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Ejercicio de la función pública.

Ética y transparencia 381


DE LA CORRUPCIÓN, EL DERECHO
Y OTRAS MISERIAS
LUIS FEDERICO ARIAS

“Dada la miseria de la ciencia jurídica de


nuestra época, sería necesario justamente una
ciencia de la miseria”
Rudolf Wiethölter1

SUMARIO: I. Introducción.- II. La corrupción como objeto de conoci-


miento.- III. El fracaso de normatividad. 1. Corrupción y derecho.2.
Ética y corrupción.- IV. La sinrazón de la razón.- V. Los desafíos del
Derecho. 1. Abrir las puertas del Estado: en búsqueda de un nuevo
equilibrio de poder. 2. Abrir las puertas de la Jurisdicción: hacia un
nuevo paradigma de la juridicidad objetiva.- VI. Nuestras miserias

I. INTRODUCCIÓN

La realidad social, y no solamente las normas jurídicas (que


integran esa realidad por la doble condición ser/deber ser del
Derecho) constituye la materia prima de la que debe valerse
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todo operador del Derecho, puesto que el análisis dogmático


resulta insuficiente para describir y comprender el fenómeno
de la corrupción, toda vez que el contenido material de las nor-
mas no puede explicar la realidad subyacente que, en esta te-
mática -como en tantas otras-, suele no corresponderse con las
prescripciones el ordenamiento jurídico, pues en eso consiste
precisamente la corrupción, responsable en gran medida de
nuestras actuales miserias.
Gran parte de las construcciones conceptuales modernas so-
bre la corrupción giran en torno a esa brecha entre legalidad o
sistema normativo positivo y prácticas sociales, o bien, entre
sistema mítico y código práctico, o entre lo escrito y lo no escri-
to, o entre legalidad y cultura, o entre una dimensión simbólica

1
Cit. por Barcellona, Pietro, La formación del jurista, en AA.VV de idéntico
epígrafe, Civitas, Madrid, 1993, 3ra. edición, p. 45.

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y una dimensión estratégica2; todo lo cual determina la necesi-


dad de situar la observación en el contexto de creación y de
aplicación de las normas, excediendo el análisis meramente
normativo, porque el Derecho, en definitiva, es realidad, acon-
tecer, parte de todo ese conglomerado de productos sociales que
situamos en la praxis3.
Por ello, la “problematización” de la transparencia de la fun-
ción administrativa objeto de este seminario, y, en un sentido
más amplio, de la corrupción, exige franquear las barreras
ontológicas y metodológicas que limitan nuestra comprensión,
para afrontar el conocimiento de este fenómeno social, que ofre-
ce diversos puntos de observación, debido a la concurrencia de
diversas normatividades (muchas veces en conflicto) vincula-
das a su existencia, con componentes de historicidad, politicidad,
etc. Sólo esta visión integradora puede darnos una perspectiva
clara desde donde escindir aquellas cuestiones relevantes para
la mirada del jurista intérprete o legislador.

II. LA CORRUPCIÓN COMO OBJETO DE


CONOCIMIENTO

Se ha destacado que frente a la escasa atención teórica que


ha merecido la corrupción hace unos quince o veinte años, la
situación actual es totalmente distinta, y cualquier lego que
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pretende acercarse al tema encuentra una vasta bibliografía


especializada, ordenada desde diferentes perspectivas discipli-
narias (Ciencia Política, Derecho, Antropología, Historia, Eco-
nomía) y desde distintos enfoques teóricos (utilitarismo clásico,
teorías de la elección racional, cultura política)4.
Teniendo presente lo expresado, desde la sociología del cono-
cimiento se deberían investigar las razones por las cuales la

2
Riesman, Michael, ¿Remedios contra la corrupción?, FCE, México, 1981,
cit. por Rabotnikof, Nora, Corrupción política: definiciones técnicas y sentidos
sedimentados, en Isonomía, Revista de Teoría y Filosofía del Derecho N° 10,
abril 1999, p. 27.
3
Hernández Gil, Antonio, Problemas epistemológicos de la Ciencia Jurídi-
ca, Civitas, Madrid, 1981, 2da. edición, pp. 11 y 103.
4
Rabotnikof, Nora, op. cit., p. 25. Véase asimismo, Rose-Ackerman, Susan,
Corrupción y Economía Global, en Isonomía, Revista de Teoría y Filosofía del
Derecho N° 10, abril 1999, p. 51.

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corrupción ha adquirido pertinencia valorativa en épocas tan
recientes, es decir, porqué en determinado momento/contexto
ha sido considerada importante para el científico social, pese a
que el objeto de investigación en cuestión es reconocido como
un fenómeno antiguo y universal5.
No obstante que la respuesta al citado interrogante excede
el objeto del presente análisis, no debería soslayarse que la lu-
cha contra la corrupción fue punta de lanza de un discurso que
alentaba las políticas privatizadoras y la desregulación, en tan-
to vinculaba este fenómeno a la intervención del Estado en la
economía6. De modo tal que no resulta sorprendente la irrup-
ción discursiva de ambas cuestiones en un contexto y un mo-
mento cronológico similar7. En consecuencia, la primera tarea
del análisis es desvincular el referido componente ideológico,
porque es bien conocido que muchos países “del primer mundo”
que ahora acusan a los países “subdesarrollados” de corrupción,

5
Muchos textos antiguos dan cuenta de ello, entre otros, el antiguo testa-
mento: “¡Ay de los que proyectan iniquidades y traman el mal durante la no-
che! Al despuntar el día, lo realizan, porque tienen el poder en su mano. (…)
¡Escuchen esto, jefes de la casa de Jacob y magistrados del pueblo de Israel,
ustedes, que abominan la justicia y tergiversan el derecho, que edifican con
sangre a Sión y a Jerusalén con injusticia! Sus jueces juzgan por regalos, sus
sacerdotes instruyen por un sueldo, sus profetas adivinan por dinero, y toda-
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vía se apoyan en el Señor, diciendo: ‘¿No está el Señor en medio de nosotros?


¡No nos puede pasar nada malo!’” (Libro de Miqueas, caps. 2 y 3).
6
Un análisis desde este enfoque puede verse en Begovic, Boris. Corrup-
ción: concepto, tipos, causas y consecuencias, en “Documentos” del “Centro
para la Apertura y Desarrollo de América Latina”, Año III, Número 26, 1-III-
2005.
7
En la asamblea general de la OEA realizada en mayo de 1992, se aprobó
una resolución en la que se encomendaba al Consejo Interamericano Econó-
mico y Social (CIES) que analizara las prácticas corruptas en el comercio
internacional con relación a los desafíos económicos y sociales del continente
americano para la década de los 90. En dicha resolución se expresó que: “Las
prácticas corruptas, junto con otros injustificados condicionalmente al libre
comercio tienen efectos perjudiciales sobre las transacciones comerciales in-
ternacionales que atraen inversiones, recursos financieros, tecnología, cono-
cimientos especializados y otros importantes recursos del exterior y promue-
ven el desarrollo económico y social en todo el mundo, particularmente en los
países de la región que intentan revitalizar o desarrollar sus economías ” -
Organización de Estados Americanos. Prácticas corruptas en el comercio in-
ternacional, AG/RES. 1159 (XXII-0/92), 22 de mayo de 1992. http://www.oas.org/
juridico/spanish/ag-res97/Res1159.htm-.

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durante muchos años se negaron “sistemáticamente a asumir


compromisos que los vincularan jurídicamente con su comba-
te” y “la legislación de algunos de esos países no sólo no casti-
gaba a sus nacionales por sobornar a funcionarios de otros
Estados, sino que, aun más, les permitía descontar de sus im-
puestos los sobornos pagados en el extranjero”8.
Por su parte, si bien es cierto que la corrupción se ha verifi-
cado en todos los tiempos y en todo tipo de regímenes políti-
cos9, es preciso relativizar los conceptos a priori o las teorías
generales sobre la corrupción, que se desarrollan con indepen-
dencia de la realidad política, económica e institucional que se
verifica en un lugar determinado10, puesto que el análisis ge-
neral difícilmente pueda aportar soluciones concretas.

III. EL FRACASO DE NORMATIVIDAD

1. Corrupción y derecho

Las conductas caracterizadas como hechos de corrupción,


han sido generalmente subsumidas en la tipología penal exis-
tente, abordando la problemática desde su faz represiva11, al
igual que la mayoría de los preceptos de la Convención
Interamericana Contra la Corrupción12.
Con relación a los aspectos organizacionales de la función
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administrativa, se han creado órganos con competencia espe-


cífica en la materia, para la investigación de los actos de co-
rrupción13, sumados a los ya existentes que controlaron tradi-

8
Intervención del Secretario General de la OEA en la Conferencia de Esta-
dos Parte de la Convención Interamericana contra la Corrupción. Buenos Ai-
res, Argentina, 2 de Mayo de 2001 (http://www.jus.gov.ar/minjus/oac/cicc/
gaviria.htm).
9
Véase Nieto, Alejandro, Corrupción en la España democrática, Ariel, Ma-
drid, 1997; Laporta, Francisco y Álvarez, Silvina (editores), La corrupción polí-
tica, Alianza Editorial, Madrid, 1996.
10
Conf. Garzón Valdés, Ernesto, Acerca de la calificación moral de la co-
rrupción, Isonomía N° 21, octubre 2004, p. 9.
11
Véase Caballero, José S., La Convención Interamericana contra la Co-
rrupción y la legislación penal argentina, LL 1997-E, 1153.
12
Ley N° 24.759.
13
Véase decreto N° 102/99.

