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Introducción

a la
literatura norteamericana
Jorge Luis Borges
con
Esther Zemborain
Introducción a la literatura norteamericana fue publicado originalmente en 1967. La presente
edición sigue la que, corregida en algunos datos, publicó Emecé Editores en 1997.

Diseño de cubierta: Alianza Editorial sobre un diseño de Rafael Celda


Ilustración: El Bosco, La subida al Calvario (detalle).

Kunsthistorisches Museum, Viena.

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© Emecé Editores, S. A. 1997

© María Kodama, 1995

© Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1999

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28027 Madrid; teléf. 91393 88 88

ISBN: 8420638242

Depósito legal: M. 5.741/1999

Impreso en Fernández Ciudad, S. L.

Printed in Spain

Revisión de la edición digital: Miguel Zavalaga


Índice
Prólogo...................................................................................................4
Los orígenes...........................................................................................5
Franklin, Cooper y los historiadores......................................................8
Hawthorne y Poe..................................................................................11
Trascendentalismo...............................................................................13
Whitman y Herman Melville...............................................................16
El Oeste...............................................................................................18
Tres poetas del siglo XIX....................................................................21
Los narradores.....................................................................................23
Los expatriados....................................................................................27
Los poetas............................................................................................32
La novela.............................................................................................35
El teatro...............................................................................................38
Novela policial, «science-fiction» y el lejano Oeste...........................41
La poesía oral de los pieles rojas.........................................................45
Algunas fechas históricas....................................................................46
Prólogo
El reducido espacio de estos esquemas nos ha obligado a resumir casi tres siglos de
actividad literaria en un apretado volumen. En lengua inglesa existen muchas y
exhaustivas historias de la literatura americana, encaradas desde diversos puntos de
vista, sin excluir el psicoanalítico. Abundan también las que quieren supeditar la
literatura a la sociología. Tal criterio no ha sido el nuestro; para nosotros, lo esencial es
lo estético. En los Estados Unidos, como en Inglaterra, los grupos y los cenáculos
literarios son menos importantes que el individuo. Las obras surgen como fruto natural
de vidas diversas. Hemos preferido, pues, dejarnos guiar por la atracción que ejercieron
sobre nosotros las obras mismas. Desde luego la historia de una literatura no puede
prescindir de la historia del país que la ha producido. Hemos incluido, por lo tanto,
ciertas referencias indispensables.
Acaso no es inútil señalar que este compendio abarca temas que no se encontrarán en
volúmenes más extensos. Por ejemplo, el género policial, la science-fiction, los relatos
del Oeste y la singular poesía de los pieles rojas.
Nuestra finalidad fundamental ha sido estimular el conocimiento de la evolución
literaria de una nación que forjó la primera constitución democrática de los tiempos
modernos.

