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Enero - junio de 2008, Bogotá, Colombia

Entrevista a la profesora Adriana Urrea


Por: Juan Pablo Sánchez y Juana Bastidas

Adriana Urrea es profesora asistente de la Facultad de Filosofía de la Pontificia


Universidad Javeriana. Actualmente se desempeña como Directora de carrera allí mismo,
cargo en el cual ha estado por un año. Además de ser profesora, la profesora Urrea ha
trabajado en el campo editorial, como lectora y como editora independiente; además, en los
ámbitos político y artístico. Nos hemos tomado el trabajo de pasar por escrito la entrevista,
que en principio fue oral. Sin pretender superar todas las dificultades que ese trabajo de
trascripción implica, presentamos a ustedes estas líneas que esperamos sean de su agrado y
contribuyan a sus propias reflexiones. En efecto, buscamos suscitar el diálogo en torno a
temas como la relación entre la labor editorial y el trabajo filosófico, la tensión entre la
oralidad y la escritura, las actuales condiciones de la academia y la escritura filosófica, y el
papel del filósofo en el contexto de lo público.

1. Cuéntenos un poco acerca de su recorrido en la filosofía.

Mi recorrido en la filosofía empezó en la universidad de los Andes, tarde. Yo llegué a la


filosofía tarde, como a todo; yo llego tarde a todo en la vida. A los veinticinco años ingresé
a la facultad de filosofía de los Andes. Había pedido ingreso al King’s College de Londres,
en 1977, donde fui admitida mediante una entrevista bastante interesante: como se trataba
de un departamento muy analítico, todo giraba en torno a una silla y a qué pasaba con la
silla… Muy bonita esa entrevista… Bueno, entonces fui admitida al King’s College pero
desafortunadamente mi mamá sufrió un cáncer y tuve que regresar al país; mi vida en
Londres se acabó y perdí el cupo en la universidad. Después de haber decantado un poco la
muerte de mi mamá, ingresé a los Andes.

En Londres me preparé para entrar a la universidad porque el bachillerato colombiano no lo


admiten en las universidades londinenses; debí realizar un Aylebus, que es como un nivel
superior de bachillerato. Entonces me preparé, contra mi mamá, porque lo último que ella
me dijo (antes de perder el habla: terminó afásica) era que por favor no estudiara
filosofía…porque ella había estudiado filosofía… Entonces finalmente ingresé a los Andes,
con muchas dudas dado que era una facultad de Filosofía y Letras. La primera asignatura
que vi, en primer semestre, fue Propedéutica con Guillermo Hoyos. La potencialidad de la
filosofía como posibilidad de respuestas a la vida…, esa maestría con la que Guillermo
exponía…, todo ello determinó mi ruta hacia la filosofía en lugar de a la literatura. Guillo
definitivamente abrió, con Husserl, un camino; un camino que no he vuelto a leer, porque
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pasé por otros lados…pero yo realmente estoy en filosofía gracias a Guillermo Hoyos.
Después, en los Andes también, encontré a uno de mis mejores amigos, un filósofo, que se
llama Lisímaco Parra Paris; hicimos una amistad absolutamente entrañable, aunque
curiosamente también es jesuita (Guillo es jesuita, Lisímaco es jesuita)… Lisímaco me
daba clases de lógica, los viernes de tres a cinco de la tarde, era insoportable, y lo único que
yo hacía era burlarme en clase de lógica, mientras el pobre Lisímaco, que hacía poco se
había salido de la compañía de Jesús, no entendía qué pasaba entre una amiga y yo que no
hacíamos sino burlarnos en clase, éramos insoportables. Pero es que para mí una clase de
lógica los viernes de tres a cinco era demasiado. Sin embargo, cuando salíamos después de
clase (yo vivía en ese momento en el norte y Lisímaco vivía por Chapinero) yo lo llevaba;
entonces nos hicimos muy amigos hasta el día de hoy; y estoy hablando de 1980. Pese a
que daba clases de lógica, Lisímaco se dedicaba a la estética, y había otras cosas que nos
vinculaban por fuera de la academia (nuestras parejas en ese momento eran muy amigos);
teníamos mucha vida social, digamos, no-académica. Y con Lisímaco teníamos grandes
conversaciones sobre estética mientras caminábamos por la ciudad; así que estaban muy
vinculadas a cómo veíamos la ciudad. Luego empezamos a trabajar con Lisímaco en ese
sentido; más adelante él se dedicaría formalmente a la estética (su doctorado es una lectura
muy interesante de la Crítica del juicio). Finalmente yo terminé por no acomodarme en los
Andes; Guillo y Lisímaco me recomendaron venir a la facultad de filosofía de la Javeriana,
donde he estado desde entonces, pero siempre con una pierna por fuera de la academia; yo
no soporto los claustros. Hacía entonces trabajo editorial, trabajo de traducción, danza,
teatro, trabajaba en restaurantes, en fin… Finalmente logré graduarme e inicie una maestría
con Luis Antonio (Cifuentes), Juan Fernando (Mejía) y Gustavo (Chirolla) en la Nacional;
allí sí logré afinar una formación en estética moderna. Y en ese ámbito he permanecido:
vinculada a la estética, al arte, a la cultura y a la política, ésta última tanto en términos
prácticos como teóricos… Me ha sido imposible vivir sólo en la academia.