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cionalmente la función administrativa14. También se han anun-
ciado sistemáticas acciones de gobierno para el logro de la mis-
ma finalidad15 y, sin embargo -como he señalado en otra opor-
tunidad16-, nada de ello fue suficiente para conjurar ese flage-
lo y los resultados están a la vista: leyes sancionadas bajo sos-
pecha de sobornos17, venta ilegítima de armas, contratos frau-

14
Sindicatura General de la Nación y Auditoria General de la Nación (ley
24.156), y demás órganos provinciales (Tribunal de Cuentas, Contaduría, Fis-
calía de Estado, etc.).
15
En diciembre de 1990, la “Comisión para la Recuperación Ética de la So-
ciedad y el Estado”, dependiente de la Vicepresidencia de la Nación, a cargo del
Dr. Eduardo Duhalde, presentó las conclusiones de su trabajo en un documento
denominado “Recomendaciones elevadas al Poder Ejecutivo Nacional”. Su con-
tenido consistió en un conjunto de pautas plasmadas en un anteproyecto de ley,
elaborado por reconocidas figuras del medio académico y cultural. Desde el
Poder Ejecutivo, el entonces presidente de la Nación, Carlos Saúl Menem, el 24
de enero de 1991, pronunció su discurso sobre “Emergencia Moral”. Allí, desta-
có que su gobierno “se ha encargado de poner este problema (la corrupción)
sobre la mesa de debate, sin hipocresías, y con la firme convicción de combatir-
la a fondo”. Entre 1996 y 1997, la mayor parte de las naciones de occidente y
algunas de oriente firmaron compromisos expresos contra la corrupción. En
1996 lo hicieron 22 países de América con la Convención Interamericana Con-
tra la Corrupción. En 1997, casi toda Europa, varios países de América y de
Asia, firmaron la Convención para Combatir el Soborno de Funcionarios Públi-
cos Extranjeros en las Transacciones Comerciales Transnacionales. En 1997 la
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ley 24.759 ratificó la citada Convención Interamericana Contra la Corrupción.


En 1999 el Poder Ejecutivo Nacional aprobó, por medio del decreto 41/99, el
Código de Ética de la Función Pública. Durante 1999, en cumplimiento del artí-
culo 36 de la Constitución Nacional, se sancionó la ley 25.188 y, más reciente-
mente, en el año 2000, a través del decreto 229, se creó el “Programa Carta
Compromiso con el Ciudadano”. Sin embargo, el “Índice de Percepción de la
Corrupción” de “Transparencia Internacional”, que es desarrollado sobre la base
de sondeos y encuestas que buscan medir el soborno en el sector público, sigue
arrojando para Argentina resultados adversos. Sin perjuicio del cuestionamiento
que pueda realizarse respecto de la metodología empleada en la elaboración de
esos índices, intuyo que los mismos no difieren demasiado de la sensación
generalizada que existe entre los habitantes de esta castigada región
(Gorrochategui, Nora, El control y la corrupción el la Argentina, Revista Probidad
Edición Catorce mayo-junio/2001.
16
Emergencia y empleo público: una distorsión ideológica en la teoría de la
contratación administrativa y los derechos sociales, en Gordillo, Agustín (Direc-
tor), El contrato administrativo en la actualidad, supl. esp. Rev. La Ley, mayo
2004, p. 86.
17
Ley Nº 25.250 de reforma laboral, cuya aprobación levantó fundadas
sospechas de sobornos pagados por el Ejecutivo a algunos de los miembros
del Senado para obtener su adhesión.

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dulentos, y un estado de corrupción generalizada que aún no ha


cesado18.
Por su parte, el Poder Judicial, sospechado de falta de inde-
pendencia con relación al Poder político y de no satisfacer las
necesidades de los ciudadanos, tampoco ha podido brindar una
respuesta efectiva19, cuando no ha incurrido también en hechos
de corrupción.

18
De conformidad al Índice de Percepción de la Corrupción que elabora
Transparencia Internacional, en un ranking de cero a diez, la Argentina, en el
año 2005 ha sido calificada con 2,8 puntos, evaluación que si bien mejora la
de 2,5 del año 2004, no le alcanza -según Transparencia Internacional- para
llegar al índice mínimo para un aprobado, que es de cuatro puntos y lo deja
lejos de una buena nota (más de siete). Así, sobre un total de 159 países, la
Argentina se ubicó en el puesto 97, junto con Argelia, Madagascar, Malawi,
Mozambique, Serbia y Montenegro, lejos de Uruguay (5,9) que está en el puesto
32 y con Chile (7,3) que esta ubicado en el puesto 21.
19
“El 87,4 por ciento de los abogados cree que el Poder Judicial no es inde-
pendiente del poder político y el 97,7 por ciento opina que el sistema judicial no
satisface las necesidades de la población (…) Esos guarismos son similares a
las opiniones del hombre de la calle: el 53% no cree en la Justicia como institu-
ción (sólo cree el 42%); el 92% sostiene que la Justicia no funciona bien actual-
mente, y el 54% afirma que es difícil acceder al sistema judicial. El 85% de la
población cree que existen dos sistemas judiciales: uno para los ricos e influyen-
tes y otro para los pobres; el 70% de las personas que tuvieron que pasar por los
estrados judiciales obtuvo respuesta regular o mala, y el 55% considera que la
corrupción es el principal problema entre los jueces. Cuando se les pregunta a
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esas personas si la Justicia es independiente de la política, el 83% sostiene que


no es independiente y, para ellas, la Justicia, los jueces, el Consejo de la Magis-
tratura y el Poder Legislativo merecen apenas un 4% de imagen positiva, nota
mucho menor que la de los medios de comunicación, la Iglesia, el empresariado
y la policía. Apenas emerge la Corte, con el 9 por ciento” (La Nación Line,
Información General, Viernes 21-X-2005). Otro informe periodístico más recien-
te” (La Nación Line, Política, martes 18 de abril de 2006), destaca que “De
acuerdo con la última medición del Índice de Confianza en la Justicia (ICJ) que
elaboran el Foro de Estudios sobre la Administración de Justicia (Fores), la
Fundación Libertad y la Escuela de Derecho de la Universidad Torcuato Di Tella,
el 89 por ciento de los ciudadanos entre 18 y 29 años considera ‘poco o nada
confiable’ a la Justicia en materia de honestidad. Tampoco creen en su impar-
cialidad ni en su eficiencia: el 85 por ciento de los jóvenes ve a los tribunales
‘poco o nada confiables en su eficiencia’ y el 86 por ciento, ‘poco o nada confiables
en su imparcialidad’ (…) El 80 por ciento de los encuestados cree que la Justicia
es poco o nada confiable en cuanto a tratar a todos los ciudadanos por igual y
en cuanto a su honestidad; en tanto, el 75 por ciento opina que es poco o nada
confiable en cuanto a la eficiencia del servicio que brinda”. Por su parte, según
el informe del CIPCE individualizado en nota anterior, sólo el 2% de las perso-
nas imputadas por casos de corrupción recibieron condena por esos hechos.

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El fracaso de la normativa penalizadora -señala Botassi- no
hace más que ratificar una realidad sobradamente conocida: el
Derecho, por sí solo, no es capaz de variar la conducta de los
gobernantes20.

2. Ética y corrupción

A requerimiento del Primer Ministro británico, a finales de


1995 se constituyó un Comité de Expertos para proponer unas
Normas de Conducta en la Vida Pública, referidas a la actividad
parlamentaria y administrativa. Dicho Comité, presidido por el
Juez Nolan, emitió ciertas recomendaciones denominadas los
“Siete Principios de la Vida Pública”, que según la Comisión de-
berían aplicarse a todos aquellos que ocupan cargos públicos.
Dichos principios son los siguientes:
- Altruismo: quienes ocupen cargos públicos deben actuar
únicamente en pro del interés público. No deben perseguir nin-
gún beneficio económico o de otra índole para sí mismos, sus
familiares o allegados.
- Integridad: quienes ocupen cargos públicos no deben asu-
mir ninguna obligación económica o de otra índole para con nin-
guna persona u organización externa que pudiera tratar de in-
fluir sobre ellos en el ejercicio de sus funciones oficiales.
- Objetividad: rige en el desempeño de la función pública. Es
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aplicable a nombramientos, contrataciones o recomendaciones


de premios o beneficios. El funcionario público debe elegirse por
mérito.
- Responsabilidad: quienes ocupen cargo públicos deben res-
ponsabilizarse de sus actos y decisiones ante la ciudadanía, y
someterse a todos los controles que correspondan a su función.
- Amplitud de criterio: quienes ocupen cargos públicos deben
aplicar el criterio más amplio posible en todas las decisiones e ini-
ciativas que tomen. Deben justificar sus decisiones y restringir la
información sólo cuando así lo exija el interés público general.
- Honestidad: quienes ocupen cargos públicos tienen el deber
de declarar cualquier interés particular vinculado a su función
pública y tomar las medidas pertinentes para resolver cualquier

