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X Congreso Argentino de

Antropología Social

Buenos Aires, 29 de Noviembre al 02 de Diciembre del 2011

Grupo de Trabajo:

GT 34 De ecologías, riesgos y conservaciones: la relación


naturaleza-cultura en la antropología del siglo XXI

Título de la Trabajo:

Léxico etnobotánico y representaciones wichís sobre la vegetación del


bosque.

María Eugenia Suárez. Becaria postdoctoral del CONICET. PROPLAME-PRHIDEB


(CONICET), Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, UBA.

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Introducción

El estudio de la nomenclatura vernácula asociada a la naturaleza suele ser una


buena herramienta y un punto de partida para conocer las concepciones de un grupo
social específico acerca de los elementos que conforman su entorno, así como para
dilucidar sus esquemas etnoclasificatorios (Berlin 1992; Cardona 1994). Este trabajo,
enmarcado en la etnobiología, aspira a mostrar la importancia que tiene y los aportes
que brinda el análisis detallado de la terminología asociada a la vegetación para
estudios que intentan comprender las relaciones de una cultura con la naturaleza y
sus representaciones asociadas. Para esto, se toma como caso particular el de los
indígenas wichís que habitan en dos poblados del este de la provincia argentina de
Salta: la aldea wichí Misión Los Baldes y el pueblo Coronel Juan Solá (donde
conviven wichís y criollos -gente local no indígena-), ambas situadas en pleno Chaco
Semiárido (Figura 1). A través de ciertos ejemplos, se muestra cómo se refleja en su
léxico etnobotánico la no existencia de un dualismo naturaleza-cultura en sus
concepciones, que en los nombres se simbolizan algunos vínculos que la gente
mantiene con ciertas plantas de su entorno y que en ellos quedan expresados
hechos concretos, como la desaparición de especies o cambios en la importancia y
los usos de plantas nativas.

La zona donde se realizó el estudio era en el pasado un mosaico de bosques y


pastizales. Los bosques más característicos eran los de “quebracho colorado”
(Schinopsis lorentzii), “quebracho blanco” (Aspidosperma quebracho-blanco) y “palo
santo” (Bulnesia sarmientoi) (Adámoli et al. 1972; Morello y Saravia Toledo 1959a).
A mediados del siglo XVIII se introduce en el oriente salteño la actividad ganadera
extensiva y con ella comienza la desaparición de los pastizales, que se usaban como
forraje (Morello y Saravia Toledo 1959a, 1959b; Morello et al. 2006). A principios del
siglo XX se agrega a ello la tala forestal selectiva y sistemática, que transforma de
manera radical la estructura y composición del bosque (Adámoli et al. 2004; Morello
et al. 2006). En consecuencia, hoy prácticamente no existen pastizales y los
bosques muestran un intenso deterioro. En su lugar se desarrollan bosques bajos,
matorrales y arbustales de diferentes especies. Además, los “peladares” (áreas de

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suelo desnudo con abundancia de cactáceas), han crecido en número y tamaño, en
especial en las cercanías de los puestos criollos y asentamientos indígenas (Adámoli
et al. 1972; Morello y Saravia Toledo 1959a).
En este escenario ambiental habitan los wichís con quienes se trabajó. Los
wichís como grupo étnico son un pueblo indígena originario del Gran Chaco.
Actualmente habitan en diversos asentamientos situados en el norte de Argentina y
en una pequeña franja en el sudeste de Bolivia (Figura 1). En el pasado se
organizaban en bandas nómades formada cada una de ellas por un conjunto de
familias que comparten su localización (Braunstein 1983). Subsistían entonces
fundamentalmente de la recolección, la caza y la pesca. Agregaban a ello los
productos provenientes de una agricultura estacional modesta del tipo “roza y
quema” y del comercio con otros grupos humanos. En el presente sus actividades
tradicionales de subsistencia se complementan con otras propias del sistema de
producción capitalista (son peones en estancias o fincas, carpinteros, artesanos,
trabajadores temporales en la cosecha de porotos, algodón, caña de azúcar,
empleados municipales, entre otros), las que con frecuencia relegan a las primeras a
un segundo plano. Además de estos cambios relacionados con los modos de
subsistencia, en el seno de la cultura wichí se sucedieron varias otras
transformaciones socioculturales desde los comienzos de la ocupación efectiva de
su territorio por parte del hombre blanco hacia fines del siglo XVII, las cuales
involucran varios aspectos de su cosmovisión, religión y organización sociopolítica
ancestrales, entre otros 1 . A pesar de esto, afortunadamente los wichís han sabido
conservar con relativa vitalidad su idioma, el wichi-lhamtes (“las palabras de la
gente”), lengua de tradición ágrafa y con distintas variedades o dialectos regionales
(Censabella 1999; Terraza 2009) 2 .

