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HILAR TEJIDOS: DEL POR QUÉ

SE DEBE SEGUIR
CONSTRUYENDO MEMORIA
EN UNA SOCIEDAD ABNEGADA
POR José Ahumada
Somos una sociedad abnegada. Tomemos el término en su acepción más literal: renunciar a un interés particular
en beneficio de un tercero.

Si hilamos delgado, descubrimos sorpresivamente que la historia reciente de Colombia se resume en ese
particular término: los jóvenes renuncian a sus sueños para defender la patria de la “emergencia terrorista”;
renunciamos a tener una vida digna, con oportunidades laborales justas, con un sistema de salud óptimo con tal
de que a nuestros “expertos económicos” les satisfaga la proyección del recaudo fiscal; renunciamos, por una
pequeña remuneración, la capacidad de transformar políticamente las riendas del país; y, últimamente,
renunciamos a tener proyectos de infraestructura vial eficientes en beneplácitos de los interés bancarios del
hombre económico más poderoso de Colombia por ser “terceros de buena fe” –el chiste se cuenta solo–.
No obstante, no todo está perdido. “Hasta los vientos cambian de aires”, diría Galeano. Y es en ese insistir, por
medio de la reconstrucción de la memoria histórica, que podemos dislocar la historia oficial. Porque… no es
que los colombianos seamos obstinados per se; es que la obstinación se ha acoplado a nuestro humor nacional.
Y la principal función de la memoria es registrar nuestros acontecimientos y visibilizar lo arbitrario. Decía
Walter Benjamin que la puerta de la justicia es la memoria, que plasma las impresiones y las sensibilidades, a
contrario del recuerdo, que las destruye.
¿Nos quedaremos en el recuerdo, lánguido y escurridizo de la ensoñación, o cambiaremos de aires vislumbrando
un presente ansioso de transformarse? Sólo lo sabrá el colombiano de a pie, el censurado, el rezagado, el
deshistorizado

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