20
Botassi, Carlos, El Derecho frente a la corrupción política, JA 2002-I,
fascículo N° 6.

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conflicto de intereses, de forma tal de salvaguardar el interés


público.
- Liderazgo: quienes ocupen cargos públicos deben promover
y apoyar estos principios a través del liderazgo y el ejemplo.
La reacción ante estas medidas -señala González Pérez- fue,
en un principio entusiasta, y se llegó a decir que el informe
Nolan marcaba un hito en el sistema político y administrativo
británico y a tener un valor referencial de primer orden para
todas las democracias europeas. Pero acabó por dominar un cli-
ma de desconfianza y hasta de inutilidad de los códigos21, no
obstante lo cual, algunos autores se esfuerzan todavía por de-
clamar y propiciar la existencia de una deontología profesional
del funcionario público, una ética aplicada a la función pública
fundada en la idea de servicio, como una ciencia del servicio
público22.
Este enfoque, sin embargo, nos conduce a cierta circularidad
en el razonamiento, toda vez que, siendo la corrupción una si-
tuación vinculada al incumplimiento de la normatividad (jurí-
dica), no es posible vislumbrar cómo es posible solucionar este
problema de eficacia con remisión a otra normatividad (ética),
en tanto no existen razones para suponer que ésta será cumpli-
da, una vez incumplida la primera.
Por su parte, el quebranto de la normatividad ética/jurídica
se vincula al fracaso del proyecto ético universal de la moderni-
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dad, en tanto -conforme lo explica Bauman- legisladores y pen-


sadores consideraron que la moralidad más que ser un “rasgo
natural” de la vida humana, es algo que necesita diseñarse e
inyectarse a la conducta humana. Y por ello intentaron compo-
ner e imponer una ética unitaria y abarcadora; esto es, un códi-
go de reglas morales cohesivo que pudiera enseñarse a la gente
y que se la obligara a obedecer. También es la razón de que sus
esfuerzos por lograrlo hayan resultado vanos (aun cuando, mien-
tras menos éxito tenían, con más empeño lo intentaban). Creían
que el vacío creado por la ahora extinta o ineficiente supervi-

21
González Pérez, Jesús, La ética pública, RAP, N° 307, p. 7.
22
Rodríguez-Arana Muñoz, Jaime, Principios de Ética Pública ¿corrupción
o servicio?, Montecorvo, Madrid, 1993, p. 9. Véase del mismo autor Ética,
Poder y Estado, RAP, Buenos Aires, 2004, p. 151 y sgtes.

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sión moral de la Iglesia debía y podía llenarse con una serie de
reglas racionales meticulosamente armonizadas: que la razón
lograría lo que ya no conseguía la fe, que con los ojos abiertos y
la pasión en calma, los seres humanos regularían sus relacio-
nes incluso mejor -de manera más “civilizada”, pacífica y racio-
nal- que en los tiempos cuando, “cegados” por la fe, permitían
que sus emociones salvajes se desbocaran. De acuerdo con esta
convicción, continuamente se intentaba construir un código
moral que, sin esconderse ya tras los mandamientos de Dios,
proclamara haber sido “hecha por el hombre”, de manera tal
que los individuos, dejados a su libre albedrío, elegirían lo co-
rrecto y bueno en vez de lo incorrecto y malo. El código ético a
prueba de tontos -con fundamentos universales e inamovibles-
nunca se encontrará y, después de habernos quemado los dedos
con demasiada frecuencia, ahora sabemos lo que no sabíamos
entonces, cuando nos embarcamos en ese viaje de exploración:
que una moral no aporética, no ambivalente, una ética univer-
sal y con “fundamentos objetivos” es una imposibilidad prácti-
ca, quizás incluso, una contradicción23.

IV. LA SINRAZÓN DE LA RAZÓN

El Derecho es un sistema normativo y también un discurso,


pero estos aspectos constituyen un epifenómeno de su verdade-
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ra dimensión vinculada al poder. Y no me refiero solamente al


poder del Estado, porque allí no se agota su campo de ejercicio y
su funcionamiento, en tanto el poder constituye -siguiendo a
Foucault- una forma de relación humana24, cuyo rasgo distinti-
vo consiste en que determinados hombres pueden decidir más o
menos sobre la conducta de otros hombres, no de una manera
exhaustiva o coercitiva, sino como una instancia productiva que
atraviesa todo el cuerpo social.
Toda relación jurídica, considerada como una especie de re-
lación social, implica una relación de poder, sencillamente por-

23
Bauman, Zigmunt, Ética posmoderna, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004, p. 8.
24
Foucault, Michel, Los intelectuales y el poder, en Microfísica del Poder,
La Piqueta, 3ra. edición, Madrid, 1992, p. 83; Omnes et singulatim: hacia una
crítica de la razón política, en La vida de los hombres infames, Altamira, La
Plata, 1996, p. 204.

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390 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia

que así se estructuran todos los vínculos humanos, aun cuando


no sean objeto de una regulación legal específica. El poder no es
una esencia, es la vinculación misma, sólo existe de un modo
relacional, de forma tal que es necesario conocer la recíproca
incidencia que existe entre el Derecho y las relaciones huma-
nas mediante las cuales se ejercita el poder, para comprender
el fenómeno de la corrupción, sin soslayar -claro está- el análi-
sis del poder como un conjunto de competencias y funciones es-
tatales, ni llegar -según lo proponen ciertos autores, apartán-
dose de Foucault- al extremo de abandonar la tarea de estruc-
turar y graduar las formas en que se manifiesta25 o realizar
una taxonomía precisa de lo que es el poder en la sociedad hu-
mana26.
Las condiciones determinantes del poder, y los modos en que
el Derecho expresa y formaliza las relaciones de poder en una
sociedad, son sumamente complejas, pero lo cierto es que el poder
-todos los poderes, sean éstos públicos o privados- se resiste a
cualquier vinculación definitiva, y tiende, ineluctablemente, a
acumularse en forma absoluta y a liberarse del Derecho. “Es
una experiencia eterna -como escribiera Montesquieu- que todo
hombre que tiene poder siente la inclinación de abusar de él,
yendo hasta donde encuentra límites”. Y este límite -señala Luigi
Ferrajoli- es precisamente el Derecho, el cual, por lo mismo, se
configura, al menos en la edad moderna, como una técnica diri-
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gida a limitar, disciplinar y, por consiguiente, minimizar el po-


der. Es un instrumento de limitación y de minimización de los
poderes salvajes propios del estado no de derecho sino de vio-
lencia salvaje que semejantes poderes comportan como una in-
evitable consecuencia. Es el límite y, más aun, la negación de la
ley del más fuerte que regiría en su ausencia. Por eso, bien
podemos definir al Derecho como la ley del más débil frente a la
ley del más fuerte propia del estado de naturaleza. Y podemos
decirlo no sólo de los derechos fundamentales, que son las leyes
del más débil por antonomasia, sino de todo el Derecho. Toda la

25
De Sousa Santos, Boaventura, La transición postmoderna: Derecho y
política, Doxa-6 (1989), p. 250.
26
Laporta, Francisco, Poder y Derecho, en AA.VV., El Derecho y la justicia,
Trotta-Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2da. ed., Madrid, 2000,
p. 450.

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Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia 391
historia moderna del Derecho puede ser leída como la historia
de esta larga y difícil obra de minimización del poder, de una
progresiva sustitución del gobierno de los hombres por el go-
bierno de las leyes, que es “el gobierno de la razón”. El cambio
de paradigma del Derecho que se ha producido con el paso del
Derecho premoderno al moderno es precisamente el de la afir-
mación del principio de legalidad como fuente de legitimación
de todos los poderes mediante su subordinación a la ley27.
Sin embargo, desde las distintas perspectivas que ofrece el
poder es preciso advertir, en primer lugar, que tanto la Ética
como el Derecho intentan definir heterónomamente acciones
propias e impropias. Se fijan para sí el ideal de maquinar defi-
niciones exhaustivas y claras que se deriven en reglas nítidas
para elegir entre lo propio y lo impropio, sin dejar ninguna zona
gris de ambivalencia e interpretaciones múltiples. En otras
palabras, supone que, para cada situación, una elección puede
y debe decretarse como buena, en oposición a numerosas ma-
las. Esta suposición deja de lado lo que es propiamente moral
en la moralidad, desplaza los fenómenos morales del ámbito de
la autonomía personal al de la heteronomía apoyada en el po-
der, sustituye el conocimiento de reglas aprendidas por el yo
moral formado en la responsabilidad y coloca la responsabili-
dad en los legisladores y guardianes del código, quienes invo-
cando un supuesto “universalismo” moral, transformaron esa
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vocación en una clara campaña para aplastar diferencias y, so-


bre todo, eliminar las fuentes “salvajes” -autónomas, estriden-
tes e incontroladas- de juicio moral28.
En consecuencia y, en cuanto atañe al poder, esta situación
nos enfrenta a la necesidad de explorar las fuentes de los códi-
gos éticos/jurídicos que llevan consigo la pretensión de univer-
salidad y la vocación/intencionalidad de quienes pretenden ad-
ministrarlos, pues -sin perjuicio de las bondades que exhibe el
Derecho de la modernidad, conforme a lo expresado por Ferrajoli-
existen razones valederas para sospechar de las certezas mo-
dernas, porque el Derecho, además de limitar el poder, ha sido
fuente del poder (toda relación jurídica supone alguien que

27
Ferrajoli, Luigi, El garantismo y la Filosofía del Derecho, Universidad
Externado de Colombia, Bogotá, 2000, p. 120.
28
Bauman, Zygmunt, op. cit., p. 18.

