación electoral muestran
un panorama complejo, muy distante del modelo de ampliación
gradual. La definición normativa del sujeto de la representación fue
una preocupación recurrente de las elites que se sucedieron en el
poder en las distintas regiones de Iberoamérica. Los frecuentes
cambios en la legislación sugieren que no hubo soluciones fáciles a
esa cuestión. Aún donde se produjeron pocas variaciones en las leyes,
como en el caso de la Argentina o del Brasil, el tema estuvo presente

en Quaderni Storici, nuova serie, 69, 1988; Id., “Andes o Nación: la reforma electoral
de 1896 en Perú” en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica;
Sinesio LÓPEZ JIMÉNEZ, Ciudadanos reales e imaginarios. Concepciones, desarrollo y
mapas de la ciudadanía en el Perú, Lima 1997; Carmen MCEVOY, La utopía
republicana. Ideales y realidades en la formación de la cultura política peruana
(1871-1919), Lima 1997; Vincent PELOSO, “Liberals, Electoral Reform, and the
Popular Vote in Mid-nineteenth century Peru” en Vincent PELOSO and Barbara
TENENBAUM (eds.), Liberals, Politics, and Power: State Formation in
Nineteenth.Century Latin America, Athens 1996.
10
Para Brasil ver. José MURILO DE CARVALHO, Desenvolvimiento de la ciudadanía en
Brasil, México 1995; Id., “Dimensiones de la ciudadanía en el Brasil del siglo XIX” en
H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Richard
GRAHAM, Patronage and Politics in Nineteenth-Century Brazil. Stanford 1990;
Herbert S. KLEIN, “Participación política en Brasil en el siglo XIX: los votantes de San
Pablo en 1880” en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica.
11
Para México ver Antonio ANNINO y Raffaele ROMANELLI, “Premesa”, Quaderni
Storici, nuova serie, 69. 1988; Antonio ANNINO, “Cádiz y la revolución territorial de
los pueblos mexicanos, 1812-1821”, en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones
en Iberoamérica, siglo XIX; Id., “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana en
México. Los orígenes de un dilema”, en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y
formación de las naciones; Marcelo CARMAGNANI y Alicia HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, “La
ciudadanía orgánica mexicana, 18501910” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política
y formación de las naciones; Fernando ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios. México
1992; Alicia HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana del buen gobierno.
Mexico 1993.
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 57

en el debate público. Legislación y debates reflejan las diferentes


concepciones que fueron imponiéndose en los distintos momentos y
lugares, y que respondían a variados marcos ideológicos, experiencias
sociales y negociaciones políticas. Son estos los temas que aborda la
historiografía actual, ofreciendo resultados novedosos y
provocativos.12

Elecciones y prácticas electorales


En todo el espacio iberoamericano y a lo largo de todo el siglo XIX
se realizaban elecciones regulares y frecuentes para designar
representantes en los niveles local, regional y nacional, que podían
ser directas o indirectas, y estas últimas de primero, segundo o aún de
tercer grado. Por cierto que esa no era la única vía de acceso al poder,
aunque así lo prescribiera la mayor parte de las constituciones y
leyes. El camino de las armas estuvo vigente durante buena parte del
siglo en varios de los nuevos países, y con frecuencia, la compulsa
electoral convivió con la confrontación militar. Una y otra ampliaban
hacia abajo el espacio de la lucha política.
Todos los años se movilizaban hombres y recursos en la
preparación, organización y realización de los procesos electorales.
Su papel era diferente al que tienen hoy en día y distinto también al
que le fijaban los parámetros normativos liberales. Por ello, la
literatura sobre el tema durante largo tiempo los interpretó como
viciados, fruto de prácticas consideradas corruptas. Esta perspectiva
está hoy profundamente cuestionada. Ya en 1988, Antonio Annino y

12
Cf. Natalio BOTANA, El orden conservador, Buenos Aires 1977; Gerardo CAETANO,
“Ciudadanía política e integración social en el Uruguay (1900-1933)” en H. SABATO
(coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Malcolm DEAS, “The Role
of the Church, the Army and the Police in Colombian Elections, c. 1850-1930”, en E.
POSADA CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy; Marie-Danielle DEMÉLAS-BOHY,
“Modalidades y significación de elecciones generales en los pueblos andinos, 1813-
14”, en A. ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX;
Marta IRUROZQUI, “Ebrios, vagos y analfabetos. El sufragio restringido en Bolivia,
1826-1952”, Revista de Indias. LVI, 208, 1996; Juan MAIGUASHCA, “The Electoral
Reform of 1861 in Ecuador and the Rise of a New Political Order”, en E. POSADA
CARBÓ (ed.), Elections Before Democracy; Carlos MALAMUD (comp.), Partidos
políticos y elecciones en América Latina y la Península Ibérica, 1830-1930, Madrid
1995; Orlando TOVAR, “Las instituciones electorales en Venezuela”, en AA.VV.,
Sistemas electorales y representación política en Latinoamérica. Madrid 1986.
Hilda SABATO 58

Raffaele Romanelli, en la introducción a una serie de trabajos


destinados a revisar la historia electoral en países de Europa e
Iberoamérica, reaccionaban contra la tendencia a “considerar al
liberalismo como el antecedente de una predestinada evolución
democrática”. Subrayaban, en cambio, la especificidad de las
experiencias liberales caracterizadas por “el esfuerzo realizado por la
sociedad no igualitaria de notables por traducir un orden orgánico y
jerárquico en instituciones como las constituciones y las leyes
electorales, cuya racionalidad es fundamentalmente individualístico-
cuantitativa”.13 En ese marco, las prácticas electorales no habrían sido
formas de ignorar o distorsionar las normas, sino más bien una
manera de procesarlas en cada situación específica.
De acuerdo con esta propuesta, estudiar las prácticas
electorales implica sumergirse en la situación de cada momento y
lugar para analizar sus diferentes facetas, explorar sus
particularidades, e interpretar su papel en el sistema de representación
de que se trate. Esta es precisamente la tarea que han encarado
estudios recientes que abordan casos particulares.14 Cómo se
organizaba la vida electoral, quiénes participaban de ella y en qué
calidad, cuáles eran las reglas formales e informales del juego
electoral, cómo se armaba la escena comicial, qué resultados se

13
ANNINO y ROMANELLI, “Premesa”, p. 683.
14
Ver Paula ALONSO, “Voting in Buenos Aires, Argentina, before 1912” en E. POSADA
CARBÓ (ed.), Elections before Democracy; A. ANNINO, “Cádiz y la revolución
territorial”; Id., “Ciudadanía versus gobernabilidad republicana”; Marco BELLINGERI,
“Dal voto alle baionette: esperienze elettorali nello Yucatan costituzionale ed
indipendente” en Quaderni Storici, nuova serie, 69, 1988; Id., “Las ambigüedades del
voto en Yucatán. Representación y gobierno en una formación interétnica, 1812-1829”
en A. ANNINO (coord.): Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. Marta
BONAUDO, “De representantes y representados. Santa Fe finisecular (1883-1893)” en
H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; Id.,“Society and
Politics. From Social Mobilization to Civic Participation (Santa Fe, 1890-1909)” en
James BRENNAN and Ofelia PIANETTO (eds.): Region in Nation. The Provinces and
Argentina in the Twentieth Century. Washington 1999. N. BOTANA, El orden
conservador. G. CAETANO, “Ciudadanía política”; M. CARMAGNANI y A.
HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, “La ciudadanía orgánica mexicana”; Ema CIBOTTI, “Sufragio,
prensa y opinión pública: las elecciones municipales de 1883 en Buenos Aires” en A.
ANNINO (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX; Sarah C.
CHAMBERS, From Subjects to Citizens; G. CHIARAMONTI, “Riforma Elettorale”; Id.,
“Andes o Nación”; J. M. de CARVALHO, Desenvolvimiento; Id., “Dimensiones de la
ciudadanía en el Brasil del siglo XIX”.
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 59

obtenían: tales son algunas de la preguntas que se formulan los


nuevos trabajos.15 De ellos se desprende un panorama de gran
diversidad regional, lo que no impide, sin embargo, marcar algunos
rasgos compartidos.
1. En la mayoría de los casos, una proporción muy baja de la
población –menos del 5%—participaba de los comicios,
porcentaje muy semejante a la que se encuentra entonces en
varios países de Europa. En general no se observa una pauta
regular de aumento de esa participación a lo largo del siglo. Hay,
eso si, variaciones –incluso bruscas – en las cifras, que dependían
en parte de los alcances y límites a la ciudadanía impuestos por
15
Malcolm DEAS, “Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colombia”,
Revista de Occidente, 127, 1993; Id., “The Role of the Church”; M.-D.DEMÉLAS-
BOHY, “Modalidades y significación de elecciones generales”; M.-D.DEMÉLAS-BOHY,
y F:-X. GUERRA, “The Hispanic Revolutions”; F. ESCALANTE, Ciudadanos
imaginarios; Pilar GONZÁLEZ BERNALDO, Civilité et politique aux origines de la
nation Argentine. Les sociabilités a Buenos Aires, 1829-1862, Paris 1999; Id., “Los
clubes electorales durante la secesión del Estado de Buenos Aires (1852-1861): la
articulación de dos lógicas de representación política en el seno de la esfera pública
porteña” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones;
R.GRAHAM, Patronage and Politics; Virginia GUEDEA, “Las primeras elecciones
populares en la ciudad de México, 1812-1813”, en Estudios Mexicanos, 7, 1, 1991; F.-
X. GUERRA, Modernidad; Tulio HALPERIN DONGHI, Proyecto y construcción de una
nación. (Argentina 1846-1880), Caracas, 1980; A. HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición
republicana; Marta IRUROZQUI, “Ebrios, vagos y analfabetos”; Id., “¡Que vienen los
mazorqueros! Usos y abusos discursivos de la corrupción y la violencia en las
elecciones bolivianas, 1884-1925” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y
formación de las naciones; H.S. KLEIN, “Participación política en Brasil”; Alberto
LETTIERI, La República de la Opinión. Política y opinión pública en Buenos Aires
entre 1852 y 1862, Buenos Aires 1998; J. MAIGUASHCA, “The Electoral Reform of
1861 in Ecuador”; Carmen MCEVOY, “Estampillas y votos: el rol del correo político en
la campaña electoral decimonónica” en Histórica, XVIII, 1, 1994; Id., La utopía
republicana; Id., “La experiencia republicana: política peruana, 1871-1878” en H.
SABATO (coord.), Ciudadanía política y formación de las naciones; V. PELOSO,
“Liberals, Electoral Reform, and the Popular Vote”; Víctor PERALTA RUIZ,
“Elecciones, constitucionalismo y revolución en el Cusco, 1809-1815”, Revista de
Indias, LVI, 206, 1996; Eduardo POSADA CARBÓ, “Elections and Civil Wars in
Nineteenth-century Colombia: The 1875 Presidential Campaign” en Journal of Latin
American Studies, 26, 1994; Id. (ed.), Elections Before Democracy; H.SABATO y E.
PALTI, “¿Quién votaba en Buenos Aires”; H. SABATO, “Citizenship”, Id., La política
en las calles; M. TERNAVASIO, “Nuevo régimen representativo”; Id., “Hacia un
régimen de unanimidad”; J.S. VALENZUELA, Democratización vía reforma; Id.,
“Building Aspects of Democracy”; Charles F. WALKER,., Smoldering Ashes. Cuzco
and the Creation of Republican Peru, 1780-1840, Durham and London 1999.
Hilda SABATO 60

las distintas leyes, pero no solamente de ellos. Con frecuencia


una proporción no desdeñable de los habilitados para votar no
ejercía sus derechos y no participaba del comicio. En la
Argentina, por ejemplo, rara vez los votantes efectivos superaron
el 20% de los potenciales. En Brasil, en cambio, estos llegaban
en general al 50%, lo que hacia 1870 implicaba que alrededor de
un millón de personas (el 10% de la población total) asistía a los
comicios primarios. La abstención plantea la pregunta del porqué
quiénes tenían el derecho a voto con frecuencia no lo ejercían y
hasta qué punto la población consideraba el votar una forma de
intervención deseable y significativa. Incluso sugiere que la
imagen de un pueblo ávido por ejercer sus derechos electorales
puede resultar anacrónica en muchas regiones de Iberoamérica,
donde los dirigentes políticos se quejaban con frecuencia de “la
indiferencia” y “la falta de espíritu cívico” de los supuestos
ciudadanos.
2. Si no todos los habilitados para votar lo hacían, surge la pregunta
de quiénes eran los que efectivamente participaban de los
comicios. A pesar de la variedad de situaciones, la mayor parte
de los estudios recientes destacan la diversidad social de los
votantes. Los miembros de las dirigencias políticas provenían
con frecuencia de los sectores propietarios y letrados, pero el
resto de los electores se reclutaba en una amplia gama del
espectro social, que podía ir desde los artesanos urbanos y
sectores profesionales hasta los campesinos y peones rurales. En
varios casos, se destaca la presencia mayoritaria de gentes
provenientes de los sectores populares. Indígenas y esclavos
libertos tuvieron, por su parte, un lugar importante en distintas
regiones, aunque por cierto no en todas. Las mujeres, excluidas
del derecho a voto, jugaban muchas veces papeles informales en
la vida electoral.
3. La participación estaba cuidadosamente organizada. La
asistencia a los comicios no era, en general, un acto espontáneo
de ciudadanos individuales. Los grupos que aspiraban a llegar al
poder montaban verdaderas máquinas políticas destinadas a
reclutar votantes, organizarlos como fuerzas electorales, y
controlar la escena del comicio para poder ganar. Una clave para
el éxito radicaba en la capacidad de las dirigencias de crear y
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 61

movilizar clientelas. Ellas constituían la base de las fuerzas que


participaban de las jornadas electorales.
Cuando no había competencia entre candidatos, se trataba
simplemente de asegurar la producción de sufragios para cumplir
con la rutina electoral. Cuando se enfrentaban distintas fuerzas,
en cambio, los días de comicios podían ser tumultuosos y hasta
violentos. Muchas veces se trataba de sumar votos propios pero
también de impedir la emisión de los ajenos. No se descartaba la
manipulación o falsificación de actas y padrones, así como la
fabricación de sufragios. Entonces los perdedores hablaban de
“fraude” e impugnaban los resultados electorales. Pero al mismo
tiempo, en general todos participaban del juego y aceptaban sus
reglas, de manera tal que éste se consideraba, en buena medida,
legítimo.
4. La organización electoral articuló a dirigencias y bases
clientelares. Se plantea, por lo tanto, la naturaleza y las
características de esa relación. En algunos casos, ella estaba
cimentada por vínculos de dependencia social; en otros, se
trataba de lazos creados en función de la vida política. Pero en
todos ellos, las prácticas electorales contribuyeron a la
articulación de redes que incorporaron a distintos sectores de la
población al juego electoral, así como a la creación de liderazgos
y tradiciones específicamente políticas sustentadas en relaciones
de paternalismo y deferencia. Estas redes políticas se nutrían
también de relaciones gestadas en el seno de la vida militar en
ejércitos y milicias. Y con frecuencia se apoyaron en el aparato
gubernamental, tanto porque la administración era fuente de
empleo para las clientelas, como porque sus funcionarios
(policía, jueces, etc.) cumplían un papel importante en la
dinámica electoral. Al mismo tiempo, ellas constituyeron una
pieza fundamental de las agrupaciones que comenzaron a
conocerse como “partidos políticos”.
5. Ceremonias, rituales y fiestas eran un ingrediente habitual de las
jornadas electorales. En algunos casos ellos establecían un
vínculo de continuidad con tradiciones coloniales y
precoloniales. En otros, por el contrario, marcaban la novedad de
la representación moderna. En todos ellos, sin embargo, la
celebración y los ritos colectivos contribuían a consolidar los
Hilda SABATO 62

lazos personales entre los participantes, a dar significación


comunitaria a hechos protagonizados por unos pocos, a legitimar
–por fin—un sistema de representación nuevo. En ese contexto,
la Iglesia católica cumplió en algunas regiones un papel
importante en las elecciones. Con frecuencia, su injerencia no se
limitó al plano ritual y simbólico sino que operó también en el
nivel estricamente político.
De esta apretada síntesis queda claro que las prácticas electorales
se entienden ahora como engranajes importantes de la vida
política decimonónica, cuya lógica no puede reducirse a la de la
manipulación tout-court. Más controvertida es la relación entre
ellas y el proceso de constitución (o no) de una ciudadanía
política. Sin duda, en la mayor parte de los casos conocidos, los
votantes estaban lejos de responder a la imagen del ciudadano
individual, libre y autónomo presupuesto en la buena parte de la
legislación y postulado por las versiones más difundidas del
credo liberal. Las formas que adoptó la organización electoral
reforzaba el carácter colectivo del sufragio y la dependencia de
quienes lo emitían. Por otro lado, el montaje de máquinas
electorales sirvió muchas veces no solo para controlar los
comicios sino para hacerlos posibles, es decir, para reclutar
activamente votantes potenciales, atraídos por las ventajas
materiales y simbólicas de pertenecer a una clientela. Y las redes
políticas que así fueron surgiendo permitieron la inclusión de
gentes provenientes de distintos sectores sociales en la vida
política. Por lo tanto, es difícil sostener tanto la hipótesis
pesimista de que las prácticas electorales obstruyeron el proceso
de conformación de una ciudadanía, como la opuesta, de que
habrían contribuido decisivamente a él.

Sociedad civil y espacio público


Mientras que la historia electoral siempre se vinculó a la cuestión de
la ciudadanía, sólo en los últimos años se ha relacionado a esta última
con el proceso de desarrollo de la sociedad civil. En América Latina,
durante mucho tiempo descuidó ese proceso, en la medida en que se
aceptaba la tesis de la debilidad histórica de nuestras sociedades
civiles frente a estados considerados fuertes. Hoy, junto con el interés
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 63

contemporáneo en esa temática, ha surgido una historiografía que


presta creciente atención a esa faceta de nuestra historia.
El concepto mismo de sociedad civil es problemático, pues
puede inscribirse en distintas vertientes teóricas. Más allá de esas
diferencias, que se detectan en los trabajos de los historiadores,
interesa aquí centrarse en las novedades que ofrecen esos trabajos
para la interpretación de la vida política decimonónica. En este caso,
si bien no se cuenta con una variedad de estudios equivalentes a los
revisados para el tema electoral, también hay que destacar la
heterogeneidad de situaciones e interpretaciones. Es posible señalar,
sin embargo, un conjunto de temas e interrogantes compartidos.
Existe, en primer lugar, una preocupación por el surgimiento
y expansión de las instituciones de la sociedad civil y por lo que
algunos autores denominan las formas modernas de la sociabilidad.
La aparición y difusión de asociaciones modernas – que suponen la
reunión entre individuos iguales entre sí, libres y que por su propia
voluntad se unen para perseguir un objetivo compartido – y de una
prensa periódica vigorosa se consideran aspectos clave de la
modernización. Para algunos autores, como François-Xavier Guerra,
las nuevas formas de sociabilidad que surgieron en la Iberoamérica de
principios del siglo XIX, introdujeron un cambio cultural
fundamental en la sociedad tradicional que llevó a su transformación.
Según Guerra:
“poco a poco, a medida que se difunden este tipo de
sociabilidades y el imaginario que las acompaña, la sociedad entera
empieza a ser pensada con los mismos conceptos que la nueva sociabilidad:
como una vasta asociación de individuos unidos voluntariamente cuyo
conjunto constituye la nación o el pueblo.”16

No se trata, para el autor, de un proceso lineal de cambio de las


formas de Antiguo Régimen a la modernidad, sino de una historia de
superposiciones, ambiguedades y conflictos entre viejas y nuevas
concepciones y prácticas.
Otras interpretaciones, en cambio, ponen el énfasis en las
transformaciones sociales más generales resultantes del desarrollo del
capitalismo, que desembocaron en la consolidación del estado y de la
sociedad civil. El surgimiento de nuevas formas de asociación y

16
F.-X. GUERRA, Modernidad, p. 91.
Hilda SABATO 64

prensa se entienden como el resultado de esos cambios, a los que, a


su vez, habrían contribuido de maneras diversas.17 En ese marco,
algunos autores destacan el papel de esas instituciones en el plano de
la modernización política, en la medida en que se habrían constituído
como ámbitos de prácticas y valores igualitarios, espacios de
intercambio comunicativo en que la autoridad del argumento y la
razón predominaba sobre las que pudieran emanar que cualquier
jerarquía externa o previa.18
Como se ve, no existe una diferencia tajante entre ambas
perspectivas, pues las dos caracterizan de manera similar a las
instituciones sociedad civil, aunque la primera enfatice el rol
fundamental de las nuevas formas de sociabilidad en la
modernización social y la segunda entienda a ésta como el resultado
de procesos estructurales más generales. Los trabajos que abordan
estos temas, por su parte, no siempre pueden encuadrarse
estrictamente en una u otra de estas interpretaciones.

Más allá de esta diferenciación quizá algo forzada, todos los autores
se internan en la historia concreta de las nuevas instituciones pero
también de la persistencia de antiguas formas de sociabilidad, de la
superposición entre unas y otras y de los cambios que ocurren en ese
plano en momentos y lugares determinados. Se destaca, en ese
sentido, que no se trata de procesos lineales de expansión de lo nuevo
en detrimento de lo viejo, sino de una historia de vaivenes en el
tiempo y de desfasajes en el espacio que hacen muy difícil cualquier
generalización. Lo que sigue es, por lo tanto, tan solo indicativo de
algunas tendencias presentes en la historiografía.19
17
H. SABATO, “Citizenship”; Id., La política en las calles.
18
Ver, por ejemplo, Carlos FORMENT, “La sociedad civil en el Perú del siglo XIX:
¿democrática o disciplinaria?” en H. SABATO (coord.), Ciudadanía política y
formación de las naciones.
19
Ver Maurice AGULHON, Bernardino BRAVO LIRA et al., Formas de sociabilidad en
Chile, 1840-1940, Santiago de Chile 1992; Samuel BAILY, “Las sociedades de ayuda
mutua y el desarrollo de una comunidad italiana en Buenos Aires, 1858-1916” en
Desarrollo Económico, XXI, 84, 1982; M. BONAUDO, “Society and Politics”; Ema
CIBOTTI, “Periodismo político y política periodística. La construcción pública de una
opinión italiana en Buenos Aires finisecular” en Entrepasados, IV, 7, 1994; Id.,
“Sufragio, prensa y opinión pública”; S.C. CHAMBERS, From Subjects to Citizens; José
MURILO DE CARVALHO, Os bestializados. O Rio de Janeiro e a República que nao foi,
Sao Paulo 1987; Id., A formaçao das almas. O imaginário da república no Brasil. Sao
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 65

Para explorar el surgimiento y la expansión de formas de


sociabilidad consideradas modernas, en el sentido que se mencionó
más arriba, algunos autores se remontan al siglo XVIII cuando esas
formas comenzaron a difundirse en las metrópolis europeas.
Tertulias, salones, círculos de lectura, que reconocen una historia
anterior, son sindicados como los lugares de conformación de nuevas
prácticas de conversación, lectura y relación dialógica entre los
participantes y de gestación de lenguajes también nuevos. A fines del

Paulo 1990; Alicia DEL AGUILA, Callejones y mansiones: espacios de opinión pública
y redes sociales en la Lima del 900. Lima 1997; Fernando DEVOTO, “Las sociedades
italianas de ayuda mutua en Buenos Aires y Santa Fe: Ideas y problemas” en Studi
Emigrazione, XXI, 84, 1984; Fernando DEVOTO y Alejandro FERNÁNDEZ,
“Asociacionismo, liderazgo y participación de dos grupos étnicos en áreas urbanas de
la Argentina finisecular. Un enfoque comparado” en Fernando DEVOTO y Gianfausto
ROSOLI (eds.), L’Italia nella societa argentina. Roma 1988; Tim DUNCAN, “La prensa
política: ‘Sud-américa’, 1884-1892” en Gustavo FERRARI y Ezequiel GALLO (comps.),
La Argentina del ochenta al centenario. Buenos Aires, Sudamericana 1980; F.
ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios; C. FORMENT, “La sociedad civil en el Perú del
siglo XIX”; Cristián GAZMURI, El "48" chileno. Igualitarios, reformistas, radicales,
masones y bomberos. Santiago de Chile 1992; P. GONZÁLEZ BERNALDO, Civilité et
politique; F.-X. GUERRA, Modernidad; Francois Xavier GUERRA, Annick LEMPÉRIERE
et al., Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambiguedades y problemas. Siglos
XVIII-XIX. México 1998; Francisco GUTIÉRREZ, Curso y discurso del movimiento
plebeyo, 1849/1854, Bogotá 1995; T. HALPERIN DONGHI, Proyecto y construcción de
una nación; Alberto LETTIERI, “Formación y disciplinamiento de la opinión pública en
Buenos Aires, 1862-1868” en Entrepasados, No. 6, 1994; Id., La República de la
Opinión; Claudio LOMNITZ, “Ritual, Rumor and Corruption in the Constitution of
Polity in Modern Mexico” en Journal of Latin American Anthropology, 1,1, 1995;
Francine MASIELLO, (comp.), La mujer y el espacio público. El periodismo femenino
en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires 1994; C. MCEVOY, La utopía
republicana; Id., “La experiencia republicana”; Jorge MYERS, Orden y virtud. El
discurso republicano en el régimen rosista, Bernal 1995; Id., Languages of Politics: A
Study of Republican Discourse in Argentina from 1820 to 1852, Tesis de doctorado
inédita, Universidad de Stanford 1997; Marco PAMPLONA, Riots, Republicanism and
Citizenship. New York City and Rio de Janeiro City During the Consolidation of
theRepublican Order, New York and London 1996. Luis-Alberto ROMERO, ¿Qué
hacer con los pobres? Elite y sectores populares en Santiago de Chile, 1840-1895,
Buenos Aires 1997; Hilda SABATO y Ema CIBOTTI, “Hacer política en Buenos Aires.
Los italianos en la escena política porteña, 1860-1880” en Boletín del Instituto de
Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, 3a. serie, 2, 1er. Semestre
1990; H. SABATO, “Citizenship”; Id., La política en las calles; Id., “La vida pública en
Buenos Aires” en Marta BONAUDO (directora), Nueva historia argentina. Liberalismo,
estado y orden burgués (1852-1880). Buenos Aires 1999; Ch.F. WALKER, Smoldering
Ashes.
Hilda SABATO 66

siglo XVIII y comienzos del XIX estas novedades resultaban visibles


en algunos lugares de Iberoamérica, donde las ideas de la Ilustración
circulaban cada vez más profusamente, sumando adeptos, y la
sociabilidad se complejizaba. Se trató, de todas maneras, de
experiencias relativamente limitadas, que coexistían con otras que se
desenvolvían en ámbitos más tradicionales, como los que ofrecían
hermandades, cofradías y gremios de artesanos, entre otros. Al mismo
tiempo, el desarrollo de la imprenta y de los primeros periódicos
contribuyó a definir un espacio de publicidad que tuvo diferentes
alcances. En algunas regiones, como por ejemplo en la del Rio de la
Plata, esas experiencias tuvieron mayor densidad hacia los años 20 y
30, pero luego sufrieron varias décadas de estancamiento.
Muchas de estas iniciativas fueron fomentadas desde el
poder político. Para las elites ilustradas que, durante la primera mitad
del siglo XIX, alcanzaron el poder en algunos períodos y lugares, la
construcción de una ciudadanía constituía, como se ha visto, un
proceso central de la conformación de las nuevas comunidades
políticas. En la visión que estos grupos, la mayor parte de la
población iberoamericana no estaba preparada para ejercer el papel
que les estaba asignado en el nuevo sistema representativo. Más que
restringir su participación política, sin embargo, se propusieron
educar a los habitantes, formarlos en los principios de la Ilustración,
inculcarles sus valores y prácticas. Para ello, promovieron la creación
de instituciones educativas y culturales y el desarollo de asociaciones
voluntarias consideradas entonces como semilleros de virtudes
cívicas. Por otra parte, la opinión pública aparecía, cada vez más,
como uno de los pilares de la legitimidad política. Aunque existían
distintas concepciones acerca de qué era y dónde se gestaba esa
opinión, la prensa fue siempre considerada su expresión más visible.
Por lo tanto, desde temprano los gobiernos publicaron sus propios
diarios. No siempre, claro está, aprobaron aquéllos que quedaban
lejos de su control, y la libertad de prensa fue con mucho mas
frecuencia enunciada que respetada, mientras la censura gozó de
buena salud durante largos períodos.
En la segunda mitad del siglo XIX se observa la expansión
sostenida de asociaciones y prensa en buena parte de la región. Un
entramado cada vez más denso de instituciones—asociaciones
profesionales y étnicas, sociedades de ayuda mutua, círculos
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 67

científicos y literarios, clubes sociales y culturales y periódicos del


más diverso tipo—se hizo visible en ciudades como Lima, Buenos
Aires, México, Santiago, Rio de Janeiro, Bogotá y otras. Este
desarrollo se ha entendido como un síntoma de la existencia de una
sociedad civil relativamente autónoma, diferenciada del Estado, y que
generaba instancias de representación y expresión propias. Cómo
eran estas asociaciones; a quiénes atraían y a quiénes excluían; cómo
se organizaban; cuáles eran las relaciones entre formas más modernas
y más tradicionales de sociabilidad, la competencia y la superposición
entre ellas, son temas en discusión.
Prensa y asociaciones gozaban de creciente prestigio no
solamente entre las elites modernizantes sino también entre sectores
más amplios de la sociedad, sobre todo urbana. Esa valoración no era
ajena a varias de las perspectivas ideológicas que por entonces
circulaban con cierto éxito en la región, desde el liberalismo
republicano al socialismo utópico y el catolicismo social, explorados
también por la historiografía reciente. Con frecuencia, estas
instituciones no solamente actuaban en el campo limitado de la
representación, defensa o protección de los intereses y opiniones de
sus bases, sino que constituían tramas conectivas que atravesaban a la
sociedad o partes de ellas. Contribuyeron así a definir un público (o
públicos) que comenzó a forjar nuevas formas de actuación
colectiva—diferentes de las propias de la sociedad colonial y
poscolonial—y a constituirse como referente ineludible para el poder
político.
De esa manera, se fue generando la base para la formación
de lo que algunos historiadores han llamado una “esfera pública”,
adoptando el concepto acuñado por Jürgen Habermas.20 En efecto,
asociaciones y prensa pueden interpretarse desde el punto de vista de
la constitución de una esfera pública política, como ámbitos decisivos
en el proceso de definición de un espacio de mediación con el Estado
y como medios para actuar en ese espacio. La introducción del
concepto de “esfera pública” (en distintas variantes) abre una serie de
interrogantes a los que la historiografía ha respondido hasta ahora de
manera muy parcial. Así, en cada situación particular se plantea, en

20
Jürgen HABERMAS, Strukturwandel der Öffentlichkeit, Darmstadt y Neuwied 1962;
Id., Historia y crítica de la opinión pública, México 1986.
Hilda SABATO 68

primer lugar, la pertinencia misma de la utilización de esa categoría.


Sorteada esta primera cuestión, surgen enseguida preguntas más
específicas tales como: quiénes convocaban, lideraban y participaban
de la acción pública así como el de quiénes quedaban excluidos; cuál
era el alcance de las iniciativas en términos de la constitución de un
público más amplio que el de sus promotores; si existían uno o varios
públicos; cuál era el lugar de la(s) esfera(s) pública(s) en la
construcción de la comunidad política y en la conformación de una
ciudadanía; en qué medida desde el Estado y el poder político se
atendía a las señales provenientes de este espacio, entre otras. Este
último punto enlaza la cuestión de la esfera pública con la de la
opinión pública, un tema que ha sido recientemente abordado desde
distintos ángulos.
Estos puntos resumen demasiado escuetamente los
principales tópicos que han llamado la atención de los historiadores
de la sociedad civil Iberoamericana. Queda claro, de todas maneras,
que la interrogación sobre esa dimensión ha permitido nombrar y dar
entidad historiográfica a una serie de fenómenos concretos referidos a
los complejos procesos de formación de nuevas comunidades
políticas luego de la ruptura del orden colonial, muchos de los cuales
se hallaban hasta hace poco limitados por una mirada que privilegiaba
la esfera del estado y el poder político por sobre la de la sociedad
civil.

Una agenda
La problemática de la ciudadanía política reconoce otras facetas
además de estas dos que la literatura reciente ha privilegiado en sus
análisis. Hay una serie de dimensiones parciales importantes que sin
embargo han merecido escasa atención por parte de los historiadores.
Entre ellas, el papel de las milicias y del ciudadano armado; la
relación entre tributación y ciudadanía, y las formas de la justicia, en
particular el servicio de jury, han sido destacadas en varios trabajos.21
21
Ver, entre otros, J.M. de CARVALHO, Desenvolvimiento de la ciudadanía en Brasil;
Id., “Dimensiones de la ciudadanía en el Brasil del siglo XIX”; F. ESCALANTE,
Ciudadanos imaginarios; F. GUTIÉRREZ, Curso y discurso del movimiento plebeyo; A.
HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana del buen gobierno; M IRUROZQUI,
“Las paradojas de la tributación”; A. LETTIERI, La República de la Opinión; V.
PERALTA RUIZ, “El mito del ciudadano armado; Mónica QUIJADA, “La
LA CIUDADANÍA EN EL SIGLO XIX 69

El abordaje de todas estas facetas, las más y las menos estudiadas, ha


implicado no solamente una innovación en el plano de las preguntas
formuladas y los temas investigados, sino también el cruce de
diferentes niveles de análisis. La dimensión simbólica ha resultado
fundamental para entender prácticas sociales y políticas, las que a su
vez iluminan el mundo de las representaciones. Por lo tanto, historia
política, social, cultural e intelectual se engarzan de manera original
en diferentes interpretaciones de la problemática de la ciudadanía.
Este entrecruzamiento también está presente en los trabajos
que abordan esa cuestión de manera global, no solo refiriéndose a
varios de los aspectos parciales hasta aquí mencionados sino también
proponiendo una interpretación más general de todo el proceso, en
una nación determinada. Hasta el momento, esos ensayos no son
muchos. Un ejemplo interesante de ese tipo de enfoque lo ofrecen dos
libros que aunque se refieren al mismo caso, el de Mexico, difieren en
su perspectiva de análisis y en su evaluación de esa historia de
manera radical. Asi, Fernando Escalante Gonzalbo en su sugestivo
Ciudadanos imaginarios se sumerge en el México del siglo XIX para
contrastar ideales y acciones, normas y prácticas; señalar el fracaso de
los valores del liberalismo en una sociedad que tenía una “moral”
incompatible con aquéllos, y concluir que “no había ciudadanos”.22
Alicia Hernández-Chávez, en cambio, en La tradición republicana
del buen gobierno, ofrece una versión optimista del proceso de
construcción de una ciudadanía en ese país desde la independencia
hasta la Revolución, a partir de la matriz liberal.23 Estos ensayos
resultan provocativos en tanto proponen una interpretación fuerte de
la historia. Al mismo tiempo, abren una serie de cuestiones a la
discusión, cuestiones que se resisten a ser subsumidas en una
narrativa global tan contundente.
Hasta aqui, este recorrido parcial y demasiado sintético de la
reciente producción que puede ordenarse en torno de la problemática
de la ciudadanía política en los procesos de formación de los estados-
nación iberoamericanos. Se habrá visto que esta perspectiva ha

ciudadanización del ‘indio bárbaro’. Políticas oficiales y oficiosas hacia la población


indígena de la pampa y la Patagonia, 1870-1920” en Revista de Indias, LIX, 217, 1999;
Ch.F. WALKER, Smoldering Ashes.
22
F. ESCALANTE, Ciudadanos imaginarios.
23
A. HERNÁNDEZ-CHÁVEZ, La tradición republicana del buen gobierno.
Hilda SABATO 70

abierto, y sigue abriendo, nuevos caminos a la reflexión y en análisis.


El resultado es, hasta el momento, un conjunto de imágenes parciales,
fragmentarias, a veces divergentes, que sin embargo ha complejizado
notablemente la historia de la construcción del poder político en el
siglo XIX. Quedan, sin embargo, una cantidad de preguntas
pendientes que constituyen una agenda para la investigación. Entre
ellas, seguramente algunas no podrán responderse en los marcos
definidos por la problemática de la ciudadanía política, que ofrece
una lente atractiva pero limitada para indagar en aquellos procesos.
Al mismo tiempo, sin embargo, esa problemática resulta ya
insoslayable a la hora de interrogarse sobre la historia del poder en
América Latina.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA
RECIENTE ACERCA DE LA VIOLENCIA Y DEL
ESTADO EN AMÉRICA LATINA
MICHAEL RIEKENBERG*

Consideraciones preliminares
En el año 1985, Evans, Rueschemeyer y Skocpol publicaron el hoy en
día famoso libro “Bringing the State Back in”. En él no trataron la
estructura jurídica ni la ideología del Estado, sino que abarcaron las
estrategias de poder y las dimensiones sociales del Estado desde una
perspectiva weberiana. Frente a las clásicas teorías sobre el Estado, el
libro de Evans y otros empezó a reconsiderar los procesos de
formación y el papel del Estado. Esto tuvo también repercusión para
Latinoamérica. El Estado en Latinoamérica fue hasta finales de los
años 70 casi exclusivamente objeto de una positivista historia del
derecho y de las instituciones. Esto considera al Estado como un
conjunto sólido de instituciones y reglas, es decir como objeto
concreto y claramente delimitado. Como resultado, una gran parte de
los trabajos que había sobre el tema en el fondo se ocupaban sólo de lo
que podemos llamar la superficie del Estado. Trataban el derecho
público, las constituciones o la organización de la administración.
Alguna literatura, y no me gusta tener que decir esto, recordaba al
lector a una guía sobre las vías administrativas y no a un tratado sobre

*
Universidad de Leipzig.
72 Michael RIEKENBERG

y el tema conforme al nivel de las ciencias sociales a principios de los


anos ochenta.1
En cuanto a los entrelazamientos entre el “Estado” y la
“violencia”, la clásica doctrina sobre el Estado partía de una estricta
separación entre poder legítimo y violencia ilegítima, entre la
violencia en su función como organizador del Estado y la violencia
destructiva. Comparándola con estas doctrinas, la violencia en
Latinoamérica se trata de un fenómeno camaleónico. El Estado tiene
en ello una participación decisiva (aunque esto no quiere decir que el
tema de la violencia se agota en el Estado). Por un lado, en
Latinoamérica el Estado pudo ejercer a partir de 1800 sólo de manera
restrictiva o sea temporalmente, un monopolio de legítima violencia
física que según Max Weber es el atributo del Estado por excelencia.
De esta manera el Estado no fue capaz de controlar las amplias
difusiones de diversas formas de violencia colectiva extra-estatal. Por
el otro lado, el propio Estado fue el creador de una violencia de
“anomía”2 e ilegal. El Estado toleró o alentó a grupos cuya finalidad
era el mantenimiento del orden al margen de la ley y emplear la
violencia por su propia cuenta. De esta forma el estado contribuyó a
crear una violencia crónica o endémica como se la llama en la
literatura.3 Su característica es, que a los ojos de los hombres aparece
como algo ilimitado y que actúa por su propia dinámica
independientemente de la acción humana o de los motivos de los
actores. En parte, como en el caso de Colombia, esta violencia
“endémica” se ha dirigido contra el Estado y amenaza con destruirlo.
Es un poco sorprendente que las investigaciones han ignorado durante
mucho tiempo estos procesos. Todavía en 1981 se leía en el Journal of
Interdisciplinary History, la violencia en Latinoamérica “cries for
research”.
Si contemplamos la literatura actual sobre el concepto de
violencia, llama la atención que parte de los conceptos teóricos y de

1
Es de mencionar el trabajo de Horst Pietschmann sobre el Estado en América Latina.
Véase p.ej. Horst PIETSCHMANN, Die staatliche Organisation des kolonialen
Iberoamerika, Stuttgart 1980.
2
Véase sobre el estado y el concepto de la “anomía” Peter WALDMANN, “Einleitung”,
en Ibero-Amerikansches Archiv 3. 4 (1997), pp. 317s.
3
P. ALVARENGA, Cultura y ética de la violencia: El Salvador 1880-1932, San José
1996, p. 142.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 73

los corrientes de investigación que marcaron las discusiones sobre la


violencia durante los años setenta, hoy día solo jueguen un rol casi
insignificante.4 Esto es lo que ocurre por ejemplo con el sicoanálisis o
con la investigación sobre las agresiones. En su lugar, hay otros
aspectos de la violencia que están en primer plano y que están
marcando el actual discurso científico sobre el tema. Esto está
relacionado con el hecho de que el propio concepto de violencia se ha
transformado. En partes de la sociología, prevalece en la actualidad un
concepto corporal de la violencia. La violencia es definida como un
acto de poder que mediante “daño corporal intencionado” (Heinrich
Popitz) se realiza a los otros. Este enfoque en el cuerpo que
encontramos actualmente en la terminología sociológica sobre la
violencia, tiene distintas causas. En parte, diferentes enfoques teóricos
han de responder de este creciente interés por el cuerpo. Michel
Foucault o Norbert Elias son de mencionar cuando se trata sobre la
cuestión de la represión de la violencia corporal en las relaciones
humanas en el curso de la formación del Estado “moderno”. Elias
analizó el rol de los actos violentos abiertos en el trato de los hombres,
los procesos del disciplinamiento social y el impacto que tenia la
formación del Estado sobre la renuncia al uso de la fuerza física en la
vida diaria. A mitad de los años ochenta, yo mismo he intentado
debatir con el ejemplo de Guatemala la teoría de Elias y su utilidad
para una sociología de la violencia en Latinoamérica.5 En parte, el
cambio cultural puede ser responsable del nuevo interés por el cuerpo.
En los ambientes urbanos occidentales el cuerpo ya no es la base de la
fuerza de trabajo según decía Karl Marx, o el símbolo de la revolución
sexual como fue el caso en el movimiento estudiantil tras 1968. Más
bien, sociólogos “posmodernos” piensan que el cuerpo, vaciado de
otros atributos significativos, amenaza más bien con convertirse en el
último punto de mira de la identidad “posmoderna” y “hedonista”. De
todos modos encontramos en la sociología actual un concepto sobre la

4
Me refiero aqui a H. TYRELL, “Physische Gewalt, gewaltsamer Konflikt und der
Staat”, en Berliner Journal für Soziologie 2 (1999), pp. 269-28, pp. 269s.
5
Creo que fue el primer intento de aplicar la teoría de Elias en un pais no europeo.
Véase Michael RIEKENBERG, Zum Wandel von Herrschaft und Mentalität in
Guatemala, Köln, Wien 1990. Sobre la imparcial crítica acerca de este libro véanse las
revistas “Mesoamérica” 25 (1993), pp. 134-144, o bien “Quetzal” cuaderno 10 (pp. 1-4)
y cuaderno 11 (1995), pp. 1-3.
74 Michael RIEKENBERG

violencia orientado hacia el cuerpo físico que favorece un


acercamiento entre la sociología y la antropología. Volveré a ello más
adelante.
A continuación comento alguna literatura reciente sobre el
tema.6 Ciertamente no escribo ningún review essay sino que sigo mis
impresiones personales. En este trabajo no persigo integridad
enciclopédica así como tampoco en la elección de la literatura que
menciono. Si en realidad se quiere establecer esta división, es más
válida para mi interés la sociología histórica que la historia en estricto
sentido. Yo subdivido (para una definición más detallada véase el
Apartado 3) la literatura sobre el concepto de violencia en tres grupos
a los que llamo los “contextualistas”, los “sensoriales” y los
“sociables”. Con todo esto quiero admitir que esta nomenclatura es un
poco voluntariosa. Pero espero que prevalezca su utilidad para una
orientación sobre el tema. Además, aprovecho la ocasión para añadir
algunas observaciones comparativas (véase el Apartado 4). Malcolm
Deas ha mostrado a través del ejemplo de Colombia lo apropiada que
puede ser un análisis comparativo de la violencia.7 En vista de la
amplia difusión de la violencia en Latinoamérica se tiene en partes de
la literatura la tendencia a extensas deducciones. Por ejemplo, se
considera posible que la cultura política de una “Nación” entera como
en el caso del México posrevolucionario, muestre un marcado
“hábito” hacia la violencia. Comparaciones con otras dimensiones de
la violencia, brutalidad y humillación (el verano de 1994 en Ruanda) o
con otras regiones de las que se dice que hay altos grados de violencia,
son válidas para reflexionar tales juicios.8

Estado/Cultura
Empecemos con el Estado. En el libro de Evans y otros autores,
Charles Tilly se ocupa de la relación entre Estado y violencia. Tilly
definió la formación del Estado como un violento racketeering. Si se
abarca con exactitud, uno de los primeros en introducir el término
6
Quisiera agradecer a Natalie Clemente por su ayuda con la traducción del texto.
7
M. DEAS, “Reflections on Political Violence in Colombia”, en D.E. APTER (ed.), The
Legitimization of Violence, New York 1997, pp. 350-404, pp. 353s.
8
Véase sobre una comparación de la violencia en Latinoamérica y en los Balcanes W.
HÖPKEN, M. RIEKENBERG (eds.), Politische und ethnische Gewalt in Südosteuropa und
Lateinamerika, Köln, Wien, Weimar 2000.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 75

racket en el lenguaje sociológico fue Max Horkheimer, un


representante de la Kritische Theorie (Escuela de Francfort).
Horkheimer, que emigró de Alemania en la época del
nacionalsocialismo, se ocupó a finales de los anos treinta del
deslizamiento de los Estados “burgueses” en una práctica criminal de
la violencia durante el trasfondo del desarrollo político en Europa a
partir del fin de la primera guerra mundial. Horkheimer definió
rackets como grupos de poder dispuestos para la violencia que luchan
contra sus rivales, sólo se rigen por las leyes para el mantenimiento de
ellos mismos y ambicionan tributos. Horkheimer temía que el Estado
burgués (civil) se depravara cada vez más en racket, así como que el
tipo sociocultural de ciudadano desapareciera mediante las creaciones
de monopolios y cárteles en la economía. Charles Tilly se ocupó de la
creación del Estado “moderno” en Europa y la consideró como una
forma de crimen organizado. Como racketeer, el naciente Estado
amenazaría a otros grupos para poder imponer su custodia sobre la
sociedad a cambio de retirar sus amenazas violentas. La tesis de Tilly
ha sido discutida entre los estudiosos de Latinoamérica también,
mientras que a Horkheimer y a sus ideas sobre prácticas ilegales del
Estado no se los ha tenido en cuenta. Así, Robert Holden escribió en
1996 en un muy sugestivo artículo que los estudios de Tilly sobre la
formación del Estado en Europa son un marco apropiado para el
análisis del Estado en Latinoamérica. El libro de William Stanley
sobre “The Protection Racket State” en El Salvador puede ser citado
como un ejemplo de trabajar el Estado en Latinoamérica según el
vocabulario de Tilly.9

9
Max HORKHEIMER, “Vernunft und Selbsterhaltung”, en Obras Completas. Vol. 5:
Dialektik der Aufklärung und Schriften 1940-1950, Frankfurt M. 1987, pp. 320-350; M
HORKHEIMER, “Die Rackets und der Geist”, en Obras Completas, Vol. 12:
Nachgelassene Schriften 1931-1949. Frankfurt M. 1985, pp. 287-291. Para más detalle:
W. Pohrt, Brothers in Crime, Berlin 1997, pp. 28ff. Véase también el artículo de S.
BREUER, en Kriminologisches Journal 6, Suplemento 1997, pp. 20s. Véase también
Charles TILLY, “War Making and State Making as organized Crime”, en P.B. EVANS,
D. RUESCHEMEYER, T. SKOCPOL (eds.), Bringing the State Back in, Cambridge 1985,
pp. 169-191; R. HOLDEN, “Constructing the Limits of State Violence in Central
America: Towards a New Research Agenda”, en JLAS 28 (1996), pp. 435-459, p. 439;
W. STANLEY, The Protection Racket State. Elite Politics, Military Extortion, and Civil
War in El Salvador, Tempe 1996, pp. 56fs.
76 Michael RIEKENBERG

El problema es que la composición de Tilly no afecta


exactamente a lo que llamamos la “realidad” en Latinoamérica. Hay
dos motivos que son responsables de ello. En los siglos XIX y XX, los
Estados en Latinoamérica no poseían a menudo la fuerza necesaria
para eregirse en racketeers, es decir en extorsionistas aventajados
frente a grupos sociales, organizaciones comunitarias o comunidades
étnicas. No pocas veces fueron más bien el Estado o el gobierno
amenazados e intimidados por otros grupos. En la literatura
encontramos la opinión de que esto es algo característico de
Latinoamérica y que allí los roles están muy a menudo invertidos. No
el Estado, sino otros actantes de la violencia son los que adoptan el rol
de extorsionistas.10 Esto, para aclarar este punto, no presupone a la
fuerza la existencia de un estado “acabado”. Hace años Pierre Clastres
hizo alusión desde la perspectiva de la etnología a la extorsión de los
mandatos (chieftains) en las sociedades “primitivas” de la zona del
Amazonas.11 En este caso la extorsión representa un medio para la
obstaculización del Estado, y no para su formación. Además, el libro
de Evans y otros autores presupone una separación entre Estado y
sociedad que no se ha dado en absoluto a partir de 1800 en
Latinoamérica. Es cierto que en Latinoamérica hubo temporalmente
sublevaciones muy bruscas del Estado sobre la sociedad. Un ejemplo
(observamos aquí los regímenes revolucionarios de Cuba y México
que concibieron la construcción de vigorosos y permanentes aparatos
estatales) son los llamados regímenes burócraticos-autoritarios que
como en el caso de la dictadura militar en Argentina tras 1976,
trataron legitimarse totalmente ellos mismos. No obstante hubo otros
procesos. Fueron procesos contrapuestos y dirigidos hacia la
disolución del Estado en la sociedad. “(N)either is it possible to
distinguish state from society”, comenta David Nugent este asunto
respecto a las relaciones en Perú alrededor de 1900.12 Sobre esto hay
distintas variantes. Hay que diferenciar si la disolución del Estado en
10
W WALDMANN, “Zur Transformation des europäischen Staatsmodells in
Lateinamerika”, en W. REINHARD, (ed.), Verstaatlichung der Welt? Europäische
Staatsmodelle und außereuropäische Machtprozesse, München 1999, p. 65.
11
P. CLASTRES, La societé contre l´Etat: recherches d´anthropologie politique, Paris
1976.
12
D. NUGENT, “State and Shadow State in Northern Peru circa 1900. Illegal Political
Networks and the Problem of State Boundaries”, en J.M. HEYMAN (ed.), States and
Illegal Practices, Oxford, New York 1999, pp. 63-98, p. 68.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 77

la sociedad se atribuyó a la acción de fuertes comunidades locales y


relativamente cerradas que mantenían al Estado a distancia. O, si bien,
tuvo que ver en primer lugar con el hecho de que el Estado y los
principios que éste representa no encontraron respaldo en una
sociedad dispersa y débilmente estructurada. Un ejemplo del primer
caso se dió en los centros del dominio hispano en América (México,
Perú, Guatemala, etc.). El segundo caso se dió en zonas marginales y
de poca población (territorio de La Plata, por ejemplo). Debido a la
intensa creación de una economía ilegal que produce enormes
beneficios, podemos encontrar en la actualidad una tercera variante.
Se caracteriza porque independientes y “ricos” actuantes de la
violencia que disponen de grandes recursos, impiden por medio del
uso de la fuerza al Estado establecer su soberanía en zonas de boom
económico. Ejemplos de ello fueron la “República de Huallaga” en
Perú o hoy día las regiones de próspera colonización en Colombia
donde la (Narco)-Guerrilla, las bandas de droga o los paramilitares
llevan la voz cantante.13
Al tratar la oposición entre el Estado y las estructuras
segmentarias, la historia social lo hizo en términos como
regionalismo, clientelismo, movimientos de protesta, etc. Pues desde
hace algún tiempo en la discusión sobre el Estado (y esto también
tiene consecuencias para el discurso acerca de la violencia) se
aprecian algunos cambios conceptuales. Con el auge de lo que se
llama la “nueva teoría cultural” pasaron a un primer plano otros
conceptos como por ejemplo el hibridismo (Nestor García Canclini) o
el criollismo (Ulf Hannerz). Como consecuencia, la atención de la

13
Véase entre otros J. GLEDHILL, “Legacies of Empire: Political Centralization and
Class Formation in the Hispanic American World”, en GLEDHILL, J. & B. BENDER
(eds.), State and Society. The Emergence and Development of Social Hierarchy and
Political Centralization, Boston 1988, pp. 302-319; C.A. SMITH (ed.), Guatemalan
Indians and the State, 1540 to 1988, Austin 1990; G URBAN & J. SHERZER (eds.),
Nation-States and Indians in Latin America, Austin 1991; V.G. PELOSO & B.A.
TENENBAUM (eds.), Liberals, Politics and Power. State Formation in Nineteenth-
Century Latin America, Athens and London 1996. Veáse además M.B. SZUCHMAN, &
J.C. BROWN (eds.), Revolution and Restoration. The Rearrangements of Power in
Argentina 1776-1860. Lincoln, London 1995; J.A AVILA BEJARANO,.Colombia:
Inseguridad, violencia y desempeño económico en las áreas rurales, Bogotá 1997, p.
250s.; D. POOLE, & G. RÉNIQUE, Peru. Time of Fear, London 1992, pp. 185f.; P.A.
STERN, An Annotated Bibliography of the Shining Path Guerilla Movement, 1980-1993,
Austin 1995.
78 Michael RIEKENBERG

investigación se dirige hacia la dimensión cultural de la organización


del Estado. Esto no es algo completamente nuevo. Hay que recordar
que la ciencia histórica se empezó a ocupar a partir de principios de
los años ochenta de las representaciones y discursos sobre el Estado y
la “nación” en Latinoamérica. Uno de los trabajos orientados hacia
este tema fue el destacado análisis de Hans-Joachim König trabajado
profundamente desde los archivos sobre los orígenes del Estado y la
nación en Nueva-Granada 1750-1856.14 Mediante su interés en
símbolos, discursos e identidades, este corriente de la investigación
histórica ayudó de cierto modo al ascenso de la “nueva historia
cultural”, y esto es en donde reside primordialmente su calidad
innovador. Sin embargo, estos estudios (y no excluyo de esta opinión
a mi propio tesis de habilitación) la mayoría de las veces siguen, por
causa de las fuentes que emplean, la perspectiva de las elites cultas y
de los grupos claves que toman las decisiones políticas. El Estado
apareció como una estructura construida “desde arriba” (lo que
también era). Hoy día los trabajos tratan de ampliar la perspectiva de
investigación y de tomar por el contrario, una tal llamada grassroots
perspectivea o investigar las “Hidden Transcripts” en la sociedad.
“Bringing the State Back In without Leaving the People Out”, es el
lema.15 La formación del Estado no se concibió más como un proyecto
estructurado “desde arriba” sino como un cambio en las formas de
vida como resultado de complejas interacciones entre elites sociales,
clases políticas, brokers y los estratos más bajos de la sociedad. Es
cierto que este principio no es en estrecho sentido culturalista. Pero
señala que el Estado también se formó en las transformaciones de los
discursos cotidianos, en los modos de vida y en la rutina diaria y no

14
König, H.-J., Auf dem Wege zur Nation. Nationalismus im Prozeß der Staats- und
Nationbildung Neu-Granadas 1750-1856, Stuttgart 1988.
15
G.M. JOSEPH & D. NUGENT (eds.), Everyday Forms of State Formation. Revolution
and the Negotiation of Rule in Modern Mexico, Durham, London 1994, p.12. Véase
también el excelente trabajo de F. MALLON, Peasant and Nation. The Making of
Postcolonial Mexico and Peru, Berkeley 1995; F. MALLON, “Indian Communities,
Political Cultures and the State in Latin America, 1780-1990”, en JLAS 24 (1992), pp.
35-53; P.GUARDINO, Peasants, Politics and the Formation of Mexicos´s National State:
Guerrero 1810-1857, Stanford 1996. D. NUGENT, Modernity at the Edge of Empire:
State, Individual and Nation in the Northern Peruvian Andes, 1885-1935, Stanford
1997. W. BEEZLY et al (eds.), Rituals of Rule, Rituals of Resistance. Public
Celebrations and Popular Culture in Mexico, Wilmington 1994.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 79

simplemente en las “altas” esferas de la sociedad. Con esto se


aproxima convenientemente a los enfoques culturales actuales.
¿Cómo se ve al Estado y en consecuencia de esto a la
relación entre el Estado y la violencia desde la perspectiva de las
teorías culturales? Aquí no me es posible seguir la problemática del
concepto de cultura (para el caso alemán sería necesario considerar
también la “grotesca modernización”16 de las historias culturales en la
época del nacionalsocialismo; esto nos llevaría demasiado lejos como
también la cuestión sobre cómo la historiografía alemana acerca de
Latinoamérica se desarrolló de 1933 a 1945 y cuáles continuidades
personales e ideales existieron después) en detalle. Hace poco George
Steinmetz ha dado una panorámica muy precisa sobre la literatura y
las diferentes corrientes teóricas que tratan del “Estado” y la
“Cultura”.17 Aquí, sólo hay que subrayar un punto: para acabar con la
oposición categórica entre “estado” y “cultura” se discute, por
ejemplo, en los Cultural Studies el concepto de hegemonía. Este
concepto lo empleó inicialmente Antonio Gramsci para aclarar el
fracaso de las revoluciones en Centroeuropea durante 1918 y 1919.
Cuando se habla de la hegemonía en los Cultural Studies, se trata de la
hegemonía cultural que se genera en discursos, la atribución de
identidades, los recuerdos y rituales.18 Sobre esto vemos sin embargo
que la diferencia entre la historia social y la historia cultural no reside
en que la historia cultural tratase asuntos que no fuesen accesibles a la
historia social o al revés. La diferencia reside, más bien, en las
categorías que se emplean para narrar la historia. De manera muy
simplificada se podría decir que: mientras la historia social estructura
primeramente sus temas tras las categorías de “arriba” y “abajo” (en el

16
P. SCHÖTTLER, “Die historische ‘Westforschung’ zwischen ‘Abwehrkampf’ und
territorialer Offensive”, en P. SCHÖTTLER (ed.), Geschichtsschreibung als
Legitimationswissenschaft 1918-1945, Frankfurt M. 1997, pp. 204-261, p. 224.
17
Introduction in G. STEINMETZ (ed), State/ Culture. State-Formation after the Cultural
Turn, Ithaca, London 1999, pp. 1-49.
18
Véase J. BEASLEY-MURRAY, & A. MOREIRAS, “After Hegemony. Culture and the
State in Latin America”, en JLACS 8 (1999), pp. 17-20. Véase también W. ADAMSON,
Hegemony and Revolution. A Study of Antonio Gramsci´s Political and Cultural
Theory, Berkeley 1980; D. HARRIS, From Class Struggle to the Politics of Pleasure: the
Effects of Gramscianism in Cultural Studies, London 1992; K.H. HÖRNING & R.
WINTER (eds.), Widerspenstige Kulturen. Cultural Studies als Herausforderung,
Frankfurt a. M. 1999.
80 Michael RIEKENBERG

caso de la violencia, se prefiere tematizar lo que se concibe como


represión, protesta, revolución, etc.), la historia cultural prefiere las
categorías de “dentro” y “fuera”. Desde este punto de vista
desaparece, no obstante, la imagen del Estado como claro y compacto
conjunto de instituciones y reglas. Desde la perspectiva de una
“radical cultural construction” (George Steinmetz), el Estado aparece
más bien como un trenzado o bien una red de símbolos, narraciones e
infraestructuras que contribuyen a reagrupar a los cuerpos, lugares y
objetos para producir de esta manera el poder estatal.19 Al mismo
tiempo, el carácter institucional de la violencia pierde en interés. Más
bien son las dimensiones corporales (antropológicas) y narrativas
(simbólicas) de la violencia que están en el centro del interés
investigativo. Un buen ejemplo es el excelente trabajo de Michael
Schroeder sobre gang violence y el poner en escena de los actos
violentos en Nicaragua en el tiempo de Sandino.20
Sin duda, la revalorización de la “cultura” producida desde
hace algún tiempo en las ciencias sociales y como es sabido, no por
todos aceptada (un poco sarcásticamente se escribe in The Hispanic
American Historical Review, “The New Cultural History comes to old
Mexico”21), se ha beneficiado de ciertas transformaciones producidas
afuera del terreno científico. “Globalización” es la palabra clave. Sin
embargo, se omitirá algunas veces que el concepto de cultura se
alimentó también del escepticismo frente a un concepto de
modernidad o ideas de “modernización” tales y como los conocemos
en las teorías de desarrollo de origen sea ilustrado, sea liberal o
marxista.22 Partes considerables de la historia social “moderna” se
encontraban (y se encuentran) envolvidos en meta-narraciones cuyas
idea dominante es la existencia de time lags. Hay críticos que opinan
sin embargo que la cultura se separa de este esquema. Comparado con

19
Véase también D. CARTER, “The Art of the State: Difference and other Abstractions”,
en Journal of Historical Sociology 7 (1994), pp. 73-102; P. ABRAMS, “Notes on the
Difficulty of Studying the State”, en Journal of Historical Sociology 1 (1988), pp. 58-
89. Como ejemplo véase S. RADCLIFFE & S. WESTWOOD, Remaking the Nation. Place,
Identity and Politics in Latin America, London, New York 1996.
20
M.J. SCHROEDER, “Political Gang Violence and the State in Western Segovias,
Nicaragua, in the Time of Sandino”, en JLAS 28 (1996), pp. 383-434, pp. 410s.
21
HAHR 79 (1999), p. 211.
22
Véase W. SCHIFFAUER, “Die Angst vor der Differenz”, en Zs. für Volkskunde 92
(1996), pp. 20-31, p. 21.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 81

los procesos de “modernización” o los niveles de desarrollo, la


cultura, se dice, es eso “which always escapes”.23 A grandes rasgos se
perfila aquí la existencia de una “etnologización” del planteamiento y
de los métodos de estudiar al Estado. Mientras que en la historia se ha
efectuado algo sobre esto (se habla de “ongoing dialogues between
social history and cultural anthropology”24), en la sociología, en
donde prescindiendo de pocas excepciones la cultura sólo constituye
un “enclave,”25 queda todavía mucho por hacer.

