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¿Regulación o Abolicionismo?

Un debate que no tiene sólo


dos posiciones excluyentes
En las campañas electorales, distintas organizaciones suelen
interrogar a los candidatos y candidatas sobre la posición que
sostienen frente al derecho al aborto, la reglamentación de la
prostitución, el uso de los recursos naturales o muchos otros
temas. Las respuestas que dio Nicolás del Caño –precandidato a
presidente del Frente de Izquierda por la lista 1.A- al
cuestionario enviado por AMMAR generaron debate entre
compañeras del movimiento de mujeres que se reclaman
abolicionistas y con quienes compartimos muchos pareceres y
luchas por nuestros derechos. Por eso, volvemos a insistir con
nuestras posiciones; las mismas que siempre sostuvimos y
desde las que se respondió al cuestionario de AMMAR, que
reproducimos más abajo.

Andrea D'Atri
@andreadatri
Jueves 6 de agosto de 2015 | Edición del día


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¿Cuál es el fondo de la cuestión?

Para quienes nos referenciamos en el marxismo, la prostitución es una


institución social que surge como contrapartida a la aparición de la
familia basada en el matrimonio monógamo; junto con el surgimiento de
la propiedad privada y el Estado.

Luchamos por la abolición del Estado, de la propiedad privada, de la


familia que se basa en el control patriarcal de la capacidad reproductiva
y la sexualidad de las mujeres, de su trabajo doméstico gratuito y la
reproducción de las relaciones sociales de dominación sobre mujeres,
hijos e hijas. También, por la abolición de la prostitución.

Pero así como sabemos que el Estado capitalista no puede abolirse por
una ley ni un decreto que salga de sus propias entrañas, si no es por la
lucha revolucionaria de la clase trabajadora que conquiste el poder para
las mayorías y avance en establecer un Estado transicional hacia el
socialismo, donde finalmente sean abolidas las clases sociales; de la
misma manera, consideramos que no puede abolirse por decreto la
opresión de las mujeres y, entonces, la prostitución.

No hay Estado capitalista sin explotación del trabajo asalariado, sin


opresión de las mujeres (como también de otros sectores sociales) y sin
prostitución. Como decía el marxista Bebel sobre la prostitución, en el
siglo XIX, “algunos de los que se ocupan de esta cuestión empiezan a
darse cuenta de que la triste situación social bajo la que sufren
numerosas mujeres pudiera ser la causa principal de que tantas de ellas
vendan su cuerpo; pero este pensamiento no avanza hasta la
consecuencia de que, por consiguiente, es necesario crear otras
condiciones sociales”. Para nosotras, es necesario crear otras
condiciones sociales. Y es la lucha que abrazamos.

¡Pero la prostitución actual no es como la de la Antigua Grecia!

La prostitución alcanzó una dimensión inusitada durante las últimas


décadas, en las que el neoliberalismo transformó la explotación sexual
en una industria de enormes proporciones y que genera ingentes
ganancias para los proxenetas. Esta apreciación la compartimos con la
mayoría de las compañeras que se definen abolicionistas.

Ese negocio ilegal y enormemente rentable para los explotadores tiene


dos consecuencias. Por un lado, el monstruoso crecimiento de las redes
de trata que secuestran niñas, jóvenes y adultas o las engañan con
promesas de trabajo, matrimonios, etc., para ser explotadas sexualmente
sin su consentimiento, privadas de su libertad, después de ser
violentadas de múltiples maneras. Ante este flagelo, denunciamos y
combatimos las redes de trata que actúan con la complicidad, la
participación directa y/o la impunidad de funcionarios políticos, judiciales
y fuerzas represivas del Estado.

Por otro lado, la cínica posición de la Organización Internacional del


Trabajo y distintos Estados, que impulsan la sindicalización de las
mujeres en situación de prostitución, más preocupados por “blanquear”
el negocio de los proxenetas y los ingresos que aportarían a los Estados
en materia de impuestos a las ganancias con sus “empresas”
reglamentadas, que por las condiciones de vida de las personas
prostituidas.