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392 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia

manda y otro que obedece). Y no debemos olvidar que el sueño


moderno de la razón que legisla felicidad ha dado frutos amar-
gos. Los mayores crímenes contra la humanidad -y cometidos
por la humanidad- han sido perpetrados en nombre de esa ley
de la razón, de un mejor orden y una mayor felicidad. El matri-
monio entre la certeza filosófica y la confianza arrogante de los
poderes en turno resultó ser devastador29.
Pero la pretensión de imponer reglas jurídicas/éticas univer-
sales, aun reconociendo el fracaso de ese proyecto universal, ha
aumentado el poder coercitivo del Estado frente a las personas
que se resisten a ese sometimiento en las esferas locales, mas
ese acrecentamiento de la autoridad no se verifica con igual
intensidad con relación a quienes se apartan de las reglas que
regulan los mecanismos del poder político y económico. En es-
tos últimos casos existen normatividades, pero el “poder jurídi-
co” -en términos de eficacia-30, se encuentra reblandecido.
Por un lado, debido a la difusión ilimitada e irrefrenable de
las normas del libre comercio y, sobre todo, al movimiento sin
trabas del capital y las finanzas, la “economía” se libera progre-
sivamente de todo control político. Lo que resta de la política
queda en manos del Estado, pero a éste no se le permite entro-
meterse en la vida económica: ante cualquier intento de hacer-
lo, los mercados mundiales responden con medidas punitivas
inmediatas o feroces. La impotencia económica del Estado que-
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daría al desnudo, para horror del equipo gobernante del mo-


mento31.
El Estado reprime (a veces con “mano dura”) todo desvío de
la normatividad evidenciada por los individuos que integran
los sectores no corporativos de la sociedad civil, pero lo inverso
no se verifica en los hechos: la sociedad, cuyo único acto de so-

29
Bauman, Zygmunt, op. cit. p. 271.
30
Se tiene poder jurídico -señala Laporta- cuando las normas jurídicas de
conducta que se emiten haciendo uso de ese apoderamiento resultan ser efi-
caces. Señala este autor que se ejerce poder jurídico cuando se emiten nor-
mas que tienen fuerza motivacional sobre el destinatario, de forma que éste
actúa de acuerdo con ellas porque las normas están ahí, y cabe pensar que su
conducta hubiera sido otra (el componente contrafáctico) de no ser así (Laporta,
op. cit., p. 451).
31
Bauman, Zygmunt, La globalización. Consecuencias humanas, FCE, Bue-
nos Aires, 1999, p. 89.

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Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia 393
beranía es eleccionario, no puede controlar el cumplimiento de
las normas por parte del poder político estructurado como un
sistema profesionalizado y corporativo -conforme lo definiera
en otra oportunidad32- que, al igual que las corporaciones eco-
nómicas, impide la más mínima interferencia en su actividad
por parte de quienes no compartan su identidad y sus códigos
grupales. La estructura corporativa del poder político ha redu-
cido la división de poderes a un esquema formal, donde el senti-
do de pertenencia a la profesión política, prevalece por sobre la
naturaleza de las funciones desempeñadas, las que resultan
intercambiables y sirven frecuentemente como moneda de cam-
bio en la dinámica cotidiana del poder político.
¿Qué queda entonces de la normatividad jurídica? Sólo aque-
llas regulaciones destinadas a regular la conducta entre parti-
culares, condicionadas por el “orden y la moral pública” y las
normas represivas tendientes a mantener el orden social y fi-
nanciero/tributario del Estado. Pero si la normatividad causal
de la economía y la normatividad no escrita del poder político,
signadas ambas por la maximización del beneficio (acumula-
ción de dinero y poder), interfieren directamente en la
normatividad ética/jurídica, es previsible que la sociedad tam-
poco quiera cumplir las normas que le son impuestas para el
logro de aquellos fines, situación que deriva en un estado de
anomia generalizada33 que se enraíza en una cultura que pro-
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yecta, como una de sus facetas, a la corrupción, definida como


“un modo de pensar y de sentir, una cultura que se define en las
relaciones con el prójimo, un estilo de vida con sus justificacio-
nes y sus mitos, una práctica que se vale de un amplio elenco de
disfraces materiales y verbales amparados en discursos que la
legitiman, la consienten y la aceptan como un fatalidad inheren-
te a una supuesta, definitiva e inalterable condición humana”34.
El Derecho debe hacerse cargo de su deslegitimidad y de su
consecuente derivación en una cultura jurídica que tradicional-

32
Véase: “La alquimia, el derecho y la política”, discurso de inauguración
de la Asociación Bonaerense de Derecho Administrativo, Junín 14-VII-2006
(http://www.respublicaargentina.com/ serie_estudios.htm).
33
Véase Nino, Carlos S., Un país al margen de la ley, Emecé, Bs. As., 1992.
34
Pomer, León, La corrupción, una cultura argentina, Leviatán, Buenos Ai-
res, 2004, p. 13.

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394 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia

mente no acepta a la ley, sino a su inobservancia como modelo


de comportamiento35, circunstancia que hace difícil suponer que
a partir de la simple modificación de un texto legal se establez-
ca una nueva cultura. Por el contrario, lo previsible es que bue-
na parte de tales características se mantengan y el orden jurí-
dico que habrá de resultar de tales modificaciones continúe de
igual modo.
Es preciso hacer notar asimismo que gran parte de ese mo-
delo cultural se vincula con extensión de la economía moneta-
ria que ha crecido a la sombra del universalismo jurídico y que
- según apunta Barcellona- ha disuelto toda forma de sociabili-
dad, neutralizando incluso la individualidad misma, que es en-
tregada al dominio omnipotente del dinero, condenándola a la
indiferencia silenciosa del vacío social. El hombre ya no sabe
“cultivar” a sus propios hijos, no soporta vivir con personas en-
fermas o ancianas, huye de la vista de los moribundos, evita
cuidadosamente verse implicado en casos de ayuda a víctimas
de accidentes, etc. 36 Y en tales condiciones, el individuo tampo-
co se vincula con el Estado, que es percibido como un escenario
ajeno, vinculado exclusivamente con luchas de poder. El terri-
torio y la organización social se configuran al margen de la po-
blación. El poder de decisión queda restringido a unos pocos, y
el resto organiza su pequeño territorio (ámbito familiar) que se
vacía de poder, mientras se rellena de objetos que se deterioran
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rápidamente y es necesario reemplazar para mantener el an-


helado “bienestar”. La sociedad se convierte, así, en un agrega-
do de individuos atomizados y narcisísticamente orientados
hacia una infinita gratificación de los propios deseos o intereses

35
“En el siglo XVIII, las reformas borbónicas intentaron establecer en Amé-
rica un sistema administrativo que eliminara la corrupción que caracterizara el
régimen de los Habsburgo. El cambio de las reglas de juego, con la consi-
guiente pérdida de los privilegios de la clase criolla dominante, fue una de las
causas desencadenantes de la independencia. Durante tres siglos, una buena
dosis de corrupción había asegurado la lealtad a un lejano monarca, cuyas
leyes se ‘acataban pero no se cumplían’, como reza una elocuente fórmula
que resume la situación colonial. El precio de la honestidad fue la desestabili-
zación de un régimen y la pérdida de un imperio: mal negocio para los Borbones
ilustrados” (Garzón Valdés, Ernesto, op. cit., p. 11).
36
Barcellona, Pietro, Postmodernidad y comunidad: el regreso de la vincu-
lación social, 2da. ed., Trotta, Madrid, 1996, p. 113.

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Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia 395
y la sociedad deja de ser una comunidad de metas y fines colec-
tivamente compartidos.
Ante este panorama, es necesario recrear el concepto de co-
munidad, restablecer la comunicación real con el “otro”, como
base necesaria para la conformación de la identidad, para abrir
la puerta a una forma distinta de compartir un espacio común.
El reconocimiento del otro, no es ni un lujo ni una obra de cari-
dad, sino la consciencia adquirida de que yo no puedo dar forma
a mi identidad sin afirmar la diferencia del otro y custodiarla
como una necesidad vital. Éste es el problema de la búsqueda
de un terreno común más allá de la abstracción mutiladora del
universalismo jurídico y de la economía dineraria37.