El cuadro de la violencia
En la literatura actual sobre la violencia en Latinoamérica diferencio
tres grupos. Los primeros llamo los “contextualistas”. Estos se centran
sobre todo en las causas y circunstancias de la violencia y buscan los
links entre la violencia y la “sociedad”. El Estado juega, por lo
general, un papel muy importante en sus reflexiones. Prefieren los
macroestudios. “I will try to link violence to broader considerations
about Mexican politics and society in the revolutionary period”,26 es
una frase típica de un contextualista. En la mayoría de los casos se
trata de historiadores sociales. Pero naturalmente también
antropólogos, teóricos culturales, etc. pueden ser “contextualistas”. En
estos casos sólo cambiaría respectivamente el “contexto” desde el que
se sitúan. Ya que he hablado un poco de los contextualistas como
ejemplo de la historia social no seguiré tratando más el tema.
El segundo grupo busca en sus fuentes la sensualidad de la
violencia. La mayor parte de las veces es la unión de la violencia
física al cuerpo humano su punto de partida. De manera metódica este
grupo tiende al microanálisis. Ellos intentan aclarar al lector de
manera plástica la corporeidad de la violencia. El dolor o el transcurso
del tiempo en la violencia (cómo se diferencian la rápida cacería, el

23
Stuart HALL, citado en S. ALVAREZ y otros (eds.), Cultures of Politics, Politics of
Cultures. Re-visioning Latin American Social Movements, Boulder 1998, p.4.
24
S. DEAN-SMITH, “Culture, Power and Society in Colonial Mexico”, en LARR 33, 1
(1998), pp. 257-277, p. 259.
25
Véase “Introduction”, en D.CRANE (ed.), The Sociology of Culture. Oxford 1994, p.
18.
26
A.KNIGHT, “Habitus and Homicide: Political Culture in Revolutionary Mexico”, en
W. PANSTERS (ed.), Citizens of the Pyramid. Essays on Mexican Polical Culture,
Amsterdam 1997, p.107.
82 Michael RIEKENBERG

lento dolor en los campos de tortura, la breve producción de violencia


de la redada, etc.27) son algunos de los temas de los que se ocupa este
grupo. Esto no excluye que tanto comportamientos generales, como el
Estado, también sean tenidos en cuenta. Es de considerar sobre todo la
“marca estatal” del cuerpo humano. Teorías liberales del Estado
parten de que en la sociedad “civil” existe una equilibrada balanza de
poder entre el Estado y los ciudadanos que está regulada por la esfera
pública política y un sistema de checks and balances. En
Latinoamérica el equilibrio y la reciprocidad de esta mutua relación
pasan por ser perturbados (y esto no sólo a partir de principios del
siglo XIX28). En la nueva ciencia política se dice que el desarrollo del
Estado en Latinoamérica padece del insuficiente desarrollo de una
civil society. La otra cara de la medalla es que el Estado no establece
ningún límite obligatorio a su ejercicio del poder. Esto es lo que
ocurre con el empleo de la tortura como ha descrito Elaine Scarry en
su impresionante libro The Body in Pain. Nancy Scheper-Hughes ha
explicado para el caso de Brasil desde el punto de vista de la
antropología que en el sistema de la violencia policial y la justicia
penal, la tortura está instalada de manera fija como medio para ganar y
demostrar poder. Igualmente lo argumenta la antropóloga Teresa
Caldeira. Al débil reconocimiento de los derechos personales en
Brasil, le acompaña una insignificante sensibilidad por la integridad y
la inviolabilidad del cuerpo humano. El poder se marca en el cuerpo
de los dominados. Sin embargo no es sólo el Estado el responsable de
esta forma de la violencia. A menudo en Latinoamérica, actores
individuales utilizan las zonas al margen de la violencia legal para
llevar a cabo sus propios asuntos. Así diferencia un nuevo análisis
sobre el ejemplo de la policía brasiliana a los “Lone-Wolf Police” del
“institutional functionary” que permanece leal al organismo de
policía. El Lone-Wolf-Police es por el contrario un autor individual. Él
emplea la violencia sobre todo cuando ve dañado su orgullo personal.
Encontramos al Lone-Wolf-Police también en los pequeños países de
Latinoamérica en donde había regímenes “sultánicos” (H.E Chehabi y

27
Véase W. SOFSKY, “Zivilisation, Organisation, Gewalt”, en Mittelweg 36, 3 (1994),
pp. 57-67, y el ensayo de W. SOFSKY en TROTHA, Soziologie (nota 44).
28
Véase A. ALVES, Brutality and Benevolence. Human Ethology, Culture, and the Birth
of Mexico, Westport 1996, que trata las relaciones de jerarquía y reciprocidad (p. 236)
durante la creación de la sociedad colonial.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 83

Juan Linz mencionan entre otros los regímenes de Somoza en


Nicaragua o de Duvalier en Haití). Allí, la arbitrariedad de los
funcionarios particulares podía prevalecer de todos modos frente al
respeto del orden burocrático.29 Hay que agregar que este aspecto toca
también la dimensión afectiva de la violencia. Empleos de la
violencia, guerras y demás, generalmente son situaciones en donde se
concentran los “más intensos sentimientos” humanos.30 Hay casos de
organización de la violencia que están muy impregnados de
emociones. Pienso, por ejemplo, en el “Berserk Syndrome” que ha
descrito el psicoterapeuta Jonathan Shay en un excelente estudio sobre
la guerra de Vietnam.31 Queda claro que son diferentes las emociones
en pequeños actos de violencia del tipo face to face a las emociones
que surgen en actos de violencia organizados por parte de complejas
instituciones y en el ramo de muy largas cadenas de personas. De
igual forma varían los modos de controlar los sentimientos como
partes de actos violentos. En las guerras entre sociedades “primitivas“,
por ejemplo, puede desde un principio un “consenso social” limitar
ascensos de violencia. Todavía en la actualidad, como por ejemplo en
partes de Colombia, encontramos a los sistemas de venganza de la
sangre los que se hacen cargo de este función en una manera similar.
Ellos regulan los conflictos entre grupos ilegales que no se rigen por
ninguna fuerza estatal. A la vez, normalizan los actos de violencia y
de este modo la mantienen dentro del ámbito de lo que está permitido
social- y culturalmente.32

29
Véase N. SCHEPER-HUGHES, Death without Weeping. The Violence of Everyday Life
in Brazil, Berkeley 1992, pp. 227s.; M.K HUGGINS.& M. HARITOS-FATOUROS,
“Bureaucratizing Masculinities among Brazilian Torturers and Murderers”, en L.H.
BOWKER (ed.), Masculinities and Violence, Thousand Oaks 1998, pp. 29-54; H.E.
CHEHABI, J.J. LInz, “A Theory of Sultanism”, en H.E. CHEHABI & J.J. LINZ (eds.),
Sultanistic Regimes, Baltimore 1998, pp. 3-25.
30
L.H. KEELEY, War before Civilization, New York, Oxford 1996, p. 3.
31
Véase J. SHAY, Achill in Vietnam. Kampftrauma und Persönlichkeitsverlust,
Hamburg 1997. Véase también G.B. PALERMO, “The Berserk Syndrome”, en Aggresion
and Violent Behavior. A Review Journal 2 (1997), pp. 1-8.
32
Véase N. WHITEHEAD, “The Snake Warriors Sons of the Tiger´s Teeth: a descriptive
analysis of Carib warfare”, en J. HAAS, (ed.), The Anthropology of War, Cambridge
1990, pp. 146-170, p. 167; P. WALDMANN, Rachegewalt. Vergleichende Beobachtungen
zur Renaissance eines für überholt gehaltenen Gewaltmotivs in Albanien und
Kolumbien (manuscrito 1998). Acerca de la “contingentación” (Bewirtschaftung) del
84 Michael RIEKENBERG

El tercer grupo de los análisis de la violencia parte de la


sociabilidad de la misma. En primer plano se encuentra la parte
socializante de la violencia. Aquí se puede pensar en todos los tipos de
variantes posibles, desde la organización de la violencia en
corporaciones de hombres (Männerbünde) o instituciones militares33
hasta la etnologización de una “nación” durante una guerra. En la
literatura se usa entre otros el concepto de cultura de la violencia o,
más bien, de subcultura de la violencia cuando se trata la sociabilidad
de la violencia. En Perú por ejemplo, una comisión senatorial realizó
en 1989 una “cultura de la violencia” responsable de las causas de las
guerras internas en el país. En un review essay sobre Colombia, la
“cultura de la violencia” fue considerada hace pocos años como el más
importante campo de trabajo de las investigaciones sobre la violencia
en Latinoamérica.34 El concepto de “cultura de la violencia” puede
tener distintos significados. Se define “cultura de la violencia” como
el uso cotidiano de una defensa personal entre las bandas. O se
entiende como un limitado medio de socialización productor de
violencia que se da sobre todo entre los jóvenes (Outlaw Motorcycle
Gang, crash kids, Hooligangs,35 etc.). O bien, como un concepto que
describe la relación de las funciones rituales y ceremoniales con los
actos de violencia. Esta última “cultura de la violencia” es la mayoría
de las veces objeto de estudio por parte de la etnología o de la
etnohistoria. No obstante se ha de considerar que este concepto de
“cultura de la violencia” está bajo sospecha, por parte de los
etnólogos, de no referirse tan sólo a la “realidad” misma, sino que
también hace valoraciones capaces de desacreditar a sociedades o

miedo como una de las “causas más significativas del poder” véase N. ELIAS, Über die
Einsamkeit der Sterbenden in unseren Tagen, Frankfurt a. M. 1982, pp.52s.
33
Véase P. BEATTIE, “Conflicting Penil Codes. Modern Masculinity and Sodomy in the
Brazilian Military”, en D. BALDERSTON & D.J. GUY (eds.), Sex and Sexuality in Latin
America, New York, London 1997, pp. 65-85, pp. 66s.
34
Véase R. PEÑARANDA, “Surveying the Literature o the Violence”, en C. BERGQUIST y
otros (eds.), Violence in Colombia. The Contemporary Crisis in Historical Perspective,
Wilmigton 1992, pp. 293-314, p. 312. Para el caso de Perú este concepto es discutido
por D. POOLE, (ed.), Unruly Order. Violence, Power, and Cultural Identity in the High
Provinces of Southern Peru, Boulder 1994; F. MAC GREGOR (ed.), Violence in the
Andean Region, Van Gorcum 1994.
35
Véase p.e. A. PANFICHI, “Ritual und Gewalt in peruanischen Fußballstadien”, en
Lateinamerika. Analysen und Berichte 19 (1995), pp. 42-65.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 85

culturas completas. Por este motivo en la nueva crítica cultural


etnológica se trata de evitar este concepto.
A pesar de las diferencias, la mayoría de las variantes del
concepto definen “cultura” como un conjunto de normas y pautas de
comportamiento y como un objeto delimitado. En este sentido, una
“cultura de la violencia” está unida a determinados grupos y se
manifiesta mediante rituales, artefactos y una acción institucionalizada
“fuera” del Estado. Esta claro que esta manera de abarcar el concepto
de “cultura” no tiene mucho en común con las nuevas teorías
culturales de los cuales traté más arriba. Esto se debe al origen del
concepto. En las ciencias sociales el término “cultura de la violencia”
se remonta a la antigua sociología criminal y a los escritos de los años
veinte de la Chicago Schools of Sociology.36 Fue entonces cuando se
originó el concepto de subcultura. Se definió violencia como una
desviación de lo “normal” y se confrontó a una supuesta sociedad
pacífica con grupos minoritarios violentos. Hasta el momento, este
principio ejerce una gran influencia en la literatura sobre la violencia y
también sobre la violencia en Latinoamérica. Así, por ejemplo, la
violencia en Colombia se designa como una forma “irracional” de
conducta por la cual es responsable una “subcultura de violencia”.37
Nuevas investigaciones insinúan que en Latinoamérica en la
actualidad surgen “subculturas” de la violencia allí donde, o bien el
estado entrega a otros actuantes de la violencia grandes territorios,
barrios, etc. (por ejemplo Río de Janeiro) o donde se llevan a cabo
reducciones de gastos públicos que desmontan estructuras sociales y
comunitarias, y donde por esta razón, se pierde el control digamos
comunal de la violencia (por ejemplo, Santiago de Chile).38 No está
claro hacia dónde se desarrolla esta nueva “subcultura” de la violencia
en una época de proximidad virtual en el Internet, en vista del
continuo rejuvenecimiento de la población en Latinoamérica y de la
relación de estas “subculturas” con la creciente comercialización de la

36
Véase K. GELDER, y S. THORNTON (eds.), The Subcultures Reader, Vol. 1. London,
New York 1997; F. SACK, y R. KÖNIG (eds.), Kriminalsoziologie, Frankfurt M. 1968.
37
G. SÁNCHEZ, y D. MEERTENS, Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la
violencia en Colombia, Bogotá 1983, p. 29.
38
Véase B. HAPPE, y J. SPERBERG, “Gewalt und Kriminalität in den städtischen
Marginalsiedlungen von Santiago de Chile und Rio de Janeiro”, en Lateinamerika.
Analysen, Daten, Dokumentation 15 (1998), pp. 59-73.
86 Michael RIEKENBERG

violencia. En los EEUU hay al parecer una “posmoderna”


disgregación de las antiguas e históricas subculturas de la violencia.
También como consecuencia de la informalización de la economía y
de la disminución del sector público se produce en los EEUU una de-
pacificación de grupos de jóvenes en zonas marginales, ghettos, etc.
La violencia gana de este modo un importante significado como
estrategia de supervivencia, mientras que otras formas de capital
cultural pierden valor. Desde El Salvador se indica que adolescentes
repatriados a la fuerza de los EEUU son portadores de esta “nueva”
cultura de las bandas y que la traigan al sur del continente.39

De-culturalización de la violencia
Para el caso de África tituló hace poco la revista Jeune Afrique que la
época de los “Cyber-Rebels” ha comenzado.40 En particulares países
de África, la organización de la violencia se ejerce en la actualidad por
warlords, cárteles de violencia o empresas privadas que trabajan con
mercenarios y que salvaguardan el Estado frente a sus enemigos. Estos
actores no poseen ningún interés en la organización estatal de la
violencia. Sin embargo, por este motivo tampoco aparecen actuantes
“culturales” de la misma. Es decir que no se someten (más) a la
dicotomía entre “Estado” y “cultura” en la que tanto antes como
después, se centra el discurso sobre la violencia en Latinoamérica.41
La creciente comercialización de la violencia en
Latinoamérica es algo que llama progresivamente la atención de las
investigaciones. Este interés no se centra sólo en las drug wars, en los
desarrollos de criminalidad organizada o de violencia similar a la de la
mafia. La debilidad del Estado en el control de la violencia produce

39
Véase S. AMOS, “Die US-amerikanische Ghettoforschung”, en Sozialwissen-
schaftliche Literatur Rundschau 2 (1999), pp. 5-24, pp. 18s.; I. CASTRO, “Gewalt und
Hoffnung in El Salvador”, en Der Überblick 1 (1998), pp. 127-129.
40
Edición No. 1985, 01.02.1999.
41
Véase H. HOWE, “Private Security Forces and African Stability. The Case of
Executive Outcomes”, en Journal of Modern African Studies 36,2 (1998), pp. 307-331;
véase tambien el destacado artículo de D. CRUISE O´BRIAN, “A lost generation? Youth
identity and state decay in Westafrica”, en R. WERBNER y T. RANGER (eds.),
Postcolonial Identities in Africa, London, New Jersey 1996, pp. 55-74; K. PETERS y P.
RICHARDS, “Why we fight: Voices of Youth Combatants in Sierra Leone”, en Africa 68
(1998), pp. 183-210; P. RICHARDS, Fighting for the Rain Forest. War, Youth and
Resources in Sierra Leone, Oxford 1996.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 87

una gran expansión de industrias privadas para la seguridad, que se


benefician económicamente del control de esta violencia. De este
modo se sigue ahondando en las pretensiones de soberanía del
Estado.42 En otras partes del mundo, en una forma plenamente
desarrollada por primera vez en el Líbano a partir de la mitad de los
anos setenta, ha surgido una organizada “economía de guerra” a partir
de los intereses comerciales en la organización de la violencia y bajo
las condiciones de una guerra civil. Por ello la finalidad principal de
los actuantes de la violencia es la de garantizar la existencia de la
misma economía de guerra y emplear las posibilidades económicas
que se dan en el mercado mundial con el comercio de armas, drogas,
la explotación ilegal de materias primas, el pago de rescates, etc.43
Desde la perspectiva etnológica africana, se ha desarrollado el
concepto de “mercado de la violencia” para describir estos procesos.
Según la teoría es en estos “mercados de la violencia” donde la
comercialización de la misma experimenta su máximo agravante. Los
mercados de violencia forman, según la definición, regiones
económicos dominadas por guerras civiles, warlords, bandas, etcétera.
Son estructuras al margen del Estado. Surgen tras la unión de la
economía mercantil con regiones o bien sectores de la sociedad
“abiertos a la violencia” en donde no hay ningún tipo de límite estatal
que rija el empleo de la misma.44 Restrictivamente se ha de tener en
cuenta que la comercialización de la violencia en Latinoamérica
(todavía) no ha alcanzado las dimensiones africanas. Además, el
concepto de “mercado de la violencia” es problemático por diferentes
razones. Las relaciones de los actores de violencia, por ejemplo, sólo
en parte equivalen a las pautas de comportamiento que rigen a los
actores de mercado. Además tal creación, según es definida, se tiende
a agotar sus recursos para extinguir rápidamente. Parece que los
“mercados de violencia” o mejor dicho: estructuras similares a este
concepto, se forman en Latinoamérica sólo provisionalmente y en

42
Véase M. VELLINGA (ed.), The Changing Role of the State in Latin America, Boulder
1998; L. GERARDO GABALDÓN “Tendencias y perspectivas del control social en
Venezuela en la década de los noventa”, en Ensayos en homenaje a Héctor Febres
Cordero, Mérida 1996, pp. 15-35.
43
Véase F. JEAN y J.C. RUFIN (eds), Economie des guerres civiles, Paris 1996.
44
Véase G. ELWERT, “Gewaltmärkte. Beobachtungen zur Zweckrationalität der
Gewalt”, en T.v. TROTHA (ed.), Soziologie der Gewalt, Opladen 1997, pp. 86-101.
88 Michael RIEKENBERG

zonas periféricas. Durante el siglo XIX fue el caso en algunas zonas


fronterizas (frontiers). En la actualidad las mejores condiciones en
apariencia para la formación de “mercados de violencia” se dan en las
zonas coloniales de Colombia.45
La sociología histórica ha establecida una estrecha relación
entre la formación del Estado, la economía (naturaleza de los
impuestos) y la estrategia de guerra. Se considera que en la temprana
época moderna en Europa, la creación de instituciones burocráticas,
así como la creciente efectividad de la recaudación de impuestos que
entre aproximadamente 1.400 y 1.800 iban acompañados de las
guerras, actuaron como poderosas fuerzas motrices para la
organización del Estado. Si, por el contrario, observamos a
Latinoamérica, llama la atención que las guerras con motivo de la
organización del Estado en el siglo XIX y principios del XX tuvieran
aquí un papel diferente. En Latinoamérica las guerras hasta el año
1800 tuvieron lugar casi exclusivamente en las zonas de paso como el
Caribe, y los conflictos europeos fueron decisivos. Tras 1810 las
guerras se trasladaron al interior de la región. Sin embargo, sólo se
produjeron pocas guerras entre Estados y en el siglo XIX más bien se
puede decir que disminuyó el número de guerras inter-estatales en
Latinoamérica. En su lugar, se disputaron demasiadas pequeñas
guerras en el interior de las estructuras socio-políticas denominados
“Estados“, entre provincias, comunidades, etc.46 A decir verdad este
tema todavía está poco trabajado para el caso de América Latina.47
Pero parece que las guerras latinoamericanas desarrollaron muy poca
fuerza integrativa para el Estado y la “nación”. Además hubo otro
factor. Al contrario que en los EEUU donde en las frontiers existían
claras imágenes étnicas o racistas del enemigo, en Latinoamérica en el
siglo XIX, por el contrario, hubo poca radicalización de la violencia

45
Para más información sobre el tema véase M. RIEKENBERG, “Gewaltmarkt, Staat und
Kreolisation des Staates in der Provinz Buenos Aires, 1770-1830”, en W. REINHARD
(ed.), Verstaatlichung (nota 10), pp. 19-36; N. RICHANI, “The Polical Economy of
Violence: The War System in Colombia”, en Journal of Interamerican Studies and
World Affairs 39 (1997), pp. 37-81.
46
Véase M.A. Centeno, “War in Latin America: The Peaceful Continent?”, en J. LÓPEZ-
ARIAS, y G. VARONA-LACEY (eds.), Latin America. An Interdisciplinary Approach,
New York 1999, pp. 121-136.
47
Véase Josefina VÁZQUEZ, “A cientocincuenta años de una guerra costosa”, en
Historia Mexicana 186 (1997), pp. 257-259.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 89

motivada étnicamente. Formas extremas de la violencia étnica como


por ejemplo guerras étnicas, faltaron en Latinoamérica en el siglo
XIX, o sucedieron sólo de forma leve. Fue solo en algunas partes
fronterizas, como en la región del Plata o en Yucatán, donde hubo
formas de etnologizar la guerra hasta el ascenso de la guerra hacia una
violencia de exterminio.48 Posiblemente esto se deba en primer lugar a
que los Estados en Latinoamérica no ejercieron ninguna
etnologización de la identidad de la “nación”.49 Quizá constituyó
Paraguay una excepción en la guerra de la Triple Alianza, como ya
mencionó una vez Eric Hobsbawm en su libro The Age of Capital,
1848 to 1875. De todos modos: Mientras que la violencia en otros
lugares del mundo encontró un claro destino porque estuvo dirigida
contra “forasteros” e out-groups, en Latinoamérica se centró la
mayoría de las veces en conflictos internos. Esto favoreció la pérdida
del control de la violencia por parte del Estado.
Las investigaciones las señalan la mayoría de las veces como
guerras civiles a los conflictos violentos que surgieron en
Latinoamérica tras 1810, 1820. También para el caso de Europa se
puede leer que tras 1815 las guerras “... apenas se produjeron,
mientras que las guerras civiles, por el contrario, aumentaron”.50 De
todas formas, el concepto de guerra civil en cada caso indica algo muy
diferente. En Europa describe los acontecimientos revolucionarios
dentro de la consolidación del Estado en la época de la Restauración.
Para Latinoamérica indica, sin embargo, la transferencia de recursos
políticos y militares a grupos locales y a poderes segmentados como
consecuencia de la caída del Imperio Español en gran partes de
América. Esta diferencia entre violencia local, “guerra”, “guerra
civil”, guerra “interna”, etc. tiene también impacto en el carácter de
los actores de la violencia. Otra vez una perspectiva comparada puede
ser de utilidad. Para el caso de los EEUU, por ejemplo, David

48
Véase M. RIEKENBERG, “ ‘Aniquilar hasta su exterminio a estos indios...’ Un ensayo
para repensar la frontera bonaerense 1770-1830”, en Ibero-Americana Pragensia 30
(1996), pp. 61-75; D. WEBER “Borbones y bárbaros”, en Anuario IEHS Tandil 13
(1998), pp. 147-171.
49
Véase por ejemplo M. IRUROZQUI, “Ciudadanía y política estatal indígena en Bolivia,
1825-1900”, en Rev. de Indias 217 (1999), pp. 705-740; Rodolfo STAVENHAGEN, The
Ethnic Question, Hongkong 1990, p. 47.
50
R. KOSELLECK, Das Zeitalter der europäischen Revolutionen 1780-1848, Frankfurt a.
M. 1969, p. 202.
90 Michael RIEKENBERG

Courtwright defiende la opinión de que la violencia extra-estatal en


los EEUU en el siglo XIX fue realizada principalmente por hombres
jóvenes, solteros, y “nómadas” (transiens). Los ámbitos típicos de esa
violencia eran las ciudades mineras y los campamentos de la Union
Pacific Railroad en la frontier. Esta violencia no estaba dirigida
políticamente ni calculada de manera económica sino que más bien
era una oportunidad de hacer negocio. Se puede criticar de
exclusivista a la tesis de Courtwright (que aunque ya no nueva, ahora
es mejor comprobada de forma empírica) por distintas razones.51 Para
fines comparativos, es esta tesis sin embargo útil porque no hubo, o
tan sólo de forma restrictiva, una cultura de la violencia de los single
young men tal y como Courtwright la describe para el caso
norteamericano. En Colombia por ejemplo, se estima que fue en la
época de los sesenta por primera vez cuando surgen actores de
violencia juvenil que se habían desencadenado de las antiguas bandas
locales y lealtades clientelas.52 En diferencia a las investigaciones
sobre los EEUU, en la literatura sobre Latinoamérica predomina, si la
examino con detalle, un tipo de actor de violencia unido habitualmente
a sistemas sociales que están estructurados de manera jerárquica. Es
parte de las bandas familiares de carácter patriarcal. Representa la
“combinación entre violencia y paternalismo”.53 Esto podría explicar
por que tras las declaraciones de la Conferencia Mundial de la Mujer
de 1995, en la actualidad mundial un porcentaje promedia del 21% de
las mujeres casadas son maltratadas físicamente por sus maridos,
mientras que en Colombia el porcentaje es del 65%. La característica
principal de esta organización “familiar” de la violencia era que ella
misma (e apoyada por estructuras pueblerinas, tradiciones
corporativas y dependencias clientelas) se adhería a las estructuras del
poder local. Las consecuencias de esto fueron intensas
fragmentaciones del Estado. Mientras que en los EEUU, exceptuando

51
D. Courtwright, Violent Land. Single Men and Social Disorder from the Frontier to
the Inner City, Cambridge, Mass. 1996. Véase también J. ARCHER, (ed.), Male
Violence, London 1994; T. NEWBURN y E. STANKO (eds.), Just Boys doing Business?
Men, Masculinities and Crime, London, New York 1994.
52
Véase D. BETANCOURT, y M.L. GARCÍA, Matones y cuadrilleros. Orígen y evolución
de la violencia en el occidente colombiano, Bogotá 1991, p. 120. Sobre actantes
juveniles de la violencia hoy, véase A. SALAZAR, Born to die in Medellin, London 1992.
53
A. FLORES GALINDO, La tradición autoritaria. Violencia y democratización en el
Perú, Lima 1999, p. 43.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 91

los estados del sur, fue relativamente fácil reducir el nivel de violencia
de los single young men pertenecientes al estatus de “subculturas”
durante el período de desarrollo de la organización estatal a principios
del siglo XX, en Latinoamérica fue por el contrario mucho más difícil
para el Estado imponerse sobre una organización de la violencia
basada en bandas familiares y estructuras de poder local.
Aparentemente esto fue también el caso por que la integración de los
actores de violencia en redes familiares formó solo una variante de
una probada estrategia de supervivencia.
La violencia unida a la familia convierte en Latinoamérica al
Estado, entendido como instancia de la disciplina social, en cierta
manera en una superflua autoridad competente. Los cambios en la
sociedad y sobre todo en la urbanización destruyen, no obstante,
antiguas formas de control de la violencia no estatales.54 Sobre todo en
los centros urbanos que se desarrollaron rápidamente en los grandes
países de Latinoamérica a partir de 1880, el Estado tuvo que
encargarse mucho más que antes de establecer un control social. Pero
para ello estaba mal preparado. Como débil actante que disponía de
pocos recursos, el Estado recurrió a la violencia física pública para
poder establecer el control sobre la sociedad. Esto explica también la
comparativamente alta tendencia a la violencia que tiene el Estado en
su política interior en Latinoamérica. Los estudios sobre el Estado y su
papel en la civilización de la sociedad en Latinoamérica han
aumentado en los últimos años. Los trabajos de Foucault según los
cuales se produce por un lado, una pacificación de la sociedad
mediante un rutinario control policial y por otro, una internalización
de la disciplina, tuvieron una gran influencia en muchos casos. Los
estudios de Elias tuvieron poca aceptación en Latinoamérica (sí han
sido muy discutidos en las investigaciones sobre la temprana edad
moderna en Europa). El interés de estas investigaciones abarca la
mayoría de los sectores de la sociedad. Son de mencionar, en este
punto, las clásicas instituciones públicas como la policía, el sistema
presidiario, la sanidad, etc. Muchos de estos estudios muestran qué
límites tiene la influencia de las organizaciones estatales en partes de
Latinoamérica. Especialmente extremo se muestra esto en los casos en
54
Véase la introductión, en S.M. ARROM y S. ORTELL (eds.), Riots in the Cities.
Popular Politics and the Urban Poor in Latin Amerca, 1765-1910, Wilmington 1996,
p. 7.
92 Michael RIEKENBERG

los que la administración de la justicia en la actualidad no posee (casi)


ninguna influencia en la organización interna de las cárceles.55

Epilogue
Aparentemente una causa del aumento del interés por parte de las
ciencias sociales en las últimas dos décadas sobre el Estado y la
violencia es, que la fase de expansión “del” modelo de Estado europeo
está evidentemente rebasada. Formas estatales de la organización de la
violencia se descomponen (nuevamente) en varias partes del mundo.
El aumento del warlordism en África y partes de Asia o de las non-
governmental areas en zonas urbanas lo parecen señalar.56
Ante el trasfondo de estos procesos y según los criterios del
monopolio de la violencia y de los impuestos, entendidos como
componentes imprescindibles de la soberanía estatal, se considera al
Estado latinoamericano más bien débil.57 En lo que respecta al control
de la violencia, el Estado latinoamericano esta confrontado a menudo
con estructuras de organización autónoma de la violencia. Antes se
trataba de poderes locales clientelistas, pueblos y comunidades,
colectividades (Gemeinschaften) étnicas, movimientos milenarios, etc.
Hoy día son grupos paramilitares, cárteles, subculturas, “mercados de

55
Véase p. e. Fundación Regional de Asesora en Derechos Humanos (ed.), La violencia
intracarcelaria en el Centro de Detención Provisional de Quito, Quito 1997; J.L. PÉREZ
GUADERLUPE, Una etnografia del penal de Lurigancho, Lima 1994, pp. 35f.; Human
Rights Watch (ed.), Prison Conditions in Venezuela, New York 1997; P. ANDRADE
ROA, Carceles de Venezuela. Campos de exterminio, Caracas 1996. Sobre culturas
“duales” véase N. ALVAREZ LICONA, “Las Islas Marías y la subcultura carcelaria”, en
Boletin Mexicano de Derecho Comparado 91 (1998), pp. 13-29. Como orientación
véase R.D. SALVATORE y C. AGUIRRE (eds.), The Birth of the Penitentiary in Latin
America: Essays on Criminology, Prison Reform and Social Control, 1830-1940,
Austin 1996).
56
Véase M. RIEKENBERG, “Warlords”, en Comparativ 6 (1999), pp. 187-205.
57
Hasta ahora, las comparaciones acerca del Estado en Latinoamérica estuvieron la
mayorá de las veces orientadas de una forma funcional y para conseguir sus cometidos
se cuestionaban cómo de “fuerte” o “débil” era el Estado latinoamericano y de qué
recursos disponía. Véase E. Huber, “Assessments of State Strength”, en Latin America
in Comparative Perspectives. New Approaches to Methods and Analysis, Boulder 1995,
pp. 163-193, p. 165; , M.S. GRINDLE, Challenging the State. Crisis and Innovation in
Latin America and Africa, Cambridge 1996; J. LINZ y A. STEPAN (eds.), Problems of
Democratic Transition and Consolidation: Southern Europe, South America and Post-
Communist Europe, Baltimore 1996.
ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE LITERATURA RECIENTE 93

violencia“, etc. que toman del Estado partes de su soberanía. De todas


formas se han de tener en cuenta las considerables diferencias entre
los distintos países. Llama la atención que sean a menudo Colombia o
El Salvador los más mencionados cuando se habla de violencia en
“Latinoamérica”.
A pesar de las debilidades y de los componentes de “anomía”
de la organización estatal, no presenciamos en Latinoamérica ninguna
desintegración total del Estado. Quizá Colombia sea en este sentido
una excepción: Paul Oquist ya diagnosticó en 1980 un “partial
collapse of the state”. Pero en general Latinoamérica posee una fuerte
tradición del Estado y de la urbanidad, así como de una organización
social jerárquica. Esta tradición se puede observar incluso en el ámbito
del tráfico de droga y de la criminalidad organizada, en donde se
puede observar fuertes diferencias entre partes de Africa y de
Latinoamérica.58 Por este motivo es poco probable que el Estado en
Latinoamérica pierda totalmente su “right to rule”.59 De todas formas,
el repliegue del Estado observado desde hace algunos años en sectores
de la sociedad y de la economía en favor del crecimiento del mercado,
podría significar que la esfera pública se descompone todavía más que
antes en segmentos distintamente seguros.

58
Véase sobre esto en comparación con África J.F. BAYART et al. (eds.), The
Criminalization of the State in Africa, Oxford 1998, p. 11. Véase también la excelente
comparación entre la violencia mafiosa en Italia y Colombia de C. KRAUTHAUSEN,
Moderne Gewalten. Organisierte Kriminalität in Kolumbien und Italien, Frankfurt, New
York 1997.
59
I.W. ZARTMAN (ed.), Collapsed States. The Desintegration and Restoration of
Legitimate Authority, Boulder 1995, p. 5.
PARTE SEGUNDA

PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS:


LA ANTROPOLOGÍA HISTÓRICA DE LAS
COMUNIDADES ANDINAS CARA AL NUEVO SIGLO
ANDRÉS GUERRERO*
TRISTAN PLATT**

Con esta colección de ensayos sobre “las comunidades andinas”, nos


proponemos sugerir combinaciones de enfoques antropológicos con
métodos históricos y, desde esta perspectiva, ampliar para los Andes
el debate planteado en el Cuaderno no 7 de AHILA (1999) sobre la El
Proceso Desvinculador y Desamortizador de Bienes Eclesiásticos y
Comunales en la América Española Siglos XVIII y XIX. En la
Introducción a ese número, Rosa María Martínez de Codes hizo
hincapié sobre la transición al sistema de propiedad liberal, concebido
como un proceso secularizador de bienes de “manos muertas”. Enfocó
las condiciones de emergencia del concepto liberal de propiedad
individual a través de los actos legales y sus efectos, utilizando
sobretodo categorías y relaciones conceptuales disgregadas de la
misma documentación administrativa. A pesar de su utilidad como
recopilación de la historia jurídica y política criolla, pensamos que
esta perspectiva plantea un problema de corte epistemológico cuya
solución requiere un enfoque etnohistórico y una reflexión crítica.
Nuestra aproximación se distingue por su inter-
disciplinariedad, y un reconocimiento de lo que los documentos callan

*
FLASCO, Ecuador.
**
Universidad de St. Andrews.
96 Andrés GUERRERO/Tristan PLATT

o dicen implícita o marginalmente, como también por un énfasis sobre


la experiencia histórica y política de las poblaciones actuales, tal como
ésta puede detectarse a través del trabajo de campo. En una sociedad
donde la “larga duración” sigue manteniendo tanto peso sobre el
presente, una historia que no contempla los problemas planteados por
la experiencia acumulada de las sociedades actuales quedará sin un
método imprescindible de verificación.
Se requiere, además, una hermeneútica que interrogue los
ordenamientos de las nociones y los enlaces de las categorías (su
utilización práctica por los funcionarios), tal como aparecen en los
documentos producidos por el Estado colonial y republicano,
reconociéndoles como productos coyunturales de un determinado
conjunto de ideas histórico–culturales vinculadas a funcionalidades
inmediatas de orden administrativo. Debe reconocerse que gran parte
de la realidad social comunitaria se desenvuelve fuera del alcance de
la percepción administrativa y, por ende, de este tipo de
documentación. Al mantenerse dentro de este conjunto de ideas, y
utilizarlas sin desmontar su significado y realidad, se corre el riesgo
de reificar la visión administrativa y criolla de las cosas, suprimiendo
las formas de subalternidad que subyacen en cualquier sociedad
colonizada y poscolonial. En la producción de esta distorsión, ocupan
un lugar especial los tradicionales nacionalismos criollos, que a
menudo aparecen como “mentalidades cárceles” que imponen un
marco teleológico sobre percepciones más plurivalentes y ambigüas
de la realidad regional.
Dentro de la antropología andina, la agenda nacional criolla
tiene una de sus raices más fecundas en un artículo clásico por
Fernando Fuenzalida, quien en 1964 argumentó que, desde la
formación de los municipios en las nuevas parroquias de indios
reducidos en pueblos por el virrey Francisco de Toledo (1579–1581),
la historia de las sociedades andinas quedó definitivamente trunca, en
cuanto su población—diezmada y desarticulada por la guerra, la
encomienda y la epidemia—fue volcada en formas institucionales de
claro raigambre peninsular.1 Este planteamiento puede contrastarse
con la posicion indianista (p.ej., la del Taller de Historia Oral Aymara
1
Fernando FUENZALIDA VOLLMAR, “La matriz colonial de la comunidad de indigenas
peruana: una hipótesis de trabajo”, republicado en Revista del Museo Nacional nº 35,
Lima 1967/1968 (pp. 92-113).
PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 97

de La Paz)2, que plantea la continuidad de los efectos coloniales hasta


el presente sobre una población “autóctona” dispersa entre seis
Repúblicas. Los dos enfoques se complementan como dos miradas
cruzadas.
En realidad, al debatir sobre los méritos respectivos de los
enfoques peninsular y andino, tiende a reproducirse una falsa
dicotomía. Tomar el gobierno toledano como momento fundacional
de la “comunidad andina” tiene sentido sólo si nos preguntamos
también por la manera en que fue recibida y resignificada la reforma
toledana por las sociedades andinas en vías de colonización. Y esto
nos obligaría a indagar sobre la sociedad pre–hispánica, además de la
sociedad medieval europea. La necesidad de superar un fácil dualismo
en el análisis ya estaba presente en el trabajo del antropólogo y
etnohistoriador John V. Murra, cuya obra—precozmente reflexiva3—
invocó una visión antropológica desde ambos lados del Atlántico,
inspirándose en las etnografías británicas sobre la Africa y los
conceptos redistributivos elaborados también por Karl Polanyi para
las economías de los antiguos imperios.4 Murra también enfatizó el
logro de los primeros etnógrafos españoles que conocieron las
sociedades andinas en las etapas tempranas de la invasión europea,5
señalando además la utilidad de las Visitas administrativas del estado
español, a pesar del sesgo introducido por algunas nociones
utilizadas.6 Al mismo tiempo, sostuvo la necesidad de aportar a las
antropologías propias de los lugares estudiados, en la medida que toda
sociedad busca desarrollar su propia reflexión sobre si misma y sus
“otros”.
En los 1970s, se produjo un florecimiento internacional
inédito de los estudios andinos, como parte de una búsqueda de

2
Taller de Historia Oral Andina (THOA), Ayllu: pasado y futuro de los pueblos
originarios, La Paz 1995.
3
Victoria CASTRO, Carlos ALDUNATE y Jorge HIDALGO, (eds.) Nispa Ninchis/Decimos
Diciendo: Conversaciones con John Murra, Lima 2000.
4
John V. MURRA, Formaciones Económicas y Políticas del Munda Andino, Lima 1975.
5
Ver, recientemente, Sabine MACCORMACK, “Ethnography in South America: the First
Two Hundred Years”, in Frank SALOMON & Stuart SCHWARTZ (eds.), Cambridge
History of Native American Peoples, t.3 “South America” (Pt.1), Cambridge 1999.
6
Sobre este punto, el artículo pionero fue el de Enrique MAYER, “Censos insensatos”,
en Iñigo ORTIZ DE ZUÑIGA, Visita de la Provincia de León de Huánuco en 1562, t.2,
Edición a cargo de John V. Murra. Huánuco 1972.
98 Andrés GUERRERO/Tristan PLATT

alternativas políticas. Desde la perspectiva andina, la unificación


política del espacio mediante técnicas de organización social y laboral
permitieron, primero, a las señoríos locales, y después a los estados,
convertir un territorio montañoso, agreste y hostil en una fuente de
abundancia y riqueza mediante el desarrollo de formas propias de
acceso a los recursos. Con su famosa teoría de la “verticalidad
andina”, Murra orientó nuevos trabajos de campo, donde la
perspectiva localista de la “comunidad” se complementó con el
reconocimiento de estrategias de reproducción mucho más amplias,
que cruzaron las fronteras de diferentes jurisdicciones nacionales,
unificando a gente dispersa entre varias comunidades locales
desparramadas através de la Cordillera. La relevancia fluctuante de la
complementariedad ecológica después de la Conquista, según el grado
de mercantilización,7 y su presencia, en forma atenuada, hasta fines
del siglo XX, enfatizó la necesidad de contextualizar las
“comunidades”. Murra complementó el enfoque circulacionista
analizando las formas de acceso de diferentes grupos sociales a la
tierra, la distribución vertical de los insumos productivos, y los
sistemas de organización laboral. Todos ellos son, evidentemente,
elementos necesarios para comprender la recepción posterior de las
políticas liberales de desvinculación. Incluso planteó la emergencia de
“haciendas” estatales, altamente productivas, en la víspera de la
invasión europea,8 pero el enganche teórico de este modelo dinámico
del desarrollo del Tawantinsuyu con las nuevas formas de propiedad

7
Los trabajos pioneros fueron los de César FONSECA MARTEL, Sistemas Económicos
Andinos, Biblioteca Andina, Lima 1973. G. ALBERTI & Enrique MAYER (comp.),
Reciprocidad e intercambio en los Andes peruanos, Lima 1974. Una visión dinámica de
esta relación fluctuante fue propuesta por los historiadores Enrique TANDETER y Nathan
WACHTEL en Precios y producción agraria. Potosí y Charcas en el siglo XVIII, Buenos
Aires 1983. Ver también los estudios recogidos en Olivia HARRIS, Brooke LARSON y
Enrique TANDETER (comps.), Participación indígena en los mercados sur–andinos,
Cochabamba 1987.
8
Sobre el acceso a la tierra, ver John V. MURRA, “Derechos a las tierras en el
Tawantinsuyu”, in Margarita MENEGUS (comp.), Dos décadas de investigación en
historia económica comparada en América Latina. Homenaje a Carlos Sempat
Assadourian, Mexico 1999.
PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 99

introducidas por los europeos aún no se ha explorado con el detalle


que merece.9
La necesidad de enraizar la investigación etnográfica dentro
de una comprensión arqueológica y etnohistórica de las sociedades
regionales, y simultáneamente asegurar su relevancia para las
transformaciones contemporáneas (las nuevas Reforma Agrarias, las
políticas económicas, jurídicas, pedagógicas y linguísticas, etc.),
significó que los estudios andinos se formasen como un conjunto de
tácticas interdisciplinarias enmarcado por la temporalidad. En los
1970s y los 1980s tempranos, estas disciplinas aún pudieron mantener
un fecundo contacto entre sí, produciéndose una etapa de acumulación
y articulación de los conocimientos sin precedentes, como aportes
para la construcción de una memoria y un proyecto comunes.
En este proceso de articulación, una contribución
fundamental provino del encuentro entre la antropología y la historia
económica. La definición de un área cultural a partir de la geoecología
de Puna y Páramo,10 y del estudio de las características politico–
económicas de la formación estatal prehispánica más extendida del
Nuevo Mundo,11 fue complementada por los análisis desarrollados por
Carlos Sempat Assadourian del sistema colonial andino basado en la
producción de metales preciosos y la circulación de mercancías
mediante una división regional del trabajo necesario para llenar la
demanda del mercado minero.12 La obra de Assadourian también
desembocó, en los 1980s y ‘90s, en múltiples estudios de regiones y
aspectos parciales del sistema teorizado por él.13 Al mismo tiempo, se
buscó articular la participación en el mercado de las “comunidades” y
unidades domésticas indias con los sistemas no–monetarios de
9
Ver, sin embargo, Carlos SEMPAT ASSADOURIAN, “Los derechos a las tierras del Inca
y del Sol durante la formación del sistema colonial”, en Transiciones hacia el Sistema
Colonial Andino, Lima 1994.
10
Carl TROLL (ed.), Geo–ecology of the Mountainous Regions of the Tropical
Americas, Bonn 1968.
11
John V. MURRA, La organización económica del estado Inca, Mexico 1978 [1955].
12
Carlos SEMPAT ASSADOURIAN, El sistema de la economía colonial: mercado interno,
regiones y espacio económico, Lima 1982.
13
Por ejemplo, Juan Carlos GARAVAGLIA, Mercado Interno y Economía Regional,
Mexico-Barcelona-Buenos Aires 1983. Luis Miguel GLAVE y María Ysabel REMY,
Estructura Andina y Vida Rural en una Región Andina. Ollantaytambo entre los siglos
XVI y XIX, Cusco 1984. Brooke LARSON, Explotación agraria y resistencia campesina
en Cochabamba, Cochabamba 1982.
100 Andrés GUERRERO/Tristan PLATT

circulación.14 Así, se desvió la atención teórica desde el análisis


dependista del colonialismo hacia el estudio de la circulación interna y
el grado de autosuficiencia, real o potencial, existente en el ámbito
americano. En esta coyuntura, uno de los enfoques antropológicos
más novedosos fue el análisis de los conceptos aymaras y quechuas
del “dinero” ancestral como símbolo de fertilidad y riqueza, y las
consecuencias para la circulación monetaria dentro y fuera de las
comunidades.15
La conjunción entre lo económico y lo religioso en el
pensamiento de las comunidades andinas desbrozó varias pistas para
la investigación de las subjetividades colonizadas, en cuanto las almas
y los metales preciosos constituyeron los dos objetivos principales de
la colonización europea. En trabajos recientes, el mismo Assadourian
ha incorporado la religión al análisis de las condiciones de
surgimiento del sistema colonial. Aqui señalaremos el aporte de los
linguistas (inspirados en el ejemplo de sus precursores religiosos del
siglo XVI-XVII) que renovó el estudio de la conversión religiosa.16 Al
mismo tiempo, se empezó la búsqueda de nuevas fuentes propiamente
andinas, aparte de los pocos textos alfabéticos.17 Murra había indicado
la importancia de los tejidos como forma de riqueza en los Andes; y
ya en 1978 Verónica Cereceda demostró la posibilidad de una
aproximación semiológica a las tradiciones textiles de las
comunidades, que se revelaron como un conjunto dinámico de formas
y colores. Su trabajo suscitó un interés inmediato en las
transformaciones inter-comunitarias de los textiles y, mas
ampliamente, en las formas de la textualidad andina. Aquí también

14
David LEHMANN (comp.), Ecology and Exchange in the Andes, Cambridge 1982.
Tristan PLATT, Estado tributario y librecambio: mercado interno, proteccionismo y
lucha de ideologías monetarias, La Paz 1986.
15
Olivia HARRIS, “Phaxsima y qullqi. Los poderes y significados del dinero en el Norte
de Potosí”, en O. HARRIS, B. LARSON & E. TANDETER, La Participación indígena.
16
En esta tradición se enmarca, recientemente, Sabine DEDENBACH-SALAZAR SÁENZ &
Lindsey CRICKMAY (comps.), La lengua de la cristianización en Latinoamérica:
Catequización e instrucción en lenguas amerindias, Bonn 1999.
17
Felipe GUAMAN POMA DE AYALA, Nueva Corónica y Buen Gobierno. Edición a
cargo de John V. Murra y Rolena Adorno, Mexico 1980. Gerald TAYLOR, Ritos y
tradiciones de Huarochiri: Manuscrito Quechua de comienzos del siglo XVII, Lima
1987 (incluye un estudio por Antonio Acosta sobre Francisco de Ávila). Frank
SALOMON and George URIOSTE, The Huarochiri Manuscript. A Testament of Ancient
and Colonial Andean Religion, Austin 1991.
PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 101

Cereceda contribuyó ideas esenciales—como la capacidad de hablar


atribuida a los artefactos textiles, considerados como seres vivos—,
que hoy se recogen en los estudios sobre los quipos y otros sistemas
gráficos, considerados crecientemente como formas no–alfabéticas de
escritura.18 Como parte del mismo corriente, la reflexión sobre las
relaciones entre la oralidad y la escritura en los Andes también han
permitido avances metodológicos importantes en la recuperación de
los procedimientos de lectura de los diferentes tipos de texto.19
Por otra parte, Pierre Duviols y César Itier analizaron el texto
y los famosos dibujos de Joan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui,20
sometiendo los esquemas interpretativos de R.T. Zuidema, sobre la
permanencia incambiable de milenarias “estructuras andinas”, a una
crítica basada en el reconocimiento de elementos y estructuras
cristianas y coloniales que penetraron y subordinaron los contenidos
indígenas del texto.21 Sin embargo, el planteamiento de Zuidema
sobre la absorpción del tiempo cronológico por estructuras míticas,
que se reflejan en ordenamientos socio–espaciales (ceques) marcados
por el ritmo de las fiestas calendáricas locales, se ha mantenido como
una de las ideas más fértiles y sugerentes de los últimos 30 años.22 Un

18
Verónica CERECEDA, “La sémiologie des tissus andins”, Annales E.S.C., Paris 1978.
También Denise ARNOLD, Domingo JIMENEZ & Juan DE DIOS YAPITA, Hacia un Orden
Andino de las Cosas, La Paz 1992. Una colección de estudios de los quipos está pronta
a publicarse en Jeffrey QUILTER & Gary URTON (comps.), Narrative Threads. Studies
of narrativity in Andean Quipos, Texas University Press (en prensa).
19
Ver, por ejemplo, Tristan PLATT, “Writing, Shamanism and Identity: Voices from
Abya Yala”, in History Workshop Journal 34, London 1992. Rosaleen HOWARD–
MALVERDE (comp.), Creating Context in Andean Culture, Oxford 1997. Frank
SALOMON, “Testimonies”, in Cambridge History of Native American Peoples, t.3
(Pt.1), Cambridge 1999. Para un trabajo pionero sobre la aritmética andina, a partir de
las relaciones numéricas detectadas en la etnografía de una comunidad chuquisaqueña,
ver Gary URTON, The Social Life of Numbers. Texas 1997.
20
Joan DE SANTA CRUZ PACHACUTI YAMQUI SALCAMAYGUA, Relación de
Antigüedades deste Reyno del Pirú (eds. Pierre Duviols y César Itier, Cusco-Lima 1993.
21
Ver la discusión entre DUVIOLS y ZUIDEMA en Thérèse BOUYSSE-CASSAYNE
(comp.), Saberes y Memorias en los Andes. In memoriam Thierry Saignes, Lima 1997.
También el artículo de BOUYSSE-CASSAYNE en la misma coleccion, “De Empédocles a
Tunupa: Evangelización, Hagiografía y Mitos”.
22
Una colección de trabajos por R.T. ZUIDEMA fue publicada en Reyes y Guerreros:
Ensayos de cultura andina, Lima 1989. Para un procedimiento inverso, donde se
detectan las circunstancias históricas que rodean la formación de un mito de origen, ver
Gary URTON, The History of a Myth, Austin 1990.
102 Andrés GUERRERO/Tristan PLATT

nuevo desarrollo del tema se encuentra en los “senderos de la


memoria” analizados por Thomas Abercrombie, que se recorren en los
niveles más profundos de la borrachera colectiva, durante las
libaciones con las que se festeja la renovación de los cargos político–
religiosos, donde se reproduce la autoridad ligada al paisaje sagrado,
junto con las relaciones de género y la identidad colectiva de los
comunarios.23
Finalmente, los análisis de Rodolfo Cerrón-Palomino sobre la
dialectología quechua sentaron las bases para las nuevas políticas
linguísticas de unificación ortográfica que ahora están siendo
implementadas (no sin resistencias) en las comunidades mediante los
programas de educación bilingüe,24 provocando estudios sobre la
interacción linguístico-cultural en las escuelas comunitarias, donde se
promueve una nueva etapa en la “conversión” de los campesinos: esta
vez, al nacionalismo y la modernidad liberal.
Ahora bien, a fines de los 1960s, se volvió corriente—tanto
en Europa como en los EE.UU.—la crítica de los estudios
etnográficos aislados de su contexto político y económico global. La
interpretación del colonialismo constituyó un debate candente entre
historiadores y antropólogos de ambos mundos. Este interés se ha
mantenido dentro de los nuevos debates teóricos sobre la
representación de los testimonios. Con el desplazamiento de la
atención desde el binomio “libertad”/“explotación”, característico de
los esquemas liberal–marxistas, ha llegado a ser posible plantear
también—y desde una perspectiva que quisieramos llamar post-
liberal—el estudio del grado de “agencia” (agency) ejercida por las
comunidades andinas, consideradas como productos de una actuación
propia dentro de marcos de dominación.. Mediante el desarrollo de las
metodologías ya citadas, se buscaba recuperar la voz y la práctica del
mundo indígena colonizado, y su papel activo como subalterno en la
formación de las sociedades hispano–americanas y republicanas. Es

23
Thomas ABERCROMBIE, Pathways of memory and Power, Madison 1998. También
Thierry SAIGNES (comp.), Borrachera y memoria: la experiencia de lo sagrado en los
Andes, La Paz 1993. Aurore BECQUELIN y Antoinette MOLINIÉ, Mémoire de la
Tradition, Nanterre 1993.
24
Rodolfo CERRÓN-PALOMINO, “Unidad y Diferenciación Linguística en el Mundo
Andino”, en Segundo MORENO & Frank SALOMON (comps.), Reproducción y
Transformación de las Sociedades Andinas, siglos XVI–XX, Quito 1991.
PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 103

así que, en el Cambridge History of Native American Peoples (t. 3,


“South America”, 1999), los editores han consolidado la
interpretación de la gente nativa como sujetos históricos, también
capaces de la creación etnogenética de nuevas identidades, en todo el
continente sudamericano (incluso Amazonas).25
Uno de los temas poco tratados hoy en día, aunque estuvo en
los inicios de la antropología andina moderna, es precísamente aquél
de la génesis, reproducción y adaptaciones de aquellas formas
comunitarias menos perceptibles, porque no institucionalizadas por el
estado y casi ausentes en los documentos de comunidades, como
parece ocurrir en el seno de las haciendas desde el siglo XVI. Tal fue
la temática del celebrado estudio de la hacienda Vicos en el Peru y su
homólogo de Colta Monjas en el Ecuador; lo mismo se manifestó en
Bolivia con la reconstitución de “comunidades cautivas” después de la
expulsión de los hacendados por la Reforma Agraria de 1953. Por una
parte, los movimientos de aquellas poblaciones que se desdefinen de
las categorías estatales y, por otra, los grupos de unidades domésticas
repartidas entre los colonizadores por el estado (mitayos de obrajes y
repartimientos), confluyen en el territorio de las haciendas y crean
nuevas formaciones comunales. Tejen redes de parentesco nuevas que
se articulan a las complementaridades ecológicas y los ciclos vitales
(individual, doméstico y comunal).26 En las haciendas, participan en
los calendarios rituales locales, y surgen formaciones culturales de
larga duración. Este tipo de constitución de comunas apenas ha sido
trabajado por los antropólogos y los historiadores, más seducidos, por
una parte, por la economía hacendataria que intrigados por su
desdoblamiento comunal y, por la otra, influidos tal vez por una
búsqueda de lo comunal como sobrevivencia de la autoctonía
precolonial.27 Sin embargo, en el presente, al menos en los Andes, ese
tipo de pequeñas unidades comunales, en particular desde las reformas

25
Frank SALOMON & Stuart SCHWARTZ, “New People and New Kinds of People:
Adaptation, Readjustment and Ethnogenesis in South American Indigenous Societies
(Colonial Era)”, in Cambridge History of Native American peoples, t.3 (Pt.2).
26
M CRESPI, The Patrons and Peones of Pesillo. Tésis de Ph.D. University Microfilms,
Ann Arbor 1968. Andrés GUERRERO, “Unité doméstique et réproduction sociale: la
communuaté huasipungo”, Annales E.S.C. année 41, no. 3 (mai–juin), Paris 1986.
27
Manuel BURGA, Nacimiento de una utopía andina. Muerte y resurrección de los
incas, Lima 1988.
104 Andrés GUERRERO/Tristan PLATT

agrarias, ha cobrado un marcado y dúctil protagonismo político y


económico en toda la región andina.28
Por otra parte, estudios regionales han mostrado como fue
fragmentándose el pacto andino-medieval entre las “Repúblicas” de
Indios y Españoles, basado en la cesión de obediencia y servicios al
Rey a cambio de protección y tierras. Establecido formalmente en el
momento de la conquista española, reformulado mediante la
formación de los municipios toledanos y las composiciones de tierras,
este pacto fue prolongado, en condiciones diversas y crecientemente
críticas, bajo los Borbones y los gobiernos republicanos. En esta
trayectoria, la “reversión de la soberanía a los pueblos” después de la
invasión francesa de España en 1808—proceso precursor de la
independencia iberoamericana—enfrentó a todos los estratos sociales
con los nuevos conceptos ilustrados de ciudadanía y libertad. El hecho
que los líderes de la resistencia andina entre los siglos XVIII y XX
adoptaron para su defensa la figura del “apoderado”, propio de la
representación de los pueblos en el pacto medieval, nos recuerda que
ambas formas de representatividad se mantuvieron en tensa
coexistencia durante la República.29 La celebrada “democracia
aymara” en las comunidades modernas del Altiplano boliviano, que
somete cada decisión colectiva a una larga prueba de consensualidad,
¿es en realidad una derivación del cabildo peninsular medieval?
Nuevamente, se plantea el problema de la recepción andina de tales
instituciones, aludido líneas arriba.30
Aquí es significativa la confluencia que se ha producido entre
algunos investigadores latino-americanos con las teorías subalternistas
que habían surgido de una reflexión africana e hindú, dentro de una
perspectiva Sur–Sur que, de continuar, promete ser creativa. Algunos
estudios, en efecto, aprovechan la crítica de las temáticas, la

28
Emma CERVONE, “Festival Time, Long Live the Festival. Ethnic Conflict and Ritual
in the Andes”, Anthropos 93, 1998, (pp.101–113).
29
Ver José Carlos CHIARAMONTE, “Vieja y Nueva Representación: los procesos
electorales en Buenos Aires, 1810–1820”, en Antonio ANNINO (comp.), Historia de las
elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Mexico 1995.
30
Sobre este problema, ver Sinclair THOMSON, Colonial crisis, community and self–
rule: Aymara politics in the age of insurgency. Tésis doctoral inédita, University of
Wisconsin, Madison 1996. Sergio SERULNIKOV, “Customs and rules: Bourbon
rationalizing projects and social conflicts in Northern Potosí during the 1770s”,
Colonial Latin American Review, vol. 8, no. 2, 1999.
PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 105

utilización de las fuentes documentales y las teorías que proponen los


estudios del Grupo de Estudios Subalternos (Guha, Said, Pandey,
Spivac, entre otros).31 Los resultados convergen con las
contribuciones de Marie–Danièlle Demelas, partiendo del análisis de
las consecuencias en los Andes de la Constitución de Cádiz,32 o de
Silvia Palomeque, sobre la formación de la ciudadanía excluyente o
integrador de las autoridades indígenas en sus albores (ver su artículo
publicado aquí). Estas autoras también abarcan el comportamiento
electoral distintivo de las comunidades andinas en los albores de la
Independencia, aproximación que ha sido particularmente
significativa para la comparación entre los proyectos nacionales del
Peru, Ecuador y Bolivia. Se complementa con las contribuciones de
Florencia Mallon quien, partiendo de una perspectiva más
campesinista, que luego diverge hacia lo ciudadano subalterno, sitúa
la construcción desigual de la hegemonia estatal en Mexico y Peru en
los conflictos sociales que sacuden la formación del estado nacional.
Al mismo tiempo, en su comparación de los procesos de hegemonía y
subalternidad, Mallon recorre una senda narrativa paralela a la gesta
de construcción del estado–nación, al insistir que la construcción
exitosa de la hegemonía se refiere implícitamente a un “end-point”,
donde los reclamos populares son absorbidos mediante coerción y
consensus.33
Hoy en día, las prácticas disciplinarias en los Andes y en
otras partes son más separadas, en parte debido a las prácticas de
deslinde que surgen generalmente de las estructuras de
financiamiento. Además, el volumen de los trabajos, junto con las
aporias ideológicas del fin de siglo, ha crecido al punto que ya es
dificil que todos se sientan articulados en un solo proyecto. Sin
embargo, la visión interdisciplinaria se encuentra integrada en la

31
Silvia RIVERA y Rossana BARRAGÁN, Debates Post Coloniales. Una introducción a
los estudios de la subalternidad, La Paz 1997, pp.33-72. También Mark THURNER,
From Two Republics to One Divided. Contradictions of Postcolonial Nationmaking in
Andean Peru, Durham 1997.
32
Marie-Danièlle DEMELAS, L’invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au XIXe
siècle, Paris 1992.
33
Florencia MALLON, “Reflections on the Ruins: Everyday Forms of State Formation in
Nineteenth Century Mexico”, in Gilbert M. JOSEPH & Daniel NUGENT (eds.), Everyday
Forms of State Formation, Durham 1994, pp. 70-71.
106 Andrés GUERRERO/Tristan PLATT

práctica de algunos estudios recientes,34 y se mantiene como la única


manera de acercarse a una comprensión crítica de la realidad andina.