1
Queda fuera del alcance de este trabajo mencionar los numerosos cambios socioculturales
que ocurrieron en el seno de la cultura wichí. Para conocer más sobre ellos se sugiere consultar, por
ejemplo, las obras de Alvarsson (1988), Arenas (2003), García (2005), Martínez Sarasola (2005),
Palmer (2005) y Trinchero (2000).
2
El alfabeto que se utiliza a lo largo de esta tesis resulta similar al utilizado en la traducción al
wichí de la Biblia (SBA 2002), obra de gran difusión en la zona de estudio y muy conocida y usada

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Consideraciones metodológicas

Los datos, materiales y resultados de este trabajo se obtuvieron en el marco de


una investigación más amplia dedicada a conocer la etnobotánica wichí del bosque
chaqueño (Suárez 2010a). Durante la misma, se empleó una metodología clásica en
etnobotánica, trabajando tanto en el campo como en el gabinete (cf. Martin 1995). A
lo largo de toda la investigación se consultó la bibliografía pertinente. La mayor parte
de la información se obtuvo en el campo mediante entrevistas abiertas y
semiestructuradas y observación participante. Se realizaron recorridos por los
bosques en compañía de las personas entrevistadas, durante los cuales se observó
in situ las plantas, se anotó sus nombres y se recolectó material de referencia. Este
último fue posteriormente identificado en el laboratorio según las pautas de la ciencia
académica occidental e incorporado en herbarios del país para su conservación 3 .

El léxico etnobotánico en el que se basa este trabajo está conformado


básicamente por fitónimos 4 , es decir, los nombres de las plantas y hongos
estudiados, y por términos con los que se nombra o etiqueta a ciertas agrupaciones
conceptuales de especies vegetales. Todos ellos fueron analizados lingüística y
semánticamente haciendo uso del corpus de datos etnobotánicos obtenidos durante
la investigación. Los pormenores de dichos análisis, así como los listados completos

por los wichís. Está basado en las propuestas de Buliubasich et al. (2004), Lunt (1999), Montani
(2007) y Terraza (2009), aunque fue adaptado a esta obra en base a observaciones y experiencias
personales: a, ä, e, ë, i, o, u, ch, ch’, h, hm, hn, j, jw, k, k’, kw, ky, l, lh, m, n, p, p’, s, t, t’, ts, ts’, w,
y. La vocal ë es el fonema que equivale a [ə] del Alfabeto Fonético Internacional (véase Palmer 2005:
227 para más detalles).
3
Las plantas se depositaron en el Museo de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”
(Ciudad de Buenos Aires), en el Instituto de Botánica “Darwinion” (San Isidro, Buenos Aires), y en el
Instituto de Botánica del Nordeste (Corrientes). Los hongos se conservan en la micoteca del Instituto
Multidisciplinario de Biología Vegetal de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional
de Córdoba (Córdoba).
4
Se registró y estudió un total de 214 fitónimos correspondientes a 183 especies de plantas y
35 hongos.

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y los detalles de los nombres estudiados pueden consultarse en Suárez (2010a,
2010b, inédito).

