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Antropología Social
Grupo de Trabajo:
Título de la Trabajo:
X Congreso Argentino de Antropología Social – Facultad de Filosofía y Letras – UBA – Buenos Aires, Argentina 1
Introducción
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suelo desnudo con abundancia de cactáceas), han crecido en número y tamaño, en
especial en las cercanías de los puestos criollos y asentamientos indígenas (Adámoli
et al. 1972; Morello y Saravia Toledo 1959a).
En este escenario ambiental habitan los wichís con quienes se trabajó. Los
wichís como grupo étnico son un pueblo indígena originario del Gran Chaco.
Actualmente habitan en diversos asentamientos situados en el norte de Argentina y
en una pequeña franja en el sudeste de Bolivia (Figura 1). En el pasado se
organizaban en bandas nómades formada cada una de ellas por un conjunto de
familias que comparten su localización (Braunstein 1983). Subsistían entonces
fundamentalmente de la recolección, la caza y la pesca. Agregaban a ello los
productos provenientes de una agricultura estacional modesta del tipo “roza y
quema” y del comercio con otros grupos humanos. En el presente sus actividades
tradicionales de subsistencia se complementan con otras propias del sistema de
producción capitalista (son peones en estancias o fincas, carpinteros, artesanos,
trabajadores temporales en la cosecha de porotos, algodón, caña de azúcar,
empleados municipales, entre otros), las que con frecuencia relegan a las primeras a
un segundo plano. Además de estos cambios relacionados con los modos de
subsistencia, en el seno de la cultura wichí se sucedieron varias otras
transformaciones socioculturales desde los comienzos de la ocupación efectiva de
su territorio por parte del hombre blanco hacia fines del siglo XVII, las cuales
involucran varios aspectos de su cosmovisión, religión y organización sociopolítica
ancestrales, entre otros 1 . A pesar de esto, afortunadamente los wichís han sabido
conservar con relativa vitalidad su idioma, el wichi-lhamtes (“las palabras de la
gente”), lengua de tradición ágrafa y con distintas variedades o dialectos regionales
(Censabella 1999; Terraza 2009) 2 .
1
Queda fuera del alcance de este trabajo mencionar los numerosos cambios socioculturales
que ocurrieron en el seno de la cultura wichí. Para conocer más sobre ellos se sugiere consultar, por
ejemplo, las obras de Alvarsson (1988), Arenas (2003), García (2005), Martínez Sarasola (2005),
Palmer (2005) y Trinchero (2000).
2
El alfabeto que se utiliza a lo largo de esta tesis resulta similar al utilizado en la traducción al
wichí de la Biblia (SBA 2002), obra de gran difusión en la zona de estudio y muy conocida y usada
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Consideraciones metodológicas
por los wichís. Está basado en las propuestas de Buliubasich et al. (2004), Lunt (1999), Montani
(2007) y Terraza (2009), aunque fue adaptado a esta obra en base a observaciones y experiencias
personales: a, ä, e, ë, i, o, u, ch, ch’, h, hm, hn, j, jw, k, k’, kw, ky, l, lh, m, n, p, p’, s, t, t’, ts, ts’, w,
y. La vocal ë es el fonema que equivale a [ə] del Alfabeto Fonético Internacional (véase Palmer 2005:
227 para más detalles).
3
Las plantas se depositaron en el Museo de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”
(Ciudad de Buenos Aires), en el Instituto de Botánica “Darwinion” (San Isidro, Buenos Aires), y en el
Instituto de Botánica del Nordeste (Corrientes). Los hongos se conservan en la micoteca del Instituto
Multidisciplinario de Biología Vegetal de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional
de Córdoba (Córdoba).
4
Se registró y estudió un total de 214 fitónimos correspondientes a 183 especies de plantas y
35 hongos.
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y los detalles de los nombres estudiados pueden consultarse en Suárez (2010a,
2010b, inédito).
Los nombres expresan y simbolizan vínculos entre las plantas y otros seres y
ámbitos del mundo wichí
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remarca que sobre el entretejido que conforma la enredadera Funastrum gracile
(Apocynaceae) suelen reposar los osos.