2. ¿Cómo llegó al campo editorial y en qué consistía ese trabajo?

Bueno… todo llega en mi vida por afecto; no tengo ninguna pulsión que no sea afectiva.
Mientras estudiaba en los Andes solíamos reunirnos con Lisímaco en una librería, La caja
de herramientas, que había sido fundada por Ana y Fernando, dos amigos nuestros. Esa
librería se convirtió en un lugar de tertulia; todos los sábados discutíamos allí. Yo era gran
amiga de Ana, la librera, y en poco tiempo empezamos a pensar en ser distribuidores de
Paidós. Tuvimos esa posibilidad por un tiempo, pero luego nos la ganó otra persona con
mayor posibilidad comercial. Seguimos trabajando juntas y montamos una agencia literaria
llamada La bicicleta invisible. En ese transcurso yo empecé a ser correctora de pruebas y de
estilo. Resulta que, aparte de este tema editorial y de lectora efervescente (nunca he hecho
una única cosa en mi vida: ha habido muchas bifurcaciones), al terminar asignaturas aquí,
en el 90, yo andaba trabajando en un restaurante, y me quedé sin trabajo. Entonces llegué
un día a la facultad, fui adonde Conchita y Leo, y dije: “Niñas, necesito trabajo.” Esto
coincidió con que Diego Pineda había renunciado a la coordinación editorial de Universitas
Philosophica. Había un concurso de selección para reemplazar a Diego, concurso en el cual
participé, y mi experiencia en el mundo editorial hizo que yo me quedara en Universitas.
Me quedé trabajando formalmente como coordinadora editorial desde 1991 hasta 1995.
Mientras tanto seguí haciendo trabajos de corrección de estilo por fuera de Universitas.
Entre esas labores se formó el Ceja, para el cual escribí junto a un amigo el primer manual
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de corrección de estilo. A partir del 96 me retiré y me dediqué a ser lectora editorial de


literatura. Gran parte de mis ingresos han provenido de mi trabajo como lectora de
literatura. Aún hago ese trabajo, me gusta, aunque es muy dispendioso y de mucha
responsabilidad. La agencia literaria no pudo prosperar porque no teníamos el capital de
trabajo necesario. Pese a ello logramos grandes avances, como el establecer anticipos para
los autores, a quienes se les da muy mala paga. Es importante que haya anticipos en este
país para que los autores puedan seguir trabajando, porque las condiciones editoriales (su
cadena de producción) son bastante precarias. Y creo que ése es el gran logro de La
Bicicleta invisible… (Pero está viva la Bicicleta aún, o al menos no la hemos matado,
legalmente). Entonces en esto trabajo, y cada vez me meto más en el tema de política
pública, es decir, en cuál es el papel del ámbito editorial dentro del ámbito político. Lo que
circula como saber pasa por la política; no es solamente una técnica sino una
responsabilidad política. Qué circula depende mucho del criterio editorial, de su política
pública (qué se trae, qué se va, el tema del coste de los libros, tienen o no tienen IVA, en
fin…). Cómo circula el saber es un problema que en este momento me interesa mucho:
potencialmente, por el lenguaje mismo, qué relación tiene con una lengua, y qué tiene que
ver con lo político. Para mí lo editorial tiene una carga política determinante.

3. Según esta experiencia en el campo editorial, ¿cómo cree que se puede pensar la relación
entre los ámbitos filosófico y editorial?

