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Dice así mi amigo Juan Matías:

Todos me miran de mal modo como enojados por mi vagancia. Voy por las calles
lentamente,
despreocupado, deteniéndome a contemplar todo espectáculo, y a oír los decires y
comentarios
de la gente.
Mis parientes y amigos dicen que soy un ser despreciable, que por qué no me voy a una
zapatería, a un almacén, a una universidad; que es preciso hacer algo útil…
¿Algo útil? Los zapateros y los modistos contribuyen con su trabajo a que hombres y
mujeres
aparezcan unos a otros más apetecibles, y a que así se junten y siga la danza… Ellos son los
guisadores de la humanidad futura… ¿Y es por ventura bueno eso de que sigan naciendo
hombres? Unos dicen que la vida es buena, otros, que insoportable… ¿Y para qué la vida?
Cada uno tiene su bondad y su maldad, su altura y su bajeza, que a cada momento varían.
Nada es estable; ya no existe ideal inconmovible… Nadie tiene derecho para engendrar.
¿Y el médico? Alivia a los hombres. ¿Y no sería mejor dejarlos morir? Todo está en
opiniones. ¡Nadie hable de la verdad! ¡Lejos de nosotros toda mitología!
De suerte que el oficio de nosotros los vagos, es tan importante, o tan sin importancia,
como el
de los médicos, remendones, costureros, mercaderes y locos…
Sólo que los hombres, puesto que es necesario vivir, moverse, se hacen un ideal, y se dicen
hasta convencerse que ese ideal es una cosa digna, que en él está la felicidad.

Lo mismo que si alguien se dijese: en la cima de aquella montaña hay algo muy bueno.

¡Vamos allá! Y entonces lo que fuera útil para subir a la montaña, sería noble y digno…

Así pues, el oficio de nosotros los vagos puede con el tiempo, cuando se cambie de ideal,
llegar a ser el más noble.
El ejemplo de cómo se cambia el valor de una profesión lo tenemos en el abogado. Antes,
en
aquellos tiempos en que se creía en el libre albedrío, en el bien y en el mal, el abogado era
el
hombre más apreciado.
Hoy se dedican a legistas los inútiles, los que no tienen otro medio de ganarse el pan.
Y es indudable que ya comienza a crecer la estimación por nuestro oficio. Se ha descubierto
que todo pensador es vago. En éste, como no encuentra placer en gesticular, y caminar a
prisa,
y hablar mucho, como el mercader, toda la actividad se hace interior…
¡Dentro de poco seremos los grandes hombres! Pero repito: en sí, tan sin ningún significado
es
el oficio del vago, como el del médico, abogado, loco, zapatero, chofer, modisto, remendón
y
soldado. El aprecio o desprecio que a estas distintas profesiones se concede, depende de la
disposición en que uno se encuentre al mirarlas.
La lectura
A la lectura atenta de los libros filosóficos debe preceder una menos profunda y razonada.
Así
nos preparamos para entender los pasajes oscuros, pues sabiendo qué tendencias imperan
en el
autor, aquellos se hacen claros y fáciles. Así, acontece que el segundo libro que leemos de
un
autor, es mucho más fácil que el primero.
En esta clase de obras generalmente son necesarias dos lecturas, y si en la primera
pretendemos comprender todas las ideas, resulta un trabajo de grandes fatigas. Primero es
comprender la doctrina en general, y luego viene el estudio detallado de cada pensamiento.

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