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Larralde, Lorenzo y otros c. Prov.

de Buenos Aires

CS, marzo 2-959. - Larralde, Lorenzo y otros c. Prov. de Buenos Aires

Opinión del procurador general de la Nación.

De conformidad con lo resuelto en Fallos, t. 234, p. 568, opino que corresponde revocar el fallo apelado, declarando
inconstitucional, por violación de lo dispuesto en los arts. 4º y 16 de la Constitución Nacional, la forma en que ha sido
liquidado el impuesto cuya repetición se persigue en este juicio. - Noviembre 15 de 1957. - Sebastián Soler.

Buenos Aires, marzo 2 de 1959.

Considerando: Que los actores se presentaron ante la Suprema Corte de la Prov. de Buenos Aires, deduciendo contra
esta provincia por inconstitucionalidad de las leyes impositivas locales vigentes al año 1947, en cuya virtud se les cobró
el impuesto inmobiliario por sus campos sitos en Puán, Patagones, Castelli y Dolores, como si pertenecieran a un solo
propietario y sin tenerse en cuenta la parte proporcional que a cada uno de los demandantes correspondía como
condóminos. El condominio tuvo por causa la donación realizada por el propietario exclusivo de esos campos, Lorenzo
Larralde, según escritura pública de fecha 13 de mayo de 1946, en favor de todos sus hijos, los actores. Invocaron en
su apoyo lo resuelto por la Suprema Corte provincial en casos análogos, en que se declaró que el impuesto en la forma
que se les había cobrado era inconstitucional como violatorio de los principios constitucionales de igualdad ante la ley y
uniformidad de las cargas impositivas. Solicitaron, en consecuencia, se condenara accesoriamente a la provincia a la
devolución de la suma de $ 10.092,40 o la que en definitiva resultare habérseles cobrado de más en el concepto que
dejaban señalado, sus intereses y costas.

Que el asesor general del Gobierno, en representación de la provincia demandada, se opuso a las pretensiones de los
actores y sostuvo la constitucionalidad de los impuestos impugnados, los cuales no afectaban garantía constitucional
alguna. El Fisco, dijo, al establecer impuestos, no tiene por qué sujetarse al criterio propiamente civilista y "puede
establecer categorías de carácter económico cuando las mismas no sean arbitrarias y se apoyan en bases razonables,
respondiendo a una finalidad económica o social".

Que tramitada la causa, la Suprema Corte local, modificando su jurisprudencia, entonces existente -con motivo de
haberse modificado también su constitución al reemplazarse a varios de sus miembros, en sentencia de fecha 10 de
mayo de 1955, rechazó la demanda deducida, sin costas, con el fundamento de que, tratándose de un impuesto real, es
infundada la pretensión de que él se divida de acuerdo con cada una de las fracciones que idealmente corresponde a
los condóminos. Y "que el Fisco puede determinar no sólo el o los sujetos de imposición, sino las categorías razonables
de los contribuyentes, que no afecten la garantía de la igualdad ante la ley".

Que, contra esta sentencia, los actores han traído el presente recurso extraordinario, en el que reiteran el fundamento
esencial de su demanda e invocan en su apoyo, además, la jurisprudencia concordante de esta Corte Suprema en los
procedentes que señalan.

Que, efectivamente, en dichos precedentes y otros posteriores (Fallos, t. 234, p. 568 [Rev. LA LEY, t. 83, p. 12, fallo
núm. 39.007]), esta Corte declaró la inconstitucionalidad del impuesto impugnado "pues resulta claro -se dijo- que en
esa forma, a igualdad de capital, dos contribuyentes pagan impuestos distintos por el solo hecho del condominio,
diferencia injusta, que no se funda en ninguna razón de equidad ni en ningún principio razonable de diferenciación o
clasificación" (Fallos, t. 187, p. 586 [Rev. LA LEY, t. 19, p. 1043, fallo núm. 10.112]; además, t. 207, p. 270 [Rev. LA LEY,
t. 46, p. 465, fallo núm. 22.412]). El tribunal estimó que el hecho de gravar al condómino con un por ciento
correspondiente al valor total del inmueble, y no solamente al de su parte indivisa, importaba una alteración del régimen
jurídico del condominio establecido por el Cód. Civil, ley del Congreso que las provincias están obligadas a respetar (art.
31, Constitución Nacional [Adla, 1852-1880, p. 68]).