V. LOS DESAFÍOS DEL DERECHO

Frente al fracaso de la normatividad ético/jurídica universal


y represiva, como así también de los pseudo-controles ejercidos
por órganos dominados por la acción corporativa del poder polí-
tico, el Derecho Administrativo no ha podido avanzar en la ade-
cuación de sus instituciones a esta realidad, centrando la ob-
servación en el ordenamiento jurídico positivo y su desarrollo
jurisprudencial. Mantener aquella visión dogmática del Dere-
cho, desdeñando el análisis de sus componentes teleológicos y
deontológicos, como así también, de su contexto político, histó-
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rico, económico y social, con exclusión de aquellos aspectos ideo-


lógicos, creencias, dogmas, mitos e intereses que inciden en la
tarea del jurista, implica asumir un posicionamiento ideológico
que, por negar aquella esencia, se convierte en una justifica-
ción racional del poder y, en definitiva, en un discurso que tien-
de a legitimar su concentración, su abuso y, en definitiva, las
prácticas de corrupción.
Por esa razón, la primera tarea del Derecho es dejar de reco-
nocer al Estado como única fuente normativa, admitir que exis-
ten otros sistemas normativos formales o informales que mu-
chas veces producen interferencias y colisiones con el Derecho
estatal; que no existe una única solución normativa para un
mismo caso, como no existe una sola perspectiva ética y que la

37
Ibídem, p. 115.

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396 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia

diversidad o la pluralidad no son sinónimos de ilegalidad; que


no todo lo que es políticamente correcto es jurídicamente válido
-y también lo inverso-; que lo económicamente bueno puede ser
socialmente malo o jurídicamente válido; y, a partir de allí, to-
das las combinaciones imaginables.
Ello enfrenta al operador jurídico con la necesidad de desen-
trañar las relaciones de poder implicadas en toda relación jurí-
dica, desde todas las perspectivas subjetivas: individuales,
grupales o colectivas, sus relaciones de fuerza, sus perspectivas
ideológicas, sus luchas estratégicas, sus intereses, etc. para lu-
char por un orden fundamentalmente preventivo que actúe en
las mínimas y cotidianas manifestaciones del poder público38.
A partir de esa perspectiva, es posible continuar ese proceso
lento, disputado y todavía largamente inacabado de limitación
del poder por obra del Derecho, para evitar que el poder político
autorreferenciado se apropie del Estado y que la economía haga
lo propio con las personas. Ése es nuestro desafío, por muy difí-
cil que parezca, como toda lucha por el Derecho. Baste pensar
sino -como nos recuerda Ferrajoli-, en la dificultad con la que se
afirmó en el siglo XIX la jurisdicción administrativa, parecien-
do en un comienzo inconcebible que el Estado pudiera ser lleva-
do a juicio por un ciudadano; o en la doctrina de la juspublicística
alemana e italiana -desde Gerber y Laband hasta Jellinek y
Santi Romano- de los derechos fundamentales como “efectos
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reflejos” de la potestad autolimitativa del Estado siendo por


mucho tiempo impensable que un sujeto privado pudiese ale-
gar derechos frente al Estado39.
Para lograr aquellos propósitos es necesario: 1) extender el
desarrollo de esa potestad autolimitativa más allá de las fron-
teras que impone la división formal de los poderes estatales y 2)
propiciar el desarrollo de una teoría de los derechos sociales

38
“Si el poder no fuera más que represivo, si no hiciera nunca otra cosa que
decir no, ¿pensáis realmente que se le obedecería? Lo que hace que el poder
agarre, que se le acepte, es simplemente que no pesa solamente como una
fuerza que dice no, sino que de hecho la atraviesa, produce cosas, induce
placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red
productiva que atraviesa todo el cuerpo social más que como una instancia
negativa que tiene como función reprimir” (Foucault, Michel, Verdad y poder,
en Microfísica del Poder, op. cit., p. 192).
39
Ferrajoli, Luigi, op. cit., p. 124.

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Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia 397
que asegure el cumplimiento de las funciones del Welfare State,
en el marco propio de las limitaciones del poder que impone el
Estado de Derecho. Estas dos cuestiones deberían ocupar la
atención del Derecho Público actual, como dos capítulos funda-
mentales de la teoría juspublicística.
La primera cuestión se vincula a lo que Ferrajoli denomina
crisis de legalidad, y que describe como “el valor vinculante aso-
ciado a las reglas por los titulares de los poderes públicos. Se
expresa en la ausencia o en la ineficacia de los controles, y, por
tanto, en la variada y llamativa fenomenología de la ilegalidad
del poder. (…) Numerosas investigaciones judiciales han saca-
do a la luz un gigantesco sistema de corrupción que envuelve a
la política, la administración pública, las finanzas y la econo-
mía, y que se ha desarrollado como una especie de Estado para-
lelo, desplazado a sedes extra-legales y extra-institucionales,
gestionado por las burocracias de los partidos y por los lobbies
de los negocios, que tiene sus códigos de comportamiento”40.

1. Abrir las puertas del Estado: en búsqueda de un


nuevo equilibrio de poder.

Mucho podría escribirse sobre el modo en que la estructura


corporativa del poder político ha usurpado las distintas funcio-
nes del Estado, pero abundan los ejemplos y las noticias perio-
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dísticas dan cuenta de ello cotidianamente, de modo que, pres-


cindiendo del análisis casuístico, aceptaremos esa realidad como
un supuesto sobre el cual es posible afirmar que se ha generan-
do una suerte de neoabsolutismo que sólo habrá de cesar le-
vantando las barreras que impiden el paso de la información y la
participación popular41 en la gestión y el control de sus intereses.

40
Ferrajoli, Luigi, Derechos y Garantías. La ley del más débil, Trotta, Ma-
drid, 4ta. ed., 2004, p. 15. Véase asimismo, del mismo autor: El estado cons-
titucional de Derecho hoy: el modelo y su divergencia de la realidad, e Ibáñez,
Perfecto A., Tangentopoli tiene traducción al castellano, ambos en Ibáñez, Per-
fecto A. (editor), Corrupción y Estado de Derecho. El papel de la jurisdicción,
Trotta, Madrid, 1996, pp. 15 y 100, respectivamente.
41
Sin perjuicio de las diferentes obligaciones impuestas por el orden
supranacional en materia de participación social (véase Gordillo, Agustín, Tra-
tado de Derecho Administrativo, FDA, Buenos Aires, 8ª. ed., 2006, t. II, cap. XI
y sus citas) la obligación del Estado de fomentar la participación activa de

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398 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia

En efecto, frente a la complejidad y a la diversidad que exhi-


be la realidad social, las políticas públicas estatales requieren
la necesaria colaboración de sus destinatarios, para su ejecu-
ción, su mejoramiento y eventual rectificación, abasteciendo con
ello el control social necesario por parte de quienes son los titu-
lares de la soberanía42, procurando así la comunicación, la plu-
ralidad, el disenso (base del consenso) y, en definitiva, la legiti-
midad social necesaria en el ejercicio del poder, franqueando
las limitaciones que impone la democracia formal fundada en
la legitimidad de origen obtenida mediante el voto popular, in-
suficiente y exiguo para el logro de una democracia real (legiti-
midad de ejercicio). La experiencia de estas últimas décadas -
señala Barcellona- nos dice que las Constituciones no bastan si
no están apoyadas por una continua movilización democrática
y por la construcción de nuevas estructuras de poder arraiga-
das en la sociedad y capaces de realizar un control difuso. El
artificio de la igualdad en droit, si se toma por lo que es, carece
de fuerza para poner válidamente en cuestión la vocación tota-
litaria de lo político e incluso la vocación monopolista de la em-
presa capitalista, y ello porque acaba ocultando inevitablemen-
te el lugar y, como suele decirse, el nombre del que decide43.
La creación de espacios sociales de participación y debate
debe ir acompañada de su correlativa institucionalización para
fortalecer las acciones que allí sean decididas, dotándolas de
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eficacia; a cuyo fin, el ordenamiento jurídico debe reconocerlos


como una dimensión del poder estatal, que coadyuve a los fines
que desarrollan los tres poderes del Estado en sus funciones
específicas e irrenunciables (administración, legislación y justi-
cia). La fragmentación del poder y la fractura del monopolio

personas y grupos que no pertenezcan al sector público, como la sociedad


civil, las organizaciones no gubernamentales y las organizaciones con base
en la comunidad, en la prevención y la lucha contra la corrupción se encuentra
prevista por el art. 13 de la Convención de la ONU contra la Corrupción, apro-
bada recientemente mediante ley N° 26.097.
42
Véase Gordillo, Agustín, La Administración paralela, Civitas, Madrid, 1982,
Cap. IV y sus citas; Carnota, Walter-Maraniello, Patricio, Participación ciuda-
dana, El Derecho, Colección Académica, Buenos Aries, 2006.
43
Barcellona, Pietro, Postmodernidad…, op. cit., p. 50.

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Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia 399
estatal a favor de las organizaciones sociales, lejos de debilitar
la acción monolítica del Estado, tiende a reconocer el fracaso de
las acciones gestionadas de espaldas de a la sociedad, recono-
ciendo en el pueblo no sólo la capacidad de elegir, sino también
de autogobernarse, de controlar las acciones de sus represen-
tantes, y de lograr consensos. En definitiva, se trata de recono-
cer que la acción política -en sentido lato- no sólo transita por
los andariveles formales de la estructura estatal: existen otras
múltiples formas de politicidad y de normatividad que, lejos de
ser desconocidas por el Estado, deben se asimiladas por el mismo
para nutrir su actividad en sus distintos ámbitos funcionales.
Este cambio en el paradigma de partición del poder estatal
deriva en la consagración de los siguientes principios:
a. Reconocimiento de personería pública no estatal a organi-
zaciones sociales genuinas y dinámicas: así como les fue recono-
cida la personalidad jurídica a las organizaciones económicas
desde la etapa inicial del Derecho contemporáneo para permi-
tir el desarrollo del capitalismo, que a la postre ha dado lugar a
la formación de corporaciones económicas más poderosas que
aquellas organizaciones estatales que admitieron su creación,
del mismo modo, se ha de reconocer a las organizaciones socia-
les como un centro de imputación normativa tendiente a favo-
recer el desarrollo social y, en definitiva, del Estado como máxi-
ma expresión organizativa de base territorial, frente a la ame-
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naza globalizadora de las corporaciones económicas.


