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Realismo es un término que, además de utilizarse para denominar

ciertos movimientos artísticosreactivos contra el romanticismo en literatura


(literatura del realismo) o pintura (pintura del realismo) -ambos originados en la
Francia de mediados del siglo XIX y continuados en el naturalismo
literario y pictórico posterior-; tiene una dimensión genérica que permite identificar
un realismo artístico como una postura estética o de teoría del arte que
identifica arte y realidad.[2]
Esta postura se plasma en diversas formas de representar
la realidad o naturaleza de una manera imitativa (mimesis), por lo que también se la
denomina naturalismo (de forma equívoca con otros usos de naturalismo en el
arte)

Como objetivo o pretensión, la postura o perspectiva realista es compartida en


rasgos generales por toda clase de arte figurativo; pero también por la literatura, e
incluso por la música programática o descriptiva. En las artes plásticas (escultura y
de forma especialmente trascendente para la pintura, dadas sus especiales
convenciones -la reducción a lo bidimensional-) puede cumplirse con muy distintos
grados, desde las fronteras de la abstracción hasta el trampantojo.[3]
Ese enfoque realista del arte se ha dado en muy distintos estilos y épocas
históricas a lo largo de la historia de la pintura y la historia de la escultura;[4] y en
cuanto a su distinto tratamiento en cada una de las escuelas nacionales, ha sido
propuesto como una de las características definitorias, a lo largo del tiempo, de
la escuela española frente a la escuela italiana y la escuela flamenca.

Frente al arte italiano, creador de perfecciones y bellezas, buscador de la suma


en que se unen las notas que un individuo no puede presentar nunca fundidas,
idealista, en fin, (...) la estética española exalta el supremo valor del individuo
como tal (...) esta es la verdadera raíz de nuestro realismo, palabra equívoca
que también se ha empleado para calificar cosas muy distintas. Mas no es el
nuestro un realismo objetivo y frío que refleja las cosas del mundo como
pudiera reflejarlas un espejo; este sería el realismo de los flamencos primitivos
o de los holandeses.[5]

El arte realista puede definirse, en cuanto a su contenido, como el que representa


los temas "de acuerdo con reglas seculares y empíricas" de modo que tales temas
sean "explicables en términos de causas naturales, sin recurso a intervención
sobrenatural o divina";[6] considerando la existencia de una realidad objetiva en
tercera persona, sin embellecimiento o interpretación (como hacen los
enfoques idealistas del arte: el idealismo artístico, concepto con el que se
contrapone).
Tal aproximación implica inherentemente una creencia de que tal realidad es
ontológicamente independiente de los esquemas conceptuales del hombre, de sus
prácticas lingüísticas y creencias, y que puede ser conocido (o conocible) por el
artista, que puede a su vez representar fielmente esa realidad. Según Ian Watt[7]
el realismo moderno "comienza con la posición de que la verdad puede ser
descubierta por el individuo a través de los sentidos" que "tiene sus orígenes
en Descartes y Locke, y recibe su primera formulación con Thomas Reid a
mediados del siglo XVIII."[8]
El realismo en las artes tiende a representar personajes, situaciones y objetos de
la vida cotidiana de forma verosímil. Tiende a descartar los temas heroicos (tan
caros al clasicismo, que los representa con una perspectiva idealista) en favor de
temas más neutros, pegados a la tierra. En la definición que del esperpento hace
su creador, el dramaturgo español Ramón de Valle Inclán, se comparan,
oponiéndola a la suya (que identifica con la de Goya, Quevedo o Cervantes), las dos
perspectivas que han dominado la historia de la literatura y de las artes plásticas:
la que hace al espectador admirar de rodillas a los héroes homéricos y la que le
pone a los personajes a su nivel, en los dramas de Shakespeare.

Comenzaré por decirle a usted que creo hay tres modos de ver el mundo
artística o estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire.

Cuando se mira de rodillas -y ésta es la posición más antigua en literatura-, se


da a los personajes, a los héroes, una condición superior a la condición
humana, cuando menos a la condición del narrador o del poeta. Así Homero
atribuye a sus héroes condiciones que en modo alguno tienen los hombres. Se
crean, por decirlo así, seres superiores a la naturaleza humana: dioses,
semidioses y héroes. Hay una segunda manera, que es mirar a los
protagonistas novelescos como de nuestra propia naturaleza, como si fueran
nuestros hermanos, como si fuesen ellos nosotros mismos, como si fuera el
personaje un desdoblamiento de nuestro yo, con nuestras mismas virtudes y
nuestros mismos defectos. Ésta es, indudablemente, la manera que más
prospera. Esto es Shakespeare, todo Shakespeare. Los celos de Otelo son los
celos que podría haber sufrido el autor, y las dudas de Hamlet, las dudas que
podría haber sufrido el autor. Los personajes, en este caso, son de la misma
naturaleza humana, ni más, ni menos que el que los crea: son una realidad, la
máxima verdad.

Y hay otra tercera manera, que es mirar al mundo desde un plano superior, y
considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un
punto de ironía. Los dioses se convierten en personajes de sainete. Esta es una
manera muy española, manera de demiurgo, que no se cree en modo alguno
hecho del mismo barro que sus muñecos. Quevedo tiene esta manera.
Cervantes, también. A pesar de la grandeza de Don Quijote, Cervantes se cree
más cabal y más cuerdo que él y jamás se emociona con él. Esta manera es ya
definitiva en Goya. Y esta consideración es la que me llevó a dar un cambio en
mi literatura y a escribir los esperpentos, el género literario que yo bautizo con
el nombre de esperpentos.[9]

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