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RITO ESCOCES ANTIGUO Y ACEPTADO

Ordo ab Chao

Supremo Consejo Femenino de Chile


Libertad:. Igualdad:. Fraternidad
R:.L:. Perfección Luz del Alba N° 1

GRADO NOVENO MAESTRO ELEGIDO DE LOS NUEVE


LOGIA DE NOVENO GRADO: ARETÉ N° 1

Estatua del Arete en la biblioteca en Ephesus, Turquía de Celcus

ARETÉ (ἀρετή)

M:.E:.D:.L:.N:.
Ma. Eugenia Lobos Torres

Santiago, a veinticinco días del mes de mayo de 2019, e:.v:.

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A:.L:.G:.D:.G:.A:.D:.U:.
M:.S:.M:.

II:.HH:.

Referirse al término Areté, implica remontarse a la antigua cultura aristocrática griega, cuya
representación máxima son las dos epopeyas de Homero: la Ilíada y la Odisea, donde se establece
el concepto de areté, traducido como “virtud”, pero con un significado connotativo que supera a la
virtud desde el punto de vista moral, sino que se refiere a la máxima expresión del ideal
caballeresco, unido a una conducta cortesana y selecta y al heroísmo del guerrero. Desde este
punto de vista, el concepto de areté, expresado por Homero, no sólo servía para designar la
excelencia humana sino también la superioridad de seres no-humanos, representada por la fuerza
de los dioses.

Con el correr de los años, se asimiló a la idea de aristocracia, de acuerdo con las más altas
exigencias espirituales. La areté implicaba una nueva imagen del hombre perfecto, que al lado de
la acción demostraba además la nobleza del espíritu y sólo en la unión de ambas hallaba su
verdadero fin, por tanto, sólo podía alcanzar su verdadera perfección en las almas selectas.

Según Jaeger, en su libro Paideia: los ideales de la cultura griega, el reconocimiento de la grandeza
de alma como la más alta expresión de la personalidad espiritual y ética, se funda desde Homero
hasta Aristóteles en la dignidad de la areté: “El honor es el premio de la areté”. En este sentido,
Aristóteles manifiesta “Quien se sienta impregnado de la propia estimación, preferirá vivir
brevemente en el más alto goce, que una larga existencia en un indolente reposo; preferirá vivir un
año sólo, por un fin noble, que una larga vida por nada; preferirá cumplir una sola acción grande y
magnífica, a una serie de pequeñeces insignificantes”, revelando lo más peculiar y original del
sentimiento de la vida de los griegos: el heroísmo.

Por su parte, el poeta Hesiodo, en su poema “Los trabajos y los días”, ensalza el trabajo como el
camino para llegar a la areté, no la areté guerrera de la antigua nobleza, sino la del hombre
trabajador. La idea del derecho es, para el poeta, la raíz de la cual ha de surgir una sociedad mejor.
De esta forma, el concepto de justicia se convirtió en la forma de la areté que comprende y cumple
todas las exigencias del ciudadano perfecto. Del hombre ansioso de obtener la gloria en la lucha y
la victoria, se va pasando al hombre justo, cuya areté implica fundamentalmente la Justicia en su
relación con los demás y sobretodo consigo mismo.

Posteriormente, tanto Aristóteles como Platón hicieron de la areté un aspecto central de su


doctrina ética. En la noción aristotélica de virtud son importantes los conceptos de naturaleza y de
finalidad: la virtud de un objeto tiene que ver con su naturaleza y aparece cuando la finalidad que
está determinada por dicha naturaleza se cumple en el objeto en cuestión. Aristóteles señala que
la virtud humana no puede ser ni una facultad ni una pasión, sino un hábito, es decir, no es
intrínseca a la naturaleza del hombre, sino que se desarrolla como consecuencia del aprendizaje, y
más exactamente de la práctica o repetición.

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Años más tarde Platón, muestra que la vida de su maestro Sócrates era un ejemplo de virtud y que
su enseñanza se basó en el modelamiento a través del ejemplo, considerándolo como el mejor
método de enseñar. Es así como, la obra de ambos, está dedicada a la educación del hombre,
siempre orientándola hacia su realización interior, superior, espiritual, pues, según decían los
antiguos, no se puede enseñar aquello que previamente no se ha vivido, en otras palabras,
alcanzar esta «arete» era el propósito al cual debían volcarse todas las energías del individuo.
Hasta el momento del surgimiento de la escuela Platónica, la palabra areté seguía vinculada a
un carácter aristocrático y exclusivista, sin embargo él rompe con esta tradición al plantear la
pregunta ¿podemos aprender la areté?, ¿puede el ser humano mejorar su propia naturaleza? Y, si
es posible, ¿qué objetivos y qué nueva idea del hombre llevará consigo ese aprendizaje?

Platón propone que el aprender determinadas formas de excelencia humana no debe ser para
dominar a los otros, sino para dominarse a sí mismo. Y este dominio supone el “conocerse a sí
mismo”, tal como decía la inscripción en el templo de Apolo en Delfos. Así, la areté radicaría,
entonces, en el conocimiento, porque, al preguntar si podemos aprender una forma de hacer
mejor nuestra natural condición, tenemos que saber, en primer lugar, lo que buscamos y lo que
queremos ser, por lo tanto, la areté puede aprenderse, pero su verdadero maestro son los reflejos
de las ideas que hay en cada alma.

En síntesis, II:.HH:., Platón da con esto un giro decisivo en la educación intelectual: no hay
enseñanza posible si no se funda en la propia reflexión. Lo que me permite deducir que el nombre
de nuestra logia de IX grado, nos llama, precisamente, a buscar la excelencia, la perfección de
nuestro intelecto a través del desarrollo de nuestra alma, lo que sin lugar a dudas, no puede ocurrir
sino al interior de nosotras mismas, desarrollando el hábito del saber, de ser justas, prudentes y
valientes, para así dar forma y contenido a nuestras acciones.

S:. E:. P:.

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