b. Delegación de funciones estatales: para el reconocimiento
de las organizaciones sociales no resultan adecuadas y suficien-
tes las formas previstas por el Derecho Privado (asociaciones
civiles y fundaciones) en tanto ello impone su exclusión de los
ámbitos públicos de actuación. En consecuencia, el reconocimien-
to de personería pública supone una radicación permanente de
competencias estatales para que sean ejercidas por las citadas
organizaciones. Esta experiencia no es novedosa en la Provin-
cia de Buenos Aires, pues existe desde hace ya mucho tiempo
en materia de colegiación profesional, donde las organizaciones
profesionales creadas por ley tienen delegada la función de con-
trol sobre los matriculados, mientras las denominadas “cajas
profesionales” tienen a su cargo el sistema previsional vincula-
do a la actividad respectiva que coexiste con el sistema

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400 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia

previsional estatal (Instituto de Previsión Social). Asimismo,


esta delegación se observa en ciertas empresas privadas
concesionarias o licenciatarias de obras y servicios públicos, a
quienes se les han delegado nada menos que las funciones de
recaudación de tributos (tarifas y peajes) y el ejercicio de cierta
potestad sancionatoria con relación a los usuarios. Ello sin per-
juicio de otras formas de regulación social (formalmente no es-
tatales) que asumen prerrogativas tradicionalmente asociadas
al Estado, como las Administradoras de Fondos de Jubilaciones
y Pensiones (AFJP), empresas de seguridad, educación priva-
da, atención privada de la salud, etc. Y así como el poder se
expande bajo la forma de sociedad civil (principio de
subsidiariedad), el control social puede ser ejercido bajo la for-
ma de participación social44.
Si ello es así con relación a las empresas y corporaciones pro-
fesionales, no existe óbice alguno para delegar cierta porción de
la administración activa, de contralor o de fomento, a las orga-
nizaciones sociales con personalidad jurídica suficiente para lle-
var a cabo dichos cometidos. Si “todo hombre que tiene poder
siente la inclinación de abusar de él, yendo hasta donde en-
cuentra límites”, como señalara Montesquieu, es necesario re-
conocer que la división tripartita de poderes constituye un lími-
te insuficiente para equilibrar el ejercicio del poder político en
la actualidad, circunstancia que determina la necesidad de ge-
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nerar otras particiones útiles y eficaces en orden a la misma


finalidad, como un sistema de garantías publicas y sociales del
Derecho Público45.

44
De Souza Santos, Boaventura, El Estado y el Derecho en la transición
posmoderna: por un nuevo sentido común sobre el poder y el Derecho, en
Courtis, Christian, Desde otra mirada. Textos de Teoría Crítica del Derecho,
Eudeba, Buenos Aires, 2001, p. 280.
45
Jellinek, Georg, Teoría General del Estado, Albatros, Buenos Aires, 1981,
p. 591, donde señala: “es preciso que haya poderes cuya existencia haga es-
perar a los ciudadanos que las normas jurídicas han de transformarse, de
exigencias abstractas dirigidas a la voluntad humana, en acciones concretas
(…) Las garantías del Derecho Público son tan distintas como el Derecho mis-
mo en cada época de la cultura y en cada Estado particular”. Refiriéndose a
las garantías del Derecho Público, agrega que las grandes fuerzas sociales,
“son las que limitan más eficazmente cuanto hay de arbitrario en las concep-
ciones jurídicas más abstractas (…) Las garantías sociales jamás han faltado

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Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia 401
c. Derecho a la información: el poder de las organizaciones
sociales no sólo radica en su capacidad jurídica, sino también
de la posibilidad de acceder sin restricciones a la información
estatal, como un supuesto de la acción político-social que desa-
rrollan, sencillamente porque en ello radica la potencialidad de
su desempeño46. Abrir las puertas del Estado equivale a echar
luz sobre su actividad, porque la corrupción crece al amparo de
un deficiente sistema de alumbrado público. Sólo muerde quien
puede esconderse. La luz inhibe. El alumbrado político aparece
de esta forma como una defensa eficaz47.
d. Participación real: el aspecto procedimental, en cuanto a
este tópico se refiere, resulta de vital importancia para evitar
que las organizaciones sociales sean aprehendidas por la es-
tructura corporativa del poder político institucionalizado que,
en los hechos, ha desestabilizado el equilibrio de la división
tripartita de poderes, gestada en los inicios del Estado contem-
poráneo, generando un parasistema de gobierno centralizado y
hegemónico que intenta colocar bajo control toda expresión del
poder estatal, cualquiera sea la función ejercida (administrati-
va, ejecutiva o judicial) mediante la selección exclusiva de quie-
nes integran los respectivos órganos estatales. Por esa razón se
ha de poner especial énfasis en los procedimientos, la transpa-
rencia y la publicidad para el logro de una participación real,
generando una cultura de la diversidad capaz de oponer un dis-
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curso del disenso, frente a la pretensión de verdad (poder) de la


acción discursiva.
e. Publicidad: este aspecto no debe ser confundido con el de-
recho a la información que, en definitiva, es una derivación del
principio de publicidad de los actos de gobierno. La publicidad
se vincula, en este caso, a los aspectos procedimentales antes
señalados, en tanto propenden a la difusión y el conocimiento

a ninguna organización permanente política. En ellas ha encontrado un límite


la arbitrariedad de aquellos gobernantes que se han considerado exentos de
toda obediencia a las leyes humanas”.
46
La obligación de proveer información pública se encuentra especialmen-
te regulada por el art. 10 de la Convención de la ONU contra la Corrupción.
47
Silva-Herzog Márquez, Jesús, La corrupción y el liberalismo del favor,
Isonomía N° 10, p. 41.

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402 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia
de las personas acerca de sus derechos y la posibilidad de ejer-
cerlos en, o a través de, las organizaciones sociales.
La participación social debe verificarse en todas las áreas de
gobierno y, en particular, en los procedimientos de designación
de jueces y funcionarios encargados de ejercer el control de la
función administrativa. Esta medida tiende a solucionar la
paradojal situación de atribuir al poder político la designación
de los jueces y funcionarios que en los distintos poderes consti-
tuidos deben ejercer el control de su actividad. La participación
social en la designación de jueces y funcionarios quiebra ese
sentido corporativo de la acción política y favorece una auténti-
ca independencia de la función, por cuanto los miembros de ór-
ganos, entes o agencias de control, y del Poder Judicial, debe-
rán legitimarse frente a la sociedad, sin caer en las manos del
poder político para acceder, permanecer y progresar en la ca-
rrera administrativa o judicial.
La estructura corporativa del poder político ha generado un
discurso que omite, disimula, elude o disipa toda denuncia de
corrupción entre los denominados “cuadros” políticos de la cor-
poración, más allá de las pertenencias partidarias en aparente
y simulada confrontación. La representación obtenida por los
partidos políticos se transforma así en un derecho a disfrutar
de una parte proporcional del botín político logrado por la ma-
yoría gobernante, en permanente “negociación” con los miem-
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bros de la oposición, tan lábil como vergonzante, que simula un


juego democrático ejercido a contrapelo de los propósitos y obje-
tivos de la sociedad civil.
La participación social en la gestión de los intereses del Es-
tado, como una derivación operativa del principio de soberanía
popular48, es un modo de achicar esa brecha, para lograr una
democracia real49, que abra espacios institucionalizados a la rea-
lidad, que es heterogeneidad, conflicto y pluralidad de verdades

48
Noam Chomsky se refiere a este postulado del siguiente modo: “En el
ámbito político, la consigna usual es ‘soberanía popular con un gobierno de,
por y para las personas’, pero el marco operativo es bastante diferente. El
marco operativo es que las personas son consideras un enemigo peligroso y
hay que controlarlas por su propio bien” (Estados Canallas. El imperio de la
fuerza en los asuntos mundiales, Paidós, Buenos Aires 2001, p. 254).
49
Chomsky destaca que “Una sociedad es democrática en la medida en
que sus ciudadanos desempeñan un papel significativo en las gestión de los
asuntos públicos. Si su pensamiento es controlado o sus opciones son estre-

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Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia 403
que se alzan contra el monopolio del poder, el saber, la moral y
la ley50. Todo ello debe ir acompañado de un cambio cultural
profundo, para que no se reproduzca la misma estructura de
poder cerrada y corporativa que gobierna a la actividad política
y a las organizaciones que controlan el orden social.

