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Depresión primaria y depresión secundaria. Depresión endógena y exógena-


psicógena, niveles de depresión. Subtipos de depresión mayor (con síntomas
catatónicos, melancólicos y atípicos). Depresión crónica y depresión
enmascarada.

Depresión primaria y secundaria

En el capítulo anterior nos hemos referido a la división diagnóstica primordial entre la


depresión primaria y la secundaria. Nos extenderemos ahora un poco más en conceptualizar
las características particulares de la denominada depresión secundaria. Al referirnos a ella
debemos tener en presente que la depresión como afecto, estado de ánimo o síndrome,
puede acompañar o seguir a casi todas las enfermedades médicas o psiquiátricas.
También puede ser la consecuencia de alteraciones bioquímicas temporales, como los
efectos de ciertos fármacos, la utilización de alcohol, el cansancio, la falta prolongada de
sueño y la nutrición incorrecta. Los síntomas y la fenomenología de las depresiones
secundarias son similares, si no idénticos, a los niveles de depresión primaria. Los cambios
cognitivos, afectivos, de motivación y vegetativos pueden dominar el panorama clínico, a
solas o en combinación, y la depresión secundaria puede parecer una depresión
neurótica/reactiva, endógena o crónica tanto en su severidad como en su curso. La
presencia de una enfermedad primaria médica o psiquiátrica, de una alteración bioquímica
o de una historia de al menos uno de estos precursores es, por tanto, necesaria para
establecer un diagnóstico de depresión secundaria.
Algunas depresiones secundarias pueden estar clínica y conceptualmente relacionadas con
el grupo de las depresiones neurótico/reactivas y podrían denominarse, con más propiedad,
depresiones psicógenas secundarias. Estas depresiones secundarias parecen una
consecuencia de la reacción del paciente a, o de la valoración de, su enfermedad. Por
ejemplo, el paciente que ha perdido su capacidad física a causa de un accidente, o que se ha
desfigurado a raíz de un accidente, puede responder a estos cambios con las cogniciones
típicas de la depresión neurótica, provocando, por tanto, el estado de ánimo y las conductas
propias de la depresión. En esencia, la enfermedad o el problema físico se convierten en el
precipitante de la depresión. Otras depresiones secundarias pueden ser puramente
endógenas, en el sentido de que han sido causadas por procesos bioquímicos asociados a un
proceso inicial de la enfermedad. Probablemente, muchas depresiones están mezcladas en
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lo que respecta a las causas reactivas y endógenas. Un trastorno hormonal o neurológico,


que produce biológicamente unos síntomas depresivos secundarios, puede provocar en el
paciente una respuesta psicológica tanto a la enfermedad original como al trastorno
resultante. Esta respuesta puede exacerbar la depresión si se encuentra entre los parámetros
de valoración y cognición depresivas, añadiendo con eficacia un elemento reactivo a la
depresión secundaria que tuvo su origen en un proceso endógeno.

