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La selva amazónica es la selva más grande de la tierra y cubre aproximadamente siete

millones de km² – o el equivalente a 40% del territorio sudamericano.


Se extiende por nueve países, y por lo tanto, es el abrigo que da vida y cobijo a gran parte
del continente.

Gran parte del ciclo del carbono, que es crucial para la ecología del planeta y el clima, se
produce en la Amazonia, por lo que se la conoce también como “los pulmones de la Tierra”.

La Amazonia es una rica fuente de


biodiversidad y contiene alrededor de un cuarto de todas las especies terrestres.

Con una longitud de 6.400 km, el Amazonas es el segundo río más largo del mundo y
representa una quinta parte de toda el agua fresca que desemboca en los océanos.
La Cuenca Amazónica también alberga a más de 30 millones de personas, que viven
distribuidas en nueve países: Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Guyana,
Guayana Francesa y Surinam.
Dos terceras partes de la población amazónica vive en Brasil y más de la mitad de ellos vive
en centros urbanos.
Es un territorio que siempre ha estado habitado por comunidades muy diversas, y en la que
hoy viven unos 30 millones de personas, cuyas necesidades de desarrollo compiten con la
necesidad de preservar este gran pulmón planetario.

La Amazonía juega un papel crítico en la


regulación del dióxido de carbono en la atmósfera, por lo que la deforestación tiene un
impacto directo en el cambio climático. Y no sólo eso, además de perderse árboles capaces
de “reciclar” el aire, su quema es responsable del 20% anual de las emisiones de gases con
efecto invernadero a la atmósfera.
Por otra parte es el seguno área más vulnerable de la Tierra después del Ártico, aseguran los
científicos. La destrucción de la selva hace que se libere más CO2 a la atmósfera,
aumentando las temperaturas y lo que promueve, en un círculo vicioso, las sequías en el
propio Amazonas.
Y por último la biodiversidad. En el
Amazonas viven cerca del 30% de las especies del planeta. Se dice que un sólo arbusto del
Amazonas contiene más especies de hormigas que toda Gran Bretaña.
Esta biodiversidad ahora afrenta los embates de la deforestación y del cambio climático.
La Amazonía desempeña un papel fundamental en el ciclo del carbono que ayuda a definir
el clima del planeta.

La vegetación tropical alrededor del mundo consigue atrapar cerca de 200 mil millones de
toneladas de carbono. De este total, unas 70 mil millones de toneladas son procesadas por
los árboles amazónicos.

Una deforestación rápida significa que más carbono se convierte en dióxido de carbono y
una vez que los bosques desaparecen, desaparece también la capacidad de absorber el
carbono producido por autos, plantas energéticas y fábricas.

Se calcula que en la actualidad la Amazonia absorbe cerca del 10% de las emisiones globales
de dióxido de carbono de combustibles fósiles.

Se estima también que un 20% de las emisiones anuales de gases invernadero provienen del
despeje de selvas tropicales alrededor del mundo.

Según el informe Stern, sobre cambio climático, la pérdida de selvas naturales es un factor
que contribuye más a las emisiones globales que el sector transporte.

El mismo documento advierte que tan sólo la destrucción de selvas en los próximos cuatro
años, podría liberar en la atmósfera más carbono que todos los vuelos hechos desde el
origen de la aviación hasta 2025.

Brasil, por ejemplo, está considerado entre los


cinco emisores más grandes de gas tipo
invernadero en el mundo. Y esto no se debe a
altas emisiones provenientes de combustibles
fósiles sino a la deforestación.
Alrededor del 65% de la Amazonia está en
Brasil, donde vive el 13% de su población. Desde
1970 unos 700.000 km2 del Amazonas
brasileño fueron arrasados.

La ganadería es la principal causa de


deforestación del Amazonas en Brasil. Desde
1990, la actividad ganadera en el Amazonas se duplicó, pasando de los 26 millones a los 57
millones de cabezas de ganado.

El aumento en la producción es el resultado de la cada vez mayor demanda de las


exportaciones de carne de vacuno, así como por una revalorización de la moneda brasileña,
el real, que aumentó la rentabilidad del negocio animando a los ganaderos a deforestar.

Aparte de su impacto en la deforestación y contaminación del Amazonas peruano, las


principales víctimas del boom petrolero serán las llamadas tribus de “no contactados”.

Se trata de comunidades que viven en una situación de aislamiento “voluntario” en zonas


profundas de la selva, tanto de Perú como de Brasil, y que en los últimos tiempos han
protagonizado encuentros conflictivos con los operarios de las petroleras.

El mínimo contacto con el personal de las plantas podría matar a estas poblaciones muy
vulnerables a enfermedades “extrañas”.

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