J. L. B. - E. Z. de T. D.
Buenos Aires, 1967
Los orígenes
Un crítico francés, Valery Larbaud, amigo de Güiraldes, observó que la literatura
latinoamericana ha influido, a partir de Darío y de Lugones, en la de España, en tanto
que la de los Estados Unidos ha influido, y sigue influyendo, en el orbe entero, más allá
del vasto ámbito del inglés.
En efecto, es lícito declarar, a la manera bíblica, que Edgar Allan Poe engendró a
Baudelaire, que engendró a los simbolistas, que engendraron a Valery, y que toda la
llamada poesía civil, o comprometida, de nuestro tiempo procede de Walt Whitman, que
se prolonga en Sandburg y en Neruda. Bosquejar, siquiera ligeramente, la historia de esa
literatura es el fin de estas páginas.
En el frontispicio grabaremos, a título de justo homenaje, el nombre del famoso
filósofo irlandés GEORGE BERKELEY (1685-1753), razonador del idealismo. A
comienzos del siglo XVIII, Berkeley formuló en un poema una teoría cíclica de la
historia; sostuvo que los imperios, como el sol, van del oriente al occidente (Westward
the course of Empire takes its way) y que el mayor y último imperio de la historia,
concebida como una tragedia en cinco actos, sería el de América. Lo atareó el proyecto
de un seminario en las Bermudas, que adiestraría a los rudos colonos ingleses y a los
pieles rojas del continente para ese espléndido y lejano destino. Más adelante, al hablar
de Jonathan Edwards, volveremos a Berkeley.
Con un exceso perdonable diremos que la independencia de América empezó en
aquella mañana de 1620 en que los ciento dos puritanos de la Mayflower
desembarcaron en un punto de su costa oriental. Eran, según se sabe, disconformes.
Teológicamente, eran calvinistas, adversos a la Iglesia Anglicana; políticamente, fueron
partidarios del parlamento, no del derecho divino de los reyes. Quienes profesan la
doctrina de la predestinación suelen creer, si no los abruma el terror, que Dios los ha
predestinado a la Gloría, no a los infiernos; era inevitable que los colonos, fervorosos
lectores de la Escritura, se identificaran con los israelitas del Éxodo y se vieran como un
pueblo elegido. Los guiaba un fin mesiánico, que finalmente, en Massachusetts, los
llevó a una teocracia. Un continente bárbaro los cercaba; tuvieron que luchar con la
soledad, con el indio y el bosque, y ulteriormente con los ejércitos de Francia y de
Inglaterra. Eran, como los primeros cristianos, hostiles a las artes, que desvían al
hombre del negocio fundamental de su salvación. En Londres, al promediar el siglo
XVII, los puritanos demolieron los teatros; por eso hay una paradoja en el título Tres
comedias para puritanos de Bernard Shaw. Milton pudo reprochar a Carlos I la extraña
culpa de haber dedicado algunos de los días que precedieron a su ejecución a la profana
lectura de Shakespeare. En Salem los puritanos acusaron de hechicería a muchas
personas, ya que en la Biblia se habla de hechiceros. Es curioso observar que bastaba
reconocerse culpable para ser declarado inocente, pues el demonio no iba a permitir que
sus poseídos confesaran su crimen. Los insensatos que se obstinaban en defenderse eran
ajusticiados.
Veamos ahora algunos nombres.
Los primeros historiadores de América habían nacido en Inglaterra: JOHN
WINTHROP (1588-1649), que fue gobernador de Massachusetts, redactó su
constitución, que sirvió de modelo a otras colonias; WILLIAM BRADFORD (1590-
1657). que arribó en la Mayflower y fue reelegido gobernador durante treinta años.
Hijo de Increase Mather, presidente de la Universidad de Harvard, COTTON
MATHER (1663-1728), nacido en Boston, nos propone el singular ejemplo de un
calvinista tolerante y a veces inclinado al deísmo. La historia lo vincula a los procesos
de hechicería de Salem, y no se opuso a las sentencias de muerte dictadas por los
tribunales, pero creyó que los poseídos podían salvarse mediante la oración y el ayuno.
Su libro The Wonders of the Invisible World (Los prodigios del mundo invisible) refiere
y analiza casos individuales de posesión diabólica. Dominó siete idiomas. Lector y
autor infatigable, legó a sus hijos una biblioteca de unos dos mil volúmenes y escribió
más de cuatrocientos cincuenta tratados, entre ellos, uno en español: La fe del cristiano.
Quería que Nueva Inglaterra fuera lo que Ginebra y Edimburgo no alcanzaron a ser: la
cabeza de un mundo convertido a la doctrina de Calvino. Pensaba que una página debe
siempre comunicarnos algo, pero que las alusiones y citas pueden aumentar su eficacia
y embellecerla, «como las alhajas, que adornan el ropaje de un embajador ruso».
Hombre de curiosidad científica, como Edwards, que estudió los hábitos de la araña,
fue uno de los primeros defensores de la vacuna.
JONATHAN EDWARDS (1703-58) fue el más arduo y complejo de los teólogos
calvinistas. Nació en East Windsor, Connecticut. Su vasta obra, sólo explorada hoy por
algunos historiadores, abarca diecisiete densos volúmenes en la edición de Londres, a
los que deben agregarse los que integran su diario. Dirigió, y después reprobó, el
movimiento religioso que se llamó El Gran Despertar (The Great Awakening) y que, al
decir de uno de sus biógrafos, empezó por el éxtasis y las conversiones en masa y
degeneró, como en tantos casos análogos, en desaforadas licencias. William James lo
cita a menudo en sus Variedades de la experiencia religiosa. Fue un predicador enérgico
y eficaz, no exento de amenazas; el título del más famoso de sus sermones: Sinners in
the Hands of an Angry God (Pecadores en manos de un Dios iracundo) nos indica su
estilo. Citemos un párrafo ejemplar: «Ya está tendido el arco de la ira divina, la flecha
está en la cuerda y la justicia la dirige hacia tu corazón y sólo la arbitraria decisión del
Señor impide que la flecha se embriague con tu sangre». Metáforas como ésta han
sugerido la sospecha de que Edwards fue fundamentalmente un poeta, frustrado por la
teología.
Dotado de singular precocidad, ingresó en Yale a los doce años y fue ordenado pastor
a los catorce. Ejerció su ministerio hasta 1750; en esa fecha, los escándalos producidos
por el Gran Despertar lo obligaron a abandonar su cargo. Durante un año, con el auxilio
de su mujer y de sus hijas, fue misionero entre los indios. En 1757 fue nombrado
presidente de Princeton; murió un año después.
A la lectura prefería la escritura y a la escritura el pensamiento y a veces la serena
contemplación y la fervorosa plegaria. En los libros no buscaba otra cosa que un
estímulo para su propia actividad. Fuera de Locke, parece haber leído muy poco a sus
contemporáneos. Supo de la doctrina platónica de los arquetipos eternos, pero nada de
Berkeley, con el cual concuerda en la afirmación de que el universo material no es más
que una idea en la mente divina, ni de Spinoza, que identificó, como él, a Dios y la
Naturaleza. En uno de sus últimos tratados dice de Dios: «Es todo y está solo».
La doctrina calvinista de que el Señor ha creado a una gran mayoría de los hombres
para que sus almas ardan en el Infierno, y a unos pocos para la gloria, le pareció al
principio terrible. Durante su juventud, tuvo una revelación. Sintió que esa doctrina es
«placentera, clara y dulce». Asombrosamente halló en ella una atroz dulzura (an awful
sweetness). En el relámpago y el trueno, que antes lo estremecían, reconoció, nos dice,
la voz de Dios. Pensó, como Tertuliano, que uno de los goces de los bienaventurados
sería el espectáculo del eterno tormento de los réprobos. Rechazado el libre albedrío,
extendió a Dios el concepto de necesidad; escribió que los actos de Jesucristo eran
necesariamente santos, aunque no menos adorables. Edwards perteneció a la clase que
en Boston apodaban Bracmanes (Brahmins) aludiendo a la casta letrada y sacerdotal de
la India.
El primer poeta americano de algún renombre, PHILIP FRENEAU (1752-1832), era
de linaje hugonote. Su abuelo, un comerciante francés, emigró a Nueva York en 1707.
Los primeros escritos de Freneau fueron, como los últimos, de carácter satírico, pero
aspiró también a la épica. Sus obras completas incluyen una precoz epopeya del profeta
Jonás. Nació en Nueva York. Fue periodista, granjero y marino, «urgido siempre por la
bruja de la Penuria». Navegó por los mares tropicales; conoció directamente el mar,
como Melville. Durante la Guerra de la Independencia, la nave comandada por él fue
capturada por una fragata británica y el poeta conoció los largos rigores de un pontón en
el puerto de Nueva York.
Adversario de Washington, fue partidario de Jefferson. Su complicada actividad
política no nos incumbe aquí.
Más importante es su obra lírica. En el más conocido de sus poemas, «The Indian
Burying Ground» (El cementerio indio), observa que instintivamente concebimos la
muerte como el sueño, ya que enterramos acostados a nuestros muertos, en tanto que los
indios la conciben como una continuación de la vida real, ya que los entierran sentados
y provistos de arcos y flechas, para que en el otro mundo prosigan el ejercicio de la
caza. Encontramos ahí el famoso verso The hunter and the deer, a shade (El cazador y
el ciervo, una sombra), que recuerda un hexámetro del undécimo libro de la Odisea.
Aún más curiosa es la poesía que se titula «The Indian Student». Refiere el caso de un
joven indio que vende todos sus bienes para instruirse en el misterioso saber de los
hombres blancos. Al cabo de una dura peregrinación, llega a la universidad más
cercana. Se dedica al estudio del inglés y, después, del latín; los profesores de la casa le
auguran un porvenir brillante. Algunos mantienen que será un teólogo; otros, un
matemático. Gradualmente el indio, cuyo nombre no nos es revelado, se aparta de sus
compañeros y sale a caminar por los bosques. Una ardilla, dice el poeta, lo distrae de
una oda de Horacio. La astronomía lo inquieta; las ideas de la redondez de la tierra y de
la infinitud del espacio lo llenan de terror y de incertidumbre. Una mañana, se va
silenciosamente, como ha venido, y vuelve a su tribu y sus selvas. El poema es a la vez
un cuento. Freneau lo refiere tan bien, que nadie pondría en duda que los hechos
ocurrieron así.
El estilo, a veces alegórico, de Freneau, corresponde a la poesía inglesa de la época,
pero su sensibilidad ya es romántica.
Franklin, Cooper y los historiadores
Una historia de las letras americanas no puede prescindir de BENJAMÍN
FRANKLIN (1706-90). Sus intereses fueron múltiples; la tipografía, el periodismo, la
agricultura, la higiene, la navegación, la diplomacia, la política, la pedagogía, la ética, la
música y la religión atarearon su enérgica inteligencia. Fundó el primer periódico y la
primera revista de América. Ni una sola de los miles de páginas que redactó fue para él
un fin sino un medio. Los diez volúmenes de su obra son circunstanciales; escribió
siempre para lograr un efecto inmediato, ajeno a la pura literatura. Esta índole práctica
de su labor nos recuerda a Sarmiento, que tanto lo veneró, pero en la lúcida obra de
Franklin no resplandece la pasión que ilumina el Facundo.
En su Autobiografía están las etapas de tan versátil y admirable destino. Nació en
Boston, hijo de padres humildes; fue un autodidacto. Así, para aprender el arte de la
prosa, releía, olvidaba y reconstruía los ensayos de Addison. Un encargo oficial de
adquirir materiales de imprenta lo llevó a Londres en 1724. A los veintidós años fundó
una religión, que no ha prosperado, cuyo mandamiento esencial era hacer el bien.
Proyectó asimismo una policía urbana, un sistema de alumbrado público y planes de
pavimentación de las calles. Creó también la primera biblioteca circulante. Se lo ha
llamado, no sin algún desdén, el profeta del sentido común. Al comienzo se opuso a la
desunión de Inglaterra y sus colonias; luego fue un fervoroso partidario de la
independencia de América. En 1778, el gobierno republicano lo nombró ministro
plenipotenciario en París. Francia vio en él un alto ejemplar del Homme de la nature;
Voltaire lo abrazó públicamente.
Le agradaban, como a Poe, las mistificaciones. En 1773 el gobierno británico quiso
obligar a sus colonias a pagar un impuesto; Franklin publicó en un diario de Londres un
edicto apócrifo del rey de Prusia, que exigía de Inglaterra un impuesto idéntico, ya que
esta isla había sido colonizada en el siglo V por tribus procedentes de Alemania.
Una de sus máximas era: No dejes nunca para mañana lo que puedes hacer hoy. Mark
Twain la enmendaría de este modo: No dejes nunca para mañana lo que puedes hacer
pasado mañana.
Es sabido que inventó el pararrayos; esta proeza le valió el famoso elogio de Turgot:
Arrebató a los cielos el rayo, el cetro a los tiranos.
Franklin fue el primer escritor americano que logró una fama europea, si bien más
como filósofo, en el sentido que daba a esta palabra el siglo XVIII, que como literato; el
segundo fue el novelista FENIMORE COOPER (1789-1851). Sus libros, que hoy sólo
cuentan con un decreciente público juvenil, fueron vertidos a casi todos los idiomas de
Europa y a algunos de Asia. Balzac lo admiró, Victor Hugo lo juzgó superior a Scott;
otros se limitaron a darle el título de Scott americano.
Nació en Burlington, New Jersey. Sus primeros años transcurrieron en una granja a
orillas del lago Otsego, muy cerca de la selva y de los indios. Se educó en la escuela
local y después en Yale, de donde lo expulsaron por una falta menor. En 1805 se alistó
en la marina, donde sirvió cinco años. En 1813 abandonó esa carrera para contraer
matrimonio y se estableció en Mamaroneck como propietario rural. Hacia 1819 el azar o
el destino determinó que Cooper leyera con su mujer una mala novela inglesa. Cooper
juró que era capaz de escribir un libro mejor. Su mujer lo desafió a hacerlo; el resultado
fue Precaution, cuya acción ocurre en Inglaterra, entre gente mundana. Un año después
publicó The Spy (El espía), que se desarrolla en América y que prefigura su obra
ulterior. Cooper, como tantos otros, tardó algún tiempo en descubrir que lo interesante
puede no sólo ser lo lejano sino también aquellas cosas que están aquí y ahora. El mar y
la frontera, el marino, el poblador y el piel roja, serían sus temas. En cinco sucesivas
novelas, de las cuales la más divulgada es The Last of the Mohicans (El último de los
mohicanos), Fenimore Cooper ha legado a la imaginación de los hombres el tipo de
Leather Stocking, así apodado por sus polainas de cuero de ciervo. En él se encarna el
Backwoodsman, el hombre blanco que abre picadas en la selva y se ha identificado con
ella. Odia las poblaciones, es valiente, leal y baqueano; su hacha y su rifle son
infalibles.
A partir de 1826, Cooper vivió siete años en Europa. Fue cónsul de los Estados
Unidos en Lyon; tuvo ocasión de conversar con su probable maestro, Sir Walter Scott, y
con Lafayette. Dirigió cartas a este último, que injuriaban gravemente a Inglaterra y que
al fin irritaron por igual, según Andrew Lang, «al león británico y al águila americana».
A su vuelta, retomó su labor de novelista, interrumpida por litigios y sátiras y por la
redacción de una Historia de la Marina. Su obra completa consta de treinta y tres
volúmenes.
Su prosa palabrera, abarrotada de vocablos de origen latino, reúne todos los defectos y
ninguna de las virtudes del estilo de su época. Hay un contraste incómodo entre la
violencia de los hechos narrados y la lentitud de su pluma. Stevenson generosamente
nos dice Cooper is the wood and the wave (Cooper es la selva y la ola).
Contemporáneo de Cooper, fue el historiador y ensayista WASHINGTON
IRVING (1783-1859). Nació en Nueva York. Hijo de un comerciante adinerado, que
eligió la causa de la Independencia, Irving fue sucesivamente periodista, abogado y
autor satírico. En 1809 terminó una historia burlesca de Nueva York que atribuyó a un
pedantesco e imaginario cronista holandés, Dietrich Knickerbocker. A diferencia de
Cooper sintió cariño, nunca hostilidad, por Europa. Viajó por Inglaterra, Francia,
Alemania y, a partir de 1826, por España. Al cabo de diecisiete años de ausencia, volvió
a su patria y recorrió las fronteras del Oeste. En 1842 fue nombrado ministro de los
Estados Unidos en España. Vivió mucho tiempo en Granada, que celebraría en Tales of
the Alhambra (Cuentos de la Alhambra). En su casa de Sunny Side pasó los últimos
años de su vida, entregado a la redacción de libros históricos, de los cuales el más
ambicioso es una monumental biografía de Washington, en cinco volúmenes.
Pensaba que su patria carecía de un pasado romántico y americanizó leyendas de otras
latitudes y épocas. Retomó, por ejemplo, la historia de los siete cristianos que,
perseguidos por el emperador, se tienden a dormir en una caverna, acompañados por su
perro, y despiertan, según las palabras de Gibbon, «de un momentáneo sueño de dos
siglos». Amanecen en un mundo cristiano; los asombra una cruz, signo antes prohibido,
en la puerta de una ciudad. Irving retuvo el perro, pero redujo los doscientos años a
veinte y los siete durmientes a un campesino que sale de caza y se encuentra con un
desconocido trajeado a la antigua usanza holandesa. Éste lo lleva a una silenciosa
reunión, donde le ofrecen una bebida de curioso sabor. Cuando despierta, ha
transcurrido la Guerra de la Independencia. El nombre de Rip van Winkle es popular en
todos los países de habla inglesa.
Irving no fue un investigador de las fuentes ni un intérprete original de los hechos
historiados por él. Así, su biografía de Cristóbal Colón se apoya en los trabajos de
Navarrete; su biografía de Mahoma, en un libro análogo del orientalista judeo-alemán
GustavWeil.
WILLIAM PRESCOTT (1796-1859) sintió, como Irving, el encanto peculiar de lo
hispánico. Nació en Salem, Massachusetts. Perteneció a esa clase letrada que Boston
apodó los Brahmins y que nos ha legado tantos nombres ilustres. En 1843 publicó su
Historia de la conquista de Méjico, tema que le fue cedido por Irving; en 1847, su
Historia de la conquista del Perú. No alcanzó a terminar el tercer tomo de una Historia
de Felipe II .
Sin desmedro de la severa precisión, concibió la escritura de la historia como una obra
de arte. Lo sociológico le importaba menos que lo dramático. En la conquista del Perú
por los españoles vio la aventura personal de Pizarro, y al describir su muerte llega a la
épica. Sus libros, pese a algún exceso romántico, se leen como buenas novelas.
Ulteriormente se han rectificado algunos detalles, pero nadie podrá negarle el título de
gran historiador.
No menos merecedor de ese juicio fue FRANCIS PARKMAN (1823-93). Nació en
Bostón. Hombre de precaria salud y, como Prescott, de escasa vista, superó
valerosamente esos duros obstáculos. Dictó a otros buena parte de su obra, que abarca
muchos volúmenes, todos de carácter histórico. Dos excepciones fueron la novela
autobiográfica Vassall Morton y The Book of Roses (El libro de las rosas), que refleja su
pasión por las flores. Buscó sus temas en América. Viajó por las diversas fronteras del
vasto continente y conoció la vida de los colonos y de los pieles rojas. Las sangrientas
rivalidades de Gran Bretaña, de España y de Francia por el dominio del Nuevo Mundo
atarearon su pluma, tan elocuente como rigurosa. Estudió así las acciones guerreras del
Canadá, la labor evangélica de los jesuítas en el siglo XVII y la victoria de los iroqueses
paganos sobre las tribus conversas.
Su obra más conocida refiere la conspiración de Pontiac, famoso cacique de los
otawas que, al promediar el siglo XVIII, buscó la alianza de los franceses, usó las artes
de la guerra y de la hechicería contra el poder británico y murió asesinado.
Parkman murió un año después que Walt Whitman, pero espiritualmente está más
cerca de los Brahmins que de éste. Leemos en una de sus páginas: «Mi credo político
oscila entre dos extremos viciosos: la democracia y la autoridad absoluta. No me
opongo a una monarquía constitucional, pero prefiero una república conservadora».
Hawthorne y Poe
El cuentista y novelista NATHANIEL HAWTHORNE (1804-64) es más importante
que cualquiera de los autores estudiados anteriormente. Nació en la aldea puritana de
Salem, que gravitaría siempre sobre él; su abuelo fue uno de los jueces que actuaron en
los procesos de hechicería; su padre, capitán de navío, murió en las Indias Orientales.
Hawthorne tenía entonces cuatro años. Se graduó en Maine, donde trabó amistad con
Pierce y con Longfellow. Obtuvo después un empleo en la aduana. Desde la muerte del
padre, la familia llevaba una extraña vida de reclusión. Entregados a la Sagrada
Escritura y a la plegaria, no comían juntos y casi no se hablaban. Les dejaban la comida
en una bandeja en el corredor. Nathaniel se pasaba los días escribiendo cuentos
fantásticos; a la hora del crepúsculo de la tarde salía a caminar. Ese furtivo régimen de
vida duró doce años. En 1837 le escribió a Longfellow: «Me he recluido, sin el menor
propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrirme. Me he
convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la
llave, y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir.» Durante aquel
período, Hawthorne escribió un relato, «Wakefield», que de algún modo refleja su
curioso aislamiento. El protagonista, un buen señor de Londres, abandona una tarde a su
mujer y se instala a la vuelta de su propia casa, escondido. Al cabo de veinte años
regresa, sin saber por qué ha obrado así. Estas palabras cierran la historia: «En el
desorden aparente de nuestro misterioso mundo, cada hombre está ajustado a un sistema
con tan exquisito rigor —y los sistemas entre sí, y todos a todos— que el individuo que
se desvía un solo momento corre el terrible albur de perder para siempre su lugar. Corre
el albur de ser, como Wakefield, el paria del Universo.» El misterioso mundo de que
habla Hawthorne, regido por leyes inexplicables, es manifiestamente el de la
predestinación calvinista.
En 1841 participó durante unos meses en la colonia socialista de Brook Farm. En
1850 publicó la más famosa de sus novelas The Scarlet Letter (La letra escarlata); al año
siguiente The House of the Seven Gables (La casa de los siete tejados). Franklin Pierce,
al ser electo presidente de los Estados Unidos, en 1853, lo nombró cónsul en Liverpool.
Vivió luego en Italia, donde escribió The Marble Faun (El fauno de mármol). A las
obras ya mencionadas debemos agregar varias colecciones de cuentos; la más conocida
es The Snow Image (La imagen de nieve).
Por el sentimiento de culpa y la preocupación ética, Hawthorne se vincula con el
puritanismo; por el amor de la belleza y la invención fantástica, con otro gran escritor,
Edgar Allan Poe.
Hijo de actores pobres, EDGAR ALLAN POE (180949) nació en Boston y fue
adoptado por un comerciante, John Allan, cuyo apellido tomó como segundo nombre.
Se educó en Virginia y en Inglaterra; el colegio inglés fue descrito por él en el relato
fantástico «William Wilson», cuyo protagonista muere al matar a su doble, a su otro yo.
Poe fue expulsado de la Academia Militar de West Point. Vivió azarosamente del
periodismo; se enemistó con sus más ilustres contemporáneos y acusó de plagio a
Longfellow. Desde su juventud el alcohol y las neurosis lo destrozaron. En 1836 se casó
con su prima Virginia Clemm, de trece años; ésta murió tuberculosa en 1847. Poe murió
en un hospital de Baltimore; durante la fiebre de su agonía revivió un episodio atroz de
su libro The Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket. Su vida fue breve y
desdichada, si es que la desdicha puede ser breve.
Poe, hombre de débil voluntad y urgido por las más contrarias pasiones, profesaba el
culto de la razón y de la lucidez. Siendo, como era, fundamentalmente romántico, le
agradaba negar la inspiración y declaraba que la creación estética procede de la pura
inteligencia. En un trabajo titulado «The Philosophy of Composition» explica de qué
modo escribió su famoso poema «El cuervo» y analiza, o finge analizar, las diversas
etapas de su labor. Empezó, nos dice, por imponerse un límite de cien versos, ya que
una cifra superior hubiera destruido la unidad del efecto buscado y una cifra inferior
hubiera sido insuficiente para su intensidad. (De hecho, «El cuervo» constaría de 108
versos.) Luego pensó que la belleza es indispensable y que de todas las entonaciones
poéticas la mejor es la melancólica. El estribillo, por su universalidad, le pareció un
procedimiento eficaz. Juzgó que la o y la erre son los sonidos más sonoros; la primera
palabra que se le ocurrió fue la palabra Nevermore (nunca más). El problema inmediato
era justificar la monótona repetición de esa palabra por un ser racional; un ser irracional
y capaz de habla podía resolverlo. Pensó en un loro, pero el cuervo se impuso por su
mayor dignidad y melancolía. Consideró después que nada es más melancólico que la
muerte y que la muerte de una mujer hermosa es el tema poético por excelencia. Se
trataba ahora de combinar los dos conceptos: el de un enamorado que llora la muerte de
la amada y el de un cuervo que al fin de cada estrofa repite Nevermore. La palabra,
siempre la misma, tenía que cambiar de sentido cada vez que la repitieran. El único
medio era que el enamorado formulara preguntas. Éstas, triviales al principio, tenían
que ser extraordinarias al fin. El amante, sabedor de antemano de la contestación
ominosa, se atormentaría provocándola. Le pregunta al fin si algún día volverá a
encontrar a su amada. El cuervo le contesta Nevermore. La estrofa en que esto ocurre,
una de las últimas del poema, fue la primera que el poeta escribió. En lo que a la
versificación se refiere, buscó ante todo la originalidad. Combinó versos de medida
distinta y usó la aliteración y la rima.
¿Dónde unir el enamorado y el cuervo? Pensó en los campos o en un bosque, pero un
ámbito cerrado le pareció más apto para concentrar la impresión que buscaba. Resolvió
situar al amante en un cuarto poblado de memorias de la mujer ausente. ¿Cómo hacer
que el pájaro entrara? La idea de una ventana era inevitable. Para justificar que el
cuervo buscara refugio convenía que fuera tempestuosa la noche. Además, la tempestad
externa contrastaría con la serenidad de una habitación. El cuervo se posa sobre un
busto de Palas Atenea. Tres razones justifican el busto: el contraste del plumaje negro y
del mármol, lo adecuado de semejante imagen, símbolo de la sabiduría, en una
biblioteca, y la sonoridad del nombre, con sus dos vocales abiertas. Un poco en broma,
el enamorado pregunta al cuervo cómo lo llaman en las riberas plutónicas de la noche.
El cuervo responde Nevermore. El diálogo prosigue; de lo fantástico se pasa a lo
melancólico. El cuervo sobre el mármol impresiona gradualmente al enamorado, y
también al lector, y prepara así el desenlace, que no tarda en llegar. El hombre
comprende que el ave sólo puede articular Nevermore, pero deliberadamente se tortura
haciéndole preguntas que admiten esa triste contestación. Hasta este punto, la
composición es concreta, pero el poeta ya había resuelto que fuera también alegórica. El
cuervo simboliza la memoria imperecedera de una interminable desventura. Tal es el
análisis del poema que nos propone Poe.
Los cuentos de Poe se dividen en dos categorías, que alguna vez se mezclan: los de
terror y los de raciocinio. En cuanto a los primeros, alguien lo acusó de imitar a ciertos
románticos alemanes; Poe respondió: «El horror no es de Alemania, es del alma». Los
segundos inauguran un nuevo género, el policial, que ha conquistado el mundo entero y
entre cuyos cultores están Dickens, Stevenson y Chesterton.
Edgar Allan Poe aplicó a sus cuentos la misma técnica que a sus versos; juzgó que
todo debe redactarse en función de la última línea.
Trascendentalismo
Uno de los acontecimientos intelectuales más importantes que se han dado en
América fue el trascendentalismo. No formó una escuela cerrada sino más bien un
movimiento; incluyó escritores, granjeros, artesanos, comerciantes, mujeres casadas o
solteras. A partir de 1836, floreció durante un cuarto de siglo. Su centro estaba en
Nueva Inglaterra, en la ciudad de Concord. Fue una reacción contra el racionalismo del
siglo XVIII, contra la psicología de Locke y contra el unitarianismo. Este sucesor del
calvinismo ortodoxo negaba, según lo define su nombre, la Trinidad, pero afirmaba la
verdad histórica de los milagros obrados por Jesús.
Sus fuentes fueron múltiples: el panteísmo hindú, las especulaciones neoplatónicas,
los místicos persas, la teología visionaria de Swedenborg, el idealismo alemán y los
escritos de Coleridge y de Carlyle. Heredó también la preocupación ética de los
puritanos. Edwards había enseñado que Dios puede infundir una luz sobrenatural en el
alma de los electos; Swedenborg y los cabalistas, que el mundo externo es un espejo del
mundo espiritual. Tales ideas influyeron en los poetas y prosistas de Concord. La
inmanencia de Dios en el universo fue acaso la doctrina central. Emerson repitió que no
hay un ser que no sea un microcosmos, un mundo minúsculo. El alma del individuo se
identifica con el alma del mundo, las leyes de la física se confunden con las leyes
morales. Si en cada alma está Dios, toda autoridad externa desaparece. A cada hombre
le basta su profunda y secreta divinidad.
Emerson y Thoreau son ahora los nombres más conspicuos del movimiento, que
influyó asimismo en Longfellow, en Melville y en Whitman.
El más ilustre ejemplo individual del movimiento que estudiamos fue RALPH
EMERSON (1803-82). Nació en Boston, hijo y nieto de pastores protestantes. Siguió el
destino de sus mayores y, después de ordenarse, se hizo cargo de una iglesia unitaria en
1829. Ese mismo año se casó. En 1832, al cabo de una crisis espiritual, en la que sin
duda influyó la muerte de su mujer y de sus hermanos, renunció al sacerdocio. Pensaba
que «ya había pasado el día de una religión formal». Poco después hizo su primer viaje
a Inglaterra.
Conoció a Wordsworth, a Landor, a Coleridge y a Carlyle, de quien se creía entonces
discípulo. En realidad, los dos eran esencialmente distintos.
Emerson siempre se señaló como antiesclavista; Carlyle era partidario de la
esclavitud. De vuelta a Boston, se dedicó a giras de conferencias que le hicieron conocer
todo el país. La tribuna tomó el lugar del pulpito. Su fama fue extendiéndose, no sólo
por América sino por Europa. Nietzsche escribió que se sentía tan cerca de Emerson que
no se atrevía a elogiarlo; porque ello hubiera sido como si se elogiara a sí mismo. Fuera
de algunos viajes, Emerson vivió siempre en Concord; en 1853 se casó por segunda vez.
Murió el 27 de abril de 1882.
Emerson escribió que nadie ha sido convencido jamás por un razonamiento
(Arguments convince nobody) y que basta enunciar una verdad para que ésta se
imponga. Esta convicción da a su obra un carácter discontinuo. Abunda en memorables
sentencias, a veces llenas de sabiduría, que no proceden de la anterior ni preparan la que
vendrá. Sus biógrafos refieren que antes de pronunciar una conferencia o de redactar un
ensayo, acumulaba frases sueltas que ordenaba después, un poco al azar. Nuestra
exposición del trascendentalismo resume sus doctrinas. Es curioso observar que el
panteísmo, que lleva a los hindúes a la inacción, llevó a Emerson a predicar que no hay
límites para lo que podemos hacer, ya que en el centro de cada uno de nosotros está la
divinidad. «Debes saberlo todo, debes atreverte a todo.» La hospitalidad de su espíritu
era asombrosa. Bástenos recordar los nombres de las seis conferencias que dictó en
1845: Platón o el filósofo, Swedenborg o el místico, Shakespeare o el poeta. Napoleón o
el hombre de mundo, Goethe o el escritor, Montaigne o el escéptico. De los doce
volúmenes de su obra, acaso el más curioso es el que incluye sus poemas. Emerson es
un gran poeta intelectual. No le interesa Poe, a quien apodó, no sin desdén, the jingle
man (el hombre del retintín). Traducimos el poema «Brahma»: «Si el rojo matador
piensa que mata, o el muerto que lo han muerto, no conocen mis sutiles caminos; yo
paso y vuelvo. Para mí lo remoto y lo olvidado están cerca, sombra y sol son lo mismo;
los desvanecidos dioses están presentes, la vergüenza y la fama son iguales. Calculan
mal quienes me omiten; si huyen de mí yo soy las alas; soy el que duda y soy la duda y
soy el himno que canta el brahmán. Los fuertes dioses anhelan mi morada, en vano los
sagrados siete la anhelan, pero tú, humilde amante del Bien, encuéntrame y da tu
espalda al cielo.»
El ensayista, naturalista y poeta HENRY DAVID THOREAU (1817-62) nació en
Concord. En la Universidad de Harvard estudió griego y latín, también le interesaron el
Oriente y la historia y hábitos de los pieles rojas. Quería bastarse a sí mismo; sin
comprometerse a tareas de largo plazo, fue constructor de botes y de cercos y
agrimensor. Dos años vivió en casa de Emerson, a quien se parecía físicamente. En
1845 se retiró a una choza en las orillas del solitario estanque de Walden. La lectura de
los clásicos, la composición literaria y la precisa observación de la naturaleza ocuparon
sus días. Le gustaba la soledad. En una de sus páginas leemos: «El hombre que
encuentro suele ser menos instructivo que el silencio que rompe».
Su más lacónica biografía ha sido trazada por Emerson. «Pocas vidas contienen tantas
renunciaciones. No ejerció profesión alguna, no se casó, vivió solo, nunca fue a la
iglesia, jamás votó, se negó a pagar impuestos, no comía carne, no probó el vino, no
conoció el tabaco y, aunque naturalista, prescindió de trampas y fusiles. No tuvo
tentaciones que vencer, no tuvo apetitos, carecía de pasiones, no le atrajeron las
elegantes fruslerías.»
Su obra comprende más de treinta volúmenes; el más famoso es Walden or life in the
Woods (Walden o la vida en los bosques), publicado en 1854.
En 1849, un año después de la aparición del Manifiesto Comunista de Marx, había
publicado el ensayo «Desobediencia civil», que influiría en el pensamiento y el destino
de Gandhi. Las primeras líneas afirman que el mejor gobierno es el que gobierna menos
y mejor aún es el que no gobierna. Así como rechazaba la idea de un ejército
permanente, rechazó la de un gobierno permanente. Creía que el gobierno estorbaba el
desarrollo natural del pueblo americano. La única obligación que aceptaba era la de
hacer en cada momento lo que le parecía más justo. Prefería obedecer al derecho y no a
las leyes. Creía que la lectura de los diarios era superflua, ya que basta leer la noticia de
un solo incendio, un solo crimen, para conocerlos todos. Le parecía inútil la
acumulación de casos esencialmente idénticos.
Dejó escrito: «Alguna vez perdí un lebrel, un bayo y una tórtola y todavía sigo
buscándolos. He interrogado a muchos viajeros; uno había oído el ladrido del lebrel,
otro el galope del caballo, otro había visto el vuelo de la tórtola, y todos compartían mi
ansiedad». En estas palabras, inspiradas acaso por la memoria de alguna fábula oriental,
sentimos la melancolía de Thoreau más que en sus versos. Los historiadores del
anarquismo suelen omitir el nombre de Thoreau; esto acaso se debe a que su
anarquismo, como casi toda su vida, fue de orden negativo y pacífico.
Ahora un poco olvidado, HENRY WASDWORTH LONGFELLOW (1807-82) fue
durante su vida el poeta más querido de América. Nació en Portland, Maine. Dictó la
cátedra de Lenguas Vivas en la Universidad de Harvard. Su actividad mental era
infatigable. Vertió al inglés a Jorge Manrique, al poeta sueco Elias Tegner, a trovadores
provenzales y alemanes y anónimos cantores anglosajones. Versificó pasajes de la
Historia de los reyes de Noruega, de Snorri Sturluson. A lo largo de los azarosos años
de la Guerra de Secesión, consoló su espíritu ejecutando una de las mejores
traducciones inglesas de la Divina comedia, enriquecida de curiosas notas. Escribió en
hexámetros el extenso poema Evangeline (1847) y, con el metro de la epopeya
finlandesa Kalevala, el Hiawatha, cuyos personajes son pieles rojas que presienten la
llegada del hombre blanco. Muchas composiciones de su libro Voices of the Night
(Voces de la noche) le valieron el afecto y admiración de sus contemporáneos y
perduran aún en las antologías. Releídas ahora, nos dejan la impresión de que sólo les
falta un último retoque.
Lejos del trascendentalismo, HENRY TIMROD (1828-67) cantó las esperanzas,
las victorias, las vicisitudes y la final derrota del Sur. Nació en Charleston, New
Carolina. Era hijo de un encuadernador alemán; se alistó en las fuerzas confederadas,
pero la tuberculosis le vedó el destino militar que anhelaba. En sus versos hay fuego y
un sentido clásico de la forma. Murió a los treinta y ocho años.
Whitman y Herman Melville
Quienes pasan de la obra poética de Whitman a su biografía se sienten algo
defraudados. Ello se debe a la circunstancia de que el nombre de Whitman corresponde
realmente a dos personas: el modesto autor de la obra y su semidivino protagonista. Ya
veremos la razón de esta dualidad. Empecemos por considerar al primero.
De linaje inglés y holandés, WALTER WHITMAN (1819-92) nació en Long Island.
Su padre era constructor de casas de madera, oficio que él también ejerció. Desde niño
lo atrajeron la naturaleza y los libros. Así leyó Las mil y una noches, las obras de
Shakespeare y, naturalmente, la Biblia. En 1823, su familia se había trasladado a
Brooklyn. Whitman fue impresor, maestro de escuela, periodista y, a los veintiún años,
director del Eagle, diario de Brooklyn, cargo que desempeñó con algún desgano. Lo
perdió en 1847. Hasta entonces, su labor literaria había sido insignificante; sus
biógrafos recuerdan una novela antialcoholista y unos versos mediocres. En 1848 viajó
con su hermano a Nueva Orleans. Allí ocurrió algo. Hay quienes hablan de una
experiencia amorosa; otros de una revelación que lo transformó hondamente. En 1855
publicó la primera edición de Leaves of Grass (Hojas de hierba), que constaba de doce
poemas y que le valió una entusiasmada y justa carta de Emerson. A lo largo de su vida,
Whitman publicó doce ediciones de Leaves of Grass, enriqueciéndolas cada vez con
nuevas poesías. A partir de la tercera edición, que data de 1860, la obra incluyó
composiciones cuya franqueza erótica, acaso jamás igualada, escandalizó a no pocos
lectores. En una larga caminata, Emerson quiso disuadirlo; Whitman admitiría años
después que las razones de su amigo eran irrefutables, pero no se dejó convencer.
Durante la Guerra Civil, Whitman actuó como enfermero en los hospitales de sangre y
aun en los campos de batalla. Se cuenta que su sola presencia calmaba los sufrimientos
de los heridos. A principios de 1873 un ataque de parálisis lo postró. Hacia el 76 pudo
viajar al Canadá y al Oeste, pero el 85 su salud volvió a decaer. Mientras tanto, su
renombre se extendió por América y había llegado a Europa. Tuvo muchos discípulos,
que anotaban sus menores palabras. Murió en Camden, pobre y famoso.
Whitman se propuso una obra mesiánica, la epopeya de la democracia de América. El
poeta de su predilección era Tennyson, pero su obra exigía, le pareció, un lenguaje
distinto: el inglés oral de las calles americanas y de las fronteras. Intercaló además, en
general de un modo incorrecto, palabras de las lenguas indígenas, del español y del
francés, para que su epopeya abarcara todas las regiones del continente. En cuanto a la
forma, rechazó el verso regular y la rima y optó por largas estrofas rítmicas, inspiradas
por los salmos de la Escritura.
En la épica anterior un solo héroe predominaba: Aquiles, Ulises, Eneas, Rolando o el
Cid. Whitman resolvió, en cambio, que su héroe serían todos los hombres. Escribió así:

Éstos son los pensamientos de todos los hombres


en todas las épocas y países—no me son propios;
si no son tan tuyos como míos, son nada o casi nada;
sí no son el enigma y la solución del enigma, son nada;
si no son tan cercanos como lejanos, son nada.
Ésta es la hierba que crece donde hay tierra y hay agua;
éste es el aire común que rodea la esfera.

El Walt Whitman del libro es un personaje plural; es el autor y es a la vez cada uno de
sus lectores, presentes o futuros. Así se justifican ciertas aparentes contradicciones; en
un pasaje, Whitman nace en Long Island; en otro, en el Sur. «Partiendo de Paumanok»
empieza con una biografía fantástica: el poeta refiere sus experiencias como minero,
oficio que nunca ejerció, y el espectáculo de las manadas de bisontes en las praderas
donde jamás estuvo.
«Salut au monde» encierra una visión total del planeta, con el día y la noche
simultáneos. Entre las muchas cosas que ve, está nuestra llanura:

Veo al gaucho atravesando los llanos,


veo al incomparable jinete de caballos arrojando el lazo,
veo sobre las pampas la persecución de hacienda salvaje...

Whitman cantó como desde una aurora; John Brown ha escrito que Whitman y sus
continuadores representan la idea de que América es un nuevo acontecimiento que
deben celebrar los poetas, en tanto que Edgar Allan Poe y los suyos la ven como una
mera continuación de Europa. La historia de la literatura americana sería el incesante
conflicto de esas dos concepciones.
Como Mark Twain, como Jack London, como tantos otros escritores americanos,
HERMAN MELVILLE (1819-91) llevó el tipo de vida aventurera que el sedentario
Whitman soñó y que le fue negado por su destino. Nació en Nueva York. La bancarrota
de su padre, de antiguo linaje escocés, dejó a Melville en la indigencia a los quince
años. Fue sucesivamente empleado de banco, peón, maestro de escuela y, en 1839,
grumete. Así empezó su larga amistad con el mar. En 1841 navegó en una ballenera por
el Pacífico. Desertó en las Islas Marquesas, fue capturado por caníbales y convivió
algún tiempo con ellos. Se casó en 1847 y se estableció en Nueva York. De esta ciudad
pasó a una granja en Massachusetts. Ahí entabló amistad con Nathaniel Hawthorne, que
influyó en la escritura de su obra capital, Moby Dick. Durante sus últimos treinta y
cinco años fue empleado de aduana.
La obra de Melville consta de libros de navegaciones y aventuras, de novelas
fantásticas y satíricas, de poemas, cuentos y la prodigiosa novela simbólica Moby Dick.
Entre los cuentos recordaremos a Billy Budd, cuyo tema esencial es el conflicto de la
justicia y de la ley; «Benito Cereno», que de algún modo prefigura El negro del
‘Narcissus’ de Conrad, y «Bartleby», cuyo ambiente coincide con el de ulteriores libros
de Kafka. En el estilo de Moby Dick se advierte la influencia de Carlyle y de
Shakespeare; hay capítulos concebidos como escenas de un drama. Abundan las frases
inolvidables; en uno de los capítulos iniciales se habla de un predicador que se arrodilla
en el pulpito y reza con tal devoción «que parecía un hombre arrodillado y rezando
desde el fondo del mar». Moby Dick es el nombre de una ballena blanca, emblema del
Mal, y la persecución insensata de esa ballena es el argumento de la obra. Es curioso
observar que la ballena como símbolo del Demonio figura en un bestiario anglosajón
del siglo IX y que el concepto de que la blancura es horrible constituye uno de los temas
del Arthur Gordon Pym de Poe. Melville, en el texto mismo de la obra, niega que ésta
sea una alegoría: la verdad es que podemos leerla en dos planos: como relato de hechos
imaginarios y como símbolo.
La importancia y la novedad profunda de Moby Dick no fueron inmediatamente
reconocidas. En 1912, la Enciclopedia Británica no veía en ella otra cosa que una novela
de aventuras.
El lustro 1850-1855 es uno de los más significativos de las letras americanas. En 1850
aparecen La letra escarlata de Hawthorne y Hombres representativos de Emerson; en
1851, Moby Dick; en 1854, Walden de Thoreau, y en 1855, Hojas de hierba de Walt
Whitman.
El Oeste
A medida que los Estados Unidos crecen hacia el poniente y el sur, a medida que la
guerra de Méjico y la conquista del Oeste dilatan sus ya vastas fronteras, surge una
nueva generación de escritores, del todo ajenos al puritanismo de Nueva Inglaterra o al
trascendentalismo de Concord. Longfellow y Timrod pertenecen aún a la tradición de
las letras británicas; los nuevos hombres cuyas voces nos llegan desde el Mississippi o
las soledades de California ni siquiera tienen que rebelarse contra esa tradición. El
primero fue SAMUEL LANGHORNE CLEMENS (1835-1910), que dio fama mundial
a su pseudónimo Mark Twain.
Clemens fue tipógrafo, periodista, piloto fluvial, subteniente de las fuerzas del Sur,
buscador de oro en California, autor humorístico, conferenciante, director de un diario,
novelista, editor, hombre de negocios, doctor honoris causa de universidades
americanas e inglesas y, los últimos años de su vida, una celebridad. Nació en Florida,
pequeña aldea de Missouri. La población era de cien almas; Mark Twain se jactó de
haberla aumentado en uno por ciento, «cosa que muchos personajes insignes no
hubieran podido hacer por su patria». Poco después, su familia se mudó a Hannibal a
orillas del Mississippí. Durante su vida entera lo acompañaron la imagen y la nostalgia
del río, que le inspiró sus mejores libros, Tom Sawyer y Huckleberry Finn. A los
veintiún años concibió el proyecto de explorar las fuentes del Amazonas, pero al llegar
a Nueva Orleans, resolvió ser piloto del Mississippi. Esta época le reveló los más
diversos tipos de humanidad; años después escribiría: «Cada vez que en la ficción o en
la historia encuentro un personaje bien definido me intereso personalmente en él,
porque ya nos conocemos, porque nos hemos encontrado en el río». En 1861 la Guerra
de Secesión cerró la navegación fluvial; Mark Twain, al cabo de unos quince días de
andanzas militares, acompañó a su hermano al Oeste. Hicieron la larga travesía en
diligencia. En San Francisco de California, Brett Harte y el humorista Artemus Ward lo
iniciaron en la literatura; desde entonces usó el pseudónimo de Mark Twain, que, en el
lenguaje de los pilotos del río, significa dos brazas. En 1865, un breve relato, «The
Celebrated Jumping Frog of Calaveras County» (La célebre rana saltarina del partido de
Calaveras), le dio fama continental. Luego vendrían las giras de conferencias, los viajes
por Europa, por Tierra Santa, por el Pacífico, los libros que se traducirían a todas las
lenguas, el casamiento, el bienestar, los reveses económicos, la muerte de la mujer y de
los hijos, el renombre, la soledad secreta y el pesimismo.
Mark Twain fue para sus contemporáneos un humorista, un hombre cuyas menores
ocurrencias eran divulgadas por el telégrafo de un confín a otro del planeta. Esas
bromas, ahora, nos llegan un poco gastadas. Queda y quedará, sin embargo,
Huckleberry Finn, de la que surgió, según Hemingway, toda la novela americana. El
estilo es oral, los dos protagonistas, un chico travieso y un negro prófugo, navegan en
una balsa, de noche, por las anchas aguas del Mississippi y nos muestran así la vida del
Sur antes de la Guerra Civil. Movido por un sentimiento generoso que no acaba de
comprender, el chico ayuda al esclavo, pero lo acosa el remordimiento de hacerse
cómplice de la fuga de un hombre que es propiedad de una señorita del pueblo. De este
gran libro, que abunda en admirables evocaciones de la mañana, de los atardeceres y de
las pobres costas del río, han nacido, con el tiempo, otros dos cuyo esquema es el
mismo: Kim (1901) de Kipling y Don Segundo Sombra (1926) de Ricardo Güiraldes. Se
publicó en 1884; por primera vez un escritor de América usaba, sin afectación, el
lenguaje de América. John Brown ha escrito: «Huckleberry Finn enseñó a hablar a toda
la novela americana».
El cometa de Halley brilló en el cielo cuando nació Mark Twain; éste predijo que no
acabarían sus días hasta que volviera el cometa. Así ocurrió: en 1910 volvió la estrella y
murió el hombre.
El novelista Howell ha escrito: «Emerson, Longfellow y Holmes —los he conocido—
se asemejaban unos a otros, pero Clemens era único, incomparable, el Lincoln de
nuestra literatura».
La vastedad de las desiertas regiones ganadas para los Estados Unidos en el Oeste
obligó a sus pobladores a ejercer las más diversas actividades. Así BRETT
HARTE (1836-1902), nacido en Albany, amigo y protector de Mark Twain, fue
sucesivamente maestro de escuela, empleado de farmacia, minero, mensajero, tipógrafo,
reportero, autor de cuentos cortos, colaborador regular del Golden Era y, a partir de
1868, director de la importante revista Overland Monthly. En sus páginas aparecieron
esas breves y patéticas obras maestras «The Luck of Roaring Camp» (La suerte de
Roaring Camp), «The Outcasts of Poker Flat» (Los expulsados de Poker Flat),
«Tennessee’s Partner» (El socio de Tennessee), que el autor reuniría bajo el título de
The Californians Sketches (Bocetos californianos) y que fueron, acaso, una primera
revelación del Oeste. Un poema humorístico, The Heathen Chinee (El chino pagano), lo
hizo famoso desde el Pacífico al Atlántico. En 1878, a pedido suyo, fue nombrado
cónsul en la ciudad de Crefeld, en Prusia, y luego en Glasgow. Sus últimos años los
pasó en Londres.
Brett Harte y Mark Twain, típicos escritores del Oeste, procedían de otras regiones;
JOHN GRIFFITH LONDON (1876-1916), que tomó el nombre de Jack London, nació
en San Francisco de California. Su destino no fue menos heterogéneo que el de los
anteriores; conoció la pobreza, fue peón de granja, peón de estancia, vendedor de
diarios, vagabundo, jefe de una pandilla y marinero. No fueron extrañas a su experiencia
la mendicidad y la cárcel. Resolvió educarse; en tres meses dio las materias de dos años
de estudio y entró en la Universidad de California. En 1897 ocurrió el descubrimiento
de oro en Alaska. London se lanzó a la aventura y, en pleno invierno, atravesó el paso
de Chilkoot. No halló el tesoro que buscaba y emprendió con dos compañeros la
travesía del canal de Behring, en un bote abierto. Publicó en 1903 su novela The Call of
the Wild (El llamado de la selva), de la que vendió un millón y medio de ejemplares. Es
la historia de un perro que ha sido lobo y vuelve al fin a serlo. Un libro anterior, The
God of His Fathers (El Dios de sus padres), no había logrado un éxito igual.
Durante la guerra ruso-japonesa en 1904 fue enviado como corresponsal. Murió a los
cuarenta años, dejando unos cincuenta volúmenes, de los que recordaremos aquí The
People of the Pit (La gente del abismo), para el cual exploró personalmente los bajos
fondos de Londres, The Sea Wolf (El lobo de mar), cuyo protagonista es un capitán que
predica y ejerce la violencia, y Before Adam (Antes de Adán), novela prehistórica. Su
narrador recobra en sueños fragmentarios los azarosos días que ha vivido en una
encarnación anterior. Jack London escribió también admirables cuentos de aventureros
y algunos relatos fantásticos, entre ellos «The Shadow and the Flash» (La sombra y el
destello), que refiere la rivalidad y el duelo final de dos hombres invisibles. Su estilo
corresponde a la realidad pero a una realidad recreada y exaltada por él. La vitalidad que
animó su vida anima su obra, que seguirá atrayendo a las generaciones más jóvenes.
FRANK NORRIS (1870-1902) nació en Chicago, pero su obra pertenece al Oeste. Se
educó en San Francisco, estudió arte medieval en París y fue sucesivamente
corresponsal de guerra en África del Sur y en Cuba. Sus primeros trabajos fueron
románticos, pero a fines del siglo XIX se convirtió al naturalismo de Zola y publicó la
novela Mc Teague (1899), cuyo escenario son los bajos fondos de San Francisco. Dejó
inconclusa una trilogía cuyo protagonista es el trigo, desde su producción hasta las
especulaciones de Bolsa y su exportación a Europa. A diferencia de su maestro, que se
documentaba en bibliotecas, Frank Norris, antes de emprender la redacción de su triple
novela, trabajó como peón en una chacra californiana. Creyó que ciertas fuerzas
impersonales —el trigo, los ferrocarriles, la ley de la oferta y la demanda— son más
importantes que el individuo y acaban por dominarlo, pero también creyó en la
inmortalidad. Se lo considera precursor de Theodore Dreiser, a quien ayudó a publicar
su primera novela, Sister Carrie.
Tres poetas del siglo XIX
La biografía de SIDNEY LANIER (1842-81) es menos memorable que su teoría
poética y que el ejercicio de esa teoría. Nació en el Estado de Georgia, en Macon.
Descendía de hugonotes y de escoceses. La música fue su primera pasión; en los
últimos años de su vida se distinguió como flautista. En la Guerra Civil militó durante
cuatro años en los ejércitos confederados y fue tomado prisionero por las fuerzas del
Norte. Ya estaba tuberculoso; las privaciones del cautiverio, donde su único solaz fue la
flauta, agravaron el mal. En una de sus cartas leemos: «Casi toda mi vida se ha reducido
a poco más que a no morir». El magisterio, el derecho, la música, la compilación de
libros románticos y el estudio de la poesía anglosajona, atarearon sus días. En 1879
dictó la cátedra de poesía inglesa en la Universidad de Johns Hopkins.
Verlaine ha escrito: de la musique avant toute chose (ante todo la música), pero
Sidney Lanier fue aún más lejos; afirmó que la música instrumental y la música del
verso son fundamentalmente idénticas y aplicó a la segunda los métodos y las leyes de
la primera. Declaró que en la prosodia lo importante es el tiempo, no el acento. A su
preocupación musical unió una preocupación metafísica, que lo asemeja a ciertos poetas
ingleses del siglo XVII. Lanier acusó a Whitman de confundir la cantidad con la calidad
y escribió: «Whitman supone que porque las praderas son vastas, la orgía es admirable,
y porque el Mississippi es extenso, todo americano es un dios». No alcanzó a ser un
gran poeta; quizá la voluntad de escribir para ilustrar una teoría previa entorpeció su
inspiración. Ha dejado estrofas hermosas. A sus tratados de prosodia debemos agregar
la novela autobiográfica Tigre-Lilies (1867) y un estudio sobre Shakespeare y sus
precursores.
JOHN GREENLEAF WHITTIER (1807-92) gozó, en su tiempo y en el Norte, de una
popularidad casi igual a la del múltiple y erudito Longfellow. Nació en Haver Hill,
Massachusetts. Perteneció, como sus padres, a aquella Sociedad de Amigos,
comúnmente apodados cuáqueros, que, a partir del siglo XVII, se han negado al
ejercicio de la violencia y sólo participan en la guerra como enfermeros, a veces en los
campos de batalla. Fue lo que hoy llamaríamos un poeta comprometido; abogó en
versos generalmente sonoros por la abolición de la esclavitud. Como sucede en tales
casos, el triunfo de la causa auspiciada por él ha disminuido el interés de su obra. En las
antologías sobrevive su extenso poema Snow-Bound (Cercados por la nieve), que
describe vividamente una nevada en Nueva Inglaterra. Whittier fue tan americano que
pudo prescindir de americanismos.
De EMILY DICKINSON (1830-86) es habitual afirmar que fue la última de los
trascendentalistas. Nació en Massachusetts, en el pueblo de Amherst, donde pasaron
casi todos sus días. Su padre era un puritano de la antigua escuela; Emily ha escrito que
su corazón era «puro y terrible» y lo amó con una reverencia que excluía toda intimidad.
Edward Dickinson era abogado; regalaba libros a su hija, con la curiosa recomendación
de no leerlos, para que no inquietaran su espíritu. La teocracia puritana ya no existía,
pero había legado a sus descendientes un estilo de vida, un hábito de rigor y de soledad.
A los veintitrés años, durante una breve visita a Washington, conoció a un joven
predicador; instantáneamente se enamoraron, pero Emily, al saber que estaba casado, no
quiso verlo más y volvió a su pueblo. Era bonita y no dejó de ser sonriente; buscó
refugio en las amistades epistolares, en el diálogo con personas de su familia, en la
lectura fiel de unos pocos libros —Keats, Shakespeare, la Escritura—, en largas
caminatas campestres acompañada por su perro Carlo y en la composición de breves
poemas, de los que dejaría unos mil, y cuya publicación no le interesó. Alguna vez pasó
años enteros sin cruzar el umbral de su casa. En una carta escribe: «Usted pregunta por
mis compañeros. Colinas, señor, la puesta del sol y un perro de mi mismo tamaño, que
me compró mi padre. Valen más que seres humanos, porque saben pero no cuentan y el
ruido del remanso a mediodía es más sonoro que mi piano». En otra: «No tengo retrato,
pero soy menuda como un pájaro y mi pelo brilla como las castañas, y mis ojos son del
color del jerez que el invitado deja en la copa».
Pese a diferencias notorias, la obra poética de Emerson y la de Emily Dickinson son
afines. No debemos atribuir esa afinidad a un influjo directo del primero sino al
compartido ambiente puritano. Ambos fueron poetas intelectuales, ambos desdeñaron o
descuidaron la dulzura del verso. La inteligencia de Emerson fue más lúcida; la
sensibilidad de Emily Dickinson, quizá más fina. Los dos abundan en palabras
abstractas. Una labor que abarca mil piezas y que no se escribió para la imprenta
adolece fatalmente de desniveles, pero en sus mejores páginas se conjugan la pasión
mística y el ingenio como en aquellos poetas ingleses del siglo XVII que Johnson apodó
metafísicos y que corresponden, de algún modo, a los conceptistas de España. Emily
puede tomar un lugar común —por ejemplo, la idea de que el Hombre es polvo— y
trasmutarlo en delicada poesía. Escribe así: This quiet dust was gentlemen and ladies
(Este tranquilo polvo fue caballeros y señoras). En otra poesía declara que sólo quien ha
sido derrotado conoce la victoria. En otra, que traducimos literalmente: «Las únicas
noticias que tengo son boletines que todo el día me llegan de la Inmortalidad. Los
únicos espectáculos que veo mañana y hoy, tal vez la Eternidad. A nadie encuentro sino
a Dios, la única calle, la existencia; cuando la haya recorrido, si otras noticias hay o
algún admirable espectáculo, ya te lo contaré». Además del episodio amoroso que
mencionamos, habrá habido otro, ya que escribió: «Antes de morir he muerto dos veces;
falta ver si la Eternidad me depara un tercer acontecimiento, tan vasto y tan