Los cinco ensayos que siguen representan avances recientes en una de


las fronteras de la investigación: el período postcolonial republicano.
El primero, por la investigadora argentina Silvia Palomeque, trata de
la diversidad de procesos en la implantación de la ciudadania. El
segundo, por la etnohistoriadora boliviana Rossana Barragán, analiza
las categorías estatales que seguimos utilizando cuando analizamos
los problemas de los “indios”, los “comunarios” y los “campesinos”
dentro de la República. El tercero, por la historiadora peruana
Magdalena Chocano, revisa el estado de la cuestión comunitaria, con
énfasis especial en los estudios politico-economicos de las
comunidades peruanas. El cuarto, por la antropóloga italiana residente
en Ecuador Emilia Ferraro, cuestiona el uso muy difundido de una
cierta concepción romántica de la reciprocidad en la caracterización
de las sociedades andinas. Y el quinto, por la antropóloga argentina
emigrada a Canadá, Blanca Muratorio, trabaja las fronteras de la
comunicacion entre el etnógrafo y su “informante”, replanteando el
problema de la “agencia” (agency) indígena en el contexto del cambio
social y de la historia oral. Conviene destacar algunos de los temas
que los artículos aquí presentados sugieren en la perspectiva de un
encuentro entre la antropología y la historia.
Silvia Palomeque plantea la necesidad de mirar de cerca
algunos procesos políticos, cuya generalidad se da por sentada en el
ámbito de todos los lugares; además, por lo general se asume que
tienen un carácter linear, así por ejemplo la exclusión ciudadana de las
autoridades indígenas en los cantones y parroquias surgiría desde los
albores de la República y continuaría tal cual hasta nuestros días. Sin
embargo, algunos procesos, como el de la exclusión, nos advierte la
autora precísamente, pueden empezar mucho más temprano de lo que
se pensaba y, a la vez, exhibir un carácter más variable y matizado,
que depende de las estructuras y circunstancias locales.
Rossana Barragán, desde la historia, advierte a su vez que las
nociones estatales (como la de indio/blanco), tal como los

34
Ver, últimamente, los ensayos de Olivia HARRIS recogidos en To Make the Earth
Bear Fruit, London 2000.
PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 107

investigadores las encuentran en los documentos, no pueden ser


empleadas sin un análisis previo de la relación entre categorías
fiscales y categorías sociales. Analiza los origenes de la concepción,
hoy corriente, del indio como “esencialmente” rural, mostrando como
el juego de los intereses fiscales condujeron a categorizar la tierra
aparte de la gente que la ocupan. La ocupación del binomio campo–
ciudad fue característica de todos los espacios y categorías hasta la
segunda mitad del siglo XIX. Luego, a través del censo de La Paz de
1881, muestra cómo se iba forzando una convergencia entre
categorías raciales y determinadas categorías ocupacionales, pero la
“campesinización” del indio no pudo consolidarse hasta la Revolución
de 1952, cuando se rompieron las estructuras de poder y fiscalidad
que aún ataban el campo a la ciudad. Termina señalando la
ambigúedad creativa que surge de las acciones sociales de las mujeres
de diferentes “clases” en lo que atañe a la vestimenta.
Magdalena Chocano se concentra en trabajos basados en
trabajo de campo, sobretodo los que se han realizado desde una
perspectiva político-económica. Hace un balance del camino andado,
señalando ciertas omisiones, como los pocos estudios realizados sobre
las comunidades nuevas, p.ej. las mestizas, y enfatizando la diversidad
de situaciones que requieren una aproximación empírica a través del
cotejo de múltiples estudios locales. Señala la multivalencia de la
palabra ayllu (cuya proyección—en el análisis de Deborah Poole—
puede rebalsar las fronteras de la comunidad); la relación entre género
y etnicidad; el surgimiento de otras formas de riqueza aparte de la
tierra; y el trabajo pionero de Jose María Arguedas, quien intentaba
comparar las comunidades de los Andes y de España. Al mismo
tiempo, enfatiza la importancia de distinguir la experiencia
comunitaria del discurso, susceptible a ser utilizado para diversos
fines políticos.
El tema de fondo de Emilia Ferraro es una crítica a la
utilización monista de la noción de reciprocidad que es ya una
tradición en ciertos discursos andinos. Advierte que es necesario
reconsiderar los campos de validez de esa noción, y renovar la red de
otros conceptos a los cuales se puede engarzar. Sobre todo si
recordamos que las nociones de reciprocidad y redistribución,
productivamente utilizada en los primeros trabajos de Murra sobre la
economía andina, corren el riesgo de convertirse en una suerte de
108 Andrés GUERRERO/Tristan PLATT

llave maestra para el análisis de las comunidades. Lo que implica que


es necesario definir un cierto contorno de validez, un contexto de
utilización de los instrumentos teóricos: advertencia pertinente tanto
para los antropólogos como para los historiadores.
Blanca Muratorio, en el relato autobiográfico de Francisca,
una mujer Napo Quichua,35 plantea, en primer lugar, el problema
complejo de los espacios de construcción de sí (de la persona) en un
medio social que sería catalogado acertádamente de “tradicional”. Lo
novedoso de su relato es que desvela un problema apenas percibido y,
a primera vista, paradójico: Francisca se construye a sí como
narración (el tema de la huída y la metáfora del camino) en el proceso
de contar su experiencia de vida en un contexto “tradicional”. Se
presenta a sí misma como una persona individuo que busca una
autonomía propia, sin abandonar, no obstante, el grupo doméstico ni
su comunidad, puesto que rechaza la seducción de la sociedad
“moderna”. El relato plantea el problema complejo de comprender
formas apropiación de una modernidad difusa y diferente, no sólo por
las clases superiores, sino por personas excéntricas de los grupos
subalternos. ¿Pueden los historiadores plantearse estudiar relatos de la
construcción de sí en un discurso registrado en los documentos
coloniales y republicanos? Se viene a la mente el ejemplo del
panadero de Carlo Ginzburg,36 y la adolescente que se declara bruja
en el trabajo de Sabean.37

La genealogía de los diferentes componentes de las transiciones


andinas deben rastrearse en Europa y la España de la Reconquista,38
no menos que en América y Chavín de Huantar.39 Por otra parte, es
evidente que los aportes de ambas vertientes transatlánticas adquieren

35
Ver, para la formación colonial de la frontera andino-amazónica, Thierry SAIGNES,
France-Marie RÉNARD-CASEWITZ, Anne-Christine TAYLOR, l’Inca, L’Espagnol, et les
Sauvages, Paris 1986.
36
Carlo GINZBURG, The cheese and the worms: the cosmos of a sixteenth-century
miller, London 1980.
37
David WARREN SABEAN, Power in the blood: popular culture and village discourse
in early modern Germany, Cambridge University Press, 1984.
38
Ver Nelson MANRIQUE, Vinieron los Sarracenos ... El Universo Mental de la
Conquista de America, Lima 1993. Berta ARÉS y Serge GRUZINSKI, Entre Dos Mundos,
Sevilla 1997.
39
Richard BURGER, Chavín: Origins of Andean Civilization, London, New York 1992.
PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 109

nuevos significados en la medida que son fragmentadas y


recombinadas para construir sucesivas realidades distintas (como el
bricoleur de Claude Lévi–Strauss). En cierta medida, el debate
actual—renovado, en parte, por los planteamientos del
postcolonialismo—sigue girando en torno a las consecuencias
políticas de extender el estudio de este proceso de sucesivas
modernizaciones indígenas hacia la República y hasta el nuevo
milenio.
Si, como creemos, las comunidades son, y han sido, agentes,
por lo menos coyunturales, dentro del marco de la dominación, urge
retomar tambien la historia de sus fracasos, no como productos de un
historicismo implacable, sino como sitios donde se han enterrado
esperanzas que hoy, con el retroceso de las viejas teleologías, siguen
siendo relevantes para el futuro. La idea de la Conquista como el
“hecho primordial” todavía no se ha reemplazado por una percepción
más exacta (antes compartida por muchas comunidades), que
representa la llegada de los españoles y su religión como otro
trastorno más, ni el primero ni el último, en una historia que siempre
se ha punctuado por sucesivos trastornos cosmológicos.
En efecto, en un recorrido por los Andes de Bolivia al
Ecuador, pasando por el Perú, se puede constatar que las comunidades
se encuentran en un proceso de transformación ináudita. Parecen
recorridas por varias tendencias, a la vez de desintegración y de
rearticulación. Bajo la presión neoliberal y la globalización, los
estados se empeñan en cumplir un imperativo liberal de inicios de la
República. En la última década, se han dictado nuevas leyes agrarias
de “saneamiento” (Bolivia), “titularización” (Perú), y de subdivisión
de los páramos (Ecuador). En toda la región, se constatan procesos de
expulsión sin precedentes de los comuneros hacia las ciudades y fuera
del ambito nacional. En algunos países, se constata el surgimiento de
fuertes movimientos y organizaciones, que se reivindican indígenas
(Ecuador) o aymaras (Bolivia), que reafirman un fundamento cultural,
político y económico comunal. En los barrios urbanos de La Paz,
nuevas comunidades aymaras descubren e inventan sus identidades
colectivas en la cotidianidad diaria. En las comunidades rurales
ecuatorianas, donde se expande la influencia de los medios de
comunicación masivos, los comportamientos y las expectativas de
110 Andrés GUERRERO/Tristan PLATT

vida adoptan matices de marginalidad de tipo urbano, sobre todo en


las generaciones jovenes.
Estos procesos requieren investigaciones precisas a la vez
históricas y antropológicas. La historia del siglo XX es un campo a
desbrozar. Se trata de un período recorrido por cambios inéditos, en
particular desde la segunda mitad del siglo. La democratización
cultural y electoral, que hoy se da, sucede en el contexto de una
(post)-modernización ambivalente, donde la consigna del pluralismo
está teñida de la atomización, la informalización y, al nivel de las
políticas hemisféricas, de una militarización que afecta a todas las
comunidades e individuos. Las grandes contradicciones en las
politicas liberales internacionales contra la hoja de coca y la llamada
“subversión” son evidentes a los ojos de los campesinos y
comunidades. La imposición de modelos económicos a favor de la
acumulación desigual empujan a las comunidades a desintegrarse por
la migración, rebelarse o transformarse al tono de la cultura de los
medios de comunicación masiva. Nuevos extremos críticos de
experiencia-límite llegan a ser parte de la cotidianidad regional,
generando nuevas prácticas propias de grupos culturales que se
esfuerzan por no perder todo rezago de la “autonomía relativa”, por la
cual han luchado durante sus diferentes microhistorias. Al mismo
tiempo, la nación misma adquiere características ideológicas cada vez
más esencialistas.
Hoy en día, sin embargo, parece existir un retraso en los
enfoques. En efecto, las fronteras internas y externas de los paises y
de las comunidades andinas todavía representan una de las
“mentalidades cárceles de larga duración” más difíciles de superar en
el desarrollo de los estudios sur- y latino-americanos. Por otra parte, si
bien la globalización como imposición y oportunidad constituye por el
momento el marco insoslayable en el cual se desenvuelve la economía
política andina, las posibilidades económicas y políticas internas
volverán a ser prioritarias en caso de cualquier crisis del sistema,
aunque tal vez ya no en el marco preponderante de la historia estatal
nacional. La recuperación de la memoria y sus invenciones pueden
adquirir una capacidad creativa frente a los efectos de amnesia y
“tábula rasa” que provoca la expansión de los medios de
comunicación masiva. La reagrupación de los migrantes a las
ciudades en nuevas comunidades, o barrios, retoma la experiencia
PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 111

urbana que fue parte de la presencia india en siglos anteriores. Pero el


proceso ahora se da en una coyuntura donde la crisis ha impulsado
una toma de conciencia política a nivel de muchos grupos indios e
indigenas radicados en la ciudad. En Bolivia como en Ecuador, la
presión indígena y comunitaria se ha vuelto una lucha por el control
de los nuevos municipios, fortalecidos por la descentralización del
financiamiento local, pero asediados por una pelea entre municipios
ricos y pobres que refleja las tendencias polarizantes del modelo
económico al nivel mundial. La disolución de antiguos mecanismos
locales de control social desemboca, inevitablemente, en niveles
siempre más álgidos de violencia.
La consigna de Demelas, “¿nacionalismo sin nación?”,
amenaza con convertirse por fin en realidad a nivel, no solo criollo,
sino de toda la sociedad. Indios y comunidades acumulan sentimientos
nacionalistas en el momento preciso que la autonomía real de la
nación se pone cada vez más ilusoria. La mobilización popular se
mantiene siempre más aguda, al mismo tiempo que los gobiernos se
encuentran sin propuestas ni poder real con las cuales responder a las
presiones sociales. La participación popular en Bolivia, o las
negociaciones entabladas por los movimientos indígenas de Ecuador,
se desenvuelven en un vacío de perspectivas reales al nivel de la
autonomía nacional. Un tema de investigación urgente es cómo este
proceso afecta las identidades y las prácticas de las comunidades y los
individuos, provocando vueltas esencialistas al indigenismo, o
esfumándose en una disolucion de la misma idea de la nación, tal
como ésta ha sido concebida en los ultimos dos siglos. Al mismo
tiempo, se vuelve más urgente la investigación, nuevamente desde una
perspectiva postliberal, de la apropiación distintiva de los conceptos
europeos de libertad e individualidad que se ha dado entre diferentes
grupos culturales a lo largo del proceso previo de "construcción
nacional".
Otra “mentalidad carcel” puede ser el “mestizaje”, si se
construye sobre un dualismo que conduce a la ahistoricidad. La matriz
blanco–indio en la región tuvo varios destinos en los países andinos, y
aún dentro de cada uno de ellos. El tema puede ser fecundo para
estimular estudios de la invención de lo comunal, del comunero o del
indio desde una perspectiva sensible a lo nuevo que surge
112 Andrés GUERRERO/Tristan PLATT

contraponiéndose a la binaridad compulsiva.40 Pero la noción y la


categoría social de mestizaje no escapa a esa matriz, sino que la
refuerza con un proceso que reclasifica, dentro del mismo orden, a las
nuevas identificaciones que surgen permanentemente de la dinámica
social. Los antropólogos podemos constatar ese surgimiento de
“personas nuevas” que se buscan e inventan a sí mismos,
individualmente y en tanto que grupo social, en las comunidades y las
ciudades andinas, y en las agrupaciones de emigrantes en Nueva
York, Madrid o Buenos Aires. Por ejemplo, en el Ecuador al calor del
movimiento indígena o en Bolivia entre los aymaras urbanos, surgen
hoy en día un estar en el mundo que escapa a la matriz binaria
blanco/indio. Exhibe una amplia diversidad de estrategias de
construcción de la persona. Investigar las condiciones, los ámbitos, las
estrategias de surgimiento de una diversidad que elude la clasificación
mestiza y, por lo tanto, desborda las dos asíntotas que delimitan su
campo semántico (blanco/indio), puede revelarse un enfoque fecundo
interdisciplinario para plantear problemas desde una perspectiva
desplazada.
La producción historiográfica y antropológica realizada
dentro de los mismos paises andinos, a pesar de importantes esfuerzos
a contracorriente (algunos publicados aqui), se vuelve cada vez más
dificil y aislada. Tal vez se desdibuja una erosión de las preguntas. En
este contexto, el futuro de los estudios andinos depende, en parte, de
la ampliación del debate histórico y antropológico sobre las
transiciones realizadas hacia distintas formaciones políticas. Quizás lo
más urgente, a corto plazo, sea abrir el debate sobre la relación entre
identidades etnoculturales y de género; los movimientos étnicos, y las
formas cotidianas de mantener y manejar las diferencias culturales, en
el pasado y el presente; y su vinculación con las construcciones
eurocéntricas de ciudadanía, nación y Estado. En este contexto, será
necesario que tanto latinoamericanistas como hispanoamericanos y
comunarios entablen debates con nuevos procesos que se
desenvuelven en otras partes del Tercer Mundo, por ejemplo, sobre la
formación jerárquica de los ciudadanos, la recepción y el
cuestionamiento de las ideas e instituciones hegemónicas, y la
40
Andrés GUERRERO, “Ciudadanía, frontera étnica y binaridad complusiva” (Postfacio),
en Karola LENTZ, Migración e identidad étnica. La transformación de una comunidad
indígena en la Sierra ecuatoriana, Quito 1997.
PROYECTO ANTIGUO, NUEVAS PREGUNTAS 113

redefinición consecuente de los sujetos, en la India oriental.41 Así


como fue fecundo el conocimiento de los estudios africanos para
inspirar una búsqueda en los Andes en la década de los años 1950
(como insistió Murra), los debates actuales en Asia y Africa hoy
pueden influir y revitalizar las preguntas, los métodos y las teorías en
los paises andinos, al mismo tiempo que los pueblos de otros
continentes tengan algo que aprender, también, de los Andes.

41
Andrés GUERRERO, “El proceso de identificación: sentido común ciudadano,
ventriloquismo y transescritura”, en Andrés GUERRERO (comp.), Identificaciones
étnicas. Antología de ciencias sociales en el Ecuador, Quito 2000.
LA ‘CIUDADANÍA’ Y EL SISTEMA DE GOBIERNO EN
LOS PUEBLOS DE CUENCA (ECUADOR)
SILVIA PALOMEQUE*

Desde hace años, varios investigadores venimos analizando cómo


afecta a la población indígena ecuatoriana el conjunto de cambios del
sistema político del siglo XIX. En general, puede decirse que en estas
investigaciones hemos tendido a centrarnos en la continuidad del
sistema de dominación étnico modificado durante el período
republicano y que, en la indagación, hemos insistido sobre la
transformación del tributo en contribución de indígenas, en su
vinculación con la expropiación de tierras comunales, en la
continuidad y/o debilitamiento de las autoridades étnicas y en las
resistencias indígenas por vía directa, judicial u omitiendo el pago del
tributo. Todas estas investigaciones también presentan la característica
común de ubicarse dentro del mismo período grancolombiano y
republicano, de analizar los cambios contrastando los liberales
discursos decimonónicos con la situación real de la sociedad indígena
que permiten percibir los documentos de las series de gobierno,
hacienda y judiciales, y de trabajar dentro de unidades de análisis
nacionales o regionales, salvo en un caso donde la indagación se
centra a nivel cantonal.1

*
CIFFYH-UNC y CONICET. Argentina. Una primera versión de este texto fue
presentada como ponencia al 49° Congreso Internacional de Americanistas. Simposio
“Elites and Native Society in the Audiencia of Quito”, Quito, julio de 1997.
1
Andrés GUERRERO, “Curagas y tenientes políticos: la ley de la costumbre y la ley del
estado (Otavalo 1830-1875)”, Revista Andina, año 7, nº2, dic. 1989 (pp.321-366).
116 Silvia PALOMEQUE

En esta ocasión, sin modificar el tipo de documentación


consultada, analizaremos las transformaciones en el sistema de
gobierno de la población indígena rural y cómo el mismo se modifica
cuando comienza a aplicarse el concepto homogeneizador e igualitario
de la ciudadanía, pero iniciaremos el análisis recuperando primero el
conocimiento previo sobre la situación colonial2 en tanto nuestro
objetivo se centra en la sociedad indígena y, además, nos situaremos
dentro de la unidad de análisis parroquial ya que nuestro conocimiento
sobre el período colonial nos permite sostener que este es el espacio
válido para analizar las transformaciones del sistema de poder político
de la población rural indígena de Cuenca.
Nos centraremos solamente en dos tipos de procesos que aún
no hemos analizado desde esta perspectiva. El primero tratará sobre
las modificaciones del sistema político que se inician durante el
período de las Cortes de Cádiz al cual lo consideraremos como el
momento crucial donde comienza la desestructuración del sistema de
gobierno de la población indígena rural al incorporar a blancos e
indios en un mismo cabildo al permitir, por primera vez, la hegemonía
de sectores no indígenas en una institución política de asentamiento
rural. Entendemos que, del conjunto de transformaciones que se dan
en los años de las Cortes (Demélas, 1995), ésta es la menos estudiada
ya que su importancia sólo se destaca cuando uno se pregunta por los
antiguos señores étnicos que gobernaban los pueblos de indios y el
destino de sus complejas y continuas luchas que mantenían desde el
inicio del sistema colonial (Murra, 1980, 1993). En un segundo
momento iniciaremos el análisis del posible proceso de
homogeneización que podría estarse dando dentro de la misma
sociedad indígena debido a la aplicación de las nuevas normas legales
que, visto desde el estado, comienzan a diluir las diferencias entre la
elite indígena y los indios comunes y, principalmente, aquellas que los
dividían entre originarios y forasteros.

2
Los resultados de la investigación sobre el sistema colonial de gobierno de los indios
reducidos a pueblos en la zona rural de Cuenca fueron presentados como ponencia al
Coloquio Internacional “Dos décadas de investigación en América Latina. Homenaje a
C.S.Assadourian”, El Colegio de México, Instituto Mora, UNAM, CIESAS, México,
1996. (PALOMEQUE, 1997, 1999)
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 117

Del Cabildo Indígena al Cabildo Constitucional.


Como la sublevación de Quito en 1809 ocasionó el traslado del
gobierno de la Audiencia a Cuenca y la posterior represión de los
sublevados desde allí (Achig, 1980: 46ss), en esta jurisdicción se
aplicaron todas las disposiciones de la Regencia, las Cortes de Cádiz y
las sucesivas del gobierno español. El 26 de mayo de 1810 la
Regencia del Reino dispuso la extinción del tributo en México y en
1811 las Cortes extendieron la exención a todos los territorios
americanos, condicionando la abolición del tributo al reparto de los
bienes comunales, y previendo su sustitución por otro impuesto a
pagar por todas las clases, medida que enfrentó serias dificultades para
su aplicación debido a la resistencia de los antiguos grupos exentos
(Sánchez Albornoz, 1978: 202-3).
Por el decreto XXXI del 9 de febrero de 1811 las Cortes
establecieron algunos de los derechos de los americanos:
1. igual representación de que los peninsulares en las Cortes,
2. los naturales y habitantes de América podían sembrar y cultivar
libremente, promover la industria y las artes,
3. los americanos, tanto criollos como indios y mestizos, tenían
igual opción que los peninsulares para los empleos de las carreras
eclesiástica, política o militar. El decreto CCVII dispuso la
abolición mitas y servicios personales, distribución equitativa de
cargas públicas entre vecinos, el reparto de tierras y el
otorgamiento de becas a los indios (Heredia, 1982: 365ss).
Pocos años después, el 4 de mayo de 1814 Fernando VII declaró nula
la Constitución y todos los decretos de las Cortes, en julio conformó
nuevamente el Consejo de Indias mientras la situación de las rentas
públicas americanas era desastrosa. Si bien, en forma genérica, el
gobierno anuló todas las disposiciones de las Cortes Generales, un
aspecto difícil fueron las medidas favorables a los indígenas en tanto
temían que su supresión produjera efectos negativos en la
pacificación. Los problemas fiscales hicieron que el gobierno
desdoblara la cuestión entre tributos y servicios personales,
manteniendo la exención de los segundos y restableciendo el tributo
bajo el nombre de contribución (1 de marzo de 1815) (Heredia, 1974:
113-144). Sánchez Albornoz llega a conclusiones similares al sostener
que las políticas referidas a los indígenas fueron rectificadas por
118 Silvia PALOMEQUE

Fernando VII en 1815 cuando vuelve a imponer el tributo ahora con el


nombre de contribución de indígenas y, en 1820, el régimen
constitucional español no se planteó innovaciones en este punto
“mientras no se hallaran medios para sustituir el tributo”. (Sánchez
Albornoz, 1978: 188-190)
Si bien estos textos nos permiten constatar la existencia de un
proyecto igualitario3 con la aplicación de diversas normas que llevan
finalmente a la supresión de los servicios personales de los indígenas
en términos generales y el mantenimiento del tributo en dinero, existe
un punto que se tiende a dejar de lado y que entendemos que es de
suma importancia. Nos estamos refiriendo al reconocimiento
igualitario de ciudadanos, a los cambios en el sistema de
representación política con relación al lugar de residencia y,
relacionado con ello, a la conformación de los Cabildos
Constitucionales como base del sistema de elección para los diputados
a las Cortes. Si bien esto puede ser considerado como un “adelanto”
en la marcha hacia la participación democrática en el sistema político
por parte del conjunto de la población, desde la perspectiva de la
sociedad indígena puede ser leído de manera inversa.
Los elementos para tratar este punto sólo los hemos
encontrado en la documentación provincial y en las investigaciones
realizadas a ese nivel; ellos nos permiten ver la aplicación de estas
medidas en Cuenca y las consecuencias que esto trae para el sistema
de gobierno de la población indígena en las áreas rurales. Pensamos
que quizá la escasa reflexión existente sobre la homogeneización que
ocasiona la ciudadanía y sus consecuencias político- institucionales
sobre la población indígena se deba al hecho de que no en todo el
espacio colonial se aplicaron las medidas de las Cortes y que, en
aquellos lugares donde esto se dio, no existía un sistema político
homogéneo en el gobierno de la población rural indígena ni un poder
similar por parte de los antiguos señores étnicos.4

3
De la revisión de las distintas disposiciones entendemos que este proyecto está
excluyendo de los distintos derechos a las personas de origen africano.
4
Respecto a este punto, en la investigación anterior (PALOMEQUE, 1997: 39)
planteamos que, en términos comparativos, existen indicios que permiten pensar que el
poder de los antiguos señores de Cuenca era mayor que el que conservaban los señores
de Nueva España y menor que el de los señores de Andes de puna.
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 119

Pasando a analizar el problema vemos que, desde la


perspectiva que brinda la documentación capitular, ya se nota la
importancia de este proceso. La investigación del IDIS de la
Universidad de Cuenca (Espinosa,1980:96) marca la relevancia de
estos hechos al decir que:
“La medida más importante fue la modernización del sistema de
elecciones mediante la conformación de Juntas Electoras que funcionando
en cada parroquia... se encargaron de elegir a los Compromisarios quienes,
a su vez, nombraban a los electores y ellos a los diputados de las Cortes de
Cádiz y a los miembros de los cabildos territoriales”

Más precisiones nos brinda Achig al confirmarnos que se forman


Juntas Electorales parroquiales para nombrar a los “compromisarios”
que elegirán los electores de parroquia que, en Cuenca, nombrarán los
electores de partido, de acuerdo al Reglamento General de Elecciones
expedido en Cádiz, con votación de todos los “ciudadanos” (Achig,
1980: 80).
Moscoso (1991: 115, nota 19), años después y ya más
sensible a los problemas de representación política de los distintos
sectores, es la primera que nos marca el hecho de la unificación de los
cabildos que estas medidas traen. Ella señalará que:
“(1812) se dicta una ley en la que se establece que, dada la
igualdad en la que se encuentran españoles e indios, ya no deben existir
cabildos separados de indios sino uno solo, el constitucional, integrado por
españoles e indios”

Nuestras investigaciones sobre el sistema de gobierno de los pueblos


de indios durante el período colonial (Palomeque, 1997) más los
expedientes judiciales donde se registran los cambios ocasionados con
el nuevo sistema, nos permitirán señalar la fuerte incidencia que tiene
la aplicación de estas modificaciones institucionales en el sistema de
gobierno indígena en la zona rural. Adelantando las conclusiones,
tenemos que la homogeneización que trae el reconocimiento general
de la ciudadanía significará:
− el fin del reconocimiento de los fueros de “hijosdalgos” que
amparaban a los caciques y principales en sus derechos
hereditarios al gobierno de los pueblos con jurisdicción criminal y
civil de menor cuantía sobre sus indios “sujetos” de los cuales
recaudaban tributo y les distribuían los servicios personales.
120 Silvia PALOMEQUE

− desaparición del cabildo indígena con alcaldes y regidores


indígenas, con su jurisdicción criminal y civil de menor cuantía.
− desaparición del cabildo de españoles como instancia diferente
del cabildo indígena, con localización urbana, y como espacio de
representación de todos los vecinos blancos cualquiera que fuera
su lugar de residencia.
− conformación de nuevos cabildos constitucionales rurales donde
a. “todos” participan en tanto ciudadanos,
b. se modifica la jurisdicción territorial del espacio de
representación lo que permite la elección de “blancos,
indios y mestizos” en los cabildos rurales,
c. se otorgan atribuciones políticas, económicas, judiciales
y de policía a los alcaldes constitucionales y sus regidores
que funcionarán en cada parroquia.
Todo un conjunto de medidas que sintéticamente continuaron
con el largo proceso donde las autoridades coloniales buscaban el
debilitamiento del poder de los señores étnicos una de cuyas bases era
el reconocimiento del fuero de “hijosdalgos” y el haber logrado
continuar formando parte del grupo de elite indígena que participaba
en el cabildo indígena, mientras que al mismo tiempo se posibilitaba
el que los sectores blancos residentes en el área rural, con mayor poder
económico y social, pasaran a predominar en estas instancias de poder
que antes les estaban vedadas por el sistema de las dos repúblicas.
Quizá el hecho de que los caciques de Cuenca hayan
participado nuevamente como colaboradores del sistema colonial
durante estos años (Moscoso, 1991: 111; ANH/Q, Cac., C1, Exp.17;
ANH/Q, i, 1813, 17 de junio) sea lo que haya dado lugar a sus quejas
frente al nuevo sistema y permitido que podamos conocer mejor los
cambios acaecidos.
Es importante señalar que en esta situación histórica hemos
podido reconocer dos tipos de situaciones diferentes que nos indican
que no estamos frente a un proceso que incida de manera homogénea
en todas las parroquias sino que las consecuencias del mismo
dependerán de las relaciones de poder previamente existentes en cada
una de ellas.
En los dos casos conocidos, los de las parroquias de Sidcay y
Gualaceo, debemos advertir que corresponden a parroquias que
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 121

presentan características diferentes durante todo el período colonial.


La parroquia de Gualaceo y la de Sidcay tienen características
bastantes disímiles en tanto la primera corresponde a un antiguo
pueblo de reducción existente desde el siglo XVI mientras Sidcay ha
sido sólo un anexo que recién en 1788 se le reconoce el rango de
parroquia (AGI, Quito, Gob, 460), y donde la diferencia sustancial
está dada por la larga continuidad de los señores étnicos y la elite de
Gualaceo que logra conservar un 22% de su población originaria,
mientras en Sidcay sus autoridades indígenas son débiles, de escaso
poder económico, y sus originarios sólo alcanzan al 7% a fines del
siglo XVIII.
En el caso de la parroquia de Gualaceo la exclusión de la
elite indígena en el nuevo Cabildo Constitucional es completa. La
colaboración de la elite indígena con el gobierno colonial en la
represión a la sublevación de Quito, la posterior convocatoria general
a la conformación del Cabildo Constitucional, la elección de los
hacendados de la zona con la inclusión de algunos indígenas
“baladíes” junto a la exclusión de los antiguos señores étnicos que
ahora sólo son reconocidos como “ciudadanos” sin derechos
especiales, está claramente marcada en la presentación de las
autoridades indígenas de Gualaceo en 1813.
Don Francisco Senteno, Don Josef Mariano Zhunio, Don
Julian Saquisela, Don Juan Manuel Saquisela, Don Cresanto Senteno
y Don Juan Manuel Saquisela, en representación de los demás
caciques y regidores del pueblo de Gualaceo y su Anejo de Chordeleg,
le escriben una “instrucción” al “Abogado Protector” para que solicite
una providencia que contenga los excesos que han experimentado por
parte de los nuevos Alcaldes Constitucionales. Según denuncian, estos
no los han citado al acto electoral donde han elegido los nuevos
alcaldes que ahora ya no son indígenas sino hacendados, nuevos
ciudadanos, con una nueva vecindad dentro de la zona rural. Estos les
niegan los asientos tradicionales en la iglesia, sus lugares en las fiestas
y cometen abusos contra todos los indígenas. Los antiguos señores
escriben solicitando se respete a su carácter de “...oriundos, nativos,
feligreces y Caciques Principales Primogenitos de dicho Pueblo...”
protegidos por "...nuestro Rey y Señor Natural...”, y mencionan que
han defendido al "...soberano legislativo...” en el año de 1809.
Su texto es el siguiente:
122 Silvia PALOMEQUE

"... la savia Constitución de la Monarquía Nacional, solo


conspira nuestra libertad... en esta virtud la hemos jurado de obedecerla en
todas sus partes con ciega humildad, siempre que tan sagradas letras tengan
su cumplido efecto, especialmente con nosotros, que desde los primitivos
tiempos nos (ha?)llamos rencargados por nuestro Rey y Señor Natural...
Que en las presentes circunstancias... el año 9 que por agosto se
propucieron los insurrectos atacar esta Provincia, y sembrar sizañas nos
propucimos voluntariamente a defender la justa causa... sin mas objeto que
servir al soberano legislativo... Y que últimamente (las le?) yes
reglamentarias que tratan aserca de la (formación de los?) Ayuntamientos
de los Pueblos, solo conducen a... restringir el yugo de la esclavitud,
opresion y demás males que nos afligian. Pero todo en vano porque en lugar
de verificarse puntualmente tan piadosas intenciones se han au/mentado las
opreciones, en extremos que se nos hacen como intolerables. Despues de no
haver contado con nosotros para la formación de dicho ayuntamiento...
‘denegandonos nuestro dominio absoluto y la dependencia que debemos
tener como, nativos, feligreces y Caciques Principales Primogenitos de
dicho Pueblo...’ nos hallamos en la fuerza de desertar de nuestro pueblo,
abandonar nuestra familias y retirarnos a otro...”

El Lic. Formaleo, Teniente de Gobernador, cuando le eleva la nota a la


Audiencia identifica a los antiguos señores con las palabras que
corresponden al nuevo sistema político. Él dice que dicha nota que
proviene:
“... de varios ciudadanos españoles conocidos’ hasta poco ha con
el nombre de indios los mas principales’ de aquel pueblo, y del de
Chordeleg” (ANH/Q, i, 1813-17-VI- Gualaceo).

En el caso de la parroquia de Sidcay lo primero que se


observa es que en 1813 ha desaparecido el antiguo cabildo indígena y
que se han modificado todas las normas anteriores de procedimiento
para el reconocimiento del cacique gobernador encargado de la
recaudación del tributo. En lugar del antiguo cabildo indígena
encontramos el nuevo Cabildo Constitucional cuya conformación es
diferente al de Gualaceo, lo que nos permite percibir la incidencia de
las situaciones de poder previas a la aplicación de estos cambios
institucionales que se dan en las diversas parroquias.
Aquí la documentación localizada no es una queja por la
exclusión de los caciques del cabildo sino que se origina en el
conflicto por el cargo de cacique gobernador por parte de dos
personas, una de ellas un cacique hereditario, de antiguo origen pero
sumamente débil en sus recursos económicos tal como permite
constatar la documentación testamentaria que presenta. El otro dato
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 123

interesante de remarcar es que ambos contendientes al cargo aducen


en su favor la colaboración con el ejército en la expedición a Quito y
que, en el desorden de esos años, ambos han logrado el título de
gobernador de indígenas de idéntico pueblo. En el conflicto se observa
que el cacique hereditario ha logrado el apoyo del Cabildo
Constitucional de Sidcay y que el otro candidato obtuvo el de los
funcionarios provinciales residentes de la ciudad de Cuenca.
El hecho de que el nuevo cabildo no acate la orden de leer la
proclama del candidato apoyado por el Teniente Gral. y Juez de Letras
“en doctrina”, sino que decida presentar el problema ante “cabildo
público”, nos permite conocer un acta de donde se puede inferir su
conformación:
“En el pueblo de la Concepción de Sidcay... hallandose juntos y
congregados en la casa destinada por ahora para los asuntos que se deben
tratar en este cabildo y Ayuntamiento, los Sres. que lo componen a saber
Don A.Pesantes, Don Xavier Benavidez Alcaldes Constitucionales; Don
Juan Hermida, Dn A. Beintimilla, Don Ignacio Pesantes, Don Mariano
Castro, Don Lucas Sinchi, Don Miguel Sinchi, Dn Manuel Paucar, Don
Manuel Quito, Don Ignacio Siavichar y Don Francisco Basques Regidores;
Don Manuel Ortega, Don Manuel Vidal Procuradores síndicos” (Sidcay,
1813, 4-IX- Acta del Ayuntamiento. ANH/Q ,Cac., C.1, f.22.)

Según deducimos por los nombres y apellidos mencionados,


a diferencia de Gualaceo, en este pueblo se ha integrado un cabildo
con blancos e indios, donde de los 12 miembros que son alcaldes y
regidores tenemos 6 blancos y 6 indios, aunque se marque claramente
la preeminencia de los blancos que ocupan los cargos de alcaldes de
primer y segundo voto y los principales puestos de regidores.
Podemos inferir aquí la existencia de un poder étnico más débil que el
de Gualaceo, con menos conflictos con los blancos, quizá con
mayores relaciones de colaboración y sometimiento, lo que explicaría
que en este momento se dé una sólida conformación de un poder local
parroquial que permite el enfrentamiento con el Teniente provincial,
residente en la ciudad.
Estos dos casos, de Gualaceo y Sidcay, nos permiten observar
el inicio del proceso de “ciudadanización” de la población india,
blanca y mestiza; sus consecuencias diversas en lo que hace a la
conformación del poder local a nivel de “pueblo” y su expresión en la
composición social del Cabildo Constitucional, donde la misma está
dependiendo del tipo de conflictos existentes anteriormente.
124 Silvia PALOMEQUE

De señores étnicos a ciudadanos “funcionarios”


Otras modificaciones no parecen ofrecer diferenciaciones locales. La
pérdida de los fueros protectores especiales de los caciques
hereditarios junto al derecho de los caciques y los alcaldes a ejercer la
jurisdicción criminal y civil de menor cuantía y el traslado de dichas
atribuciones al nuevo Cabildo Constitucional, se observa tanto en
Gualaceo como en Sidcay permitiéndonos pensar que estamos frente a
una modificación de orden general.
Este problema corresponde situarlo alrededor de las
atribuciones de los caciques gobernadores y las transformaciones que
sufre su cargo, las que realmente se inician con las Reformas
Borbónicas antes que con las Cortes. Hasta el último cuarto del siglo
XVIII el sistema de gobierno indígena de los pueblos estaba centrado
en el cacique hereditario y un grupo de principales que, como ya
mencionamos antes, habían logrado obtener el reconocimiento a sus
fueros de “hijosdalgos” que les permitía acceder a la jurisdicción de la
Audiencia y quedar fuera del control de las autoridades locales entre
otras prebendas. Aparte de esto, ante la ausencia física de funcionarios
de base del estado,5 estas autoridades indígenas funcionaban en el
papel de auxiliares del Corregidor en el área rural, cumpliendo
también las habituales obligaciones de recaudación del tributo y de
distribución de las distintas obligaciones de servicios personales a las
que están sujetos los indios comunes. Cabe señalar la existencia de un
grupo de elite indígena en cada pueblo, entrelazada por relaciones de
parentesco, formado tanto por originarios como por forasteros pero
con clara preeminencia de los primeros.
Durante las Reformas Borbónicas en Cuenca se da un claro
proceso de incremento de la presencia del estado colonial que en
general tiende a recuperar atribuciones que habían sido ocupadas por
los distintos grupos locales.6 Respecto a las autoridades indígenas de

5
Cuenca, zona habitada por cerca de 80.000 personas, no tiene Corregidores de Indios
ni Jueces de Desagravios como los que existen en el norte de la Audiencia; sólo hay un
“Corregidor de españoles” -cuyo sueldo es pagado por la Real Hacienda- y un Teniente
como auxiliar.
6
En esta Gobernación Intendencia es muy importante la presencia—persistente por
largos años—del Gobernador Vallejo cuyas características personales imprimen un sello
particular a las reformas en esta jurisdicción. Con sus políticas no sólo interferirá y
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 125

los pueblos la política borbónica avanza más aún. Las medidas de


mayor importancia serán la designación de varios funcionarios
residentes en la zona rural con el nombramiento de algunos Tenientes
o funcionarios subalternos de la nueva Administración de Tributos, la
exigencia del cumplimiento de formalidades legales para el
reconocimiento de los derechos de “hidalguías” de los caciques
(Palomeque, 1997), y la paulatina transformación del cacique
gobernador recaudador de tributos en un funcionario del estado sujeto
al pago de salario.7 En 1789 se dictan las provisiones del Virreinato,
que serán refrendadas por otras similares de la Real Audiencia de
Quito en 10 de octubre de 1801, donde se dispone que los
“gobernadores de indígenas”, “cobradores de tributos”, “capitanes
de indios” o “capitanes gobernadores cobradores de los reales
tributos” deben provenir de una terna propuesta por la Administración
de Tributos, “por el conocimiento que tiene de los sujetos”, de la cual
el Gobernador español elegirá aquel a ser designado, el que será
perpetuo en su cargo salvo en el caso de cargos graves. (ANH/Q, Cac.,
C.1. Exp.17)
Cuando en Cuenca comienzan a aplicarse las disposiciones
de las Cortes de Cádiz la situación legal de los gobernadores de
indígenas queda sumamente difusa en tanto desaparece formalmente
la jurisdicción civil y criminal que venían ejerciendo sobre sus indios
sujetos. Esto se nota claramente en el caso del conflicto de Sidcay
donde la Audiencia residente en Cuenca debe resolver el conflicto
entre los dos postulantes al cargo de gobernador de indígenas y para
ello solicita informe al Fiscal y al Teniente y Juez de Letras. Ambas
exposiciones nos permiten constatar la nueva situación en la que han
quedado los antiguos caciques, luego de las reformas borbónicas y con
el nuevo sistema de gobierno basado en la ciudadanía.
El abogado fiscal es muy claro sobre que las leyes vigentes
no consideran la posibilidad de existencia de esos funcionarios, ni la

controlará el poder de las autoridades indígenas sino también el de los hacendados y


curas (PALOMEQUE, 1997).
7
En la cuenta de tributos de 1788, cobrados en 1790, comienzan a registrarse como
“data” los 12 ó 15 pesos pagados al gobernador de cada pueblo en “virtud de
señalamiento del Presidente por auto del 12 de diciembre de 1790”. (AGI, Quito, Gob.,
460).
126 Silvia PALOMEQUE

diferencia de los mismos respecto al resto de la población en tanto


todos son ciudadanos.
"..que empleos de gobernadores de indios parece que han cesado
ya en todos los pueblos, respecto de que ni nuestra constitución politica ni la
ley reglamentaria hacen mencion a ellos directa ni indirectamente cuando
hablan de los Jefes, Tribunales, Magistrados y demas funcionarios entre
quienes se distribuyen la jurisdiccion y atribuciones de los repectivos
poderes en todos los ramos de gobierno, de justicia, de economía y policía
que abraza la administración publica, en cuya desinacion estan incluidas las
facultades que las leyes municipales concedian a los gobernadores de
indios. A lo que se agrega que estos son ya unos cuidadanos que gozan de
los mismos derechos esenciones y libertades que poseen los demas españoles
con quienes estan anivelados por una perfecta igualdad. Y no existiendo esta
clase de empleos, no puede por consiguiente tener lugar la reposición.
Victor Felix de San Miguel." (ANH/Q, Cac., C.1., Exp.17 f.27v. 1813-9-XI.)

A pesar de esto, el Teniente y Juez de Letras no sólo


reconoce la necesidad de su existencia y la necesidad de su
colaboración mientras persista el cobro del tributo, sino que también
reafirma lo que será la futura forma institucional para reconocer a
estos funcionarios indígenas.
"... El nombramiento de los capitanes o gobernadores de indios,
como que su principal ocupacion es la de hacer y auxiliar la cobranza de los
tributos publicos, corresponde por practica y repetidas superiores
providencias a los Jefes de la Hacienda Nacional, y en el concepto de estar
yo exerciendo de tal en esta provincia ..” (informa que ha tomado la decisión
de designar a uno de los candidatos en pugna) (idem, 1813-26-XI, f.27)

Esta posición del Juez de Letras implica inmediatamente el conflicto


con el otro poder recientemente constituido a nivel del pueblo en lugar
del antiguo cabildo indígena: el Cabildo Constitucional del Pueblo de
Sidcay, regido por la ley del 9 de octubre de 1812, que
mencionábamos en páginas anteriores. Su Alcalde de primer voto, en
vez de leer la proclama en la “doctrina pública” como se le ordena, lo
hace ante el primer “cabildo público”. Este Cabildo, al defender al
cacique de sangre frente al otro postulante, plantean que el gobernador
indígena no sólo tiene funciones económicas sino de gobierno y
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 127

política,8 y que por lo tanto el problema no es de injerencia del


Teniente sino del Cabildo Constitucional según sus atribuciones.
Aparentemente el nuevo Cabildo Constitucional es un
conocedor de la situación local existente y, obviamente, sin interés en
su modificación. El hecho de que ambos contendientes al cargo sean
capaces y aptos para la Administración de Tributos,9 que el Cabildo
reconozca sólo al cacique hereditario—Don Francisco Quinde- y el
Juez de Letras al otro gobernador—Don Mariano Morales- hace que
se llegue a una división del poder del cacicazgo que nos permita
observar la imbricación de funciones y responsabilidades del cargo.
En el año siguiente, el 4 de enero de 1814, Don Mariano remite una
nota donde resume la situación en los siguientes términos:
"... que habian dos gobernadores, uno para administrar justicia,
... por Quinde, y el otro solo para cobrar tributos, por Morales, que a este
ninguno le obedece ni da los efectos comestibles que pida aunque diga que
es para los señores oidores, que mirandolo con desprecio, caso de querer
exercer su autoridad le quiten la vida a palos los indios...”10

Es decir que si bien hay varios elementos cruzados en el


poder del miembro de la elite indígena que le permiten ser reconocido
como el personaje capaz de la consecución del tributo y de los otros
servicios y bienes para la sociedad blanca, dentro de ellos es
fundamental el mantenimiento de la jurisdicción criminal y civil sobre

8
El título de gobernador que expide la Audiencia en noviembre del año 1812 conserva
todas las atribuciones criminales y civiles de menor cuantía, habituales en el siglo
XVIII.
"... mandando se les premie.... con el empleo de gobernador de naturales del pueblo de
Sidcay... libro el presente titulo... para que lo use y exersa por el tiempo que fuera
voluntad de este gobierno, y ‘trayendo bara alta de justicia lo administrara a los indios
naturales de dicho pueblo... causas civiles y criminales hasta en cantidad de 3 pesos,
breve y sumariamente, y en las de muertes, robos, amancebamientos y otros delitos de
gravedad, dara cuenta al gobierno o a los alcaldes ordinarios de la ciudad…’ ” (que
proteja a pobres, que indios paguen tributo a administrador de tributos, etc.) " ‘...
ordeno al Administrador Principal de Tributos, sus cobradores, casiques y principales
mandones, no le pongan.. impedimento... y hagan con el las cartas cuentas de los
tributos...’.” (ANH/Q, Cac.,C.1, Exp. 17, f.6).
9
Esto lo expresa el Administrador de Tributos durante el juicio; en su concepto, es
suficiente que ambos sean capaces en términos administrativos. En la documentación se
constata que ambos contendientes escriben correctamente en español.
10
El expediente judicial sólo nos permite conocer que hasta fines de 1814 la disputa de
poderes continúa planteada, y que la misma no se soluciona ni con el fallecimiento de
Don F.Quinde en tanto el Cabildo designa a su heredero.
128 Silvia PALOMEQUE

los indios a ellos sujetos. Don Mariano, que no tiene estas


atribuciones, corre el riesgo que los indios “le quiten la vida a palos”
si funciona como recaudador. El nuevo sistema político, ideado para el
gobierno de una sociedad compuesta por ciudadanos -que es el
expresado en los términos del Fiscal de la Audiencia antes citado-
desconoce los antiguos derechos señoriales que seguían teniendo los
caciques hereditarios y gobernadores sobre sus indios, y asigna dichas
atribuciones a los nuevos funcionarios.
En síntesis, en términos legales, sumado a la disolución del
cabildo indígena y el de las jurisdicciones específicas en la aplicación
de justicia por parte de sus alcaldes, también se les recortan las
mismas a los antiguos caciques gobernadores. Ambas medidas
suponen la existencia de una sociedad indígena donde los miembros
de su elite no sean necesarios para su gobierno ni para la exacción de
tributos lo cual, ya sabemos, aún no se ha conformado en esta zona de
los andes.

Cabildo Indígena vs. Cabildos Pequeños


Si bien desconocemos el período preciso de persistencia de los
Cabildos Constitucionales, si podemos observar que durante la Gran
Colombia ya no existen y que se creado otra forma distinta para dar
continuidad al sistema de poderes locales diversos para blancos e
indígenas de la zona rural: los Municipios Cantonales serán el espacio
de representación y poder de los hacendados y de la población blanca
y mestiza en general, y los “pequeños cabildos” serán el espacio de los
indígenas.
Por todo lo que venimos exponiendo es una grave
equivocación equiparar el poder y la jurisdicción de este “pequeño
cabildo” con el del antiguo “cabildo indígena”. El decreto de Bolívar
del 15 de octubre de 1828 estableciendo la Contribución Personal de
Indígenas (Freile, 1994: 30ss.) es sumamente claro al respecto. Allí
consta que “se conservarán los pequeños cabildos i empleados que
han tenido las parroquias de indígenas ‘para su régimen puramente
económico’” (art. 18), aunque posteriormente agregue que las
“obligaciones de los empleados” serán celar la conducta en sus
“subordinados” a fin de evitar borracheras, avisar de fugados y
ausentes, influenciar y auxiliar a los funcionarios en la recaudación de
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 129

la contribución de indígenas, auxiliar al cura, etc. Es decir, un


conjunto de ambigüedades pero donde queda claro que las autoridades
indígenas siguen con atribuciones de gobierno sobre los indios
comunes—sus subordinados—y que continúan controlando su
desplazamiento y evitando borracheras. Los elementos nuevos, que
desdibujan la imagen de continuidad, son aquellos que nos marcan que
ahora los cabildos sólo se justifican legalmente dentro del “régimen
económico”, es decir dentro del ámbito del Ministerio de Hacienda, y
sus autoridades son "empleados" del estado con la función de auxiliar
en la recaudación del tributo sin que se mencione la responsabilidad
sobre su entero.
Pero, sobre todo, al comparar el Cabildo Indígena con el
Pequeño Cabildo tenemos que considerar que ya no estamos frente a
los ocho importantes cabildos indígenas del área rural de la
jurisdicción de Cuenca, con sus múltiples anejos, sus escasos curas y
ningún funcionario estatal residiendo en el área rural, con fuerte
presencia de la elite indígena como los que existían antes de las
reformas borbónicas. Ahora no sólo tendrán sobre ellos al Municipio
Cantonal, sus tenientes políticos y demás funcionarios. En los
primeros años del período republicano las antiguas 8 parroquias ya se
han subdivido en 33, y será cada vez menor el número de indígenas
que abarcará su jurisdicción.11
La jurisdicción civil y criminal de los recaudadores indígenas
sobre sus indios sujetos nunca será mencionada en la documentación
republicana en tanto la misma es una atribución de las instituciones
judiciales. En estos años, esta atribución tan necesaria para poder
cobrar el tributo tomará otra forma: será la de "jurisdicción coactiva"
contra los deudores la forma institucional de su reconocimiento (1846,
septiembre 4, “El Nacional”).

De “originarios y forasteros” a “libres y conciertos”


El otro problema al que le hemos prestado escasa atención es
al hecho de que no sólo la división en las dos repúblicas, los cabildos

11
En 1837 hacen la cuenta de cuántos Códigos Penales hacen falta en la provincia e
informan que en ella hay 3 cantones y 33 parroquias, que las capitales tienen sus
alcaldes municipales, y que en ellas y en las parroquias hay también tenientes pedáneos.
(1837, setiembre 27, ANH/Q, Com.).
130 Silvia PALOMEQUE

indígenas, los fueros de los caciques y la elite indígena estaban


vinculados al sistema de gobierno colonial con formas señoriales y de
vasallaje. También dentro de este sistema tenemos que incluir la
división entre originarios y forasteros con sus diferentes obligaciones
tributarias y derecho a las tierras comunales y, obviamente, este es
otro de los elementos que se modificará con la imposición del nuevo
sistema político.
Para comprender la importancia de los cambios a este nivel
hay que recuperar primero los distintos tipos de población residente en
el área rural, y su división en distintas castas y categorías tributarias.
El siguiente cuadro 1 muestra los distintos tipos de indígenas que
ocupan las tierras comunales de las parcialidades del pueblo de
Guacales y de su Anejo Sigsig.
Es decir que dentro de cada pueblo coexisten diversas parcialidades,
cada una con sus respectivas tierras comunales ocupadas no sólo por
los originarios sino también por los forasteros lo que, como se observa
en el cuadro, pueden ser tanto oriundos forasteros propiamente dichos
o también originarios de otras parcialidades que se hallan fuera de su
lugar de origen. Ambos grupos, forasteros y originarios, son
gobernados por los miembros de la elite indígena que son los caciques
y los miembros del cabildo (Palomeque, 1996).
Esta situación no es particular del pueblo de Gualaceo. Con la
información de la Administración de Tributos hemos podido
conformar el cuadro general de originarios y forasteros de la provincia
para el año 1791, en el que podemos ver la importante presencia de
forasteros que en todos los pueblos alcanzan a ser el 80% de la
población indígena y las múltiples diferencias en el total anual que
deben pagar como tributo a las Reales Cajas.
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 131

Cuadro 1

Diferente tipos de unidades asentadas dentro de las tierras de las parcialidades.


Parcia- Quintos Quintos de Total Forasteros sin Forasteros de Total de Total
lidades originarios otra parcia- de observaciones otra parcia- Forasteros general
lidad quintos lidad
Elite Comunes Elite Comunes
Pueblo de 37 115 38 190 5 232 232 469 659
Gualaceo
Ragdeleg 11 11 1 23 0 5 3 8 31
Chordeleg 24 38 14 76 9 108 18 135 211
Toctesi 20 40 32 92 1 53 16 70 162
TOTAL 92 204 85 381 15 398 269 682 1063
Anejo de Duma 6 43 2 51 4 100 3 107 158
Sigsig
Burin 14 25 0 39 0 77 1 78 117
TOTAL 20 68 2 90 4 177 4 185 275
Fuente: ANH/SA,L.Num.,1778.
132 Silvia PALOMEQUE

En el cuadro 2 se identifican como “Gruesa” todos los


originarios y forasteros que desde antiguo pagan sus tasas a la
Administración de Tributos de Cuenca, los que pagan 5 pesos y 7
reales de tributo cuando son originarios y 3 pesos los que son
forasteros. Como “Provincias” se agrupan a los indios originarios y
forasteros de otras provincias. Los originarios de Riobamba pagan
5p4, los de Chimbo 6p3, los de Suñomacas 4p5 y los de Alausí 5p7, al
igual que los de Cuenca. Los forasteros de Riobamba pagan 3p, los de
Alausi 3p2, Lictos 3p2 y Sigchos 3p3. (AGI, Quito, Gobierno, 460).
De los resultados de investigaciones anteriores se desprende que la
elite indígena que gobernaba los pueblos de indios llegaba a acuerdos
diversos con los forasteros, entre los cuales se encontraba el arriendo
de tierras comunales, y que estos eran parte de los mecanismos a
través de los cuales lograban enfrentar con relativo éxito las
obligaciones tributarias a las que estaba sujeto su pueblo, que
permanentemente sufría el éxodo de los indios comunes originarios
obligados a prestar mita (Tyrer, 1988: 249, Powers, 1994: 190ss).
Como nuestro interés es diferenciar a aquellos originarios que
frente al estado tienen la obligación de entregar mita y el derecho al
acceso a tierra de comunidad, de los forasteros que no tienen esos
derechos ni obligaciones y sólo deben abonar el tributo, en la síntesis
del cuadro hemos agrupado por un lado los originarios de Cuenca y
como forasteros a todo el resto. Este agrupamiento es el que nos
permite afirmar que el conjunto de forasteros alcanza al 80% del total.
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 133

Cuadro 2
Categorías de Indígenas Tributarios. Cuenca, 1790
Parroquias “Gruesa” “Provincias” Sintesis
Origina-
Forasteros
Originarios Forasteros Originarios Forasteros rios de 1 Total
“Gruesa”
# % # % # %
15 Pcia
Baños 67 94 11 Rbba. 67 35 122 65 189 100
2 Rbba
11 Rbba.
Cumbe 118 123 118 46 136 54 254 100
2 Siccho
10 Rbba.
Giron 98 198 33 Rbba. 98 29 242 71 340 100
1 Siccho
Cañaribamba 51 91 1 Rbba. 51 36 92 64 143 100
Pucara 30 73 30 29 73 71 103 100
Oña 88 101 9 Rbba 2 Rbba. 88 44 112 56 200 100
Nabon 69 111 15 Pcia 22 Rbba. 69 32 148 68 217 100
5 Pcia
4 Pcia
S.Bartolome 243 423 1 Rbba. 243 35 447 65 690 100
13 Rbba.
1 S.Andres
Paccha 113 246 1 Rbba. 113 31 247 69 360 100
1 Rbba.
Jadan 35 256 2 S.Andres 35 12 261 88 296 100
2 Sicchos
Sigsig 64 109 3 Rbba. 64 36 112 64 176 100
16 Pcia 53 Rbba.
Gualaceo 163 489 10 Rbba. 5 Lata- 163 22 579 78 742 100
6 Chimbo cunga
Guachapala 57 74 4 Rbba. 7 Rbba. 57 40 85 60 142 100
4 Pcia 10 Rbba.
80 248 80 23 77 350 100
1 Rbba. 7 Sicchos.
29 Pcia 55 Rbba.
251 1129 17 Rbba. 214 Pcia. 251 14 86 1759 100
31Suñamaca 33 Sicchos.
75 Pcia. 39 Pcia
31 Rbba. 87 Lictos
Cañar 152 411 152 17 733 83 885 100
22 Chimbo 60 Rbba
5 Suñamaca 3 Sicchos.
1
Aquí hemos agrupado a todos aquellos que no son originarios de Cuenca, es decir a los forasteros de
“Gruesa” y a los originarios y forasteros “otra provincia”.
134 Silvia PALOMEQUE

Cont.

Parroquias “Gruesa” “Provincias” Sintesis


Origina-
Forasteros
Originarios Forasteros Originarios Forasteros rios de 2 Total
“Gruesa”
# % # % # %
16 Pcia
Deleg 69 168 6 Rbba. 69 26 201 74 270 100
11 Sicchos
11 Pcia
Sidcay 59 684 105 Pcia 10 Rbba. 59 7 821 93 880 100
11 Sicchos.
38 Pcia 43 Pcia
2 Rbba. 37 Rbba.
S.Sebastian 124 702 124 13 843 87 967 100
3 Loja 8 Sicchos
7 Guano. 3 Quito
36 Pcia
S.Blas 190 1189 40 Pcia 30 Rbba. 190 13 1305 87 1495 100
10 Sicchos.
Total 2121 6919 5303 8864 2121 20 8337 80 10456 100

2
Aquí hemos agrupado a todos aquellos que no son originarios de Cuenca, es decir a los forasteros de
“Gruesa” y a los originarios y forasteros “otra provincia”.
3
Son: 343 Pcia., 110 Rbba., 3 S.Andres, 28 Chimbo, 36 Suñamaca, 3 Loja, 7 Guano.
4
Son: 363 Pcia., 343 Rbba., 88 Siccho, 5 Latacunga, 87 Lictos y 3 Quito.

La primera medida donde comienza a equipararse la situación


de originarios y forasteros comienza con la resolución de las Cortes
sobre la supresión de la mita a la que estaban obligados los originarios
y que, según la normativa vigente en la Audiencia de Quito, era la que
permitía el acceso a tierras de comunidad.1 Si bien las Cortes tienen la

1
En la Audiencia de Quito hasta el protector de indígenas Dr. Carrión, en 1745,
sostiene que las tierras de comunidad “... son de naturaleza inalienables...ni aun de
consentimiento de toda la parcialidad entera y la razon es, porque ni tampoco en ella
reside el dominio de dichas tierras sino solo la administracion y usufructo... ‘en
compensacion honerosa de las mitas que han de servir...’ carecen de dominio sobre
ellas el cual reside solamente en V.Real Fisco y para usar de ellas cuando desierten por
el derecho de reversion, conferiendole a la parcialidad y sus descendientes... la
administracion y usufructo con cargo de servir las mitas por atender al util publico”
(ANH/Q, Cac., C1, Exp. 15). Cabe señalar que nos queda pendiente el problema de
porqué el protector de indígenas en la R.A. de Quito relaciona tan directamente la mita
con el acceso a tierras comunales mientras la documentación de la R.A. de Charcas le
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 135

intención de relacionar la suspensión de la mita con la distribución de


las tierras, no tenemos ninguna referencia de que ello se haya hecho
efectivo en Cuenca, mientras observamos que sigue vigente la
suspensión de la mita luego de la restauración de Fernando VII.
Es durante la Gran Colombia donde aparentemente se dan los
cambios a este nivel. En términos generales la historia del tributo
indígena en la Gran Colombia la reseña Sánchez Albornoz (1978:
190-91-3) señalando que en 1821 el Congreso de Cúcuta vota la ley
suspendiendo su pago y que Sucre en Ecuador extendió su alcance a
este territorio. La efectividad de la ley fue limitada porque Bolívar, en
uso de sus facultades extraordinarias, suspende su aplicación. En 1824
un decreto de Santander ordena continuar con la recaudación del
tributo mientras durara la lucha y lo mantuvo hasta enero de 1826.
Bolívar, en Chuquisaca, lo suprime el 22 de diciembre de 1825 y el 15
de octubre de 1828 lo reimplanta.
En 1822 en Cuenca ya comienza a aplicarse la ley de Sucre
sobre el tributo.
“...Los indios seran considerados en adelante como ciudadanos
de Colombia y los tributos que hacian la carga mas pesada y degradante a
esta parte desgraciada de la América, quedan abolidos” (1822, marzo 10,
Decreto de Antonio Jose de Sucre. ANH/SA, Exp. 1156).