Para mí son inseparables. ¿Qué hace uno en el ámbito de la filosofía? Nosotros estamos
pensando producción de saber, estamos enfrentados a un acerbo tradicional de pensar los
problemas fundamentales del hombre, de eso que significa estar vivo, en cualquier
sociedad. Y como nos enfrentamos a una tradición que se ha construido en la escritura,
nosotros estamos inmersos en ese trabajo, en ese problema. Yo creo que nosotros, como
filósofos, en la medida en que tenemos un acercamiento a las preguntas fundamentales de
lo que significa como hombre estar vivo y de su relación con la muerte, y en la medida en
que tenemos una visión amplia, una posibilidad de panorama, tenemos una gran capacidad
de articular. Además esa labor de enfrentarnos a textos muy difíciles, a traducciones a veces
muy malas, a otras lenguas, nos hace muy porosos, nos abre una sensibilidad para entender
lo que es el trabajo editorial: tener criterio, afinar buena escritura, ver la cualidad o el
potencial de una idea o de una investigación para un mundo social, y, para los que nos
dedicamos a leer literatura, captar el potencial literario de un escritor.

Yo creo que, por el enfrentamiento con el saber, somos editores ideales. ¿Qué hacemos los
filósofos sino leer y escribir? Y esa actividad se le va a uno forjando en el quehacer
cotidiano, en la mirada... Aunque necesitaríamos una serie de pistas para aterrizar esas
capacidades al mundo real, lo que también es un problema del plan de estudios. La
pregunta aquí es cómo eso se articula con otras cosas, qué tiene que ver el saber con eso
que se llama ‘la actualidad’, ‘la realidad’, aquello que no es tan eterno; la pregunta es por
esa tensión, porque eso es una tensión. El trabajo editorial implica técnica y economía, e
implica hacer cálculos políticos. Por ejemplo, hay que saber que un proyecto editorial es un
asunto político.

El problema está en que, como son inseparables los ámbitos filosófico y editorial, eso nos
hace un poco prepotentes, y es un poco terrible también porque, por ejemplo, cuando hay
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un proyecto editorial, a veces los filósofos pensamos que sabemos tanto que nadie nos
puede corregir. Las correcciones de estilo, y la corrección de pruebas, generan ciertas
dificultades para nosotros. Creo que somos los más cualificados escritores, en el sentido
general del término; pero escribir es una práctica diaria, no es revelación divina, es un
problema; es decir, ser filósofo no quiere decir nada per se, ser filósofo implica un rigor
disciplinar, o sea, leer y escribir todos los días preferiblemente, y ser muy abierto a la
actualidad, a muchas disciplinas, en fin, exige una apertura. Corremos el riesgo de estar
demasiado encerrados en los textos filosóficos de una tradición, pero creo que la filosofía
exige articular con otras cosas, y en el debate contemporáneo, con las ciencias sociales.

4. ¿Cómo se puede pensar la relación entre la oralidad filosófica y el trabajo escritural y


editorial? ¿No es ése uno de los problemas que tiene el trabajo de la escritura, por ejemplo,
para los estudiantes: articular la oralidad, académica, con su propia escritura?

Ése es un problema que siempre ha estado presente. El Fedro es fundacional en ese


aspecto. Uno vuelve al Fedro y se pregunta: ¿qué es lo que pasa ahí con la transición de la
oralidad a la escritura? ¿Por qué supuestamente el lenguaje oral es tan distinto al lenguaje
escrito? ¿Cómo se pueden articular?

Yo me quedé en la Javeriana, en gran medida, por el tema de lo que hacemos en los


seminarios. Creo que el protocolo es el ejercicio filosófico más difícil que hay porque eso
es exactamente lo que nos toca hacer: todo lo que pasó en un seminario, que es oral, hay
que volverlo escritura; creo que el ejemplo más preciso para ilustrar el problema es un
protocolo.

La escritura requiere una economía del lenguaje que la oralidad no tiene. En esta última uno
habla, divaga, discurre, vuelve; con ella tienes una presencia física, una mirada, un cuerpo
que da muchos tácitos. La escritura tiene que hacer caso omiso, en mi parecer, del cuerpo;
el cuerpo no está ahí para facilitar la comunicación: los ojos, la mirada, el tono de la voz, el
gesto; eso no está en la escritura, la escritura en ese sentido no tiene ese recurso gestual que
es tan importante, el gesto es definitivo... Lo escrito tiene que ser totalmente autosuficiente,
pues allí el lenguaje está en su crudeza, no tiene el cuerpo que le ayude, el gesto del cuerpo
que ayude, entonces exige un nivel de depuración muy fuerte.