De manera similar a lo que ocurre con los fitónimos que aluden a un vínculo
planta-animal, otros nombres reflejan la existencia de cierta relación entre una
especie vegetal y el mundo espiritual. ahot-let, “pintura de demonio”, es uno de los
nombres aplicados a varias especies de hongos polvera (Calvatia sp., Vascellum sp.,
Lycoperdon sp.) y se debe a que los demonios (ahot) utilizan la gleba (polvo que
conforma la parte interna del hongo) para hacerse pinturas faciales. Asimismo, uno
de los nombres del arbolito Capparicordis tweediana (Capparaceae) es ahot-tsuk,
“añapa de demonio”, porque consideran que por las noches los ahot se dedican a
chupar sus frutos. Jwistes-k’os, “cultivo de Dedos Largos”, es usado por algunas
personas para designar a varias especies del género Tillandsia (Bromeliaceae),
plantas epífitas conocidas vulgarmente en otras zonas del país como “claveles del
aire”. Se las llama así porque es este espíritu, Jwistes o “Dedos Largos”, quien las
siembra por todo el bosque y vigila que la gente no las recoja y juegue con ellas.
Los nexos que los wichís encuentran entre las plantas y los humanos también
quedan expresados en los fitónimos. De esta forma, algunos nombres remiten a la
similitud morfológica de alguna parte de la planta con alguna parte de los humanos
(o de una persona específica). Es el caso de halo-yote, “oreja de palo”, aplicado a
una gran variedad de hongos xilícolas que crecen en estante sobre los tallos leñosos
y que se debe a la semejanza entre la morfología de los hongos (usualmente
semicircular vista desde arriba y en ocasiones con la superficie bandeada) y la de las
orejas. Otros fitónimos aluden a la utilidad práctica de la especie para la gente, como
woyis-chya, “remedio para la sangre”, aplicado a Selaginella sp. (Selaginellaceae),
la cual se usa para detener las hermorragias mestruales (consideradas una
enfermedad por los wichís), o iwos-chya, “remedio para los gusanos”, usado por
algunos para nombrar a Pectis odorata (Asteraceae), por su utilidad en veterinaria
para curar las miasis.
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La pérdida de conocimientos etnobotánicos se percibe a través del léxico
asociado
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no conoce o duda sobre el nombre particular de cada una. Así, en lugar de
designarlas con sus nombres específicos (ej. kahumnatses, tintsetaj, wumtsetaj,
ontichyusnayaj le-chya = el remedio para mi pensamiento), utilizan el fitónimo
Samukw 5 que es una etiqueta clasificatoria que incluye a un grupo particular de
plantas mágicas relacionadas con el enamoramiento (muchas de las cuales poseen
además nombres propios como los arriba mencionados).
Un resultado interesante en relación con esto es que son los nombres de las
especies herbáceas los que con más frecuencia se olvidan. Por esta misma razón,
un gran número de hierbas suelen ser designadas con el nombre de la categoría
clasificatoria en la que se incluyen. Uno de los casos más notables es el de la
etiqueta halo-watsan (“palo verde”). Este vocablo se usa para referirse a cualquier
planta frondosa, ya sea herbácea o un arbusto bajo. Su traducción aproximada sería
“yuyo”.
5
Samukw es también el nombre de un espíritu estrechamente vinculado con estas plantas.
6
Descartando las variaciones de un mismo nombre (morfológicas, fonéticas y fonológicas)
cuyo registro se debe principalmente a los distintos dialectos que conviven en la zona de estudio.
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señalar que estas especies son elementos florísticos muy caracterizados en la
región y por ende ampliamente reconocidos.
Es interesante notar también que la gran mayoría de las plantas que poseen
nombres lingüísticamente simples y que son monosémicos (no pueden reducirse
semánticamente, es decir, no tienen otro significado más que ser el nombre de la
planta) son importantes culturalmente.
Otro signo de plantas que poseen cierta relevancia para la gente son aquellas
en base a las cuales se nombra a otras plantas, es decir, aquellas que se toman
como planta prototipo y a partir de ella y de su nombre se designa a otras especies
que se le asemejan. Son dos los tipos de fitónimos que se forman a partir de una
especie prototipo: los que tienen la forma “anomalía de X”, donde X es la planta
prototipo, y los que se forman con X + un sufijo de tamaño. Ejemplos de los primeros
son chinuk-tas, “anomalía del duraznillo (chinuk, Ruprechtia triflora,
Polygonaceae)”, con el que se designa al “duraznillo de agua” (Coccoloba
spinescens, Polygonaceae); o isteni-tas, “anomalía de quebracho blanco (isteni,
Aspidosperma quebracho blanco, Apocynaceae)”, con el que se nombra a
Aspidosperma triteratum, arbolito muy parecido al “quebracho blanco”, de menores
dimensiones. Un ejemplo de los segundos es latsataj, correspondiente al cactus
Opuntia elata var. cardiosperma, cuyo nombre se forma con el fitónimo latsaj,
correspondiente al cactus “kiskaloro” (Opuntia sulphurea), + el sufijo aumentativo –
taj. El nombre latsataj se traduce así como “kiskaloro grande”. En ambos casos la
planta usada como prototipo es importante en la cultura wichí.
