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Texas es ahora nuestra. Antes que fueran escritas estas palabras, su Convención
ha ratificado sin lugar a dudas la aceptación, por su Congreso, de nuestra
invitación a la Unión; e hizo los cambios necesarios en su forma republicana de
constitución para adaptarla a sus futuras relaciones federales. Su estrella y su
barra pueden decir desde ahora haber tomado su lugar en el glorioso blasón de
nuestra nacionalidad común; y el alcance de las alas de nuestra águila incluyen
ya dentro de sus fronteras el amplio territorio de su honesta y fértil tierra. Texas
no es para nosotros meramente un espacio geográfico –una cierta combinación
de costa, planicies, montañas, valles, bosques y ríos. Texas ya no es para
nosotros simplemente un país en algún mapa. Ella viene con la querida y sagrada
designación de Nuestro País; no es un pays, ella es parte de la patrie; y eso que
es a un tiempo sentimiento y virtud, Patriotismo, comienza ya a emocionarla
dentro de su corazón nacional. Es tiempo de que dejemos de tratarla como algo
ajeno, e inclusive adverso –cesar de denunciar y vilificar todo lo que está
conectado con su consentimiento- cesar de torcer o oponerse a los restantes
pasos para su consumación; o donde esos esfuerzos se sienten todavía
infructuosos, al menos para amargar la hora de recepción con los más
desagradables ceños fruncidos de aversión y palabras de mala recepción. Ha
habido suficiente de esto. Si está localizado en el período cuando, junto con
cualquier otra cuestión de política práctica pueda surgir, desafortunadamente se
ha convertido en uno de los principales tópicos de división entre los partidos, de
propaganda electorera presidencial. Pero este período ha pasado, y con él, que
sus prejuicios y pasiones, sus desacuerdos y denuncias, cesen también. La
siguiente sesión del Congreso verá los representantes del nuevo joven Estado
en sus lugares en nuestras dos Cámaras, junto a aquellos de los primeros Trece
Estados. Que la recepción dentro de la familia sea franca, amable, cariñosa,
como corresponde a tal ocasión, como debe ser no menos que el respeto a
nosotros mismos, el deber patriótico hacia ellos. Mal les acontezca a esos pájaros
de mal agüero que se deleitan en llenar su propio nido y molestar el oído con
permanente discordia de graznidos amenazantes.
Por qué, si se requiriera otra razón, en favor de elevar ahora esta cuestión de
recibir a Texas dentro de la Unión, fuera de la región más baja de nuestras
pasadas disputas de partidos, hasta su propio nivel de una alta y amplia
nacionalidad, seguramente será encontrada, encontrada abundantemente, en la
manera en la que otras naciones han emprendido para inmiscuirse en ello, entre
nosotros y las partes adecuadas para el caso, en un espíritu de interferencia
hostil contra nosotros, con el objeto proclamado de torcer nuestra política y
obstaculizar nuestro poder, limitando nuestra grandeza y bloqueando el
cumplimiento de nuestro destino manifiesto de cubrir el continente señalado
por la Providencia para el libre desarrollo de nuestros millones multiplicados cada
año. Esto ha sido hecho por Inglaterra, nuestro antiguo rival y enemigo; y por
Francia, extrañamente asociada con ella contra nosotros, bajo la influencia del
Anglicanismo aguijoneando fuertemente la política de su primer ministro, Guizot.
La celosa actividad con la que este esfuerzo para derrotarnos ha sido empujada
por los representantes de esos gobiernos, junto con el carácter de intriga que lo
acompaña, constituye plenamente un caso de interferencia extranjera, que Mr.
Clay mismo declaró que debería unirnos y nos uniría en mantener la causa
común de nuestro país contra extranjero y enemigo. Estamos simplemente
sorprendidos de que este efecto no ha sido completa y fuertemente aparecido,
y que el arranque de indignación contra esta desautorizada, insolente y hostil
interferencia contra nosotros, no haya sido más general inclusive entre el partido
opuesto a la Anexión, y que no ha invadido el espíritu y el orgullo nacionales
unánimemente bajo esta política. Estamos bien seguros de que si el mismo Mr.
Clay fuera a añadir otra carta a su anterior correspondencia sobre Texas, él
debería expresar este sentimiento, y llevar a cabo la idea ya fuertemente
contenida en una de ellas, en forma tal que provocaría todos los poderes del
sonrojo que puedan tener algunos de los miembros de su partido.
Es completamente falsa e injusta con nosotros, la pretensión de que la Anexión
ha sido una medida de estropear, incorrecta e injusta –de una conquista militar
bajo formas de paz y ley- de agrandamiento territorial a costa de la justicia, y
justicia debida doblemente hacia el débil. Esta opinión sobre la cuestión es
totalmente infundada, y ha sido refutada ampliamente en estas páginas, así
como en mil otras maneras, que no la ampliaremos más. La independencia de
Texas fue completa y absoluta. Fue una independencia no únicamente de hecho
sino de derecho. Ninguna obligación ni deber hacia México nos obligaba en el
más mínimo nivel a restringir nuestro derecho a efectuar la deseada
recuperación de la noble provincia una vez que os nuestros – cuales quiera que
sean los motivos de política que hayan ocasionado una consideración más
deferente por sus sentimientos y orgullo [de Texas], envueltos en esta cuestión.
Si Texas se pobló con población Norteamericana; no fue por estratagema de
nuestro gobierno, sino por la expresa invitación del mismo México; acompañada
de tales garantías de independencia del Estado, y el mantenimiento de un
sistema federal análogo al nuestro, constituyendo una masa plenamente
justificada en las más fuertes medidas de desagravio hacia aquellos que fueron
después engañados con respecto a esta garantía, y que se buscaba fueran
esclavizados bajo el jugo impuesto por esta violación. Texas se liberó, justa y
absolutamente liberada, de toda liga con México, o de deberes de cohesión con
el cuerpo político mexicano, por los actos y las faltas del mismo México,
únicamente de México. Nunca ha habido un caso más claro. No fue una
revolución; fue resistencia a la revolución: y resistencia bajo tales circunstancias
que forzó a la independencia el estado necesario, causado por el abandono de
aquellos con los que existía una asociación federal previa. ¿Qué puede haber
más ridículo que este clamor por México y los intereses mexicanos, contra la
Anexión, como una violación de algún derecho de ellos, y obligación de nosotros?
Arrojemos, pues, toda discusión ociosa acerca del balance de poder francés en
el continente americano. ¡No hay crecimiento en Hispanoamérica! Cualquier
progreso que pueda haber en Canadá Británica, se debe únicamente al previo
debilitamiento de su actual relación colonial con la pequeña isla tres mil millas
cruzando el Atlántico; pronto será seguida por Anexión, y destinada a aumentar
el todavía creciente impulso de nuestro progreso. Y cualquiera que sea el
balance, aunque sea lanzado en la escala puesta de las bayonetas y el cañón,
no únicamente de Francia e Inglaterra, sino de Europa entera, ¡cómo podría
golpear contra el simple sólido peso de los doscientos cincuenta, o trescientos
millones –y millones Norteamericanos- destinados a reunirse bajo las ondas de
las barras y estrellas, en el rápidamente cercano año del Señor de 1945!