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BANDA NEGRA
NOVELA ORIGINAL
por
FIDEL ALOMIA
Quito.Tip<>de la. E s c u e l a de A r e t s Y O f i c i o s
lo 900
PROLOGO SIH EJEMPLAR
PERO IKD1SPEESÁ3LE
FIDEL ALOMIA.
CAPITULO I
XJn h u é s p e d ,
—Basta, dijo retirando la botella de los
labios; creo tener fuerzas suficientes para
ílegar á Quito antes de anochecer.
—¿Os ayudaré á montar, señor? pregun-
tó respetuosamente el que había guardado
la botella en uno de los bolsillos de su mo-
ijfsto traje, por el cual bien se echaba de
ver que era un simple paje del caballero,
que, recostado y medio hundido en una
enorme capa negra, contemplaba melancó-
lico desde la llanura de Iñsquitó, á los til-
timos rayos de un sol de agosto, las modes-
tas casitas que, como una bandada de palo-
mas silvestres, se alzaban á la entrada de
la Ciudad de los Revés.
2 FIDEL ALOMÍA
L a fug-a.
E l señor conde.
—¿Cómo me avisas?
—Con el muchachito que nos trae la co-
mida te mandare un recado.
—Entonces, lo que nunca, voy á perma-
necer en casa toda la tarde.
—ífo tanto, cuando el muchacho regrese,
ya sabrás á que atenerte.
—¿Y entre el día podemos vernos para
saber lo que ocurre? preguntó Mora.
—Talvez no, contestó Gil; pues al des-
engañarla, necesito todo el día para prodi-
garle mis consuelos. ¡Oh! si tuviera cinco
pesos más . . . .
—¿Que harías? preguntó Pérez.
—Dejar que el tiempo siga andando.
Un desengaño tan brusco le puede costar
una enfermedad. T a verán lo que me va
á pasar, siguió Gil, meneando la cabeza de
arriba á abajo.
—Oye, dijo Mora. Voy a hacer un es-
fuerzo por conseguir los cinco pesos.
—¿Cómo?
—Yo no digo cómo; pero puede ser que
á mi padrino, Fray Gaspar, le haga alguna
cosa.
LA BANDA NEGRA 189
hr/joó
ti o
imposible Rosita, se devorasen un
buey entero entre el abuelo y el nieto, y se
contentó con decir:
—-¿Las cocinas serán inmensas para ha-
cer todas esas cosas?
—Hum no se alcanza á oír de la una
á la otra punta, contestó Gil, levantándose
al ver que la olla había quedado como el
primer dia: esto es, limpia hasta el fondo.
Ya verás, ya verás cuando estemos en
Araron.
Gil había traído la lirme resolución de
decirle la verdad á Rosita; pero llegado
el momento, la voz se le anudó en la gar-
ganta. Tenía miedo. ¿Cómo desilusionar
á ese tierno pimpollo que sonreía amoroso,
soñando en tanta grandeza? El manee-
bo comenzó á pasearse sumamente contra-
riado, aunque sin darlo á entender.
Rosita para quien la conversación de su
amado era miel sobre hojuelas, volvió á
preguntar:
—Oye Gil, ¿cuándo vendrá el negro que
mandaste al P e r ú en busca de los papeles0?
— E l P e n i está muy lejos; entre ida y
vuelta se echa un año.
196 FIDEL ALOMÍA
____Voy al momento.
Y volviéndose á Benito, le dijo cariñoso:
—Espérame, hijo mío, no tardaré mu-
cho.
Benito Gil hizo una grave reverencia, y
volvió á sentarse, metido en su jerga, re-
suelto a esperar al Padre Tufifio, de quien
aguardaba una gruesa limosna.
Pasaron algunos minutos en los que Be-
nito por entretenerse en algo, se puso á ho-
jear un libro viejo, cuando unos golpes más
francos y recios que los que había oído, le
hicieron contestar: adelante.
La puerta se abrió con violencia, dando
paso a un hombre de traje decente aunque
vulgar, de recios cabellos y rostro encendi-
do por el calor.
—¿Está aquí el padre Tufiño? preguntó
con voz apresurada.
—Ha ido á la sacristía á oír una confe-
sión; no puede tardar mucho.
—Las confesiones siempre demoran, con-
testó el hombre, que sin duda medía las
conciencias ajenas por los enredos de su la-
ya> y yo estoy muy ocupado.
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Concejo General.
En campaña.
E l hermano José, en cumplimiento de
las órdenes superiores, se había levantado
con el alba, y después de oír, como de cos-
tumbre, fervoroso y arrodillado, la primera
misa, salió á la calle con su manteo nue-
vecito y su sombrero de teja, mueble propio
de los que visten sotana, dirigiéndose con
paso tranquilo é igual al barrio de la Chi-
lena. Llegado que hubo á la casa N°. 14,
el hermano José se santiguó tres veces,
quién sabe por qué y no sin cierto temblor,
hijo tal vez de su genio corto, penetró en
ella dirigiendo á todas partes miradas de
curiosidad.
La casa parecía abandonada; tal era el
silencio que en ella había.
IiA BANDA N E G R A 249
G-olpe de gracia.
Sin fuerzas para nada la infeliz Carlota
permaneció en su cuarto todo el día, llo-
rando sus extravíos pasados, y resuelta á
mudar de vida tan pronto como pudiera
hacerlo. Mujer al fin, esto es más débil,
más impresionable, sintió más hondo con
el razonamiento del hermano José, y se
propuso para en adelante ser una santa si
eso era posible.