Que, sin embargo, en un nuevo examen del problema por esta Corte en su actual composición, el tribunal debe
comenzar reiterando el principio fundamental, muchas veces recordado en sus sentencias, de que, tratándose de
apreciar la constitucionalidad de un impuesto provincial, es punto de partida ineludible la afirmación de que las
provincias, desde que conservan todas las facultades no delegadas a la Nación (art. 104, Constitución Nacional),
pueden libremente establecer impuestos sobre todas las cosas que forman parte de su riqueza general y determinar los
medios de distribuirlos en el modo y alcance que les parezca mejor, sin otras limitaciones que las que resultan de la
Constitución Nacional; que sus facultades, dentro de estos límites, son amplias y discrecionales, de suerte que el criterio
de oportunidad o de acierto con que las ejerzan es irrevisible por cualquier otro poder. Esta doctrina ha sido
invariablemente declarada por esta Corte, desde los primeros años de su funcionamiento (Fallos, t. 7, p. 383; t. 51, p.
350; t. 114, p. 282; t. 137, p. 218; t. 150, p. 419; t. 174, p. 358, entre otros).
Que en atención a lo antes señalado, el tribunal estima por lo menos excesiva la afirmación, contenida en sus
pronunciamientos anteriores, según la cual el Cód. Civil, en razón de haber sido dictado por el Congreso, constituye una
ley limitativa de la facultad de las provincias para establecer impuestos dentro de los límites de su jurisdicción. Esta
facultad es amplia, como ya se ha dicho, y no tiene más limitaciones que las que provienen de la misma Constitución,
pues no otra cosa quiere decir, de acuerdo con el sistema federal y con los antecedentes de nuestra historia, que "Las
provincias conservan todo el poder no delegado por esta Constitución al Gobierno Federal, y el que expresamente se
hayan reservado por pactos especiales al tiempo de su incorporación" (art. 104). Pretender que, además, las provincias,
en el ejercicio de sus facultades privativas en cuanto a la imposición de contribuciones que puedan surgir del Cód. Civil,
importe hacer de este último código, sólo concerniente a las relaciones privadas, un derecho supletorio del derecho
público, en este caso, del derecho financiero importa, asimismo, querer limitar el federalismo de la Constitución con el
unitarismo del Cód. Civil, lo que es, desde luego inaceptable, como doctrina general, habida cuenta de la preeminencia
que tiene la Carta Fundamental sobre toda otra ley; sólo excepcionalmente, en la medida en que el Cód. Civil contiene
principios o normas generales de derecho, rige también en el campo del derecho público. La delegación que han hecho
las provincias en la Nación para dictar los códigos de fondo, sólo significa que aquéllas, en lo que respecta a los Cód.
Civil y de Comercio, han querido un régimen uniforme en materia de derecho privado; y es seguramente excesivo
interpretar que, además, han tenido la voluntad de limitar también las facultades de derecho público de que no se
desprendieron en beneficio de la Nación.

Las leyes impositivas pueden tratar del mismo modo situaciones diferentes según el Cód. Civil, pero que ellas estiman
semejantes desde su punto de vista particular, sin que por ello se afecte necesariamente la garantía de la igualdad; en
la situación inversa, esta Corte ha dicho repetidas veces que el art. 16 de la Constitución "no impide que la legislación
contemple en forma distinta situaciones que considera diferentes, siempre que la discriminación no sea arbitraria ni
responda a un propósito de hostilidad contra determinada persona o grupo de personas o importe indebido favor o
privilegio personal o de grupo" (Fallos, t. 205, p. 68 y los allí citados, entre otros). Y parece claro que en ninguna de
estas reservas pueden razonablemente incluirse las leyes impositivas impugnadas en esta causa.

Que, por otra parte, el poder impositivo tiende, ante todo, a proveer de recursos al tesoro público, pero constituye,
además, un valioso instrumento de regulación económica (Fallos, t. 151, p. 359). Tal es la que esta Corte ha llamado
"función de fomento y asistencia social" del impuesto (Fallos, t. 190, p. 231 [Rev. LA LEY, t. 23, p. 272, fallo núm.
11.786]) que a veces linda con el poder de policía y sirve a la política económica del Estado, en la medida en que
responde a las exigencias del bien general, cuya satisfacción ha sido prevista por la Ley Fundamental como uno de los
objetos del poder impositivo (art. 67, inc. 2º). En este aspecto, las manifestaciones actuales de ese poder convergen
hacia la finalidad primera, y ciertamente extrafiscal, de impulsar un desarrollo pleno y justo de las fuerzas económicas.
El uso de aquel poder para el logro de esta finalidad es atribución que las provincias conservan en gran parte, dentro de
la esfera jurisdiccional que les corresponde, en tanto ello no obsta al logro de los fines que por la Constitución sean
propios del Gobierno Federal. Trátase, pues, de una potestad inseparable de la noción de autonomía, que, habida
cuenta de la función esencialmente dinámica y transformadora que cumple -función que requiere una permanente
actualización de métodos y de fines inmediatos- de ningún modo puede estimarse necesariamente supeditada a las
figuras que el Cód. Civil definió, hace un siglo, teniendo en vista un distinto orden de relaciones jurídicas.