Los nombres expresan y simbolizan vínculos entre las plantas y otros seres y
ámbitos del mundo wichí

En ciertos casos, los nombres de las plantas, ya sea directa o indirectamente,


indican un vínculo entre la especie en cuestión y otros seres o espacios del mundo.
Un claro ejemplo de esto son los nombres que aluden al mundo animal. Algunos de
ellos destacan la semejanza (morfológica u organoléptica) de la planta o parte de la
planta con alguna parte o característica de un animal, como tsuna-la’aj-lhiyu,
“lengua de la corzuela”, con el que se designa a la enredadera Amphilophium
cynanchoides (Bignoniaceae). Su fruto se asemeja por su forma y textura rugosa a la
lengua del animal. Lo mismo sucede con el nombre k’atukwetaj-cholhtsaj,
“sonajero de la víbora cascabel”, que se aplica a Caesalpinia stuckertii (Fabaceae).
El ruido que hacen sus frutos al moverse es similar al del cascabel de la víbora
cascabel. Otros fitónimos resaltan el rol de la planta (o parte de ella) como alimento
(real o simbólico) de algún animal: ej. inote-lhok, “comida de conejo”, con el que se
designa a la hierba Commelina erecta (Commelinaceae); alhuta.lhok, “comida de
yacaré”, y alhutaj-(a)-jwalawukw, “doca del yacaré”, ambos usados para nombrar a
la planta Funastrum clausum (Apocynaceae), que crece en terrenos anegadizos y
cuyo fruto se asemeja a la “doca” (jwalawukw, Morrenia odorata, Apocynaceae),
alimento muy preciado por los wichís; o wanlhoj-tihmay, “alimento de suri”, así
llamada la enredadera Passiflora mooreana porque el animal se alimenta de sus
frutos. Existen también aquellos fitónimos que remarcan otros vínculos entre los
animales y la planta. Así, tulu-yilek, “toro moribundo”, indica que las plantas así
llamadas son tóxicas para el animal (Xanthium spinosum var. spinosum, Asteraceae,
y Cestrum parqui, Solanaceae); amlhoj-lhawayuk, “hamaca de víbora” (Senna
chloroclada, Fabaceae, y una especie de Solanaceae), advierte que en esas plantas
suelen enredarse o posarse las víboras, lo cual recuerda a la gente que tenga
cuidado cuando pasa cerca de ellas; y seloj-mäwet, “dormidero de oso hormiguero”,

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remarca que sobre el entretejido que conforma la enredadera Funastrum gracile
(Apocynaceae) suelen reposar los osos.

De manera similar a lo que ocurre con los fitónimos que aluden a un vínculo
planta-animal, otros nombres reflejan la existencia de cierta relación entre una
especie vegetal y el mundo espiritual. ahot-let, “pintura de demonio”, es uno de los
nombres aplicados a varias especies de hongos polvera (Calvatia sp., Vascellum sp.,
Lycoperdon sp.) y se debe a que los demonios (ahot) utilizan la gleba (polvo que
conforma la parte interna del hongo) para hacerse pinturas faciales. Asimismo, uno
de los nombres del arbolito Capparicordis tweediana (Capparaceae) es ahot-tsuk,
“añapa de demonio”, porque consideran que por las noches los ahot se dedican a
chupar sus frutos. Jwistes-k’os, “cultivo de Dedos Largos”, es usado por algunas
personas para designar a varias especies del género Tillandsia (Bromeliaceae),
plantas epífitas conocidas vulgarmente en otras zonas del país como “claveles del
aire”. Se las llama así porque es este espíritu, Jwistes o “Dedos Largos”, quien las
siembra por todo el bosque y vigila que la gente no las recoja y juegue con ellas.

Los nexos que los wichís encuentran entre las plantas y los humanos también
quedan expresados en los fitónimos. De esta forma, algunos nombres remiten a la
similitud morfológica de alguna parte de la planta con alguna parte de los humanos
(o de una persona específica). Es el caso de halo-yote, “oreja de palo”, aplicado a
una gran variedad de hongos xilícolas que crecen en estante sobre los tallos leñosos
y que se debe a la semejanza entre la morfología de los hongos (usualmente
semicircular vista desde arriba y en ocasiones con la superficie bandeada) y la de las
orejas. Otros fitónimos aluden a la utilidad práctica de la especie para la gente, como
woyis-chya, “remedio para la sangre”, aplicado a Selaginella sp. (Selaginellaceae),
la cual se usa para detener las hermorragias mestruales (consideradas una
enfermedad por los wichís), o iwos-chya, “remedio para los gusanos”, usado por
algunos para nombrar a Pectis odorata (Asteraceae), por su utilidad en veterinaria
para curar las miasis.