Es notable como inmediatamente se registra el inicio del proceso de


distribución de tierras y la resistencia esperable. En una nota se
informa que en Sidcay se ha presentado resistencia al “medidor
comicionado” cuando este se presentó a ver las tierras, y que se
intentará hacerles comprender a los indios lo benéfico de la medida y
la ventaja de la propiedad directa con relación a la tenencia precaria
que tienen. (ANH/SA, Exp-453).
Este proceso se suspende por la reimplantación del tributo,
pero se reinicia en 1825 cuando su cobro se suspende nuevamente y
entran en vigencia un conjunto de normas comprendidas dentro del
concepto vigente de ciudadanía.

permite sostener a T. PLATT que “...Durante la Colonia, la corona española había


mantenido la convergencia entre ‘impuesto’ y ‘renta’, característica del Estado Inca.
Los indios pagaban el tributo o tasa a la corona, en cuanto ésta gozaba de un derecho
eminente sobre la tierra; pero lo consideraban parte de lo que llamaremos un ‘pacto de
reciprocidad’ que les garantizaba el acceso seguro a sus tierras...” (Platt, 1982: 40).
136 Silvia PALOMEQUE

Es interesante observar que junto a la suspensión del cobro


del tributo, al mismo tiempo, reaparecen en los documentos las
discusiones sobre forma de distribución de las tierras comunales que
ahora pasan a denominarse de “resguardos” (ANH/SA, F. Ad., Lib.
Cop. n° 14, f.41 v.) y se intenta organizar un sistema donde todos los
grupos sociales contribuyan en forma igualitaria para el
mantenimiento del estado. En estos años se comienza a cobrar la
“capitación” de tres pesos a toda la población con resistencia de
blancos y mestizos pero no de los indígenas (ANH/SA, exp.1037) y se
reglamenta el “trabajo subsidiario” para la composición de caminos
donde “todos” deben aportar cuatro días de trabajo. Para este período
nosotros localizamos el primer caso donde un Alcalde del Municipio
Cantonal interviene en una disputa entre indígenas sobre la
distribución de tierras comunales (ANH/SA, exp.1174) y vemos que
los indios participan como soldados del ejército y que pagan derechos
municipales y alcabalas al igual que el resto de la población.
Luego, con la reimplantación del tributo indígena en 1828,
finalmente se dictan las normas generales que seguirán vigentes hasta
fines de la década del 50. Allí nuevamente se abandona el proyecto
general de ciudadanización de los indígenas al volver a implantar el
pago del tributo, la situación de minoridad, y las excepciones del
ejército, alcabalas, derechos parroquiales, etc. Si bien estas medidas de
1828 implican una continuidad en el tratamiento diferencial para la
población indígena con relación a blancos y mestizos, estimamos que
en cambio sí destruyen el sistema colonial de segmentación de la
población indígena en distintos grupos y homogeneizan la situación de
todos los miembros de la misma organizando un sistema de gobierno
con fuerte injerencia de los funcionarios estatales.
El primer elemento de homogeneización es que el tributo
exigido es de orden común: pagarán 3 pesos 4 reales2 todos los
indígenas varones adultos, sin hacer ninguna distinción entre
originarios y forasteros. Esto, más la supresión en 1812 de la mita
obligada a los originarios, desde la perspectiva del estado deja a todos
los indígenas frente a las mismas obligaciones tributarias. El otro
elemento homogeneizador es el acceso a la tierra. Al respecto creemos
2
Recordar que páginas atrás mencionábamos que los originarios pagaban más de 5
pesos y los forasteros 3 pesos aproximadamente. Es interesante observar que la
recaudación fiscal global no se modifica mayormente.
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 137

necesario remarcar que si bien hace años que sabemos que en el


período colonial el acceso a la tierra comunal es un derecho de los
indios originarios, y que su tenencia por parte de los forasteros
implicaba un conjunto de contraprestaciones entre ambos grupos
reguladas por la elite étnica, nunca hemos prestado mayor atención al
hecho de que durante la república “desaparece” ese tipo de accesos
diferenciales a la tierra, al menos desde la normativa estatal. En el
catastro de propiedades rústicas de 1835/6 de Cuenca, donde se
diferencian las tierras de indígenas de las de los blancos y las privadas
de las comunales, no consta ningún tipo de mención a indios
originarios ni a forasteros ni a indios sin acceso a la tierra
(Palomeque,1989:131ss). Más bien, cuando uno relaciona el número
de parcelas con el de unidades domésticas, se encuentra con que la
mayor parte de la población tiene acceso a la tierra.
Tampoco en otras normativas el nuevo estado vuelve a
mencionar la diferenciación entre originarios y forasteros, ahora sus
categorías diferenciales serán las de “libres” y “conciertos”, mientras
que expedientes de gobierno ocasionales nos muestran que se asigna
tierras comunales a indígenas sin tierras que las solicitan y que las
logran pero ya no de manos de las antiguas autoridades étnicas sino
por la autorización de los nuevos funcionarios de base del estado.
Qué incidencia puede haber tenido este proceso en las
relaciones de poder que se dan dentro del mundo indígena es algo que
desconocemos totalmente. Eso sí, creemos que es importante remarcar
el problema en tanto existe la posibilidad de que en estos años haya
existido algo similar a una “reforma agraria”.

Reflexiones finales.
Para hacer un cierre transitorio de los problemas planteados, debemos
partir de las características principales del sistema político de
dominación colonial de las “dos repúblicas” impuesto con éxito a
fines del siglo XVI pero en el cual no se previeron todas las
transformaciones futuras. Durante el período toledano se “reduce” a la
población rural indígena “originaria” en pueblos de indios gobernados
por sus antiguos señores étnicos y el nuevo cabildo indígena
organizado para debilitarlos, bajo la supervisión e injerencia del cura y
del corregidor, como forma de preservar a la sociedad indígena que
138 Silvia PALOMEQUE

debía subsidiar con sus tributos y flujos de mitayos a la economía


española (Assadourian, 1979, 1987) que, en la región rural de Cuenca,
estaba representada por las incipientes empresas agrarias algunas de
las cuales luego devendrían en haciendas. En este sistema, el espacio
de representatividad del conquistador o colono español se situaba en el
Cabildo de la villa o ciudad y en el Cabildo Indígena de localización
rural estaba el de los señores étnicos o autoridades capitulares
indígenas que, en los años venideros, lograrán mantener sólo parte de
sus derechos como señores naturales a través de la obtención de fueros
señoriales occidentales como el de “fijosdalgos” que en algo los
protegían de la ofensiva de los poderes locales, mientras se iba
debilitando la economía indígena y creciendo la de las fincas y
haciendas de los colonizadores.
Este sistema no previó adecuaciones para las
transformaciones que originaría como fueron el movimiento de
resistencia de los indios comunes que paulatinamente se fueron
forasterizando al abandonar sus pueblos de origen para no entregar
trabajo mitayo, ni el crecimiento de la población, ni el proceso de
mestizaje, ni el gran poder que tomarían los hacendados sobre la
población indígena que sujetaban por deudas y que habitaba en los
crecientes territorios de su propiedad, en un espacio rural donde las
autoridades indígenas no tenían atribuciones para imponer la real
justicia sobre blancos y mestizos y con escasos funcionarios estatales
blancos que residían lejos, en el espacio urbano.
Si bien durante el período borbónico se dio una mayor
injerencia de los funcionarios del estado en el control político de la
sociedad rural esto se hace sin modificar las bases que lo sustentan; las
primeras medidas que cambian elementos centrales del sistema
político colonial serán las disposiciones “ciudadanizadoras” tomadas
por las Cortes. Esto ocurrirá al reconocerle a los blancos y mestizos un
espacio de representación en su lugar de residencia rural, con lo cual
desaparecerán los antiguos Cabildos Indígenas que son reemplazados
por los nuevos Cabildos Constitucionales donde el poder económico
de los hacendados será reconocido como poder político y los antiguos
señores étnicos perderán preeminencia o serán desplazados. En un
mismo movimiento se hace desaparecer los antiguos fueros de
hidalguías que protegían a los caciques y se les quita las atribuciones
judiciales sobre los indios de sus pueblos que de ahora en más serán
LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 139

detentadas por los nuevos Cabildos Constitucionales, lo cual ocasiona


una situación donde el estado comienza a enfrentar serias dificultades
para la recaudación de tributos y el control de la población indígena y
se ve obligado a generar nuevos mecanismos para solucionar este
problema. Mientras tanto se sigue profundizando un proceso ya
iniciado en el período borbónico, que continuará durante las Cortes, la
Gran Colombia y la República, por el cual se amplía la presencia de
los funcionarios estatales en el área rural mientras esto se entrecruza
con la solución al problema de la recaudación tributaria y el control de
la población indígena que consiste en designar como funcionarios de
base del estado a las antiguas autoridades de indígenas y en crear el
pobre remedo de los antiguos cabildos indígenas que son los cabildos
pequeños.
A pesar de los vaivenes de la guerra y los distintos grupos
gobernantes, también se consolidará el proceso iniciado durante el
período de las Cortes por el cual se comienza a homogeneizar la
situación de los indígenas originarios y forasteros frente al estado y
que, dentro de lo que conocemos hasta ahora, ocasionará la
distribución de tierras a los forasteros que no se había podido realizar
durante el período colonial. Este es el otro punto donde se
desestructura el antiguo sistema toledano que sólo autorizaba el
derecho de acceso a la tierra a los indios originarios. La fuerte
presencia hacendataria en el nuevo estado poscolonial se notará
cuando se reconozca la nueva diferenciación de los indios entre
“libres” o “conciertos” donde el corte estará dado por el simple
elemento económico de la deuda.
140 Silvia PALOMEQUE

Archivos
ANH/Q Archivo Nacional de Historia de Quito
ANH/SA Archivo Nacional de Historia, Sección Azuay,
Cuenca.
AGI Archivo General de Indias

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hispanoamérica, 1810-1818, Buenos Aires 1974.
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LA 'CIUDADANÍA' Y EL SISTEMA DE GOBIERNO 141

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¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL?
La Campesinización del Indio
ROSSANA BARRAGÁN*

En Bolivia suele afirmarse que los indios se transformaron en


campesinos por decreto a partir de la Revolución Nacional.
Implícitamente se critica un simple cambio de nombre, el
desconocimiento de un problema étnico y/o nacional, y la pervivencia
de actitudes racistas encubiertas en el nuevo término. Grieshaber
mostró, sin embargo, que el término campesino se introdujo entre
1900 y 1950, llegando a ser sinónimo de indio, lo que supuso,
paralelamente, una definición mucho más amplia de indígena (1985:
54-56). La pregunta pendiente es cómo se llegó a conceptualizar al
indígena como todo habitante del campo cuando un siglo antes, en
1846, el “campo” no se restringía a lo indígena (Dalence 1975).
Nuestro interés es explorar el proceso que condujo a esa ecuación,
analizando por qué lo indígena no se asocia en general a lo urbano en
un país donde no hubo grandes inmigraciones desde el período
colonial.
La ecuación indígena=campesino supone también una
división del espacio. Es en este ámbito que inscribimos nuestra
reflexión: ¿Qué era lo urbano y cómo se lo definía? ¿Cuándo se hace
común el término comunidades, y a qué realidades hacía referencia?
¿Qué era ser indígena y cómo se definía lo indígena?

*
Docente de la Universidad Mayor de San Andrés y de la Universidad de la Cordillera.
La Paz.
144 Rossana BARRAGÁN

Sostendremos, primero, que el espacio rural y urbano se


encontraban articulados de tal manera que el eje divisorio no pasaba—
por lo menos, en primer lugar—por esa diferenciación, sino más bien
por la definición de una esfera indígena y no indígena. En ambas
esferas se encontraba lo rural y lo urbano: existían pueblos de indios y
pueblos de españoles, ambos ligados al campo, y ciudades con
parroquias indias y españolas que también extendían su jurisdicción a
territorios rurales. Segundo, mostraremos que la categoría fiscal
tributaria encubrió muy rápidamente una diversidad de situaciones
convirtiéndose en una categoría homogeneizadora. Tercero,
insistiremos que, como parte del poder del estado de categorizar y
nombrar, existía al lado de la categoría fiscal, una visión del indio
como categoría social, es decir como parte de una construcción sobre
los estratos sociales. La perspectiva social fue la que terminó
imponiéndose cuando la contribución indígena dejó de tener
importancia económica para el estado, es decir, cuando la idea de lo
indio se desligó de la fiscalidad y de los padrones o registros de la
contribución.1 Consecuentemente, la identificación del indio como
campesino sólo pudo consolidarse después de la reforma agraria,
cuando los terratenientes y hacendados abandonaron el campo. En la
región occidental del país, área rural y urbana coincidían ahora con la
diferenciación entre indígenas y no indígenas.

La división del espacio


Frecuentemente, se opone la ciudad y el área urbana con el campo y el
área rural, una visión que proviene fundamentalmente del análisis del
proceso de industrialización europeo.2 Para el caso colonial y
republicano, esa oposición impide percibir su profunda articulación.3
La ciudad y lo urbano no estuvieron determinados exclusivamente por
el criterio de densidad poblacional. La ciudad, más que un espacio

1
A partir de 1886, el tributo sólo representaba el 10% de los ingresos fiscales
(GRIESHABER, 1985: 54).
2
Para una síntesis y análisis sobre la teoría sobre la ciudad ver LEZAMA 1993.
3
Las ordenanzas señalaban que el lugar donde debía fundarse la ciudad debía estar en
un suelo fértil con abundancia de tierras para la agricultura (Cit. por HOBERMAN y
SOCOLOW 1992: 8). Por otra parte, el ideal peninsular y mediterráneo de América
Latina habría sido la ciudad como centro de las regiones rurales y la aristocracia
terrateniente (MAURO 1972: 116).
¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 145

geográfico fijo, era una concesión de la Corona que implicaba un


conjunto de elementos, entre los cuales se debe mencionar,
fundamentalmente, las instituciones que sostenían el ejercicio del
poder.4 Además, la ciudad estaba articulada al área rural5 ya que la
primera constituía la residencia principal de autoridades y
terratenientes, mientras que la segunda era su vivienda secundaria
pero igualmente necesaria. Al tratarse de sociedades
fundamentalmente agrarias, era en el campo donde se situaban los
principales medios de sobrevivencia y acumulación económica, y el
escenario donde la sociedad urbana ejercía su poder.
Es importante precisar, también, una similitud entre ciudades
(villas y pueblos de españoles) y pueblos de indios, ya que ambos
mantenían una relación estructural similar con el área rural
circundante: congregación y concentración tanto poblacional como de
las principales autoridades. La iglesia y los edificios en la plaza
constituían indudablemente los símbolos de ese poder al cual la
población del contorno rural estaba sujeta, en cuanto espacio
socializado y organizado desde el centro (Rasnake, 1989).
Por consiguiente, es importante considerar lo urbano y rural
como partes interrelacionadas, como un conjunto espacial
compuesto de subespacios, de tal manera que lo rural debe
pensarse en relación a un pivote urbano de la misma manera
que todo eje y poder urbano debe pensarse también en
relación a lo rural. Y aquí intervienen dos aspectos
fundamentales: el establecimiento de la jerarquía entre los
distintos elementos del espacio, descendiendo desde la
ciudad virreinal en la cúspide del poder, y el establecimiento
de la desigualdad jerárquica y la segregación al interior de
cada uno de los elementos de ese espacio.
Distribuir, dividir, congregar y marcar el espacio fue, por
tanto, una tarea inicial fundamental. El “profundo reordenamiento del
suelo” (Sempat Assadourian, 1982) implicó entonces una
reestructuración total: las tierras, además de ser consideradas de la

4
Estamos desarrollando una idea que la planteamos con Silvia Arze en 1988 (ARZE y
BARRAGÁN 1988 No. 1: 11).
5
Kingman ya había insistido en la necesidad de estudiar a las ciudades no separadas de
su contorno rural (Cit. Por KINGMAN 1991: 26).
146 Rossana BARRAGÁN

Corona, fueron re-otorgadas—sólo en parte—a la población


conquistada, de tal manera que todo el resto se encontraba liberado. Se
tendrían entonces tierras en manos indígenas, y tierras bajo el dominio
directo e indirecto de la Corona. Sin embargo, el reordenamiento
estuvo lejos de ser un único momento fundacional, ya que se repitió
frecuentemente a través de las composiciones y las revisitas, que
aportaban además constantes ingresos para la Corona.
Un ejemplo permitirá ilustrar cómo se hacía una composición
y entender mejor lo que se llamarían, primero, tierras de repartimiento
y origen (asociadas frecuentemente a pueblos de indios y pueblos de
reducciones)6 y, mucho después, comunidades indígenas o tierras de
origen.7 El caso involucra a uno de los más importantes compositores
de fines del siglo XVI, Fray Luis López de Solis, Obispo de Quito,
cuyo nombre aparece frecuentemente, tanto en documentos coloniales
de muchas “comunidades”, como en pleitos y litigios de tierras de
siglos posteriores.8
Este “compositor de Charcas” estuvo involucrado en la
reasignación de las tierras de los Yamparaes, al oeste de la capital de
la Audiencia. El visitador procedió delimitando un espacio continuo y
algunas tierras discontinuas en base a un listado de tierras
proporcionado por las autoridades nativas.9 Dos núcleos aparecieron
como “cabeceras” y “capitales”, es decir como sedes en los que se

6
SAIGNES recordaba (1991:92) que para Fuenzalida la reducción era la comunidad
mientras que él consideraba que las reducciones eran los pueblos de indios. Además de
Fuenzalida, que reexaminó la noción de comunidad, MORENO y SALOMON compilaron
diversos artículos sobre las categorías de análisis utilizadas en el estudio de las
sociedades andinas (1991).
7
Sabine MC. CORMACK (1991: 48) planteó que la comunidad como entidad jurídica fue
un producto del siglo XIX. Esta afirmación no se aplica a Bolivia. El decreto de Bolívar
de 1825 utilizó, cuando ordenó la distribución de tierras, las palabras “repartimiento de
tierras de comunidad”. Por otra parte, la orden del 7 de Febrero de 1834 prohibía a los
indígenas el realizar peticiones a nombre de sus “comunidades, aillos y parcialidades”
(en: BONIFAZ 1953: 4 y 47 respectivamente). Durante todo el siglo XIX, se emplea el
término de comunidades tan frecuentemente como el de terrenos o tierras de
repartimiento (ver el Reglamento de Revisitas de 1831 en BONIFAZ 1953: 29 y 78).
8
Sobre Fray Luis López de Solis, ver GARCÍA QUINTANILLA 1964.
9
La orden del visitador a fines de los 1590s ordenaba que el gobernador, alcaldes y
principales “hagan quipos y memorial ... de todos los yndios ... y los demas sujetos a el
dicho repartimiento de los Yamparaes ... y de las tierras que tienen y ... las ... que los
yndios de cada ayllo tienen” (Archivo Nacional de Bolivia (ANB) EC 1787 No. 59, f.
46).
¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 147

encontraban representados todos los ayllus y segmentos sociales,


donde se aglutinaban también las funciones políticas y religiosas de
cada parroquias10 La estructura puede corresponder, en parte, a lo que
constituía precisamente una marca o llacta pre-hispánica, es decir, la
reunión de ayllus y haatha (Saignes 1989: 96). Este ejemplo muestra
cómo los pueblos de indios se situaban al interior de los territorios
demarcados por los primeros compositores. En otras palabras, la
distinción rural/urbana era un elemento del mismo conjunto, aunque
las autoridades residían en el pueblo.11
Otro caso interesante (aunque no tenemos sus títulos) es el de
San Pedro y San Pablo de Chuquiago, uno de los espacios de lo que
hoy es la ciudad de La Paz. Su estatus inicial fue el de pueblo de
indios, aunque asimilado rápidamente a una parroquia de indios. En la
documentación colonial (padrones) aparece como pueblo del cual
dependían dos parcialidades y una serie de ayllus (como en el caso de
los Yamparaes) cuya territorialidad, continua y dispersa,12 se extendía
alrededor de la Ciudad de La Paz, donde residía la población no
indígena. La parcialidad superior, o Hanansaya, llamada San Pedro,
comprendía los ayllus de Cupi, Collana, Maacollana y Callapa. La
segunda o inferior, Hurinsaya, llamada Santiago, reagrupaba a los
ayllus de los Canchis, Canas, Lupacas (Cupi y Checa), Pacaxa,
Pucarani y Chinchaysuyos, cuyos nombres rememoran su origen, en
gran parte en la región alrededor del Lago Titicaca.
Nada diferencia el tipo de otorgamiento de tierras a los
Yamparaes del que caracteriza el pueblo de indios de San Pedro y
Santiago de Chuquiabo. Las tierras conocidas como “de
repartimiento” estaban asociadas además a obligaciones laborales—
mano de obra por turnos para el trabajo minero y agrícola –, así como
a capitaciones e impuestos—tasa o tributo, y diezmos o veintenas
sobre la producción agrícola y ganadera.
La división del espacio implicó, por tanto, una división
laboral y a la vez socio-fiscal. La Corona pudo distinguir dos grandes

10
ANB EC 1787 No. 52.
11
Sobre el sistema de autoridades en el período colonial ver THOMSON 1996.
12
“hasta seis y siete leguas en unas serranías y apachetas … que son las de los Andes
de Yungas...” (A. CAT. T. 44 29-Mayo-1756, p. 21. p. 48). En 1769, el Obispo señaló
que la jurisdicción de San Pedro era muy extensa y que los feligreses vivían “dispersos
y apartados ... unos de otros, en diversas estancias …” (AGI Charcas 531, 1769).
148 Rossana BARRAGÁN

categorías fiscales: tributarios de ayllus en tierras de repartimiento


indígenas, y yanaconas de estancias y haciendas. Ambas fueron
identificadas como correspondientes a las dos grandes variantes del
sistema de tenencia de la tierra. En un artículo anterior (Barragán y
Thomson 1993), mostramos, sin embargo, a propósito de los
continuos litigios y pleitos sobre diezmos del período colonial tardío,
que la situación se hizo mucho más compleja, de tal manera que las
categorías fiscales terminaban encubriendo situaciones muy diversas.

La relación entre categorías fiscales y tierras.


Para la Iglesia existían, de manera muy clara, tierras diezmales y no
diezmales, que correspondían a tierras de españoles y a tierras de
indígenas. El interés eclesiástico fue, no sólo no perder lo que iba
asociado a los espacios imponibles (diezmos en tierras españolas y
veintenas en otras), sino ampliarlos: tener cada vez más tierras con
estatus de españolas-diezmales y ocupantes asimilados a la condición
de arrenderos de esas tierras. En este contexto se entiende que un
cacique indio pagara diezmo como si “fuera español” por el hecho de
arrendar tierras españolas (Barragán y Thomson, 1993: 317 y 312).
La situación cada vez más compleja obligó a que un auto de
1756 definiera las tierras de origen como las otorgadas por
repartimiento y no sujetas a diezmo. Dado, sin embargo, que muchas
tierras originarias estaban inundadas de forasteros, se especificó que la
exención del diezmo se debía aplicar sólo a los indios originarios, y no
así a los forasteros y agregados, los que fueron entonces asimilados
por la Iglesia a la condición de arrenderos.13 En otras palabras, las
tierras fueron consideradas con un estatus que no coincidía
necesariamente con la de sus habitantes: podían ser tierras españolas
con arrenderos indígenas, o tierras originarias con indígenas
forasteros. La iglesia logró, entonces, sutilmente pasar del criterio de
exención a la población indígena a la exención de las tierras de
indígenas, y finalmente de las tierras de sólo los indios originarios,
descalificando a los forasteros y agregados por ser considerados
arrenderos (Barragán y Thomson 1993: 318-319).

13
En el siglo XVII, los agregados a las haciendas eran los arrenderos, de acuerdo al
propio Duque de La Palata. Ver SÁNCHEZ ALBORNOZ 1978: 54-55.
¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 149

Todo este proceso supone también que la tenencia privada de


la tierra parcelaria no podía ser asociada a los indígenas si había sido
formada a partir de tierras que habían pasado, previamente, a ser de la
corona y eran definidas como “españolas”. La definición de las tierras,
y el continuo proceso de transferencia al estado a través de las
composiciones (un tema aún para investigar) no sólo explica que la
figura de “indígenas en tierras españolas” existiera, sino que volviera
cada vez más frecuente. La importancia de la asociación / disociación
entre categoría de tierras y categoría fiscal de gente puede ayudarnos a
entender la particularidad de Cochabamba y Chuquisaca, que tuvieron,
desde el siglo XVIII, una población mestiza importante y, durante
todo el siglo XIX, poca población indígena tributaria (alrededor del
15% entre tributarios de ayllus y de haciendas).
A la luz de la lectura realizada, es importante recordar que el
poblamiento inicial de Cochabamba y Chuquisaca fue, en gran parte,
de mitimaes, de tal manera que las tierras de los pueblos indios eran
claramente identificadas, lo que implica que la mayoría pasó bajo el
dominio directo del estado español, primero, y después de la
propiedad privada. Gran parte de las tierras debieron tener entonces el
estatus de tierras españolas diezmales, siendo considerados sus
yanaconas como arrenderos.14 Cuando la gran propiedad se fragmentó
entre pequeñas propiedades individuales, el estatus de tierras
diezmales (españolas) debió pasar a sus ocupantes. A partir de
entonces fue seguramente más fácil que sus poseedores dejaran de ser
considerados como indios, contando además con el apoyo de la
Iglesia.
La asociación entre propiedad parcelaria y mestizaje parece
constituir, entonces, una dinámica relacionada a la distinción de tierras
y a los intereses eclesiásticos, uno de los únicos poderes que podía
rivalizar con los del estado colonial y del poder local. Y a este poder
se sumaría el interés de los ocupantes en registrarse como no-indios
para escapar del tributo (como lo señaló Larson). La recuperación en
la proporción de indios, que entre 1900 y 1950 se incrementó en
Chuquisaca y Cochabamba de 36% y 22% a más del 70% (Grieshaber
1985), sólo pudo darse cuando lo indio como categoría fiscal tributaria

14
En el siglo XIX los arrenderos eran, según Dalence, los colonos de las haciendas que
pagaba por su terreno parte en dinero y parte en servicio (Cit. Por ANTEZANA 1992: 82).
150 Rossana BARRAGÁN

había dejado de tener importancia para el estado, cuando los diezmos


fueron sustituidos, y cuando se dio un nuevo sistema impositivo, un
proceso iniciado a fines del siglo XIX y que duraría hasta las primeras
décadas del siglo XX.
Si el interés eclesiástico fue transformar las tierras en
españolas, y convertir a los forasteros en arrenderos, el del estado era
no perder tributarios, lo que pudo suponer procesos de
reindianización. El análisis de Grieshaber, en base a los padrones de
contribuyentes de la primera mitad del período republicano, muestra
una relativa estabilidad y la ausencia de grandes cambios, aunque la
aparente estabilidad podía también encubrir tendencias y situaciones
muy diversas. La categoría fiscal de indio se había convertido en un
encasillamiento que encubría la heterogeneidad, un proceso que se
encontraba, también, y de manera distinta, a nivel urbano.

Los indios urbanos.


A la diferenciación establecida entre pueblos de indios y pueblos de
españoles correspondió la diferenciación de parroquias de indios y
parroquias de españoles. En el caso de la ciudad de Nuestra Señora de
La Paz, la población española fue atendida y adscrita a la catedral,
mientras que a los indígenas se les asignaron otras parroquias: San
Sebastián y Santa Bárbara,15 y el pueblo de indios San Pedro y
Santiago de Chuquiabo16 que fue asimilado en el siglo XVIII al estatus
de otra parroquia urbana.17 Una característica de estas parroquias fue
que su jurisdicción eclesiástica se extendía hacia el área rural donde se
situaban las tierras de los ayllus, y las haciendas y estancias.
Encontramos, por tanto, y esta vez desde el área y corazón de la
ciudad, la articulación urbano-rural.

15
AGI Charcas, 1690. Esta descripción es sintética: “... ay iglesia mayor cathedral y en
ella la parroquia de los españoles sola, y otras tres parroquias de indios cuyas
vocaciones son San Pedro ... Santa Bárbara ... y San Sebastián” (AGI Charcas 138,
1648).
16
San Pedro fue el primer “curato” y “pueblo” fundado mucho antes incluso de la
propia ciudad, y estuvo en manos de los padres de San Francisco hasta 1686 (Ver A.
CAT. 4-Mayo-1766 p. 277 y 283v. y A. CAT. T. 44, p. 21 y 48).
17
En 1758 todavía se menciona a San Pedro como pueblo (AGN Sala XIII, Leg. 17-4-3,
1758. Leg. 14, Libro 1. Padrones de La Paz. Autos de la Revisita de las tres parroquias
de la ciudad de La Paz con tres informes de la Contaduría de Retasas).
¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 151

Las tierras de los ayllus serían sin embargo paulatinamente


acaparadas por la ciudad. En el siglo XVIII, la pérdida de tierras
afectó principalmente las tierras “comunes” a través de ventas
denunciadas muchas veces de fraudulentas, así como por la propia
formación de haciendas en base a antiguos territorios de los ayllus,18
especialmente después de la rebelión de 1781 cuando las dos
parcialidades dejaron de mencionarse. En el siglo XIX, los ayllus
enfrentaron la expansión de las haciendas ya existentes,19 pero
también la política del estado de adjudicarse tierras baldías para
redistribuirlas.20 Las tierras más vulnerables fueron las que no tenían
un propietario individual y privado, como las reservadas a los
caciques, que pasaron luego a los corregidores y, finalmente, a
propiedad privada.21
La pérdida de tierras afectó de manera más aguda a San
Sebastián, lo que puede explicar no sólo la particularidad de sus
tributarios, con estatus de forasteros, sino también el aumento de los
oficios artesanales y comerciales. De ahí que algunos de sus ayllus
reagruparon a gremios artesanales como los montereros, tocuyeros,
sombrereros, zapateros y panaderos. Muchos de estos artesanos
perdieron además toda relación con el trabajo agrícola. Otros, como
los panaderos, no eran trabajadores independientes o por cuenta
propia, sino que vendían su mano de obra en distintos "amasijos".
Finalmente, los trabajadores de obrajes, como tejedores y tintoreros,

18
Caso de las tierras de Mecapaca y tierras del ayllu Cupi (ANB T.I. 1758 No. 35).
19
Los linderos de las tierras de Munaypata de San Sebastián, por ejemplo, estaban en
litigio con la hacienda Pura Pura. ALP CSD 1847 Caja 89 Expediente sin título. Los
indígenas, Gerónimo … de San Sebastián dan poder … s/f.
20
Esta redistribución se hizo a soldados como compensación a la reducción del ejército.
Los soldados pertenecían a grupos populares urbanos. Ver. ALP CSD 1845 Caja 80. E.
sin título en cuero. El Ciudadano, José Barrrios, sastre, pide enajenar tres topos de
tierras que ... tiene en la Garita de Lima y en Challapamapa. f. 12 y 13-15.
21
Caso de las tierras “Cacique Oraque” (Uraque=tierra, suelo y mundo inferior.
BERTONIO, 1612-1984 : 378) llamadas también “Ayma del Corregidor”. Ayma remite a
las tierras en las que la mano de obra de las comunidades trabajaba para los caciques
(Rivera, 1978). Otro caso es el de las antiguas aymas y tierras de Chijini Grande. Otros
dos pedazos, Ylacata Guaita y Pasena Oraque estaban dentrás del Panteón. Los
comunarios trataron de recuperarlas para chacras para autoridades, como una especie de
sobresueldo que se asignaba. Ver ALP CSD Caja 88 147. Expediente Civil de Despojo
... por varios terrenos de la comunidad de San Pedro... f. 11, 20 y 29-29v.
152 Rossana BARRAGÁN

caían bajo la etiqueta incluso de yanaconas (Arze 1994: 103, 109 y


75).
El resultado fue que, entre fines del siglo XVIII y fines del
siglo XIX, 50% de la población indígena estuvo en ayllus—con todas
la complejidad que acabamos de ilustrar—, y otro 50% en las
haciendas como yanaconas o mano de obra sujeta a estas propiedades
bajo diversas modalidades. Se decía, por ejemplo, que los forasteros
eran los libres de servir a particulares, mientras que los yanaconas
eran los que debían realizar servicios para sus amos (Arze 1994: 119)
o que los forasteros eran los agregados a las haciendas “con mas o
menos pensiones hasta tocar la clase de yanaconas” (Barragán 1990:
111).
La paulatina pérdida de tierras de los ayllus fue un proceso
que significó el fin de la correspondencia entre parroquia de indios y
territorios indios, incrustados éstos por propiedades privadas,
haciendas y estancias, o convertidos en lotes urbanos. Paralelamente,
la tendencia republicana fue convertir las jurisdicciones eclesiásticas,
divididas hasta entonces en función de si los feligreses eran indios o
españoles, a una jurisdicción territorial (barrios). Se trataba de poner
fin a “las parroquias por castas”, una política que fue parte del
proyecto liberal inicial impulsado por Bolívar y Sucre, junto a la
tentativa de supresión del tributo como atentatorio al principio de
igualdad. Para el caso de Potosí, por ejemplo, el decreto de 1826
ordenó la división de la ciudad en parroquias por barrios ...
indistintamente de su “clase” (indios, blancos...Decreto del 19 de
Febrero de 1826). En La Paz se planteó una situación similar, aunque
en 1833 se reconocía que las parroquias no se habían “dividido ... por
barrios sin distinción de castas”.22 Pero si las diferenciaciones dejaron
de darse entre parroquias—más por la dinámica propia que por
política estatal—, ellas subsistieron internamente, distinguiéndose
estipendios distintos en bautizos, matrimonios y defunciones en
función de si se trataba de mestizos, morenos, zambos, indígenas o
“españoles”.23

22
ARZ. Serie Roja. 1801-1840. Expediente seguido sobre la división de las parroquias
de esta ciudad de La Paz. 1830. f. 1. Los problemas de división de las parroquias
continuaron hasta 1890.
23
Arancel parroquial dictaminado por el Presidente (1855) y el Obispo de La Paz. En
A.CAT.
¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 153

Si el fin de las “parroquias por castas” posiblemente


sancionó, en el caso de La Paz, una situación de hecho, la delimitación
por barrios decretada el 19 de febrero de 1826 fue más difícil de
lograr. Cinco años después, la disposición no se había cumplido, y
sólo a fines del siglo XIX se daría una división más “equilibrada”
entre las parroquias en términos poblacionales, junto con la anhelada
“continuidad territorial” establecida a partir de la demarcación de sus
límites.24
En las últimas décadas del siglo XIX asistimos, por lo tanto, a
la culminación de un proceso: la desaparición de los territorios de los
ayllus por la conformación de haciendas, por el crecimiento urbano y,
finalmente, por las leyes de Melgarejo (1868) y la Ley de Ex-
Vinculación (1874), que consolidaron, al igual que en Cochabamba y
Yungas, y a diferencia del altiplano paceño, múltiples pequeñas
propiedades, principalmente en la jurisdicción de San Pedro y San
Sebastián.
El indio urbano fue, entonces, el agricultor de ayllu, el de
hacienda, el pequeño propietario, el artesano o el pequeño
comerciante. Pero lo indio, como categoría fiscal y como relación de
dominación, originaba fugas, un proceso que finalmente se entrecruzó
con la concepción de lo indio como categoría social.

El censo de 1881
A diferencia de las categorías fiscales que lograban extraer la
contribución indigenal que alimentó al estado boliviano25 (Sánchez
Albornoz 1978, Griesehaber 1977, Platt 1982), el indio como
categoría social de los censos (como de algunos escritos de
intelectuales y funcionarios de la época) fue una construcción sin
finalidad fiscal. A diferencia de lo que sucedió en otros lugares, los
censos no fueron registros, ni para el cobro de impuestos ni para las
elecciones. Además, habían enormes limitaciones para llevarlos a

24
Se ordenó la delimitación en Potosí y La Paz. En La Paz se nombró al Dr. Juan de la
Cruz Monje, Presidente de la Corte de Justicia. Ver ARZ. Serie Tapa roja. 1801-1840.
Expediente seguido sobre la división de las parroquias de esta ciudad de La Paz, 1830, f.
5-6, 18-18v. Y 26-26v.
25
El tributo representó del 30 al 40% de los ingresos del estado. GRIESEHABER 1977.
154 Rossana BARRAGÁN

cabo.26 Recién en 1845 se decidió establecer una junta para formar la


estadística de la República.27 Es en este marco que se inscribe la obra
del estadístico José María Dalence, resultado precisamente de este
primer esfuerzo estatal. Después de él y el censo de 1854, no hubo una
política sostenida hasta prácticamente la década de los 70 cuando se
ordenó establecer comisiones estadísticas que recogieran datos de toda
la república,28 Finalmente, en las últimas décadas del siglo XIX se
creó, en 1896, la Oficina Nacional de Inmigración, Estadística y
Propaganda (Reglamento...., 1900). El orden de los términos es
revelador: las estadísticas están relacionadas e incluso subordinadas a
la esperanza de una inmigración similar a la que se había dado en la
Argentina (Informes..., 1902:1-3).
Primer hecho a constatar: la igualdad no fue el principio
ordenador y clasificatorio—como sucede también en otras expresiones
y manifestaciones del estado, como la legislación, analizada en otro
trabajo (Barragán 1999). Se trata más bien de diferenciar las castas-
clases-razas, junto con nombres, apellidos, “patria”, edad, oficio o
destino, y lo que hoy llamaríamos “grado de alfabetización”.29
Segundo hecho: no hubo, por lo menos al principio, una terminología
uniforme para describir a su población. Se hablaba de “ciudadanos de

26
En 1832, por ejemplo, se realizó un censo considerado “demasiado inexacto”
ordenándose realizar otro, pero esta orden quedó sin cumplir (Orden Circular del 20 de
Febrero de 1841 y Orden Suprema del 2 de Enero de 1840). Pocos años después, se
distribuyeron modelos para que se realizara (Orden del 12 de Septiembre de 1842).
27
Decreto del 27 de Febrero de 1845.
28
En 1868 se creó en el Ministerio de Hacienda una mesa estadística para toda la
república (D.S. del 28 de Febrero de 1868). En 1872, se promulgó una ley para la
formación de una mesa o comisión de estadística nacional a establecerse en la capital de
la República (Ley del 9 de Noviembre de 1872). Uno de sus impulsores fue Ernesto O.
Ruck quien abogó por la “recolección de datos” señalando y recordando su utilidad para
el gobierno y el pueblo porque “conocer es poder”. Una de las primeras medidas fue la
creación de una comisión por Decreto del 12 de Noviembre de 1873. Dos años después,
en 1875, se expidió un reglamento para la formación de estadísticas. Entre los datos que
se definieron estaban el estado físico del territorio, la población, los censos y los
catastros, información que ante la escasez de presupuesto debía ser proporcionado por
funcionarios públicos, por una parte, y por “ciudadanos particulares y distinguidos”, por
otra parte (En RUCK y MEDINACELI 1874: esp. 20 y ss. En ANB 1875, No. 535).
29
Aquí, la especificación de lectura y escritura no constituía un criterio de exclusión
como para las elecciones, sino más bien un criterio para políticas públicas, para
generalizar la instrucción primaria (Orden Circular del 20 de Febrero de 1841).
¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 155

todas clases”, debido a las distinciones presentes en el ejército,30 como


a las establecidas en el registro electoral entre ciudadanos y no–
ciudadanos, o ciudadanos sin derecho a voto. De ahí que sea frecuente
escuchar en las demandas sociales contemporáneas: “no somos
ciudadanos de segunda”. El término “clase” se utilizaba para los
diferentes grupos considerados, pero también para establecer
diferenciaciones al interior de cada “clase”.31 Finalmente, el término
genérico global en los censos fue, primero, el de casta, y luego el de
raza, aunque frecuentemente se utilizaban ambos términos junto con el
de “clases”.32
El censo de 1881,33 levantado casa por casa y persona por
persona, constituye una fuente extraordinaria para analizar el
contenido social de cada una de las categorías “raciales”. Parte de este
censo estuvo a cargo de Manuel Vicente Ballivián, uno de los
intelectuales más notorios del siglo XIX paceño, e integrante del
Círculo Literario donde predominaban y se difundían las ideas social
darwinistas (Demélas 1981: 58). Posteriormente, fue fundador de la
Sociedad Geográfica de La Paz, y responsable del censo nacional de

30
Ej.: Orden General del 12 de Noviembre de 1857, Flores MONCAYO 1953: 172.
31
Por ejemplo, se debe incluir en padrones y matrículas a “todos los naturales de que
constare la población....sin exceptuar clases ni condiciones....” (Art. 20 del Reglamento
de 28 de Febrero de 1831 sobre el modo de practicarse las revisitas y matrículas de los
indígenas contribuyentes: Flores MONCAYO 1953: 69).
32
Esto no significa que antes no se hablara de razas. El término fue utilizado por los
primeros viajeros como Pentland, pero el Estado y sus representantes lo asumieron más
tarde. Para Pentland existían tres razas: “india o aborígena”, “europea o criolla” y “los
media casta o razas mixtas” denominadas “cholos o mestizos”. Entre los indígenas
menciona a las “tribus” sin religión, los “Indios Chiriguanos” (PENTLAND 1826,1975:
41).
33
Este censo, registrado como “padrón”, se encuentra en 9 libros (de 120 fs. cada uno
aproximadamente) censando a la población casa por casa en las distintas parroquias de
la ciudad. El objetivo era imponer la contribución general a toda la población, como
parte del proyecto de abolición de la contribución indigenal, reconocimiento de la
propiedad individual indígena y venta de las tierras comunitarias. El documento se
encuentra en el Archivo Histórico de la Universidad Mayor de San Andrés. Aunque
sabemos, por el censo de 1909, que hubieron otros censos de la ciudad en el siglo XIX,
no se ha encontrado ninguno. Sabemos también que es incompleto ya que la población
asciende aproximadamente a 20.000 personas cuando en el libro del censo de La Paz de
1909 se consigna para 1886 la cifra de 56.849, para 1902 la de 60.031 y para 1909 la de
78.856 (CRESPO, 1910: 24-25).
156 Rossana BARRAGÁN

1900 y del censo departamental de La Paz de 1909, como Director


General de la Oficina Nacional de Estadística (Crespo 1909: VIII).
En correspondencia al contexto general, la población de La
Paz fue clasificada en 1881 en 4 razas, de las que tres eran
preponderantes, la raza blanca, que constituía el 32%, la raza indígena
el 21% y la raza mestiza el 47%. Había, además, un evidente
desequilibrio entre sexos: los hombres representaban el 44% y las
mujeres el 56%. Este desbalance variaba de acuerdo a las “razas”:
había un relativo equilibrio entre los indígenas (48% hombres y 52%
mujeres) mientras que existía una desproporción notoria entre los
llamados blancos (46% hombres y 54% mujeres) y sobre todo entre
los mestizos (41% hombres y 59% mujeres). Finalmente la población
negra era en más del 80% femenina y “doméstica”.
¿Cómo explicar el desequilibrio entre los sexos entre blancos
y mestizos? Es posible imaginar, para el caso de las que fueron y eran
denominadas mestizas, una mayor inmigración femenina del campo a
la ciudad por la propia demanda de “domésticas”. Otro factor que
debió influir también fue que ellas llevaban una vestimenta
“definitoria” y emblemática: la pollera, que inicialmente las
diferenciaba tanto de las “blancas” como de las indígenas, un tema
que lo retomaremos después. No sucedía sin embargo lo mismo con
los hombres mestizos, de quienes Luis S. Crespo (1910: 51), señaló
unos 20 años después que vestían “a la europea”. Las mujeres eran
entonces visiblemente “más mestizas”, retomando la expresión de La
Cadena (1991).
Uno de los datos más interesantes para analizar el contenido
de las categorías raciales del censo es el de las ocupaciones. Casi toda
la población indígena (70%) se concentraba en la agricultura y fueron
ellos, entre hombres y mujeres, los llamados agricultores. En otras
palabras, ser agricultor era casi sinónimo de pertenecer a la raza india,
y vice versa. Los blancos dedicados a esta actividad fueron, en
cambio, nominados y clasificados en una categoría ocupacional
distinta: la de propietarios. Los propietarios en el siglo XIX eran
fundamentalmente los dueños de haciendas, pero a esta acepción el
responsable del censo añadió una precisión: “los que han manifestado
vivir de sus rentas sin ejercer oficio ni profesión alguna” (Crespo
1909: 64). De ahí también que prácticamente no existiera un solo
“propietario indio”.
¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 157

En cuanto a los agricultores mestizos, casi el 93% eran


hombres. En otras palabras, las mujeres mestizas no fueron en general
agricultoras, o no había agricultoras a las que se las llamaba mestizas.
En la otra categoría relacionada a la actividad agrícola, en cambio, la
de los propietarios, predominaban las mujeres. La existencia de tantas
mujeres blancas propietarias se explica por el hecho de que los
hombres blancos estaban en muchas otras actividades: en la
enseñanza, la iglesia, y, ante todo, en las profesiones liberales. Gran
parte de las esposas fueron registradas entonces como propietarias, en
lugar de sus maridos. Esto implica que la profesionalización de los
hombres era ya avanzada. El dicho que proviene de la historia oral de
las descendientes de mujeres terratenientes, y que señalaba “a los
hombres la profesión y a las mujeres la hacienda”, parece vigente en
1881. Los hombres eran entonces profesionales y, ante todo abogados,
una formación que abría las puertas a importantes puestos burocráticos
y políticos. El autor de un censo posterior señalaba que los “blancos”
sólo aspiran a “los empleos públicos … y a … ocupaciones que no
demandan gran fatiga corporal, como … las profesiones liberales”
(Crespo 1909: 47). La profesión y la función tenían además mucho
más estatus: “al hombre le gusta todo lo que es honor”, decía una
descendiente de terratenientes de La Paz. Estas recordaron también
que fueron las mujeres las que se dedicaban a la administración de las
“propiedades”, una extensión del trabajo doméstico, mientras que sus
esposos estaban dedicados a la vida “pública” (Qayum et. Al. 1997:
37-57).
Veamos ahora la situación en la industria y la artesanía, una
actividad muy importante en la ciudad de La Paz. Los mestizos eran
en más del 65% artesanos de tal manera que los blancos representaban
sólo el 25% y los indios el 10%. Las principales ocupaciones
artesanales eran las de costureras, sastres, zapateros, carpinteros,
cigarreras, hilanderas, chicheros, y sombrereros. Y es en este nivel que
encontramos, nuevamente, una especialización de raza y género. Los
escasos indígenas artesanos eran en realidad mujeres hilanderas (165
mujeres de un total de 179). Los blancos, por otra parte, más
numerosos, en casi su totalidad correspondían a mujeres costureras
(793 costureras sobre un total de 909 blancos). En otras palabras, si no
fuera por ellas no existirían blancos entre los artesanos. Los mestizos,
en cambio, aparecen como los artesanos por excelencia, dándose
158 Rossana BARRAGÁN

también una división de género: carpinteros, pollereros, herreros,


zapateros y sombrereros eran hombres; costureras, juboneras (especie
de blusas o camisas de las mujeres mestizas), chicheras y cigarreras
fueron mujeres.
En lo que hoy llamaríamos el comercio, el 45% de la
población era blanca, el 49% mestiza y sólo el 5% indígena.
Significativamente, el término “comerciantes” utilizado en el censo se
aplicaba fundamentalmente a los hombres blancos (90%). Por otra
parte, cuando se hablaba de comercio se hacía referencia, según
Crespo, fundamentalmente al de importación de artículos de ultramar,
y al comercio y exportación de metales y productos agrícolas (Agentes
consignatarios, almaceneros. Ver Crespo, 1909: 19, 63 y 47). El autor
señalaba que, por las “limitadas inclinaciones al trabajo material,
solo aspiran a los empleos públicos o comerciales”. La contraparte
femenina de los comerciantes fueron las pulperas blancas, es decir las
vendedoras de lo que hoy serían abarrotes (nueces, azúcar, aceite,
etc.).
Las ocupaciones mestizas relacionadas al comercio eran
esencialmente femeninas aunque, lo volvemos a recalcar, el término
de “comerciantes” no se aplicaba para ellas. Su denominación era de
regatonas y gateras, vendedoras al por menor de frutas y vegetales en
los mercados, y mercachifles.
Encontramos, entonces, una diferenciación en los nombres:
comerciantes para los blancos, el resto para el resto. Pero también
volvemos a encontrar el nivel de género: las mujeres fueron las
vendedoras, sean chifles, regatonas o gateras. Finalmente, otra
ocupación femenina por excelencia fue el servicio doméstico. En este
rubro, el 73% era mestiza y el 26% blanca.
De esta breve descripción del censo de La Paz en 1881
podemos concluir señalando que hay una clara interdependencia entre
raza, ocupación y género. Los hombres blancos dominaban las
actividades seculares estatales y eclesiásticas; el comercio de
productos de exportación de materias primas e importación. Las
mujeres blancas, en cambio, eran las “propietarias” y costureras. En lo
que respecta a los mestizos, los hombres eran los artesanos mientras
que las mujeres eran regatonas y chifles. Finalmente los indígenas
eran agricultores. La alternativa para las mujeres indígenas, fuera de
¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 159

esta actividad, radicaba en algunas ocupaciones artesanales y


comerciales como la de hilanderas y gateras.

La diferenciación de la vestimenta.
Pero otro factor de diferenciación junto con los nombres y términos de
las clasificaciones como las “razas” y las ocupaciones era la
vestimenta y no sólo de la población indígena. En efecto, toda una
legislación referida a los funcionarios de estado “vistió e invistió” al
poder (Barragán 2000). La vestimenta, ese “lenguaje mudo pero
elocuente” de la sociedad, en la tan acertada frase del Aldeano
anónimo de 1830 (Lema 1994), establecía las “clases” y jerarquías,
constituyendo, por ello, uno de los principales medios para instituir las
diferencias. De ahí que no resulte extraño que la diferenciación entre
las mujeres, “de acuerdo a las diferentes clases de la sociedad” fuera
remarcada por el viajero D´Orbigny (1994: 118-119) quien describió
en los 1820s a las mujeres mestizas, asociadas directamente con el uso
de la pollera:
“Las mujeres de sangre indígena mezlada con española, llamada
cholas, usan igualmente grandes polleras de colores y cubiertas de cintas, y
esa parte del vestido existen en todas las clases medias de la sociedad.”
(“Relato sobre La Paz”. En: D'Orbigny, 1994: 58).

Las mujeres pintadas por Melchor Maria Mercado34 a mediados del


XIX son expresión de esta descripción.35 La pollera que caracterizaba
a estas mestizas fue sin embargo una prenda de origen español
adoptada en un largo proceso que tuvo lugar fundamentalmente en el
siglo XVIII. Analizando testamentos y dotes, pudimos establecer que,
en el siglo XVIII, era de uso frecuente en las capas altas españolas y
criollas (Barragán 1992). Las mujeres urbanas de sectores populares

34
Para un estudio sobre este pintor ver el artículo de MENDOZA (1991) en Melchor
María MERCADO. Las mujeres mestizas y cholas que retrató pueden no corresponder a
su época ya que fue notablemente influido por D´Orbigny. Estas mujeres se encuentran
en 5 láminas: 1. Chola. Potosí. 2. Mestizos e indios [una mujer mestiza de manera
clara]. Potosí. 3. Cholas y Mestisas [2 claramente]. Cochabamba. 4. Indios y mestisos.
Paz. 2 mujeres, una india, otra mestiza, y un hombre mestizo. 5. Señoras y Cholas. Paz.
[Dos mujeres cholas claramente].
35
Aunque parecen diferenciarse cholas y mestizas, es difícil, por el escaso número de
láminas como por su parecido, establecer en qué radicaba su diferenciación y si había
una variación regional.
160 Rossana BARRAGÁN

adoptaron esta vestimenta, lo que revela una emulación, un proceso de


apropiación por la necesidad de diferenciarse de los atributos
asociados y estigmatizados de lo “indígena”, y relacionado también al
crecimiento y división del trabajo en las ciudades.36 Las mestizas de
pollera encarnaron, entonces, la difícil movilidad geográfica, social y
cultural.
La dinámica consistió en constantes fijaciones, y en
apropiaciones y mímesis de los trajes jerárquicamente superiores,
proceso que daba lugar a su vez al establecimiento de nuevas
“distinciones” (Bourdieu 1993). El propio término chola o cholo,
constituye una distinción que parece haberse expandido en el siglo
XIX. Y “cholo” o “chola” implica una menor jerarquía, ya que a fines
del período colonial hacía referencia a los hijos de mestizos e indios,
es decir, un escalón inferior en la cadena de “mezclas” definidas
entonces, de tal manera que en 1909 se hacía ya una identificación
entre mestizos y cholos, bien diferenciados en el período colonial
(Crespo 1909: 49).
Este proceso fue descrito por el Aldeano en la década de los
30s, una situación que hasta hoy la vivimos: la reindianización de la
pollera y el cambio de la pollera al vestido. En efecto, este autor
identificó a las mujeres de pollera como el correspondiente femenino
tanto de los hombres indígenas como de la “clase intermediaria” o
mestiza. Lo que sucedía en la ciudad, acontecía entonces en el área
rural: las mujeres del campo, indígenas, fueron adoptando la pollera,
un proceso casi concluido hoy en día. En otras palabras, una prenda
utilizada para establecer una separación con el mundo indígena fue
asociada a lo indígena. Por otra parte señaló también el cambio de la
pollera al vestido:
“Todos los días se ve entre el mujerío repentinas metamorfosis.
Ayer estaba una chola con faldellín y ojotas, y hoy se presenta con zapatos...
y con traje de gaza”(El Aldeano, en Lema 1994: f. 29)

36
EL ALDEANO, un crítico acérrimo del lujo asociado al librecambio, escribió en 1830:
“El pueblo obra más por imitación … El pueblo observa … que el esplendor del fausto
deslumbra sus ojos, y le arrebata involuntariamente una consideración a la persona
que usa de él. El pueblo quiere participar en lo posible de esta misma consideración;
hace pues un sacrificio por costear la librea a que ella está anexa” (En LEMA 1994, f.
33).
¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 161

Esto pudo dar lugar también a distinciones dentro de las propias


mujeres de pollera (una diferencia muy marcada hoy en día) basadas
en el plizado, las franjas y la calidad: esto es lo que parece
desprenderse de la comparación entre las mujeres mestizas y cholas, y
la llamada “cholita de segunda” pintadas por Melchor María Mercado
(Lam. 108. p. 181. India de Puna). Señalemos además que hasta hoy
se distinguen polleras de primera y de segunda clase.
Así, la vestimenta marcaba los grupos, categorizaba y
estigmatizaba, pero al mismo tiempo originaba “fugas”: las mujeres
indígenas adoptan la pollera, las mujeres de pollera el traje y las
mujeres de traje deben hacerse cada vez más sofisticadas, aunque sea
con pantalones y zapatillas, pero de marca ... Este trasvasamiento no
es masivo ni rápido. Y en este proceso de constante mímesis, tanto las
clases altas como los grupos populares urbanos, constantemente
puestos en jaque, se ven obligados también a redefinir los criterios no
sólo con los que se identifican sino también los que utilizan para
caracterizar a los otros. La mímesis es, entonces, semejanza pero
también amenaza.

Conclusiones.
La apropiación de un territorio y un espacio implica, indudablemente,
rearmarlo, distribuirlo, reocuparlo. El poder reside precisamente en la
capacidad de dividir y reasignar bienes y autoridades. Definir
espacios, y encadenarlos jerárquicamente, fue entonces un proceso
vital, y en este contexto situamos la fundación de ciudades y villas,
pueblos españoles y pueblos de indios, parroquias españolas y
parroquias de indios, así como la política de reducciones y
composiciones. Pero lejos de concebir estos espacios-poderes como
lugares discretos, hemos visto que la unidad debe ser conceptualizada
por la articulación urbano-rural, campo-ciudad. Cada una de las
unidades espaciales comprendía lo urbano con su contorno rural, de la
misma manera que lo rural debía tener su eje y pivote urbano. El
propio censo de la ciudad de La Paz de 1881 dibujó un espacio
urbano-rural que sólo se rompería en el siglo XX.
En estos espacios, lo indio como categoría fiscal, ligado a los
habitantes de las tierras de repartimiento designadas como indígenas,
suponía también el proceso de continuas composiciones y revisitas,
162 Rossana BARRAGÁN

que al mismo tiempo que significaban un flujo constante de metálico


para la Corona, continuaban el proceso de división y reasignación de
las tierras en una multiplicidad de pequeñas “reformas agrarias”. Pero
ser pechero y tributario-contribuyente tenía dos facetas: una permitía
el acceso a las tierras (el “pacto de reciprocidad”, Platt 1982); la otra,
al constituir una categorización y estigmatización, podía implicar que
la fuga fuera una alternativa, tendencia que entrecruzaría y reforzaría
la visión de lo indio como categoría social.
Lo indio como categoría social se dibujó en los escritos de
intelectuales y en los censos. La sociedad se pensó en términos de
clases unas veces y de castas en otras, surgiendo el esquema racial a
fines del siglo XIX. Sin embargo, el mismo entramado subsistiría
porque lo indígena como categoría, con estatus más bajo por el mismo
hecho de ser pechero, se articuló a lo indígena como raza. En este
esquema nos parece importante resaltar tres aspectos. Por una parte, la
aparición de la categoría “blanco”, en sustitución a la de “español”,
constituida en oposición a indígenas. Por otra parte, la situación de la
categoría de los mestizos que, contabilizados en el período colonial de
manera separada, se unieron y fueron contados y censados juntamente
con los blancos hasta fines del siglo XIX. En tercer lugar, y a partir de
la segunda mitad del siglo XIX, la emergencia de la “raza mestiza” a
partir de la división de la categoría “blancos y mestizos”.
El análisis de las categorías del censo de La Paz en 1881 nos
permite afirmar, también, que la conceptualización de las razas
correspondía a una división ocupacional, y que ésta remitía a su vez a
una jerarquía de “oficios raciales”. La nomenclatura "racial" fue, por
tanto, entre los propios social-darwinistas encargados de los censos de
fines del siglo XIX, una nomenclatura profundamente socio-
económica. Y es precisamente en estos censos que empezamos a
encontrar la equivalencia entre lo indio y el sustrato agricultor. Para el
estado republicano era difícil concebir a un indio artesano o un
artesano indio. Los términos de “raza blanca”, “raza mestiza” y “raza
india” se presentan entonces homogeneizadores: a cada “raza” y sexo
le corresponden ocupaciones económicas y atributos específicos, de
tal manera que los niveles de clase/raza/género se encuentran
completamente articulados. En otras palabras, el eje articulador era la
diferencia, constituyendo el indio el rótulo del escalón social más bajo
y, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la raza inferior.
¿CATEGORÍA FISCAL O CATEGORÍA SOCIAL? 163

Para terminar, queremos volver, entonces, al tema de la


ecuación entre indio y campesino.37 La sustitución del indio fiscal por
el indio social y/o la campesinización es la expresión de una nueva
división del espacio que sólo fue posible cuando un nuevo sistema
impositivo se consolidó: cuando la “contribución indigenal” no fue ya
el recurso fundamental del estado, y cuando los diezmos fueron
abolidos. En otras palabras, cuando lo indio como categoría fiscal
tributaria, homogeneizadora y unificadora de las diferencias, dejó de
predominar, cuando los propietarios y señores de latifundios dejaron
de existir por decreto a raíz de la reforma agraria, y cuando,
finalmente, la profunda articulación rural-urbano se fragmentó. Se
introdujo, entonces, una nueva segregación, una nueva distinción
espacial y social, reproduciéndose de manera distinta lo que parece ser
un eje fundamental a través del tiempo: en lugar de la igualdad, la
diferencia y jerarquía, el escalonamiento y eslabonamiento asociado
siempre a características precisas y particulares, que hasta hoy se
materializan:
“Porque soy del campo y mi marido es del campo, y porque no se
leer ni escribir ni hablar bien el castellano.... entonces de pollera me tengo
que quedar.../ ... me hubiera gustado ser de vestido, pero como no se leer,
entonces no puedo ser .../ De pollera no más tengo que ser” (Testimonios de
mujeres actuales. En: Salazar, 1994: 58).