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recuerdan o conocen fitónimos específicos de pastos, en general son ancianos o
adultos mayores que las conocieron en su infancia o juventud. Los más jóvenes
suelen desconocer los fitónimos y cuando se les pregunta por el nombre de algún
pasto se limitan a decir que son hup o hep, que equivaldría al nombre o etiqueta de
la categoría clasificatoria específica de los wichís que engloba a los pastos y algunas
hierbas pequeñas, una designación que se asemeja así a la idea de grama o césped
en español.
7
Este caso fue advertido, trabajado y analizado en detalle en el marco de un estudio previo
que trató sobre los conocimientos de los wichís sobre las Bromeliaceae del bosque (Suárez y Montani
2010).
8
–tas es aquí el plural del sufijo aumentativo –taj.
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Dyckia (en particular por la forma arrosetada de las plantas enteras, la forma de la
inflorescencia y a veces por el color de las flores). ¿Por qué la mayoría de las
personas desconoce entonces la existencia de Dyckia y llaman kitseni a los Aloe?
Dyckia ferox escasea en la zona hoy en día, mientras que los Aloe se cultivan en las
casas como ornamentales y por sus propiedades medicinales desde hace ya mucho
tiempo. Pero además y por sobre todo son los cambios en la importancia cultural de
las especies el motivo principal de estos cambios. Dyckia ferox era usada en el
pasado bastante remoto como alimento (se consumía su roseta basal), aplicación
que ha perdido vigencia hace ya mucho tiempo. Al desvanecerse la importancia
cultural de la planta nativa, el fitónimo habría quedado “vacío de significado” y quedó
así libre para nombrar con él a otra especie. La gente comenzó así a aplicarlo a los
Aloe, que además de parecerse morfológicamente a Dyckia fueron adquiriendo cada
vez más relevancia en el seno de la cultura wichí.
Uno de los resultados más destacados del estudio del léxico etnobotánico es la
identificación una marca lingüística en un gran número de fitónimos de árboles,
arbustos, palmera arbórea, cactus arborescentes y/o arbustivos, lianas, subarbustos
terrestres y algunas hierbas. Se trata del sufijo –Vk o –Vkw, que está presente en 52
fitónimos correspondientes a 59 especies botánicas. Aunque de manera muy
escueta, el sufijo -Vk o -Vkw fue advertido y señalado por lingüistas y otros expertos
conocedores de la lengua wichí como derivador o identificador de árboles (Lunt
1999, Terraza 2009; Tovar 1981; Viñas Urquiza 1974). Sin embargo, los resultados
de esta investigación sugieren que más que un identificador de árboles tendría la
función de marcar la cualidad de leñosa de la planta nombrada (Suárez 2010a,
2010b, inédito). Aproximadamente la mitad (48) de las especies leñosas estudiadas
(son 115 en total) tienen al menos un fitónimo con el identificador –Vk o –Vkw,
mientras que sólo 6 de las 103 especies no leñosas lo llevan. La idea del sufijo como
identificador de leñosas se refuerza con el hecho de que otros autores han
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encontrado patrones similares en otras lenguas chaquenses: el maká, el chorote, el
mocoví, el toba (cf. Martinez y Cúneo 2009; Messineo 2009; Messineo y Cúneo
2007; Rosso 2010; Scarpa 2007).
Los fitónimos que se forman a partir de una planta prototipo, tal como se
explicó en el apartado anterior sobre la importancia cultural de las especies, también
son un indicio de la probable existencia de cierta agrupación conceptual entre las
plantas involucradas.
En esta línea, se identificaron también algunas etiquetas etnoclasificatorias que
engloban varias especies pero entre las cuales una de ellas se destaca y cuyo
nombre propio es el mismo que la etiqueta en la que se incluye. En otras palabras,
dicha planta sería un prototipo a partir del cual se nombran y agrupan todas las que
se asemejan o vinculan de alguna forma con ella. Es el caso de ithan-lhiley. El
prototipo es la “pasacana” o ithan-lhile (Harrisia bonplandii y H. pomanensis, no
distinguidas por los wichís como dos entidades diferentes). A los demás cactus
estudiados se los agrupa bajo esta etiqueta, en particular por las espinas. Sin
embargo, todas tienen su nombre específico y sólo para referirse a ellos de manera
general se utiliza dicha etiqueta. Lo mismo sucede con la etiqueta tusk’al. El
prototipo es la liana Fridericia dichotoma (= Arrabidaea corallina, Bignoniaceae), pero
se aplica este nombre a cualquier otro bejuco cuando se habla de manera general
sobre las lianas.