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La pérdida de conocimientos etnobotánicos se percibe a través del léxico
asociado

Es frecuente que la gente consultada desconozca los motivos del nombre de


una planta, aún cuando éste remite explícitamente a un uso práctico o a un vínculo
particular entre un animal o espíritu y la especie vegetal en cuestión. En principio
esto no necesariamente significa que haya erosión de conocimientos, sino que
sencillamente con el paso del tiempo se fue dejando atrás el motivo primero del
fitónimo al punto que hoy ha quedado sin sentido. Sin embargo, varios son los
indicios que señalan que en muchos casos no se recuerdan o conocen los nombres
o los motivos del mismo debido a una pérdida de saberes sobre la vegetación
circundante. Para empezar, los propios wichís suelen reiterar en sus discursos que a
veces están seguros que una planta determinada tiene un fitónimo wichí específico,
pero que no lo recuerdan por no haber prestado atención a sus padres o abuelos y
por no darle importancia a esos conocimientos en la actualidad. Esto ocurrió con
frecuencia durante la investigación, en especial con los adultos jóvenes. Los
ancianos, aún con su memoria algo desdibujada, son quienes más nombres
vernáculos conocen y recuerdan.

De manera similar, también están aquellos que conocen el nombre de una


planta y están seguros de que posee un uso práctico específico o cumple algún otro
papel en la cultura, pero no recuerdan estos últimos. A modo de ejemplo se puede
citar el caso de halo-choti (Maclura tinctoria ssp. mora, Moraceae), árbol conocido
en la zona como “mora” o “palo mora”. Halo-choti es un fitónimo que remite a una
relación de parentesco, significa “palo abuelo”, pero el motivo por el cual se lo llama
así es desconocido para las personas consultadas.

En esta línea, es frecuente que cuando no se recuerda el nombre específico de


la planta en cuestión se la nombre con uno genérico, es decir, con el nombre
correspondiente a una categoría clasificatoria más amplia que la engloba. Un
ejemplo de esto es lo que ocurre con las plantas mágicas o “gualichos”, las cuales
tenían en el pasado un rol fundamental en la sociedad wichí (Barúa 1992). Hoy su
uso y funciones han perdido peso considerablemente y por este motivo mucha gente

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no conoce o duda sobre el nombre particular de cada una. Así, en lugar de
designarlas con sus nombres específicos (ej. kahumnatses, tintsetaj, wumtsetaj,
ontichyusnayaj le-chya = el remedio para mi pensamiento), utilizan el fitónimo
Samukw 5 que es una etiqueta clasificatoria que incluye a un grupo particular de
plantas mágicas relacionadas con el enamoramiento (muchas de las cuales poseen
además nombres propios como los arriba mencionados).

Un resultado interesante en relación con esto es que son los nombres de las
especies herbáceas los que con más frecuencia se olvidan. Por esta misma razón,
un gran número de hierbas suelen ser designadas con el nombre de la categoría
clasificatoria en la que se incluyen. Uno de los casos más notables es el de la
etiqueta halo-watsan (“palo verde”). Este vocablo se usa para referirse a cualquier
planta frondosa, ya sea herbácea o un arbusto bajo. Su traducción aproximada sería
“yuyo”.