Esta situación actual, reconfiguró viejos debates del siglo XIX, entre
“regulacionistas” y “abolicionistas”. Mientras el regulacionismo “propone
que el Estado legalice la prostitución y, por lo tanto, se reglamente la
instalación de prostíbulos, las formas de explotación de las mujeres, los
controles sanitarios” (1); el “abolicionismo” considera a la prostitución
como una forma de violencia contra las mujeres, combate el
proxenetismo y considera que podría desterrarse con campañas
educativas contra el consumo de prostitución, la penalización de los
clientes o la prohibición legal de su ejercicio. Lo único que sostienen en
común es la expectativa en que sea el mismo Estado que legitima y
reproduce la milenaria opresión de las mujeres, el responsable de ya sea
regular la vida de las personas en situación de prostitución o, por el
contrario, de abolir esta institución social propia de la sociedad de clases.

También existen posiciones más extremas promovidas por el


postfeminismo, acerca del supuesto “empoderamiento” que la
prostitución permitiría a las mujeres sobre su propia sexualidad. Pero
cuando el crecimiento de las redes de trata y del proxenetismo
configuran casi como una excepción la “prostitución consentida” de
personas que no encuentran otra salida para la subsistencia cotidiana; la
prostitución supuestamente elegida como un ejercicio de libertad sexual
está reducida a una ínfima minoría de personas, que probablemente no
atraviesan las situaciones de desesperación, violencia, hambre, miseria,
violaciones y persecución policial que debe soportar la mayoría.

Un programa transicional para la abolición de la explotación


sexual

Ya escribimos en otra oportunidad que “lejos de todo moralismo, el


marxismo reconoce que la prostitución es inseparable de las sociedades
de clase y, por lo tanto, es inseparable del capitalismo. Pero reconocer
que sólo acabando con todas las formas de explotación y opresión,
podremos acabar con la prostitución, no es razón para no defender los
derechos de las personas en esta situación –entre quienes las mujeres
son mayoría absoluta–, a su autoorganización, exenta de la injerencia de
proxenetas (sean fiolos o empresarios) y del Estado (sea regulacionista o
punitivo).”(2)

No somos regulacionistas, pero acompañamos y promovemos la lucha


por exigir al Estado capitalista y sus gobiernos la garantía de un trabajo
para todas las personas en situación de prostitución que quieran
abandonarla, con un salario que cubra la canasta familiar, acceso a la
salud, la educación, la vivienda. Al mismo tiempo que combatimos la
estigmatización, la persecución y marginación social de las personas en
situación de prostitución, denunciando principalmente la represión
policial, la complicidad de las fuerzas represivas del Estado, sus
funcionarios políticos, la justicia y poderosos empresarios en el
funcionamiento y la impunidad con la que operan las redes de trata.

Podríamos sostener que somos abolicionistas “en última instancia”.


Porque consideramos utópico que el mismo Estado capitalista que no
sólo se sostiene en la explotación del trabajo asalariado de millones de
seres humanos, sino también en la explotación del trabajo doméstico no
remunerado, en la opresión de las personas por razones de género, sexo,
nacionalidad, etnia y en el entramado mafioso de los regímenes políticos
con los grandes “negocios” clandestinos, incluyendo la prostitución,
pueda ser quien “resuelva” la abolición de esta institución milenaria
creada por las sociedades clasistas, mediante el aumento de su poder
punitivo.

Por eso, mientras enfrentamos la persecución de las personas en


situación de prostitución, su explotación en beneficio de terceros;
mientras exigimos al Estado el derecho a la satisfacción de todas las
necesidades (trabajo asalariado, vivienda, educación, salud, etc.) y
mientras defendemos su derecho a la autoorganización, luchamos con la
perspectiva de una sociedad donde la explotación de las personas y
todas las formas de opresión que hoy nos aprisionan, sean un mal
recuerdo de la “prehistoria” humana.

(1) Andrea D’Atri, Pecados & Capitales, revista Ideas de Izquierda, Nº7,
marzo 2014

(2) ídem.

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