Clasificación de los tipos y niveles de depresión

Los síntomas depresivos difieren de una persona a otra en intensidad, gravedad,


envergadura y configuración. Sin embargo, cualquier revisión histórica sobre los intentos
de denominación y clasificación de los síndromes depresivos no podrá pasar por alto el
extenso debate abierto entre quienes piensan que la depresión es un trastorno único o
unitario y quienes aceptan dos o más síndromes diferentes y bien definidos que comparten
algunos signos y síntomas.
La postura unitaria, o de trastorno-único, suele estar ligada al trabajo de Aubrey Lewis en
Inglaterra, en los años 1930 (Beck, 1967). Lewis introdujo el concepto “espectro” en el
estudio de la depresión, que mantiene que las diferentes presentaciones de la depresión, en
términos de envergadura y gravedad, son simples manifestaciones superficiales y variadas
de un trastorno subyacente, contínuo y único. La postura binaria, o tipo dos-trastornos,
puede trazarse desde el trabajo de Kraepelin (1921), quien identificó dos tipos de depresión
diferentes y separados, a los que denominó enfermedad maniacodepresiva y depresión
psicogénica.
Desde la época de Kraepelin se han aplicado una plétora de dicotomías para describir y
nombrar niveles específicos o subtipos de depresión. Beck (1967) distinguió cuatro
dualidades principales utilizadas en el contexto de la teoría binaria: depresión agitada frente
a retardada, depresión exógena frente a endógena, depresión autónoma frente a reactiva y
depresión psicótica frente a neurótica. Rush (1986) amplió todavía más la lista, con las
dimensiones de depresión psicótica frente a no-psicótica, depresión primaria frente a
secundaria, anérgico-hipoactiva frente a ansioso-agitada, y la tríada de depresión psicótica
frente a no-psicótica, depresión primaria frente a secundaria, anérgico-hipoactiva frente a
ansioso-agitada, y la tríada de depresión familiar pura frente a el trastorno de espectro
depresivo frente a la depresión esporádica.
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Los DSM (Diagnostic and Stastistical Manuals; Manuales diagnósticos y estadísticos)


oficiales de la American Psychiatric Association (1952, 1968, 1980, 1987, 1994 y 2000)
introdujeron su propia terminología en el marco general de la teoría binaria (dos-
trastornos). Las etiquetas diagnósticas específicas utilizadas en este tipo de manuales fueron
discutidas anteriormente.
En el año 1983, la Organización Mundial de la Salud (OMS) desarrolló un extenso estudio
internacional sobre la presentación y fenomenología de la depresión, que incluía a 1.209
pacientes de varios centros psiquiátricos de Teherán, Irán; Basilea, Suiza; Montreal,
Canadá; Tokio, Japón, y Nagasaki, Japón. Se evaluaba a los individuos a través de una serie
de entrevistas y con cuestionarios especialmente diseñados, y se analizaban los datos con
varios procedimientos estadísticos multivariados y análisis factorial. Los investigadores de
la OMS identificaron tres niveles o tipos diferentes de depresión, que diferían fiablemente
entre sí en la historia, los síntomas y la gravedad.
Estos tipos se denominaron Depresión endógena, que abarcaba el 57 % de la muestra;
Depresión psicógena, aplicable al 37 % de los pacientes, y una tercera depresión que
abarcaba el 6 % restante. El grupo de síntomas más típicos de la depresión incluía
sentimientos de tristeza, falta de alegría, ansiedad, tensión y sentimiento de culpabilidad;
síntomas cognitivos de pensamientos de inutilidad, incapacidad y fracaso, pérdida de
habilidad para atender y concentrarse y autocrítica; y síntomas motivacionales de pérdida
de energía y de interés por los demás. Las depresiones endógenas se distinguieron a través
de una constelación fiable de síntomas adicionales, como despertarse temprano por la
mañana, variación diurna del estado de ánimo, retraso del funcionamiento cognitivo, retraso
psicomotor y pensamientos suicidas. La depresión psicógena estaba asociada a una mayor
frecuencia de síntomas de agresividad e irritabilidad y a la ausencia de la constelación
endógena. El análisis factorial multivariable dio como resultado tres factores ortogonales
que discriminaban los dos niveles. La depresión endógena parecía estar sobrecargada por
un factor etiquetado como anergía/retraso, mientras que la depresión psicógena se inclinaba
significativamente sobre los factores de personalidad premórbida anormal y sobre el ánimo
abatido. Un análisis de los cuestionarios utilizados en el estudio demostró que la presencia
de estrés psicológico contínuo y de una historia de psicopatología en la infancia o
adolescencia eran típicos en la depresión psicógena, mientras que los asociados con la
depresión endógena se relacionaban con retraso psicomotor, el despertarse temprano por las
mañanas y episodios repetitivos pasados de depresión. El grupo de la OMS concluyó que
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estos resultados apoyaban la división tradicional de depresión en los tipos reactivo y


endógeno.
Rush (1986) revisó y discutió las diferentes dicotomías utilizadas para diferenciar los
subtipos depresivos y observó que todavía son más numerosas las preguntas que las
respuestas. Observó –por mirar una dualidad tradicional- que no contamos con las
evidencias suficientes para concluir que la depresión psicótica difiera en estilo de la
depresión no psicótica, y que las depresiones endógena y reactiva no pueden separarse
sobre la base de un factor precipitante identificable.