La importancia cultural de las especies se entrevé en sus nombres

Las plantas de gran importancia en el seno de la cultura wichí suelen tener un


solo nombre 6 o bien al menos uno de sus nombres es de amplia difusión en la zona
y conocido por la mayoría de la gente. Abundan estos casos, por lo que sólo se
mencionan unos pocos, a modo de ilustración: el “algarrobo blanco”, jwa’ayukw
(Prosopis alba, Fabaceae); la “doca”, jwalawukw (Morrenia odorata, Apocynaceae);
el “quebracho colorado”, chyeslhyuk (Schinopsis lorentzii, Anacardiaceae); el
“quebracho blanco”, isteni (Aspidosperma quebracho blanco, Apocynaceae); el
“chagua”, kyistaj (Bromelia hieronymi, Bromeliaceae); la liana juyelaj, (Odontocarya
asarifolia, Menispermaceae), el “ají del monte”, pohnon (Capsicum chacoënse,
Solanaceae); la “papa del monte”, hem (Ipomoea lilloana, Convolvulaceae); el
“yacón”, iletsaj (Jacaratia corumbensis, Caricaceae), entre tantos otros. Hay que

5
Samukw es también el nombre de un espíritu estrechamente vinculado con estas plantas.
6
Descartando las variaciones de un mismo nombre (morfológicas, fonéticas y fonológicas)
cuyo registro se debe principalmente a los distintos dialectos que conviven en la zona de estudio.

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señalar que estas especies son elementos florísticos muy caracterizados en la
región y por ende ampliamente reconocidos.

Es interesante notar también que la gran mayoría de las plantas que poseen
nombres lingüísticamente simples y que son monosémicos (no pueden reducirse
semánticamente, es decir, no tienen otro significado más que ser el nombre de la
planta) son importantes culturalmente.

Otro signo de plantas que poseen cierta relevancia para la gente son aquellas
en base a las cuales se nombra a otras plantas, es decir, aquellas que se toman
como planta prototipo y a partir de ella y de su nombre se designa a otras especies
que se le asemejan. Son dos los tipos de fitónimos que se forman a partir de una
especie prototipo: los que tienen la forma “anomalía de X”, donde X es la planta
prototipo, y los que se forman con X + un sufijo de tamaño. Ejemplos de los primeros
son chinuk-tas, “anomalía del duraznillo (chinuk, Ruprechtia triflora,
Polygonaceae)”, con el que se designa al “duraznillo de agua” (Coccoloba
spinescens, Polygonaceae); o isteni-tas, “anomalía de quebracho blanco (isteni,
Aspidosperma quebracho blanco, Apocynaceae)”, con el que se nombra a
Aspidosperma triteratum, arbolito muy parecido al “quebracho blanco”, de menores
dimensiones. Un ejemplo de los segundos es latsataj, correspondiente al cactus
Opuntia elata var. cardiosperma, cuyo nombre se forma con el fitónimo latsaj,
correspondiente al cactus “kiskaloro” (Opuntia sulphurea), + el sufijo aumentativo –
taj. El nombre latsataj se traduce así como “kiskaloro grande”. En ambos casos la
planta usada como prototipo es importante en la cultura wichí.

Los cambios ambientales quedan grabados en la nomenclatura etnobotánica

Las drásticas transformaciones ambientales acontecidas en la zona de estudio


no pasan desapercibidas en el léxico etnobotánico. La extinción o disminución de
especies nativas, por ejemplo, es una de ellas. El ejemplo más destacado es el de
los pastos (gramíneas y ciperáceas), que como se anticipó en la introducción, han
prácticamente desaparecido de la zona de estudio. Pocas son las personas que

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recuerdan o conocen fitónimos específicos de pastos, en general son ancianos o
adultos mayores que las conocieron en su infancia o juventud. Los más jóvenes
suelen desconocer los fitónimos y cuando se les pregunta por el nombre de algún
pasto se limitan a decir que son hup o hep, que equivaldría al nombre o etiqueta de
la categoría clasificatoria específica de los wichís que engloba a los pastos y algunas
hierbas pequeñas, una designación que se asemeja así a la idea de grama o césped
en español.