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cualidades del suelo (arenoso, arcilloso, salino, etc.), las especies animales y/o
vegetales que allí viven o crecen, la altura del terreno y el anegamiento o no del
mismo en épocas de lluvia, hasta la presencia de seres espirituales determinados,
entre otros. Este hallazgo permitió advertir que el bosque no es concebido por los
wichís como un ámbito homogéneo, sino todo lo contrario, y que los diferentes
espacios del mismo se clasifican de acuerdo a distintas variables y características.
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de su hábitat. Así, mediante los nombres se vio que todos los espacios y seres que
conforman el mundo wichí (animales-humanos-vegetales-hongos-espíritus) están
íntimamente interconectados, relacionándose entre sí de maneras diversas. El
análisis de la terminología asociada a la naturaleza ayudó a advertir que el bosque,
lejos de ser una monotonía, es percibido como un ámbito sumamente heterogéneo
habitado por una diversidad de entidades tanto “naturales” como “sobrenaturales”
con quienes los wichís interactúan permanentemente. La heterogeneidad del bosque
queda evidenciada en las diversidad de etiquetas etnoclasificatorias registradas, así
como en los conocimientos específicos que muestran que no todos los espacios y
lugares del bosque son iguales. A más de esto, la variabilidad en los criterios
utilizados para clasificar e incluir una especie a una determinada categoría sugiere
que el mundo se concibe y por ende se ordena conceptualmente de una manera
muy diferente a como lo hace la ciencia moderna occidental. Entre las diferencias
más notables es quizás la indistinción o el continuum que existe entre lo “natural” y lo
“sobrenatural” o espiritual la más importante. En el léxico las relaciones continuas
entre la sociedad y el ambiente se reflejan especialmente en la estrecha vinculación
de ciertas plantas con algunos espíritus, así como en las etiquetas clasificatorias que
incluyen como criterio la presencia de algún ser metafísico para que un ámbito o
especie se incluya en ella.
Los nombres vernáculos también permitieron observar ciertos efectos de los
cambios ambientales y socioculturales que sucedieron en la región sobre los
saberes ancestrales de los wichís. La vitalidad de la lengua wichí, la tradición oral y
la persistencia de la vida familiar con rasgos y costumbres tradicionales permiten
que, a pesar de los cambios acontecidos, el léxico y muchos saberes etnobotánicos
todavía persistan. Sin embargo, se observa que conforme los wichís se incorporan a
las pautas de la vida urbana moderna, las nuevas generaciones pierden el uso y los
conocimientos acerca de las plantas nativas. Tal como se vio en el trabajo, muchas
especies han dejado de tener importancia en el seno de la cultura y con ello los
saberes asociados se desvanecieron o lo harán tarde o temprano. La pérdida del
léxico específico para nombrar a las especies de su entorno y el uso cada vez más
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frecuente de términos genéricos para referirse a ellas son también una clara muestra
de la erosión de conocimientos.
Si bien las transformaciones son intrínsecas y características de cualquier
sociedad humana, en el caso particular del Chaco Semiárido salteño y de sus
habitantes wichís el abandono de las actividades tradicionales de subsistencia y la
adopción de prácticas propias de la sociedad dominante inciden negativamente en
su relación con el hábitat. Esto representa una pérdida en el plano de la
conservación del patrimonio cultural y natural y un deterioro en la calidad de vida de
la gente. Teniendo esto en cuenta, el registro y análisis de la terminología
etnobotánica resulta crucial y urgente en particular si se trabaja con sociedades en la
misma situación que los wichís. Esto no sólo es necesario como tarea de rescate y
revalorización de conocimientos ancestrales sino también porque, tal como se
mostró a lo largo del trabajo, el análisis minucioso de las expresiones asociadas a la
naturaleza son sumamente útiles para comprender el papel de cada planta y del
conjunto de ellas en el contexto sociocultural bajo estudio. Siendo este el fin que
está detrás de toda investigación etnobotánica y cualquier otra enfocada en
comprender las interrelaciones entre una sociedad y su entorno, el examen profundo
y exhaustivo de la nomenclatura vernácula asociada a la vegetación debe estar
presente en cualquier estudio de esta índole.
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Anexo
Figura 1. Zona de estudio. A) La región del Gran Chaco en América del Sur; B) Mapa
de Argentina mostrando la localización del área detallada en C); C) Mapa detallado
de la zona de estudio y sus alrededores. El área sombreada corresponde a la
distribución actual aproximada de los wichís.
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