inconcebible como lo ocurrido dos veces. La despedida es todo lo que sabemos del cielo
y todo lo que necesitamos del infierno».
Los narradores
WILLIAM SIDNEY PORTER (1862-1910), cuyo nombre para la fama es O. Henry,
nació en Carolina del Norte, en Greensboro. Fue dependiente de farmacia y luego
periodista; como don Juan Manuel de Rosas, leyó el diccionario desde la primera página
hasta la última, creyendo acaso adquirir la suma de los conocimientos. Hacia 1895, era
cajero del Banco de Texas, en Austin; acusado de haber cometido un desfalco, huyó a
Honduras, de donde volvió cuando supo que su mujer estaba muriéndose. Vio su agonía
y padeció tres años de cárcel. Edgar Allan Poe había sostenido que todo cuento debe
redactarse en función de su desenlace; O. Henry exageró esta doctrina y llegó así al trick
story, al relato en cuya línea final acecha una sorpresa. Tal procedimiento, a la larga,
tiene algo de mecánico; O. Henry nos ha dejado, sin embargo, más de una breve y
patética obra maestra como «The Gift of the Magi» (El regalo de los Reyes Magos),
incluida en la serie The Four Million (1906). Su obra, que comprende varias novelas y
un centenar de cuentos, es espejo de una Nueva York perdida en la nostalgia y de un
Oeste de viejos aventureros.
Las novelas, cuentos y piezas dramáticas de EDNA FERBER (1887-1968), que nació
en Kalamazoo, Michigan, deliberadamente constituyen una larga epopeya de los
Estados Unidos y abarcan sucesivas generaciones y diversas comarcas. Los personajes
de Show Boat (1926) son tahúres y actores trashumantes del Mississippi; Cimarrón
(1930) nos cuenta de manera romántica la conquista del Oeste; American Beauty
(1931), las vicisitudes de un grupo de inmigrantes polacos; Come and Get It (Ven y
llévalo), la industria forestal en Wisconsin; Saratoga Trunk (El baúl de Saratoga)
(1941), las recíprocas intrigas de aventureros en la estación termal de Saratoga; Giant
(Gigante) (1950), el crecimiento de Texas. Gran parte de su obra ha sido llevada al
cinematógrafo.
El joven escritor STEPHEN CRANE (1871-1900) nació en Newark, New Jersey.
Contemporáneo y amigo de Wells, que lo recuerda con admiración en su autobiografía,
ha dejado, por lo menos, dos breves obras maestras: el relato «The Open Boat» (El bote
abierto) y la novela The Red Badge of Courage (La roja insignia del valor). El tema de
esta última es la Guerra de Secesión, vivida por un recluta que no sabe si es cobarde o
valiente hasta que los hechos lo han puesto a prueba. La soledad de cada soldado
durante la batalla, su total ignorancia de la estrategia que dirige la acción, sus vaivenes
de coraje y miedo, su estupor al comprobar el poco tiempo que ha durado una carga de
infantería, que le ha parecido interminable, y el escaso terreno que ha conquistado, «el
valiente sueño de hombres cansados», son algunas de las muchas cosas que encierra este
vivido libro. Su único pecado es acaso algún exceso de metáforas.
Crane fue periodista en Méjico y corresponsal de guerra en Grecia y en Cuba. Murió
en Alemania, tuberculoso. Los doce volúmenes de su obra incluyen dos de versos: The
Black Riders (Jinetes negros) y War is Kind (La guerra es bondadosa).
El influjo de Crane ha sido advertido en ciertos hábitos estilísticos de THEODORE
DREISER (1871-1945), pero este influjo es accidental Crane es vivido y breve y
propende a lo epigramático; Dreiser logra su efecto, que sin duda es considerable, por
insistencia, por acumulación y volumen. El primero imaginó la realidad; el último nos
deja la impresión de haberla estudiado. Hijo de inmigrantes alemanes, austeramente
religiosos, Dreiser nació en Terre Haute, Indiana. La penuria de sus primeros años lo
llevó a anhelar la opulencia y el poder que ésta da, anhelo que define al protagonista de
las novelas The Financier, The Titan y The Stoic. Ejerció el periodismo en diversas
regiones del país. La o lectura de Balzac, de Spencer y de Huxley lo hizo concebir la
existencia como un dramático pero insensato conflicto de vastas energías. En 1900
publicó la novela Sister Carrie, que fue retirada de la circulación. Este ingrato episodio
y la hostilidad e incomprensión de la crítica agriaron su carácter. Sus obras ulteriores —
Jennie Gerhardt, The Genius (El genio), The Bulwark (El baluarte), An American
Tragedy (Una tragedia americana)— acentúan el realismo de las primeras y manifiestan
un creciente desdén por la belleza, y aun por la corrección del estilo. Creyó que dada la
caótica índole del universo, toda satisfacción moral es imposible y que tenemos el deber
de ser ricos o de tratar de serlo. Su obra ilustra esta idea con desesperada y poderosa
sinceridad. Hacia 1927 se convirtió al comunismo y visitó a Rusia. Pese a la dureza y
violencia de sus doctrinas, hubo en él un fondo romántico.
El industrial SHERWOOD ANDERSON (1876-1941) descubrió su vocación literaria
tardíamente, casi a los cuarenta años. Nació en Camden, Ohio, que le inspiraría lo más
perdurable de su obra. Sirvió como soldado en la guerra de Cuba. Hacia 1915 se
estableció en Chicago, que comenzaba entonces a ser un centro literario.
Bajo el influjo del poeta Carl Sandburg compuso su primera novela, Windy
McPherson’s Son, cuyo tema, el hombre insatisfecho que, evadiéndose de su medio,
busca la verdad, es el de toda su obra ulterior y refleja su propio destino. Un crítico
inglés ha observado que Sherwood Anderson piensa por medio de episodios, reales o
imaginados; ello explicaría por qué sus cuentos son, en general, superiores a sus
novelas. La serie de relatos titulada Winesburg, Ohio (1919), sigue siendo su obra
capital, pese a lo desparejo de ciertas páginas.
Se casó cuatro veces; durante muchos años fue simultáneamente director del diario
republicano y del diario democrático de Marión, en Virginia.
Hacia 1930, fecha en que le otorgaron el premio Nobel. SINCLAIR LEWIS (1885-
1951) fue el novelista más famoso de su país. Nació en Sauk Center, Minnesota. En su
dilatada labor abunda lo satírico; no faltaron quienes sospecharan que el premio de la
Academia de Suecia era menos en su favor que contra la sociedad por él fustigada. En
1926, Lewis había rechazado el premio Pulitzer. Sin dejar de ser muy humanos y de
abundar en verosímiles contradicciones, los protagonistas de su obra son también
arquetipos. Babbitt es el hombre de negocios que vive entre amistades y afectos más o
menos convencionales y a quien está acosando la soledad; Elmer Gantry, el charlatán
eclesiástico, inescrupuloso y rapaz, que oscila entre el cinismo y la hipocresía;
Arrowsmith, el médico entregado a su profesión; Dodsworth, el hombre adinerado y
cansado que quiere renovarse en Europa. Main Street (1920) describe el tedio de los
días en un pueblo perdido de la vasta llanura agrícola del Oeste.
Lewis fue socialista; hacia 1906 participó en la colonia utópica de Helicón Home.
fundada por Upton Sinclair. Antes de abordar la novela de carácter realista, ensayó el
teatro, el periodismo y las ficciones románticas. Individualista al principio, socialista
después y esencial e irreparablemente nihilista.
JOHN DOS PASSOS (1896-1970), de quien Jean-Paul Sartre escribió que era el
mayor escritor de nuestro tiempo, nació en Chicago, de origen portugués y americano.
Estudió en Harvard, fue soldado durante la Primera Guerra Mundial y luego
corresponsal de guerra en España. Recorrió a Francia, Méjico y el Cercano Oriente. Su
obra es multitudinaria, vertiginosa y de algún modo anónima. Los personajes cuentan
menos que las muchedumbres que los rodean; los sentimientos íntimos del autor están
relegados a esa sección titulada por él la cámara obscura y los abruman las
circunstancias ajenas. Según el juicio unánime de la crítica, su obra capital es la trilogía
de Estados Unidos, que deja una impresión final de tristeza y de inutilidad, ya que
adolece de falta de pasión y de fe. Dos Passos ha llevado a la novela los procedimientos
tipográficos del periódico y también su carácter misceláneo y superficial. Menos
importante que su prosa son sus ensayos dramáticos y su poesía. No sabemos si su labor
perdurará, pero su importancia técnica es innegable.
En este capítulo hemos hablado de escritores de indiscutible talento; arribamos ahora
a un hombre de genio, si bien de genio deliberado y casi perversamente caótico:
WILLIAM FAULKNER (1897-1964). Nació en Oxford, Mississippii; en su vasta obra,
la provinciana y polvorienta ciudad, cercada por rancheríos de poor whites (blancos
pobres) y de negros, es el centro de una nación que ha recibido el nombre de
Yoknapatawpha, de presunta raíz indígena. Durante la Primera Guerra Mundial,
Faulkner se alistó en la Real Fuerza Aérea del Canadá; después fue poeta, periodista en
publicaciones de Nueva Orleans y autor de famosas novelas y de guiones
cinematográficos. El año 1950 le fue acordado el premio Nobel. Como el hoy olvidado
Henry Timrod, Faulkner representa en las letras americanas aquel Sur agrario y feudal
que al fin de tantos sacrificios y de tanto coraje sucumbió en la Guerra Civil, la más
encarnizada y sangrienta del siglo XIX, sin exceptuar las campañas napoleónicas y la
guerra franco-prusiana. A Timrod le fueron deparadas las iniciales esperanzas y las
iniciales Victorias; Faulkner describe de un modo épico la desintegración del Sur, a lo
largo de muchas generaciones. El ímpetu alucinatorio de Faulkner suele no ser indigno
de Shakespeare. Un reproche fundamental cabe hacerle. Diríase que Faulkner considera
que a este laberíntico mundo corresponde una técnica literaria no menos laberíntica.
Salvo en el caso de Sanctuary (1931), la historia, siempre atroz, no nos es referida
directamente; debemos descifrarla y presentirla a través de sinuosos monólogos
interiores según el incómodo modus operandi del capítulo final del Ulises de Joyce. Así,
en The Sound and the Fury (El sonido y la furia) (1929), la degeneración y la tragedia
de la familia Compson está dada en la lenta y alusiva enumeración de cuatro horas
distintas que reflejan lo que sienten, ven y recuerdan tres de los personajes, uno de ellos
idiota. Otras novelas capitales de Faulkner son As I Lay Dying (Mientras yo agonizaba)
(1930), Light in August (Luz de agosto) (1930), Absalom, Absalom! (1936), Intruder in
the Dust (Intruso en el polvo) (1948).
Hijo de un médico rural de Illinois, ERNEST HEMINGWAY (1898-1961) nació en
Oak Park, Illinois. En su infancia, influyeron las largas vacaciones a orillas del lago
Michigan y sus bosques. Compartió con su padre los placeres de la caza y de la pesca.
Se negó a estudiar medicina y fue periodista antes de alistarse como soldado en el
ejército italiano durante la Primera Guerra Mundial.
Fue gravemente herido y recibió la Cruz de Guerra. Hacia 1921 se estableció en París,
donde se hizo amigo de Gertrude Stein, de Ezra Pound, de Ford Madox Ford y de
Sherwood Anderson, a quien parodió en la novela The Torrents of Spring (Torrentes de
primavera) (1926). Ese mismo año, The Sun Also Rises (También sale el sol) lo reveló
como uno de los primeros escritores de su generación. En 1929, publicó A Farewell to
Arms (Adiós a las armas).
Fue corresponsal de guerra en el Cercano Oriente y en España, y cazador de leones en
África. Estas diversas experiencias se reflejan en su obra. No las buscó movido por fines
literarios: le interesaron íntimamente. En 1954 la Academia de Suecia le otorgó el
premio Nobel de literatura, por exaltación de las virtudes más heroicas del hombre.
Acosado por la incapacidad de seguir escribiendo y por la locura, se dio muerte al salir
del sanatorio, en 1961. Le dolía haber dedicado su vida a aventuras físicas y no al solo y
puro ejercicio de la inteligencia.
Three Stories and Ten Poems (Tres cuentos y diez poemas) de 1923, y in our time (en
nuestro tiempo) de 1924, corresponden a recuerdos de su niñez en los bosques de
Michigan; The Sun Also Rises, a los años de bohemia de París; los catorce relatos de
Men Without Women (Hombres sin mujeres), de 1927, al coraje de toreros, boxeadores
y «gangsters»; la novela A Farewell to Arms, a sus campañas en Italia y a la desilusión
de la posguerra; Death in the Afternoon (Muerte al atardecer), de 1932, a la tauromaquia
y al concepto de la muerte; los catorce relatos de Winner Take Nothing (El ganador no
cobra nada), de 1933, a su nihilismo. En Green Hills of Africa (Las verdes colinas de
África), de 1935, el análisis del arte de escribir alterna con observaciones que inspirarán
después los relatos «The Snows of Kilimanjaro» (Las nieves de Kilimanjaro) y «The
Short Happy Life of Francis Macomber» (La vida breve y feliz de Francis Macomber).
A partir de 1937 busca afirmaciones morales y en 1940 publica For Whom the Bell
Tolls (Por quién doblan las campanas), novela de la guerra civil española cuyo título
procede de uno de los sermones de Donne. Across the River and Under the Trees
(Cruzando el río y bajo los árboles), de 1950, narra el amor de dos personas de edades
dispares;
The Old Man and the Sea, la denodada y solitaria lucha de un hombre viejo con un
pez.
Hemingway, como Kipling, se veía a sí mismo como un craftsman, un escrupuloso
artesano. Lo fundamental, para él, era justificarse ante la muerte con una tarea bien
hecha.
Los expatriados
El primero y más ilustre de los expatriados fue HENRY JAMES (1843-1916),
hermano menor del filósofo y psicólogo William James (1842-1910), que fundó el
pragmatismo. El padre quería que sus hijos fueran, a la manera de los estoicos,
ciudadanos del mundo y no formaran hábitos prematuros de conducta o de pensamiento.
No creía en las escuelas y universidades; por lo tanto, William y Henry fueron educados
en Italia, Alemania, Suiza, Inglaterra y Francia por preceptores particulares, siguiendo
los cursos que les interesaban. Hacia 1875, al cabo de breves estudios jurídicos en
Harvard, Henry partió definitivamente de Nueva Inglaterra y se fijó en Europa. En 1871
había publicado su primera novela, Watch and Ward; en 1877, The American, cuyo
protagonista, hondamente agraviado, renuncia en el capítulo final a una fácil venganza.
James reescribió esa obra; en una versión, el acto se debe a la nobleza del carácter del
héroe; en la otra, al sentimiento de que la venganza sería un eslabón que lo ataría aún
más a sus enemigos, que ha resuelto olvidar.
Henry James fue amigo personal de Flaubert, Daudet, Maupassant, Turgueniev,
Wells, Kipling. A principios de nuestro siglo su situación y era curiosa; todos lo
alababan, todos lo llamaban maestro y nadie lo leía. Harto de la fama, anhelaba la
popularidad y la buscó en la redacción de piezas de teatro, con adversa fortuna. En 1915
adoptó la ciudadanía británica para significar así su adhesión a la causa de los aliados,
ya que los Estados Unidos no habían entrado aún en la guerra. Había nacido en Nueva
York; sus cenizas descansan en un cementerio de Massachusetts. A diferencia de
Emerson y de Whitman, James opinaba, bajo el influjo de Flaubert, que una civilización
antigua y compleja es indispensable para el ejercicio del arte. Creía que el americano
era moralmente superior al europeo, pero intelectualmente más simple. El tema de sus
primeras obras (a una de las cuales nos hemos referido) es el contraste de ambos tipos
humanos. Lambert Strether, protagonista puritano de la novela The Ambassadors
(1903), emprende un viaje a París para salvar de su corrupción al joven Chad, a pedido
de su madre viuda, Mrs. Newsome, a quien discretamente festeja. Acaba por rendirse al
encanto de aquella ciudad y por comprender que ha vivido en vano. Vuelve a América
sin embargo, incapaz de vivir plenamente y olvidar su pasado. Harto distinta es la
novela What Maisie Knew (Lo que supo Maisie), de 1897, que nos deja entrever un
conjunto de hechos abominables a través de la mente de una niñita que los refiere y no
los sospecha. Los relatos de James son no menos densos que las novelas y de harto más
interesante lectura. El más famoso, «The Turn of the Screw» (Otra vuelta de tuerca), es
deliberadamente ambiguo y está lleno de horror sutil; ha suscitado tres interpretaciones,
todas justificadas por el texto. «The Jolly Corner» (La alegre esquina) es la historia de
un americano que vuelve al cabo de los años a su casa de Nueva York. La recorre y
persigue en la penumbra a una forma humana que huye. Esa forma doliente y mutilada y
parecida a él es el hombre que él mismo hubiera sido, de haber permanecido en
América. «The Figure in the Carpet» (El dibujo en la alfombra) refiere el caso de un
novelista en cuya vasta obra hay un propósito central, invisible al principio, como el
dibujo de una intrincada alfombra persa; el escritor muere y un grupo de críticos
dedican su vida a descubrir esa forma secreta que nunca encontrarán. En «The Lesson
of the Master» (La lección del maestro) aparece también un gran novelista; éste disuade
a su secretario de casarse con una joven heredera australiana porque esa unión puede
alejarlo de la obra que debe realizar. El secretario asiente, el maestro se casa con la
australiana y no se sabe si el consejo ha sido o no sincero. «The Tree of Knowledge»
(El árbol de la ciencia) es la historia de un hombre que se dedica a impedir que el hijo
de un amigo, escultor, se dé cuenta de la extraordinaria mediocridad de su padre, que ha
muerto; en el último párrafo se revela que el hijo siempre ha desdeñado su obra. Es
sintomático de James que en «The Great Good Place» (El gran lugar bueno) nos
muestre el paraíso bajo la forma de un sanatorio costoso; evidentemente era incapaz de
concebir otra felicidad. En «The Private Life» (La vida privada) hay dos protagonistas:
uno es un personaje que cuando no está presidiendo un congreso o recibiendo
delegaciones o pronunciando un elocuente discurso, desaparece totalmente porque no es
nadie; el otro es un poeta que lleva una activa vida social y, sin embargo, produce una
obra considerable. El narrador descubre que el poeta ha dominado el arte de estar, como
Pitágoras, en dos sitios a un tiempo. Asiste a una fiesta y mientras tanto está en su
habitación escribiendo. De las perplejidades del americano en Europa. James pasó al
tema de la perplejidad humana en el universo. Descreyó de una solución ética, filosófica
o religiosa de los problemas esenciales; su mundo ya es el inexplicable mundo de
Kafka. Pese a los escrúpulos y delicadas complejidades de James su obra adolece de un
