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Fragmento de una conferencia, extraído de: Dussel, I. (1 de diciembre de 2013).

Desafíos en la producción de materiales educativos y Libros de Texto Gratuitos


para la enseñanza y el aprendizaje en la educación básica. Conferencia magistral en
el Seminario “Una nueva generación de materiales para los niños mexicanos de
hoy”, organizada por la Secretaría de Educación Pública de México, Feria
Internacional del Libro de Guadalajara.

La enseñanza se ha valido de materiales desde sus inicios. Distintos objetos


(tablillas, papiros, tinta, lápices de distinto tipo, imágenes, juguetes, ábacos) han sido
importantes soportes para el desarrollo de las prácticas de transmisión y de
aprendizaje desde los egipcios y los fenicios. Esta presencia no ha hecho más que
incrementarse en los últimos siglos, debido a la disponibilidad material de estos
recursos, gracias en gran parte a su menor costo que permitió poner a circular una
variedad de materiales en las aulas, las familias y las comunidades más en general.
Aunque esa circulación sigue siendo heterogénea y desigual, tengo pocas dudas de
que es muchísimo más abundante que hace dos siglos, cuando se empezó a diseñar el
modelo escolar que hoy conocemos y experimentamos.
¿Por qué esta importancia de los materiales educativos? Uno puede, claro está,
adjudicársela a las tradiciones de enseñanza que vuelven difícil pensar las prácticas
con otros objetos que los ya conocidos. Como maestros, usamos los libros o el
pizarrón, o mañana las computadoras, porque han estado ahí, porque es lo que
aprendimos a hacer cuando éramos alumnos, porque es lo que otros colegas nos
señalan como buena práctica.
Pero diría también que los materiales educativos vienen a cumplir una función
muy importante en el vínculo educativo, que es la de objetivar y materializar el
saber. El saber no circula sólo ni mayoritariamente de mente a mente, como un flujo
entre dos entidades aisladas que se conectan por algo parecido a los rayos catódicos,
sino que pasa a través de cuerpos, con sus voces, sus miradas y sus gestos, y se
encuentra y plasma en soportes que organizan ciertos recorridos y trayectorias, y
que permiten potenciarlo y expandirlo. Esto es algo que los humanos probablemente
aprendimos hace miles de años, y que venimos repitiendo y modificando en nuestras
interacciones. Aún en las transmisiones orales es muchas veces necesario ‘marcar’ los
relatos con imágenes u objetos que permiten guardar un registro de lo que se está
conversando.
En la transmisión cultural intergeneracional, la escritura supuso un salto al
permitir objetivar un saber y plantearlo como material de trabajo, como signo que se
acumula en una serie de intercambios, y como acción que deja un registro al que se
puede volver más tarde, o volver con otros. Hay una hermosa película iraní de Abbas
Kiarostami, ¿Dónde está la casa de mi amigo?, que comienza con una escena de un
fuerte intercambio de un maestro con un niño al que regaña duramente porque se
olvidó su cuaderno de clase en casa. La escena transcurre en una aula pobre, con
puertas que no cierran, muebles precarios, y con muy pocas imágenes o materiales
disponibles. El cuaderno es, junto con el pizarrón, de los pocos recursos existentes en
ese intercambio. El maestro increpa muy duro al niño hasta que a éste le saltan las
lágrimas, y al final del regaño le dice en voz alta, y para que escuche todo el salón: “Si
no traes tu cuaderno, no podemos ver qué escribiste ayer, ni anotar lo que escribas
hoy para verlo mañana”. Más allá del autoritarismo de este maestro y de su privilegio
de una sola superficie de escritura, resulta interesante notar que el cuaderno de clase
fue un soporte ideal para la construcción de una secuencia didáctica, para la noción
de acumulación del conocimiento, para la visibilización de una práctica con el saber.
Creo que además permite evidenciar que la escritura amplía el registro de la cultura
y también la temporalidad de la transmisión.
Por esas condiciones, los materiales educativos tienen la enorme función de
expandir las redes de conocimientos en las que nos movemos. Si la enseñanza se
redujera a lo que cada uno de nosotros trae a ese momento y lugar en que ocurre el
proceso de transmisión y de aprendizaje, ¡de cuánto nos privaríamos en el encuentro
con la cultura! La terceridad que trae el libro de texto, el cuaderno de clase, la
escritura en el pizarrón, la imagen colgada en las paredes del aula, y ahora el texto
multimodal digital, introduce a la conversación educativa elementos y trayectorias
heterogéneas al aquí y ahora, amplía los recursos, permite referirse a códigos más
extendidos, lenguajes más rigurosos, historias y signos de otros tiempos. La
terceridad también permite la autonomía: en el encuentro de un sujeto con ese
texto, está contenida la posibilidad de producir otra lectura y encontrar otros signos
que aquellos que el maestro señaló. Todo eso enriquece nuestro repertorio y abre
otras puertas al conocimiento, “otros mundos posibles”, como los llama Jerome
Bruner.

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