Depresión exógena-psicógena

También conocida como depresión reactiva, depresión leve, neurosis depresiva y depresión
neurótica, este nivel de psicopatología depresiva fue identificado y clasificado por primera
vez como trastorno individualizado por Kraepelin (1921), quien lo denominó depresión
psicógena. Kraepelin excluyó una forma particular de depresión de un grupo de
enfermedades depresivas que había estudiado extensamente (trastorno maníaco-depresivo,
melancolía involutiva y depresión neurasténica) basándose en una presunta diferencia
etiológica. La disforia, desesperanza y los síntomas conductuales asociados a la depresión
psicógena eran, según Kraepelin, reacciones y respuestas a experiencias vitales estresantes,
defraudantes o frustantes y/o situaciones ambientales. Además, observó que el curso de la
depresión psicógena estaba afectado y canalizado principalmente por la experiencia e
interacción con el mundo interpersonal y que el estado de ánimo de la persona deprimida
podía variar considerablemente, incluso durante los períodos más agudos y graves del
episodio depresivo, cuando la atención del paciente se dirigía a otro contexto distinto de su
depresión, o se perdía en un tema más neutral o positivo.
Beck (1967) observó que, hasta 1950 aproximadamente, el síndrome de la depresión
reactiva, exógena o psicógena no estaba específicamente relacionado con el concepto de
neurosis. En cambio, muchos clínicos pensaban que las depresiones reactivas o exógenas
aparecían en individuos sanos con una estructura de personalidad premórbida, en la que no
destacaba la presencia de psicopatología neurótica. En consecuencia, estas depresiones se
interpretaban como respuestas aisladas, aunque exageradas, a pérdidas o desilusiones,
mientras que el síndrome diferenciado de la depresión neurótica enmarcaba una depresión
psicógena en los individuos con una historia, conocida o supuesta, de inadaptación o de
trastorno neurótico. Dado que las depresiones reactivas y las depresiones neuróticas eran
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muy similares si no idénticas en cuanto a sintomatología, curso y origen posiblemente