defecto capital: la ausencia de vida.
GERTRUDE STEIN (1874-1946) es quizá menos importante por su obra, ilegible a
veces y cuidadosamente obscura, que por su influjo personal y sus curiosas teorías
literarias. Nació en Alleghenny, Pennsylvania, fue discípula del psicólogo William
James y estudió medicina y biología. A partir de 1902 se estableció en París. Acompañó
a su hermano Leo, entendido en pintura, que la vinculó a Picasso, Braque y Matisse, que
con el tiempo fueron famosos. Sus cuadros le sugirieron que los colores y las formas
pueden impresionarnos de un modo ajeno a los temas que representan. Gertrude Stein
resolvió aplicar este principio a las palabras, que nunca fueron para ella meros símbolos
ideológicos. Las conferencias que dictó en Estados Unidos, al cabo de treinta años de
ausencia, explican su filosofía de la composición y se basan en las teorías estéticas de
William James y en el concepto bergsoniano del tiempo. Sostiene que el propósito de la
literatura es la expresión del instante presente y compara su técnica personal con el
cinematógrafo. No hay dos escenas de la pantalla que sean exactamente iguales, pero su
secuencia presenta a los ojos una continuidad que fluye. Prodiga los verbos y se
abstiene del uso de sustantivos, que pueden interrumpir esa continuidad. Influyó en tres
generaciones de artistas, entre los cuales nombraremos a Sherwood Anderson,
Hemingway, Ezra Pound, Eliot y Scott Fitzgerald. Su obra consta principalmente de
Three Lives (Tres vidas), de 1908, del libro de versos Tender Buttons (Tiernos botones)
(1914), de How to Write (Cómo escribir), de 1931, y de la Autobiography of Alice B.
Toklas.
FRANCIS SCOTT KEY FITZGERALD (1896-1940) nació en St. Paul, Minnesota,
de origen irlandés y católico. Se educó en Princeton, que dejó en 1917 para alistarse en
el ejército norteamericano. Una de sus primeras ambiciones fue la de ser valiente, pero
la guerra terminó antes que él pudiera entrar en acción. Su vida entera fue una busca de
perfecciones; las buscó en los conceptos de juventud, de belleza, de aristocracia y de
riqueza, que permiten a los hombres una mayor generosidad, un mayor desinterés y una
más espontánea cortesía. Sus personajes corresponden a su experiencia personal, a las
primeras ilusiones y al desengaño último. En su obra múltiple sobresalen dos libros: The
Great Gatsby (El gran Gatsby), de 1925, la historia de un hombre que intenta en vano
recobrar un amor juvenil, en el cual se trasluce la nostalgia del antiguo sueño americano
de un mundo nuevo. Daisy y Buchanan, su marido, los muy ricos, los invulnerables,
permanecen unidos; Gatsby es destruido. Técnicamente superior, Tender Is the Night
(Tierna es la noche), de 1934, analiza la vida de un expatriado que regresa a América
para ocultar su fracaso íntimo. Más que ningún otro escritor de su generación, Scott
Fitzgerald representa los años que sucedieron a la Primera Guerra Mundial.
Pariente lejano de Longfellow, EZRA LOOMIS POUND (1885) ha suscitado los
juicios más contradictorios. Para Eliot, que lo ha llamado el mejor artífice —il miglior
fabbro—, es un maestro; para Robert Graves, un simulador. Nació en Haineiyen, en el
Estado de Idaho. Se graduó en la Universidad de Pennsylvania, donde fue profesor. En
1908 publicó en Venecia su primer libro, A Lume Spento . Desde 1908 hasta 1920 vivió
en Londres. Solía presentarse en los círculos literarios vestido de cowboy, para acentuar
su condición de norteamericano, y armado de una fusta que hacía restallar cada vez que
lanzaba un epigrama contra Millón. Fue discípulo del filósofo Hulme, con el cual
inauguró el imagismo, destinado a purificar la poesía de todo lo sentimental y retórico.
En 1928 le fue otorgado el premio Dial por su contribución a las letras norteamericanas.
Vivió en Rapallo, Italia, desde 1924, donde se convirtió al fascismo y contribuyó por
medio de conferencias radiales a la propaganda de esa doctrina. Cuando los Estados
Unidos entraron en la guerra, persistió en dicha actividad. En 1946 fue llevado a su
patria y juzgado como traidor. El tribunal lo absolvió por irresponsable y fue recluido
durante años en un hospicio para enfermos mentales. Hay quienes han visto en ese
dictamen una estratagema para salvarlo; otros, un diagnóstico acertado. Pese a todo ello,
recibió en 1949 el premio Bollinger por sus Pisan Cantos, redactados mientras estaba
encarcelado en Italia por el ejército norteamericano. Extrañamente, Pound creía que la
democracia, tal como Jefferson la entendió, no es incompatible con el fascismo.
Actualmente vive en Rapallo, en el castillo de una de sus hijas, casada con un
aristócrata italiano.
La obra de Pound consta de poemas, ensayos polémicos y traducciones del chino, el
latín, el anglosajón, el provenzal, el italiano y el francés. Estas últimas han sido
severamente censuradas por los eruditos, que parecen no haber comprendido los fines
buscados por Pound. A éste le importa menos el sentido del texto original que el sonido
de las palabras y la reproducción del ritmo. La obra capital de Pound son los cien
Cantos, que ahora está concluyendo y de los que ha publicado más de noventa. Según
declaran sus exégetas, la unidad del poeta era, antes de Pound, la palabra; ahora puede
ser un extenso pasaje ajeno. Así, el primer canto consta de tres páginas traducidas, en
admirable verso libre, del libro XI de la Odisea y de un juicio sobre Guido Cavalcanti,
con interpolaciones de este poeta en italiano. En los últimos cantos abundan citas de
Confucio, en caracteres chinos no traducidos. Este curioso procedimiento ha sido
definido como una ampliación de las unidades poéticas. Pound declara que le fue
sugerido por los ideogramas de la escritura china, donde una línea horizontal sobre un
círculo representa el ocaso. La línea horizontal es la rama de un árbol, y el círculo, el sol
poniente. Los últimos cantos son menos poéticos que didácticos. La obra es de difícil o
imposible lectura. Pound encierra ternuras imprevisibles y, a veces, reminiscencias de
Whitman.
THOMAS STEARNS ELIOT (1888-1965) nació en St. Louis, Missouri, a orillas del
Mississippi, del cual diría: The river is a strong, brown god (El río es un fuerte dios
moreno). Su familia procedía de Nueva Inglaterra. Eliot estudió en Harvard, en la
Sorbona y en Oxford. Colaboró en diversas publicaciones: The Harvard Advocate
(1909-1910), Poetry (1915), Egoist (1917), que corresponde al imagismo, y finalmente
Criterion (1922-1939), que dirigió. Trabajó en el Banco de Lloyd’s. En 1918 trató de
enrolarse, sin éxito, en la marina norteamericana. En 1927 se hizo súbdito británico.
Regresó al cabo de dieciocho años a los Estados Unidos y dictó en Harvard la cátedra de
Poesía. En 1922 recibió el premio Dial por el poema The Waste Land (La tierra yerma);
en 1947 el premio Nobel de literatura y la Orden del Mérito.
Eliot ejerció la crítica literaria, el arte dramático y la poesía, pero al pensar en él
tendemos a olvidar lo múltiple de sus actividades y lo vemos ante todo como poeta y
como crítico. En sus primeros ensayos críticos, redactados en una prosa muy límpida,
exaltó a Ben Jonson, Donne, Dryden y Matthew Arnold, y atacó a Milton y a Shelley.
Estos trabajos ejercieron y siguen ejerciendo un influjo considerable, así como su largo
estudio sobre Dante. Sirvieron para que Eliot se descubriera a sí mismo y fueron un
estímulo para los poetas más jóvenes. En su ensayo sobre la posibilidad del drama
poético, dice: «La labor de la inteligencia consistió sobre todo en una purificación, en
abstenerse de la reflexión, en incluir en la exposición lo suficiente para que la reflexión
sea innecesaria».
Su teatro, acaso sin otra excepción que Murder in the Cathedral (Asesinato en la
catedral), no deja en la memoria un solo personaje vivido. Eliot, en sus piezas teatrales,
ha querido crear para nuestro tiempo un verso de una libertad casi oral, análogo al de la
última época de Shakespeare y de sus continuadores, Webster y Ford. Emplea también
elementos clásicos como el mensajero y el coro. Este último, en The Family Reunión,
desempeña un curioso papel: corresponde a la subconciencia. Los personajes, que
hablan de manera realista, interrumpen su diálogo para decir a un tiempo lo que sienten;
luego retoman la conversación, sin darse cuenta de los extraños versos que han recitado.
En Murder in the Cathedral el coro declara la impotencia y el presentimiento del pueblo
ante la obscura voluntad del rey y su trágica consecuencia. En el prólogo de su antología
de Ezra Pound, Eliot declara que éste partió de Whitman, Browning y poetas
provenzales y chinos, en tanto que él llegó al verso libre por la lectura de Laforgue y
Tristan Corbiére. La tierra yerma simboliza en The Waste Land (1922) un estilo de vida
del cual han sido excluidos los conceptos del bien y del mal, y corresponden a la
desilusión de los años inmediatamente posteriores a la guerra de 1918. Ash Wednesday
(Miércoles de Ceniza) apareció en 1930 y lo integran seis poemas. Las últimas líneas,
que nos muestran el viento y el mar pero no aún las naves, significan la entrega del alma
a la voluntad divina. Quizá la obra más importante de Eliot son los Four Quartets,
reunidos bajo este nombre en 1944. Si bien publicados aisladamente a partir de 1940,
forman una unidad que es de afirmación, no de negación. Los cuatro títulos son cuatro
lugares de Inglaterra y América. La palabra cuarteto no es arbitraria; la estructura de los
cuatro poemas es la equivalencia poética de una sonata en la que cabe distinguir cinco
movimientos. El tema central, ya prefigurado en Family Reunión, es la posibilidad
cristiana de una fusión de lo temporal con lo eterno.
Literariamente, Eliot se ha definido como clasicista, políticamente como monárquico;
en cuanto a religión, como anglicano.
El poeta EDWARD ESTLIN CUMMINGS (1894-1963) nació en Cambridge,
Massachusetts, y estudió en Harvard. Durante la Primera Guerra Mundial sirvió como
conductor de ambulancias en el ejército francés; un error administrativo lo condenó a
sufrir injustamente varios meses de encierro en un campo de concentración. Su libro
más famoso, The Enormous Room (El enorme cuarto), publicado en 1922, refiere su
encarcelamiento como si fuera una peregrinación y se basa, con acopio de
circunstancias autobiográficas, en la alegoría puritana El progreso del peregrino de
Bunyon, compuesta en el siglo XVII. La obra poética de Cummings abunda en
excentricidades de toda suerte y comprende muchos volúmenes. Recordemos aquí el
principio de uno de sus sonetos: «El terrible rostro de Dios, más brillante que una
cuchara, reúne la imagen de una sola palabra fatal, hasta que mi vida, que gustó del sol
y de la luna, se parece a algo que no ha sucedido. Soy un collar en busca de un perro,
una jaula sin pájaro».
Nacido en Brooklyn, suburbio de Nueva York, HENRY VALENTINE
MILLER (1891) ha llevado, como otros escritores americanos modernos, una vida llena
de experiencias directas.
Fue empleado, sastre, mensajero postal, corredor de comercio, patrón de un bar
clandestino, cuentista, redactor de avisos y, paradójicamente, pintor de acuarelas. En
1928 fue a Europa con su segunda mujer y volvió solo en 1930. A partir de entonces fue
corrector de pruebas, escritor a sueldo, profesor de inglés en Dijon. En 1932 escribió
Tropic of Cancer, que aparecería en París en 1934. Y cuya venta sería prohibida en los
Estados Unidos, por su exuberante obscenidad. En 1933 vivió con Alfred Perlés en
Clichy, donde escribió Black Spring (Primavera negra), que se publicaría en París en
1936. Ya lo rodeaba un amplio círculo de escritores, entre ellos Blaise Cendrars y
Céline. En 1939 terminó y publicó, siempre en París, Tropic of Capricorn. Ese mismo
año viajó por Grecia, que para él es un país viviente, no un museo arqueológico. La
segunda guerra europea determinó su regreso a América en enero de 1940. Su viaje a
Grecia le inspiró el libro The Colossus of Maroussi (1941). Su vida oscila siempre entre
el Viejo y el Nuevo Mundo; ahora reside en California y se dedica plenamente a las
letras y a la pintura. Según su propio autor, Tropic of Cancer no es un libro sino un
libelo, un prolongado insulto a Dios, al hombre y a su destino. Black Spring, que consta
de diez capítulos inconexos, es una serie de pesadillas, de exageraciones burlescas, de
afirmaciones vanidosas, de exploraciones de sí mismo y de nostálgicas memorias de
Brooklyn.
Tropic of Capricorn está dominado por la negrura; Mará, su hermana, es morena y
está vestida de negro: a un tiempo es Circe, es Lilith, es América encarnada en una
mujer erguida, alada y sexual, un demonio que lo mutila y anula. La rodean serpientes,
monstruos y máquinas. Miller se arroja a ese río de destrucción, urgido por la esperanza
de renacer. En The Air-conditioned Nightmare, América es una pesadilla provista de
aire acondicionado, el autor está enamorado de su reverso. París, y de las regiones del
Mediterráneo. La trilogía Rosy Crucifixión (Sexus, Plexus, Nexus) consta de cinco
tomos a la vez mesiánicos y sardónicos; el tema general es la alegría y la redención por
el sufrimiento; el judaísmo es una de las muchas obsesiones que pueblan sus
volúmenes. La obra entera de Miller constituye una vasta autobiografía fantasmagórica,
no exenta de voluntarias trivialidades y fealdades, entre las que se traslucen, a veces,
destellos mágicos. Miller fue anarquista, pacifista e incrédulo de toda política. ¿Seguirá
siéndolo?
Los poetas
En 1855, Whitman había declarado que su obra no era otra cosa que un conjunto de
sugestiones y de apuntes y que los poetas venideros la justificarían y cumplirían. Medio
siglo tardaría su patria arrebatada por la delicada música de Tennyson y de Swinburne
en recoger la herencia de Leaves of Grass.
Uno de los primeros innovadores fue EDGAR LEE MASTERS (1868-1950). Nació
en Garnett, Kansas, ejerció la abogacía en Chicago y a partir de 1898 publicó libros
poéticos y dramáticos, sin mayor resonancia. En 1915 lo hizo bruscamente famoso la
Spoon River Anthology, que le fue sugerida por una lectura casual de la Antología
griega. Integran este libro, que es una suerte de comedia humana, doscientos cincuenta
epitafios o, mejor dicho, confesiones de otros tantos muertos de un obscuro pueblo de
provincia, que nos revelan su intimidad. Ahí está Anne Rutledge, «adorada en vida por
Abraham Lincoln, desposada con él no por la unión sino por la separación»; ahí está el
poeta Petit, que, insensible a la vida que lo rodea, fabrica polvorientos triolets,
«mientras Hornero y Whitman rugían en los pinos»; ahí está Benjamín Pantier, a quien
ha sostenido siempre el amor de su mujer, que no lo quería. La obra está escrita en verso
libre y es la única importante que nos ha legado este autor.
EDWIN ARLINGTON ROBINSON (1869-1935) nació en Head Tide, Maine, se
educó en Harvard y fue inspector municipal. Teodoro Roosevelt, impresionado por la
lectura de sus poemas, le dio en 1905 un cargo en la aduana de Nueva York. Obtuvo
tres veces el premio Pulitzer: la primera en 1922, por una reedición de poemas
anteriores publicados a partir de 1896; la segunda en 1924, por The Man Who Died
Twice (El hombre que murió dos veces); la última en 1927, por Tristram, que forma
parte de una serie de obras sobre la leyenda del rey Arturo. Muchas de sus poesías son,
como las de Masters, retratos psicológicos de personas imaginarias, pero ejecutados
bajo la compleja influencia de Browning. Su estilo es tradicional; Robinson es un poeta
elocuente en el buen sentido de la palabra. Ahora, casi olvidado, salvo por las historias
de la literatura, ha sido juzgado por el crítico John Crowe Ransom uno de los tres
mayores poetas de Norteamérica entre 1900 y 1950. Los otros dos eran T. S. Eliot y
Robert Frost. En su obra perdura la severidad puritana, que lo llevaría después a un
pesimismo materialista.
Sin duda, el más respetado y querido de los poetas de su patria, ROBERT LEE
FROST (1874-1963) no pertenece a la efusiva tradición de Walt Whitman sino más bien
a la reticente pero no menos sensible de Emerson. Aunque nacido en San Francisco de
California, es por su linaje, por su carácter y por los temas de su obra un poeta de Nueva
Inglaterra, es decir de aquella región de los Estados Unidos de cultura más antigua y
más asentada. Trabajó en una hilandería, estudió en Harvard, donde no se graduó, fue
sucesivamente maestro, zapatero, periodista y, al fin, granjero. En 1912 se estableció
con su familia en Inglaterra, donde se hizo amigo de Rupert Brooke, Lascelles
Abercrombie y otros poetas. Descubrió tardíamente su vocación. Su primera obra
importante, North of Boston (Al norte de Boston), data de 1914 y se publicó en
Inglaterra. A este libro, que fijó su fama, siguieron muchos otros. En 1915 regresó a los
Estados Unidos y fue nombrado profesor de Poesía en Harvard. Norteamérica ya
reconocía en él a su poeta. Recibió cuatro veces el premio Pulitzer de poesía; en 1938,
la medalla de la Academia Americana de Artes y Letras, y en 1941, la de la Sociedad de
Poesía de América. Dieciséis universidades lo hicieron doctor honoris causa.
Frost se ha definido como poeta de la sinécdoque o sea de aquella figura retórica que
usa la parte por el todo. En efecto, hay composiciones de Frost, a primera vista triviales,
que encierran un sentido complejo. Pueden leerse así, en varios planos, el de lo
declarado y el de lo sugerido y latente. Ese procedimiento corresponde al
understatement, al no decir del todo las cosas, que es tan característico de Inglaterra y
de Nueva Inglaterra. Lo rural y lo cotidiano le sirven para la suficiente y lacónica
sugestión de realidades espirituales. Es a la vez tranquilo y enigmático. Desdeñoso del
verso libre ha cultivado siempre las formas clásicas y las maneja con secreta maestría y
sin apariencia de esfuerzo. Los poemas no son obscuros; cada uno de los planos que
encierran y que podemos interpretar de diverso modo satisface nuestra imaginación,
pero su número es indefinido. Así, para un lector «Acquainted with the Night» (Que ha
conocido la noche) es una confesión de antiguas experiencias clandestinas en barrios
bajos; para otro, la palabra noche puede no ser un emblema del mal sino de la miseria,
de la muerte o del misterio. «Stopping by Woods on a Snowy Evening» (Detención