37
Habría que considerar, sin embargo, que campesino, al igual que indio, pudo tener un
contenido cambiante. Estuvo, al parecer, ligado a los trabajadores de hacienda (Ver Art.
9 del D. Del 15 de Mayo de 1945 que suspende los trabajos gratuitos, especialmente de
los colonos). Una Sección Jurídica creada estableció en uno de sus incisos el regular las
condiciones de trabajo de los campesinos en haciendas y establecimientos industriales
así como asesorarlos en sus litigios por deslinde y usurpación de tierras (Art. 4. Del D.
del 10 de Mayo de 1941. En BONIFAZ 1953).
164 Rossana BARRAGÁN

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LA COMUNIDAD ENTRE LA REALIDAD ECONÓMICA
Y EL DISCURSO
Una vision desde el Perú
MAGDALENA CHOCANO MENA*

Al considerar el panorama de los estudios de comunidades campesinas


en los Andes de las últimas décadas resulta evidente que se ha pasado
de un énfasis en la inserción económica (la economía campesina) a
una preocupación por el significado de la comunidad en términos
culturales y políticos, en la cual muchas veces la comunidad
campesina o indígena aparece como un modelo de relaciones a
retomar en un orden donde predominará la solidaridad y la integración
frente al individualismo y anomia del orden capitalista.1 Por otra parte,
también es patente que en el estudio de comunidades existe una
tensión entre el saber “local” y la presión por crear categorías que
conformen una teoría general significativa en el intercambio
académico. Aquí, sin hacer un repaso exhaustivo de todos los estudios
realizados sobre la comunidad en los Andes, queremos no obstante
destacar las principales líneas de análisis que han guiado la
investigación.
A fines de la década de 1980, los principales debates y
aportes se centraban en las formas en que el campesinado intervenía o
no en la circulación mercantil.2 Esta preocupación se ligaba al

*
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Peru.
1
Henri FAVRE, El indigenismo, México 1998, pp. 56, 136.
2
Un panorama de estos estudios puede hallarse en la compilación: Olivia HARRIS,
Brooke LARSON y Enrique TANDETER (comp.), La Participación indígena en los
mercados surandinos: estrategias y reproducción social: siglos XVI a XX, La Paz,
170 Magdalena CHOCANO MENA

problema más general de la articulación entre las formas capitalistas


de producción y las no capitalistas.3 La comunidad estaba presente en
estos trabajos, aunque no era la unidad de análisis principal ni la
única, ya que dependiendo del ámbito elegido por un determinado
investigador, el análisis se centraba en el indio, el campesino
parcelario o la región. Al prologar un volumen dedicado a la
evolución de las comunidades campesinas en el siglo XVIII, el
historiador peruano A. Flores Galindo observaba que los estudios se
habían concentrado hasta entonces en las comunidades campesinas
contemporáneas y, con menos énfasis, en el debate sobre sus orígenes,
examinando en particular la relación entre la comunidad indígena
colonial y el ayllu prehispánico.4 Igualmente H. Bonilla, al presentar
una serie de acercamientos al tema en Bolivia, Perú y Ecuador,
constataba que la situación de las comunidades durante el siglo XIX
era un enigma histórico.5

Terminología y Conceptos
La palabra “comunidad” es usada en estrecha referencia al
campesinado de los Andes, hasta el punto que se ha generado tal
identificación entre ambos términos que la existencia de campesinos
sin comunidad parecería ser una anomalía. Generalmente se habla de
comunidad indígena, pero en el caso del Perú existe una voluntad
expresa de preferir la denominación comunidad campesina. Aunque
este cambio de nombre puede verse como un simple eufemismo, no

1987. Parte de este volumen fue traducido al inglés en una nueva compilación que
incluía algunos estudios fuera del área surandina: Brooke LARSON y Olivia HARRIS
(eds.) (con la colaboración de Enrique TANDETER), Ethnicity, Markets and Migration in
the Andes, at the Crossroads of History and Anthropology, Durham 1995.
3
Véase, por ejemplo, Rodrigo MONTOYA, Capitalismo y no capitalismo en el Perú: Un
estudio histórico de su articulación en un eje regional, Lima 1980, dedicado al eje
regional Lima-Lomas-Puquio-Andahuaylas.
4
Alberto S. FLORES-GALINDO, “Presentación”, en Comunidades campesinas, cambios y
permanencias, A. FLORES-GALINDO(comp.), (1ª ed. 1987) 2ª ed. Centro de Estudios
Sociales, Chiclayo 1988, p. 8. Sin embargo, el proceso de transformación de los ayllus
prehispánicos en comunidades dista de haberse esclarecido (Marie-Danielle DEMELAS
BOHY, “La desvinculación de las tierras comunales en Bolivia”, Cuadernos de historia
latinoamericana, nº 7 (1999), pp. 129-155 (p. 131).
5
Heraclio BONILLA, “Presentación”, en: Los Andes en la encrucijada: indios,
comunidades y estado en el siglo XIX, H. BONILLA (comp.), Quito 1991, p. 8.
LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO 171

hay que descuidar que en ciertos casos corresponde a un proceso de


modernización donde seguir manteniendo el término "indígena" no
sería aceptable ni aun para los mismos implicados en dicha
denominación. Justamente por ello llama la atención la escasez de
estudios que específicamente examinen la comunidad “mestiza”.6
El término comunidad se emplea para caracterizar tal
variedad de estructuras sociales que algunos investigadores concluyen
que carece de contenido específico, pues omite la evolución histórica
particular7. Los términos “ayllu”, “parcialidad” y “grupos étnicos”
también aparecen estrechamente relacionados con el término
comunidad, en especial cuando se trata de proporcionar el “bagaje
histórico” de la vida contemporánea de una comunidad. Uno de los
términos más relevantes en relación con la comunidad sigue siendo el
de ayllu. F. Fuenzalida, basándose en fuentes lingüísticas quechuas,
señalaba que ayllu podía significar genealogía, linaje, grupo de
parentesco, nación, género, especie o clase:
“El ayllu de un hombre es su familia extensa, pero también su
linaje, y probablemente su parentesco bilateral, los miembros de su
comunidad, la gente de su provincia, etc.”

Señalaba que en el Perú meridional y en Bolivia, el ayllu era con


frecuencia sinónimo de comunidad, que en este caso era denominado
de Hatun Ayllu o gran ayllu. Estos grandes ayllus comprenden ayllus
menores a su vez compuestos por ayllus más pequeños.8
Históricamente, como muestran los estudios de Murra y Platt, los
grupos étnicos o “reinos” originarios podrían ser identificados como
grandes ayllus segmentados a su vez en ayllus.9 Otra vía de
acercamiento al problema del origen de la comunidad fue planteada
por José María Arguedas, que además de señalar que los municipios

6
Una excepción es Gabriel ESCOBAR, Sicaya, cambios culturales en una comunidad
mestiza andina, Lima 1973.
7
Antoinette FIORAVANTI-MOLINIÉ, “La communauté aujourd' hui”, Annales, vol. 33, nº
4 (1978), pp. 1182-1196.
8
Fernando FUENZALIDA VOLLMAR, “La matriz colonial de la comunidad de indigenas
peruana: una hipótesis de trabajo”, Revista del Museo Nacional (Lima), nº 35,
(1967/1968) pp. 92-113 (p. 102). También con el título de “Estructura de la comunidad
de indígenas tradicional” en J. MATOS MAR (comp.), Hacienda, comunidad y
campesinos, Lima 1976, pp. 219-263.
9
John V. MURRA, Formaciones económicas y políticas del mundo andino, Lima 1975,
pp. 207-211; Tristan PLATT, Estado boliviano y ayllu andino, Lima 1982, pp. 47-51.
172 Magdalena CHOCANO MENA

indios organizados por los españoles tomaron como modelo los


ayuntamientos comunales hispánicos, exploró los paralelismos
contemporáneos entre las comunidades campesinas andinas (en
Ayacucho y el valle del Mantaro) y europeas (las castellanas en
España) respecto a la modernización, al uso de ciertos elementos
técnicos, al cambio cultural, al significado del trabajo comunal, etc.10
Esta perspectiva comparativa, no obstante, ha sido un camino poco
transitado ya que la investigación ha tendido a limitarse a una óptica
nacional.
La versatilidad de la palabra ayllu (comunidad indígena) no
ha disuadido a los investigadores de tratar de plantear definiciones con
pretensiones de validez general. Matos Mar señalaba los rasgos
indispensables para dar por buena la existencia de una comunidad
indígena: propiedad colectiva rural usufructuada de forma individual y
colectiva; una organización social basada en la reciprocidad y un
sistema particular de participación de los miembros; mantenimiento de
una cultura singular integrada por elementos “mundo andino”.11
(Nótese que en esta definición no podría incluirse una comunidad
mestiza como Sicaya, por ejemplo, donde justamente la ideología del
progreso parece haber sido decisiva en la cultura de los comuneros
sicaínos;12 en todo caso ampliar esta definición significaría examinar
la relación entre la ideología del progreso y el “mundo andino”). S.
Rivera, en cambio, prefiere el término ayllu como tal, señalando que
es una comunidad territorial y de parentesco que conforma la “unidad
organizativa y socioeconómica básica de la cultura andina”13. Esta es
una definición ciertamente amplia que trata de dar al ayllu la misma
objetividad que se atribuye a la comunidad entendida como institución
jurídico-política. En cambio, D. Poole indica que es necesario
diferenciar la idea de comunidad de la de ayllu, pues la primera
depende más de una perspectiva exterior que dota a la comunidad de
una frontera y de una composición fija. De acuerdo con esta premisa,
definir al ayllu requiere una perspectiva egocéntrica pues es el

10
José María ARGUEDAS, Las comunidades de España y el Perú, Lima 1968.
11
José MATOS MAR, “Comunidades indígenas del Área Andina”, en MATOS MAR,
Hacienda, Comunidad, pp. 179-217 (esp. pp. 169, 186-203).
12
G. ESCOBAR, Sicaya, pp. 171-181.
13
Silvia RIVERA, Oprimidos pero no vencidos. Luchas del campesinado aymara y
quechwa, La Paz 1984, p. 22.
LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO 173

individuo implicado en una red de relaciones quien define las


fronteras y composición de un grupo social (ayllu o comunidad) según
sean sus necesidades y deseos, el tipo de trabajo que vaya a realizar, la
festividad que haya que organizar, etc.14 Sin embargo, la oposición
planteada entre una definición “subjetiva-vivencial” del ayllu y la
definición “objetivo-jurídica” de la comunidad, aunque es útil, no
debe llevarse demasiado lejos a riesgo de descuidar un aspecto
esencial de la experiencia histórica de las comunidades, esto es, la
lucha constante de sus integrantes por lograr su reconocimiento legal,
sobre todo en la época republicana en que el sistema comunal fue
cuestionado y se intentó suprimirlo.
En la investigación actual tiene la mayor importancia
investigar de forma concreta lo que significa el ayllu y otros
segmentos de la comunidad tal como han quedado documentados en
las fuentes históricas. A partir de allí se ensayan definiciones
valoradas ante todo por su precisión local, más que por su alcance
general. Ejemplo de ello es la investigación de X. Izko sobre los ayllus
de Sakaka y Kirkyawi en Bolivia, basándose en la cual concluye este
autor que el ayllu es
“una agrupación de naturaleza segmentaria y base territorial,
estrechamente vinculada al acceso a la tierra”.15

Autores como Contreras y Diez Hurtado, subrayan la historicidad de


la comunidad y consideran que esto debe reflejarse en el enfoque de la
investigación. La idea de un espíritu andino como sinónimo de
colectivismo es puesta en cuestión,16 a la vez que se recalca la
plasticidad de los “elementos comunales” para influir en la
(re)constitución de las comunidades actuales.17 En cierto modo, un
enfoque contextual que no pretenda despegarse demasiado del medio
que se estudia es quizá ahora el camino para llegar a una mejor

14
Deborah A. POOLE, “Qorilazos, abigeos y comunidades campesinas en la provincia de
Chumbivilcas (Cusco)”, en A. FLORES GALINDO, Comunidades campesinas, pp. 257-
295.
15
Xavier IZKO, “Fronteras étnicas en litigio: los ayllus de Sakaka y Kirkyawi, Bolivia,
siglos XVI-XX”, en BONILLA, Los Andes en la encrucijada, pp. 63-131 (p. 67).
16
Carlos CONTRERAS, “Conflictos intercomunales en la Sierra Central, siglos XIX y
XX”, en H. BONILLA, Los Andes en la Encrucijada, pp. 199-219.
17
Alejandro DIEZ HURTADO, “Las comunidades indígenas en el Bajo Piura, Catacaos y
Sechura en el siglo XIX”, en H. BONILLA, Los Andes en la Encrucijada, pp. 169-198.
174 Magdalena CHOCANO MENA

comprensión de las formas organizativas comunales, aunque este


camino suponga un desvío respecto a las formulaciones teóricas más
estimadas en el medio académico. La fuerte impronta local de la
investigación de las comunidades puede verse como un obstáculo para
conformar un saber académico importante, pero desde otro punto de
vista es más bien un aspecto favorable pues compensa la propensión a
la abstracción y nos hace conscientes de la necesidad de respetar la
diversidad no sólo como ideal ético-político de la posmodernidad, sino
como práctica de investigación concreta.

Comunidades, ámbito mercantil e inserción económica


Son numerosos los estudios que demuestran de forma exhaustiva que
los campesinos indígenas participaron y participan en el mercado de
forma corriente, aunque en la mayoría de trabajos, la cuestión de si la
comunidad influía en las decisiones que se tomaban respecto a los
intercambios mercantiles no se plantea de manera directa, pues la
unidad de análisis es el campesino o los jefes étnicos, los cuales
actuarían siguiendo de alguna manera esta lógica comunitaria (que se
da por supuesta) o en contra de ella. El resultado es que se ha
comprobado en líneas generales que los campesinos (indígenas)
pueden beneficiarse efectivamente de su participación en el mercado y
que no viven de espaldas a los intercambios monetarios. A través de la
historia los miembros de la “república de indios”participaron en la
mercantilización del espacio andino e incluso hubo algunos que
lograron enriquecerse con ello.18 De todos modos, el papel de las
comunidades como tales en la economía colonial aún no ha sido
totalmente esclarecido. Instituciones económicas relacionadas
íntimamente con las comunidades indígenas coloniales como las cajas
de comunidades y las cajas de censos han sido estudiadas de modo
general y aguardan aún exámenes más específicos19.

18
Véase Carlos SEMPAT ASSADOURIAN, “La producción de la mercancía dinero en la
formación del mercado interno colonial”, Economía (Lima), vol. 1, nº 2 (1978), pp. 9-
56.
19
Ronald ESCOBEDO MANSILLA, Las comunidades indígenas y la economía colonial
peruana, Bilbao, 1997. Véase un estudio de caso en Rosana BARRAGÁN, “En torno al
modelo comunal mercantil: el caso de Mizque, Cochabamba, en el siglo XVII”,
Chungará (Arica), vol. 15 (1985), pp. 125-141.
LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO 175

Se ha cuestionado, sin embargo, la disyuntiva entre


resistencia/subordinación al mercado como marco conceptual para los
estudios de la comunidad indígena, ya que da por demostrada una
incompatibilidad formal entre diferentes racionalidades económicas.
Dicha dicotomía carece de sentido si la participación en el mercado no
desestabiliza el conjunto de la estrategia reproductiva del ayllu. La
“oposición” al mercado así como la intervención en él, es una cuestión
que se debe examinar coyunturalmente, tomando en cuenta la
perspectiva de los ayllus y comunidades con sus propias
racionalidades económicas. Examinar realmente la relación entre las
comunidades y el mercado significa encontrar el punto en que
diversos individuos que se señalan como comuneros actúan en función
de esa unidad supraindividual llamada comunidad. A propósito de
ello, T. Platt propone como eje del análisis, no la acción de un
determinado individuo, sino el tiempo en que un conjunto de
individuos realiza determinadas acciones simultáneamente. De modo
que la noción del tiempo encarnada en el calendario rural se convierte
en un elemento crucial del análisis. Al demostrar que la intervención
en el mercado de individuos y familias pertenecientes a una
comunidad se atiene a la temporalidad comunitaria marcada por las
fiestas y las cosechas se puede comprender que no es la temporalidad
del mercado la que los domina sino que los comuneros se acercan al
mercado y participan en él según la temporalidad del ayllu o
comunidad.20
Esto significa que es necesario atender a cuándo y cómo, y
bajo qué condiciones, la concepción temporal comunitaria se ve
desalojada por otra temporalidad, la cual puede dar paso a la
reconstrucción de un ritmo comunal distinto o anularlo por completo.
Desde este punto de vista la exploración de la fiesta parece cobrar un
nuevo sentido. La fiesta es un momento de intensificación del
consumo, de gasto de recursos laboriosamente acumulados y que
además suele ser una instancia de reconocimiento y prestigio para los
encargados de organizarla. Se supone que la financiación de las fiestas
descapitalizó al campesino comunero. En la modernidad la fiesta
parece hasta carecer de sentido para los más jóvenes miembros de la
20
Tristan PLATT, “Ethnic Calendars and Market Interventions among the Ayllus of
Lipes during the Nineteenth Century”, en B. LARSON et al., Ethnicity, pp. 259-296 (263-
264).
176 Magdalena CHOCANO MENA

comunidad que probablemente optan por otras vías para romper la


rutina y reforzar los vínculos que más les interesan. Un ejemplo de
esta dinámica es la transformación del sistema de priostazgo que
ocurrida en Shamanga, comunidad ecuatoriana estudiada por Lentz.
Antaño el reconocimiento social pasaba por integrarse a dicho sistema
para organizar la fiesta comunal. En cambio, actualmente es la
inversión en la construcción de una casa moderna, en la educación de
los hijos, en el consumo de ciertos bienes lo que procura prestigio a
los miembros de la comunidad. Pero estas demostraciones no ocupan
el lugar que había tenido la fiesta, antes bien se centran en la familia y
en el individuo.21 En algunas comunidades, el fin de la temporalidad
festiva comunal se ha abierto paso a través de cambios de ideología
religiosa sea un catolicismo moderno o algunas ramas del
protestantismo.
El intento más ambicioso de problematizar la comunidad
como eje de la lógica económica ha sido formulado desde el campo de
la economía por E. González de Olarte, quien ha planteado la
necesidad de distinguir la “economía campesina” de la “economía
familiar comunera”, así como de diferenciar la comunidad
jurídicamente reconocida de la economía comunal, evitando la
tendencia a considerarlas como si fueran sinónimos. En su reflexión
sobre la relación entre la comunidad y el sistema capitalista hay un
esfuerzo por alejarse de las presunciones de “funcionalidad” más
corrientes entre los académicos, que adjudican a la comunidad un
papel de “reserva de mano de obra” o de productor de bienes a bajo
costo. Aunque sí afirma que la comunidad constituía un espacio de
retención de mano de obra capaz de reproducirse relativamente al
margen de la regulación capitalista, a su vez puntualiza que el
capitalismo en su estado actual puede básicamente prescindir de la
mano de obra comunera. La economía comunal existe en una
comunidad campesina cuando la organización de la producción y
trabajo se efectúa mediante un sistema de interrelaciones entre las
familias comuneras, que proporciona a estas familias un conjunto de
beneficios superiores al que obtendrían si actuaran como familias
campesinas individuales. Este conjunto de beneficios es lo que
21
Carola LENTZ, Migración e identidad étnica. La transformación histórica de una
comunidad indígena en la Sierra ecuatoriana, con un posfacio de Andrés GUERRERO
(1ª ed. en alemán, 1980), Quito 1998, pp. 223-225.
LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO 177

González Olarte llama el “efecto comunidad” de la economía


comunal. Un minucioso estudio de la comunidad de Antapampa en el
Cuzco le permite subrayar que la economía comunal es una
organización de los pobres del campo en los Andes que poseen
recursos limitados y desarrollan actividades destinadas a la
subsistencia. Para las personas involucradas en dicha economía
economía familiar de la pobreza, es más importante sobrevivir que
prosperar en el futuro.22
En su estudio sobre las comunidades de Piura (norte del
Perú), K. Apel ha intentado aplicar en cierta medida el planteamiento
de González de Olarte. Observa que las familias campesinas
independientes, que trabajaban y siguen trabajando por su cuenta, se
adhirieron a la forma comunal de organización en una zona donde no
había existido este sistema porque el “efecto comunidad” les permitía
una legalidad menos costosa. La aspiración auténtica de estos
campesinos era obtener títulos de propiedad privada, pero el estado
peruano no les facilitaba esta vía. En dicho contexto, las leyes
aprobadas en 1970 para el reconocimiento legal de las comunidades
campesinas eran las que les proporcionaban un nivel de amparo legal.
El planteamiento de Apel ejemplifica bien los desencuentros entre los
diversos niveles analíticos de que es susceptible la comunidad, pues
utiliza el término “efecto comunidad” que González de Olarte había
definido con toda precisión para el análisis de la “economía familiar
comunera” a un campo que precisamente este autor dejaba fuera de su
esquema. Para ello Apel retoma la idea de J. Golte sobre la comunidad
como “ficción legal”, con lo cual el poder analítico de la noción
planteada por González de Olarte queda totalmente desvirtuado. Apel
demuestra que la economía familiar comunera no existe en Piura, sin
embargo el uso de términos como “efecto comunidad” a la comunidad
como ficción legal no contribuye a aclarar la dinámica de las

22
Efraín GONZÁLEZ DE OLARTE, Economía de la comunidad campesina, Lima 1984,
pp. 18-22. El estudio de Adolfo FIGUEROA, La economía campesina de la sierra del
Perú, Lima 1983, no ha sido comentado aquí porque se centra en la familia campesina,
refiriéndose a la comunidad campesina sólo como adscripción geográfica, sin integrarla
como realidad económica en su análisis.
178 Magdalena CHOCANO MENA

comunidades piuranas, ni explica la economía familiar campesina de


la zona.23
La modernidad ha traído una redefinición de la riqueza y la
pobreza en el campo en general. La pérdida de importancia de la tierra
como bien definitorio de la riqueza resulta desde este punto de vista
ejemplar, pues cuestiona la misma idea de comunidad campesina y/o
indígena, al ser el acceso a la gestión de otros recursos lo que empieza
a definir la riqueza y la pobreza de los miembros de una comunidad.
Desde ese punto de vista el estudio de la gestión comunal de recursos
como el turismo en determinadas áreas es un aspecto cada vez más
relevante.24

Estructuración interna de las comunidades: autoridades,


cofradías y migración
Desde la época colonial las autoridades comunales encargadas de la
organización de los trabajos obligatorios y la recaudación del tributo,
tuvieron un papel esencial en la intermediación con el estado. Esto los
colocaba en una situación de la que podían sacar ventaja. Por otra
parte, la legitimidad de estas autoridades dependía de saber transmitir
los deseos, aspiraciones y necesidades del conjunto de comuneros
hacia el exterior, así como de defender los bienes y territorios
comunales. Sin embargo, hubo repetidos casos en que los caciques y
jefes comunales prefirieron utilizar su posición privilegiada para
acrecentar su poder y riqueza personales. El funcionamiento de la
comunidad facilitó a los caciques más propensos al mercantilismo el
ubicarse en el estrato de propietarios y explotadores de la comunidad,
al crear una suerte de subvención a las aspiraciones no comunitarias,
de modo que en determinadas coyunturas la legitimidad comunal no
fue para algunas autoridades un bien demasiado apreciado frente a
otras posibilidades económico- sociales que ofrecía el orden rural

23
Karen APEL, De la hacienda a la comunidad: la sierra de Piura, 1934-1990, Lima
1996, pp. 225-239.
24
Jorge GASCÓN GUTIÉRREZ, “La gestión de un nuevo recurso: el turismo. Conflicto y
lucha por su control en los Andes”, en M.N. CHAMOUX y J. CONTRERAS (comps.), La
gestión comunal de recursos. Economía y poder en las sociedades locales de España y
América Latina, Barcelona 1996, pp. 307- 336.
LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO 179

extracomunitario.25 Dentro de este panorama, es una excepción el


estudio que demuestra que la autoridad indígena utilizó los
mecanismos mercantiles para proteger la integridad comunitaria.26
El enfrentamiento entre los indios del común y los caciques
puede ser síntoma del alejamiento de los campesinos enriquecidos de
la comunidad, aunque no es del todo claro si el ascenso de algunos
jefes étnicos sea equivalente a un proceso de diferenciación
campesina. En el contexto colonial, especialmente, las instituciones
capaces de contener dicho proceso fueron mucho más fuertes que en la
república, donde algunas comunidades entraron en una crisis
definitiva tras la cual dejaron de existir aun como ficción legal, como
ocurrió en zonas de la costa norte peruana.27 El problema de la crisis
de la autoridad de los caciques aparece a partir de mediados del siglo
XVIII y se prolonga hasta inicios del siglo XIX en la zona
altoperuana. Se considera que dicha crisis fue propiciada por el afán
de la elite criolla colonial de quebrantar el poder cacical, a raíz de la
experiencia de la rebelión de Túpac Amaru.28 Otros añaden que se
debió al surgimiento de nuevos jefes comunales y a la agitación de los
comuneros contra los caciques que los expoliaban.29 Esta crisis de la
autoridad comunal parece ser más tardía en la sierra norte del Perú, si
tomamos como indicador la región de Huaylas, aunque en este caso es
el nuevo sistema republicano el factor que activa la desestructuración
de la particular representatividad política de la llamada “república de
indios” colonial. El desconocer la autoridad de los alcaldes indígenas
fue parte de dicho proceso y ha sido estudiado allí sobre todo desde el
punto de vista del discurso político.30 En el caso del Ecuador y Bolivia

25
Karen SPALDING, Del indio al campesino: cambios en la estructura social del Perú
colonial, Lima,1975, pp. 77- 85.
26
Silvia RIVERA, “El mallku y la sociedad colonial en el siglo XVII: el caso de la
comunidad de Jesús de Machaca”, Avances, nº 1 (1978), pp. 7-27.
27
Víctor PERALTA RUIZ, “Estructura agraria y vida campesina en el valle de
Lambayeque, siglo XVIII”, en A. FLORES-GALINDO, Comunidades campesinas, pp.
151-176.
28
Scarlett O‘PHELAN, Kurakas sin sucesiones. Del cacique al alcalde de indios, Perú y
Bolivia, 1750-1835, Cuzco 1997.
29
Sinclair THOMSON, “Colonial Crisis, Community, and Andean Self-Rule: Aymara
Politics in the Age of Insurgency (Eighteenth-Century La Paz)”, University of
Wisconsin, tesis doctoral, 1996.
30
Mark THURNER, From two republics to one divided: Contradictions of Postcolonial
Nationmaking in Andean Peru, Durham 1998, pp. 139-140.
180 Magdalena CHOCANO MENA

se advierte que los ideólogos republicanos consagran la idea de que


los indios son “personas miserables” y se genera un proceso de
ocultación política del indio.31 Sin embargo, estas pautas ideológicas
no necesariamente se convirtieron en directrices de la política concreta
que siguieron los estados republicanos frente a la población indígena.
Aunque sólo fuera por razones pragmáticas, los funcionarios
republicanos no pudieran prescindir de un estrato de autoridades
indígenas que garantizaran que los indios pagasen el tributo y se
avinieran a entregar prestaciones laborales.
La estructuración interna de las comunidades está en relación
directa con las líneas internas de segmentación. Celestino y Meyers
han planteado que las cofradías de la sierra central peruana fueron las
instituciones que propiciaron la revitalización de los ayllus en el siglo
XVII, ya que estos empezaron a funcionar como cofradías en dicha
época. El ayllu así reconstituido pudo practicar el sistema de don y
contradon durante los ritos, festividades y actividades anuales que
giraban en torno a los santos patronos. Las cofradías, no obstante,
podían constituirse en rivales de la propia comunidad y de la hacienda.
Es decir la integración entre la comunidad y las cofradías no es
totalmente armónica, aunque no tendría sentido su existencia sino en
relación a aquella. Las cofradías se procuraban bienes que se poseían
en común, organizaban el trabajo colectivo y la circulación de bienes
que tenía como eje la fiesta. Además de estas funciones económicas,
la cofradía cumplía una función social de distribución de prestigio
entre un grupo más grande que alcanzaba a un grupo más amplio de
personas a través del sistema de cargos. La estructura comunal ofrecía
posiciones de prestigio sólo a los caciques y alcaldes, pero el sistema
cofradial permitió una distribución más amplia del prestigio que podía
alcanzar a los indios del común. Celestino y Meyers repasan con
precisión el efecto de la leyes republicanas contra de los bienes de la
Iglesia en general, que terminaron afectando a los bienes cofradiales.
La Beneficencia Pública, las municipalidades, las parroquias e incluso

31
Andrés GUERRERO, “La imagen ventrilocua: El discurso liberal de la ‘desgraciada
raza indígena’ a fines del siglo XIX, en Blanca MURATORIO (comp.), Imágenes e
imagineros: Representaciones de los indígenas ecuatorianos, siglos XIX y XX, Quito
1994, pp. 197-252 (esp. pp. 214-220). Es interesante observar que la categorización de
los indios como “personas miserables” puede ya encontrarse en la obra Política indiana
(1629) del célebre jurista español Juan DE SOLÓRZANO Y PEREYRA (1575-1655).
LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO 181

las comunidades pretendieron ejercer derechos sobre estos bienes.32


Para la misma región, C. Hunefeldt interpreta que la cofradía se
vinculó al ayllu desde mediados del siglo XVIII hasta comienzos del
XIX, para reforzar la cohesión comunal y el beneficio económico de
sus miembros, aunque no debate ni cita los avances de Celestino y
Meyers sobre este problema.33 Un intento de entender otras
dimensiones de la cofradía ha sido el examen de la cofradía entre los
machas de Bolivia, realizado por T. Platt, para quien la cofradía es un
foco de religiosidad estrechamente vinculada a la búsqueda de
convergencias culturales y teológicas que desarrollaron los indios para
asimilar el cristianismo, si bien la relación entre cofradías y la
segmentación interior de las comunidades y pueblos sigue siendo un
tema poco claro.34
La exploración de las fronteras interétnicas tiene gran
importancia para comprender la segmentación interna de la
comunidad. El estudio de Izko sobre los ayllus de Sakaka y Kirkyawi
en Bolivia subraya la identidad entre ayllus y pueblos indios, a la vez
que trata de despejar la previa organización política prehispánica
(confederaciones, grandes ayllus o grupos étnicos), superponiéndose a
la cual, pero asimilándola, se generaron nuevas pugnas por recursos
entre los indios y las viejas fronteras interétnicas se traslada a las
fronteras interdepartamentales de la organización republicana.35
La migración de miembros de las comunidades a la ciudad o
otras áreas rurales es un fenómeno antiguo en los Andes. En la época
colonial la presión del trabajo obligatorio (mita) precipitó
históricamente la fuga de indios de sus comunidades de origen, para
instalarse en tierras de otras comunidades. Eran los llamados
“forasteros”, frente a los cuales estaban los “originarios”, esto es, los
indios que permanecían en su comunidad de origen, sin cambiar de
pueblo, y que constituían legítimamente el común de indios o

32
Olinda CELESTINO y Albert MEYERS, Las cofradías en el Perú: región central, Bonn
1981, pp. 126-131, 220-221.
33
Christine HUNEFELDT, “Comunidad, curas y comuneros hacia fines del período
colonial”, HISLA, Revista Latinoamericana de Historia Económica y Social, nº 2
(1983), pp. 3-31.
34
Tristan PLATT, Los Guerreros de Cristo: Cofradías, misa solar y guerra regenerativa
en una doctrina Macha (siglos XVIII-XX), trad. de Luis H. ANTEZANA, La Paz,1996.
35
X. IZKO, “Fronteras étnicas en litigio”, en H. BONILLA, Los Andes en la encrucijada,
p. 67.
182 Magdalena CHOCANO MENA

comunidad. El forasterismo también suscitó un juego político-


económico, que implicó un manejo de los recursos de tierras muchas
veces antagónico con los intereses de los comuneros legítimos,
“originarios”. La migración indígena fue una respuesta a las nuevas
necesidades impuestas por el tributo, pero también puede leerse como
una huida de intermediarios demasiado onerosos.36 Paralelamente, la
migración en los Andes propició el surgimiento de nuevas identidades
con una base más universalista de vínculos sociales, con lo cual se fue
generando entre fines del siglo XVI y comienzos del XVIII, una
invisible revolución social y cultural que es imposible de aprehender
con los conceptos clásicos de aculturación y contraaculturación. Se
trataría del surgimiento de un orden mestizo colonial.37 En este mismo
sentido apuntan los trabajos de Ann Wightman sobre el Cuzco y de
Karen Powers sobre Quito. Wightman señala que los forasteros
alteraron los patrones de reciprocidad tradicionales y que la resistencia
individual a las fuerzas del colonialismo terminó por reformular la
estructura del ayllu (comunidad).38 Powers demuestra que el
significado de la migración fue diferenciado según los indios migraran
dentro de la propia esfera indígena, cosa que ocurrió en el siglo XVI, o
migraran hacia las zonas controladas por la economía española,
proceso que ocurrió en el siglo XVII y que conllevó fractura de la
comunidad indígena. El efecto de la migración fue la aceleración de la
diferenciación socioeconómica al interior de la comunidad y la erosión
del poder de los caciques antiguos quienes obligados a responder por
los tributos, tuvieron que vender sus tierras para satisfacer sus deudas.
A su vez esto allanó el camino para caciques intrusos, quienes gracias
a sus relaciones con indios forasteros encontraron una nueva y más
fuerte base económica. La migración en grupos era un fenómeno dual,
por una parte, permitía la sobrevivencia cultural, aunque, por otra,
potenciaba las fuerzas de dominación que empobrecían al conjunto de
la comunidad.39
36
Nicolás SÁNCHEZ-ALBORNOZ A., Indios y tributos en el Alto Perú, Lima 1977.
37
Thierry SAIGNES, “Indian Migration and Social Change in Seventeenth-Century
Charcas”, en B. LARSON et al., Ethnicity, pp. 167-195.
38
Ann M. WIGHTMAN, Indigenous Migration and Social Change, The Forasteros of
Cuzco, 1520-1720, Durham 1990.
39
Karen VIEIRA POWERS, Prendas con pies: migraciones indígenas y supervivencia
cultural en la Audiencia de Quito, Quito,1994. Hay ed. en inglés (sintetizada): Andean
journeys: migration, ethnogenesis, and the State in colonial Quito, Albuquerque 1995.
LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO 183

La introducción de la perspectiva de género y etnicidad ha


permitido explorar las concepciones sobre las relaciones entre
hombres y mujeres en la comunidad. Harris ha estudiado la
complementariedad entre las parejas de casados, reflejada tanto en la
cosmología como en la organización de la casa familiar entre los
laimis de Bolivia.40 Por otra parte, también se ha mostrado la
existencia de una fuerte jerarquización sexual que subyuga y devalúa
el trabajo femenino frente al masculino en determinadas coyunturas.
En la comunidad de Chitapampa en el Cuzco, cuando la herencia de la
tierra era fundamental para definir la pertenencia a la comunidad y un
alto nivel en la jerarquía dentro de la misma, las mujeres no recibían
prácticamente tierra de la familia. Aunque las mujeres realizaban
trabajos agrícolas y se encargaban del pequeño comercio, estas
actividades nunca alcanzaron la categoría real de trabajo equiparable
al de un hombre. En tiempos recientes, cuando la tierra ha dejado de
ser el principal indicio de integración en la comunidad, y el éxito en la
migración urbana comienza a ser el criterio para ser apreciado en la
comunidad, las mujeres han podido convertirse en herederas de
pequeñas parcelas de tierra. Pero este acceso a la tierra ya no tiene la
misma importancia que antes. La experiencia urbana de las mujeres de
la comunidad en el trabajo doméstico tampoco ha adquirido en todo
este tiempo una valoración que lo equiparara con el trabajo urbano
masculino. Por otra parte, los comuneros migrantes han creado una
jerarquía interna en que los llamados "indios" ocupan el escalón más
bajo en el aprecio social en la comunidad. La lucha por
desindianizarse en Chitapampa es la lucha por liberarse colectiva e
individualmente en el marco regional cuzqueño, por asumir la
identidad mestiza como medio de movilidad social.41
Un proceso donde aparecen los mismos elementos pero con
otros significados es la comunidad de Shamanga en Ecuador, ya
mencionada. Allí también la tierra ha perdido su valor para definir la
jerarquía comunal y el éxito en la migración se ha convertido en el
nuevo criterio de prestigio. Sin embargo, los comuneros no parecen

40
Olivia HARRIS, “Una visión andina del hombre y la mujer”, Allpanchis, nº 25 (1985),
pp. 17-42.
41
Marisol DE LA CADENA, “ ‘Las mujeres son más indias’: Etnicidad y género en una
comunidad del Cusco”, Revista Andina, vol. 9, nº 1 (1991), pp. 7-29 (traducido al inglés
en B. LARSON et al., Ethnicity, pp. 329-348).
184 Magdalena CHOCANO MENA

haber optado por desindianizarse sino por reformular el valor de lo


indígena dentro de la modernización, aunque sí se observa una fuerte
tendencia a la devaluación de lo indio campesino en favor de lo indio
urbano.
Si bien es frecuente hallar en los estudios de comunidad, una
referencia a las estrategias de reproducción, es un misterio si éstas
permiten la reproducción de toda la comunidad o de sólo una parte, y
si éste es el caso, se plantea el problema de seguir el rastro de aquellos
que de alguna manera son expulsados o marginados de este proceso.
Lentz se refiere a familias demasiado empobrecidas para poder
adscribirse a la comunidad, pero las deja de lado en su estudio. De la
Cadena menciona a las mujeres migrantes que quedan relegadas en el
servicio doméstico, aunque no sabemos si la comunidad sigue siendo
una referencia importante en sus vidas. Ante estos datos se hace
patente que la tendencia a estudiar a la comunidad en sí misma omite
fenómenos que pueden dar una visión más exacta de la esfera
comunal, esto es, el significado de la marginalidad rural/urbana
respecto a la comunidad y a los fenómenos a que puede dar lugar:
nuevas formas asociativas, individualismo, etc.
El problema del “resurgimiento” de comunidades en zonas
costeñas del Perú donde no existían ha suscitado dos perspectivas. Por
una parte algunos consideran que la persistencia de “elementos
comunales” es esencial para explicar la formación de nuevas
comunidades al darse un contexto legal que facilitaba relativamente la
vida del campesino afiliado a una comunidad (la legislación de
comunidades campesinas dada por el gobierno militar en 1970).42 Otro
enfoque, es el que plantea que los campesinos individuales se afiliaron
a comunidades al considerar que era la manera más rápida y eficaz de
protegerse legalmente, aunque su aspiración máxima era obtener la
titulación individual de sus tierras. Desde ese punto de vista, no se
trata de elementos comunales que tienen la oportunidad de
desarrollarse sino de decisiones tomadas por campesinos parcelarios
que negocian con el contexto externo.43 El caso de estas comunidades
es interesante porque requiere explorar el solapamiento entre la

42
A. DIEZ HURTADO, “Las comunidades indígenas del Bajo Piura”, en H. BONILLA, Los
Andes en la encrucijada, pp. 187-188.
43
K. APEL, De la hacienda a la comunidad, pp. 225-228.
LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO 185

“comunidad” e instituciones tales como la municipalidad, pueblo,


caserío, etc. que apenas se han analizado.

La comunidad como discurso y como experiencia


En los estudios históricos de las comunidades existe la preocupación
por examinar asimismo la importancia de la comunidad como
representación política, y por discernir hasta qué punto se plasma ésta
en la práctica de los involucrados en dicha institución. Para S.
O'Phelan, la comunidad india fue el eje de la acción rebelde del siglo
XVIII que, fuera mediante el sistema cacical u otras formas de jefatura
comunal desarrolladas a partir de un “onocimiento del escalamiento
político local” pugna por sus reivindicaciones legalmente en un primer
momento y después violentamente.44 Para H. Bonilla existe
efectivamente una “ideología comunitaria” aunque menos centrada en
las reivindicaciones comunales, sino que funciona antes bien como
una pantalla para el ocultamiento de relaciones de opresión.45 F.
Mallon matiza esta idea en su estudio de las comunidades de la sierra
central peruana, al trazar el proceso de diferenciación campesina
desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX en que
finalmente se forma una burguesía agraria de origen campesino.
Durante este proceso, sin embargo, se mantuvo la institución de la
comunidad hasta que a medida que la mercantilización de la economía
se fue ampliando, la misma comunidad entró en crisis. De todos
modos la comunidad había generado un “lenguaje comunal” o un

44
Scarlett O'PHELAN, “Las comunidades campesinas en el Sur Andino, siglo XVII”, en
A. FLORES-GALINDO (comp.), Comunidades campesinas, pp. 95-114.
45
Heraclio BONILLA, “Comunidades indígenas y estado nación en el Perú”, en A.
FLORES-GALINDO (comp.), Comunidades campesinas, pp. 13-25 (p. 16). Podemos
relacionar esta perspectiva con la que aparece en algunos ensayos que englobados en la
temática de la reciprocidad como el de Jacques MALENGREAU, “Comuneros y
‘empresarios’ en el intercambio”, en: G. ALBERTI y E. MAYER, Reciprocidad e
intercambio en los Andes peruanos, Lima 1974, pp. 171-205. Allí la reciprocidad es una
cobertura amable de relaciones fuertemente competitivas e instrumentadas por los
notables locales. Desde otra óptica (el ensayo de B.J. ISBELL, “Parentesco andino y
reciprocidad Kuyaq: los que nos aman”, en el mismo volumen, pp. 110-152), una
reciprocidad básicamente benévola abarca todo aspecto de la vida rural y se expande a
los medios urbanos. Estas acusadas diferencias parecen depender de si se observa la
reciprocidad desde el punto de vista de la economía o desde el punto de vista del
parentesco.
186 Magdalena CHOCANO MENA

discurso que fue utilizado de modo diferenciado por los ricos y los
pobres. Esta idea se emparenta con la de “economía moral”,
formulada por E. P. Thompson y retomada analíticamente en algunos
estudios del campesinado andino.46 Para Mallon la persistencia de la
comunidad no se puede identificar siempre con la resistencia política y
económica al capitalismo. En ese sentido, la “defensa de la
comunidad” no refleja una comunidad ideal, sino el uso que de la idea
comunidad hacen los actores que toman su defensa como bandera.47
En cambio, para N. Manrique la comunidad de la sierra central
responde a una imagen más compacta, sólidamente apoyada en una
economía campesina que le permite resistir las ambiciones de los
terratenientes.48
El trabajo de Mark Thurner también explora la vida política
de los pueblos indios en la formación de la república, aunque
ubicándose con más decisión en el campo de la teoría posmoderna y el
marco de la subalternidad. De modo que resalta la paradoja legal en
que se constituye el orden republicano: por una parte la
reinterpretación del régimen comunal de propiedad existente en la
colonia como propiedad privada, y por otra, el interés indio en
mantener la vigencia de las leyes de Indias en un contexto
republicano.49
La comunidad como experiencia vigente, sin embargo, es un
terreno donde los antropólogos han tomado la palabra con más
frecuencia que los historiadores. La perspectiva sobre la información
accesible adquiere allí una dimensión más maleable y hasta cierto
punto más intrincada. En su investigación sobre la comunidad en
Chumbivilcas en el siglo XX, Poole señala que vivir en una
comunidad para un antropólogo es básicamente vivir con una familia,

46
Brooke LARSON, Cochabamba, 1550-1900: Colonialism and Agrarian
Transformation in Bolivia, (1ª ed. 1988) 2ª ed. corregida y aumentada, prólogo de
William ROSEBERRY, Durham 1998, pp. 24-25.
47
Florencia MALLON, The Defense of Community in Peru's Central Highlands. Peasant
Struggle and Capitalist Transition, 1860-1940, Princeton 1983, pp. 339-345. El
discurso tiene un papel central en su estudio comparativo: Florencia MALLON, Peasant
and Nation. The Making of Postcolonial Mexico and Peru, Los Ángeles etc. 1995.
48
Nelson MANRIQUE, “La comunidad campesina en la sierra central”, en A. FLORES-
GALINDO, Comunidades campesinas, pp. 115-132. Véase también su obra:
Campesinado y nación: las guerrillas indígenas en la guerra con Chile, Lima 1981.
49
M. THURNER, From two republics to one divided, pp. 43-44.
LA COMUNIDAD ENTRE REALIDAD ECONOMICA Y DISCURSO 187

lo que significa que a lo largo de la vida doméstica compartida con


dicha familia aparece de vez en cuando “la comunidad”, aunque ésta
como tal parece tener poca incidencia en la vida diaria de los
comuneros. Los intercambios de bienes, trabajo o ayuda mutua a
través de redes de parentesco y compadrazgo (observados por Poole)
no proporcionan con todo “materia suficiente para definir lo que
constituye exactamente aquella entidad jurídica y popular” que es la
comunidad.50 La comunidad en cambio se hace presente en momentos
coyunturales cuando los miembros de la comunidad se relacionan con
el mundo de afuera. Este afuera se define, primero, según criterios
territoriales y, en segundo lugar, a partir de que las relaciones de
parentesco y producción que unen a la gente que viven dentro del
territorio de la comunidad son más densas e importantes para sus
propias estrategias individuales/ familiares de sobrevivencia.
De manera semejante, Lentz en su estudio sobre Shamanga,
asume francamente que la vía de penetración hacia la comunidad a
través de una familia es la más adecuada para el antropólogo.51 En esa
experiencia el antropólogo puede percibir el contraste entre la vida
“real” de los shamangueños marcada por la migración y el trabajo en
la costa y una vida "comunal" ideal patente a través de los actos
simbólicamente importantes de las vidas de los comuneros: bautismo,
bodas, etc. Curiosamente, pese a que la autora se introdujo en la
comunidad a través de las mujeres, su libro sobre Shamanga no
incorpora la perspectiva de género ni sus implicaciones en la
estructuración interna de la comunidad, con lo cual no podemos
comparar sus hallazgos con los de De la Cadena.
Un acercamiento sugerente a la construcción de la comunidad
lo ha propuesto Harvey en su examen del consumo de alcohol como
parte de la reproducción social de la esfera comunal. En Ocongate
(Cuzco) la ruptura momentánea del tiempo cotidiano permite que los
comuneros expresen de forma abierta el discurso de la desesperación y
el discurso de la afirmación en que parece discurrir la identidad
indígena que asumen en esta circunstancia. El consumo de alcohol
pone de relieve también la tensión entre el interés del hogar campesino
y el interés de la comunidad y entre los “dominios” y

50
POOLE, “Qorilazos”, en FLORES-GALINDOComunidades campesinas, p. 283.
51
LENTZ, Migración e identidad, pp. 26-27.
188 Magdalena CHOCANO MENA

comportamientos atribuidos a los sexos. A través de este momento de


“desenmascaramiento” el individuo afirma su propia interpretación de
la comunidad, situándose a veces a contracorriente de lo usualmente
admitido, con lo cual se hace evidente que las personas que partipan
de la comunidad operan con modelos distintos y conflictivos de vida
colectiva.52
Las múltiples dimensiones de la comunidad se reflejan en la
variedad de enfoques utilizados por los investigadores, aunque
cualquiera que sea el elegido por ellos, éste parece exigir siempre la
máxima concreción. La necesidad de comparar hallazgos, de cotejar
conclusiones y de combinar perspectivas parece más relevante ahora
que una teorización global sobre la comunidad.

52
Penny HARVEY, “Gender, Community and Confrontation: Power Relations in
Drunkenness in Ocongate (Southern Peru)”, en Maryon MCDONALD (ed.,) Gender,
Drink and Drugs, Oxford, Providence,1994, pp. 209-233.
REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES. UN
ESTUDIO DE CASO DESDE LOS ANDES DEL NORTE
EMILIA FERRARO*

En este artículo esbozo algunas de las muchas prácticas de


intercambios que se dan en una comunidad indígena de la Sierra Norte
del Ecuador. Estas estructuran la vida de dicha comunidad,
articulando el orden social con el orden sobrenatural, de una manera
tal que la trama de la sociedad se teje a través de una cadena perpetua
de préstamos y devoluciones. Lo que me interesa aquí es sobre todo
recoger toda la gran riqueza y variedad de relaciones sociales,
económicas y culturales tanto “tradicionales” como “capitalistas”
entre las cuales la población indígena de una sociedad contemporánea
de los Andes del Norte parece manejarse desenvueltamente.
Mi objetivo es principalmente problematizar las dinámicas de
intercambio que se dan en el momento actual en una comunidad
andina, sus relaciones con la economía nacional y global y, en los
actuales contextos cambiantes, empezar el análisis de la
resignificación de categorías y nociones tradicionales. La reciprocidad
todavía representa la norma ideal de intercambio entre comuneros
pero su lógica se extiende también a la esfera de los intercambios de
mercado. La articulación de las diversas esferas de transacciones está
mediada por una red de intercambios y relaciones interconectadas, al
punto que trazar una línea de separación rígida entre ellas puede a

*
Escuela de Antropología Aplicada, Universidad Politécnica Salesiana, Quito.
Emilia FERRARO 190

veces resultar difícil y artificial, así como será dificil agotar en este
espacio su análisis.
La visión que se nos presenta es, entonces, de una sociedad
extremadamente creativa y en continuo movimiento, que, pese a los
cambios, a veces violentos, y a las continuas restricciones que sufre
por parte de la sociedad nacional en era de “globalización”, sigue
afirmando su derecho a la “diferencia”, manteniendo una identidad
específica que sobresale del resto de la sociedad nacional.

Trueque y negocios
En las comunidades indígenas del Norte de Ecuador1 hay una larga
tradición de intercambios con comerciantes indígenas de la cercana
provincia de Imbabura, quienes viajan por las comunidades vendiendo
o intercambiando ponchos, chalinas, esteras. Los intercambios se dan
a través de lo que generalmente se define como trueque, o sea, un
intercambio directo de productos que no involucra dinero (cf.
Humphrey 1985, 1992; Humphrey and Hugh-Jones, 1992).
Como toda otra relación económica repetida en el tiempo,
también las relaciones entre los comuneros focus de mi investigación
y estos comerciantes es muy personalizada. El tipo de trueque que se
da en este caso se escapa de las definiciones tradicionales, pues
involucra en igual medida tanto productos y animales como también
dinero. Las dos modalidades de pago no se excluyen mutuamente,
más bien se combinan: se paga en dinero hasta donde alcance y el
resto se cubre con productos y/o animales. Contrariamente a cuanto
afirmado por ciertas corrientes de antropología económica, en este

1
Se trata de las comunidades quichua de la parroquia Olmedo, Cantón Cayambe,
provincia de Pichincha, asentadas en en el valle interandino delimitado por el nevado
del Cayambe (5790 m.s.n.m.), al este y el complejo montañoso del Mojanda al oeste. La
investigación de campo se dio desde 1992 hasta el presente, en 6 comunidades de la
parroquia, que antes conformaban una única hacienda perteneciente a la iglesia católica,
expropiada por el estado en 1908, año en el cual la hacienda fue dividida en 6 haciendas
más pequeñas que pasaron a mano de la Asistencia Social, la institución estatal que las
administraba arrendándolas a privados. Con la Reforma Agraria de 1964 y 1972, siendo
las haciendas estatales, la tierra fue totalmente repartida entre los ex huasipungueros, a
través de cooperativas creadas apositamente para esto. Hoy en día, las cooperativas casi
ya no existen, pues al terminar de pagar la tierra común al estado, los campesinos de las
cooperativas se han repartido la tierra comunal y todos los bienes de la cooperativa,
incluídos animales y maquinária.
REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES 191

caso la introducción del dinero en las economías “tradicionales” no ha


llevado a una homogenización de las relaciones y de las transacciones
económicas (cf. Humphrey 1992; Hugh-Jones and Humphrey 1992).
Por el contrario, en el caso de las transacciones con los Imbabureños,
el dinero no es tratado como un medio universal de intercambio y de
valor, sino que se convierte en un bien entre otros y como tal es
intercambiado por otros bienes.2
La combinación de intercambios de mercado y tradicionales
(no-monetarios) se conoce desde siempre en los Andes, pero ha sido
generalmente interpretada como uno de los productos de la expansión
de las fuerzas del mercado.3 Sin embargo, el caso del mercado de la
leche en P., que describo a continuación, desafía esta posición
tradicional, presentándonos un panorama muy interesante en el cual
órdenes económicos distintos conviven “pacíficamente”.

El mercado de la leche
El mercado de la leche en P. representa una síntesis privilegiada de las
transacciones económicas y de las relaciones que se establecen entre
los distintos actores que toman parte en él. La comercialización de la
leche, en la zona, estaba tradicionalmente en manos de intermediarios

2
A la luz de los últimos desarrollos de la antropología económica, estos temas estan
siendo re-analizados. Ver por ejemplo M. TAUSSIG (1980), O. HARRIS (1989), M.
SALLNOW (1989), O. HARRIS and B LARSON (1995) entre otros. Estos estudios
proyectan una nueva luz sobre las dinámicas culturales y los procesos de construcción
de identidad, así como sobre nuestra comprensión del dinero, en este sentido, el proceso
de “dolarización” de la economía, que se está llevando adelante en Ecuador desde
Enero de 2000, pone grandes interrogantes y desafíos y abre un nuevo e interesante
campo de análisis todavía vírgen.
3
Investigadores como E. MAYER (1974), por ejemplo, interpretan esta combinación
más específicamente en relación al contexto andino: la combinación de diferentes
formas de intercambio supuestamente substituye la desaparecida posibilidad de acceder
y controlar a los diferentes pisos ecológicos. Sin embargo, hay varios estudios
etnohistóricos y ecológicos que demuestran que en los Andes del Norte la importancia
del modelo del archipiélago vertical era menor con respeto a los Andes centrales y
meridionales (ver D. LEHMAN 1982; F. SALOMON 1986; S. RAMÍREZ 1982, 1995, M.
van BUREN 1996). Si ya antes de la llegada de los españoles este “modelo” tenía una
relevancia relativa para la subsistencia de las poblaciones locales, entonces la
combinación de formas de intercambios “tradicionales” y mercantiles no puede ser
explicada solamente como el producto de la desarticulación de la economía
“tradicional” por efecto de la “invasión” del mercado capitalista.
Emilia FERRARO 192

mestizos; desde comienzos de 1990 los indígenas han empezado a


involucrarse activamente en esta comercialización, utilizando las
relaciones de parentesco y de compadrazgo para captar la leche, y
marginando así a los intermediarios mestizos.
La condición principal para convertirse en lechero
(comerciante de leche) es tener un capital suficiente para dar lo que se
conoce localmente como el suplido, que es un anticipo de dinero sobre
la leche vendida a futuro.4 La gente no concibe el comprar y vender
leche sin el suplido, en base al cual los productores de leche
seleccionan su propio lechero. De esta manera, el suplido determina
literalmente el flujo de la leche y, por ende, del mercado mismo.
El suplido se encuentra también en la comercialización de los
productos agrícolas y en las relaciones de trabajo entre partes que
están involucradas establemente en el tiempo: es percibido como un
derecho de los productores/empleados, y un deber de sus compradores
o empleadores.
El dinero tomado en préstamo en el suplido frecuentemente
es más alto que el valor de la leche vendida en el mes; por lo tanto,
muchos productores empiezan el mes “debiéndole” a sus lecheros, y
esta diferencia queda anotada en la cuenta del mes siguiente. Esto
transforma el suplido en un verdadero préstamo. Y esta era su
verdadera naturaleza en la época de hacienda, cuando el suplido daba
comienzo a la relación entre el hacendado y el peón indígena residente
en la hacienda (concierto) quien, con toda su familia, entraba de esta
manera en una relación de deuda con su patrón que duraba toda la
vida (cf. Guerrero, 1991: 85). A pesar del hecho que para los
productores de leche el suplido representa un fácil acceso a un crédito
informal, su sentido va mucho más allá de su carácter financiero: para
empezar, no conlleva un interés; adicionalmente, solo se da a los
productores “propios”; finalmente determina las percepciones
alrededor del lechero y su posición frente a la vida social de la
comunidad.
De hecho, el lechero no es un comerciante “normal”; más
bien, es un actor central en la vida cotidiana de la gente, alguien con
quien la gente puede contar cuando necesita ayuda financiera o
4
Su modalidad puede variar levemente: algunos lecheros dan un monto según la
cantidad de leche del proveedor que requiere el suplido; otros dan montos fijos que son
independientes de la cantidad de leche vendida; otros no tienen montos pre-fijados.
REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES 193

encargos del pueblo más cercano. El se hace presente en ocasión de


las fiestas con dinero, comida o trago, o en caso de dificultad.
Un lechero no es seleccionado en base al (mejor) precio que
ofrece para la leche, sino por ser “buena gente”: detrás de esta
calificación hay todo un mundo de percepciones, obligaciones y
derechos acerca de la justicia y la aceptabilidad de la relación, así
como lo perciben sus actores, al punto que la relación entre un lechero
y su productor es tan personalizada que es difícil poder establecer las
reglas fijas y generales que la norman. El caso de G. es ejemplar en
este sentido.
Ex presidente de la comunidad, G. es uno de aquellos
indígenas que se ha convertido en lechero, abriendo una quesería
relativamente exitosa en la misma comunidad. Sucesivamente, cuando
ya su reputación de “hombre de negocios” honrado estaba firme y
reconocida en la zona, abrió una pequeña tienda de abarrotes, en
donde vende un poco de todo. Adicionalmente, comercia productos
agrícolas y frecuentemente se encarga de vender en los mercados de la
capital los productos de sus proveedores de leche, sin percibir ninguna
ganancia. No solamente, sino que él asegura que una de las razones
principales para abrir la tienda es justamente “ayudar” a su gente,
quienes de esta manera no deben viajar a la ciudad más cercana en
busca de lo que necesitan; en cambio, en su tienda ellos pueden
comprar lo que quieren “ a cuenta leche”, o sea se le descuenta sobre
las futuras ventas de leche.
Su caso es ejemplar en varios sentidos, en primer lugar, los
“favores” hechos por los lecheros desde otra óptica podrían ser vistos
como una estratégia calculada para acceder a un mayor número de
productores y, por ende de leche, en un mercado inestable en el cual la
demanda por la leche es superior a la oferta, en este sentido, el
comportamiento de los lecheros sería una forma de maximizar su
propia utilidad. Sin embargo, en este caso no es la utilidad lo que
determina la “moralidad” o “inmoralidad” de la transacción y de la
relación con el lechero, así como tampoco determina si un lechero es
“buena” o “mala” gente. Lo que se evalua es el comportamiento
general del lechero hacia sus proveedores y sobre todo su capacidad
de responder a las expectativas de sus clientes. Y esto va más allá de
la compra-venta de la leche. Así que la noción de utilidad no se
Emilia FERRARO 194

construye solamente en términos monetarios, sino que aparece como


una categoría social más que financiera.
En segundo lugar, el crédito que, via suplido, empieza la
relación entre lecheros y proveedores es continuamente renovado, y
los lazos comerciales y financieros se refuerzan con arreglos
socioeconómicos a través de los cuales se establecen relaciones a
largo plazo entre las partes. Así que frecuentemente los lecheros
participan en siembras al partir con sus proveedores, son clientes los
unos de los otros, se convierten en compadres. Vemos, entonces,
como la línea de demarcación entre relaciones “tradicionales” y “de
mercado” se vuelve móvil y siempre más difícil de trazar.
Todas las prestaciones económicas en la zona de
investigación se caracterizan por ser personales y personalizadas, y las
partes involucradas se relacionan mutuamente en una cadena en la
cual cada uno es a turno “acreedor” y “deudor”, y cada uno “debe”
siempre algo al otro.
En la apreciación de la gente, un “buen lechero” es sobre
todo el que da un buen suplido y sin protestar. Es difícil seguir la pista
de este dinero, pero mis informantes estaban de acuerdo en que se
utiliza sobre todo para gastos ceremoniales, en ocasión de
matrimonios o bautismos, y sobre todo en ocasión de la fiesta de San
Juan, la mayor celebración religiosa de la zona, que se festeja en
Junio.

La fiesta de San Juan


Todas estas transacciones socioeconómicas encuentran su máxima
expresión en la mayor fiesta religiosa del año, durante la cual se
refuerzan y se extienden a través de la institución de nuevos créditos,
tanto económicos como morales. Los lecheros, por ejemplo,
concuerdan en que los pedidos de suplido aumentan drásticamente en
Mayo y Junio, al aproximarse la fiesta.
La fiesta de San Juan es en realidad un complejo y articulado
conjunto de celebraciones que se dan en la semana del 24 de Junio, y
que los límites de este artículo no permiten analizar en detalle. El
núcleo de esta celebración pude resumirse en dos rituales: la rama de
gallos y el castillo.
REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES 195

La rama de gallos
El ritual de la rama consiste en el tomar “prestado” un gallo para ser
devuelto el año siguiente, siempre durante San Juan, en la forma de
una rama de 12 gallos, a través de un complejo ritual que involucra a
toda la comunidad. Mis informantes dicen que el número 12 se refiere
a los meses que pasan entre el “préstamo” y su devolución, pues
cuentan “un gallo por cada mes”, en este sentido, me arriesgo a decir
que se trata de una transacción ritualizada de deuda, en la que lo
prestado será devuelto en una proporción mayor.
El gallo recibido es posteriormente preparado en sopa y
compartido entre los familiares y vecinos. A partir de este momento, y
por todo el año que separa una celebración de la sucesiva, tanto quien
ha tomado el gallo inicial, como quien se lo ha prestado, hará todo lo
posible para reunir recursos de cualquier fuente para cumplir con su
obligación: entregar una rama de 12 gallos y atender al grupo de
amigos, vecinos y parientes que ha apoyado su priostazgo, en el
primer caso; preparar una gran fiesta, con gran cantidad de comida y
bebidas para todo el grupo que “entrega la rama”, en el segundo. Esto
implica abrir un circuito de transacciones recíprocas.

El castillo
El castillo, conocido también con el nombre de aumento, es un pedido
ritualizado de dinero que se da solo y exclusivamente durante la
celebración de San Juan, y que debe ser devuelto al doble durante la
celebración del año siguiente.
Desde un punto de vista estrictamente financiero, el castillo
puede ser definido como un préstamo con el 100% de interés, pero sus
dimensiones socioculturales son mucho más importantes que las
económicas, empezando por el hecho que involucran sumas pequeñas
de dinero que generalmente son inmediatamente “invertidas” en la
fiesta misma, para aumentar sus proporciones. La gente no se queja y
no cuestiona el “interés” que conlleva; por el contrario, expresa la
necesidad de que en cada San Juan haya quien da y reciba castillos,
pues de lo contrario la fiesta no podría darse. Quien presta y recibe de
vuelta el dinero lo hace explícitamente en nombre y en honor de San
Juan, quien es el verdadero “dueño del castillo”. Esta es la razón, la
Emilia FERRARO 196

gente dice, por la cual no hay “morosos” y por la cual todos siempre
pagan puntualmente.
La devolución del préstamo ocasiona una gran fiesta, con la
oferta por parte de los dueños de casa de enormes cantidades de
comida y bebida, proporcional al monto de la deuda: mayor es el
monto cancelado, mayor será la calidad y la cantidad de comida
recibida por el deudor, quien la comparte con todo su grupo de apoyo.
Tanto la rama como el castillo presentan una estructura
similar y responden al mismo objetivo: alabar al Santo.
Efectivamente, San Juan está al tope de un universo indígena
ordenado. Se cree que él es muy poderoso y milagroso: sus fieles le
piden protección y ayuda por todo tipo de problemas, necesidades y
asuntos concernientes a su vida cotidiana, sus negocios, sus animales
y cosechas. Pero se teme sobre medida su cólera. Como los Espíritus
de las Montañas, familiares a los investigadoores de los Andes, el
poder de San Juan tiene también dos caras, una positiva y una
negativa, su comportamiento y actitud dependen en gran medida de
las acciones de sus fieles. Dentro de este contexto, la “devoción” es
una noción esencial en la estructuración de las relaciones con el Santo,
quien responderá positivamente a los pedidos de sus fieles en la
medida en que éstos demuestran materialmente su devoción y fe. Los
rituales que se dan el 24 de Junio son, entonces, expresiones de la
devoción al santo.
Las fiestas para San Juan implican unos gastos fuertes: los
recursos “domésticos”, como animales y cosechas, no son suficientes
para solventarlos, y se necesita una considerable suma de dinero. Para
esto, los priostes reunirán todo lo que pueden de donde puedan. Los
ahorros de la familia serán los primeros en ser gastados; éstos pueden
incluyir también animales como las vacas y parte de las cosechas
destinadas al consumo doméstico, en muchos casos la vaca a venderse
se compra un año antes justamente con este propósito, a través de un
préstamo de uno de los programas de financiamiento rural local; el
suplido de la leche representa en este caso un ingreso de dinero
efectivo esencial; los posibles ahorros de dinero puestos en bancos
serán retirados. Todas las instituciones financieras locales , tanto
formales como informales, registran en esta época un considerable
aumento de pedidos de préstamos, confirmando que la fiesta de San
Juan representa una ocasión de gran gasto y, por ende, de fuerte
REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES 197

endeudamento y en la cual se meten en acto todas las redes de


relaciones recíprocas. Nuevamente, vemos como el orden
“tradicional” y el “mercantil” se encuentran funcionando de manera
complementaria.
El pago de estos créditos tomará muchos años, pero la gente
parece no preocuparse excesivamente; por el contrario, los priostes
manifiestan no haberse jamás arrepentido de haber costeado la fiesta y
de haber siempre encontrado la forma de pagar. Más aún, afirman que
de alguna manera el costeo de la fiesta siempre les ha traido ventajas
económicas.
Dentro de este marco, la adquisición de deudas no es un
factor negativo, sino más bien algo positivo que de alguna forma la
gente busca porque en el sentir común estas deudas son en honor al
Santo y por lo tanto atraen abundancia, ya que atraen su benevolencia.
A través de estas deudas, entonces, la gente establece una relación con
el Santo que dura toda la vida. Las celebraciones al Santo representan
ritos propiciatorios para atraer abundancia y bienestar; este tipo de
deuda tiene, entonces, un carácter fértil y fecundo; se convierte en
fuente de abundancia y aumento. Esto le da un carácter distinto a
cualquier otra categoría de intercambio.