psicológico, además de un precipitante ambiental, los dos conceptos se fusionaron
gradualmente en uno solo, con varios nombres intercambiables.
La primera edición del Manual Diagnóstico y Estadístico (Diagnostic and Statistical
Manual; DSM), de la American Psychiatric Asociation (1952), denominó “reacción
psiconeurótica depresiva” a esta categoría de depresión y la describió como una reacción
que tiene como precipitante o estímulo alguna situación actual en la vida del paciente. Esta
categoría diagnóstica se designó como equivalente a la “depresión reactiva” y se distinguió
de las reacciones psicótico-depresivas por criterios de historia anterior y de ausencia de
síntomas malignos.
El DSM-II (1968) recalificó el trastorno de neurosis depresiva y lo describió como “un
trastorno... que se manifiesta por una reacción excesiva de depresión, debida a un conflicto
interno o a un acontecimiento identificable, como la pérdida de un objeto amado o de una
posesión muy querida”. Esta descripción extiende el rango de precipitantes posibles a los
que se presentan intrapsíquicamente, pero retiene el punto de vista esencial del DSM-I. Es
interesante que las dos ediciones del DSM escatiman significativamente descripciones de
los signos y síntomas de este (y otros) trastorno, una condición que las otras revisiones
debieron rectificar.
El DSM-III y su posterior revisión (American Psychiatric Associattion, 1980, 1987) no
incluyen una etiqueta diagnóstica que sea estrictamente equivalente o aplicable al nivel de
depresión reactiva o neurótica. El diagnóstico de trastorno adaptativo con estado de ánimo
deprimido podría ser algo relevante. Esta etiqueta se refiere a una respuesta no adaptativa a
un precipitante psicológico conocido, que lleva a una inadaptación social y/o ocupacional, o
a síntomas excesivos, como ánimo deprimido, tendencia a llorar y desesperanza. Otra
categoría diagnóstica mencionada por algunos autores como similar en cierto sentido a la
depresión neurótica/reactiva es el trastorno distímico (se verá en la clase 4).
Los terapeutas cognitivos, siguiendo en particular a Beck (1967), identifican los síntomas
ideacionales como los principales factores causales de la depresión neurótica/reactiva.
Obviando la validez de estas hipótesis, la “tríada depresiva” identificada por Beck (1967)
aparece en la fenomenología de casi todas, si no todas, las depresiones neuróticas. Esta
tríada incluye evaluaciones negativas del yo, evaluaciones negativas del ambiente y una
visión negativa del futuro. Esencialmente, el paciente se castiga y encuentra faltas; percibe
al mundo de forma aislante, frustrante, hostil, frío, vacío, amenazante, desbordante e
intratable; y puede ver o admitir la imposibilidad de mejorar o cambiar en el futuro. De
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nuevo, muchos depresivos neuróticos/reactivos se muestran más realistas en sus


evaluaciones de la vida y el porvenir de los demás y experimentan sus cogniciones
depresivas como “ego-distónicas” y poco realistas, pero inevitables y dominantes en sus
psicologías.
La opinión general es que los pacientes con depresiones neurótico/reactivas están libres de
sufrir síntomas somáticos o biológicos más graves, típicos de depresiones más severas. Sin
embargo, síntomas como la letargia y la pérdida de energía física son frecuentes, así como
cambios incómodos, aunque leves o moderados, en los patrones del sueño y peso.
Muchos autores piensan que la separación de este nivel de depresión es artificial y que se
basa principalmente en la imposibilidad de estudiar longitudinalmente a los pacientes con
depresiones neurótico/reactivas y con procedimientos de validez y fiabilidad suficientes.
Fluwiler y Pope (1987), en una revisión de la literatura, concluyeron que las depresiones
tipo neurótico/reactivas no podían diferenciarse de las depresiones endógenas. Rush (1986)
informó sobre algunos estudios que indicaban que casi todas las depresiones pueden estar
relacionadas con un precipitante identificable, inhibiendo, por tanto, uno de los factores
discriminativos citados con mayor frecuencia entre las depresiones neurótico/reactivas y las
depresiones endógenas. Akiskal y cols. (1979) afirmaban que, en el seguimiento, al menos
el 50 % de los pacientes con depresiones neurótico/reactivas desarrollan una depresión más
grave y profunda, que encaja con los criterios utilizados para la depresión endógena.

Depresión endógena

Las depresiones, a este nivel de intensidad, envergadura y gravedad han sido etiquetadas y
descritas de distintas formas, como fase depresiva de la enfermedad maníaco-depresiva,
como depresiones psicóticas, depresiones graves, depresiones endógenas y melancolías
involutivas. Kraepelin (1921), en su trabajo pionero, identificó las enfermedades afectivas
derivadas más graves, y presumiblemente endógenas, como un único trastorno con tres
subtipos. El grupo global de patología lo identificó como la enfermedad maníaco-depresiva
e incluyó en este grupo el trastorno mismo, así como variaciones de la melancolía
involutiva y de la depresión neurasténica. La teoría de Kraepelin se convirtió en el centro
de un importante e intenso debate en la psiquiatría descriptiva, en la que varias facciones
discutían a favor o en contra de la agrupación unitaria de las depresiones más graves.
La edición original del DSM (American Psychiatric Association, 1952) se desvió de la
postura unificadora y ofreció tres posibilidades diagnósticas para las depresiones severas: la
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reacción maníaco-depresiva psicótica, la reacción depresiva psicótica y la reacción