entre los bosques una tarde de nieve) refiere un episodio verdadero o imaginario, de
innegable gracia visual; es lícito leerlo literalmente, pero también como una larga
metáfora. Lo mismo cabría decir del poema «The Road Not Taken» (La senda no
tomada), cuyo primer verso nos muestra un bosque amarillo, que empieza por ser real, y
que al fin es también un símbolo de la nostalgia que hay en toda elección.
Muerto Robert Frost, CARL SANDBURG (1878-1967), que de algún modo es su
reverso, es ahora el poeta más conocido de los Estados Unidos, si bien una parte de su
nombradía se debe a la monumental Vida de Abraham Lincoln en seis volúmenes, que
le valió en 1950 el premio Pulitzer. Hijo de inmigrantes suecos, nació en Galesburg,
Illinois. Fue sucesivamente repartidor de leche, camionero, albañil, cosechero,
lavaplatos, soldado en Puerto Rico durante la guerra con España, periodista y estudiante
de letras. Su primera obra In Reckless Ecstasy (En intrépido éxtasis), publicada en 1904,
no halló eco. Diez años después le dieron fama sus colaboraciones en la revista Poetry
de Harriet Monroe en Chicago. En 1916 dio a conocer sus Chicago Poems. Fue
premiado por la Sociedad de Poesía de América en 1919 y 1920. Recorrió luego el país
cantando, recitando y recogiendo coplas populares que reuniría en 1927 en The
American Songbag (Bolsa de los cantares americanos). Entre sus muchos libros
citaremos Smoke and Steel (Humo y acero) (1920), Good Morning, América (Buenos
días, América) (1928), The People, Yes (El pueblo, sí) (1936). En 1950 sus Poesías
completas merecieron el premio Pulitzer.
En toda su obra es evidente el influjo de Whitman. Ambos manejan el verso libre y el
slang, sí bien este último, en Sandburg, es más espontáneo y más rico. Al principio fue
poeta de la energía y aun de la violencia y la vulgaridad; después lo fue de la melancolía
y la nostalgia. Este proceso se cifra en una de sus páginas más famosas, «Cool Tombs»
(Frescas sepulturas).
Como Masters y Sandburg, NICHOLAS VACHEL LINDSAY (1879-1931) nació en
Springfield, Illinois, patria de Lincoln, cuyo ferviente culto compartieron. Siguió clases
en el Instituto de Arte de Chicago; de día trabajaba en una tienda. Continuó esos
estudios en la Facultad de Arte de Nueva York sin lograr vender sus dibujos. Abordó
entonces la poesía. Hasta 1913, fecha de la publicación de su más famoso poema.
«General William Booth Enters into Heaven» (El general Booth entra en el reino de los
cielos), por Harriet Monroe, recorrió a pie el Oeste, ganándose la vida como juglar,
recitando sus propios versos a cambio de comida y de techo. En 1925 se casó y vivió en
Spokane, Washington; seis años después se dio muerte en Springfield. Sus obras
incluyen A Handy Guide for Beggars (Guía para mendigos), The Chinese Nightingale
(El ruiseñor chino), The Golden Whales of California (Las ballenas de oro de
California) y Every Soul is a Circus (Cada alma es un circo).
Lindsay quiso ser el poeta del Ejército de Salvación. Fue versificando una mitología
de personajes populares: Andrew Jackson, héroe de la Guerra de la Independencia y de
las guerras contra los indios; el abolicionista John Brown; Lincoln y Mary Pickford. Su
obra es muy despareja; influyeron en ella el fervor religioso de los spirituals y el jazz.
En ciertos poemas el autor indica los instrumentos y la melodía que deben acompañar
las palabras.
Hasta ahora, la contribución de los negros americanos a la poesía ha sido menos
importante que su contribución a la música. Citaremos en primer término a JAMES
LANGSTON HUGHES (1902), nacido en Joplin, Missouri, que, como Sandburg,
desciende literariamente de Whitman. Su obra, que usa ritmos de jazz, incluye Dear
Lovely Death (Querida hermosa muerte), The Dream Keeper (El guardián de sueños),
Shakespeare in Harlem, One Way Ticket (Pasaje de ida) y la autobiografía de The Big
Sea (El mar grande). Sus versos son patéticos y no pocas veces sardónicos.
Más trabajada y más sensible es la labor de COUNTÉE CULLEN (1903-1946), que
estudió en Nueva York, su ciudad natal, y en la Universidad de Harvard. Publicó entre
otros libros, Copper Sun (Sol de cobre), The Black Christ (El Cristo negro) y una
versión de la Medea de Eurípides. Compiló dos antologías de poesía negra, pero lo
racial le interesó menos que lo íntimo. La crítica ha advertido en sus poemas el influjo
de Keats.
La novela
A diferencia de otros escritores americanos que llegaron a la literatura por los caminos
de una vida azarosa, JOHN PHILLIPS MARQUAND (1893-1960) nacido en
Wilmington, Delaware, se educó en el ambiente intelectual de una familia distinguida
de Nueva Inglaterra. Era sobrino nieto de la trascendentalista Margaret Fuller. Estudió
en Harvard. Su mujer pertenecía a una antigua familia de Bostón. Fue artillero durante
la Primera Guerra Mundial. Ejerció el periodismo. Su mejor novela, The Late George
Apley (El finado George Apley), refleja con ironía el ambiente refinado de Bostón.
Ensayó también el género policial.
Más variada fue la carrera de LOUIS BROMFIELD (1896-1956). Su padre fue un
granjero de Ohio. Bromfield estudió en Cornell y Columbia University. Residió en
Francia, en una propiedad rural de Senlis. Durante la Primera Guerra Mundial manejó
una ambulancia y ganó la Cruz de Guerra. Fue crítico dramático y periodista. En 1926
Early Autumn (A principios de otoño), parte de la crónica de una familia de industriales,
obtuvo el premio Pulitzer. Su obra es copiosa; otras novelas son: The Rains Came
(Cuando llegaron las lluvias) (1937), que fue llevado al cine, Night in Bombay (1940) y
Mrs. Parkington.
De origen alemán e irlandés, JOHN ERNST STEINBECK (1902-68), nació en
Salinas, California. Para costear sus estudios en la Universidad de Stanford ejerció
diversos oficios; fue empleado de laboratorio en una refinería de azúcar, albañil, casero
y periodista.
A los veintisiete años inició su carrera literaria con la publicación de una novela sobre
el corsario Morgan, Cup of Gold (Copa de oro). De su copiosa obra ulterior
recordaremos Of Mice and Men (De ratones y de hombres) (1937), la serie de cuentos
The Long Valley (El valle largo) (1938), que incluye «The Red Pony», (El petizo
colorado), The Grapes of Wrath (Las viñas de ira) (1939), que obtuvo el premio
Pulitzer, y East of Edén (Al este del paraíso) (1952). Algunos inspiraron filmes
famosos. El escenario de casi todos sus libros es California; el ambiente humilde refleja
las consecuencias de la depresión del año 30. Steinbeck sobresale en el diálogo, en la
descripción de la vida que ha conocido y en el relato; es menos feliz cuando aborda
consideraciones filosóficas o sociales.
De la novela picaresca se ha dicho que es una literatura del hambre; lo mismo, con
mayor intensidad, cabría decir de la obra de Erskine Caldwell, salvo que en ésta se unen
el hambre, un frenesí erótico y una suerte de inocencia animal, que excluye todo
sentimiento de culpa. Caldwell describe, como Faulkner, la decadencia del Sur, después
de la Guerra de Secesión, pero sus personajes no son aristócratas venidos a menos, sino
poor whites (blancos pobres), condenados al cultivo del tabaco o del algodón, en una
tierra exhausta. Hijo de un pastor presbiteriano, ERSKINE PRESTON
CALDWELL (1903-87), nació en White Oaks, Georgia. Estudió en las universidades de
Virginia y Pennsylvania y ejerció diversos oficios, como tantos otros escritores
norteamericanos. En 1926 se retiró a una granja abandonada, para aprender el arte de
escribir. Ahí compuso su famosa novela Tobacco Road (El camino del tabaco) (1932),
que fue llevada al teatro y representada durante varios años. Esta obra nos muestra seres
reducidos a necesidades elementales: comer, cohabitar, trabajar la tierra. Lo atroz se
mezcla con lo cómico y lo grotesco. God’s Little Acre ha sido juzgada la mejor novela
de Caldwell; el lector puede simpatizar con sus personajes. En su libro de cuentos We
Are the Living (Somos los que viven), el arte del autor se muestra más indirecto y
sobrio, menos desenfrenado.
Harto más complejo que los autores que hemos considerado anteriormente es
ROBERT PENN WARREN (1905-89), novelista, poeta, catedrático, crítico y narrador.
Nació en Guthrie, Kentucky; estudió en la Universidad de Yale y después en Oxford.
Fue profesor de inglés en las universidades de Louisiana y de Minnesota. En 1942
recibió el premio Shelley de poesía. Dirigió The Southern Review; en 1950 fue profesor
de Dramaturgia en la Facultad de Arte Dramático de Yale. En su juventud perteneció a
un grupo de escritores regionalistas. Su poesía, admirablemente ejecutada, pasa de lo
narrativo y popular a la reflexión filosófica. En ella se ha advertido la influencia de los
poetas metafísicos ingleses del siglo XVIII. Sus novelas incluyen All the King’s Men
(Todos los hombres del Rey) (1946), que mereció el premio Pulitzer, Night Rider
(Jinete de la noche) (1938), At Heaven’s Gate (En la puerta del cielo) (1943) y World
enough and Time (Mundo que nos bastará y tiempo) (1950), cuyo título repite el primer
verso de un poema de Andrew Marvell. The Circus in the Attic (Circo en la bohardilla)
(1948) es una colección de cuentos.
El novelista negro RICHARD WRIGHT nació en una plantación cerca de Natchez, en
el Estado de Mississippi, en 1908. El padre había abandonado a la familia; la educación
de Richard Wright se debió parcialmente a un asilo de huérfanos, parcialmente a
parientes. A los quince años fue empleado de correos en Menfis. Luego vive en
Chicago, en Nueva York y desde 1946 en París. En 1938 había publicado una serie de
cuentos. Uncle Tom’s Children (Los hijos del tío Tom), que le valió un premio de
quinientos dólares. Sus mayores éxitos fueron acaso Native Son (Hijo nativo) (1940),
relato de un crimen involuntario y de sus consecuencias tremendas, la autobiografía
Black Boy (Muchacho negro) publicada en 1945 y Twelve Million Black Voices (Doce
millones de voces negras) (1941), que corresponden a la técnica naturalista y a
conflictos raciales. En 1940 recibió la medalla Spingarn, la mayor recompensa que se
otorga a una obra ejecutada a favor de los negros. En París publicó, entre otros libros,
How I Tried to Be a Communist (Cómo traté de ser comunista) y The Outsider (El
extraño), de 1952, donde bajo el influjo de Sartre pasa del problema específico de ser
negro al problema fundamental de ser hombre. Este tránsito no significa una ruptura con
su obra anterior; en ambas etapas, el tema sigue siendo el hombre acosado por una
sociedad hostil. Fue marxista en Chicago; su labor actual corresponde a la desilusión de
su esperanza de fraternidad universal, que creyó encontrar en el comunismo, y a la
busca de otros ideales. La novela Native Son ha sido llevada a la escena.
TRUMAN STRECKFUS PERSONS (1924-84), famoso bajo el nombre de Truman
Capote, nació en Nueva Orleans, Louisiana. Estudió en Connecticut. Fue sucesivamente
libretista de cinematógrafo, bailarín en un barco fluvial y cadete de la revista New
Yorker. A los diecinueve años ganó el premio O. Henry con su relato Miriam; el mismo
premio le fue otorgado en 1948 por Shut a Final Door (Cerrar una puerta final). La
editorial Random House publicó su serie de cuentos Tree of Night (Un árbol de la
noche) (1949). Su primera novela, Other Voices Other Rooms (Otras voces, otros
cuartos), de 1948, que muchos creyeron autobiográfica, lo hizo famoso. En 1951
publicó The Grass Harp (El harpa de hierba), que había escrito en Sicilia y cuya parte
de verdad no fue sospechada por nadie. Abordó dos veces el teatro con escasa fortuna.
En 1956 publicó Muses Are Heard (Oídas son las musas), que refiere su viaje a la
Unión Soviética acompañando la producción de Porgy and Bess.
Es curiosa la historia de su libro más reciente, In Cold Blood (A sangre fría) (1966).
Un cuádruple asesinato había ocurrido en un pueblo de Kansas. Truman Capote, cuya
preocupación esencial había sido hasta entonces el estilo, utilizó ese hecho atroz para
crear un género nuevo, que participa del periodismo y de la literatura. Se trasladó a
Kansas, donde permanecería cinco años. Interrogó al vecindario y ganó la confianza y la
amistad de los asesinos, que asiduamente entrevistó hasta la hora de su ejecución por la
horca y que se despidieron de él con afecto. Quería saber de qué manera un hombre
llega al crimen; intuyó asimismo que el acto de tomar notas inhibe a la persona
interrogada y se ejercitó en memorizar cuanto le decían. In Cold Blood está redactada
con una objetividad casi inhumana que recuerda ciertos experimentos literarios
intentados en Francia.
El teatro
Es curioso que en Inglaterra, patria de Shakespeare, el drama fuera singularmente
pobre durante el siglo XIX, tan rico en otros géneros, hasta que lo renovaron Shaw y
Oscar Wilde. Algo parecido ocurre en Norteamérica. Había un teatro popular deleznable
y obras de autores distinguidos destinadas menos a ser representadas que leídas.
Citemos en Inglaterra los casos de Tennyson y de Browning, y en los Estados Unidos, el
de Longfellow.
EUGENE GLADSTONE O’NEILL (1888-1953) nació en Nueva York, hijo de un
actor romántico que logró cierta notoriedad. De linaje irlandés, fue educado en
pensionados católicos de diversas ciudades y, finalmente, en Princeton. Su vida fue
azarosa y contradictoria. Buscador de oro en Honduras, marinero en barcos
norteamericanos y noruegos, vagabundo del bajo de Buenos Aires, obrero en Berisso,
actor y periodista, fue asimismo asiduo lector de los trágicos griegos, de Ibsen y de
Strindberg. Obtuvo cuatro veces el premio Pulitzer y en 1936 el Nobel. Se casó tres
veces y su hija Oona es la mujer de Chaplin.
No menos heterogénea que su vida es su obra, que consta de más de treinta piezas de
teatro y una autobiografía. Pasa del realismo al expresionismo y abunda en curiosos
experimentos cuya audacia suele justificarse por el éxito. Así, en Where the Cross Is
Made (Donde está marcada la cruz) (1918), una visión alucinatoria del fondo del mar y
de marineros muertos aparece en una casa de Nueva Inglaterra. En The Great God
Brown (El gran dios Brown) (1925), el empleo de máscaras simbólicas que los
personajes usan, se quitan y con las que suelen hablar, sin darse cuenta de ello, produce
un efecto de terror; la máscara reemplaza al hombre y puede ser adorada o aborrecida.
En Strange Interlude (1928), O’Neill ha renovado el aporte o monólogo, haciendo que
éste coincida con la corriente de la conciencia, a la manera del capítulo final del Ulises
de Joyce. Su trilogía Mourning Becomes Electra (El luto le sienta a Electra) traslada la
antigua leyenda griega a los años de la Guerra de Secesión. Es indiscutible que más allá
de nuestras preferencias o antipatías, O’Neill ha renovado la técnica dramática de
nuestro tiempo. Su atormentado espíritu se refleja en su obra, que siempre excluye el
happy ending, el final feliz. Ha sido traducida a casi todos los idiomas. Sus piezas
iniciales, que se limitaban en general a un solo acto, fueron estrenadas por pequeños
grupos innovadores, como los Washington Square Players, los Provincetown Players, y
el Experimental Theatre, de cuya dirección formó parte. Luego llegarían a Broadway y
al mundo entero.
Hijo de un periodista que llegó a ser cónsul general en Hong Kong, THORNTON
NIVEN WILDER (1897-1975), nació en Madison, Wisconsin. Cursó extensos estudios
en la China, California, Oberlin y Yale. Después de graduarse, siguió cursos de
arqueología en la Academia Americana de Roma y en Princeton. Durante la Primera
Guerra Mundial sirvió en la artillería, durante la segunda en las fuerzas aéreas. Desde
1921 hasta 1928 fue profesor de francés en Lawrenceville. Su primera novela, The
Cabala, apareció en 1925; The Bridge of San Luis Rey (El puente de San Luis Rey)
(1927) le dio fama nacional y el premio Pulitzer. Otras novelas suyas son The Woman of
Andros (La mujer de Andros) (1930), Heaven’s My Destination (El cielo es mi destino)
(1935) y The Ides of March (Los idus de marzo) (1948).
En la obra dramática de Wilder, las novedades técnicas que sorprenden al espectador
son quizá menos importantes que la emoción, el sentido humano, el optimismo y la
inteligencia. Agreguemos a ello el sentido del transcurso del tiempo que le dieron los
estudios de arqueología. Comenzó con piezas muy breves que duran diez minutos cada
una y que suelen dar forma contemporánea a temas de la Sagrada Escritura. En Our
Town (Nuestro pueblo) (1938), el mundo de los muertos no es menos real que el de los
vivos y el autor descubre un valor esencial en los actos triviales y cotidianos. The Skin
of Our Teeth (Salvarse raspando) (1943), cifra en un solo plano acontecimientos
prehistóricos y contemporáneos. El dinosaurio y el mamut recorren la escena
quejándose del frío y la familia Antrobus quema sus muebles y papeles para calentar a
los niños. Thornton Wilder observa que la novela corresponde a un tiempo que pasó y el
teatro a un tiempo presente. En el teatro «siempre es ahora».
De estirpe armenia, WILLIAM SAROYAN (1908-81), nació en Fresno, California.
Llevó esa vida heterogénea que parece una tradición de los escritores norteamericanos.
Fue mensajero de correos, mandadero de una oficina y peón de chacra. Luego se instaló
en San Francisco. Repartió su actividad literaria entre la novela, el relato breve y el
teatro, al que debe principalmente su fama. Los protagonistas de sus comedias —
citemos My Heart’s in the Highlands (Mi corazón está en las montañas) y The Time of
Your life (El momento de tu vida), ambas de 1939—, son vagabundos, prostitutas,
borrachos, desposeídos. A Saroyan, como a Dickens, le interesa menos la desventura de
la gente pobre, que su valentía, su bondad, su esperanza y sus pasajeras felicidades. The
Time of Your Life le vale el premio Pulitzer. No menos famosa es la comedia The
Beautiful People (La hermosa gente), que estrenó dos años después. Todos ellos fueron
concebidos como poemas o como música. Casi no hay argumento; lo esencial son los
estados de ánimo, el romanticismo anárquico y generoso. Hallamos esos mismos rasgos
en sus novelas y en sus cuentos. Inició su carrera literaria en 1934 con el libro de
cuentos breves The Darling Young Man on the Flying Trapeze (El joven audaz del
trapecio volante) (1934), al que siguieron, entre otros, la novela The Human Comedy
(La comedia humana) y la autobiografía The Bicycle Rider in Beverly Hills (El ciclista