A mi juicio, esto lleva a otro problema que es el del tiempo. El mundo contemporáneo tiene
un problema con el tiempo muy difícil, y eso se ve reflejado en la escritura y la lectura.
Leer es un ejercicio que nos obliga a convertirnos en tortugas, el problema de la lectura es
un problema de temporalidades. Estamos en un choque de temporalidades, en donde tú
tienes que escribir. Pero salimos mal preparados del colegio, no sabemos gramática, la
cantidad de errores que cometemos cuando hablamos es infinita. La escritura como fija te
obliga a pulir todos esos errores. Y esto requiere un sentido de la lengua que se adquiere en
una práctica que viene acompañada de la lectura: leer es muy importante porque en ello la
lengua se va incorporando, se va afinando el oído para la lengua. Esa afinidad no la traes, la
universidad tiene que hacer todo lo que no hizo el colegio, lo que genera una dificultad: tú
no puedes hacer en un semestre lo que en once años no se hizo.
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Ahora, somos un yo plural, somos muchos, y tenemos que hacer muchas cosas; entonces el
tiempo no te alcanza. Pero la escritura exige paciencia. A veces tú haces una frase y no
estás conforme con ella, y te puedes demorar hasta una hora en eso, y te recriminas el
quedarte una hora en una frase cuando tienes otras cosas por hacer. El tema de la lectura y
la escritura lo he pensado mucho en relación a cómo se vive el tiempo en el mundo
contemporáneo.

Y está también el tema de los grandes sistemas (¡Kant escribió la Crítica de la razón pura
en 10 años!) que es un asunto de tiempo, de técnicas, de unas prácticas permanentes;
mientras la oralidad es muy fluida, no te exige fijar, no tienes que ser tan cuidadoso, tienes
más libertad. Ésa es la libertad del ensayo, por eso el siglo XX ya no escribe otra forma que
ensayo. Ya no puedes escribir los grandes monumentos, y creo que el tema del tiempo es
definitivo ahí. Además, pienso que el del tiempo es un problema económico, puesto que el
capitalismo nos ha determinado: el tiempo es oro, hay que hacer muchas cosas, hay que ser
muy productivo, y ser muy productivo es ser muy rápido; y escribir es todo menos rápido.
Alguien decía que para que un escrito, un paper, realmente esté acabado ha pasado por 16
escrituras. ¿Quién se toma el tiempo de 16 escrituras para un texto? La oralidad está más
cercana a las posibilidades temporales del mundo capitalista que la escritura. Eso hace que
la escritura tenga una función adicional hoy.

5. Incluso la manera en que organizamos hoy la universidad, por ejemplo, la facultad de


Filosofía, está determinada por el ritmo vertiginoso del capitalismo. Vemos cinco materias
al semestre; mientras estudiamos a Kant, también leemos a Hegel y a Heidegger; y tenemos
que tomar clase de Metafísica y de Filosofía del lenguaje a la vez...

Este tema está muy vinculado con los asuntos de la ley 30 y todas las leyes posteriores. Yo,
como Directora de carrera, ejecuto el plan de estudios, pero si tú me tientas te diría que es
una locura. Yo creo que uno debería ver sólo dos seminarios al semestre. Nosotros vemos
entre dieciocho y veinte créditos (cinco asignaturas más o menos); a mi juicio eso es un
escándalo. Pero bueno, hay facultades en las que ven hasta diez asignaturas al semestre,
porque todas, además, son de dos créditos: eso es un rosario. La mente no tiene tiempo de
digerir. Yo realmente pienso que los planes de estudio generan una indigestión; no hay
tiempo de digerir. Creo que la intelectualidad hay que entenderla análogamente a la
digestión del estómago: la comida requiere un tiempo de cocción bueno; el comensal
necesita un tiempo de degustación largo, un tiempo de digestión y después un tiempo de
excreción. De lo contrario, o vamos a tener diarrea intelectual, o tenemos hemorroides
intelectuales, o tenemos estreñimiento intelectual. Necesitamos tiempo, y además ocio que
no es lo mismo que pereza.

Estoy de acuerdo, no creo que así deba ser la formación; habría que cambiarla totalmente,
es decir, habría que volverla a hacer, lo que es muy difícil. En nuestras condiciones toca
hacerle trampa a esas determinaciones; lo que pasa es que cuesta plata: tú podrías hacer tu
carrera en diez años si así lo quieres, nadie te impide que lo hagas, pero cuesta mucho.