De manera similar, y en relación con la pérdida de saberes sobre las plantas y


la importancia de las especies (véanse los apartados anteriores), el estudio
minucioso de los fitónimos permite advertir en ocasiones la desaparición de una
especie y/o de su importancia cultural. Asimismo se puede observar la relevancia
que adquieren plantas exóticas introducidas. Un caso muy notorio entre los wichís es
el de las plantas que llevan los nombres kitseni y kitseni-tas 7 . Este último puede
traducirse como “kitseni grandes” 8 . Ahora bien, la mayoría de las personas
entrevistadas usan el nombre kitseni para referirse a especies del género Aloe
(Liliaceae), todas ellas introducidas en la región. Estas plantas son actualmente muy
importantes para los wichís, básicamente por sus propiedades medicinales, aunque
también por sus cualidades ornamentales. Esta gente sostiene que no existe otra
planta con el mismo nombre en el bosque chaqueño. Sin embargo, unas pocas
personas (ancianos y adultos “montaraces”) sostienen que kitseni es el nombre de
una pequeña Bromeliaceae, Dyckia ferox, prácticamente indistinguible de la
“chaguarilla” (Bromelia urbaniana = Deinacanthon urbanianun) en su estado
vegetativo (es decir, cuando no tiene flores ni frutos) y es muy difícil de hallar, al
menos hoy en día, en la zona de estudio. Estas personas reservan el fitónimo
kitseni para Dyckia y llaman a los Aloe kitseni-tas, utilizando a Dyckia como
prototipo y señalando además a través del nombre que los Aloe se asemejan a

7
Este caso fue advertido, trabajado y analizado en detalle en el marco de un estudio previo
que trató sobre los conocimientos de los wichís sobre las Bromeliaceae del bosque (Suárez y Montani
2010).
8
–tas es aquí el plural del sufijo aumentativo –taj.

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Dyckia (en particular por la forma arrosetada de las plantas enteras, la forma de la
inflorescencia y a veces por el color de las flores). ¿Por qué la mayoría de las
personas desconoce entonces la existencia de Dyckia y llaman kitseni a los Aloe?
Dyckia ferox escasea en la zona hoy en día, mientras que los Aloe se cultivan en las
casas como ornamentales y por sus propiedades medicinales desde hace ya mucho
tiempo. Pero además y por sobre todo son los cambios en la importancia cultural de
las especies el motivo principal de estos cambios. Dyckia ferox era usada en el
pasado bastante remoto como alimento (se consumía su roseta basal), aplicación
que ha perdido vigencia hace ya mucho tiempo. Al desvanecerse la importancia
cultural de la planta nativa, el fitónimo habría quedado “vacío de significado” y quedó
así libre para nombrar con él a otra especie. La gente comenzó así a aplicarlo a los
Aloe, que además de parecerse morfológicamente a Dyckia fueron adquiriendo cada
vez más relevancia en el seno de la cultura wichí.

Los nombres pueden ser indicios de agrupaciones conceptuales de plantas y


hongos

Uno de los resultados más destacados del estudio del léxico etnobotánico es la
identificación una marca lingüística en un gran número de fitónimos de árboles,
arbustos, palmera arbórea, cactus arborescentes y/o arbustivos, lianas, subarbustos
terrestres y algunas hierbas. Se trata del sufijo –Vk o –Vkw, que está presente en 52
fitónimos correspondientes a 59 especies botánicas. Aunque de manera muy
escueta, el sufijo -Vk o -Vkw fue advertido y señalado por lingüistas y otros expertos
conocedores de la lengua wichí como derivador o identificador de árboles (Lunt
1999, Terraza 2009; Tovar 1981; Viñas Urquiza 1974). Sin embargo, los resultados
de esta investigación sugieren que más que un identificador de árboles tendría la
función de marcar la cualidad de leñosa de la planta nombrada (Suárez 2010a,
2010b, inédito). Aproximadamente la mitad (48) de las especies leñosas estudiadas
(son 115 en total) tienen al menos un fitónimo con el identificador –Vk o –Vkw,
mientras que sólo 6 de las 103 especies no leñosas lo llevan. La idea del sufijo como
identificador de leñosas se refuerza con el hecho de que otros autores han