Que tampoco se halla alterado el régimen del Cód. Civil relativo al condominio, y antes, al contrario, respetado, por la
aplicación del impuesto a cada condómino teniendo en cuenta el valor total del inmueble y no sólo el de su parte
indivisa. Porque, en efecto, si bien cada condómino goza de una indudable individualidad con respecto a la porción ideal
de su derecho (arts. 2676 y sigts., Cód. Civil) -que es lo único que está dividido- carece totalmente de ella cuando no se
trata del derecho, sino de la cosa: en todas sus relaciones con ésta, no cuenta cada condómino, sino que es solamente
la totalidad de ellos la que integra el sujeto indivisible que es titular del dominio: para realizar actos materiales o jurídicos
concernientes a la cosa (art. 2680), para introducir innovaciones materiales (art. 2681), para enajenarla, constituir
servidumbres, arrendamientos o hipotecas (art. 2682), es inexcusable la voluntad concordante de todos los condóminos,
que integran la única voluntad común necesaria para la realización del acto: así, verbigracia, cuando los tres
condóminos propietarios de una cosa la venden a un tercero, nadie dirá que hay cuatro contratantes, sino solamente
dos: uno, integrado por los tres condóminos que actúan en unión; otro, el tercero comprador. La doctrina moderna llama
a estos actos "conjuntos", porque una pluralidad de individuos -en este caso, los condóminos- actúa conjuntamente para
la declaración de voluntad necesaria a la formación del negocio (Enneccerus-Nipperdey, "Derecho civil. Parte general",
vol. II, 137, t. 2, p. 3 y nota 8). Este reconocimiento de "sujetos plurales" que constituyen una unidad, existe en las
diversas ramas del derecho: en derecho procesal, es el caso de los "consorcios subjetivos", activos o pasivos. Ninguna
semejanza tiene la situación del sujeto plural, desde luego, con la sociedad o con la personalidad jurídica, y es ocioso
buscar en estos institutos argumentos en favor o en contra de aquel otro.

Que no hay ataque a la igualdad o a la equidad, por tanto, cuando a uno sólo de los condóminos se trata desigualmente
que al propietario único de una cosa, no obstante lo argumentado en los fallos anteriores de esta Corte y lo aducido
también por los recurrentes: en primer lugar, porque tratándose de impuestos reales, como en este caso, ellos, por
definición, "afectan la riqueza con independencia de la consideración de la capacidad contributiva personal del
contribuyente" (Benvenuto Grisietti, "Impuestos directos y reforma impositiva", p. 56, ed. Universidad Nac. de Córdoba,
1927), de suerte que es arbitrario todo argumento que quiera fundar el ataque a la igualdad sobre la base de una
comparación de la capacidad contributiva de un condómino con la del propietario único de la misma cosa. En segundo
lugar, porque "el principio de igualdad como base del impuesto, que establece el art. 16 de la Constitución -ha dicho
repetidamente esta Corte-, sólo exige que en condiciones análogas se impongan gravámenes idénticos a los
contribuyentes" (Fallos, t. 182, p. 193, entre otros), y ninguna analogía esencial existe entre la condición jurídica del
condómino y la del propietario exclusivo de una cosa: la única semejanza exterior en el caso -la igualdad de capacidad
contributiva es inesencial tratándose de los impuestos reales, como ya se ha dicho, y puede con facilidad encontrarse
en numerosas situaciones en que los contribuyentes deben pagar contribuciones desiguales. Aun considerando
preferentemente la capacidad contributiva personal de los contribuyentes, con subordinación de la riqueza a imponer -lo
que no es propio, según ya se ha advertido, tratándose de impuestos de la naturaleza de los aquí impugnados- no es
irrazonable o arbitrario comparar el propietario único con la totalidad de los condóminos de la cosa, y no con cada uno
de ellos, pues es esa totalidad la titular del dominio sobre la cosa y la que, como "sucesora" del causante, ocupa el
mismo lugar de éste antes del acto entre vivos o de la división de la herencia (arts. 3262, 3279, 3417 y concs., Cód.
Civil). La división de los copropietarios es sólo interna y relativa al derecho, no a la cosa. El Fisco de la Prov. de Buenos
Aires, por tanto, ha podido prescindir de esa división interna del derecho para atenerse a la indivisión de la cosa,
situación que sólo interesa a los propios condóminos y que únicamente ellos, en común o individualmente, pueden
hacer cesar en cualquier momento (artículo 2692 íd.).

Por tanto, y habiendo dictaminado el procurador general, se confirma la sentencia apelada en cuanto ha sido objeto del
recurso. - Alfredo Orgaz. - Benjamín Villegas Basavilbaso. - Aristóbulo D. Aráoz de Lamadrid. - Julio Oyhanarte.

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