6. Es manifiesto que cada día el uso del papel como soporte sufre una mengua. ¿Qué le
espera al libro impreso?
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No, yo creo que lo del libro impreso ya está más que pensado. Eso no se va a acabar nunca.
Tendrá menos importancia, es decir, será menos la producción del libro impreso, pero
seguirá haciéndose. No sé si uds han leído 1984 de George Orwell. Es un libro en el que la
resistencia ocurre en una pequeña tienda en Londres, horrible, oscura, es un anticuario. Yo
creo que los libros se van a convertir en un tesoro: tener libros, poder tocarlos; la parte
corporal del libro también es muy importante. Y en esa relación entra la parte física del
libro, ya que la escritura, aunque no es el cuerpo que se fijó, de todas maneras tiene una
materialidad de la que es muy difícil deshacerse.

7. Y esa materialidad se aviene a la disposición física del lector...

Sí, leer exige varias cosas. Yo creo que los libros tan gruesos cada vez son menos. Por
ejemplo, es muy difícil leerse el Quijote. El Quijote va a seguir leyéndose en libro. Claro
que, como el Quijote es por 'historietas', uno tal vez podría ponerlas en computador, no sé.
Cada vez va a haber computadores más livianos, va a llegar un punto en que el libro pueda
hasta tener una forma virtual, es probable. Pero yo creo que también la escritura
argumentativa, la escritura de una narración como la de Joyce, como la de Roberto Burgos
Cantor, va a exigir siempre una suerte de lectura lineal que no permite hacer lo que hacen
las narrativas que no son de líneas. Ya hay escrituras literarias para nuevas tecnologías.
Jaime Alejandro Rodríguez, de Literatura, ha optado por escribir así. Pero la televisión no
mató la radio, ni el computador mató la televisión, sino que van adquiriendo mayor o
menor importancia en un momento dado, se vuelven más o menos costosos, etc.

Pero la tradición humana se va acumulando, es como un aluvión, no como un conjunto de


desechos, y el asunto es qué papel va a jugar el libro en ese gran aluvión. Es lo que también
les digo a los estudiantes: el hecho de que sepan hablar y escribir en nuevas tecnologías no
quiere decir que no escriban y no lean, es cuestión de acostumbrarse. Yo ahora leo mucho
en computador, me gusta leer en computador y corregirles en computador ensayos a los
estudiantes, pero uno no puede olvidarse de otras prácticas, porque es como si cuando uno
habla inglés se le olvidara el español. No, creo que tiene que ser un acumulado. La palabra
'acumulación' es muy interesante. En medio del capitalismo 'acumular' tiene unas
connotaciones complicadas; pero lo otro es lo 'desechable' del capitalismo, porque todo es
desechable. Aunque todo sea rápido, ágil, etc., uno no puede desechar la tradición. Yo sí
creo que hay que acumular. Lo que pasa es que el tema de la memoria en la escritura ... Tal
vez Platón tenía razón: ¿qué le ocurre a la memoria cuando todo es tan efímero? Hay una
tensión muy fuerte entre tiempo, espacio y memoria. Yo creo que va a llegar el día en que
alguien diga: “Ah, hubo libros, ¡qué curiosidad! Vamos a ver qué es eso”, casi todo va a ser
en computador, pero va a haber todavía bibliotecas. Las bibliotecas no las van a
bombardear, por más digitalizadas que estén. Hay que digitalizar, las bibliotecas lo están
haciendo para que no se pierdan los manuscritos, y eso es una ventaja. Pero no me imagino
derruida la biblioteca de la Javeriana. No se puede hacer, porque es un problema espacial:
los libros ocupan espacio. Hay saturación. Creo que aquí los problemas son tiempo y
espacio. Pero creo que los libros ahí van a estar. Hay que inventarse formas distintas, más
móviles, por ejemplo, libros que uno pueda cargar a cualquier lugar, que no pesen, más
acompañantes, más prótesis. Creo que eso va a generar nuevos retos editoriales en cuanto a
qué libros se hacen, cómo y para qué. Serán libros más móviles, porque ésta es una
sociedad nómade, y el libro pesa -uds saben lo que es cargar un libro-; y más ahora que en
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los aviones uno no puede llevar más de veintitrés kilos, y uno siempre viaja es a comprar
libros, y los libros pesan mucho. No me imagino leyendo la Crítica del juicio en pantalla. O
sea, la puedo leer, pero hay algo que hace que yo la lea ahí y hace que yo la quiera leer en
papel. Yo creo que las dos experiencias se van a complementar.