Conclusiones
Los intercambios ceremoniales, así como las transacciones de crédito
y de deuda son familiares a los científicos andinos, pues éstos eran
importantes elementos de la organización socio-económica del
imperio incaico, y siguen siendo importantes elementos de las
sociedades andinas modernas ( Cf. Murra 1975; Ramírez 1982, 1995;
Rösing 1994; Gose 1986, 1994; Sallnow 1987, 1989, 1991; Harris
1989, 1995; Lund Skar 1995; Guerrero 1991).
Los debates sobre reciprocidad andina han tradicionalmente
monopolizado la producción etnográfica y han enmarcado el análisis
de todo tipo de intercambio, encubriendo, a mi parecer, la variedad de
relaciones e intercambios que se dan detrás de “la reciprocidad”. Los
datos aquí expuestos nos presentan una serie de transacciones que
tienen características diversas, que involucran categorías como dinero,
trueque, mercado, crédito, deuda: la manera cómo estas categorías se
combinan entre si, el contexto en el cual funcionan, los diferentes
Emilia FERRARO 198

actores que involucran y la forma cómo son utilizadas por ellos, dan
vida a una multiplicidad y riqueza de situaciones y relaciones que
escapan de las definiciones tradicionales, y que necesitan enfoques
analíticos nuevos.
Los indígenas de la zona de investigación articulan de
manera “armoniosa” las distintas transacciones y relaciones de
mercado y tradicionales, combinando entonces muy bien órdenes
económicos distintos que tradicionalmente han sido considerado como
opuestos y mutuamente excluyentes. Sus prácticas demuestran que la
reciprocidad y el mercado no son inconciliables e incopatibles; por el
contrario, la lógica que subyace a los intercambios de bienes y
servicios se extiende en algunos casos a los intercambios de dinero y
viceversa. La misma noción de “utilidad”—esencial en la definición
de la economía de mercado—es cuestionada y problematizada.
Esto desmiente definitivamente las opiniones de muchos
investigadores, según los cuales la introducción del dinero y del
mercado ha destruido el núcleo de las economías tradicionales y de la
configuración sociocultural de las comunidades (Alberti y Mayer,
1974:31. Cf. también Custred 1974; Burchard 1974; Orlove 1974).
Analizar con lentes nuevos la resignificación de estas
transacciones tradicionales, profundizar y sobre todo problematizar las
relaciones y las articulaciones entre éstas y los intercambios de
“mercado” es, a mi parecer, una tarea urgente y todavía pendiente.
REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES 199

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REPENSANDO EL INTERCAMBIO EN LOS ANDES 201

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HISTORIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA:
INTERSECCIÓN DE AUTOBIOGRAFÍA,
ETNOGRAFÍA, E HISTORIA
BLANCA MURATORIO*

Desde hace aproximadamente una década, mi trabajo antropológico en


la Amazonia Ecuatoriana se ha concentrado en largos períodos de
conversaciones con un grupo de mujeres indígenas Napo Quichua,
quienes se identifican a sí mismas como mujeres de Pano, una
comunidad situada en las cercanías de Tena, la capital de la Provincia
del Napo. Una de esas mujeres, Francisca Andi, se distinguió siempre
entre las demás por sus cualidades como narradora de historias, no
sólo de su propia vida, sino también de aquellas que le fueron
transmitidas oralmente por sus antepasados mas cercanos, y de
muchas otras que ella misma crea para explicar distintos eventos de su
cultura indígena local en relación a los Otros no-indígenas con
quienes les ha tocado vivir, o como ella diría, sufrir.
Un día, cuando logré reunir el suficiente coraje para explicar
a un grupo de mujeres adultas que no tuvieron nunca oportunidad de
educarse, mi decisión de escribir sobre algunos aspectos de lo que
había transcurrido en esas conversaciones hasta entonces, y en otras
más íntimas que había tenido con Francisca en compañía de Dolores,
mi inseparable compañera de trabajo,1 fue Francisca con una sonrisa

*
Universidad de British Columbia, Vancouver.
1
Dolores Intriago ha sido mi colaboradora desde 1981, cuando comencé mi trabajo en
la Amazonía. Su condición de mujer considerada socialmente “blanca”, pero casada con
Francisco Andi, un indígena Napo Quichua, le ha permitido a Dolores no sólo ser
204 Blanca MURATORIO

cómplice, la que se adelantó a hablar para salvarme de un silencio que


se me hacía casi insoportable. “No te preocupes tanto—me dijo—yo
te doy mis historias para que mis palabras sean llevadas en el
viento”. Es difícil explicar porqué este significó para mí uno de esos
raros momentos revelatorios en el trabajo de campo sin entrar a relatar
todos los altos y bajos en la construcción de una relación con
Francisca en el curso de mas de diez años que no pueden recuperarse
en un texto como este. Momento revelatorio, porque por primera vez
sentí que Francisca había entendido el objetivo de mi trabajo y trataba
de traducir ese entendimiento en los términos y significados de su
propia cultura para mí y para las otras mujeres del grupo, en sus
canciones autobiográficas, las mujeres Napo Quichua frecuentemente
mencionan el poder del viento como un espíritu amigo que las
acompaña cuando cantan y que les ayuda a amplificar su voz y a
transportar sus palabras a lugares lejanos en la inmensa floresta
tropical.
El término académico que más se acerca a explicar esta
experiencia es el de “consentimiento informado” (informed consent)
de los sujetos de nuestra investigación. Este término fue y sigue
siendo discutido en antropología (ver, e.g. Fluehr-Lobban 1994), pero
es un lugar común el aceptar que, cuando nuestros sujetos
antropológicos provienen de sociedades preeminentemente orales o de
aquellas donde las relaciones personales no se prestan fácilmente a ser
impersonalizadas por un texto, el paradigma occidental estandarizado
de consentimiento informado carece de sentido, prescindiendo del
hecho de que los sujetos sean alfabetos o no. La experiencia de
cumplir con el espíritu y la intención de obtener el consentimiento
informado de nuestros sujetos es un aspecto del trabajo de campo que,
a mi entender, tiende demasiado fácilmente a subsumirse en la
convencional experiencia más inmediata y superficial de “rapport”
(¿afinidad?, ¿simpatía?) que se discute en los textos de metodología

totalmente bilingüe (Quichua-Castellano), sino convertirse en la confidente e


intermediaria ideal entre los dos mundos para muchas mujeres Napo Quichua. Su
interés por los problemas sociales y su práctica política la llevaron a ser la primera
mujer Gobernadora de la Provincia de Napo en la década de 1990. Su interesante
historia de vida y mi agradecimiento por su incansable interés en nuestro trabajo
etnográfico merecen más espacio del que aquí le dedico, pero es el que ella me ha
permitido darle hasta ahora.
HISTÓRIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA 205

como el sine qua non del trabajo antropológico. Este término, como el
otro igualmente inadecuado de “informante”, tienen todavía un legado
de paternalismo y condescendencia que surgieron de un contexto
colonialista de la antropología, y que deben ser repensados en las
cambiantes condiciones históricas de un presente postcolonial. Este es
un presente que nos obliga no sólo a reexaminar nuestra persona
antropológica, sino también a confrontar nuevos sujetos de
investigación y diversas audiencias para nuestros textos etnográficos.
Ganar el consentimiento informado, especialmente para hacer
historias de vida de sujetos subalternos, cuyo acceso a ciertas formas
de conocimiento está conformado por situaciones históricas
específicas de poder, o de aquellos que no tienen porqué compartir
nuestras prioridades intelectuales, es un largo y arduo proceso que
sólo pude lograr después de muchos años de continuos regresos y de
hacer del “campo” mi “casa”.
Se ha señalado repetidamente que en los textos etnográficos,
el “campo” se convierte en una construcción ideológica con sus
propias metáforas de “viajes”, “llegadas” y “salidas” (Clifford 1997;
Pratt 1986), pero en realidad es primero un espacio de práctica social
donde lo dialógico no es una decisión teórica (cómo incluir las voces
de los otros en un texto), sino una necesidad cotidiana de entrar en
relaciones sociales con el Otro para sobrevivir y para obtener los
“datos” de los cuales depende nuestra vida académica y es allí
también donde encontramos al Otro como sujeto situado en el
presente. Como señala Joan Vincent (en Nugent 1999: 538), el trabajo
de campo no es un método sino una presencia compartida por la cual
tratamos de entender cómo otros seres humanos resuelven las
situaciones cotidianas que confrontan. No importa cuáles son nuestras
propias agendas cuando entramos al “campo”, nuestro trabajo es
siempre el resultado de una realidad que debe ser negociada con
sujetos que tienen sus propias teorías e interpretaciones de la cultura
que da coherencia a sus vidas. Por lo tanto, la relación personal e
intelectual entre los dos interlocutores ocupa un lugar central en el
proceso de construir historias de vida. La auto-conciencia del
entrevistador, sus supuestos culturales, y su bagaje intelectual, en
suma su autobiografía, se “encuentran” con la del narrador. Como en
cualquier otra buena con–versación, al hacer historia oral, aprender a
escuchar, incluyendo una detenida atención a los silencios, supone en
206 Blanca MURATORIO

buena medida una renuncia al ego. Esto no significa convertirse en un


observador neutral sino precisamente lo opuesto; ser un buen oyente
siempre requiere simpatía.
Vuelvo entonces a preguntarme cómo entender más allá de la
anécdota esa experiencia de “consentimiento informado” que describí
al comienzo. Mi argumento es que ese es un proceso que nos fuerza a
vernos a nosotros mismos reflejados en el espejo del Otro, y además,
nos hace tomar consciencia de que nuestros “objetos” de análisis son
sujetos analizantes con sus propias agendas sobre los usos e
implicaciones de nuestro trabajo. Rosaldo (1993: 206-207) se refiere a
esas situaciones de conocimiento como “relacionales”, es decir,
aquellas formas de comprensión en las cuales ambas partes participan
activa y mútuamente en la interpretación de las culturas. No se trata
aquí simplemente de nuestra reflexividad o de explicitar nuestro
“conocimiento situado”, a posteriori, sino de una reflexividad
compartida en el sentido que Fabian (1983) habla de
“contemporaneidad” (coevalness), la cual no significa "armonía" ni el
unilateral cliché de "volverse nativo," precisamente porque está
predicada en el reconocimiento y el respeto de las diferencias por
ambas partes.
El objetivo de este ensayo es dar mi propia interpretación de
esa doble reflexividad en el caso particular de esta experiencia de
campo. Dada la multiplicidad y la creciente complejidad de las
experiencias de trabajo de campo en este presente histórico (ver
Clifford 1997), esta reflexión no intenta teorizar o generalizar posibles
soluciones. Como todo etnógrafo presento una experiencia de trabajo
de campo que debe ser situada personal e históricamente; un ejemplo
que no intenta ser “ejemplar”. Para el propósito de este trabajo he
optado por incorporar mi propia voz etnográfica y la voz de Francisca
a través de algunos segmentos de la historia de un evento en su vida
que ella misma considera esencial en la construcción de su propia
persona, y que varias veces me ofreció como explicación de su deseo
de usar el privilegio de mi educación académica para difundir su voz.
Esta concepción de “consentimiento informado” significa ir
más allá de la necesaria problematización de las “relaciones de
producción” (Clifford 1986: 13) de los textos etnográficos, donde las
decisiones son tomadas unilateralmente por los antropólogos y donde,
en general, poco se nos dice de la participación que tuvieron los
HISTÓRIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA 207

sujetos de la investigación en esas decisiones. Se trata más bien de dar


un paso atrás para interrogar el que hacer antropológico primeramente
en las relaciones de producción en el campo, y en la calidad y la
constitución histórica y política específica de las relaciones sociales
con las personas que buscamos representar en nuestros textos. Por una
parte, la idea de incorporar en el teorizar antropológico el
cuestionamiento que los Otros hacen del “nosotros” o del “yo”, que se
asume en los textos etnográficos, no ha recibido la misma atención
que el problema de la reflexividad centrada en la persona del
antropólogo (cf., Hugh-Jones 1988). Sin embargo, en su prólogo a un
texto de Julius Lips, poco conocido y con el evocativo título “The
Savage hits back”, ya Malinowski (1937) afirmaba que en el metier
del antropólogo,
“[vernos] a nosotros mismos como los otros nos ven es
simplemente el reverso y la contraparte del don de ver a los Otros como
realmente son y como quisieran ser”.

Más recientemente, Turner (1988: 242) ha sugerido que este ejercicio


de vernos a nosotros mismos como un Otro de nuestros sujetos
antropológicos y como sujetos de otras antropologías (en este caso
hechas por los indígenas de los Andes y la Amazonia) puede
convertirse en un contexto significativo para reflexionar no sólo sobre
las categorías con las cuales ellos han representado su experiencia de
contacto con Occidente, sino también para analizar las categorías
teóricas de nuestras propias perspectivas antropológicas e históricas.
A mi entender, la proposición de Turner es de una teoría dialógica que
supone ir más allá de la reflexividad individual para entender las
etnohistorias que ellos hacen de nosotros.
Por otra parte, y en el caso particular de los pueblos
indígenas, hay que reconocer que la relación antropológica viene
precedida de situaciones coloniales de contacto donde la diferencia ha
sido marcada para crear sujetos y transformar identidades. Frente a
esas formas impuestas de subjetivación, los indígenas han construido
y siguen construyendo complejas imágenes y narrativas de una
multiplicidad de otros en situaciones de contacto, y han usado
diferentes estrategias de resistencia y acomodación para dar sentido a
sucesos significativos en la lucha por la sobrevivencia y
transformación étnica (cf. Ramos 1988). Estas estrategias, tanto
208 Blanca MURATORIO

narrativas como rituales y de práctica social, ilustran ese proceso


constante de auto-modernización que ha sido usado por los indígenas
para desafiar, en sus propios términos, un proceso impuesto de
homogenización étnica (Platt 1992), en el complejo escenario
multivocal que los indígenas confrontan en el presente—en el cual el
antropólogo no es sino una modesta presencia—el problema es
entender qué recursos culturales y simbólicos son usados en la
producción de nuevas modernidades y qué lugar tienen las memorias
históricas y las nuevas apropiaciones y resignificaciones de los
discursos de los Otros en el presente y en la proyección hacia el
futuro. Es en este contexto que yo propongo leer la historia de
Francisca como una narrativa de auto-modernización.

Identidades y memorias etnográficas


Las identidades y las memorias no son cosas sobre las que pensamos
sino con las cuales pensamos. No existen como entidades fuera de
nuestras políticas, nuestras relaciones sociales, y nuestras historias.
Debemos tomar responsabilidad por sus usos y abusos, reconociendo
que cada afirmación de identidad implica una elección que afecta no
sólo a nosotros mismos sino también a otros (Gillies 1994).
De una manera u otra todos los antropólogos investigamos,
escribimos, y enseñamos sobre identidades y memorias culturales.
Nuevas preguntas teóricas nos han hecho más cautos sobre previos
enfoques que esencializaban identidades y memorias y las congelaban
en tiempos y espacios limitados por nuestros propios conceptos.
Irónicamente, como varios antropólogos que trabajan en áreas
culturales muy diferentes lo han señalado (Cruikshank 1998; Handler
1994; Warren 1992) nuestras dudas y constructivismos están siendo
desafiados por los mismos sujetos que estudiamos, quienes
enfrentados a la cultura dominante, tienden a usar conceptos
esencialistas de identidades y memorias para reclamar distintivos
derechos colectivos y para movilizarse políticamente.
El hecho de que pensamos con nuestras identidades y
memorias nos lleva a otro tipo de reflexión. Si bien ya nadie defiende
sin las acostumbradas reservas la posición del antropólogo como un
“observador científico neutral”, el debate se centra en cómo mantener
un sobrio equilibrio entre el “ser personal” y el “ser etnográfico” (
HISTÓRIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA 209

Bruner 1993) en el trabajo de campo y en nuestros textos etnográficos.


Aunque aquí también existen posturas extremas, la mayoría de los
antropólogos optamos por una posición de “discreción cultural”
(Clifford 1997: 205). A mi entender, la auto-reflexión no es muy
interesante a menos que nos lleve a nosotros y a los lectores a una
reflexión más general sobre nuestra capacidad de traducir al Otro
como sujeto y sobre las limitaciones, parcialidades, y posibles
cegueras de nuestro trabajo etnográfico. Rosaldo (1993) y otros (e.g.
Kondo 1986; Narayan 1997) ya han señalado que cada antropólogo
entra al campo con una subjetividad múltiple, donde se entrecruzan
diferentes identificaciones. Esta realidad de toda persona es mejor
evocada en el final de un poema de Borges (1977):
“Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos”. (1977, Cambridge).

Mi bosquejo autobiográfico no difiere mucho de otros científicos


sociales de mi generación que salimos para sacar doctorados en el
extranjero y nunca pudimos o quisimos volver a la Argentina. Como
antropóloga de descendencia Italo-Argentina, trato de vivir todos los
años en tres mundos diferentes: canadiense-inglés, ecuatoriano-
español, y quichua de la floresta tropical, en todos los cuales me
siento igualmente cómoda aunque no igualmente competente. Cuando
vuelvo a Vancouver no siento que estoy más en “casa” que cuando
voy a Tena , donde tengo una pequeña casa. La identidad de sentirse
siempre “forastera” puede ser asumida de muy diversas formas en
distintos contextos sociales e históricos. Por deformación profesional
(o vocación) he asumido esa identidad e identificación haciendo
etnografía casi obsesivamente como una forma de sobrevivir en los
tres mundos en que vivo. No hay una “casa” (home) que represente el
sosiego de identidades y memorias compartidas. Lo que muchos
experimentan como un agonizante exilio, yo lo veo mas como una
libertad particular para percibir las ambigüedades y contradicciones en
las diferentes formas en que cultura e historia son vividas por mí y por
otros en las prácticas cotidianas. Frente a estas situaciones, toda
pretensión de autoridad etnográfica se disipa fácilmente en el humor.
Este humor entre ironía, subversión, y resignación, que se dirige
principalmente hacia uno mismo fue, contra todas mis expectativas,
210 Blanca MURATORIO

una de las facetas de mi identidad que tanto el anciano indígena


Alonso Andi (Rucuyaya), con quien comencé a hacer historias de vida
en la Amazonia, como Francisca aceptaron para crear un primer
puente sobre la diferencia. Pero, como ocurre frecuentemente en la
Amazonia, todos los puentes son destruidos por lo menos una vez por
las aguas turbulentas de los ríos crecidos. Con Rucuyaya, por ejemplo,
mi condición de mujer fue una de esas barreras que me obligaron a
ubicarme en la periferia del diálogo preferido con su hijo mayor a
quien le contó su historia de vida (Muratorio 1991), en mi trabajo con
las mujeres nunca asumí que mi condición de mujer per se me iba a
garantizar una relación de aceptación compartida, lo que Patai (1991)
llama una “noción no-crítica de hermandad”. Fue en esa segunda
etapa de mi experiencia de campo, que todavía continúa, donde mi
amistad y continua colaboración con Dolores, una mujer socialmente
no-indígena, pero casada con el hijo mayor de Rucuyaya Alonso, me
ha otorgado la legitimidad, y por cierto la autoridad, de mantener lo
que prefiero llamar “conversaciones” con varias mujeres indígenas, y
especialmente con Francisca. Pero, a pesar de los altos y bajos
esperados en toda relación de varios años, las desavenencias y los
cuestionamientos a que me sometieron varios hombres y mujeres
indígenas me enseñaron a no seguir buscando los indígenas abstractos
imaginados por mis convicciones políticas o mi romanticismo. Con
gentileza e ironía ellos me forzaron a cuestionar mis propios “títeres
conceptuales”, apropiada caracterización que Portelli (1997) hace de
esas criaturas que son el producto de nuestra limitada experiencia e
ilimitadas expectativas. Las historias de vida y las etnografías de lo
particular (Abu-Lughod 1991) nos obligan a no ver la cultura como
separada de las personas individuales que la crean, la experimentan, y
a menudo la desafían. Nos ayudan a entender cómo la cultura, la
estructura, y los procesos históricos influyen en las vidas individuales.
Más específicamente, historias de vida de mujeres también pueden
revelarnos el desafío y la transgresión de supuestas pautas culturales
compartidas.
Además es necesario considerar que sus historias y nuestros
textos adquieren una vida social propia en el presente (Cruikshank
1998, Blackman 1992). Continuamente generan nuevos significados
en el proceso de ser recontadas y también ahora en la lectura que de
ella hacen las generaciones más jóvenes que han tenido acceso a la
HISTÓRIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA 211

educación formal. Por esta razón, muchos antropólogos tenemos que


asumir la responsabilidad de buscar una voz que pueda cruzar la
barrera cultural y que se dirija tanto a audiencias académicas como
nativas. La tarea implica, por un lado, un cuidadoso balance entre
nuestro lenguaje técnico y uno más narrativo que ayude a mantener
mejor la oralidad de las fuentes. Pero siempre seremos traductores
imperfectos. Como lo ha señalado Asad (1986), esta tarea de
“traducción cultural” está inevitablemente inmersa en condiciones de
poder, y son esas relaciones entre investigador y sujetos las que están
siendo contestadas en muchas situaciones post-coloniales.
Una de las estrategias que he seguido al confrontar estos
dilemas de cómo incorporar otras voces en mi propio trabajo, ha sido
la de intercalar historias de vida indígenas con las voces de otros
sujetos que históricamente han sido más importantes para esos
indígenas de Napo que el eventual encuentro con la antropóloga. Mi
intención ha sido tratar de entender esos diálogos que ocurrieron en el
pasado pero que están presentes en la conciencia histórica de los
sujetos y en las interpretaciones que ellos hacen implícita y
explícitamente en sus narrativas. Escritas en contra de la historia
oficial, estos proyectos de historias de vida representan una
interacción entre las fuentes históricas orales y escritas en que cada
una interroga a la otra. Mi principal objetivo ha sido explorar el
carácter frecuentemente paradójico y contradictorio de esos diálogos
históricamente situados. Todavía pienso que revelan, mucho más que
un diálogo centrado entre la antropóloga y el sujeto, las estructuras de
poder que tienen reales consecuencias sociales para los sujetos en un
presente que no es solamente el etnográfico.
Como otros antropólogos e historiadores orales, creo que la
mejor forma de establecer una reciprocidad políticamente significativa
con aquellos de nuestros sujetos que habitualmente no son
escuchados, es facilitar la posibilidad de que sus voces puedan llegar a
otros espacios que ellos todavía no pueden alcanzar, y
contextualizando sus voces en los procesos históricos más amplios
que aún muchos de ellos no tienen el poder de conocer.
Inevitablemente, al interpretar y transmitir esas memorias
contribuimos a transformarlas. Porque el reverso de recordar es
olvidar, memorias individuales pueden así sobrevivir el olvido oficial
acerca de los indígenas, y especialmente de mujeres indígenas. Pero al
212 Blanca MURATORIO

situar nuestro propio trabajo históricamente también nos vemos


forzados a reconocer nuestras propias limitaciones académicas y
políticas. Prestando el término tan apropiado que Andrés Guerrero
(1994) usó para caracterizar el discurso liberal e indigenista
ecuatoriano sobre “la desgraciada raza indígena” a finales del siglo
diecinueve, se puede decir que los antropólogos también hemos
dejado de ser “ventrílocuos” (si alguna vez lo fuimos realmente). No
hablamos por los Otros ni con los Otros sino acerca de ellos y siempre
hablamos desde la diferencia.

Las identidades y memorias de Francisca


Conocí a Francisca en 1981 cuando recién comenzaba a trabajar en la
historia de vida de Rucuyaya Alonso. Para situar a Rucuyaya en su
propia generación, buscaba entrevistar a los pocos otros ancianos que
todavía vivían en el área de Pano, en mi investigación en el archivo
local había encontrado un documento donde se mencionaba un
indígena llamado Basilio Andi que me interesó particularmente,
porque bosquejaba una trayectoria de vida similar a la de Rucuyaya.
Al preguntarle a Rucuyaya confirmó que Basilio había sido su amigo
pero que había fallecido hacía tiempo. Me sugirió que tratara de
encontrar a su hija Francisca quien, según él, siempre hablaba de su
padre. Recuerdo muy bien mi primer encuentro con Francisca. Con
Dolores habíamos ido a buscarla entrando hasta las orillas del río
Pano por una playa frente de su casa, situada unos pocos metros hacia
adentro del otro lado del río. Era uno de esos días de sol brillante en
que el río está seco y cristalino. Pensábamos cruzarlo para llegar a su
casa a visitarla pero, como se acostumbra en esos casos, Dolores gritó
a viva voz su nombre para ver si había gente en la casa. Cinco
minutos después Francisca apareció corriendo, se apresuró a hacer
señas de que nos quedáramos en la playa y cruzó el río con el agua a
la cintura, saludando con sus manos en alto y hablando desde el medio
del río, tan rápido y con tanto énfasis, que casi no entendimos una sola
palabra de lo que quería decirnos. Es una escena que ahora se repite
todos los años que vuelvo a Tena, pero esa primera impresión de
Francisca, que desafió todas mis pre-concepciones de "la mujer Napo
Quichua", es una imagen que ella nunca defraudó. Su rostro angular
enmarcado por su largo cabello negro, sus ojos expresivos y sus
HISTÓRIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA 213

manos siempre en movimiento le dan una belleza, que ahora sé, la


hizo famosa mucho antes de que yo la conociera, cuando ya tendría
aproximadamente unos cincuenta y cinco años. También supe después
de su poder como curandera y de su habilidad como ceramista. Pero lo
que más me impresionó siempre fue su deseo de conversar sobre
cualquier tema que le sugerimos, su increíble memoria, su maravillosa
capacidad como narradora de historias, y su insaciable curiosidad que
busca llegar a entender al Otro no-indígena con compasión, crítica
analítica, y a menudo con ira.
En esa época Francisca nos habló largamente de su padre,
pero fue unos años después, cuando le entregué una copia del libro
sobre Rucuyaya en castellano, mostrándole donde figuraba el nombre
de su padre y traduciéndole al Quichua lo que había escrito sobre él,
que Francisca comenzó su propia investigación sobre mi persona, mi
trabajo con mujeres, y su deseo de participar con historias de su
propia vida. Me tomó seis años y un libro para convencerla que, en
sus palabras, “no eras un turista mas paseándose por mi playa”. La
historia de su vida que voy a narrar a continuación me la contó
muchas veces en distintas formas, con distintos objetivos, y también
durante conversaciones con otras mujeres. La versión que he elegido
como relevante para este trabajo es la que me ofreció cuando le
pregunté porqué ella tenía recuerdos tan nítidos y detallados de su
padre y porqué había estado dispuesta a contármelos, en mi
experiencia, las memorias de otras mujeres evocaban a sus madres y a
sus suegras con mucho más frecuencia que a sus padres. Su respuesta
fue la historia de su matrimonio arreglado por sus padres cuando ella
sólo tenía diez años.2 Es una historia de dolor, de indignación, y
finalmente de aceptación y celebración de su identidad como mujer
indígena de Pano.
Al conocer la historia de vida de Francisca se nos hace
evidente el hecho, ya aceptado y bien investigado en estudios de
2
Hasta hace poco tiempo el matrimonio arreglado con residencia virilocal fue la norma
entre los Napo Quichua. El proceso de este matrimonio tradicional implica varias etapas
que pueden llevar hasta tres años para completarse: la maquipalabra, o promesa inicial
hecha por los padres del futuro novio para "reservar" a la niña; la tapuna, o pedido
formal; la pachtachina, una evento formal para confirmar las obligaciones, y la
ceremonia de boda (bura). Aún hoy en día, cuando algunas de estas etapas ya no se
cumplen, la ceremonia de boda sigue siendo muy importante e implica un elaborado y
costoso ritual.
214 Blanca MURATORIO

historia oral y en psicología cultural, de que “el sentido del ser es un


fenómeno esencialmente narrativo” (Stivers 1993: 412) y que
construimos una realidad significativa contando historias sobre
nosotros mismos y escuchando las historias que otros cuentan sobre
nosotros, en la narrativa acerca de su matrimonio arreglado, su huida
de la casa de sus suegros, y su deseado arreglo final de vivir con su
marido en la casa de sus padres en contravención de establecidas
normas culturales, Francisca moldea sus memorias de estos hechos
para fraguarlas en un elemento central de su sentido de identidad.
Selecciona cuidadosamente los personajes, las escenas, las imágenes,
y particularmente los momentos y emociones más significativas para
forjarse dramáticamente como una persona rebelde. Como otras
famosas heroínas románticas, desafía lo ordinario, hace difíciles
elecciones entre caminos bifurcantes, pagando un precio oneroso por
su decisión, para surgir finalmente victoriosa de su experiencia como
protagonista de su propia historia. El poder de su cualidad personal de
narradora se destaca a través del significado de sus palabras y del tono
de su discurso, pero su historia, como la de muchos otros narradores
de historias en su propia cultura, está literalmente llena de las voces—
y los silencios—de otras personas significativas en su vida. Este
aspecto dialógico de la narrativa revela el carácter social del ser
individual, su situación en múltiples discursos de identidad y su
inmersión en la afectividad de las relaciones sociales. Pero la voz de
Francisca también entra en diálogo con discursos dominantes pasados
y presentes, obligándonos así a contextualizar su subjetividad en las
estructuras y procesos más amplios que afectaron su vida.
Su narrativa comienza en 1941 cuando el Oriente
Ecuatoriano estaba envuelto en una guerra fronteriza con el Perú
complicada por la competencia entre la Standard Oil y la Shell por el
potencial petrolero Amazónico, en esa misma época, el impacto de la
Segunda Guerra Mundial se dejó sentir en el Oriente particularmente a
través del incremento que provocó en la demanda de caucho, cuya
producción dependía de la mano de obra indígena local. Ninguno de
estos dos procesos históricos son mencionados directamente por
Francisca, pero los encontramos en las huellas que dejaron en la
memoria de una niña que, ahora como mujer madura recuerda su vida.
El temor con que comienza su narrativa es el de una niña escondida
detrás de un árbol sin comprender que la han mandado fuera de su
HISTÓRIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA 215

casa porque sus futuros suegros han venido de visita para hacer el
primer pedido formal de su mano en matrimonio. Durante todo el
largo proceso de la negociación matrimonial tradicional, el
sentimiento que domina su narrativa es el de esa pequeña que va a ser
forzada a dejar el mundo acogedor donde nació y el refugio del amor
de su madre para ir a vivir con gente extraña.
“Cuando ven a una niña que le gusta acarrear leña y hacer
chacra, vienen los padres de un hombre y le dicen: “Esta niña es buena, la
quiero para mi hijo”. Así es como me escogieron a mí. La madre de mi
marido me escogió. Dijo que era inteligente, que mi mamá y mi papá eran
de un buen muntun (grupo de parentesco), inteligentes, luchadores y
trabajadores. “Así ha de ser la hija”, dijeron. Se pusieron de acuerdo para
venir a pedirme a mi papá. Fuí pedida cuando tenía los senos muy
pequeñitos. Perdí mi muela del juicio cuando ya estaba con marido. Así es
como vinieron a la casa para la tapuna (pedido) cuando yo era muy niña.
Insistiron que querían una mujer de Pano y dijeron que me iban a cuidar
bien. Trajeron un mono asado y también pescado. Pero mi mamá dijo que yo
todavía era muy jóven y decidieron esperar. Siguieron trayendo comida de
vez en cuando por un año. Cuando yo oía que venían me iba a esconder en
el monte hasta que se iban. Yo miraba hacia la casa desde mi escondite
detrás de un árbol grande, y aún entonces pensaba en escaparme. Yo sabía
que estaban hablando de mí pero no entendía lo que me iba a pasar”.

Francisca comienza su historia estableciendo sus impecables


credenciales de parentesco y certificando su meticulosa socialización
en manos de su madre como una perfecta mujer Napo Quichua
(Muratorio 1998). Se identifica como una mujer de Pano, dando por
descontado que quien la escucha “sabe” que este grupo
“naturalmente” produce potenciales cónyuges muy deseables. Pero
aún más significativamente, Francisca afirma haber heredado de sus
padres los dos rasgos de carácter considerados más valiosos en su
cultura en ese tiempo: la reputación de ser una mujer trabajadora
heredada de su madre, y la inteligencia crítica y el espíritu de lucha de
su padre. Estos dos últimos rasgos no son considerados
particularmente valiosos por los hombres como atributos de las
mujeres, ni se espera que ellas estén así dotadas. Al enfatizar estas
cualidades como suyas desde el comienzo, Francisca está ya
bosquejando su retrato singular como persona, pero está también
montando el escenario para explicar más adelante porqué su
resistencia a su matrimonio arreglado le permitió, aún pasada su
adolescencia, estar en contacto diario muy cercano con su padre, un
216 Blanca MURATORIO

hecho no común entre las mujeres en su cultura, pero un recuerdo que


ella atesora.
Cuando estuvieron finalizadas todas las negociaciones y
preparativos para la ceremonia de la boda que, como era costumbre
entonces, iba a tener lugar en la casa de sus suegros, los temores de
Francisca se acentúan con los consejos de su abuela quien, después de
recordarle detalladamente sus deberes como futura “buena nuera”, la
despide con las siguientes palabras: “Ni pienses que vas a volver mi
hijita, en ese lugar lejano vas a enterrar tus huesos, allí vas a morir”.
Pero, según Francisca, ni el amor que sentía por su abuela y por su
madre, quien ya le había dado varias veces esos mismos consejos, fue
suficiente para que se resignara a aceptar esa experiencia de
separación que aún ahora le resulta dolorosa.
“Cuando salimos de mi casa para ir al Ansu, sabiendo que yo
quería volverme, mi mamá me dió una canasta y un bebé para cargar para
que no pudiera escaparme. Era muy lejos y tuvimos que pasar la noche en el
camino. Temprano en la mañana cruzamos un río y los potreros. Yo me dije:
“¿Dónde me están llevando?” y no podía dejar de pensar cómo escaparme.
Miraba muy bien el camino para recordar todos los detalles de mi regreso.
Era un camino muy ancho, construído por la compañía [de petróleo], lleno
de huellas, de ‘zapatos’ de vacas; lleno de huellas de ganado. Los blancos
sabían sacar el ganado por ese camino. Mi mamá me mostraba las huellas
diciendo que eran de los zapatos de los soldados para que yo pudiera
reconocerlas y tuviera miedo de ese camino. Cuando estábamos cerca de
llegar mi mamá me dijo: “ No llores mi hijita, no estés triste; yo te he traído
aquí tan lejos; como decimos los runa (gente), te estoy ‘vendiendo’, no trates
de volver porque es muy lejos. ¿Ves este camino mi hijita? Es así porque por
aquí caminan los blancos y los negros. Es el camino de los soldados; ellos te
van a llevar a Quito, a la Costa, si vuelves por este camino te van a
secuestrar, te van a dar comida hedionda, cebolla de comer y leche de vaca
de tomar. No trates de escaparte, en el otro camino, en cambio, los ríos son
muy correntosos, vas a morir si tratas de cruzarlos”. Cuando yo oía eso
temblaba de miedo. Mi mamá me dió estos consejos durante todo el camino,
pero yo lloraba y lloraba, y temblaba toda. Yo creía que ella se iba a quedar
conmigo como me había prometido; yo era todavía muy niña para
comprender. Cuando entendí que me iban a dejar allí con mis suegros hasta
la muerte, me desesperé y allí mismo decidí que no me iba a quedar”.

Los senderos bifurcantes de identidad.


Keith Basso (1997:5-7) ha señalado la importancia del concepto de
“lugar” o “espacio” en nuestras memorias del pasado. De acuerdo a
HISTÓRIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA 217

Basso, “construir-lugares” (place-making) es un una estrategia


universal de la imaginación histórica por la cual las memorias
verbales y visuales de lugar se convierten en una forma de construir el
pasado, las tradiciones, y las identidades personales y sociales. El
camino que Francisca y su madre atravesaron para llegar a la casa de
sus futuros suegros está preñado de memorias de colonialismo en las
imágenes de las huellas del ganado y de los soldados, así como en los
extraños gustos y “repugnantes” olores a cebolla y leche de vaca que
antes como ahora evocan la cultura de los blancos. Aunque estos dos
alimentos fueron introducidos por colonos hace ya muchos años, los
indígenas del Napo no los han incorporado como parte de su dieta.
“Comecebollas”, por ejemplo, es una expresión local usada para
referirse a los ahuallactas, un término que en el Napo se usa para
referirse a todas las personas que provienen de la región de la Sierra.
Es este sendero de la aculturación violenta el que figura tan
prominentemente en la trayectoria de resistencia de Francisca, en
contraposición al sendero dificultoso pero familiar de la selva. Éste es
el núcleo central de su historia:
“Yo siempre tenía mi ropa y mi frazada en una shigra (bolsa de
fibra) listas para escaparme. Sabía irme a hurtadillas detrás de la casa para
planear mi huida. Sólo pensaba en escaparme. Por aquel entonces yo
pensaba que podía huir como una gacela y así lo hice. Un día mi suegra
estaba haciendo ollas y me dijo que se había levantado muy de madrugada,
pero ya cantaba el grillo. Me preguntó que porqué yo andaba para arriba y
para abajo al río. Le dije que me dolía la barriga con diarrea y que por eso
tenía que ir así. Lo que pasaba es que poco a poco llevaba las cosas al río
para huirme. Primero escondí el machete, despues llevé la canasta que me
había dado mi papá. Allí puse mi frazada, un poco de sal, el pilchi (cuenco)
para la huayusa (té) y el otro pilchi que mi mamá me había dado cuando me
iba a casar. Tenía dos pensamientos: venirme por el camino de la compañía,
pero me acordaba que me iban a llevar los soldados y los negros y me daba
mucho miedo. El otro era el camino de Pitua con un cerro bien alto y ríos
que cruzar, pero decidí ir por allí. Al día siguiente, cuando todos estaban
dormidos empecé a caminar por ese camino y luego a correr tan rápido
como podía. Un hombre me ayudó a cruzar el río, como era verano no
estaba profundo. Me puse la canasta en la cabeza y cruzé por las piedras, en
una mano tenía un machete y en la otra un bastón. Vine corriendo todo el
tiempo, no paré para nada, sólo una vez para mirar si alguien me seguía.
Bajaba un cerro y subía otro, corriendo todo el tiempo. Un camino que se
hacía en tres días yo lo había hecho en uno solo. Cuando llegué a mi casa
mi papá se arrepintió de haberme dado tan niña y tan lejos. Me quedé en mi
casa por un tiempo, pero mis suegros vinieron de nuevo a buscarme.
218 Blanca MURATORIO

Trajeron trago, pescado, y carne de danta y me llevaron de nuevo. Yo me


escapé tres veces de esta misma manera. Cada vez que me llevaron me
escapé. Hasta entonces no había dormido con mi marido.”

Aunque este importante segmento de la historia de Francisca está


lleno de amargura por su falta de poder de decisión en controlar esos
años tempranos de su vida, ahora en retrospectiva, ella considera su
elección de resistencia como fuente de identidad personal y cultural.
El escaparse por la escabrosa y peligrosa ruta “salvaje”, en vez de por
el camino más fácil y abierto por la colonización, simboliza para ella
su determinación de permanecer siendo una mujer Pano, si bien
rebelde, y su rechazo al camino de la aculturación blanca. Esta es una
elección que Francisca reitera aún más explícitamente cuando se niega
a ser tentada a la infidelidad matrimonial por los "diablos blancos",
como ella los llama. Su explicación de este incidente a través de un
sueño con la Virgen María, transformada en un chaman femenino que
ayuda a las mujeres (ver Muratorio 1995) demuestra su capacidad de
traducir y resignificar los elementos ideológicos de la sociedad
dominante sin abandonar los símbolos y experiencias de su cultura
que dan significado a su vida. Después de un largo y detallado relato
de su sueño dice:
“En esos tiempos yo era gorda y bonita, mi pelo era negro,
brilloso, y muy largo. Aún los blancos casi me hicieron caer en la tentación.
Sabían decirme: “¿Porqué has elegido a un Indio para marido?” Y yo
comencé a pensar cómo deshacerme de mi marido; pero también pensé que
yo no sabía castellano, ni leer ni escribir, y que estaba mejor con un runa
(gente, indígena). Esta fue una tentación muy grande, pero luego de este
sueño cuando la Virgen me visitó, prometÍ no escuchar más malos consejos
y abandoné el vivir con los "diablos blancos" en mis pensamientos”.

En el último segmento de su historia Francisca relata el precio que


debió pagar por su rebeldía a las normas tradicionales y cómo
finalmente logró superarlas con estrategias de acomodación y
resistencia que podemos considerar como parte de su propio proceso
de auto-modernización.
“Finalmente retorné a la casa de mi marido porque mi suegro
era yachaj (chaman) y podría haber matado a mis padres y a mí. La tercera
vez que me escapé ya no volví donde mis suegros. Entonces mi padre dijo:
“No voy a mandar a mi hija de vuelta. Que el marido venga y viva conmigo
como un hijo, le voy a dar tierra. La he hecho sufrir, casi se murió por
escaparse”, y mis suegros estuvieron de acuerdo. Mi marido volvió de la
HISTÓRIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA 219

compañía [de petróleo] enfermo de malaria y muy pálido. Lo podría haber


escupido y dejado ahí mismo. Pero después mi madre me aconsejó que debía
dormir con él y tuve que hacerlo. Ella me decía que si yo me seguía negando
me iba a dar a un viudo, a un viejo que se llamaba Laticu. Esto es lo que le
pasaba a las jóvenes que abandonaban a sus maridos. Les pelaban la
cabeza y las daban a un viejo. Yo dormí con él después de mi tercera
menstruación y comencé a portarme como una mujer. Desde entonces no
regresé a su casa, ni aún cuando tuve mi primer hijo. Antes de eso perdí
cinco hijos. Los mayores decían que yo no pude tener niños por bastante
tiempo porque estaba embrujada por mis suegros. No los estaba sirviendo y
había quebrado la ley. Pero mi suegro lo negaba y decía que me quería, que
yo era su huayusamama (la mujer que sirve el té de huayusa, aquí usado
como término de cariño), que me extrañaba. Luego comenzamos a visitarlos
más seguido y a ayudar en la casa. Me llevaron con ellos muy lejos a sacar
caucho y les dimos las bolas al patrón que las vendía a los gringos. Mi
suegro le dió un pedazo de terreno a mi marido en Pasourcu, la tierra que
tenemos ahora. Es buena tierra y yo la he repartido entre mis hijas. Pero yo
también trabajo la tierra de mi padre y ahí es donde vivo ahora, ahí es
donde él quería que viviera y donde voy a morir. Yo aprendí de él muchas de
las cosas que te he contado.

Es por supuesto un hecho común, y aún esperado, que una niña que es
casada muy pequeña va a llorar o tratar de escaparse a casa de su
madre por lo menos una vez antes de conformarse finalmente a
retornar a la casa de su marido Sin embargo, no he encontrado ningún
otro caso en que esta forma de residencia fuese ocasionada por el
desafío de una niña a los deseos y presiones sociales tanto de sus
padres como de sus suegros. Francisca simplemente los rindió con su
obstinada resistencia a conformarse a una regla cultural que casi
siempre coloca a las mujeres recién casadas, aún si bien
temporalmente, en la posición social mas baja. Por el contrario,
Francisca forzó a su propio marido a asumir esa posición subordinada
en la casa de sus padres, ya que allí tenía muy pocas posibilidades de
competir con éxito por el poder, el respeto, el afecto, o el prestigio
social con el padre de Francisca, quien era un líder reconocido3.

3
Basilio Andi, el padre de Francisca fue un varayuj, un líder que portaba la vara de
mando. Este tipo de autoridad indígena fue creada durante el período colonial. Consistía
en liderar a un grupo de hombres que hacían distintos tipos de trabajo forzado para los
blancos. Para evidencia de la resistencia de Basilio Andi a los abusos y arbitrariedades
de los patrones y autoridades, ver Muratorio (1991, sp. pp. 160-161).
220 Blanca MURATORIO

La última senda hacia la identidad personal y cultural


En la última parte de la narrativa de Francisca nos damos cuenta de las
“verdaderas” razones por las cuales finalmente se resignó a dormir
con su marido, y el alto precio que tuvo que pagar por su resistencia a
las normas de residencia post-maritales y al servicio debido a sus
suegros. Pero, aún más significativamente en términos de entender su
sentido de identidad personal y étnica, Francisca nos ofrece una
evaluación final de lo que ella considera los resultados positivos de
esta crucial decisión en su vida. Juzgando por el relato de Francisca, la
atracción física no fue el factor decisivo en consumar su matrimonio,
sino el temor. Temor por sí misma del escenario aún menos atrayente
de ser casada con un viejo y de que le corten su hermoso cabello; y
miedo por su familia, que hubiera podido ser gravemente afectada por
los poderes chamánicos vengativos de su suegro. Ya sea por razones
positivas o negativas, el poder otorgado a los chamanes en la cultura
Napo Quichua los transforma en respetados o temidos intermediarios
matrimoniales, y en la mayoría de los casos son considerados
directamente responsables por las consecuencias de esa intervención.
Francisca ve el hecho de haber perdido cinco hijos en los primeros
años de su matrimonio como el resultado de la brujería ejercida por
sus suegros por su resistencia a cumplir con sus obligaciones de nuera.
El poder de los chamanes en controlar la sexualidad de las mujeres es
un tema que casi no se menciona en la literatura sobre el chamanismo
amerindio, pero todavía continúa siendo extremadamente importante
en relación al matrimonio y a la violencia doméstica. A pesar de esta
penosa experiencia de la pérdida de sus hijos, que Francisca trató de
remediar adoptando y criando a dos niños varones, ella termina la
historia de su matrimonio con una nota positiva. La reacia
reconciliación con sus suegros le permitió poseer la tierra a la que
tenía derecho como nuera, pero su resistencia la llevó a vivir en la
tierra de su padre, un pedazo de la cual fue otorgado a su marido
cuando su padre lo adoptó como si fuera un hijo propio. De acuerdo a
Francisca, el hecho de que a través del samai (poder que se otorga al
aconsejar, sabiduría) de su padre ella “heredó” su espíritu de lucha, es
el factor que contribuyó a su éxito en ganar el argumento contra sus
hermanos para retener ese pedazo de terreno después de la muerte de
su padre. Entre los Napo Quichua, tradicionalmente las mujeres no
HISTÓRIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA 221

heredan tierra de esta forma, pero ella pudo hacer uso de la ley
ecuatoriana de herencia bilateral para retener este tan preciado terreno,
donde quiere que la entierren.
Mas significativo para el sentido de identidad de Francisca en
su propia cultura, ella siente que su individualidad reside en su
habilidad de incorporar en sí misma, no sólo todas las valiosas
cualidades de una mujer Napo Quichua ideal que aprendió de su
madre, sino también aquella cualidad especial que da prestigio, status,
y respeto a los hombres: el poder de la palabra racional para luchar
por lo que es justo. Como me dijo al terminar su historia:
“Cuando mi padre me dió su samai me aconsejó que después de
su muerte yo no debería temer a ningún blanco. “Vive como yo—me dijo—
actúa como yo, que toda mi vida luché contra patrones abusivos”. Si sólo
supiera castellano, hubiera sido como él, pero heredé sus pensamientos y tú
vas a poner los míos en papel”.

Como varias otras mujeres de su generación, Francisca se queja


frecuentemente del hecho de que su matrimonio temprano le impidió
ir a la escuela y aprender a hablar y escribir el castellano. “De lo
contrario podría haber sido abogada o doctora”, me ha repetido varias
veces.4 Como en otras experiencias de su vida, en su solución a este
problema, su modernidad consiste en una traducción cultural que
supone resignificar la cultura del Otro, en este caso la antropóloga
amiga y narradora, para cumplir su proyecto personal de que sus
pensamientos y su herencia cultural sean “llevados en el viento”. La
historia de su casamiento arreglado puede ser leída como una intensa
lucha de identidad personal y sobrevivencia cultural. Es un relato de
una persona individual que se enfrenta a la tradición, al mundo social,
a aún a sus padres para lograr ser sí misma y seguir su propio camino.
Pero en su historia también hace uso de símbolos y estrategias
narrativas culturales que evocan respuestas y significados compartidos

4
Esta es una queja que he oído de muchas otras mujeres de la generación de Francisca
quienes, por su falta de educación, se sienten disminuidas aún frente a sus propias hijas.
Sin embargo, cuando estas mujeres estaban en edad escolar, otros factores influían en la
actitud de sus padres respecto a la educación de sus hijas, además de las presiones
sociales para casarlas muy jóvenes. Muchos de estos padres temían, con razón, que si
sus hijas eran reclutadas en el internado de monjas, iban a terminar de trabajadoras
domésticas en casa de los blancos locales, o peor aún, enviadas a Quito para el mismo
tipo de trabajo y ser así separadas permanentemente de sus padres.
222 Blanca MURATORIO

por otras mujeres Napo Quichua. Como es verdad en todas las


narrativas personales, en la suya, Francisca negocia el juego recíproco
entre lo personal y lo social, entre la agencia individual y los
determinantes culturales y sociales.
Al analizar el problema de cuán “representativa” es una
historia de vida individual en términos de pautas culturales más
amplias, Portelli (1997: 137) señala que más importante que la
experiencia “promedio”, representada por las generalizaciones o las
estadísticas, una narrativa personal nos confronta a una rica gama de
posibilidades de experiencias dentro de una cultura y sociedad en un
período histórico particular. Es una conclusión que en mi opinión
expresa también la realidad de los distintos encuentros antropológicos
transculturales de los cuales he tratado de presentar un ejemplo en este
ensayo. Nuevas circunstancias históricas han incrementado
dramáticamente los cambios sociales y culturales en la Amazonia, y
generaciones mas jóvenes de mujeres indígenas confrontan nuevos
desafíos que pueden no llevarles al mismo sendero de identidad que
Francisca eligió. También una nueva generación de antropólogas está
trabajando en esta área de la Amazonia, y es de esperar que su propia
experiencia y compromiso contribuyan a revelar las voces de estas
mujeres en distintas narrativas etnográficas.
HISTÓRIA DE VIDA DE UNA MUJER AMAZÓNICA 223

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PARTE TERCERA

INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN


AMERICA: IN PURSUIT OF DEVELOPMENT
COLIN M. LEWIS*
WILSON SUZIGAN**

Introduction
Research methods in economic and social history have experienced a
profound transformation in recent years, the result of the influence of
several distinct approaches to the study of long-run development. The
first makes explicit use of concepts from neo-classical economics and
growth theory. The second, related to the first, emphasises the
importance of institutions in the process of economic growth. The
third draws on methods associated with economic and cultural
anthropology. Notwithstanding changes in approach and method, a
focus on industry has been central to much of the literature.
Industry—both observed and anticipated—has been a subject of
enduring interest and is often assumed as a reference point against
which many other themes are and have been considered. Definitions
of manufacturing have varied markedly, as has the content and
composition of the sector and the construction scholars have attached
to the determinants and impact of sectoral growth. Yet, from
discussion about proto-industrialisation in the colonial period to

*
London School of Economics, England.
**
Universidade de Campinas, SP, Brasil.
228 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

agonized contrasts with the experience of the East Asian economies


in modern times, the subject commands scholarly attention.
Cliometric History, the so-called New Economic History of
the 1970s, is beginning to make a mark in the Latin Americanist
literature, as evidenced by recent compilations by Haber (1997) and
Coatsworth & Taylor (1998), innovative studies that also incorporate
new institutionalist perspectives. Cliometric history employs national
accounting methods and econometric techniques to measure
productivity growth and to assess their social savings affects.
According to Haber (1997: 2,7), the principal characteristics of
quantitative history are:
1. the formulation of the question to be analyzed in precise, logical
language;
2. the use of counter-factual methods;
3. the robust testing of theory through the use of quantitative and
qualitative empirical data. While the cliometric approach became
the principal methodology of examining the rate and structure of
economic growth in North America, structuralist and dependency
literature dominated writing on Latin America. Desarrollistas
and dependistas rejected many neo-classical assumptions and
questioned the automatic (or allegedly progressive) outcome of
growth. These schools were primarily concerned with the
characteristics of different phases of economic change and the
structural distinctness of Latin America, notably factors
inhibiting the emergence of industry and the consolidation of
manufacturing as a lead sector. Perhaps this explains why, at that
point, few explicitly cliometric studies appeared in the Latin
Americanist literature. Notable exception are McGreevey (1971),
Hunt (1972) and Coatsworth (1976), work indebted in part to
earlier and contemporary kuznetsian studies published under the
auspices of the Economic Growth Centre, Yale University. For
example, Baer (1965), now superseded by substantially revised
later (editions), Díaz Alejandro (1970), Reynolds (1970),
Birnberg & Resnick (1975) and Mamalakis (1976): much of this
scholarship addresses themes far beyond industry and
industrialisation while devoting considerable attention to
manufacturing.
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 229

The second new approach, the New Institutionalism, also draws on


classical economics but extends and qualifies it (Harris, Hunter &
Lewis 1997: 1-2). New institutionalist writing, particularly associated
with the work of North and Bates (and the earlier scholarship of Jones
and Gerschenkron), points to the impact of institutional formations on
patterns of economic growth in the long-run. Institutions condition
property rights, shape transactions costs and filter technology, thereby
influencing factor productivity. Concerned with issues of political
economy and pointing to the possibility of institutional substitution
and different routes to economic growth, this approach questions
assumptions of homogeneity under-pinning neo-classical economic
thought. Three inter-related elements lie at the core of
institutionalism:
a. “systems of rules”—the formal and informal institutional
arrangements by which economy and society are ordered and the
degree to which distinct rules of the game promote or inhibit
growth;
b. organisations—including units of production (for example
industrial firms) and associations (such as business lobbies,
political groups)—and the way in which organisations inter-act
with, and change) institutions;
c. ideas and ideology—the extent to which institutions are shaped,
and (organisations influence) by ideas. Much of this material
focuses on “efficiency of states versus markets” (or, rather, of
markets above government action) in the debate about industrial
development. Hence states must guarantees the “right”,
institutions in order to foster credibility—that is, make credible
commitment possible—and so promote efficient markets.
In stressing the supply-side and organisational formations, cliometrics
and institutionalism neglect the demand-side of the economy, a
feature common to many economistic interpretations of development.
The third—Consumptionist—approach fills this gap. Concerned with
the “consumer revolution”, it is argued that patterns of consumption
and the conceptualisation of the market—who consumes, what is
bought and sold and how commodities and products are
commercialised (rather than produced)—offer insights into larger
socio-political processes. As with cliometrics and new
230 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

institutionalism, consumptionism provoked controversy. Its detractors


argue that the use of cultural variables (such as taste) are virtually
impossible to quantify. They also reject the proposition that the
consumer—rather than the entrepreneur—is the ultimate economic
decision-maker. This is countered by those who use quantitative
methods to study the evolution of patterns of consumption in the very
long run and advance the concept of the “industrious revolution”, a
micro approach based on the household. De Vries (1993, 1994), for
example, examines the extent to which increased demand for goods
and services encouraged the household to re-direct production and
labour towards the market place: often “surplus work time”, was used
to “manufacture”, for the market. Consumptionism still remains an
under-used framework in historical writing on Latin America (Orlove
1997). However, recent research in the field of cultural history—the
“new dependency”, according to some—which is equivocal about the
origin, nature and importance of markets in Latin American history is
likely to promote further interest in “industriousness”, and responses
to the market. (See Topik 1999; van Young 1999). As individuals and
households strove to enter it, did the market “... create social peace,
political harmony, and material abundance ...” (Weiner 1999: 45)?
Or, was the market “... a weak force that had to be accompanied by
state planning ...”, (Topik 1999: 18). This echoes earlier assumptions
that markets were a necessary but insufficient condition for
industrialisation.
The new institutionalism (or neo-political economy
approach) and the revival of the growth theory tradition do more than
challenge earlier paradigms of structuralism, (cepalismo) and
dependency (dependencia)—“historico-structuralism”, for those who
viewed the two schools as sharing critical common assumptions
(Fishlow 1988: 97-8). In the areas of industrial growth and
industrialisation, they confront periodisation and cause advanced by
developmentalists and dependistas writing from the 1950s to the
1970s. For scholars rooted in the cepalista and the early dependency
traditions, it was a truth widely-held that Latin American
industrialisation was triggered by the world crisis of the 1930s. The
pre-1929 (or pre-1914) “model”, of export-led growth was variously
presented as frustrating industrialisation or inimical to development.
(At the time, industrialisation and development were held to be
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 231

virtually one and the same). It was argued that Latin American
industrialisation only became feasible after 1929 following a period
of profound economic crisis in the central, industrialised capitalist
economies. The world economic crisis and associated reduction in
international commerce had a profound impact upon the foreign trade
sector of the republics and undermined a peculiar socio-institutional
order committed to economic internationalism. The collapse of the
import-export complex removed an anti-industry bias in Latin
America societies as the political dominance of a landed and
commercial oligarchy was challenged by a rising industrial
bourgeoisie and (in a few cases) an incipient urban industrial
proletariat.
The emphasis on the 1930 watershed seeks to differentiate
between a simple increase in manufacturing activities and
industrialisation per se. Indebted to assessment of the continent’s
post-Second World War economic problems advanced by the then
UN Economic Commission for Latin America (ECLA now ECLAC
[and the Caribbean]), structuralists depicted industrialisation as a
profound secular change involving inter alia the relative decline of
agriculture, rapid urbanisation and the emergence of the industrial
sector as the key to self-sustaining economic expansion. Pointing to
incomplete, regionally and sectorally specific patterns of economic
activity that had emerged during the period of export-led growth,
structuralists argued that industrialisation could only proceed in Latin
America as the result of direct state action designed to overcome
factors—such as an inadequate infrastructure, lack of market
integration, deficient demand, irrational factor allocation and
scarcities—that inhibited manufacturing. Structuralists did not find
co-ordinated, coherent policies designed with the explicit objective of
fostering an industrial transformation before the 1930s. While periods
of remarkable growth in factory output had occurred before the
1930s, such expansion was overshadowed by growth elsewhere in the
economy and hardly constituted macroeconomic realignment.
Moreover, the range of manufacturing activities discernible in Latin
America during phases of export expansion was limited and
geographically confined. Although much has been written, Furtado
(1977) offers the most authoritative statement of the original cepalista
hypothesis. (For subsequent, neo-cepalista assessments of Latin
232 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

American development, see Ffrench-Davis, Palma & Muñoz, 1992,


and Sunkel, 1993). Furtado reflects the centrality of the emphasis
upon industrialisation in ECLA approaches to development, a focus
which also dominates comprehensive national historical on the
Argentine (Ferrer 1967), Brazil (Furtado 1965) and Chile (Pinto 1962
and Muñoz 1972, 1968) written from the same perspective.
Focusing on exchange rather than production, and
subsequently much modified, a strident presentation of the early
dependency perspective is set out by Frank (1967). (For a recent,
revised, re-statement see Frank, 1998). Drawing on radical
approaches to the dynamics of socio-economic change, but
challenging orthodox marxist precepts on the transformative impact
of capitalist, Frank long held that Iberian plunder of Latin America in
the sixteenth century and subsequent exploitation by Great Britain
during the phase of imperialistic laissez faire capitalism frustrated the
consolidation of modern manufacturing. Industry could only develop
after the crash of 1929 when economic collapse in the metropolitan
economies shattered the chains of dependence that bound the
continent to the metropolis and permitted the emergence of new
social formations that shattered the anti-industry bias explicit in the
economic and institutional structures forged during the phase of
export-led growth. Only then was is possible for Latin America to
escape from a downward trajectory of underdevelopment. Building
on the work of New Left, neo-marxists such as Baran (1957) on the
malleability of welfare capitalism in the core economies, Frank’s
initial contributions drew on earlier, near contemporaneous and on-
going conventional radical expositions of the historic predicament of
the continent such as Mariátegui (1928), Levin (1960), Ramirez
Necochea (1970), Cadematori (1968) and Hinkelmert (1970).
Unsurprisingly, Frank and much of the early dependency
literature, not least that addressing the history of manufacturing was,
and continues to be, attacked from all sides. In a seminal study,
Cardoso & Faletto (1979) argue that dependent development,
involving industrialisation, was possible. For crude dependistas, this
was a contradiction in terms. As indicated, socio-economic
formations associated with bastard-capitalism in satellite economies
derailed “national”, capitalism. Cardoso & Faletto reject the central
thrust of this approach. While not disputing the importance of 1930
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 233

for industrialisation, they stress formative developments in


manufacturing in distinct national contexts associated with either the
retention of domestic control over key local assets or efficacious state
action, or both. Offering a differentiated, dynamic categorisation of
conditions confronting the Latin American economies, they
emphasise internal forces and structures (earlier dependistas had been
over concerned with external constraints), pointing to differing
possibilities facing elites. From the dependent-development
challenge, neo-Gerschenkronian assessments of late industrialisation
emerged for Brazil (Evans 1979, Cano 1981, J.M. Cardoso de Mello,
1982, Hewlett & Weinert, 1982, and Z.M. Cardoso de Mello, 1990),
Colombia Kalmanovitz 1983) and, to a much lesser extent, Mexico
(Hewlett & Weinert 1982).
In presenting an exogenous shocks hypothesis of
industrialisation centred on 1930, many dependentistas and
structuralists were inclined either to ignore or to minimise the extent
of pre-1930 increases in manufacturing activities enumerated by
contemporaries. (See Wythe 1945, Bunge 1928-30, Garland 1895).
They also failed to appreciate the originality of measures devised to
promote diversification during the nineteenth and early twentieth
centuries. If de-linkage explanations of industrialisation are to carry
conviction, analysis of earlier dislocations is necessary. Although
temporary phenomena, the Baring Crisis of the early 1890s, the 1873
panic and indeed instability in world commercial and financial
markets in 1866 may have been of relatively greater significance for
individual national economies then at a critical phase of incorporation
into the international system than the admittedly devastating crash of
1929. Increased volatility in the foreign trade sector during the years
immediately before 1914 or again in the 1920s was less spectacular
than the world depression but was of no less importance in
contributing to policy re-appraisal that favoured the growth of
manufacturing. Hence, institutionalist, old and new (and diffusionist
approaches seeks to vindicate the achievements of industry in Latin
America before 1930 and sometimes applauds precocious, pragmatic
policy-making.
A paradox of the study of the history of manufacturing in
Latin America is the appearance of a seminal study at precisely the
moment that dependency was poised to become the dominant
234 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

paradigm. Writing in the 1960s about industrialisation in São Paulo,


in effect Dean (1969) refuted both the prevailing cepalista and the
soon-to-be dependistas orthodoxies. His approach, loosely connected
with diffusionist, modernisationist theories prevalent in the 1950s, is
now being “re-discovered”, by growth-theorists and neo-
institutionalists. In addition to charting the pace of industrial growth,
Dean details the substantive and institutional pre-conditions for
industrialisation provided during the period of rapid export
expansion. Has the historiography come full circle? What common
threads may be drawn from the current confrontation between
growth-theorists and new institutionalists, on one side, and
consumptionists, on the other, or from the earlier antagonistic
symbiosis of the developmentalist-dependency controversy or,
indeed, even earlier diffusionist and institutionalist approaches rooted
in classical orthodoxy?
But what is industrialisation? From the approaches identified
above, a number of key assumptions can be identified. Desarrollistas
and dependistas, often accused of conflating industrialisation with
development (that is, mistaking a part for the whole), associate
industrialisation with structural change—a shift in the composition of
aggregate output driven by a relative increase in the participation of
manufacturing in Gross Domestic Product. For developmentalists and
most strands of dependency thinking, in economies such as the Latin
American, this required state action. The configuration of the
international economy was such as to preclude “natural”, and
“national”, industrialisation, as had occurred in the North Atlantic
economies in the late eighteenth or nineteenth centuries. This
definition was rooted in earlier diffusionist theories that associated
self-sustaining development with the emergence of a sequence of
lead-sector industries, shifting from cotton textiles to heavy
engineering to consumer durables and so forth. Disinclined to use the
term “development”, growth-theorists emphasis productivity gains
and a shift from extensive to intensive patterns of economic activity,
in short, greater systemic efficiency resulting from an institutional
setting that facilitates mobility and maximising behaviour.
Institutionalists, unlike structuralists and dependistas are disinclined
to differentiate between industrial growth—an increase in
manufactured output—and industrialisation. All of these
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 235

“definitions”, imply innovation and capital deepening in, and beyond,


the industrial sector.