involutiva. La segunda edición del DSM (American Psychiatric Association, 1968)
mantuvo los dos primeros diagnósticos, mientras que el DSM-III, el DSM-III-R, el DSMIV
y el DSM-IV-TR (American Prychiatric Asocciation, 1980, 1987, 1994 y 2000) ofrecen dos
posibles categorías diagnósticas para las depresiones graves: trastornos bipolar y depresión
mayor. El DSM-IV-TR no incluye una categoría diagnóstica específica para la melancolía
involutiva. Presumiblemente, las personas que pudieran recibir este diagnóstico, están
encuadrados en los criterios que se aplican hoy día para el trastorno bipolar o para la
depresión mayor.
A pesar de estas diferencias y consideraciones etiológicas, la consolidación de una
terminología para designar estos síndromes es similar a la discutida en el área de la
depresión neurótica o reactiva: muchos autores utilizan los términos depresión endógena,
depresión severa o depresión psicótica, indistintamente. Con pocas excepciones, de las que
hablaremos más adelante, los episodios depresivos en los diagnósticos del DSM-IV-TR
para el trastorno bipolar y para la depresión mayor se consideran equivalentes, sobre todo
porque los criterios para la depresión son comunes en estos dos trastornos.
Arieti y Bemporad (1978) sugirieron que las depresiones de nivel severo o psicótico se
tipifican por una tríada clásica e histórica de síntomas psicológicos: afecto melancólico
generalizado e intenso; procesos perceptivos y cognitivos alterados y desordenados, en los
que el pensamiento se retrasa, embota y bloquea y destaca por un contenido idiosincrático y
distorsionado; y retraso psicomotor. Estos autores también destacan que las depresiones de
nivel psicótico se tipifican por la apariencia de una variedad de trastornos somáticos
severos y porque las depresiones severas o psicóticas son, habitualmente, egosintónicas.
El ánimo melancólico en las depresiones de nivel endógeno aparece a veces como una
exacerbación gradual de un patrón caracterológico crónico de tristeza, retraimiento y
abatimiento; en otros pacientes, esta disforia difiere bastante y se aparta de la norma. La
aparición del estado de ánimo sintomático suele estar tipificado por crisis inexplicables y
prolongadas de llanto, abatimiento desesperado, melancolía y nostalgia por una felicidad
perdida, por los tiempos mejores pasados, y por sentimientos de culpabilidad, de pérdida y
de vacío, prolongados y severos. La experiencia interna de este trastorno es descrita con
frecuencia por los pacientes con palabras como “muerto”, “gastado”, “enfermizo” y
“consumido”, por citar algunas. El paciente se queja de una anhedonia severa y de la
sensación de que las personas, las cosas y los objetos que antes eran válidos, han perdido su
significado. Probablemente, la ideación suicida es un correlato habitual en este ánimo
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melancólico, y los intentos de suicidio son muy frecuentes. Arieti y Bemporad (1978)
afirman que un 75 % de los pacientes que sufren depresiones severas experimentan
ideaciones suicidas repetitivas, y al menos un 15 % intentan suicidarse.
El ánimo melancólico en las depresiones psicóticas va acompañado de trastornos y
síntomas cognitivos profundos e importantes. El contenido de las actividades cognitivas del
paciente está dominado por ideas e imágenes de fracaso, muerte y destrucción, y por una
visión prolongada de inutilidad, desesperanza y pesimismo. Estas ideas pueden estar
precedidas o acompañadas por preocupaciones fóbicas u obsesivas o por rumiaciones
sexuales y/o agresivas. A medida que la depresión se hace más profunda, las ideas de
perdición, tenebrosidad y fracaso se afianzan y adquieren mayor importancia.
La atención y la concentración están alteradas o dañadas, así como la capacidad de la
persona para dirigir, guiar y centrar su pensamiento. Leer, escribir, pensar y hablar suelen
ser incómodos, lentos o se bloquean completamente y los pacientes sienten que necesitan
un gran esfuerzo. Un subgrupo de depresiones endógenas va acompañado de delirios
importantes, alucinaciones e incapacidad para examinar la realidad. Brown (1988) observó
que diferentes estudios hablaban de una proporción de delirios entre los pacientes
psicóticamente deprimidos que oscilaba entre el 5 y 30 %. Normalmente, estos delirios se
centran en contenidos de culpabilidad y pecado, ideas de referencia y persecución,
enfermedades somáticas, pobreza o nihilismo.
Las depresiones severas/endógenas se caracterizan por cambios en la conducta; el cambio
más frecuente es el retraso psicomotor o la inactividad. El paciente deja de comportarse tan
frecuente y rápidamente como solía hacerlo en su estado premórbido. Hablar y actuar,
incluso en las tareas más básicas de la vida (comer, asearse, bañarse) se vuelven más lentas,
posponen o abandonan. La persona está letárgica, indiferente y muestra desinterés en las
situaciones interpersonales; la frecuencia del habla y la interacción espontáneas disminuye,
e incluso puede desaparecer por completo. En los casos más severos puede aparecer lo que
se ha denominado estupor depresivo.
Los demás síntomas físicos/conductuales relacionados con este trastorno son cambios en
los patrones de sueño y apetito, pérdida o aumento de peso y variaciones diurnas del estado
de ánimo. La mayoría de las depresiones endógenas van acompañadas de insomnio,
despertar temprano por la mañana y pérdida de apetito y peso.
La investigación en esta área no es tan conflictiva ni contradictoria como la mencionada en
la discusión sobre la depresión neurótica/reactiva. Son pocos los que dudarían de la validez
y fiabilidad del diagnóstico de la depresión de proporciones severas y los temas debatidos
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sobre este nivel de depresión están relacionados con cuestiones de precisión más agudizada,
tanto diagnóstica como clasificatoria.
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Subtipos de depresión mayor