8. ¿Y qué posibilidades añaden las nuevas tecnologías a la tradicional edición en papel?

Lo que se ha demostrado es que una revista que está en línea tiene más suscripciones y
vende más. Se complementan muy bien: una vez que yo la veo en línea, la quiero tener en
papel; no la reemplaza. Creo que a lo que se va a apuntar es a que más que un reemplazo o
un desplazamiento haya una complementariedad. Las nuevas tecnologías nos han
enfrentado a nuevos problemas, como qué pasa con la oralidad y qué pasa con la escritura,
qué pasa con el tiempo, qué pasa con el infinito. Las nuevas tecnologías han hecho posible
algo que el cerebro ya siempre ha tenido: el cerebro, a mi juicio, funciona
hipertextualmente. Ahora hay una técnica que permite hacer lo que el cerebro siempre ha
hecho. El libro es lineal, pero ¿qué son las notas a pie de página? Ahora hay una tecnología
que lo permite, y es fascinante. La simultaneidad de la pantalla -que tengas tres archivos
abiertos al tiempo y los puedas cotejar- hace más fácil algo que el libro no hacía. Las
nuevas tecnologías te abren a la idea de la simultaneidad, te abren a la posibilidad de lo
infinito... Yo creo que la angustia contemporánea es el infinito: tú te metes a una página, y
llega un momento en que uno no puede parar -por eso es una adicción-. Pero creo que
tienen que ser complementarios, más que reemplazantes. Además, pensar así es pensar
como si la historia fuera lineal. Ya podemos pensar en un sentido mucho más geológico, en
estratos.

Cada vez hay que aprender a escribir de maneras diferentes: yo quisiera aprender a escribir
con Flash, con Dreamweaver, con todas las cosas; creo que las escrituras hoy en día pueden
ser muy interesantes. Es una escritura más, el ensayo no deja de estar, pero yo creo que soy
analfabeta: yo quiero aprender a escribir con Dreamweaver y con Flash, y con todo, y tengo
que aprender a hacer páginas web. Soy analfabeta, quiero dejar ese analfabetismo, así como
quiero aprender a leer música: son códigos de lectura. Uno tiene que aprender a leer varias
notaciones. La notación de letras es muy interesante, pero ¿qué tal la notación musical? Y
estas posibilidades son infinitas. Son como epifanías; yo creo que uno puede escribir como
por epifanías. Creo que son formas escriturales muy interesantes, y hay que aprovecharlas:
una más, qué delicia. Qué delicia otra cosa más, ¿qué puedo hacer con ella?

9. Teniendo en cuenta su experiencia en el ámbito público, y la situación política actual,


¿cuál considera que debe ser el papel del filósofo en éste?