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encontrado patrones similares en otras lenguas chaquenses: el maká, el chorote, el
mocoví, el toba (cf. Martinez y Cúneo 2009; Messineo 2009; Messineo y Cúneo
2007; Rosso 2010; Scarpa 2007).
Los fitónimos que se forman a partir de una planta prototipo, tal como se
explicó en el apartado anterior sobre la importancia cultural de las especies, también
son un indicio de la probable existencia de cierta agrupación conceptual entre las
plantas involucradas.
En esta línea, se identificaron también algunas etiquetas etnoclasificatorias que
engloban varias especies pero entre las cuales una de ellas se destaca y cuyo
nombre propio es el mismo que la etiqueta en la que se incluye. En otras palabras,
dicha planta sería un prototipo a partir del cual se nombran y agrupan todas las que
se asemejan o vinculan de alguna forma con ella. Es el caso de ithan-lhiley. El
prototipo es la “pasacana” o ithan-lhile (Harrisia bonplandii y H. pomanensis, no
distinguidas por los wichís como dos entidades diferentes). A los demás cactus
estudiados se los agrupa bajo esta etiqueta, en particular por las espinas. Sin
embargo, todas tienen su nombre específico y sólo para referirse a ellos de manera
general se utiliza dicha etiqueta. Lo mismo sucede con la etiqueta tusk’al. El
prototipo es la liana Fridericia dichotoma (= Arrabidaea corallina, Bignoniaceae), pero
se aplica este nombre a cualquier otro bejuco cuando se habla de manera general
sobre las lianas.

El léxico etnobotánico refleja ciertas percepciones sobre los espacios y


elementos del entorno natural

El estudio detallado de los nombres asociados a la vegetación reveló la


existencia de un gran número y diversidad de términos que corresponden a etiquetas
clasificatorias del entorno vegetal. Entre ellas, muchas remiten a diferentes ámbitos
o espacios dentro del bosque. Gran parte de estos nombres se basan en la especie
vegetal dominante en esa porción de bosque (yemukwat o “talar”, chyelhyukwat o
“quebrachal”, jwichuk o “palmar”, tsamanchyat o “ancochal”, etc.), mientras otras
tantas se basan en diversas características del ambiente nombrado, desde el tipo y

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cualidades del suelo (arenoso, arcilloso, salino, etc.), las especies animales y/o
vegetales que allí viven o crecen, la altura del terreno y el anegamiento o no del
mismo en épocas de lluvia, hasta la presencia de seres espirituales determinados,
entre otros. Este hallazgo permitió advertir que el bosque no es concebido por los
wichís como un ámbito homogéneo, sino todo lo contrario, y que los diferentes
espacios del mismo se clasifican de acuerdo a distintas variables y características.

Las etiquetas etnoclasificatorias registradas que agrupan distintas plantas y


hongos se basan también en variadas características de las especies. Estas incluyen
similitudes morfológicas (el caso ya descripto de ithan-lhiley, por ejemplo), pero
también se fundamentan en otras cualidades de las especies. Por ejemplo, algunas
etiquetas engloban especies que tienen en común el hábito terrestre, como uhnat-
lhawu (“flor de tierra”), con la que se designa a los hongos polvera y a los hongos de
sombrero estudiados. Otras plantas se incluyen bajo una etiqueta específica porque
comparten propiedades semejantes y/o un vínculo particular con espíritus, como es
Samukw, que engloba varias plantas mágicas relacionadas con el enamoramiento y
que se relacionan por este motivo con el espíritu homónimo que las vigila y
establece las normas adecuadas de uso por parte de los wichís.

Conclusiones y consideraciones finales

A través de una secuencia de ejemplos provenientes de un caso etnográfico


particular, el de los indígenas wichís del Chaco semiárido salteño, se mostró la
utilidad del examen minucioso del léxico vernáculo asociado a la vegetación para
estudios etnobotánicos, cuyo fin último es siempre conocer y comprender cómo un
grupo humano se relaciona, piensa, percibe, concibe, utiliza y clasifica a su entorno
natural y los elementos que lo conforman.
Como pudo verse a lo largo del trabajo, en la nomenclatura quedan
plasmados hechos, saberes y vínculos, actuales o pasados, por lo cual puede ser un
buen vehículo para acceder al menos a parte del mundo cognoscitivo del grupo
humano de interés. Entre los wichís, el análisis del léxico permitió advertir, entre
otras cosas, algunos modos particulares de percibir y relacionarse con la vegetación