A eso de las cinco vino el hermano fati-
gado y alegre como de costumbre. Tocó
la puerta de Carlota, y ésta sonriendo, le
invitó pasar adelante, cosa que éste lo efec-
tuó gustoso con el sombrero en la mano.
I;A BANDA NEGRA 281
E n d o n d e e s t á el o r o
Emociones
—Devuelve, ladrón.
—Venid caballero, este es el ea,rain
Y tendiendo Gil el brazo hizo que la pu n .
ta de su estoque mirara terrible al pecho
de su contrario,
El caballero se sonrió. Dobló la capa
arrollándola sobre el brazo izquierdo con
el objeto de parar algún golpe imprevisto
dado con la daga, tiró enseguida de su
espada y avanzó dos pasos basta colocarse
en mitad del aposento. Los jesuítas en la
puerta apenas respiraban. Iban á presen-
ciar un combate espantoso, casi un duelo,
pero terrible, á muerte. Benito (TÜ inmó-
vil, sereno, con la mirada fija en el caballe-
ro, parecía una estatua. kSolo su estoque
se movía de vez en cuando como la lengua
de una serpiente.
—Acércate, gritó Carrera con la espada
casi recta.
—Venid, le contestó Gil sin moverse,
E l mancebo sabía muy bien que en los
combates á espada, el que espera tiene nías
ventaja que el que acomete, en los tres pri-
meros golpes, y no quiso perder esa peque-
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habitación.
— E n San Marcos?, dijo Gil, y como re-
cordando añadió: Ah! verdad que tenías
la llave de ese cuarto. ¡Qué consejo tan
480 FIDEL ALOMÍA
L a s zorras
E l m i s t e r i o cíe M o r a ,
E l mismo.
—¿Y dónde está el Ecuador'?
—Yo que sé donde diablos está, dijo Mo-
ra alzando los hombros con tono agudo y
displicente. Cuando mandan los conser-
vadores dicen que está en el convento de
San Francisco. Cuando mandan los libe-
rales dicen que está en la punta de un cuer-
no. Lo que yo creo es que la República
del Ecuador está en los infiernos.
— V a m o s á lo que importa, á los versos
del Juanita. Léelos, dijo Gil.
Allá van, pero conste que se los dedico á
Alberto Arias Sánchez, aunque no le co-
nozco.
—Dedícaselos á quien quieras; eso no
importa; una dedicatoria no hace ni más
ni menos buena una poesía.
Empieza.
Mora se plantó en medio del cuarto y
con voz sonora comenzó á leer el secreto
de sus amores.
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SOPIA
i
Madreselvas olorosas
Visten la humilde cabana,
Y la vecina montaña
Le da sus brisas sabrosas,
En las noches calurosas
Cuando el ángel de ese nido
Tras el rosal escondido
Fija su ardiente pupila
En la luz suave y tranquila
De algún lucero perdido.
O sentado en la ladera
Deshace tardo y contento
De su hija por dar al viento
La opulenta cabellera,
Que deja notar ligera
Como grímpola dorada,
Del favonio acariciada
En las tardes de verano;
Mientras la niña al anciano
Le mira amante y callada.
II
Comenzada á mi despecho;
Y más cuando aquí en el pecho
Por esa mujer divina
Ardiente pasión germina.
Sigamos, pues, en mis trece
Que la fortuna se ofrece
Sólo al que largo camina.
Y dijo: Señor no sé
Cómo á esta casa he venido
— Fácilmente, ya se vé
Del peñón habéis caído
Y yo al miraros tendido
Y como muerto, llevado
De mi amor al desdichado,
Con planta segura y presta
Con vos descendí la cuesta
Y aquí estáis baio techado.
LA BANDA NEGKA 505
Y púdica y temblorosa,
La niña, muy suavemente
Ató la venda á la frente
Con sus manitas de rosa;
Y cual madre cariñosa
¿Está bien?, dijo.—Muy bien
Contestó el joven á quien
Le pesó que se acabara
El pretexto con que entrara
ü¡n ese risueño edén.
Y cortés acompañando
Al mancebo hasta la puerta
Que tras él la dejó abierta,
LA BANDA NKGRA
III
Si al corazón te avecinas
Con guirnaldas peregrinas
Adornas nuestra cabeza
Que ya á enloquecer empieza
En los placeres cobarde,
Sin mirar en que más tarde
Su dicha será tristeza.
Te partes y se derrumba
Sobre el hombre la amargura,
Te partes y queda oscura
La vida como una tumba.
Rabioso y potente zumba
En ese nido va frío
El huracán del hastío,
Que solo iracundo grita
En alma que está marchita
En pecho que está vacío.
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IV
Un riobambeño más
I JO q u e h a b í a s u c e d i d o
Pactos
Prisioneros
Terror
—No lo sé.
—Pero qué piensa usted conseguir con
esa terquedad? ¿qué esperanza le queda en
esta triste prisión?
¡ V i v a la i n d e p e n d e n c i a !
El fosforo
C o n s e c u e n c i a s de un grito
_A.g-oii.ias.
L a c r u z d.e fiies-o.
es
TJli:imo>¿ £>*oly>eíS
¡ Adiós !
apJ-milo 1 Vn h u é s p e d
w
11 Declaración 13
i"»Ll Rosita PantoJa 41
J*V La Banda F o r r a 66
r V La f u g a 10 o
n VI Recuerdos 133