A Chronology of Industrial Change and a Definition of Industry


From contending approaches to long-run economic and social
change, old and new, a stylised chronology of industrial growth and
industrialisation may be elaborated. It acknowledges that the
attainment of a modern society founded upon a developed economy
has been an enduring objective in Latin America, exercising
pensadores and policy-makers intermittently since the revolutions for
independence at the beginning of the nineteenth century. The
promotion of manufacturing activities was regarded as central to the
realisation of that objective. Various views as to the most appropriate
means of stimulating industrial expansion prevailed: options included
direct state aid for manufacturing and a more generalised
encouragement of growth that would promote individual initiative in
the industrial sector alongside investment in other activities. Concern
about the subject, and possibly a perception of failure to secure
manufacturing on a firm footing, is revealed in ubiquitous projects
relating to fomento, mejoras materiales and industria at mid-
nineteenth century, in the proliferation of the term “industries”, in
official publications of the turn of the nineteenth century and policy
debates about the respective virtues of “natural”, and “national”,
industries at much the same time, in processes of economic
internalisation in the second quarter of the twentieth century and in
contending models of import-substitution industrialisation and
diversified export-orientated growth in the final third of the twentieth
century. Changes in contemporary language and in the content and
focus of the literature reflect, in turn, shifts in the composition of
manufacturing, in the perceived role of industry, in policy-making
assumptions, and in schools of historical analyses. All inform
definitions of manufacturing, industrial growth and industrialisation.
While the elaboration of a generalised framework obviously
obscures distinct national or regional processes and events, several
fairly distinct sub-periods in the industrial history of Latin American
can be identified. While every period may not be sharply demarcated
(nor precisely dated) for each economy, the specific characteristics of
236 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

various phases and transitions from one phase to another have a broad
continental aspect, certainly amongst the larger and middle ranking
economies. Several periods can be distinguished:
1. the decades immediately following independence, years of sharp
re-adjustment for various expressions of colonial manufacturing
that also witnessed attempts to establish modern industry;
2. the age of export-led growth from c.l870 to around the First
World War associated with institutional modernisation, the
development of infrastructure and demand expansion that created
a market for consumer and capital goods, in short of export-
driven industrial expansion;
3. the inter-war decades, years of increasing volatility in the foreign
trade sector and, not least in the 1930s, of increasingly
internalised growth that may have signalled autonomous
industrialisation in some countries, a process marked by changes
in both the scale of manufacturing and the composition of
domestic industrial output;
4. the classic phase of import-substituting industrialisation dating
from the 1940s (or possibly the 1930s) until the 1960s when
forced industrialisation became a near continental policy goal;
5. the final third of the twentieth century, decades associated with
both industrial deepening and de-industrialisation within a
context of global re-insertion as contending ideologies of neo-
structuralism and neo-liberalism gave way to the dominant new
model of economic internationalism and state and
macroeconomic re-structuring.
1. The Condition of Manufacturing c.1800-1850
Narrative accounts of industry before 1850 permit some
generalisation, most of which point to crises and contractions in the
volume of domestic production. Another feature of this period is
diversity of modes of production and the survival of various pre-
independence processes and units. Plurality of structures in the
industrial sector was to be an enduring characteristic. Discussion
about an appropriate policy was yet another feature, possibly a legacy
of the Bourbon reform period of the late-colonial period that fostered
the memory of efficacious, pro-active state intervention which may,
indirectly, have benefited manufacturing (McFarlane 1993: 120-9).
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 237

For the early nineteenth century, however, the principal issues are the
impact of, and responses to, the threat of sustained upheaval
consequent upon the struggles for independence. The implications for
national industry of a liberalisation of external trade were also
critical.
Various forms of “manufacturing”, existed at the beginning
of the national period. At one extreme were self-sufficient Indian
communities and large estates like the cane-sugar producers of North-
East Brazil or natural dye complexes of Meso-America. Indian
villages and commodity-producing estates hardly consumed from the
market though they often (notably the latter) produced for it.
Household indian production of textiles and artifacts, as well as staple
foodstuffs) satisfied largely domestic needs. Consumption from the
market, even at the end of the colonial period, tended to be forced.
Namely, the notorious repartos de efectos, a widely-practised
mechanism of dubious legality by which Crown officials “allocated”,
imported goods to be purchased by indian communities in order to
ensure the cultivation of cash crops (Golte 1980: esp. 84-85, Stern
1987). Similarly, although delivering primary commodities to the
international market, plantations supplied most of their own essential
“industrial”, needs from estate-based rudimentary workshops.
Occasionally village-rural industrial units realised a small surplus for
local or regional and occasionally national markets. Nevertheless, for
the continent as a whole, manufacturing was an urban phenomenon,
though one that assumed many forms in provincial and national
capitals. At the apex of the “colonial”, industrial structure was the
obraje (Salvucci 1988, Thompson 1989). The obrajes had a long
history dating from at least the seventeenth century in the principal
countries of Spanish America. Obraje production was both urban and
factory based and was also almost invariably large in scale. Major
concerns employed hundreds of workers who often resided in the
factory complex (Bakewell 1997: 259-61, Thomson 1991: 255,
Salvucci 1988: 139-43, Brown 1979: 216-9, 222-3). They were also
characterised by the use of servile labour, either conscripted in the
countryside or purchased in local slave markets. Yet, in some centres
by the end of the colonial period there was an increasing tendency,
both in the obrajes and small sweat shops, to employ wage labour,
principally drawn from the free coloured population or newly arrived
238 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

immigrants. Nevertheless, while non-free labour predominated in


these large urban “manufacturies”, the prospects for market
deepening were severely limited (Tandeter 1993: 129-66, Larson
1986).
Large-scale obrajes existed alongside smaller units of
production—modest workshops and prosperous artisan dominated
enterprises—in virtually all urban centres. By the beginning of the
nineteenth century there was, however, in more advanced areas of the
continent such as Mexico a tendency for large enterprises to move
away from the cities. In part, the trend favouring re-location of
factories was a desire to escape from excessive guild and municipal
regulation. During the late eighteenth century this process may also
have been accelerated by a determination to escape the attention of
colonial administrators. Had later Bourbon ordinances against
manufacturing been rigorously applied, the Spanish colonies would
have possessed few establishments other than the most basic export
processing plants at independence. Similar proscriptions against
industry existed in Brazil. But a more pressing reason making for the
re-siting of large workshops could have been the need for closer
access to raw material supply or fast-running rivers to propel water-
driven machinery—factors that imply both quantitative and
qualitative changes in late-colonial manufacturing.
Diversity in the scale of early national industry was mirrored
by variety in the range of items turned out for local, national and
occasionally extra-national regional markets. The principal industrial
product—if by industry is meant a process that was factory based and
utilised techniques that were not too distant from those employed in
other industrialising economies—was textiles, mainly woollens
though cotton goods were of growing importance by the l850s.
Brazilian cotton textile production was established in the north-east
by the 1840s. Mexican mills were particularly prosperous in the early
nineteenth century. Elsewhere in pastoral economies such as the Rio
de la Plata, leather was cured and worked into a range of products—
shoes, aprons, trousers, bridles, harnesses, straps, bags, pails—to
serve consumer and industrial needs. There was also cart-making
which catered for the domestic end of the pastoral export complex.
Other animal products such as grease and tallow were rendered for
the home market to produce soap and candles. Indeed, a multiplicity
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 239

of rural products, from dried or cured meats, to flour and bread, and
to beer, wines and cheap spirits, were everywhere elaborated for
domestic consumption. Tableware and pottery, porcelain and glass,
and building bricks were also fired for home use. In mineral
producing economies, foreign travellers often remarked upon the
degree of production for local needs, pointing to the robust condition
of Mexican metal working during the early national period. By the
middle of the nineteenth century, copper and silver production in
Chile was dominated by local capital and the mining industry served
as a vehicle for the diffusion of primitive refining and working
techniques to other branches of metal manufacture. Here, as in
Mexico, iron foundries attempted to supply regional and limited
national demand (Thomson 1989, Salvucci 1988, Potash 1983,
Ortega 1981, Kirsch 1977).
Yet, in most cases, production for the domestic market was
carried out in small establishments employing a traditional and an
obsolescent technology. Moreover, during the second quarter of the
nineteenth century, the zones served by local industry became
increasingly regional in focus as national markets fragmented,
weakened by civil strife and foreign competition. In coastal regions, a
telling indictment of obraje production was the fact that lower prices
resulting from falling transport costs and technology gains, coupled
with higher quality, meant that competition from imports proved
lethal for many “manufacturers”, almost irrespective of the level at
which tariffs were set (Ferns 1960: 79-80, Ospina Vásquez 1974:
138-40, Gootenberg 1989). A contraction in market horizons
reinforced the primitive features and stagnating prospects of Latin
American industry. This interpretation challenges the once widely-
held view that independence everywhere resulted in the adoption of
policies of free trade that devastated national industry. As the
example of Buenos Aires reveals, circumstances were more complex.
Some coastal regions were flooded with foreign manufactures:
products were dumped in the nearest urban centres capable of cash
purchases when foreign merchants’, exaggerated expectations of
market potential failed to materialise, thereby undermining local
industries. Elsewhere the impact of “free”, trade was much more
limited: “natural”, protection and vested interests could not always be
conquered by ideology and efficiency (Gootenberg 1988: 65-66, 87-
240 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

8, Love & Jacobsen 1988, Platt 1972: 75-80). Although the struggles
for independence destroyed industrial plant, decimated the workforce,
dislocated production and disrupted traditional trade routes (as did
subsequent civil wars and the drawing of national boundaries across
colonial trade routes), the consequences were not wholly negative.
Cottage industry located in the Argentinian north-west is a case in
point. Previous to independence the area had supplied the burgeoning
littoral market and also the mining zone of Upper Peru. Free trade
brought the loss of the Buenos Aires market and early royalist
victories in Upper Peru and Chile closed markets on the far side of
the loyalist-insurgent frontier. Later Argentinian producers were to be
even more effectively excluded from these markets with the
independence of Bolivia and a rising tide of protectionism in Chile.
Yet the disintegration of the Argentine into a loose confederation of
provinces offered some solace to regional producers as potent forces
of localism were reinforced by the fiscal policies of impecunious
provincial administrations that subject inter-provincial commerce to a
plethora of duties. Geography, reinforced by fiscal policy, also
accorded some Andean and Mexican industries a degree of natural
protection from the ravages of foreign competition until the coming
of the railways in the last quarter of the century. But regional markets
were rarely sufficiently dynamic to sustain let alone revitalise local
industry. Politics, however, also mattered and while artisans remained
a sector courted by aspiring politicians, the full rigour of the market
might be kept at bay for a while by state assistance (Sowell 1996,
Thomson 1991: 133-8, 1991: 282, Safford 1988: 45-6, 49).
Mexico undoubtedly offered the best prospects of an
advance to modern industry from the high base of large-scale, pre-
Independence factory production, especially in cotton textiles. By the
beginning of the nineteenth century, the Mexican economy was not
only relatively large, dynamic and integrated, but export activities no
longer dominated production for the market: agriculture and industry
seemed to offer the possibility of self-sustained growth. The
wealthiest of Spain’s American colonies, Mexico possessed a
relatively large population, several substantial and prosperous urban
centres and had enjoyed something of a boom during the eighteenth
century. While silver mining constituted the most important pillar of
the late-colonial economy, and had revived as the result of efficacious
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 241

government policies aimed at modernising mining, an aura of


prosperity pervaded other activities. Buoyant silver production both
monetised the economy and represented a source of capital, inducing
an expansion of production in non-mining sectors (McFarlane 1998:
101). At the beginning of the eighteenth century, the development
“gap”, between Mexico and the advanced economies of the North
Atlantic had never been narrower (Coatsworth 1982). Domestic
interests recognised the deficiencies of manufacturing and there
seemed to be a firm base onto which modern technology could be
readily grafted. Indeed, there was at this time no monopoly of
technology. The technology “gap”, like the development “gap”,
between Mexico and the outside world was narrow. Local production
and foreign trade were to some extent complimentary. National
industries supplied the mines with basic foodstuffs—hams, flour,
biscuits, draught animals, simple artifacts and mining equipment. The
mining communities were also important centres for the consumption
of various household items such as coarse cotton, manta cloth, fine
silk shawls, mayolica pottery, glassware, hats, and so forth. These
and other products of mass consumption were purchased in cities
such as Puebla, where they were manufactured, and in prosperous
agricultural zones like the Bajío and Coahuila that specialised in
cereal and pastoral production for national and regional markets
(Thomson 1989). In short, while domestic production and trade
catered for the lower end of the market, the wealthy—those with
access to profits and income generated by the mines—purchased
almost exclusively manufactures of European origin. This was
precisely the type of regional specialisation vaunted by growth-
theorists.
Moreover, in Mexico, as in Colombia during the early
national period, there was policy continuity. Independence did not
occasion a total rejection of mercantilist notions of fomento, Ospina
Vásquez 1974. Intermittently during the first quarter century
following Independence government adopted a protectionist posture,
evidence both of the existence and strength of vested interests.
Ambitious measures, including the granting of monopoly privileges
and low-interest loans, were formulated to promote the establishment
of enterprises to manufacture china and porcelain, paper, glass, cotton
cloth and iron in Colombia between 1832 and 1844 (McFarlane 1991:
242 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

106-13). During the early nineteenth century, “neo-merchantilist”,


administrations in Chile, Colombia, Mexico and elsewhere sought to
modernise the infrastructure and the mines and to promote the
absorption of new techniques in manufacturing. Examples are legion:
government in the Southern Cone and Mexico attempted to stimulate
mining. In Mexico and Chile projects were devised to encourage
domestic metal working. In the city of Puebla, Mexico, in the 1820s
the city fathers despatched artisans to Europe and the United States to
observe and report upon changing methods of manufacturing.
Artisans were encouraged to acquire new skills. Government fostered
the importation of textile machinery, literature on new processes,
patterns and specimens of machine-made cloth. Discounting craft
production, Mexico’s textile industry manufactured various yarns and
cloths, woollens, cotton goods and more exotic silks. These items
were produced in small shops, modest artisan units and large factories
(Thomson 1989). When the central government established the Banco
de Avio in 1830 to promote industrial expansion, the move was
particularly welcomed by large producers who were interested in
investing in modern industry. Would-be large-scale industrial
manufacturers were anxious to secure state assistance to re-equip and
re-locate factory production, and to integrate spinning, weaving and
printing. They wished to escape from guild regulation, particularly
strong in established centres of manufacturing, and to circumvent a
Luddite artisanate which had successfully confronted attempts to
mechanise weaving.
All this came to nought. The most telling factor was
probably the mercantile character of “national”, capital which
remained incorrigibly wedded to speculation and the external sector.
Financial speculators, (agiotistas) held impecunious administrations
in fee and were partly responsible for policy inconsistency. They
successfully opposed institutional changes such as banking and
currency reforms which, though designed to promote the financial
autonomy of the state, might have also provided access to impersonal
forms of credit for capital hungry industrial entrepreneurs. In Mexico
and elsewhere, merchants and “speculators”, were unwilling to invest
long, certainly not in manufacturing (McFarlane 1998: 126). An
unstable political environment reinforced the mercantile preference
for liquidity and intensified macroeconomic volatility. In this context,
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 243

rent-seeking was individually rational but societally costly. There is


persuasive, but not uncontested, argument that in most cases
“colonial”, manufacturing units rarely achieved the transition from
obraje or proto-industry artisanal production to modern
manufacturing enterprise (Salvucci 1988: 4, 32-62, Glade 1982: 33).
When modern industries developed in Mexico in the latter part of the
nineteenth century, they owed little to their colonial antecedents and
were only tangentially connected with traditional centres of
production. End-of-century textile mills were concentrated around
Mexico City and, in the first instance, depended upon access to
cheap, secure foreign supplies of raw cotton made possible by
substantially improved communications and an administration with a
proven capacity to deliver order. Mexico was not unique. Grape
growing districts in the Argentine possessed the soil and climatic
conditions suited to the requirements of a modern wine industry.
Wine- and spirit-making had developed during the colonial period.
However, when sustained expansion became possible after the 1880s,
upon completion of the rail link from Buenos Aires, the main market)
to Mendoza, new wineries owed little to former colonial bodegas.
The industry was transformed by Buenos Aires-based companies, that
had been supplying the littoral from imported concentrates elaborated
in porteño plant, not by traditional mendocino interests. Similarly,
although the “national”, textile industry was established in the North-
East of Brazil by the 1840s, providing coarse cotton cloth to the slave
plantations, a rapid growth in output after the 1870s was associated
with the shift in the centre of gravity of the industry to the coffee
zone. A move which not only integrated manufacture and cheap
domestic raw material supply, but involved also centring production
in a buoyant market where rapid population growth and the diffusion
of a wage economy ensured sustained expansion of demand for cheap
basic products. There were, of course, exceptions. As the experience
of metal-working in Chile demonstrates, artisan units could achieve a
successful transformation to modern industry when entrepreneurs
possessed both the capital and technological competence, when raw
material was available, when skilled labour was assured, when
demand was sustained and when the domestic market was secure
against excessive foreign competition (Ortega 1991: 153-4, 161-5,
181). And, Thompson argues that scholars who project a negative
244 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

view of Mexican obrajes miss both efforts to modernise and the


success of some endeavours (Thomson 1991: 263).
Thus, the existence of colonial industries and a consolidation
of “factory”, production during the early national period did not
imply an inevitable progress to modern manufacturing. As textile
production in a number of countries demonstrates, the concept of
proto-industrialisation is not helpful in explaining the rise of factory-
based manufacturing. The existence of an artisanate and obrajes was
not an essential component in the industrial equation. In the long-run,
there are few examples of these “proto-industries”, surviving foreign
competition. Indeed, as indicated, vested interests might inhibit a
thorough transformation of industrial processes and firm structures.
Of more significance than a colonial heritage of manufacturing was a
capacity to absorb new techniques, in a period when industrial
technology was comparatively simple and relatively easily diffused),
an ability to formulate, or impose) an appropriate programme for the
consolidation of national industry and an environment that was
attractive to sustained entrepreneurial engagement in manufacturing.
Nevertheless, if the long-term prospects for “colonial”,
manufacturing were fairly bleak, those for some lines of export
production were apparently more positive, even in the period to 1850.
The processing of pastoral products for continental and the world
market was possibly the most rapidly expanding area of “industry”, in
this period. During the 1820s and 1830s Buenos Aires saladeros
enjoyed virtually unrestricted access to American markets for dried
and salt meat (Halperín Donghi 1975: 29-40, Brown 1979: 28-49). By
the 1840s, other suppliers entered the trade. Circumventing rosista
restrictions, entrerriano producers established a presence in the
market and output recovered in Uruguay. Later, by the 1850s and
1860s, in Buenos Aires wool washing and ovine tallow rendering
would be added to the list of items processed for overseas markets
(Finch 1981: 4, Brown 1979: 214-6, Chiaramonte 1971: 73-8). The
early national period was less kind to other export activities. Precious
metal production, for so long the colonial staple was seriously
affected by the independence wars and did not fully recover until the
1850s or even later. Gold mining in Colombia, being based upon
small-scale panning for alluvial deposits was less disrupted and
remained highly profitable. But placer “extraction”, can hardly be
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 245

compared with operations which had evolved in areas of underground


mining in Peru and Mexico. Only in Chile during the middle third of
the nineteenth century was there a sustained increase in metal
production, especially in the copper industry which expanded to
supply the domestic, British and Asian markets.
The scale of operations in export-processing, like that of
domestically orientated firms, varied. Although dependent on
rudimentary labour-intensive techniques and functioning only during
the season from November to March, Buenos Aires salderos and
graserias like those operated by the Anchorena were large
establishments, employing several hundred workers and tied up huge
sums of capital. Between the 1840s and 1880s the typical salting
plant was transformed into a substantial factor style establishment.
These enterprises were massive vertically integrated concerns
involved in cattle raising, meat and by-product processing and
wholesale operations (Giberti 1986: 163, Brown 1979: 111-2, Seoane
1928: 93, 96-7). New handling techniques were applied to accelerate
carcass preparation, maximise the use of by-products and generally
raise efficiency through the reduction of waste. These changes
involved the construction of covered slaughtering grounds with
water-proof floors, enclosed yards, large sheds for the processing of
carcasses, improved storage facilities, the introduction of steam vats,
larger cauldrons and general mechanisation of production. The sheer
scale of operations increased costs of entry into the industry and
fostered consolidation. At the other extreme were West Coast copper
producers. By mid-century Chile was well established as the world’s
largest copper exporter: “Chile bars”, were a recognised market
leader, establishing the international reference price for copper. But
the industry was dominated by national capital located in small and
medium-scale firms employing traditional technology (Mamalakis
1976: 40, Pinto S.C. 1962: 15).
These were the “industries”, of the early national period:
artisan and household production, obrajes, extractive operations and
plant processing for export. At this time, in economies where the
subsistence, non-money sector was large, export extractive and
processing industries probably made a larger contribution to a
quantifiable gross domestic product than non-barter “manufactures”,
supplying the domestic market. The range of goods produced for
246 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

local and regional consumption, the variety of items processed for


export, and widely differing techniques and scales of production
indicate both diversity within the sector and preclude an easy
categorisation of it. Various “definitions”, of manufacturing compete
for acceptance. One emphasises factory production, the use of
mechanical power, the modernity of production techniques and
capacity to generate or absorb innovation. A second approach would
stress, in addition, the scale of operations and capital requirements.
These are contentious points and may under-appreciate processes of
metamorphoses whereby primitive establishments evolved into
“modern”, manufacturing units. These definitions would present
many craft and household lines of productions, possibly along with
the output of some artisan enterprises, as primitive and non-industrial
rather than proto-industrial. Employing mainly servile labour and
hand tools rather than machines and wage labour, obrajes also
exhibited few of the characteristics of the modern factory of the
period and, as indicated, were hardly proto-industrial firms capable of
effecting the technology leap to “manufacturing”. A third definition
draws a distinction between the production, on the one hand, of
finished manufactures and, on the other, the elaboration and refining
of raw materials. This definition excludes most export-processing
industries. The specificity of these definitions, and the exclusions
necessary, underscore the problem of identifying manufacturing
during the period. For contemporaries and historians, modern
industry was more concept than substance.
2. The Formation of an Institutional Base for Industry, 1870-1914
Definitions are arguably less problematical for the second major
period. Although artisanal and craft production survived in many
areas (emphasising the fragmented nature of the industrial sector),
profound changes resulted from the continent’s progressive and more
complete insertion into the world economy after the 1870s.
Associated inter alia with Latin America’s integration in the
international economy was the modernisation of infrastructure and
institution building, admittedly uneven: economies were monetised
economies and markets formed—for factors and products. Agents
such as shipping companies, railways, public utilities and banks
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 247

connected Latin America to the outside world and had a domestic


impact.
The combination of growth in world demand for Latin
American exports and accelerated technological change had profound
consequences for several export industries. Nowhere was the change
more complete than in the case of the Chilean copper industry after
the 1880s. Local capital proved incapable or unwilling to shift from a
form of production based on the rudimentary exploitation of high
grade ores employing simple techniques to one founded on a
sophisticated use of capital-intensive technology and large-scale
production necessary to extract copper from poor ores. The result was
a rapid growth in the size of the firm and the denationalisation of the
industry—a tendency that mirrored an earlier development in West
Coast nitrate extraction and presaged similar trends first in non-
ferrous metal production in the Andes and Mexico and subsequently
in oil. New technology and an increasingly discriminating foreign
market also promoted the denationalisation of the River Plate pastoral
processing industry (Hanson 1938, Fuchs 1958). Both in the
Argentine and Uruguay, though only to a lesser extent in Brazil, the
transition from low grade dried and salt beef production to modern
meat packing resulted in the early penetration and ultimate hegemony
of foreign capital. Initially, in the 1880s, the new meat freezing sector
had been pioneered by anglo-criollo capital though traditional
saladeros continued to dominate export production until the end of
the nineteenth century when the value of frozen mutton exports
exceeded that of jerked beef. But the appearance of the US meat
packers in 1907, by which time frozen beef represented one half of
the value of total meat exports, marked the end of the dominance of
domestic and British capital. Equally significant was the type of plant
that emerged. By 1914 Chilean copper mines at El Teniente and
Chuquicamata were on the way to becoming, respectively, the largest
open-cast and underground workings in the world. The Armour and
Swift meat packing plants at Buenos Aires in the 1920s bore
comparison with the Chicago operations of those firms. In short, by
the eve of the First World War Latin American capital-intensive
export processing plants were equal in scale and structure to similar
extractive and processing establishments located anywhere else in the
world.
248 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

Corresponding trends can be observed in other branches of


export production, though the results were often less clear-cut.
Accelerating world demand, coupled with innovations in refining,
meant that sugar-cane production to become a more complex and
integrated process, partly in response to the threat of protected
domestic beet production in European markets. In the Caribbean,
changes in the scale and in the organisation of production were
associated with the establishment of a dominant position by US
corporate capital. In Mexico, and more especially Peru, local (often
immigrant) capital survived alongside foreign interests, absorbing and
sustaining technological innovation in refining and the organisation
of cane growing )Albert & Greaver 1985).
Large-scale modern units were not, however, exclusive to
the export sector. By the early twentieth century some capital
intensive factories were producing for the domestic market. Technical
change in brewing, which required large sums of capital, was rapidly
absorbed in several countries during the l900s and l910s. Breweries at
Quilmes and Lomas de Zamora near Buenos Aires were reputedly
amongst the largest establishment in the world producing light beers
while the Antártica brewery in São Paulo was already established as
one of the largest corporate undertakings in Brazil, rivalled only by
Brahma in Rio de Janeiro (Suzigan 1986: 219-21, 223-5, Cerveceria
Bieckert 1960, La Epoca 1918, Padilla 1917). Equally sophisticated
and profitable were modern flour mills, like the British-financed Rio
de Janeiro Flour Mills and Granaries Company (Graham 1968: 146-9,
1966). Similar examples could be cited for economies where large
urban markets had emerged by 1914. By this date major cities were
endowed with extensive automated plant producing a range of foods
and beverages. Satisfying demand for other basic wage goods and
employing mass production techniques were branches of Alpargatas
in the Argentine and Brazil which manufactured cheap rope sandals
and shoes for the lower end of the market (Bisang, Fuchs & Kosacoff
1992: 334, Gutiérrez & Korol 1988, Suzigan 1986: 186, Graham
1968: 144-5). Textile manufacturing was also well advanced in
Mexico and Brazil on the eve of the First World War, many mills
employing large numbers of workers who tended up-to-date spinning
and weaving equipment (Suzigan 1986: 122-166, Weid & Rodrigues
Bastos 1986: 127-49, 215-33, Keremitis 1973, Haber 1989: chp. V.)
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 249

Another, much neglected, example or industrialism during the period


is provided by the repair depôts and workshops of railways and
public utilities. Initially devoted to assembly and repair, by the early
decades of the twentieth century, these units were moving from
fabrication to manufacture. Like their counterparts in the larger
textiles mills and mining enterprises, railway and utility workshops
graduated from copying imported equipment to design and
manufacture (Pinto 1903: 104-11, Dean 1969: 37, Kirsch 1977: 12,
32-3, Suzigan 1986: 234, C.M. Lewis 1993: 219-221, Birchal 1999:
175-6). Like their counterparts in the export sector, these depôts,
workshops and factories were physically large, dominated the
districts within which they were located and employed some of the
most modern processes then known. Nevertheless, these firms were
atypical. The majority of industrial firms were labour-intensive and
employed small groups of workers. These were family-owned
businesses rather than the impersonal, corporate organisations that, by
the beginning of the twentieth century, dominated most export
processing, railway and utility companies.
The Yearbook for 1882 produced by the Buenos Aires
provincial government indicated that the average number of workers
employed in industrial establishments was six, ranging from a single
hand employed in the province’s single listed distillery to an average
of 145 in the saladeros. The Third National Census, taken in 1914,
demonstrates that small rather than large units remained the dominant
feature of most branches of industry (Province de Buenos-Ayres
1883: 371, República Argentina 1916: VII/26-34). Well into the
twentieth century, Chilean industrial firms outside the mining sector
were recorded as “large”, if employing more than five workers—a
yardstick which indicates the endurance of sweatshops rather than the
emergence of modern factories. In 1914, establishments employing
less than five workers still accounted for more than one half
domestically produced manufactures in Chile, Palma 1993: 319.
Small units also characterised Peruvian industries established after
the War of the Pacific, notably foodstuffs, leather working, tobacco
and furniture making. The only exception being cotton textiles:
Peru’s mills, like those in Mexico and Brazil, were sizeable and
provided about 50 percent of home consumption by 1908 (Thorp &
Bertram 1978: 120).
250 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

The predominantly small scale of manufacturing in Latin


America has long been recognised as a strategic and structural
weakness. The prevalence of small units may have reflected an
inability to absorb new techniques and frustrated technology transfer
between and within sub-sectors. Smallness of scale would become
problematic as the cost of technology rose, increasing entry costs.
Rather than “firm flexibility”, this suggests the existence of
institutional barriers to sectoral modernisation. The adoption of
modern capitalist techniques by some firms did not result in the
speedy (or even slow) transformation of whole branches of
manufacturing. Arcane processes and units existed alongside modern:
sectors remained highly segmented. Diversity of production
techniques and plurality of organisational structure similarly inhibited
the diffusion of innovative methods of management. The
predominantly small-scale of production would also seem to signal
that Latin American industry at the beginning of the twentieth century
had not gained a Gerschenkronian dividend from relative historical
backwardness—employing imported technology and corporate
organisation to effect a quantum leap into manufacturing modernity.
Diversity of organisational structure, rather than the predominance of
small firms per se reflects yet another dichotomy, ownership. Small
businesses were overwhelmingly “national”, owned and financed by
local or immigrant, settler entrepreneurs. While some proto-
corporations were also owned by immigrant capitalists, most very
large firms were foreign-owned and registered overseas. Did the
fragmentation of the sector by ownership and registration inhibit the
formation of an industrial lobby able to project and advance sectoral
objectives? Differences of scale, technology and ownership
compartmentalised manufacturing forestalling industry-deepening
backward and forward linkage effects whereby specialist suppliers of
intermediate goods emerged in response to the growth of production
of finished manufactures. At this time, and unlike Japan, Latin
America offers few examples of a symbiotic relationship between
large-scale capital-intensive plant and small workshops (or cottage
industry).
Hence, the duality of industry has been stressed in much of
the literature on the late nineteenth and early twentieth centuries. As
indicated, the traditional characterisation is of large-scale, advance-
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 251

technology units engaged in the processing of minerals and


agricultural products for export sector while domestic manufacture
(largely of wage goods) was undertaken in small, primitive, labour-
intensive firms producing for the lower end of the market. In two
respects this stylised dichotomy may be questioned. Firstly, as has
been argued, capital intensive units were to be observed in a few lines
of domestic non-durables production. Secondly, local manufacturers
supplied a wider range of items than previously identified. Production
of industrial oils, mining machinery, and paper was an established
feature of Chilean industry by 1914 (Kirsch 1977: 25-45). A large
mix of metal products for use in the home and industry was already
being manufactured in the Argentine by the 1880s using imported bar
iron. Between 1895 and 1914 the number of workers employed in
Argentinian metallurgical industries grew from 6,000 to over 14,600,
some employed in large factories like the Vasena Foundry (Cortés
Conde & Gallo 1967: 77-8, Vázquez-Presedo 1971: 223-4, La Epoca,
Anuario La Razón 1920: 158). Both before and after the First World
War, the composition of industrial output in Uruguay was changing,
and included basic chemicals and metal products (Finch 1981: 164).
Similarly, in Brazil, metal working was well established by the
1890s, a number of companies originating in the third quarter of the
century (Suzigan 1986: 80, 82, 232-45). Here and elsewhere there
was also domestic production of chemicals (pharmaceuticals and
industrial raw materials). And, as stated, workshops and repairshops
of large public utility companies represented another area of heavy
industry, as did arms factories and government run arsenals and
dockyards. According to any definition, these were major industrial
complexes and they catered for the home market.

How is this growth and diversification of manufacturing to be


explained? For diffusionist growth theorists (old and new), it was a
function of economic openness and Latin American insertion within a
buoyant global economy that valorised domestic resources and helped
close a savings and technology gap through transfers from overseas.
Extending this argument, institutionalists would observe changes in
factor markets that reduced insecurity and discretion. Neo-
structuralists, who accept the emergence of manufacturing before the
inter-war period would highlight efficacious state action, possibly
252 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

driven by external sector instability. These explanations are not


mutually exclusive.
Many of the conditions essential for the growth of industry
emerged during cycles of export expansion. Indeed, there is now
fairly widespread agreement that manufacturing growth occurred
during the period and was export-led.

Table I: Annual Rates of Growth in GDP per capita (%)


1700-1800 1800-50 1850-1913 1913-89
Argentina 0.0 — 1.6 0.6
Brazil — 0.4 -0.4 2.4
Chile 0.4 — 2.0 1.5
Mexico 0.0 -0.7 2.0 1.5
Peru 0.1 — 1.0 1.5

Canada — — 2.3 2.1


USA 0.5 1.1 2.0 1.8
Source: Engerman & Sokoloff 1997: 270.

Table I shows that for most of the Latin American economies listed,
historically high rates of per capital growth rates were registered
during the latter part of the nineteenth century and early years of the
twentieth. This was based on export performance. For much of the
nineteenth century, the terms of trade favoured primary exporters and
the volume and value of trade in commodities grew faster than total
trade (Foreman-Peck 1995, Glade 1986, W.A. Lewis 1978). Export-
led growth brought welfare gains. Accepting that there were marked
differences in income levels within Latin America, it is
acknowledged that the Argentine and Uruguay enjoyed per capital
incomes on a par with Western Europe by 1900, if not before. Chile
boasted a level of per capital income substantially above that of
Japan. These countries held this position until well into the mid-
twentieth century ( Maddison 1991: 9).
The expansion of the foreign trade sector facilitated state and
market consolidation. Well before the end of the nineteenth century
most Latin American polities had successfully resolved problems
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 253

associated with the destabilising centrifugal forces of localism and


regionalism that had crystallised during the revolutions for
Independence. Effective insertion within the world economy resulted
in the modernisation of transport and communications that, for some,
generated order and progress. Railway construction and the laying of
telegraph lines (and indeed the professionalisation of the armed
forces) produced political stability and an environment conducive to
general economic expansion that yielded the social, legal and
institutional context within which manufacturing for domestic
consumption expanded. Primary export production was associated
with increased domestic profits, an influx of foreign capital and with
a rise in consumer demand occasioned by population growth (fuelled
by immigration) and the consolidation of a money/wage economy.
Following Dean (1969), institutionalists argue that the onset
of industrialisation correlates with periods of export growth in the late
nineteenth and early twentieth centuries, not with moments of
international crisis in the middle third of the twentieth (Haber
1997:13). The dawn of the factory age in Latin America occurred
between 1870 and 1914 (Glade 1986: 20, Wythe 1945: 8). Economic
openness, macroeconomic stability (including exchange stability) and
lightly regulated markets were “good”, for industry. As indicated
below, this approach may under-estimate the extent to which the state
acted before the 1920s (C.M.Lewis 1999, Topik 1987, Villela &
Suzigan 1975). How innovative and how convincing is the Dean
thesis? In many respects, Dean was not alone. In a slim volume,
Cortés Conde & Gallo (1967) drew attention to pre-1914 industrial
activity in the Argentine. Their work was subsequently extended by
Vázquez-Presedo (1972), who offered more evidence on the
contributions of export-led growth to the consolidation of
manufacturing before the First World War in what was then—and
would remain for many decades—the most industrialised Latin
American economy. However, it was Gallo (1970), writing in exile,
who produced the definitive account. His essay, which has not
received the full recognition that it deserves, analyses the market,
factor, and institutional contributions of a dynamic export sector to
manufacturing. Writing on Brazil, Fishlow (1972) and S. Silva (1976)
also addressed the debate, aspects of which were later repeated and
explored at greater length in Versiani & Mendonça (1977). Together
254 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

with, and independent of, Dean, these works directly set out to map
dynamic inter-action between export expansion and industrial growth.
All these works testify to the importance of market growth, touched
upon above. Quantitative and qualitative market expansion induced
changes in the composition of industrial output and the scale and
organisation of production. Earlier diffusionists and recent
institutionalists also emphasise the importance of entrepreneurial
formation, capital market organisation and the stance of the state on
money and fiscal matters.
In Brazil and the River Plate Republics, markets expanded
either as the result of the monetisation of the rural economy or due to
real increases in wages. Before 1914, employment in the export and
public sectors stimulated the growth of home demand in Chile.
European emigration to these republics and the movement of people
across national frontiers and provincial boundaries indicate a
response to differing wage levels and at least a perception that
conditions were better in some areas than others. Qualitative changes
in the composition, as well as the expansion, of aggregate demand
may be observed in the Argentine between the 1890s and 1914 (Díaz
Alejandro 1970: 40-4, Vázquez-Presedo 1971: 135-7, Cortés Conde
1979: 211-40). A breakdown of data on increases in the volume of
consumption of manufactures reveals a rising trend of domestic
supply reflected in the diversification of imports. Changes in the
structure of Argentinian import schedules before the First World War
corroborate the extent of industrial diversification. Imports of basic
consumption goods fell relatively after the 1880s while imports of
capital goods and intermediate products registered a shift towards
industrial machinery (away from transport equipment) and supplies of
fuel and industrial materials. A similar expansion in the absolute and
relative weight of imports of industrial capital goods has been
observed for Brazil and Chile (Suzigan 1986, Kirsch 1977). For
Mexico the evidence is more equivocal.
As elsewhere, in Mexico there was infrastructural
modernisation and while the volume of railway construction was
lower and more regionally concentrated than, for example, in the
Southern Cone, the greater part of the rail network was located (with
the exception of Northern mining districts) in areas of greatest
population density. Like the Argentine, Mexico enjoyed not only a
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 255

substantial degree of export diversification but also a mining sector


from which transfers of technology to domestic-orientated metal
working was possible. It was hardly surprising, then, that
manufacturing was apparently well established by 1911. Metal
working was probably more advanced than in any of the South
American states and the textile industry was second only to that of
Brazil. Yet, for Mexican manufacturers, domestic market conditions
were probably less dynamic than in the other large economies.
Although there were sharp regional differences, real wages declined
towards the end of the nineteenth century and, following recovery,
again during the last years of the porfiriato (Gómez-Galvarriato 1998:
351, 365). This index of misery is partly explained by the capital
intensive form of much activity in the export sector. More
particularly it was due to the nature of the Porfirian model which
facilitated foreign penetration and exceptionally skewed patterns of
wealth distribution. The result was a seepage of resources from
Mexico and limited domestic income spin-offs. Inter-related with
these problems was the increased cost of subsistence (which squeezed
disposable incomes in the money economy), the result of a
contraction in the supply of basic food staples as fertile land was
switched to export production. Wages were also compressed by
population growth and a large subsistence sector—a reserve army of
labour—which further depressed wage rates in the urban economy. In
these circumstances, manufacturing in Mexico, which had displayed
several positive traits ( namely a preference for limited liability, a
capacity to apply new technology and remarkable product diversity)
was probably stagnating by the early twentieth century. Global output
and sectoral rates of growth for industry peaked by 1907 and declined
thereafter. The Revolution may have been required to effect a
productivity-raising change of gear in manufacturing and initiate a
further round of accumulation and investment. The case of Mexico
suggests that export-led growth was a necessary but not always
sufficient condition for industrialisation.
While not denying the entrepreneurial behaviour of paulista
coffee growers, Dean was adamant that merchants and immigrants
constituted the backbone of the early industrial entrepeneuriat in
Brazil. This emphasis is challenged by the “Campinas school”
(Suzigan 1986: chp. I). New research on paulista fazendeiros
256 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

confirms the diffusion of entrepreneurial talent from the coffee sector


to manufacturing (Z. Cardoso de Mello 1990, Cano 1977). Having
invested in estate modernisation, railways, banks and the production
of basic rural equipment, it was hardly surprising that some
fazendeiros were diversifying into more general industrial activities
by the turn of the century. Moreover, not all rural producers investing
in manufacturing were connected with the export sector (Birchal
1999). Thus, the origin of the Brazilian industrial entrepreneuriat is
now viewed as fairly diverse. In addition to immigrant industrial
clans like the Matarazzos, traditional coffee dynasties like the Prados
also became prominent manufacturers. Colombia and Mexico offer
similar examples of diversity in the origin of industrial entrepreneurs
along with distinct regional differences in the composition of
business elites (Cerutti 1993, 1983, Dávila 1991, 1986). However,
while studies on Brazil, Colombia and Mexico applaud national and
regional entrepreneurial achievement, observing domestic as well as
immigrant contributions, the literature on other areas is less
convinced about the engagement of domestic capitalists with
manufacturing. The Chilean industrial entrepreneuriat seems to have
been largely immigrant and/or mercantile in origin (Bauer 1990,
Zeitlin 1986, Ortega 1984, 1981, Kirsch 1977). There was some
distance between the traditional agricultural and mining oligarchies
and manufacturing, certainly before the inter-war period. For the
Argentine and Uruguay, too, a continuing consensus stresses the
overwhelmingly immigrant or expatriate origin of the industrial
entrepreneuriat before the 1920s (Barbero 1990, C.M. Lewis 1987:
85-9, Guy 1982, Finch 1981: 163, Reber 1979: xx, Cornblit 1967:
641-91).
Irrespective of the origin of industrialists, recent research
suggests that manufacturers were becoming more organised by the
turn of the century and that, in some areas, the influence of the
business lobby may have been greater than previously supposed
(Acuña 1995, Ridings 1994, Schvarzer 1991, P.W. Lewis 1990,
Quiroz 1988). The proliferation of business associations and
industrial clubs may evidence both the enhanced social status and
rising confidence of manufacturers. At the very least, the
establishment of these organisations, and their growing membership,
evidences the increasing presence of industrialists and a perception of
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 257

the need to create pressure groups to defend manufacturing and


cultivate local opinion in favour of industry. Before the First World
War, bodies such as the Sociedad de Fomento Fabril in Chile, the
Sociedad Nacional de Industrias in Peru and the Unión Industrial
Argentina were recognised channels for the articulation of
manufacturer opinions. During the 1920s the Unión Industrial
Argentina and the Brazilian Associação Industrial organised
industrial expositions and mounted sophisticated campaigns in favour
of tariff reform which stressed national security and job creation,
playing upon deficiencies in these economies revealed by the First
World War and responding to fears that protection would have an
adverse effect upon the cost of living. Even if lobbying rarely
achieved the desired objective, these bodies certainly represented a
significant addition to the organisational setting.
It remains debatable whether “tariff reform”, a euphemism
for protection, provides a proxy for the influence of these business
associations. A dynamic model of tariff revision has been elaborated
for Brazil which may have a wider application. Accepting the
revenue function of import tariffs, the analysis itemises forces
necessitating an expansion of the fiscal base which could only be met
by tariff increases. Pressures for modernisation—improvement of
infrastructure and state subsidies for productive enterprises—
emanated from various quarters and were regarded as a means of
consolidating the influence of central government. Domestic
instability or foreign adventures also necessitated extra expenditure.
Exogenous shocks produced a shortfall in revenue as overseas trade
contracted, compelling a search for new sources of funds. Given
increased demands upon the fiscal resources of the state and limited
possibilities for borrowing at home or abroad, notably during periods
of financial instability, there was an inexorable tendency to modify
import duties. Revenue raising tariff increases inevitably altered
differentials between import prices and domestic production costs.
Local manufacturing responded by consolidating its share of the
home market or commenced new lines of production. These moves
enhanced the size of the pro-industry lobby which became more
effective as a result and pressed for the retention of measures initially
introduced as temporary fiscal expedients. During subsequent periods
of growth, newly enlarged manufacturing firms consolidated and
258 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

were more effectively placed to take advantage of the next revenue-


inspired increase in duties, pressing for tariff re-classification or
across-the-board surcharges. This model acknowledges the fiscal
imperative of tariff reform and offers an explanation for the cyclical
nature of tariff revisions. Moreover, where industrialists had emerged
from, for were closely connected with, the export sector, there was
often less resistance to tariff hikes (Thorp 1998: 92, Versiani 1979:
20).
There was a distinct pro-industry drift in Brazilian tariff
policy after the 1880s. Taxes upon imports accounted for
approximately 60% of Brazilian central government revenue between
the middle of the nineteenth century and the First World War, with
duties on cotton textiles accounting for a large share of this revenue
(Versiani 1979: 20). Despite the fiscal bias of the tariff, the cotton
textile industry developed apace. Similar tendencies may be observed
for other industries, for example, shoe manufacturing where home
production virtually accounted for the totality of domestic
consumption in 1914. There are several explanations for this paradox.
First, tariff codes became more sophisticated and discriminatory with
the passage of time. Relatively small adjustments to levels of duty
and the reclassification of imports reconciled the demands of an
increasingly articulate industrial lobby and the government’s need for
revenue. Secondly, the general fall in the nominal price of imports for
much of the later part of the nineteenth century actually increased the
clamour of infant industry for protection and extended the scope for
revenue raising. With a fall in the price of imports, increased duties
were required in order to maintain the price of foreign goods in the
market place. Few impecunious administrations could fail to respond
to this situation which also permitted greater flexibility in the use of
the duty free list. Machinery and necessary inputs could be placed on
the free list without jeopardising revenue. Moreover, import duties
began to bite with greater force towards the end of the nineteenth
century as various governments began to insist that obligations at the
Customs House be met in gold rather than in paper currency. The
1890 Argentinian tariff, introduced in the midst of the Baring Crisis,
reduced duties on productive machinery and equipment to 10 percent
and 5 percent while placing some items on the free list. But rates on
various finished manufactures and foodstuffs that competed with
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 259

domestic production were raised to 60 percent. All duties were


payable only in gold, a sharp reversal of the situation that prevailed in
the 1880s (Ferns 1960: 457). Brazil also raised the gold quota (the
proportion of duty to be paid in gold) repeatedly around and after the
turn of the century (Cano 1981: 149-50). Finally a number of
republics applied a customs regime that set fixed official gold values
for individual items against which prevailing rates of duty were
levied. The discrepancy between official dockside values and the
nominal prices of imports widened after the 1870s, as shipping
freights declined and manufacturers’, f.o.b. prices fell, resulting in an
increased incidence of protection.
Consistent protection from the mid-1870s onwards, whether
resulting from perspicacious tariff policies or from the vagary of
world price movements, was an important element—though not the
only factor—contributing to business confidence. Tariffs facilitated
the growth of infant industries. As customs codes evolved, becoming
more discriminatory, backward linkage effects fostered a deepening
of the industrial process as entrepreneurs vertically integrated distinct
stages of the manufacturing process or new suppliers emerged,
stimulated by a demand for industrial inputs. A good example is
provided by the Brazilian footwear industry: the industry grew during
the nineteenth century under the protective umbrella of a tariff regime
that levied high duties on finished imports. By 1907 domestic output
accounted for 96 percent of total consumption. Until the turn of the
century the industry was heavily dependent on imported inputs—of
machinery and raw materials. Because of unreliability of supply and
the variable quality of domestically tanned leather, Brazilian shoe
manufacturers imported most of their requirements from the United
States of America. Thread was also imported. Given domestic
resource availability, the industry switched to local leather suppliers
during the First World War. But as early as 1908 Brazilian shoes
were being manufactured on equipment made in the country by a
USA conglomerate, the United Shoe Manufacturing Company. The
USM Co. provided a comprehensive service to shoe producers,
leasing machines and offering maintenance contracts to leasees. The
US firm also trained operatives, supplied parts and gave advice on
installation. At this stage it was claimed that the industry no longer
required protection (Suzigan 1986: 152, 154-5).
260 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

Institutionalists would highlight other factors as of greater


significance in the emergence of successful modern manufacturing—
the reform of the commercial code (to facilitate limited liability),
increased liquidity, more institutional forms of credit in capital
markets and, possibly, monetary order. In a comparative study of the
history of capital market regulation and industrial productivity for the
textile industry, Haber shows how growth and performance of cotton
textile manufacturing firms was associated with institutional reforms
such as limited liability and the formation of credible, competitive
capital markets. Regulatory frameworks that promoted greater
transparency by requiring the holding of annual meetings of
shareholders, regular publication of balance sheets, the provision of
information on shareholding and indebtedness and so forth, helped
popularise limited liability and so deepen capital markets. Contrasting
the history of textiles firms in the USA, Brazil and Mexico, Haber
demonstrates that firms that had access to financial market exhibited
higher rates of productivity growth than those that mobilised capital
markets by traditional, kinship and community-based informal
methods. Limited liability and access to institutional credit lower
entry costs and promoted the growth of firm size. In turn, increases in
the scale and number of firms, correlates with greater competition,
efficiency and stability (Haber 1998, 1997, 1996, 1995, 1991, 1989:
chp. V, Hanley 1998). These conclusions are supported by research
on other countries which also suggests that companies enjoying
access to institutional credit, either through the stock exchange or
from banks, tended to be larger, to growth faster and were more
profitable than privately-owned firms (Barbero 1990, Guy 1982). For
institutionalists, transparency in corporations and capital markets
reduced transactions costs. The problem was that, before the 1920s,
capital markets were thin and banks, even where the banking sectors
was relatively large and competitive, tended not to provide access to
industrialists (Díaz Alejandro 1985: 2).
Changes in the external value of a currency had an impact
upon domestic incomes, directly affected the price of imports (not
least of inputs required by manufacturers) and influenced rates of
domestic inflation and the incidence of tariff protection.
Manufacturers were acutely aware of the relationship between
exchange rates and the tariff in determining levels of protection.
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 261

Industrialists knew that while tariff protection offered safeguards


against a fall in the price of imported manufactures or a rise in
domestic production costs, the exchange rate influenced both. In the
Argentinian case, fixed parities were resorted to in 1864, in the early
1880s and again in 1899 in order to prevent the appreciation of the
peso. Other things being equal, currency depreciation unless
accompanied by an exponential increase in domestic inflation gave
added bite to protective duties. There was a tendency for industrial
investment in Brazil to grow at a faster rate during periods of
exchange depreciation (and currency or credit expansion) than at
times of relative stability in exchange markets. The steady
depreciation of the Chilean peso following the decision to abandon
convertibility in 1878 is likewise argued to have been an effective
device for internalising demand and, as it was accompanied by loose
monetary policies, promoted domestic manufacture. Similar trends
have been observed for Peru and Mexico when those countries’,
currencies were based on a silver standard. Local production of silver
ensured both an expanding monetary base and a fall in the external
value of the sol and peso which secured domestic producers against
the general decline in import prices. Conversely, Peru’s access to the
Gold Standard in 1897 set the process into reverse. In the Argentine
and Brazil, manufacturers viewed with unease occasional
appreciations in the external values respectively of the peso and
milreis during the 1920s, tendencies that, it was feared, might induce
a flood of “cheap”, imports. The result was often a re-newed
campaign for tariff protection—special pleading that new
institutionalists depict variously as the special pleading of the
inefficient or of rent-seekers.
Does this means that institutionalist analyses carry more
conviction than structuralist approaches to industrial expansion
during the period? Possibly, though contemporaries argued that state
intervention ( beyond simply promoting efficient, transparent systems
of rules) mattered: foreign groups welcomed (or required)
government involvement in key areas such as railways, banking,
finance and commodity support (Thorp 1998: 93, Topik 1991: 429-
58, 1988: 128). Structuralists and dependistas may be mistaken in
arguing that industrialisation was driven by the inter-war crash. This
does not mean that externally-induced crises always had an adverse
262 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

impact on individual firms. Nineteenth-century commercial and


financial panics and the First World War can be depicted as
triggering attitudinal and policy changes and sometimes sectoral re-
structuring.
The Argentinian Asociación Industrial (later the Unión)
presented its membership as a veritable product of exogenous shock,
threatened by an ascendant policy of free trade (Chiaramonte 1971:
205). Although industry and projects to support masomething of a
vogue during the 1870s, its contribution to the national economy was
limited. As indicated, at this stage saladeros were the principal
expression of “industry”. Milling was the second most important
activity followed by a host of lesser trades directly related to the
pastoral economy, tanning, cheese manufacture, and soap- and
candle-making. These activities were principally conducted in large-
or medium-size establishments. Other manufactures, for example the
production of household metalware and ceramics as well as
papermaking and cabinet-making were undertaken mainly in small
sweat shops (Province de Buenos-Ayres 1883: 371). Most of these
firms catered for the bottom end of the market and were hardly
affected by export boom or exogenous shock. Their response to
external crisis and a decline in imports was likely to be an
augmentation of price rather than increased output. Only those firms
with access to capital were able to take advantage of the 1876 tariff
revision and import machinery to meet home demand which was in
any case faltering as the result of declining export sector incomes.
While the domestic market remained small and fragmented,
exogenous shocks would have little impact upon the long term course
of Argentinian industry. Elsewhere, however, exogenous shocks may
have resulted in a spurt to industrialisation. The Chilean response to
the crisis of 1873 undoubtedly stimulated manufacturing in the long-
run. An unwillingness to reduce the scale of public sector activities
when the foreign trade sector (and consequently government
revenues) faltered necessitated recourse to an expansionist monetary
policy and increased tariffs in an attempt to recoup state finances.
And the evidence for the First World War as a stimulant to Chilean
industrialisation is pressing (Thorp 1998: 109, Palma 1993: 319-27).
Although half the manufacturing industries operating in
Latin America by the mid 1940s were established before the 1914,
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 263

and accepting the Dean thesis, this does not imply that world war had
a universally adverse impact on manufacturing (Albert 1988, Wythe
1945: 9, 11-27). There was an import-supply shock coupled, in many
cases, with a demand stimulus. The most obvious immediate impact
of the outbreak of hostilities was dislocation in the foreign trade
sector: shortages of shipping disrupted flows of exports and imports.
However, by 1915/16 most Latin American exports had recovered
and production, especially of strategic raw materials and essential
foodstuffs, was running at levels well above those prevailing in 1914.
Buoyant export incomes produced positive market conditions for
domestic industry while competing imports virtually disappeared.
Import scarcity generated more space for local suppliers with surplus
capacity in home markets. This, coupled with the rising price of
imported consumer goods, additionally encouraged domestic
manufacture. Increased production was to be observed in most lines
of established manufacture, but especially in non-durables and
industrial goods like textile equipment, lathes, boilers, motors and
compressors. Rising indices of secondary production were achieved
as the result of a more effective utilisation of installed capacity,
usually by the introduction of a second or even a third shift.
Occasionally firms that had previously specialised in the repair of
imported machinery and equipment were encouraged to begin
manufacturing—a leap forward that required little extra capital or
expertise. Hence, domestic industrialists captured a larger share of
shrinking markets, tendencies that were particularly pronounced in
Brazil, Chile and Peru (Suzigan 1986, Thorp & Bertram 1978, Kirsch
1977).
Throughout the continent, but especially in Brazil, the First
World War increased industrial entrepreneurs’, perceptions of home
market potential and stimulated new investment. By 1917, many
businessmen were committed to extensive programmes of capital
expenditure. While investment decisions were taken before the end of
the War, rarely could projects be completed before 1918 as the
apparently paradoxical growth in Brazilian manufacturing capacity
during the post-war slump demonstrates. These programmes were
testimony to the high level of profits—from which new investment
was financed—between 1915 and the end of the War and also to the
confidence of industrial investors. That these programmes were
264 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

initiated during the period of hostilities in Europe indicates in


addition the advanced condition of the construction industry and the
availability of capital inputs. Sometimes firms embarked upon over-
ambitious investment schemes and, like the Vasena foundry in
Buenos Aires, were caught by a post-war contraction in demand and a
rising tide of imports partly explained by domestic currency
appreciation. But other firms survived until renewed expansion in the
export sector in the mid-1920s improved prospects for home
production.
Neo-structuralists are correct to caution that, while market
deepening and infrastructural modernisation may be observed during
the period of export-led growth, there are also examples of rapid
growth with little institution building and no diversification, certainly
not a shift from extensive to intensive patters of economic activity
(Thorp 1998: 88). Yet, the main thrust of the Dean thesis continues to
persuade. From these contending views, a stylised schema of
industrial growth for the period may be established. The classic
period of export led growth created the pre-conditions for
industrialisation by fostering rapid industrial expansion. Export-led
growth monetised large parts of the continent and increased the
supply of essential public goods, including railways and banks.
Export-led growth also increased the availability of key factors,
including capital, entrepreneurship and labour. As a result,
investment in manufacturing grew, closely correlated with up-swings
in the export cycle. Crisis in the external sector, however, was not
always inimical to domestic manufacture. Import scarcity enabled
modern firms to capture a larger share of smaller home markets.
These were then well-placed to take advantage of the next surge in
exports when accumulated profits could be applied to imported
capital equipment as incomes and business optimism rose. In this
conjuncture, policy mattered. Manufacturing lobbies able to sustain
tariff levels and ensure a discriminatory regime that favoured capital
goods imports were best placed to maximise the combination of
market growth and foreign exchange availability. In several
economies, following post-crises shake-outs, increases in the scale
and capital intensitivity of manufacturing can be observed (Bertola
1990, Suzigan 1986, Cano 1981, Kirsch 1977).
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 265