Yo creo que tiene que ser un hombre o una mujer casi como si fuera una esponja: muy
poroso. Hay que arriesgar, hablar, escribir, y generar procesos no solamente en ambientes
académicos. Es el potencial de que hablábamos al inicio, es esa posibilidad de lectura de
muchas tradiciones, de muchos problemas, que nos obliga a ver que la realidad también es
un texto. Claro, con todas las dificultades que tiene este texto, porque ¿quién escribe esa
realidad? Básicamente, nuestro texto ahí son los medios de comunicación. Entonces ¿qué
hacemos con este texto? Uno siempre quiere más. Hay que construir ese texto, y uno puede
hacer una reflexión sobre ese texto que es la realidad y escribir sobre ella involucrando
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nuestra tradición, y poner a dialogar ese texto con nuestro gran acervo de la tradición
filosófica. Y uno lo puede hacer para la Academia, pero también los filósofos podemos
cumplir un papel muy interesante involucrándonos en espacios sociales y políticos. Vuelvo
al ejemplo de Guillo, él es muy interesante: lo que ha hecho en Pensar, la manera como se
involucró en la Comisión nacional de acreditación, con las ONGs, incluso en cómo se
construye el filósofo dentro de esta Universidad, qué voz tenemos los filósofos en esta
Universidad. Es el caso del p. Fabio Ramírez, que esté hoy en día en el Consejo directivo
de esta Universidad es definitivo. El hombre mira la realidad con la perspectiva de filósofo,
y es una mirada que necesariamente obliga a una mirada crítica, no complaciente, de la
realidad. No hay que perderse de ser el estorbo de la realidad. Hay maneras de ser estorbo:
uno puede ser estorbo como un terrorista, o puede ser estorbo como una persona crítica y
política. Creo que estamos en mora. Está Gianni Vattimo, que estuvo en el Parlamento; ésas
son las figuras que reconocemos, pero nuestro pequeño papel en cada una de las instancias
es definitiva como lectores de mundo críticos y cuestionadores. Y eso genera un cambio en
la realidad: una pregunta puede dejar desconcertado un proyecto. Y creo que estamos muy
callados. Y callados no quiere decir que no salgamos en los medios de comunicación, sino
que no nos metemos como en la vida. Yo busco mucho que los estudiantes traten de estar
en proyectos sociales, y ¿cómo se confrontan? Hacer filosofía no es necesariamente
sentarse a mirar la tradición, sino la tensión entre la polis y lo que no es la polis. Tenemos
que ser un poco más arriesgados. De todas maneras, éste es un país particular, nosotros
somos miedosos en general. La historia de este país ha logrado silenciarnos a todos, no sólo
a los filósofos. Pero creo que hay que tener una visión de la filosofía un poco más activista,
saber poner a dialogar la tradición con lo que se llama 'actualidad', 'historia', 'país', algo más
local, y saber articular. En mi experiencia en lo público descubrí que los filósofos tenemos
una capacidad articuladora que usualmente la gente no tiene; nosotros no estamos ubicados
en un sitio específico, entonces nuestra formación nos ha permitido articular todo, es lo que
se llama 'universalidad'. Pero lo universal y lo local tienen que estar en tensión siempre.
Tenemos una ventaja muy fuerte, porque somos muy articuladores y muy críticos. Tenemos
una capacidad crítica que hay que poner a trabajar, y que es definitiva. Pero esto también
habría que reflejarlo en el plan de estudios. Ahí hay polémicas muy fuertes: ¿cuál es la
intencionalidad formativa? ¿Qué tanto se da esto dentro de la Facultad? Ahora en Medellín
la tuvimos con Juan José Botero cuando le dije que aquí había práctica social; él me dijo:
“¡¿qués ese horror?! Es que los filósofos no tienen que hacer que el mundo sea menos
pobre”. ¿Quién ha dicho que uno va a hacer que el mundo sea menos pobre? La práctica
social no tiene nada que ver con eso. Creo que el reto es articular una tradición, una mirada
crítica, es abrir una posibilidad articuladora en una situación concreta. ¿Quién ha dicho que
nosotros vamos de redentores? Casualmente todas la universidades que tenemos prácticas
sociales somos universidades católicas, entonces parece que hacer práctica social es ser
redentor; no, práctica social es la tensión entre praxis y teoría, que creo que es muy
interesante. Ser filósofo en la sociedad hoy es un reto muy fuerte porque, además, a veces
somos muy prepotentes, empezamos a hablar en lenguajes muy complejos, tenemos un
lenguaje muy hermético, que uno dice: “ay, Dios mío, ¿de qué estarán hablando?”. ¿Cómo
puede uno migrar, y hacer una lectura, y proponer asuntos para una dinámica real?

10. Nos hace falta pedagogía...


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Sí, pero ¿cómo se hará esa pedagogía? ¿Cómo se enseña? Creo que hay que botarse al
mundo, ése es el primer riesgo. Y claro, uno aprende mucho de ensayo y error. Lo que pasa
es que en la pedagogía uno ve los elementos para que el ensayo y error cada vez sea menor
-porque siempre hay ensayo y error-. Sí, en la licenciatura se ve todo el tema de pedagogía,
y se ve en la carrera, pero yo creo que los profesores a veces no son tan pedagógicos en ese
sentido. Y como entre ellos hay diferencias, dicen: “bueno, hay que hacer filosofía
haciendo filosofía bien”; y yo digo: “bueno, entonces ¿qué es hacer filosofía bien? ¿Hacer
filosofía bien es solamente leer y escribir y estar en la Academia?”. No. Hacer filosofía
bien también es articular o pensar un problema en un proyecto con posibilidades de una
mirada filosófica. No es fácil definir qué es una 'mirada filosófica', y a lo mejor nunca se
define, es muy dúctil. Eso es lo que yo pienso, y así he tratado de vivir.

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