Además de clasificar los cuadros depresivos según su momento de inicio y/o su patrón
evolutivo (con patrón estacional, con ciclos rápidos, de inicio en posparto), el DSM-
IV-TR mantiene la tradición de las versiones antecesoras de especificar diferentes
subtipos depresivos según las características clínicas particulares de cada episodio
afectivo, con el fin de servir para la elección del tratamiento y mejorar la predicción
pronóstica. Es así que contamos con la posibilidad de subclasificar el trastorno
depresivo mayor, desde la esfera sintomatológica, de la siguiente manera: con síntomas
catatónicos, con síntomas melancólicos y con síntomas atípicos. Estas especificaciones
pueden aplicarse al episodio depresivo mayor, maníaco o mixto actual en curso de un
trastorno depresivo mayor, trastorno bipolar I o II.
La especificación con síntomas catatónicos se aplica cuando en el cuadro clínico
predominan las alteraciones psicomotoras, como inmovilidad marcada (que puede
llegar a la flexibilidad cérea o al etupor) o agitación psicomotriz, negativismo,
mutismo, manierismos o movimientos estereotipados, ecolalia o ecopraxia. Este
subtipo depresivo debe ser especialmente supervisado ya que puede llevar al paciente a
la auto o heteroagresión, malnutrición, e hiperpirexia. Se considera que hasta el 50%
de los pacientes que padecen catatonía sufren de algún tipo de trastorno afectivo, un
15% se encuentra entre los enfermos con esquizofrenias, y el resto en otras patologías
mentales y médicas.
El subtipo depresivo mayor con síntomas melancólicos se caracteriza fundamentalmente
por la pérdida de interés o placer en todas las actividades y por la falta de reactividad a
los estímulos placenteros, el estado de ánimo no mejora ni siquiera momentáneamente
cuando sucede algo bueno, los síntomas suelen ser peores durante la mañana, suelen
presentar despertar precoz, pérdida de apetito y de peso y culpabilidad excesiva o
inadecuada. Este tipo de cuadro suele presentarse entre pacientes que requieren
internación y que presentan síntomas psicóticos. Los estudios complementarios que se
utilizan para el diagnóstico de la depresión, y que serán descriptos más adelante, como
cortisol elevado, test de supresión a la dexametasona (DST), estudios del patrón de
sueño, test neuroendócrinos, etc, suelen estar alterados entre este grupo de pacientes.
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La especificación para el subtipo con síntomas atípicos (llamado así en realidad por ser
bastante diferente al cuadro clásico de la depresión “endógena”) se caracteriza por
presentar una buena reactividad del estado de ánimo a situaciones exteriores positivas,
aumento del apetito y del peso, hipersomnia, y abatimiento (por ejemplo, sensación de
pesadez en las extremidades) esporádico. La presencia de síntomas del subtipo
melancólico o catatónico inhabilitan para el diagnóstico del subtipo atípico.