3. Autonomous Industrialisation
Definitions of “autonomous”, industrialisation embrace various, often
conflicting, assumptions. Some present a general progression from
export-driven industrial growth to “natural”, industrialisation as the
manufacturing sector achieved critical quantum mass and the rhythm
of industrial activity was no longer dependent on the performance of
the export sector. Thus, manufacturing became the lead-sector,
determining rates of growth and impelling structural change in the
economy at large. This form of autonomous industrialisation differed
from post-1930s import-substituting industrialisation (ISI) in that it
was not propelled by desarrollista state action. How widely observed
was autonomous, “natural”, industrialisation?
As already shown, it is impossible to construct a continental
framework of autonomous industrialisation. In a few cases, the First
World War may have occasioned a shift from industrial growth to
industrialisation. Elsewhere, the early decades of the twentieth
century saw a process of continued if uneven expansion in
manufacturing output with some qualitative developments,
principally the rise of impersonal forms of corporate organisation and
diversification of production. In yet other economies, the pace of
industrial change slackened during the 1910s and 1920s. In Brazil,
the War is sometimes presented as accelerating industrial
transformation and institutional consolidation in favour of
manufacturing. It is also confidently argued that Chile industrialised
between 1914 and 1936, namely, that industry assumed the role of
lead-sector. But there is disagreement as to whether this process
represented a progression to industrialisation per se or was due to
crisis in the export sector occasioned by the collapse of nitrate
exports at the end of the War. The Argentinian experience is usually
presented as one of sustained, if cyclical and sub-sectorally specific,
industrial expansion from the 1890s to the 1920s but not of
industrialisation: the years 1914-33 have been projected as a period of
missed opportunities, an era when the potential for “natural”,
industrialisation existed but not realised (Di Tella & Zymelman
1967). Peru’s manufacturing sector, on the other hand, witnessed
secular decline. Following years of florescent industrial activity
between 1891 and 1908, the next twenty years were ones of relapse.
Sluggish domestic demand, the negative consequences of exchange
266 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

stabilisation and reduced protection for local manufactures saw a


decline in the pace of industrial growth as imports displaced
domestically produced goods in the home market (Thorp & Bertram
1978: 112, 118-31).
Linear projections must be treated with caution. In the
Argentine, the ratios of agriculture and livestock output to
manufactured output had shifted from 2.1:1 in 1900 to 1.3:1 in 1929,
confirming that while the index of agricultural production had risen
from 29 to 117, the index for manufacturing had increased at a much
faster rate from 9 to 46 (1950 = 100). These trends indicate some
restructuring of the economy, notwithstanding the small base from
which manufacturing expanded (Díaz Alejandro 1970: 418, 420, 433-
34, 449). The late 1920s also witnessed remarkable industrial activity
in Mexico, evidencing recovery from the effects of the Revolution as
well as representing an advance upon Porfirian achievements.
Manufacturing output, which had grown by an average of 3.1 percent
per annum during the period 1901-1910, registered a decline of 0.9
percent a year from 1911 to 1921 and expanded at an average annual
rate of 3.8 percent between 1922 and 1935 (Cárdenas 1987, Solís
1970: Table III:1). Both in Mexico and Brazil, qualitative changes in
manufacturing were reflected in an increased use of electricity (only
partly explained by a switch from earlier forms of power such as
steam), particularly cheap hydro-electricity. The scale of production
also increased. Brazilian industrial output increased erratically, but
nonetheless dramatically, between 1914 and 1929. Two inter-related
developments in the areas of transport equipment, chemicals and
electrical goods point to structural change and more intensive patterns
of activity. Influenced by the greater availability of electrical power
and domestic demand expansion, the first was an increase in
productive capacity, the second, the penetration of these sub-sectors
by transnational corporate capital (Suzigan 1986, Dean 1969). Four
key trends are observable with respect to Chilean industry between
1914 and 1929 and beyond, a period of sustained if uneven
expansion. There was a change in the scale of production in favour of
larger firms; local manufacturers increased their share of the domestic
market by approximately 50 percent; there was a relative decline in
the participation current consumption goods (such as foodstuffs and
textiles) in total domestic manufactured output and an increase in the
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 267

share of consumer durables, intermediate products and capital goods


(like paper, chemicals, machinery and transport equipment);
manufacturing increased its relative participation in Gross National
Product (Palma 1993: 320-35).
Intra-sectoral diversification—identified with an expansion
of consumer durables production (featuring both the manufacture of
household articles and motor vehicle assembly), a broadening mix of
intermediate products including chemicals, and some capital goods—
occurred in most of the larger economies and several of the more
advanced second-order states like Chile and Uruguay, between the
1900s and the 1930s. Indeed, in these economies, the consolidation of
industries after 1930 is testimony to the scope of a pre-Crash
manufacturing base. Yet, it is easy to exaggerate the magnitude of
structural change in the early twentieth century, particularly the inter-
war period. A growth in manufactured output and installed industrial
capacity must be set against the continued dominance of the foreign
trade sector in many economies. Agriculture and mining often
remained the focus of activity even if industry may be projected as a
dynamic—possibly the most dynamic—sector. Against complacent
accounts depicting an inexorable progress to an industrial society
must be set more cautious interpretations which stress the limits of
industrial expansion induced by export-led growth (Thorp 1998: 87-
95, 107-20). The easy phase of export-led industrial expansion based
on the processing of rural products, the refining of minerals and the
manufacturing of basic consumer goods may have been drawing to a
close in the larger economies. That did not imply an inevitable shift
to industrial deepening, whether or not provoked by external crisis.
Industrialisation required a fundamental restructuring of the social
order. Arguably, it was in this respect that the First World War and
the global crisis was critical. Exogenous shocks highlighted the
dangers of an over dependence upon the external sector. Thus, while
it can be affirmed that prior to the 1930s there are was no systematic
preoccupation with the promotion of industrial development, this
does not mean that there were no initiatives with a view to protecting
domestic industrial activity and developing certain industries
(Versiani 1987).
If the commodity lottery influence the timing and nature of
Latin America’s engagement with the global system, it also
268 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

conditioned domestic linkages and state structure. State structure, and


the societal formations within which they were embedded, in turn
influenced the capacity of regimes to respond to challenges and
opportunities during the inter-war decades, not least in the industrial
sphere: economic policy hinges on assumptions of developmentalism
and sovereignty. If states had actively promoted economic openness
and growth during the late nineteenth and early twentieth centuries,
did states at this point consciously designed policies to promote
economic change, namely manufacturing? Perhaps it is ahistoric to
ask whether states might have been pro-active. Díaz Alejandro
observes that, drawing on the experiences of the 1920s and earlier
years, some states were “re-active” (proto-developmental) in the
1930s while others were passive (Díaz Alejandro 1984: 17-49).
Buffeted by external events and domestic forces from the 1920s to
the 1940s, the weak, dysfunctional, highly-personalised states typical
of parts of Central America, the Caribbean and the interior of South
America experienced a rotation of individuals or cliques but were
able to ignore the clamour of sporadic, inchoate domestic popular
protest, no matter how violent. However, they were unable to
construct an active policy response to crises. Perhaps there was no
need. Here there were barely economic, let alone political, markets.
Elsewhere, though often in the face of acute difficulty, states like the
Mexican, Brazilian and, possibly the Chilean, were able to internalise
conflict, demonstrating a capacity to frame an autonomous economic
programme and, over time, move from re-active to pro-active
measures. Other states, endowed with well established
institutionalised structures were able to accommodate regime change
within the existing framework while deflecting or muting protest.
Pragmatic domestic policies were accommodated within an
international economic strategy that changed little. The result, in
countries like the Argentine and Colombia, was a project that was
interventionist but not consciously developmental.
Simplistic accounts that presented the 1930 depression as
everywhere provoking regime change and promoting a new political
economy are untenable. Three phases of response to the depression
may be identified. Initial policy reactions were fairly consistent from
country to country—and consistently minimalist. Over time
objectives diverged: in some countries policy become more
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 269

developmental. With regard to state action, the first phase (c.1929-


1931/2) was event-driven, dis-jointed and orthodox. The second
phase (c.1932-1934/6) saw greater coherence and some pragmatism
in economic policy, though conditioned by lingering assumptions that
order might yet be restored to international commodity and financial
markets. In the late 1930s, a third phase is identifiable, when some
states applied projects that were clearly—and consciously—proto-
Keynesian and designed to favour the industrial sector.
Arguably, the Argentine best characterised the minimalist
and wishful-thinking that influenced state policy during the first
phase. Apart from suspending convertibility to stall a haemorrhage of
gold in December, 1929, the Yrigoyen government in Buenos Aires
adopted a do-nothing approach as the crisis developed around the turn
of the year. Most other administrations (not least those that came to
power in 1930) implemented fairly conservative measures. Taxes—
mainly import duty surcharges—were raised and attempts made to
curb expenditure. There was, too, a credit squeeze: interest rates
soared and loans were called in. Consequently, the impact of the
crisis was generalised, partly through a contraction in export sector
incomes and partly through the state sector which, also experiencing
an income crunch, pursued pro-cyclical policies. Although most
countries left the Gold Exchange Standard around 1930/31, the
measure was presented as a short-term expedient, just as it had been
in 1914. And when sterling came off gold in October, 1931,
suspension of convertibility hardly appeared radical. The military
regime, headed by General Uriburu, which seized power in
September, 1930, was pledged to return the Argentine to gold.
Having struggled to remain with gold, the Mexican government opted
for inconvertibility in July, 1931, around the same time as Chile, but
as late as 1933 was seeking to re-institute a silver standard in order to
combat monetary anarchy. Moreover, until abandoning gold, all
countries behaved in an extremely orthodox fashion: capital flight
and loss of gold reserves was accompanied by a sharp contraction in
money supply (Díaz Fuentes 1993). And if many governments were
prompt to introduce exchange controls in 1930 and 1931, this was to
correct the growing trade imbalance and (if not too late) preserve
gold reserves so as to facilitate an orderly return to convertibility at
some point in the future. This hardly constituted adventurous proto-
270 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

Keynesianism. Governments did, however, act to protect the export


sector. On assuming office, Vargas in Brazil resurrected coffee
defense, abandoned by the ousted administration of Washington Luis
in order to balance the budget and avoid inflationary pressure. In the
Argentine, concordancia governments extended the system of
commodity price support that had previously applied only to wheat.
Although the mechanisms were quite different, the objective was the
same, to preserve the viability of the export sector. The result, of
course, was to sustain aggregate demand (or at least prevent further
contractions) but this was not the prime motive at the beginning of
the decade. If there was a continental—or near continental—response
to the onset of the crisis in the early 1930s, it may be characterised as
tardy, event-responsive, rooted in the view that the global economy
was experiencing a recession rather than a depression. Hence, policy
measures were piece-meal, orthodox and largely defensive.
The second phase began around 1932/3. By this stage, the
extent of the crisis was beginning to be realised. In addition, it was no
longer regarded as a temporary disruption of the working of the
international commercial and financial order that could be tackled by
conventional methods (Love 1994: 406-7). ad hoc measures that had
gradually been applied at the beginning of the decade were now being
institutionalised. Foreign exchange was allocated according to a
schedule of priorities rather than by availability, on a first-come, first-
serve basis. “Temporary”, tariff hikes and quotas became permanent
and, by the middle of the decade, the old multilateral system was
being displaced by networks of bilateral trade regimes. These
measures now began to benefit mainly manufacturing interests. The
Argentine and Brazil were amongst the first countries to implement
“compensation”, commercial and clearing agreements with Great
Britain and Germany respectively. Yet the proliferation of bilateral
commercial and clearing agreements was hardly original when
Britain had opted for imperial preference in 1932 and in 1933 the US
dollar was devalued and the London Conference (the World
Monetary Conference) failed to reach agreement to defend the
multilateral order. This unorthodox policy shock from the centre
galvanised many Latin American administrations to action (Díaz
Alejandro 1984: 21). Moreover, while it may not have been obvious
to contemporaries, many economies were already on the road to
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 271

recovery. The depression bottom-out between 1932 and 1936.


Aggregate output was starting to grow again and, in some cases, the
volume of export production (though not necessarily the actual
volume of exports) were at or around pre-crisis levels. Perhaps this
was a measure of the success of attempts to “defend”, the export
sector and resultant domestic spin-offs. The guiding principle of this
second phase was pragmatic orthodoxy, bounded by the need to be
seen to be responsive to powerful domestic sectors, including the
industrial lobby, and competing overseas commercial and financial
interests.
The third phase may be observe by the close of the decade.
The timing of the transition may be dated as beginning around 1935-
37. Although the Cárdenas sexenio in Mexico began in 1934, the
middle years of his presidency—characterised by massive land
reform and the expropriation of foreign-owned oil companies—
proved to be the most innovative phase (Cárdenas 1994, 1987).
Similarly, the EstadoNôvo in Brazil, explicitly echoing the New Deal
in the USA, was launched in 1937 following further political turmoil
in 1936, a year when coffee prices again nose-dived. By 1937/8 it
was fairly obvious that war was coming in Europe. With the prospect
of export price recovery came the possibility of greater freedom in
economic decision-making. By the late 1930s it was also clear that
international capital markets were not going to re-open and that many
countries, not least in Europe, were breaking old rules. The
opportunity cost of unorthodoxy declined accordingly. Policy now
became more explicitly pro-manufacturing. Moreover, following
sharp externally induced price falls at the beginning of the decade and
given the growing sophistication of exchange controls mechanisms,
most governments were less anxious about the impact of “fiscal
delinquency”, and domestic inflation upon the exchange rate. By
1935 Mexico was demonetising silver and embarking on monetary
expansionism. Nacional Financiera S.A., the state development bank
established in 1934, would soon preside over a constellation of
sectoral credit agencies designed to foster domestic capital market
growth. Nevertheless, only after 1940 would NAFINSA become
thoroughly committed to the promotion of manufacturing. The
Chilean Corporación de Fomento de la Producción, set up in 1938
initially to promote regional regeneration following an earthquake in
272 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

the north, soon emerged as a fully-fledged development agency.


While there is some dispute in the Brazilianist literature, a persuasive
case is made by authors who argue that the Vargas regime only
became consciously and systematically pro-industry in 1937, when
manufacturing activities were directly targeted. Industrial
modernisation became the central objective of the Estado Nôvo
(1937-45), embracing the project to establish an integrated iron and
steel complex—Volta Redonda—and state investment in associated
areas such as mining and energy generation (Villela & Suzigan 1973,
Wirth 1970). It may be no coincidence that countries embarking on
more explicit pro-manufacturing programmes also sought to bind
urban labour to the state. In Mexico and Brazil, a regime of state-
controlled trade unions and welfare enhancement (on a modest scale
pre-figuring that of the 1946 Peronist administration in the Argentine)
dovetailed with a macroeconomic strategy in which support for
manufacturing became more explicit. Yet it would be incorrect to
characterise the over-arching policy objectives of the late 1930s as
import-substituting industrialisation. On the contrary, “economic
internalisation”, was the over-riding goal. Pro-manufacturing
initiatives were subsumed within this larger framework which may be
depicted as export-substitution (and export diversification) as much
as import-substitution.
“Economic internalisation”, was pursued almost everywhere.
The conjuncture of domestic political and economic pressures—
reinforced by external dislocation—accounts for the emphasis on
economic internalisation during the Cádenas sexenio. Closely bound
to the USA, the Mexican economy was doubly affected by economic
crisis north of the border. As US GDP contracted by around 40
percent, the depression was exported south. In addition, job-shrinkage
in the USA produced a mass return of migrant workers. Moreover, a
new round of bank failures in the USA in 1933 seemed to indicate
that the worst was not yet over. Drastic action was required.
Economic radicalism can also be explained by attempts by Cádenas
to construct a political base independent of Calle, the jefe máximo.
An emphasis on collective ejidos, mass land expropriation
accompanied by compensation payments in government bonds, credit
expansion and banking reform, investment in the social and
productive infrastructure (education, transports and electrification)
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 273

and a favourable attitude to wage demands increased aggregate


demand and mobilised capital, facilitating the formation of new
financial-industrial grupos. The state apparatus was also overhauled,
providing for more effective political management and sense of
stability (Cárdenas 1994, 1987). Modest by comparison, the
revolución en marcha launched by Liberal president Alfonso López
Pumarejo (1934-48) in Colombia echoed elements of the cardenista
programme. As in Mexico, there was to be greater tolerance of
organised labour—the rhetoric was of independent unionism—and
measures to enhance worker rights. Fiscal and credit reforms were
proposed and, in 1936, a new land law which seemed to favour the
rights of small farmers and limit latifundismo, was placed on the
statute books. Whether or not deriving from these reforms,
investment in, and production for, the domestic economy rose. In
short, there was much “learning by doing”, during this phase in many
countries and, possibly, a recovery of bureaucratic “memory”, of
action taken during earlier period of external disequilibrium (Thorp
1998: 120-3).

Table II: Exports and Industrial Growth

The Brazil Chile Colombi Mexico Peru Uruguay


Argentine a
Exports as
%GDP, 29.8 17.0 35.1 24.8 31.4 33.6 18.0
1928
Exports as
%GDP, 15.7 21.2 32.7 24.1 13.9 28.3 18.2
1938
Industrial 7.3 7.6 7.7 11.8 11.9 6.4 5.3
growth, av.
%p.a.,
1932-39

Source: Bulmer-Thomas 1994: 74, 105.

Yet, growth during the latter part of the 1930s often owed much to
the recovery of external demand. Indeed, this is suggested in Table II
which shows that, in several cases, the relative size of the export
sector in 1938 was not so different from 1928. Nevertheless, the
274 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

ability of producers to respond to external opportunities was not


unaffected by export-defence measures applied earlier in the decade.
The principal beneficiary of domestic recovery, however, even in the
Argentine where government had pursued fairly orthodox monetary
and fiscal policies throughout the period, was manufacturing. Yet
industrial growth was more the result of government policies aimed
first to promote economic stability and then a generalised recovery
than measures directly geared to the requirements of manufacturers.
Only at the very end of the period, and in only a few cases did
manufacturing rise to the top of the policy agenda. In Brazil, the
emphasis in policy language certainly bore a more “industrial”, gloss
after 1937 and influenced both commercial and foreign economic
policy. The Alessandri administration in Chile probably pursued
more consciously Keynesian and more pro-manufacturing policies
than its predecessors.
What lessons may be learnt from the history of industrial
performance during the period? Was there a phase of “autonomous”,
industrialisation? The first lesson is that the institutional setting
changed and, in many economies, changed in favour of
manufacturing. The second is that governments were becoming more
active—the new institutional setting was becoming increasingly
economically pro-active. The third lesson is that the new arrangement
was fairly successful in promoting (certainly presiding over)
economic recovery and structural change, notwithstanding
institutionalists preoccupations about state distortion of market
signals and potential for rent-seeking. Perhaps this was because
policy remained fairly pragmatic. As yet there was no ideological
commitment to forced industrialisation. Learning by doing may have
meant learning from mistakes as well as successes. Nevertheless,
arguments of growing state competence and bureaucratic outreach
can be exaggerated. As in the case of Brazil, though there may have
been the will, there was not necessarily the means, to implement
development projects (Draibe 1985: 155-6).
4. Forced Industrialisation
Arguably, it was the onset of the Second War that gave a narrower
pro-industry and import-substituting industrialisation emphasis to
policy, possibly signalling the success of industrial expansion in the
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 275

1930s. There was now a larger pro-manufacturing lobby. As


indicated above, during the latter part of the Estado Nôvo support for
heavy industry had become even more explicit. The Avila Camacho
government in Mexico, which assumed office in 1940, was both pro-
business and pro-industry. And, in 1943, the military clique that over-
turned the discredited concordancia regime in the Argentine was,
exercised by events in Brazil, determined to promote strategic, heavy
industrialisation. Moreover, by the end of the 1940s, ISI was
dignified by ideology. ECLA provided an intellectual justification for
a co-ordinated programme of forced industrialisation. And, there was
a larger base on which to build, as illustrated by Table II which shows
rapid industrial growth, if not industrialisation. Mexico and Colombia
present the highest average rates of growth of industrial output
between 1932 and 1939, though this was from a relatively small base,
particularly in the case of Colombia. Table III confirms that
manufacturing accounted for just over 6 percent of GDP in 1930 in
Colombia and 14 percent in Mexico. Although the rate of industrial
growth in Brazil was somewhat above the Argentinian figure, this
must be set against the relative sizes of the manufacturing sector in
the two countries. In 1930, the share of manufacturing in Argentinian
GDP was almost twice the Brazilian. Yet, despite high output growth
of over 7 percent per annum, the contribution of manufacturing to
Argentinian GDP was virtually the same in 1940 as in 1930.
Similarly, in the Brazilian and Chilean cases, despite annual average
rates of industrial output growth above 7 percent, the share of
manufacturing increased by only a few percentage points between
1930 and 1940—just over three percent for Brazil and not quite four
percent for Chile. Again, this suggests that policy was more effective
at internalising growth mechanisms than fostering structural change,
namely industrialisation. Indeed, for several countries listed in Table
II, the ratio of export earning to GDP was much the same in 1928 and
1938. The exceptions are the Argentine and Mexico, a divergence
which may in part be explained by the impact of a sharp fall in wheat
prices on total Argentinian exports and oil sector dislocation in
Mexico.
276 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

Table III: Share of Manufacturing in GDP (%)

The Brazil Chile Colombia Mexico LA USA


Argentine

1920 17.4
1930 22.8 11.7 7.9 6.2 14.2
1940 22.7 15.0 11.8 9.1 16.6
1950 23.7 21.2 23.1 13.5 18.3 18.7 24.7
1960 26.5 26.3 24.8 16.7 19.5 21.3 23.5
1970 28.8 28.4 27.2 17.5 22.8 25.1 24.2
1980 25.3 30.2 24.2 18.3 19.1 25.4 24.3
1990 21.6 27.9 21.7 22.1 22.8 23.4
1994 20.1 25.2 17.1 19.6 19.7
Source: Statistical Abstract of Latin America elaborated from ECLA(AC)
data.

Between 1940 and 1950, however, the contribution of manufacturing


to GDP rose remarkable in Brazil, Chile and Colombia. Respectively
around a half and a third of the relative size of Argentinian industry
in 1930, Brazilian and Chilean manufacturing contributed almost the
same share of national GDP as Argentinian manufacturing in 1950.
Between 1930 and 1950 the contribution of manufacturing to
Colombia GDP more than doubled but was still only two-thirds of the
Argentinian figure. What construction can be placed on structural
change of this order?
Cepalista analyses and prescriptions fell on fertile ground
after 1948 when the Commission was established in Santiago.
Negative views about the terms of trade encountered by commodity-
exporting economies seemed to be validated by the recent historical
experience of Latin America. The Prebisch thesis argues that
differing income elasticities of demand for primary and secondary
goods, coupled with factor market rigidities in the advanced
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 277

economies (which meant that productivity gains associated with


technological innovation did not result in lower prices for importers
of manufacturers), had locked commodity prices into a downward
spiral (Love 1994). The Second World War also confirmed structural
changes in the global economy which exacerbated the problems of
primary producers. The world economy was now centred on the
USA, a mature economy with a huge productivity advantage and a
rising propensity to export coupled with limited import requirements
reinforced by strong protectionist tendencies. The congruence of
experience and theory was a winning combination that contributed to
the rapid diffusion of ECLA developmentalism amongst policy-
making elites in Latin America. If assessments of the external
environment were negative, there were grounds for domestic
optimism. Learning-by-doing during the inter-war period and the
Second World War meant that several administrations were prepared
to embrace an even more interventionist approach. ECLA provided
both the justification and the design to do so. Post- depression
recovery, growth in manufactured output and economic and political
institution-building were interpreted as signalling state competence.
The main policy instruments associated with ECLA
developmentalism were exchange control (often manifest in multiple
exchange rates that gave preference to the manufacturing sector),
protectionism (non-tariff barriers to trade and exchange regulations
were employed in conjunction with, sometime in preference to,
discriminatory duties) and forced savings. Overvalued, but not
necessarily stable, exchange rates prevailed for much of the period
and were consistently applied to the advantage of the industrial
sector. While only Mexico managed to defend a stable exchange rate
throughout the classic period of ISI, the repeated devaluations that
occurred elsewhere hardly benefited commodity producers as
devaluations were accompanied by windfall taxes on exporters. This
was consistent with cepalista trade theory which argued that markets
for exports were not price responsive. Devaluation, windfall taxation
of exports was also consistent with the regime of exchange and
export profit “nationalisation”, and the distortion of the domestic
terms of trade in favour of the urban industrial sector. As the
principal source of foreign exchange, the export sector was
consistently squeezed by state agencies. Inflation was the main, but
278 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

not the exclusive, mechanism of forced savings. Having looted the


social insurance funds (caixas) to finance the construction of the
Volta Redonda iron and steel complex, regimes in Brazil and
elsewhere learnt to milk—politically as well as economically—the
social security system. As a growing proportion of the urban while-
and blue-collar workforce was brought within the scope of the social
insurance net and while the funds remained in surplus, they were an
important source of forced saving (Mesa-Lago 1991: 186). The most
sophisticated system of forced savings was devised in Brazil during
the miracle years, a period of relatively low inflation when all formal
sector workers were compelled to contribute to social insurance
funds, the national housing bank (its resources were used to finance
road building in Amazonia) and indexed individual savings accounts.
Coupled with social repression and income concentration,
mechanisms like inflation and social insurance ensure that by far the
greater part of investment was financed by domestic savings in
countries like Brazil (Suzigan & Villela 1997).
In addition to underlying assumptions of bureaucratic
competence implicit in the socio-economic measures identified
above, cepalista policy recommendations were also predicated on a
belief in the existence of an heroic national entrepreneuriat.
Cepalismo may have been interventionist and statist, it was not anti-
business. The role of the state was to insulate and nurture domestic
entrepreneurial talent. The state was to serve as an intermediary
between new businesses and an unfavourable environment, sheltering
firms from unfair competition and providing access to essential
inputs, not least capital and technology, and serve as a conduit for aid
from international agencies. There was also the presumption that
some countries might emerge as exporters of basic wage goods.
Drawing on the W.A. Lewis thesis of a modern, capitalist sector
developing on the basis of unlimited supplies of labour siphoned from
the “traditional”, and on the evidence of installed manufacturing
capacity and intra-regional trade in manufactures during the war, the
development of industrial exports seemed to be on the agenda.
Theoretically coherent, these expectations acknowledged that re-
structuring the Latin American economies would remain import-
dependent in the medium-term. Although they only assumed concrete
from subsequently, the market-orientation of ECLA developmen-
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 279

talism was also confirmed by projects such as regional integration


and agrarian reform. Regional integration was rooted in concepts of
efficiency and “fair”, competition. Economic integration would
facilitate the emergence of large-scale, efficient firms exposed to the
rigours of competition from producers in neighbouring countries but
still protected from unequal competition in the regional market place
by overseas conglomerated. The emphasis on agrarian reform also
reflected, among other concerns, recognition that growth and
efficiency were market-size constrained, though in this case the
emphasis was on qualitative deepening rather than quantitative
expansion.
What was the outcome? First, state planning often became
more effective, certainly more informed as the result of systematic
data collection. The Targets Plan (Plano de Metas) of the Kubitschek
presidency (1956-61) is generally reckoned to have been the first
effective experience of industrial development planning in Brazil.
Possibly it was also the first integrated strategy for economic
development, focused on industrialisation, to be implemented in Latin
America (Kaufman 1990: 125-6, Evans 1979). In Mexico, with new
fiscal and exchange policies in the early 1950s and the inauguration
of “stabilising development”, state planning became more flexible,
reflecting closer relations between the state and business sectors.
Indeed, planning became both more subtle and sophisticated at
sectoral and macro level (Cárdenas 1994, Hamilton 1982, Fernández
Hurtado 1960). It appeared that Mexico had achieved a Rostovian
“take-off” (FitzGerald 1985: 213). In the Argentine, the establishment
of the National Development Council (CONADE) may also be
interpreted as an attempt to “plan”, the economy out of stop-go cycles
though sectorally co-ordinated industrialisation (P. Lewis 1980, Díaz
Alejandro 1970). Perhaps the high-point of co-ordinated, planned
industrialisation was the radical corporate-syndicalist experiment
essayed in Peru after the 1968 golpe (FitzGerald 1983, Thorp &
Bertram 1978, Lowenthal 1975). Second, there was absolute job
growth (notwithstanding an emphasis on capital-intensive methods of
production) and diversification in the structure of manufactured
output (ECLA 1966). And, as indicated in Table III, the participation
of manufacturing in GDP rose. This suggests both welfare and
productivity gains. For workers, job security, wages and working
280 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

conditions in the modern manufacturing sector, by this stage


dominated by TNCs, were better than in traditional industries and
much better than in agriculture. Consumer durables assumed the
predominant share manufactured output in all the large- and medium-
sized economies. For virtually all of these republics rates, of growth
in value added in the manufacturing sector were higher during the
classic period of ISI (1945-72) than for the immediately preceding
and subsequent periods (Thorp 1998: 322).
Further evidence of structural change is also suggested by an
increase in manufactured exports, though the evidence may be
challenged. The value of industrial exports from Brazil rose from a
figure that, in 1955, hardly registered in the export schedule to reach
14 percent of total exports in 1970. Over the same period, the value
of manufactures exported from Mexico increased from 12 percent to
33 percent of total trade—a proportion that was not so far from that
achieved by some of the East Asian newly-industrialising countries
(NICs) a few years earlier (Gereffi 1990: 15). Positive constructions
placed upon this achievement need to be qualified by reference to the
share of exports in manufactured output and the nature of the trade.
Although manufactured exports may have accounted for a growing
proportion of total exports, manufactured exports as a share of total
industrial output remained low. In the Argentinian case, less than one
percent of total manufactured output was exported in 1960: the figure
for 1973 was 3.6 percent. Between 1960 and 1973 the share of
Chilean manufactured output exported actually fell, from 3.0 percent
to 2.5 percent. The figures for Brazil for the two years were 0.4
percent and 4.4 percent respectively; for Mexico 2.6 percent and 4.4
percent; for Colombia, in this respect the best performing economy,
0.7 and 7.5 percent, Kaufman 1990: 130. These “inward-biased”,
proportions do not bear comparison with data for East Asia. In the
1970s it became fashionable to cast further doubt on the dynamics
(and the dynamic affects) of even this modest performance. Rather
than marking increased efficiency and international competitiveness
on the part of industrial enterprises in Latin America, the growth in
manufactured exports simply reflected the “transnationalisation”, of
world trade in manufactures which was becoming intra-corporate
rather than inter-country (Jenkins 1991: 415-20, 1987: chp. V.).
However, it must be remembered that “Latin American” TNCs were
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 281

participating in this “transnationalisation” of global trade: not all


corporations were “foreign” (Bisang, Fuchs, & Kosacoff 1992, Katz
& Kosacoff 1983, Villela 1983, Díaz Alejandro 1979). While external
operations by Latin American TNCs hardly compares with that of
overseas corporations in Latin America, foreign activities by these
enterprises supports arguments both about the transnationalisation of
business and the entrepreneurial behaviour of manufacturing firms
founded by Latin American grupos.
From a “neo-liberal”, perspective, the results of classic
cepalismo are easily disparaged. Yet, it is worth repeating that the
achievements were substantial.

Table IV: Average Annual Growth Rates of Industrial Added Value

1950-74 1974-80 1980-90 1990-94


The Argentine 4.9 -0.6 -1.4 6.9
Brazil 8.7 6.7 -0.2 2.8
Chile 4.4 1.2 2.6 6.3
Colombia 6.7 4.0 2.9 3.9
Mexico 7.4 6.2 2.0 2.3
Peru 7.0 1.8 -1.9 5.6
Uruguay 2.4 4.9 -1.0 -1.3
Venezuela 7.8 5.0 1.9 1.8
Average 6.2 3.7 0.5 3.5
Source: Elaborated from Benavente, Crespi, Katz, Stumpo 1996: 57.

Table IV captures the qualitative and structural changes in


manufacturing referred to above. The increase in industrial valued
added was impressive between 1950 and 1974 and manufacturing
growth drove the productive sectors. Apart from the Argentine and
Chile, industrial growth was also substantial during the latter part of
282 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

the 1970s. Most economies realised historically high rates of


economic growth during the period. Manufacturing output grew
absolutely and relatively: there was industrial deepening and
productivity gains associated with more intensive patterns of
production and technology absorption. There were, too, major
organisational changes. Paralleling the growth in state agencies and
enhanced state competence, and possibly consistent with the rent-
seeking construction placed on forced industrialisation by some of its
critics, there was a proliferation of business organisations (Cárdenas
1994, Leopoldi 1994, Whitehead 1994, Sikkink 1991, P. Lewis 1989,
Draibe 1985, ffrench-Davis 1973, Muñoz 1968). The new
organisational setting points to the institutionalisation of state-
business relations—the emergence of the so-called triple alliance of
state, domestic and transnational corporate capitalism (Gereffi &
Wyman 1990, Hewlett & Weinert 1982, Evans 1979). Rarely stable,
the new institutional setting also witnessed substantial welfare gains
(Albala-Bertrand 1991, Maddison 1991, Urrutia 1991). The presence
of the middle classes increased, urban industrial labour became more
organised (usually closely supervised by the state) and, compatible
with industrialisation, the urban economy grew exponentially. There
was quantitative and qualitative market growth despite a deterioration
in the equality index in most countries and the growth of the informal
sector.
Nevertheless, as the process of import-substitution began to
encounter problems in the late 1950s and early 1960s, criticisms of
ECLA policy prescriptions and the analysis on which they were based
multiplied. Dependistas observed that import-substituting strategies
had resulted in distorted, dependent industrial growth which had
deepened Latin American underdevelopment and induced a new form
of dependence. Latin American manufacturing—demonstrably the
most profitable sector of the economy was unbalanced and externally
rather than domestically integrated. Production was capital-intensive
and skewed towards the manufacture of consumer durables—motor-
mechanical, electrical and pharmaceutical goods. This necessitated
the perpetuation of inequitable patterns of income distribution.
Aboveall, the sector was dominated by an oligopoly of TNCs that,
importing technology and components, financed operations on the
basis of local accumulation and siphoned profits overseas.
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 283

Nationalists, too, were antagonised by the import-dependence and


low endogenous multiplier associated with foreign dominance of the
industrial sector. Like dependistas, they lamented the inculcation of
inappropriate patterns of consumption. They were also antagonised
by crowding out of local businesses and a tendency, noted in the
latter part of the 1960s, for foreign conglomerate to escape from the
consumer durables ghetto, to which they had been confined for much
of the post-1930s decades, to penetrate the production of wage goods
(tobacco products, textiles and domestically consumed foodstuffs),
hitherto largely the preserve of locally-owned firms. Liberals (and
later neo-liberals) observed rent-seeking, a product of over-zealous
regulation, and macroeconomic instability triggered by demand
creation—monetary expansion and easy credit, notoriously reflected
in inflation and balance of payments crises. Liberals also pointed to
the misplaced pessimism of cepalismo: world trade had grown
rapidly after the 1940s and international liquidity increased after the
1950s. Yet, for liberals, the key criticism was competitive failure.
Although by the 1960s the export sector was no longer the prime
generator of savings in most Latin American economies, exports
remained the principal earner of foreign exchange: domestic
manufacture had failed to service its import needs.
Some of these criticisms own much ideology and hindsight
and little to constructive criticism based on an appreciation of
original, “authentic”, cepalista strategy. Problems of outcome may be
due more to selective application rather than theory per se: the
difficulty lay with the cepalistas not cepalismo ( Sunkel 1993). Díaz
Alejandro shows that, in several branches of manufacturing in the
Argentine, there was little growth in the share of apparent
consumption captured domestic producers between the 1920s and
1950. Already by the inter-war period, local firms were supplying the
greater share of the market in the production of basic commodities
such as ceramics, clothing, publishing and printing, paper, and
tobacco. Indeed, by the onset of the Depression, domestic firms
already held almost half the market for manufactures. The way
forward lay in vertical industrial integration or production for export.
What occurred, however, was horizontal diversification—the
production of more of the same for a highly protected home market
(Díaz Alejandro 1970: 220-54). At mid-century, import-substitution
284 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

beginning with the manufacture of wage goods was only viable for
any length of time in economies, as illustrated in Table III, where the
contribution of manufacturing remained low until the 1940s.
Elsewhere export-led industrial growth or autonomous industrial
expansion had already eroded this option. These gains—and costs—
under-score the importance of institutions and getting institutions
“right”. Industrialisation of the order of magnitude observed during
the period of forced, inward-looking development is inconceivable
without state action. While, in the 1980s and 1990s it becomes
fashionable to criticise the “closed-economy model”, essayed in Latin
America, offering East Asia as a proxy, most comparisons are
ahistoric (Mesquita Moreira 1995, Chang 1994, Jenkins 1991, Wade
1990, Gereffi & Wyman 1990, Naya el al 1989, Mundlak et al 1989).
The domestic and global environments confronting the soon-to-be
applauded NICs of East Asia in the 1950s, 1960s and 1970 were quite
different from those encountered by Latin America. The literature
that devotes considerable attention to the performance and structure
of the industrial sector in East Asia and draws adverse contrasts with
Latin America in the post-Second World War period misses two
critical points: the scale of external assistance (soft aid and
commercial preference) available to some insular and peninsular
Asian economies during the Cold War and the institutional shock
associated with defeat and occupation (or liberation) in the Pacific
War. This does not mean that Latin American countries would not
have benefited from thorough-going agrarian reform, substantial
social and economic investment, particularly in education and
transport), flexibility in policy application (pecially tariff protection
which could have been more selective and contained phase-out
provisions) and greater state efficiency (not least fiscal reform and
cohesion within the state sector).
5. Industry and the Quest for Macroeconomic Stability
Undeniably, the ISI model was running out of steam. Institutional
stress was marked by a lurch towards authoritarianism and a re-
ordering of “executive groups”, in several countries. Arguably, this
was accompanied by a prioritising of macroeconomic stability (or
economic co-ordination) above industrialisation. Rates of growth in
valued added in the industrial sector certainly declined after the early
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 285

1970s in many countries (Benavente at al 1996: 57). (See Table IV).


The connexions between neo-authoritarianism and international
liquidity in the 1970s remains a matter of conjecture. Regimes
pursuing neo-liberal and neo-structural strategies borrowed
extensively and promoted export growth. De-industrialisation in the
Southern Cone republics meant a resurgence of traditional exports or
a diversifying mix of commodities. Further north there was an erratic
growth in the participation of manufactures in exports. To what
extent this was a direct response to policy or a “natural”, outcome of
structural development can be questioned. Less open to interpretive
debate is the sharp contraction in manufactured output and exports in
countries like Chile and the Argentine following abrupt opening of
the economy. It is also clear that, with the debt crisis of the 1980s and
the failure of heterodox stabilisation programmes—classically the
plan austral and plano cruzado—in the 1980s, the ground was
prepared for the hegemony of neo-liberalism in the 1990s.
Associated with the lurch from a “consumptionist”, to an
“accumulationist”, model, investment rates rose virtually across the
continent during the 1970s (Thorp 1998: 210). In Brazil, annual
average investment rates in the 1970s were over five percentage
points higher than in the 1960s and industrial growth rates over 2.5
percentage points greater (Bear & Paiva 1993: 72). In the Argentine,
between 1976 and 1980 capital formation as a proportion of GDP
also rose, averaging around 22 percent (McComb & Zarazaga 1993:
156). Rising investment rates were underwritten, particularly in the
Southern Cone, by massive wage compression and foreign
borrowing. Wage compression assisted accumulation and reduced
production costs. Moreover, by reducing domestic production costs
and demand, wage compression made a double contribution to global
re-insertion, namely international competitiveness and export
availability. And, in those economies where wage compression was
associated with the neo-liberal paradigm, it partly explains de-
industrialisation. Macroeconomic economic efficiency was no longer
to be conflated with productivity gains in manufacturing.
Support for heterodoxy in the 1980s can be explained by the
domestic political and international economic contexts in which it
was applied. Looking back to orthodox stabilisation packages of the
1950s and 1960s, promoted by the IMF, and neo-liberal measures of
286 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

the 1970s, proponents of heterodoxy saw that reducing state


expenditure (not least by cutting subsidies to consumers and
producers) and charging real prices for services, factors and foreign
exchange had induced recession. This had provoked violent protest
and reduced the political will to pursue the package to a logical
conclusion (Frenkel & O’Donnell 1994). Neither were attractive
propositions for new, democratic governments or authoritarian
regimes attempting to open a dialogue with civilian politicians,
particularly given renewed anxiety about domestic industrial capacity
in an unstable, debt-ridden global economy (Machinea 1993).
Consequently, the task that heterodox policy-makers set themselves
was stabilisation with growth and industrial recovery rather than
stability through recession. Heterodoxy was heterodox, rather than
unorthodox, because,
a. it accepted the need for stabilisation (a proposition advanced by
orthodox analysts but challenged by structuralists) while
questioning traditional, orthodox explanations for the causes of
inflation,
b. because of a desire to “grow”, the economy out of inflation—a
stance closer to structuralist precepts.
Heterodoxy challenged the prevailing duopoly of the causes of
inflation maintained by the orthodox and structuralists positions:
namely, the respective propositions that inflation was caused by
excess demand or supplyside constraints. Acknowledging that these
analyses had some validity in the past, proponents of heterodoxy
argued that by the 1970s and 1980s, after several decades of inflation,
inertial mechanisms and expectations were the principal factors
driving inflation. Hence the need for new solutions: old remedies
would not work. Shock measures were required to effect an
attitudinal change; growth without inflation was necessary to cement
an anti-inflation alliance.
There were lessons to be learnt from the initial success and
ultimate failure of heterodox stabilisation. First, as with stabilisation
in the 1990s, the return of confidence did not trigger an up-surge in
savings, as policy-makers assumed, but a consumption splurge which
strained both domestic productive capacity and the reserve position.
This problem was more acute in Brazil where there was less slack in
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 287

the system. Neo-liberal reformers of the 1990s were thus made aware
of the need to strengthen the reserve position in advance of
stabilisation. Substantial reserves facilitated both investment in
productive capacity in the medium-term and an “import cushion”, in
the short-term to dampen the inflationary pressure associated with a
surge in demand. This said, planners in the 1990s found it much
easier to accumulate reserves than their predecessors in the 1980s
when recession weakened commodity prices and international capital
markets were depressed by debt overhang and, manifest, a
pronounced anti-Latin American bias. The second lesson learnt from
the failures of the 1980s by later policy-makers was the need to take
prompt action to resolve the fiscal deficit. Regimes applying
heterodox policies in the 1980s were more concerned with the
political and social deficits than the fiscal position and looked to
expand social and economic investment. Perhaps, by the 1990s,
earlier failures had induced greater realism or tolerance on the part of
electorates. Moreover, the worse of the debt crisis was over by the
1990s and the international financial system had patently not
collapsed. The inter-governmental agencies and private banks
adopted a more relaxed attitude to debt and were anxious become
involved in debt re-structuring and privatisation deals.
In many respects, the debt/loan crisis was the defining
moment in contemporary Latin American economic policy-making,
not least as regards industrial strategy. It also re-shaped the real
economy. Various stages in the evolution of the crisis—and solutions
to it—may be identified. First, with the balance of trade crisis
provoked by the first oil shock in the early 1970s, all Latin American
countries (with the obvious exception of oil exporters) borrowed
extensively to cover import requirements. While re-cycling petro-
dollars to Latin America was essential for the banks, and benefited
also oil-importing developed economies who hoped to cover their
own increased oil bill by exporting to Latin America, increasing
primary product prices, rising on the coattails of a succession of oil
price hikes appeared to strengthen the creditworthiness of Latin
American borrowers. A generalised rise in world commodity prices
was seized upon by those who had questioned ECLA pessimism
about a secular decline in the price of primary exports. Here was
evidence of a cyclical, not a trend, pattern. Banks also convinced
288 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

themselves that the authoritarian regimes then in power in many


countries could be relied upon to take the necessary measures to
ensure debt service. Second, by the latter part of the 1970s, some
countries started to borrow in order to invest in export expansion or
import saving—strategies that connected with a re-focusing upon the
manufacturing sector in a number of economies. Industrial deepening
and export-orientated industrialisation were back on the policy menu.
Mexico borrowed heavily to re-enter the oil export business as did
some Andean producers while others attempted to promote import-
substituting oil production. Venezuela sought to seed industry with
windfall oil profits. Brazil invested in domestic energy substitutes and
export enhancing infrastructure and manufacturing (intermediate,
capital and high-tech sub-sectors were particularly targeted): like the
Targets Plan of the late 1950s, the Second National Development
Plan (1974-79) sought to connect industrial expansion and
diversification with macro-development strategy. Nevertheless, much
new debt continued to be accumulated to finance current
consumption. All countries, the semi-virtuous as well as the
profligate, were caught in the loan trap of the late 1970s associated
with the second oil price hike. The third phase saw Latin America
borrowing mushroom to cover interest payments on old debt.
Between the late 1970s and the early 1980s levels of indebtedness
doubled not due to new, productive investment but simply to service
existing loans. Latin America drifted into the debt crisis in a
conspiracy of silence maintained by the generals and the bankers. The
phase of debt-led growth was unravelling. The result of “loose”,
lending/borrowing would only emerge subsequently. In many cases,
international liquidity had allowed economies to defer restructuring—
underlying structural weaknesses had been masked rather than
resolved. In other cases, and notwithstanding errors of judgement by
official and corporate policy-makers, productive capacity had
increased and bottlenecks eased.
During the 1980s it is again possible to identify three phases:
another period of “do-nothing”, at the beginning of the decade; a false
promise of radicalism in the mid-1980s; and the switch into neo-
liberal panaceas at the end of the decade. The complacency of “do-
nothing”, was ruptured by the events of 1982—the invasion of the
Falklands Islands by the Argentinian military regime and the
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 289

Mexican moratorium. For much of the middle third of the decade, the
crisis was internationalised and institutionalised. Private bank lending
virtually dried up and inter-governmental organisation such as the
IMF and the IBRD became virtually the sole providers of new
money, though on condition that all debts were honoured. In the
Chilean case, this meant the “nationalisation”, of private liabilities to
the international banks and, as domestic institutions collapsed, the re-
nationalisation of significant segments of the economy ( E. Silva
1996, Whitehead 1979). In the Argentine, as in Chile, financial and
banking crisis at the beginning of the decade also resulted in the
bankruptcy of swathes of manufacturing firms (Frenkel & Fannelli
1990). However, if the debt shock of the early 1980s provoked
bankruptcy and “re-statisation”, in the manufacturing sectors in the
Argentine and Chile, in Mexico the immediate affect was state retreat
and privatisation, notably in finance and manufacturing, though the
first phase (1983-88) was largely confined to small- and medium-size
public enterprises (Cárdenas 1996, Mexico 1992: 15). For Brazil, the
early 1980s witnessed the virtual abandonment of indicative planning
and “organised”, industrial growth. The Third National Development
Plan ( 1980-85) was never implemented and no industrial policy
guidelines were issued. However, by 1984 manufacturing industry
had been “adjusted”, by the market/crisis (Suzigan & Villela, 1997:
54, 58).
Virtually across the continent, domestic recession
underwrote export growth, much of which derived from productive
capacity expansion in the latter part of the 1970s. In the period 1982-
87 savings rates rose significantly (or were broadly maintained) in
comparison to the years around the turn of the decade but domestic
investment rates contracted sharply in the face of the reduction in
overseas borrowing and the export of savings. With massive balance
of trade surpluses generated by export growth and import constrain
and currency depreciation, inflationary pressure mounted. The policy
rhetoric may have been radical (threats of the declaration of
moratoria, capping debt service and the formation of a debtors’, cartel
and, in some economies, experiment with heterodox stabilisation), the
reality of external economic policy was orthodoxy by default—and
stagflation. But, by the end of the decade, solution was in sight.
International interest rates were beginning to fall. The developed
290 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

economies were recovering and the collapse of communism in


Europe produced renewed confidence in the viability of welfare
capitalism.
From the perspective of the late 1990s, the hegemony of
neo-liberal strategies can be confirmed. Its origins can also be dated
with a degree of precision. As indicated above, the ascendancy of
neo-liberalism was not unchallenged nor unilinear. If neo-liberalism
first assumed many of its current characteristics in the Southern Cone
in the early/mid 1970s, it was not unchallenged. Even in Chile, there
was opposition within the regime and the shift from stabilisation and
renewed growth to profound structural change was by no means
inevitable ( or automatic) as the events of 1983-85 indicate. In the
Argentine, structuralist nationalism and neo-structuralism remained
viable alternative until the beginning of the 1990s. Brazil, which
remained a closed economy until well into the 1990s, offered a
compelling examine of an economy which—at times successfully—
attempted global re-insertion without economic openness. Similarly,
Mexico in the 1970s sought international re-insertion without
domestic reform and, in the 1980s, provides examples of policy
discontinuity—oscillated between packages of measures that may be
described as neo-liberalism or neo-structuralism or an amalgam of
both.
Arguably, Bolivia has been the most consistent adherent to
the new orthodoxy, embarking on this course in the mid 1980s,
following a succession of failed semi-heterodox stabilisation
packages between 1982 and 1985. The shift to neo-liberalism was
also driven by inter-governmental agency debt assistance (and a
degree of US generosity) in the case of Costa Rica. The trend slowly
consolidated in the latter part of the decade though as early as 1982
Costa Rica was being applauded by the Inter-American Development
Bank for its introduction of social security reforms, the second
country after Chile to do so. Surprisingly, the timing of Chile’s
adoption of structural reform is not uncontensious. Around this time
Chile moved to apply the “second stage”, of neo-liberal re-
structuring. If monetarism applied by the “Chicago boys”, who
virtually monopolised economic decision-making between 1974 and
1982, stabilised the economy, it was at the expense of an over-valued
exchange rate and growing (private) external indebtedness and a
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 291

severe, long depression which bore many of the hallmarks of


stagflation. Moreover, as in the Argentine during the near
contemporary proceso period, the monetarist drive to shrink the state
sector was met by resistance from the military who refused to
countenance the privatisation of state assets continued to be strategic,
usually those industrial corporations directly controlled by the armed
forces themselves. In a clash of interest between monetarist
ideologues and vested interests, the armed forces were victorious.
The 1982/3 shock—economic collapse, re-nationalisation (the state
had to bailout the banking sector), political protest and renewed
repression—demonstrated that stability of itself would not produce
structural change and, also, that growth did not dent poverty. The
much vaunted Chilean model, of growth, macroeconomics stability
and structural development dates from 1985/6 rather than 1973/4.
When did Mexico embark on the road to neo-liberalism? Towards the
end of 1982 when the in-coming De la Madrid administration
inherited the chaos of the López Portillo regime ( which culminated
in devaluation and domestic bank nationalisation) and roundly
denounced fiscal and financial populism? If so, there was much back-
sliding. Nevertheless, during the De La Madrid sexenio Mexico
acceded to the GATT, which implied the abandonment of
protectionism. The “victory”, of Salinas de Gortari, held to be the
architect of the De la Madrid economic strategy, in the 1988
presidential elections appeared to confirm the trend. The centrepiece
of the second half of the Salinas administration was the free trade
treaty—the NAFTA—signed with the USA ( and Canada) in 1993, an
arrangement assumed to confer particular advantages on
manufacturing. Economic opening—and privatisation—may have
been on the economic agenda in the Argentine in the mid-1970s and
again in the mid-1980s but were only thoroughly effected in the latter
parts of the first Menem administration, after sharp lurches towards
neo-structuralism in the late 1980s. There is little evidence of support
for thorough-going neo-liberalism in the “business-populist”, alliance
represented in the first Menem cabinets of 1989/90. In Peru, support
for neo-liberalism coalesced in the 1990 presidential election. The
out-going Alan García administration (1985-90) had experimented
with heterodoxy and “statist collectivism”. As the electoral campaign
got under-way the country experienced hyperinflation. The favoured
292 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

candidate, Mário Vargas Llosa who won on the first round, advocated
a transparently neo-liberal economic strategy, while the candidate
who obtained victory on the run-off, Alberto Fujimori, actually
implemented a programme of “populist-monetarism”. For Brazil, the
passage to neo-liberalism was even slower and more indecisive than
for the Argentine and is associated with the programme lunched in
the 1990s by Fernando Henrique Cardoso, first as Minister of the
Economy and subsequently president (Thorp 1998, ffrench-Davis,
Palma & Muñoz 1994).
What was the impact of domestic and external instability on
industrial activity in Latin America during the 1970s and 1980s.
Some of the affects have already been implied above. Rapid
expansion in the 1970s coupled with contraction in the 1980s
triggered bankruptcy. The results were changes in ownership and
scale. The privatisation of state enterprises in the 1990s has furthered
these processes. This has not always meant de-nationalisation. Many
of the beneficiaries of privatisation have been domestic groups
previously associated with state corporations, often as suppliers or
purchasers. This was particularly the case in the Argentine, Chile and
Mexico. Elsewhere, former public sector firms have been purchased
by consortia with a substantial domestic participation, an arrangement
that signals the return of flight capital. Between 1970 and 1990,
although the share on manufacturing in GDP contracted sharply, the
output of intermediate products grew steadily. Consequently, the
share of intermediate goods in total Argentinian industrial output
grew by around 50 percent. During the same period, the participation
of categories such as machinery and equipment and textiles fell.
Towards the end of the 1980s and at the beginning of the 1990s there
was some recovery in the production on consumer durables and
equipment, particularly agricultural machinery (Kosacoff 1993: 28-
31, 67). Unsurprisingly, there were efficiency gains in areas such as
petro-chemicals and basic metals, driven by investment and scale
changes, while there was little new investment in the motor-
mechanical and textile sub-sectors, Kosacoff & Azpiazu 1989.
Consequently, during the latter part of the 1980s and for much of the
1990s, the structure of Argentinian industrial output has tended to
shift towards basic and intermediate goods production. Across the
sector, large firms—TNCs and domestic holding companies (grandes
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 293

groups económicos)—strengthened their grip on manufacturing. The


situation was not dis-similar in Chile, though domestic groups
maintained a higher profile in the manufacturing sector (E. Silva
1996). For a large part of the 1980s, both development strategy and
industrial planning lost much of their former consistency in Brazil.
The period was a “lost decade”, in terms of industrial strategy: ad hoc
macroeconomic adjustment programmes and stabilisation plans
predominated, leaving little room for industrial policy (Suzigan &
Villela 1997: 49). Nevertheless, the index of industrial output
recovered strongly in the latter part of the 1980s, rising faster than
GDP. With stabilisation in the early 1990s, industrial output again
began to grow, though now lagging somewhat behind GDP.
However, during both period, the capital goods and durables sectors
exhibited particularly strong growth (Suzigan & Villela 1997: 197,
201-2). In these and other sectors there were substantial productivity
gains, usually associated with mergers and amalgamations that
reduced structural heterogeneity in the manufacturing sector. During
the 1980s, the index of Brazilian export prices fell in relation to world
prices in various sub-sectors. Competitive gains were prominent in
the intermediate goods sectors, though rather less so in some
branches of durables and wage goods (Coutinho & Ferraz 1994: 249-
259). Market limits and domestic recession in the 1980s also under-
pinned the growth in manufactured exports and, as in earlier periods,
overseas investment by domestic firms (Bisang, Fuchs & Kosacoff
1992: 330, Kosacoff 1983: 195-6, Villela 1983: 236). For enterprises
based in Mexico, the NAFTA provided an institutional incentive both
to export and invest out of domestic recession (Pastor & Wise 1994).
Do these developments signal increased international
competitiveness? Possibly, though even for Brazil and Mexico,
countries with the most dynamic industrial sectors, there is no
evidence of a closing of the productivity “gap”, with the USA during
the 1980s and early 1990, notwithstanding substantial absolute
general improvements. Quite the contrary: manufacturing shows no
catch-up with the USA (Hofman & Mulder 1998: 94). This is a
telling criticism for neo-institutionalists. Notwithstanding the huge
policy focus on the industrial sector and substantial improvements in
total factor productivity in general, there has been no narrowing of
294 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

the relative manufacturing productivity gap with the most advanced


industrial economies.
Perhaps surprisingly, there was a resurgence of industrial
strategising in the larger and middle-ranking Latin American
economies in the 1990s. This raises the issue of whether or not
business lobbies are becoming more influential. During periods of
shock tactics in the 1970s and 1980s, official economic teams
successfully sought to isolate themselved from pressure groups.
Certainly the Argentinian business sector felt “neglected”, at various
points in the 1970s and 1980s and relations between the Brazilian and
Chilean military regimes of the 1980s and respective national
industrial lobbies was often far from cordial (E. Silva 1996, Acuña
1995, Pastor & Wise 1994, Machinea 1993, Selcher 1986, Cardoso
1971). Neverthless, for some authors, regimes applying neo-liberal
programmes have been the first to devise sophisticated pro-
manufacturing strategies which connect macroeconomic adjustment
and micro mechanisms. In short, there are now policies that address
the needs of individual industrial firms. These include policies aimed
at small- and medium-sized businesses, fiscal and banking reform,
labour flexibilisation and privatisation (Kosacoff 1996, Ferraz,
Kupfer & Haguenaur 1995, Coutinho & Ferraz 1994, Sklair 1989).
Through the early 1990s, governments in several countries were
becoming alarmed at sluggish job growth in the face of economy
recovery. This phenomenon was hardly surprising. If amalgamation
and investment were driving an increase productivity and
competitiveness in various branches of manufacturing, it was to be
expected that output growth would no longer be accompanied by a
similar expansion in employment. Small- and medium-size firms
were identified both as a major source of job creation and as a sector
that had previously lay beyond the horizon of official industrial
policy that had focused largely on large corporations. Big business
had certainly been the principal beneficiary of state action. Support—
in terms rule simplification, training and technical assistance—for
small- and medium-size companies also connects with regional
integration strategy, especially in the MERCOSUR/L. There is scope
for cross border co-operation, especially in frontier areas and, lacking
the experience and global perspectives of large corporations, intra-
regional trade can provide these firms with an opportunity to test
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 295

products in overseas markets. For small- and medium-firms, intra-


regional trade could be a first step in global sales (Gatto 1995: 160-
62). Indeed, for many industrialists, the MERCOSUR/L is depicted as
a mechanism for global insertion. Mexican industrial strategy and
business behaviour (not simply as regards the maquilas) is also being
shaped by the NAFTA (Pastor & Wise 1994). Can these measures be
depicted as the first truly industrial/business initiatives that address
the fundamental issues of efficiency and international competitivity at
firm level? Does such state action fit with both institutionalist and
neo-structuralist prescriptions? Neo-liberals and new institutionalists
emphasise that in order to foster growth, systems of rules must be
“known”, and “understood”—they must be credible and transparent.
Neo-structuralists stress effective delivery and policy outcome. For
business Mexico and official Mexico, the NAFTA implies a need to
be seen to be conforming with international standards established by
a negotiated commercial regime that is policed by external agencies,
including financial, business and labour organisations in the USA. In
the Argentine, the straightjacket represented by the Convertibility
Plan has resulted in both state retreat from the market and policy
“simplification”—fiscal and social charges on business have been
reduced in order to ease the burden of an over-valued exchange rate
while the commercial code, financial regulations and labour
legislation are gradually being modified with the object of ensuring
that business, notably the manufacturing sector, becomes more
efficient. Brazil continues to grapple with a problem that has
confronted the country since the 1930s. From the late 1930s onward,
virtually all regimes in Brazil have adopted a pro-industrialisation
stance. The debate has been whether to promote industrialisation
within an “open”, or “closed”, context and about how best to
stimulate manufacturing, that is, macroeconomic management
strategy or specific, firm-friendly policies. The current focus is on
openness and, possibly in response to the strength of the business
lobbies, micro programmes.

Conclusion
According to any definition, by the beginning of the new millennium
Latin America is largely a continent of industrialised, urban
296 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

economies. Modern units dominate the manufacturing sector and


many industrial firms are exposed to the rigours of international
competition. Could the post-1970s industrial expansion of countries
like Brazil and Mexico have been possible without the manufacturing
platform established during the classic age of import-substituting
industrialisation between c.1945 and 1972/3? Could productivity
gains have been accomplished without sympathetic state action? It
seems unlikely. But when did the major rupture occur? With the
advantage of new empirical research and the further development of
theory, it is clear that a major break occurred in the 1880s, not in
1929/30, nor at Independence. There is little evidence that the obrajes
or artisan-”manufacturers”, were capable of making the salto to
modern industry, though not necessarily for the want of trying. The
institutions were simply not in place. Markets were shallow and
factors scarce. Moreover, markets may have been an essential
requirement for industrial growth but their existence did not
guarantee an inevitable progress towards industrialisation. That
required both capital availability, entrepreneurial commitment and an
environment that made it rational to invest long rather than favour
liquidity. Yet, if the evidence in favour of export-led industrial
growth in the late nineteenth and early twentieth centuries is
compelling, this is not to say that such a course was the only
possibility nor that manufacturing would have continued to expand
after the 1940s, during the long post-War boom, had the Latin
American economies remained “open”.
An interesting feature of the literature on manufacturing in
Latin America is the way that the geographical and chronological
focus—as well as the content—of the debate has shifted. The
discussion about proto-industrialisation ( and the de-industrialisation
of free trade) is largely confined to Mexico and some Andean
regions. Southern South America and, to a lesser extent, Mexico
figure prominently in accounts of export-led industrial growth. While
inward-directed, import-substituting industrialisation may have
occurred virtually everywhere, certainly among the large- and
medium-size economies, the debate about industrial policy is
particularly rich for Brazil and Mexico. This indicates that the
controversy about the “what” (rather than the “how”) continues: did
states or markets make manufacturing? What was the cost of
INDUSTRY AND INDUSTRIALISATION IN LATIN AMERICA 297

protectionism and interventionism? What would have been to price of


limited state action?
Historical evidence points to the rapid growth of industry
during period of openness in around the turn of the nineteenth century
and towards the end of the twentieth. This does not mean that
industrialisation was everywhere possible without state action. This
begs the issue of whether industrialisation equates with development.
The key point, however, is that there was a groundswell in favour of
forced industrialisation in many countries by the inter-war period.
The “pro-industrial alliance”, embraced many segments of society,
just as there had been fairly broad support for modulated liberal
economics in several areas at the beginning of the twentieth century
(and even earlier in the Southern Cone) and electoral support for neo-
liberal programmes at the end of it. Moreover, the global economy
was not always dynamic or buoyant. World trade may have grown
rapidly in value and volume from the 1840s to the 1900s and from the
1940s to the 1970s. It did not at the beginning of the nineteenth
century nor during the inter-war period. In addition, there was
increasing systemic volatility towards the end of both periods of rapid
growth in world trade. Old institutionalists would also accept that
there is more than one route to industrialisation, that conditions
changed after the appearance of the first industrialised economy and
that agencies—banks, corporations and states—have an important
role to play in late (or very late) industrialising economies.
298 COLIN M. LEWIS / WILSON SUZIGAN

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