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de su hábitat. Así, mediante los nombres se vio que todos los espacios y seres que
conforman el mundo wichí (animales-humanos-vegetales-hongos-espíritus) están
íntimamente interconectados, relacionándose entre sí de maneras diversas. El
análisis de la terminología asociada a la naturaleza ayudó a advertir que el bosque,
lejos de ser una monotonía, es percibido como un ámbito sumamente heterogéneo
habitado por una diversidad de entidades tanto “naturales” como “sobrenaturales”
con quienes los wichís interactúan permanentemente. La heterogeneidad del bosque
queda evidenciada en las diversidad de etiquetas etnoclasificatorias registradas, así
como en los conocimientos específicos que muestran que no todos los espacios y
lugares del bosque son iguales. A más de esto, la variabilidad en los criterios
utilizados para clasificar e incluir una especie a una determinada categoría sugiere
que el mundo se concibe y por ende se ordena conceptualmente de una manera
muy diferente a como lo hace la ciencia moderna occidental. Entre las diferencias
más notables es quizás la indistinción o el continuum que existe entre lo “natural” y lo
“sobrenatural” o espiritual la más importante. En el léxico las relaciones continuas
entre la sociedad y el ambiente se reflejan especialmente en la estrecha vinculación
de ciertas plantas con algunos espíritus, así como en las etiquetas clasificatorias que
incluyen como criterio la presencia de algún ser metafísico para que un ámbito o
especie se incluya en ella.
Los nombres vernáculos también permitieron observar ciertos efectos de los
cambios ambientales y socioculturales que sucedieron en la región sobre los
saberes ancestrales de los wichís. La vitalidad de la lengua wichí, la tradición oral y
la persistencia de la vida familiar con rasgos y costumbres tradicionales permiten
que, a pesar de los cambios acontecidos, el léxico y muchos saberes etnobotánicos
todavía persistan. Sin embargo, se observa que conforme los wichís se incorporan a
las pautas de la vida urbana moderna, las nuevas generaciones pierden el uso y los
conocimientos acerca de las plantas nativas. Tal como se vio en el trabajo, muchas
especies han dejado de tener importancia en el seno de la cultura y con ello los
saberes asociados se desvanecieron o lo harán tarde o temprano. La pérdida del
léxico específico para nombrar a las especies de su entorno y el uso cada vez más

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frecuente de términos genéricos para referirse a ellas son también una clara muestra
de la erosión de conocimientos.
Si bien las transformaciones son intrínsecas y características de cualquier
sociedad humana, en el caso particular del Chaco Semiárido salteño y de sus
habitantes wichís el abandono de las actividades tradicionales de subsistencia y la
adopción de prácticas propias de la sociedad dominante inciden negativamente en
su relación con el hábitat. Esto representa una pérdida en el plano de la
conservación del patrimonio cultural y natural y un deterioro en la calidad de vida de
la gente. Teniendo esto en cuenta, el registro y análisis de la terminología
etnobotánica resulta crucial y urgente en particular si se trabaja con sociedades en la
misma situación que los wichís. Esto no sólo es necesario como tarea de rescate y
revalorización de conocimientos ancestrales sino también porque, tal como se
mostró a lo largo del trabajo, el análisis minucioso de las expresiones asociadas a la
naturaleza son sumamente útiles para comprender el papel de cada planta y del
conjunto de ellas en el contexto sociocultural bajo estudio. Siendo este el fin que
está detrás de toda investigación etnobotánica y cualquier otra enfocada en
comprender las interrelaciones entre una sociedad y su entorno, el examen profundo
y exhaustivo de la nomenclatura vernácula asociada a la vegetación debe estar
presente en cualquier estudio de esta índole.

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Anexo

Figura 1. Zona de estudio. A) La región del Gran Chaco en América del Sur; B) Mapa
de Argentina mostrando la localización del área detallada en C); C) Mapa detallado
de la zona de estudio y sus alrededores. El área sombreada corresponde a la
distribución actual aproximada de los wichís.

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