en Beverly Hills) (1952). Escribió que creía más en los sueños que en las estadísticas.
En su desdén por la obra bien construida se ha advertido el influjo de Sherwood
Anderson. Admiró intensamente a Bernard Shaw y escribió, como él, largos prólogos
para sus piezas de teatro. En uno de ellos dice: «Busca la bondad en todas partes y
cuando la encuentres, desentiérrala de su escondite y déjala fluir libre e irreprimida... En
el momento de tu vida, vive. Y así en ese maravilloso momento no te agregarás a la
miseria y al dolor del mundo, sino que sonreirás a su deleite y misterio infinitos».
Hijo de un viajante de comercio, THOMAS LANIER WILLIAMS (1914-83), que se
haría famoso bajo el nombre de Tennessee Williams, nació en el Estado de Mississippi.
Se educó en las universidades de Missouri y Iowa. En 1940 recibió una beca de
Rockefeller. Trabajó luego para una compañía cinematográfica de Hollywood. Ahí
escribiría sus primeras piezas de éxito, The Glass Menagerie (El zoo de cristal) (1945),
A Streetcar Named Desire (Un tranvía llamado Deseo) (1947) y Summer and Smoke
(Verano y humo) (1947). De su múltiple obra, que recurre a los temas de la decadencia,
la pobreza, los instintos carnales, la codicia, la mutilación, el incesto y la frustración que
busca refugio en una vida imaginaria, sólo recordaremos algunos títulos: The Rose
Tatoo (La rosa tatuada) (1950), Cat on a Hot Tin Roof (La gata en el techo de zinc
caliente) (1955), Suddenly Last Summer (De pronto, el verano pasado), Sweet Bird of
Youth (Dulce pájaro de la juventud) (1959). De todas ellas, en las que el materialismo y
la angustia conviven con el psicoanálisis, sin un hálito de esperanza, difiere o quiere
diferir Camino Real (1953), ambiciosa tentativa alegórica cuyos personajes incluyen a
Lord Byron, Casanova, Don Quijote, Sancho y la Dama de las Camelias. De estas obras,
muchas han sido llevadas al cinematógrafo.
ARTHUR MILLER, cuyo nombre suele asociarse al de Tennessee Williams, nació en
1915 en Nueva York. A fines de 1938 se graduó en la Universidad de Michigan. Desde
muy joven empezó a escribir para el teatro. A diferencia de otros dramaturgos sociales,
que todo lo atribuyen al medio, Miller cree en el libre albedrío. Logró su primer éxito en
All My Sons (Todos mis hijos), que data de 1947. El protagonista debe su fortuna a la
venta de aviones defectuosos. Su hijo, que lo considera culpable de la muerte de
muchos soldados, resuelve estrellar su avión en el último vuelo; el padre, al saberlo,
elige también el suicidio. En 1949 estrenó la ahora célebre pieza Death of a Salesman
(La muerte de un viajante). Su héroe, Willy Loman, pierde su empleo, al cabo de más de
treinta años. Decide morir voluntariamente en un choque de automóvil para que su
familia cobre el seguro. En este drama se entremezclan, a la manera de Faulkner, el
presente y el pasado. En The Crucible (Crisol), de 1953, Miller ensaya un doble juego:
el tema ostensible son los procesos de hechicería de Salem que ocurrieron en la última
década del siglo XVII, pero el auditorio siente que se trata asimismo de un alegato
contra las persecuciones y fanatismos del mundo contemporáneo. A View from the
Bridge (Panorama desde el puente) es una tragedia breve cuyo escenario son los muelles
de Nueva York. La acción ocurre en la memoria de uno de los personajes, el abogado
Alfieri. A Memory of Two Mondays (Recuerdo de dos lunes) se estrenó en 1955. Los
actores vegetan en un sórdido ambiente de rutina y pobreza y uno solo, un joven, logra
evadirse y busca otros rumbos. Arthur Miller fue esposo de la famosa actriz Marilyn
Monroe. Se supone que el tema de After the Fall (La caída) se inspiró en el destino de
su mujer. Sus piezas han sido objeto de otros tantos filmes. Escribió una novela, Focus,
en 1945, que combate el antisemitismo.
Novela policial, «science-fiction» y el lejano Oeste
En 1840, EDGAR ALLAN POE enriqueció la literatura con un género nuevo. Este
género es, ante todo, ingenioso y artificial; los crímenes, por lo común, no se descubren
mediante razonamientos abstractos sino por obra del azar, de informaciones o
delaciones. Poe inventa el primer detective de la literatura, el caballero Charles Auguste
Dupin, de París. Inventa asimismo el artificio, clásico después, de que las hazañas del
héroe sean referidas por un amigo, admirativo y mediocre. Recordemos al ulterior
Sherlock Holmes y a su biógrafo, el doctor Watson. Poe ha dejado cinco cuentos de
índole policial, insuperados, según Chesterton. En el primero, «The Murders in the Rue
Morgue» (Los crímenes de la calle Morgue), se investiga la muerte atroz de dos mujeres
cometida en una bohardilla aparentemente cerrada; el culpable es un mono. «The
Purloined Letter» (La carta robada) inaugura la idea de esconder un objeto precioso,
exhibiéndolo a la vista de todos, para que nadie se fije en él. «The Mystery of Marie
Roget» (El misterio de Marie Roget) se reduce a la discusión abstracta y a la solución
probable de un crimen, sin aventura alguna. En «You are the Man» (Tú eres el hombre),
el culpable, como en cierto relato de Israel Zangsvhile, resulta ser el propio detective.
En «The Gold Bug» (El escarabajo de oro), el investigador descifra un texto
criptográfico, que le revelará el preciso lugar de un tesoro escondido. Poe ha tenido
muchos continuadores; bástenos mencionar por ahora a su contemporáneo Dickens, a
Stevenson y Chesterton.
La tradición intelectual del género iniciado por Edgar Allan Poe ha encontrado
continuadores más puros en Inglaterra que en su patria. Recordaremos entre los
norteamericanos algunos nombres.
WILLARD HUNTINGTON WRIGHT (1888-1939) nació en Charlottesville,
Virginia. Estudió en California y en Harvard, en París y en Munich. Dirigió, con
Mencken, y con Nathan, la famosa revista The Smart Set. Su destino literario es curioso:
sus libros serios. Lo que Nietzsche enseñó, Pintura moderna, El porvenir de la pintura,
pertenecen hoy al olvido; las novelas policiales que escribió para distraer una
convalecencia lo hicieron célebre. Las publicó bajo el pseudónimo de S. S. Van Dine.
Recordemos El caso Benson, El crimen de la Canaria, El crimen del casino. El héroe
Philo Vance es, por su urbanidad y pedantería, una evidente proyección del autor.
ERLE STANLEY GARDNER (1889-1970), nació en Maiden, Massachusetts. Como
Jack London, fue minero en Alaska. Se recibió de abogado en California, donde ejerció
con brillo su profesión durante más de veinte años. También es abogado Perry Masón,
protagonista de la larga serie de sus novelas. Citaremos El obispo tartamudo, El canario
rengo, La vaca musical, El cadáver en fuga, Asesinato imperfecto, El cómplice
nervioso. Sus obras fueron traducidas a dieciséis idiomas. Su fama en los Estados
Unidos superó a la de Conan Doyle. Muchas veces empleó el pseudónimo de A. A. Fair.
Frederic Dannay (1905-82) y Manfred B. Lee (1905-71), su primo, han hecho famoso
el pseudónimo de ELLERY QUEEN, que es asimismo el protagonista de sus novelas,
redactadas en tercera persona. Iniciaron su conjunta carrera con The Roman Hat
Mystery (El misterio del sombrero romano) (1929), que ganó un premio. De sus muchos
libros mencionaremos The Egyptian Cross Mystery (El misterio de la cruz egipcia), The
Chinese Orange Mystery (El misterio de la naranja china), The Greek Coffin Mystery
(El misterio del féretro griego), The Siamese Twin Mystery (El misterio de los hermanos
siameses), The Spanish Cape Mystery (El misterio de la capa española). Sus libros se
distinguen por la escrupulosa probidad, los vividos rasgos dramáticos y la resolución
ingeniosa de los problemas. Han sido elogiados por Priestley.
DASHIELL HAMMETT (1894-1961) nació en Maryland. Fue vendedor de diarios,
mensajero, estibador, agente de publicidad y durante siete años detective en la famosa
agencia Pinkerton. La novela policial, hasta él, había sido abstracta e intelectual;
Hammett nos hace conocer la realidad del mundo criminal y de las tareas policiales. Sus
detectives no son menos violentos que los forajidos que persiguen. Citemos Red
Harvest (Cosecha roja) (1929), The Dain Curse (La maldición de los Dain), The
Maltese Falcon (El halcón maltes), The Glass Key (La llave de vidrio), The Thin Man
(El hombre flaco). El ambiente de su obra es desagradable.
La novela policial ha sido desplazada gradualmente por la novela de espionaje y por
las ficciones científicas (science-fiction). Ciertos relatos de E. A. Poe (El caso del señor
Valdemar, La mistificación del globo) ya prefiguran este último género, pero sus más
indiscutibles creadores son europeos: en Francia, Julio Verne, cuyas anticipaciones han
resultado, en buena parte, proféticas; en Inglaterra, H. G. Wells, cuyos libros tienen
mucho de pesadilla. K. Amis ha definido así la science-fiction: «es un relato en prosa
cuyo tema es una situación que no podría presentarse en el mundo que conocemos, pero
cuya base es la hipótesis de una innovación de cualquier orden, de origen humano o
extraterrestre, en el campo de la ciencia y de la tecnología, o, sí se quiere, de la
pseudociencia o de la pseudotecnología».
Los primeros medios de difusión de la science-fiction fueron revistas y no libros. En
abril de 1911 aparece en Modern Electrics el folletín «Ralph 124 C 4: novela del año
1966». Lo escribió el fundador de la revista, Hugo Gernsback y mereció el premio
Hugo, creado ulteriormente, que sigue recordando su nombre y que se destina a este
género literario. En 1926 Gernsback fundó Amazing Stories ; actualmente existen en los
Estados Unidos más de veinte revistas análogas. No se trata de un género popular; los
lectores son, en general, ingenieros, químicos, hombres de ciencia, tecnólogos y
estudiantes, con un predominio notable de hombres. Su entusiasmo suele llevarlos a
agruparse en clubs que abarcan todo el ámbito del país y se cuentan por decenas. Una de
estas federaciones se llama no sin humorismo «Los pequeños monstruos de América».
HOWARD PHILLIPS LOVECRAFT (1890-1937) nació en Providence, Rhode
Island. Muy sensible y de salud delicada, fue educado por su madre viuda y sus tías.
Gustaba, como Hawthorne, de la soledad y aunque trabajaba de día lo hacía con las
persianas bajas.
En 1924 se casó y fijó su residencia en Brooklyn; en 1929 se divorció y volvió a
Providence, donde retomó su vida de soledad. Murió de cáncer. Detestaba el presente y
profesaba el culto del siglo XVIII.
Lo atraía la ciencia; su primer artículo trataba de astronomía. En vida publicó un solo
libro; después de su muerte, sus amigos reunieron en volúmenes su obra considerable,
antes dispersa en antologías y revistas. Estudiosamente imitó el patético estilo y las
resonancias de Poe y escribió pesadillas cósmicas. En sus relatos hay seres de remotos
planetas y de épocas antiguas o futuras que moran en cuerpos humanos para estudiar el
universo o, inversamente, almas de nuestro tiempo que, durante el sueño, exploran
mundos monstruosos, lejanos en el tiempo y en el espacio. Entre sus obras
recordaremos The Colour Out of Space (El color que cayó del cielo), The Dunwich
Horror (El horror de Dunwich), The Rats in the Wall (Las ratas en la pared).
Dejó asimismo un epistolario copioso. Al influjo de Poe cabe agregar el del cuentista
visionario Arthur Machen.
ROBERT HEINLEIN (1907-88), nació en Bulton. Su vida es heterogénea; ensayó la
aviación, la marina, la física, la química, la venta de propiedades, la política, la
arquitectura y, a partir de 1934, las letras. Su precaria salud lo obligó a esos cambios.
Heinlein opina que, después de la poesía, la science-fiction es el más arduo de los
géneros literarios y el único capaz de reflejar el espíritu genuino de nuestro tiempo. Su
obra múltiple está destinada principalmente a los jóvenes. Ha abordado la radio, la
televisión y el cinematógrafo. De su labor, que ha sido traducida a muchos idiomas,
mencionaremos los siguientes títulos: Beyond This Horizon (Más allá del horizonte)
(1948), Red Planet (Planeta rojo) (1949), Farmer in the Sky (Granjero en el cielo), The
Man Who Sold the Moon (El hombre que vendió la luna) (1950), Between Planets
(Entre los planetas) (1951), Assignement in Eternity (Nombramiento en la eternidad).
De ascendencia holandesa, ALFRED ELTON VAN VOGT (1912) nació en el
Canadá. Se crió en las praderas de Saskatchawara; desde niño tuvo la extraña
certidumbre de ser una persona común, rodeada de personas comunes, lejos de toda
posible grandeza. A los doce años inició su carrera literaria con la publicación de un
cuento autobiográfico al cual siguieron otros análogos o de carácter sentimental.
Siempre lo atrajo la science-fiction, pero sus primeros ensayos en este género datan de
1939. Uno de sus temas preferidos es el de un hombre que no sabe quién es y que va en
busca de sí mismo sin lograr del todo su intento. Lo mecánico le interesa menos que lo
mental. Su obra se inspira en las matemáticas, en la lógica, en la semántica, la
cibernética y la hipnosis. Lo heterogéneo de estas fuentes ha hecho que los puristas de la
science-fiction lo acusen de heterodoxia. Van Vogt ha escrito que basta liberarse de
falsos preconceptos para lograr metas más altas. Ha publicado un libro sobre la eficacia
terapéutica de la hipnosis. Mencionaremos sus relatos Slan (1946), The Book of Ptah (El
libro de Ptah) (1948), epopeya de un orbe imaginario, The World of Null A (El mundo
de A) (1948), basado en la semántica general. En colaboración con Hedna May Hull, su
mujer, escribió Out of the Unknown (Desde lo desconocido) (1948).
Mayor renombre que los anteriores ha alcanzado RAY BRADBURY (1920). Nació en
Waulkegan, Illinois. Desde niño las aventuras de Tarzán y el ejercicio de la
prestidigitación lo habían acostumbrado a vivir en un mundo fantástico. La temprana
lectura de Amazing Stories lo llevó a la science-fiction. A los doce años le regalaron una
máquina de escribir. En 1935, mientras estaba en el colegio, siguió un curso sobre la
técnica del relato. Desde entonces se habituó a escribir cada día mil o dos mil palabras.
A partir de 1941 colaboró en diversas revistas del género así como en The American
Mercury. En 1946 ganó el premio «The Best American Short Stories», que había sido el
ideal de su niñez. Su primer libro, Dark Carnival (Carnaval obscuro) data de 1947;
Crónicas marcianas, de 1950; The Illustrated Man (El hombre ilustrado), de 1951;
Farenheit 451, de 1953; The Golden Apples of the Sun (Las manzanas de oro del sol),
de 1953, título tomado de Yeats; Switch on the Night (Encienda la noche), de 1955.
Estos libros han sido traducidos a casi todos los idiomas.
«La science-fiction es un martillo maravilloso; me propongo usarlo para que los
hombres vivan como quieran», ha escrito Bradbury. Amis, que censura su
sentimentalismo, admite su excelencia literaria y su fuerza irónica. Bradbury ve en la
conquista del espacio una extensión de la mecanización y del tedio de nuestra cultura
contemporánea. En su obra asoman la pesadilla y a veces la crueldad, pero ante todo la
tristeza. Los porvenires que anticipa nada tienen de utópicos; son más bien advertencias
de peligros que la humanidad puede y debe eludir.
Pasemos ahora al western. Aunque de otro linaje, el cowboy no habrá diferido
mayormente del gaucho. Los dos fueron jinetes de la llanura; los dos lucharon con el
indio, con los rigores del desierto y con la hacienda brava.
Fueron desangrándose en guerras que acaso no acabaron de comprender. Pese a esta
identidad fundamental, las literaturas que inspiraron son muy distintas. Para los
escritores argentinos —recordemos el Martín Fierro y las novelas de Eduardo
Gutiérrez— el gaucho encarna la rebeldía y no pocas veces el crimen; la preocupación
ética de los norteamericanos, basada en el protestantismo, los llevó a representar en el
cowboy el triunfo del bien sobre el mal. El gaucho de la tradición literaria suele ser un
matrero; el cowboy puede ser un sheriff o un hacendado. Ahora ambos personajes son
legendarios. El cinematógrafo ha difundido en el mundo entero el mito del cowboy;
curiosamente Italia y el Japón se han dedicado a producir películas del Oeste, del todo
ajenas a su historia y a su cultura.
La literatura del cowboy tiene su humilde origen en los dime novels o novelas de diez
centavos cuya circulación empezó hacia 1860 y duró hasta fines del siglo. Los temas
eran históricos, y en general su estilo se asemejaba a la manera romántica de Dumas.
Agotada la historia de la Colonia, de la Independencia y de la Guerra Civil, abordaron la
conquista del Oeste, the Winning of the West. Como figura representativa de la frontera
surge entonces el cowboy.
De los cultores de este género, el más conocido es ZANE GREY (1875-1939). Nació
en Zanesville, Ohio. Fue hijo de un hachero, se educó en una Universidad de
Pennsylvania y ejerció la profesión de dentista antes de dedicarse a las letras. Sus
primeras publicaciones datan de 1904. De las sesenta novelas que ha dejado
mencionaremos El último de los llaneros (1908), Oro del desierto (1913), El jinete
misterioso (1921). Muchas de éstas fueron llevadas al cinematógrafo. De su obra, que
ha sido traducida a casi todos los idiomas y sigue siendo muy leída, en particular por los
niños y los jóvenes, se han vendido en conjunto más de trece millones de ejemplares. A
diferencia de la poesía gauchesca, que nació poco después de la revolución de 1810, el
western norteamericano es un género subalterno y tardío. Fuerza es admitir, sin
embargo, que es una forma de la épica y que ha legado un símbolo al mundo, el cowboy
solitario, justo y valiente.
La poesía oral de los pieles rojas
Es acaso una lástima que la mejor antología inglesa de esta poesía, The Path on the
Rainbow (El sendero sobre el arco iris) de George Cronyn, date de 1918, fecha que
corresponde a la difusión de la escuela imagista. El influjo de esta escuela sobre los
traductores nos parece evidente, salvo que postulemos un influjo retrospectivo de Ezra
Pound sobre los pieles rojas. Sea lo que fuere, traducir un poema es trasladarlo no sólo a
un idioma distinto sino a otras circunstancias históricas y a otra cultura.
La poesía que ofrece a nuestra curiosidad The Path on the Rainbow sorprende por su
contemplativa percepción del mundo visual, por su delicadeza, por su magia y por su
laconismo. Hay composiciones que constan de un solo verso; por ejemplo, este
sortilegio de un hechicero:

Mato, cantando.

O:

¿Son hombres o son dioses los que salen de la espesura?

O estas líneas dichas por un indio, al morir:

Toda mi vida estuve buscando, buscando.


En los cantares mágicos, el hombre se identifica con la divinidad.
Soy el que lleva en la frente el lucero de la mañana.

Los filólogos no han descubierto aún la métrica del indio; cada poema corresponde a
una danza e incluye sílabas sin sentido. Por su diverso ritmo, los oyentes saben si una
canción es amorosa, épica o mágica, aunque no entiendan el idioma. Sus metáforas no
se justifican lógicamente pero son eficaces; un cantar invoca los zorros de plata de la
luna.
Hemos hablado de sortilegios que podían causar la muerte de un hombre; también los
irlandeses atribuyeron ese poder al género satírico. Los pieles rojas poseían canciones
curativas, canciones para alcanzar el amor o para alcanzar la victoria. Compusieron
versos que un hombre solamente podía confiar a otro en la hora de la muerte. Según la
frase de Baudelaire, estas cosas son como el eco de un mundo ausente, lejano, casi
difunto.
Finalmente citemos este cantar de los indios navajos:

¡La urraca! ¡la urraca!


En la blancura de las alas están las huellas del alba.
¡Amanece! ¡Amanece!

A juzgar por el testimonio de Parkmang por las traducciones, los iraqueses cultivaron
con éxito la oratoria política.
Algunas fechas históricas
1584 Fundación de la malograda colonia de Roanoke (Carolina del Norte).
1607 Fundación de Jamestown por la Compañía de Virginia de Londres.
1619 Arribo de los primeros esclavos negros en un barco holandés.
1620 Fundación de la colonia de Plymouth (Massachusetts) por los
Peregrinos de la Mayflower.
1664 Los ingleses capturan New Amsterdam (Nueva York) holandesa.
1754-60 Guerras con los franceses y los indios. Derrota francesa. Cesión del
territorio francés.
1775-83 Guerra de la Revolución americana. Independencia de las colonias.
1787 Congreso constitucional de Filadelfia.
1789-97 Presidencia de George Washington.
1801-09 Presidencia de Thomas Jefferson.
1803 Adquisición del territorio francés de Louisiana.
1812-14 Guerra contra Inglaterra.
1823 Doctrina Monroe.
1829-37 Presidencia de Andrew Jackson.
1836 Declaración de Independencia de Texas.
1845 Anexión de Texas a los Estados Unidos.
1846-48 Guerra de Méjico.
1856 Organización del Partido Republicano Nacional.
1861-65 Presidencia de Abraham Lincoln (asesinado). Guerra de Secesión.
Derrota del Sur.
1867 Adquisición de Alaska de Rusia.
1869-77 Presidencia del general Ulises S. Grant (republicano).
1896 Descubrimiento de oro en Klondike.
1898 Guerra de España.
1901-09 Presidencia de Theodore Roosevelt (republicano).
1913-21 Presidencia de Woodrow Wilson (demócrata). Entrada de los Estados
Unidos en la Primera Guerra Mundial (6 de abril de 1917).
1921-23 Presidencia de Warren-Harding (republicano).
1923-29 Presidencia de Calvin Coolidge (republicano).
1929 Crisis económica.
1933-41 Presidencia de Franklin D. Roosevelt (demócrata). New Deal. Entrada
de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial (diciembre de 1941).
1953-61 Presidencia del general Dwight D. Eisenhower (republicano).
1961-3 Presidencia de John F. Kennedy (asesinado) (demócrata). Alianza para
el Progreso.
1963 Presidencia de Lyndon B. Johnson (demócrata).

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