Depresión crónica y Depresión enmascarada

La depresión crónica alude al carácter prolongado del episodio afectivo, en el que se


mantienen durante el lapso de por lo menos dos años, y de manera continuada, todos los
criterios clínicos para el diagnóstico de un episodio depresivo mayor. Se calcula que entre
un 10% a 30% de los pacientes depresivos mayores pueden sufrir un curso crónico de su
enfermedad. Esta entidad nosológica estuvo en algún momento superpuesta con el trastorno
distímico, y aunque en la actualidad no exista conflicto entre ellas, posee características
clínicas y requiere un abordaje terapéutico específico que serán detallados más adelante.
Por otro lado, la idea de que exista un síndrome de depresión enmascarada es un tema
cuestionable y filosóficamente difícil para muchos estudiosos de la depresión. Esta
denominación, aplicada como sinónimo al diagnóstico de equivalente depresivo, se refiere
a los pacientes que presentan síntomas de conducta, psicológicos o somáticos que
“enmascaran” y expresan simbólicamente una depresión subyacente. La lista de síntomas,
que se piensa como equivalentes depresivos, incluye manifestaciones que se parecen a la
angina, la distonía nerviosa, trastornos cardiovasculares, colecistitis, colitis, diverticulitis,
alergia a los alimentos, y anemia perniciosa. Diversos autores postulan que los síntomas
más comunes de la depresión enmascarada son dolor abdominal generalizado, fatiga,
cefaleas, anorexia, insomnio y alteraciones gastrointestinales.
Fulwiler y Pope (1987), en una revisión sobre la relación entre la depresión y el trastorno
de la personalidad, sugirieron que muchos de los trastornos de personalidad del Eje II del
DSM-III, debían ser considerados como “síndromes afectivos parciales” o como reflejos de
los que Akiskal (1983) denominaba “enfermedad afectiva subsindrómica”.
El concepto de depresión subsindrómica se fundamentó en los resultados obtenidos a partir
de una serie de estudios en los que se observó que los depresivos, alcohólicos y los que
padecían algún trastorno de personalidad, compartían historias familiares similares de
abuso de sustancias, alcoholismo y enfermedades afectivas, y que estos tres grupos a
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menudo respondían de forma equivalente a la medicación antidepresiva. Sin embargo, este


concepto y el antiguo concepto de la depresión enmascarada están lejos de estar
universalmente aceptados. Las críticas sugieren que este trastorno es un efecto de los
problemas metodológicos y de la confusión de los resultados de correlaciones con la
causalidad.

Bibliografía recomendada

American Psychiatric Association (1952) Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders:
DSM. Washington, D.C. (USA). Ed Masson S.A.
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Akiskal, H.S. (1983) Dysthymic disorder: Psychopathology of proposed despressive subtypes.
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