2. Abrir las puertas de la Jurisdicción: hacia un nue-


vo paradigma de la juridicidad objetiva

Como he señalado en otra oportunidad51, un problema crucial


del Derecho Administrativo se vincula al paradigma del control
judicial, el cual presupone que frente a una norma, un acto o

chamente restringidas, no están, evidentemente, desempeñando un papel sig-


nificativo: sólo los controladores y aquellos a quienes sirven los hacen. El
resto son acciones sin significado, falsa y formales” (El miedo a la democracia,
Crítica, Barcelona, 1992, p. 18).
50
“Los juristas, acudiendo a la razón, pretendieron construir genuinos sis-
temas de representación que terminaron desarrollando un contenido abstracto
y universal para la democracia. Recurren míticamente a la razón para enten-
der la democracia. Hablan de la democracia sin tiempo, es decir al margen de
la historia. Podría decir, que los juristas desarrollan su idea de democracia en
el interior de un tiempo mítico (…) La institución de un orden simbólico totali-
tario depende de una condensación de la esfera del poder, el saber y la ley. De
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esta forma surge un discurso unívoco, predecible y determinado


ahistóricamente: un discurso destinado a ofrecer la seguridad de un principio
absoluto de inteligibilidad que nos libra del riesgo de interrogar, de interpretar
y de cuestionar. El discurso totalitario determina una identidad fantástica del
pueblo consigo mismo y del pueblo con el poder. Desde el punto de vista
simbólico el totalitarismo se rige por las nociones de necesidad histórica y de
continuidad temporal homogénea. (…) todo lo que venga a interrumpir el cur-
so esperado de la historia (divisiones, conflictos, deseos no modelados
institucionalmente) será imputado a accidente, enemigos, traidores, persona-
jes que tendrán que ser excluidos para no perturbar o modificar el sentido
unívoco de la historia y amenazar la identidad entre dominantes y dominados.
Va de suyo, que la conceptualización abstracta y universal de la democracia,
al ofrecer un principio absoluto de inteligibilidad, encierra las formas de
interacción social dentro de un modelo con pocas oportunidades para una
práctica de resistencia y creatividad; un modelo de democracia que funciona
sutilmente como expresión disimuladora de un destino social totalitario” (Warat,
Luis Alberto, Del sentido de la democracia a la democracia como sentido, en
Lecciones y Ensayos, 1987 LyE 48, Astrea, Buenos Aires, 1987, p. 99).
51
Derecho Administrativo ¿ciencia jurídica o ciencia ficción?, en Scheibler
(coord.), El Derecho Administrativo de la emergencia - IV, FDA, 2005, p. 101.

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404 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia

una omisión que viola el ordenamiento jurídico, existirá la posi-


bilidad de acudir ante el órgano judicial competente para que
restablezca la legalidad.
Sin embargo, más allá de la ineficacia de ese postulado, lo-
grada merced a los diferentes “cerrojos” procesales/
jurisprudenciales impuestos al control judicial, es preciso des-
tacar que la mayoría de los actos de la Administración, regla-
dos o discrecionales, no producen efectos jurídicos directos res-
pecto de terceros y algunos ni siquiera trascienden la esfera de
la propia Administración, aunque proyectan sus efectos a toda
la comunidad. Actos vinculados a la ejecución presupuestaria,
control de los servicios privatizados, controles en la ejecución
de la obra pública, renegociaciones de la deuda del Estado, cum-
plimiento de obligaciones con el Estado, controles en la evasión
tributaria, habilitaciones, licencias, concesiones de uso y per-
misos precarios de inmuebles fiscales, entrega de subsidios y
ATN, pago de viáticos, por mencionar sólo algunos. Todo este
universo de cuestiones -que constituye el principal foco de la
corrupción administrativa- se encuentra, en general, exento de
control judicial, salvo excepcionales supuestos que dan lugar a
acciones de carácter penal.
Se ha señalado que la construcción teórica del Derecho Ad-
ministrativo se erige sobre dos grandes soportes estructurales:
la responsabilidad del Estado y el contencioso administrativo52.
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La responsabilidad del Estado ha sido prevista para resarcir


lesiones particulares, diferenciadas de aquellas que la sociedad
pueda sufrir en su conjunto, y el contencioso administrativo para
obtener la reparación patrimonial respectiva. Este desarrollo
teórico, aún vigente, contiene un conjunto de supuestos básicos
subyacentes, es decir, no postulados ni rotulados, enfocados a
la defensa del interés individual: si el Estado representa al con-
junto de los individuos y, en consecuencia, al interés general,
no es posible concebir que un particular invoque ese interés
general en contra del Estado. En consecuencia, frente a actos
de corrupción que no generan una lesión particularizada, sino
al patrimonio del Estado, que es el de toda la comunidad, me-

52
García de Enterría, Eduardo-Fernández, Tomás Ramón, Curso de Dere-
cho Administrativo, Tomo II, 4ª edición, Cívitas, 1993, p. 355.

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Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia 405
diante apropiación indebida o la dilapidación de recursos apor-
tados por todos los contribuyentes, el Derecho no aporta solu-
ción alguna para recuperar los fondos comprometidos. Porque
el Estado de Derecho actual se fundamenta en el reconocimien-
to de un derecho individual, el ejercicio de la autonomía priva-
da mediante la estipulación de contratos y la obtención corres-
pondiente de bienes o de prestaciones ajenas. Es menester en-
tonces, superar el carácter individualista que supone aquella
concepción, permitiendo el acceso a la Justicia de todos los ciu-
dadanos que manifiesten un interés en la vigencia de la
juridicidad objetiva53, en tanto no ha de perderse de vista, como
lo señalara Ihering, que quien defiende un derecho, también
cumple un deber con la sociedad54.

53
En nuestro país, la jurisprudencia muestra una leve pero constante evo-
lución en ese sentido, al suspender una campaña publicitaria realizada con
fondos públicos, orientada a demostrar los logros de una actividad cumplida
por el Poder Ejecutivo Nacional (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala II;
causa “Gambier, Beltrán c. Poder Ejecutivo Nacional”, LL 1999-E, 624); o anu-
lando una cláusula de un pliego de bases y condiciones para la selección de
las empresas gerenciadoras del régimen de cobertura médico asistencial del
PAMI, que preveía una indemnización exorbitante para el supuesto de resci-
sión anticipada del contrato (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala I; causa
“Torello, Susana T. c. Instituto Nac. de Servicios Sociales para Jubilados y
Pensionados”, LL 2000-B, 275, con nota de Gambier, Beltrán, titulada Civismo
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y Amparo. Derecho de los ciudadanos a la vigencia del principio de legalidad).


54
Ihering, Rudolf v., La lucha por el derecho, Heliasta, Buenos Aires, p. 50:
“¿Se dirá ahora que vamos demasiado lejos pretendiendo que la defensa de
un derecho concreto no es solamente un deber del individuo que es lesionado
para consigo mismo, sino que también es un deber para con la sociedad? Si lo
que hemos dicho es verdad; si queda sentado que defendiendo el individuo su
derecho defiende la ley, y en la ley el orden establecido como indispensable
para el bien público, ¿quién osará sostener que no cumple a un mismo tiempo
un deber para con la sociedad? Si el Estado tiene el derecho de llamarle a
luchar contra el extranjero; si puede obligarle a sacrificar o a dar su vida por la
salud pública ¿por qué no ha de tener el mismo derecho cuando es atacado
por el enemigo interior, que no amenaza menos su existencia que los otros? Si
la cobarde huida es en el primer caso una traición a la causa común ¿se podrá
decir que no es lo mismo en el segundo? No, no basta para que el derecho y la
justicia florezcan en un país que el juez esté dispuesto siempre a ceñir la toga,
y que la policía esté dispuesta a desplegar sus agentes; es preciso aun que
cada uno contribuya por su parte a esta grande obra, porque todo hombre
tiene el deber de pisotear, cuando llega la ocasión, la cabeza de esa víbora
que se llama la arbitrariedad y la ilegalidad”.

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406 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia

Ocurre que aunque el interés público también constituye un


supuesto básico del Derecho administrativo, sólo se han previs-
to acciones judiciales para quien invoque la lesión de una situa-
ción jurídica concreta, sea un derecho subjetivo o un interés
legítimo, en tanto se ha señalado que el ordenamiento jurídico
no ha consagrado una “acción popular” que desvincule absolu-
tamente la ilegalidad del perjuicio, puesto que la existencia de
un “caso” o “controversia” judicial debe ser observado rigurosa-
mente para la preservación del principio de división de poderes55.
La jurisdicción contencioso administrativa -anota Nieto- “no
está montada en defensa del Derecho objetivo (en principio
aceptablemente imparcial), sino en la de los derechos e intere-
ses legítimos individuales; y aquí está la clave de la cuestión,
puesto que tales derechos e intereses son de ordinario patrimo-
niales. Dicho con otras palabras: aun admitiendo que las leyes
regulen la esfera jurídica global de todos los ciudadanos, los
Tribunales sólo salvaguardan de hecho su sector patrimonial (y
el de la libertad), pues es únicamente en este campo en el que
se solicita su protección”56.
Esta situación, ya ha sido superada en otros ordenamientos
que han sido tomados como fuente de nuestra Constitución,
donde se ha instaurado una forma de legitimación amplia y
objetiva para combatir la corrupción con su propia medicina: el
dinero. En efecto, el Derecho norteamericano ha consagrado,
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desde la época de la Guerra Civil, la acción qui tam, apócope de


qui tam pro domino rege quam pro se ipso in haec parte sequitur
(quien presenta la acción al rey también la presenta para su
propia causa) para combatir el fraude a gran escala que come-
tían los contratistas del gobierno. Éste, no contaba con el tiem-
po ni los recursos para enfrentar el problema de manera eficaz,
razón por la cual se otorgó al pueblo poder para actuar en su
nombre y compartir el producto recuperado, recobrando miles
de millones de dólares que de otra manera se habrían perdido.
Esta institución se ha fortalecido a lo largo de los años, al punto
que en 1986 el Congreso de los Estados Unidos la calificó como

55
CSJN, doct. Fallos, 310:2342 y causa “Polino”, LL 1994-C, 294.
56
Nieto, A., La vocación del Derecho Administrativo de nuestro tiempo, en
RAP Nº 76, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, enero-abril 1975, pp. 9 y ss.

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Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia 407
“la primera herramienta de litigio para combatir el fraude”.
Cualquier individuo puede entablar acciones qui tam y existen
formas para proteger a los denunciantes contra las represalias.
Se confiere traslado al gobierno y éste tiene 60 días para deci-
dir si asume su condición de parte principal para llevar a cabo
la acción, en cuyo caso, el denunciante individual que tiene éxi-
to en la acción recibe el diez por ciento de suma recuperada,
porcentaje que se eleva a un veinticinco por ciento cuando el
gobierno decide no intervenir57.
Existió al menos un proyecto en el Congreso Nacional para
la consagración de la acción qui tam, presentado en el año 2003,
pero su implementación definitiva dependerá fundamentalmen-
te de la presión y el reclamo de la sociedad civil.

VI. NUESTRAS MISERIAS

El Estado -escribe Posada- jamás ha dejado de estar en cri-


sis; mejor jamás ha dejado de transformarse, y toda transfor-
mación implica siempre su crisis; es decir, cierta descomposi-
ción y reconstitución de elementos. Pero aun siendo así, es evi-
dente que hay crisis y crisis, y hay momentos y momentos en el
proceso de las instituciones, como los hay en el de la vida de los
seres, en el proceso de las ideas, y en el de las actividades; hay
en efecto, momentos de verdadera fiebre, en los cuales se mani-
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fiesta algo así como una mayor intensidad de combustión, obra


de la mayor intensidad del fuego que mantiene y agita los ele-
mentos que integran el proceso de que se trate58. Y esto último
es lo que ha ocurrido, a mi modo de ver, en la Argentina desde

57
Libro de Consulta de Transparencia Internacional, editado en el sitio de
Transparencia Internacional (http://www.transparency.org), donde se mantie-
ne bajo continua revisión como un “libro” electrónico “vivo”. Véase asimismo,
Bianchi, Alberto B., Las acciones Qui Tam como medio de lucha contra la co-
rrupción en los contratos públicos en los Estados Unidos, EDA 01/02, p. 589;
Liberatori, Elena A., La acción “Qui Tam”, LL sup. Act. del 01/04/2004;
Cincunegui, Juan B.-Cincunegui, Juan de Dios, La corrupción y los factores de
poder, Fundación Argentina de Planeamiento, Buenos Aires, 1996, p. 56 y
sgtes.
58
Posada, Adolfo, La nueva orientación del derecho político, estudio preli-
minar en Duguit, León, La transformación del Estado, Librería de Fernando
Fé, Madrid, 1909, p. 18.

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408 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia

siempre con variados ciclos de relativa estabilidad y escasos


períodos de legitimidad política y democrática. Pero durante
los últimos treinta años hemos vivido el exterminio de distin-
tas generaciones por obra del terrorismo de Estado, la guerra
de Malvinas, y la crisis económica que aún no ha exhibido to-
das sus nefastas secuelas. Son varios miles de muertos y mi-
llones que, aún estando vivos, están jaqueados por el hambre,
la violencia y la adicción, y por un mágico paradigma del con-
sumo que pertenece a una sociedad de la que no forman parte.
La reglas del mercado se han apoderado de las cosas más ele-
mentales para la supervivencia del hombre, colocando a los
grupos más vulnerables en peores condiciones que las que go-
zan los animales salvajes, pues, a diferencia de estos últimos,
no pueden procurarse los alimentos mínimos que aseguren el
consumo de un determinado número de calorías, un mínimo
de variedad de alimentos, un resguardo para las inclemencias
del tiempo, etc.; todo ello frente a la mirada acostumbrada e
indiferente de quienes no reconocen en ellos un mínimo rasgo
en común y afirman sus diferencias desde donde construyen
su identidad.
La corrupción política es una de esas tantas miserias que
sufrimos como un legado de la modernidad, pero a su vez, lle-
va gran parte de responsabilidad en la producción de las pri-
meras59. La contratación IBM-Banco Nación -por ejemplo- “es
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una historia de muerte y de millones de dólares negros que


fluyeron por circuitos financieros idénticos o similares, según
los casos, a los usados en el contrabando de armas a Croacia y
Ecuador y el contrabando de oro”, señala un periódico nacio-
nal, pero lo realmente conmovedor es que, diez años después
de aquella situación, el despacho de una agencia periodística

59
Según datos del Centro de Investigación y Prevención de la Criminali-
dad Económica (CIPCE), desde 1980 hasta el año 2005 la corrupción produ-
jo una pérdida de 10.000 millones de dólares, es decir, unos 31.000 millones
de pesos, lo que hubiera servido para eliminar la indigencia durante tres
años. El banco de datos presentado por la citada entidad, se elaboró sobre la
base de un relevamiento de 750 causas de los fueros penal, penal económi-
co y penal tributario y, como no fue posible acceder a la totalidad de los
expedientes judiciales, la estimación representa sólo un piso del daño provo-
cado por los delitos vinculados a la corrupción (véase http://www.ceppas.org/
cipce/).

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Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia 409
describe al periodista que denunciara aquella fraudulenta con-
tratación en una situación de total abandono e indigencia60.
Es hora de hacernos cargo de nuestras miserias: reconocer
nuestro pasado es reconstruir nuestra identidad, aunque tal
vez no sea tan buena ni tan gloriosa como desearíamos. Reco-
nocer nuestras miserias como sociedad, aun cuando individual-
mente no hayamos tomado participación en los hechos que des-
encadenaron esa situación, nos ayudará a asumir también como
propios los padecimientos de quienes hoy sufren sus consecuen-
cias. Es necesario recuperar esos espacios comunes que han sido
usurpados por aquellos que se enriquecieron a costa del Estado
y de la pobreza de los demás, como resultado de “nuestra” apá-
tica complicidad. Debemos despertar definitivamente del esta-
do de resignación e indiferencia al que nos ha confinado el mie-
do, el consumo y el mundo irreal de las comunicaciones. Todos
los días debemos escribir un “Nunca Más”. Y saber que todo ello
no puede lograrse solamente por la magia de la razón, si ésta
no está acompañada de un compromiso personal, porque lo esen-
cial -como lo señalara Nieto con relación nuestra disciplina- es
la actitud que adopta el jurista ante el Derecho. No se trata,
por tanto, de una actitud intelectual sino vital. La justicia no es
una teoría sino una praxis; una convicción, no una razón.
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60
“Casi todas las tardes el anciano pide limosna en la estación San Martín
de la línea C. Cuando lo descubrí, hace más o menos tres meses, todavía se
presentaba como ‘un periodista perseguido’ y desplegaba en la pared una co-
pia arrugada de la nota publicada en Enfoques. Hoy ya casi no le quedan
fuerzas. Permanece callado, sentado en su sillín y apenas presta atención a
los que bajamos apurados por la escalera. Pregunta: ¿No hay ningún sindica-
to o mutual periodística que lo pueda ayudar? Más allá de lo periodístico,
como sociedad, ¿nos podemos dar el lujo de dejar pudrirse a un tipo así? Tal
vez en la historia personal de este viejo periodista de aspecto pulcro, canas
plateadas y delgadísima piel blanca esté la explicación de la miseria de millo-
nes de jóvenes de tez más oscura y para nada pulcros que se ven obligados
todos los días a revolver la basura para subsistir. Esa misma basura que tan-
tos otros quieren esconder debajo de la alfombra ” (véase http://
argentina.indymedia.org/news/2004/11/240449.php).

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410 Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia
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411
Ejercicio de la función pública. Ética y transparencia
LA TRANSPARENCIA EN LA FUNCIÓN ADMINIS-
TRATIVA: EL ACCESO A LA INFORMACIÓN
SIMÓN F. ISACCH

SUMARIO. I. Introducción.- II. Acceso a la información.- III. Meca-


nismos procesales.- IV. Conclusión

I. INTRODUCCIÓN

Tratándose de la organización pública, el término transpa-


rencia se refiere a que ésta es diseñada administrativamente
siguiendo diversas estructuras y procedimientos para encon-
trarse abierta, espontánea y permanentemente, hacia la socie-
dad a la cual representa1.
De un modo general, podemos conceptuar que la transpa-
rencia administrativa conlleva necesariamente la obligación
exigible a todo el personal administrativo2 de ser tan abierto a
los ciudadanos como le sea posible respecto a las decisiones y
actos que adopte, para responder permanentemente por la ges-
tión confiada.
La posibilidad de ver la función administrativa desde su in-
terior permite que los ciudadanos puedan tener datos respecto
de qué modo aquellas personas a las cuales se les ha encomen-
dado la realización de los fines públicos cumplen con su manda-
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to. Así, los ciudadanos pueden mantener un cierto nivel de con-


trol sobre dicha actividad, permitiéndose de ese modo la parti-
cipación que caracteriza al sistema democrático.
El postulado base de la llamada transparencia administrati-
va implica decir que el público tiene derecho a saber, lo cual
equivale a afirmar que el gobierno tiene el deber de permitir
que las personas reciban la información que necesitan como ciu-
dadanos de una democracia.
Es decir, al conocer de qué modo y por qué motivos adoptan las
decisiones quienes han sido elegidos para gobernar, el ciudadano

1
Juan Carlos Morón Urbina, Los deberes de transparencia (accountability)
en la gestión pública (con especial énfasis en sus indicadores para la gestión
municipal), Lima, 27 de marzo de 2000.
2
Si bien la transparencia alcanza a todas las funciones estatales, incluyen-
do también a la actividad judicial y legislativa, en el caso la referencia se vin-
cula a la función administrativa conforme a la convocatoria de estas jornadas.

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