INFD – La problemática de la formación docente en música
2 tradiciones divergentes en la formación superior en música:
-La formación de músicos profesionales: habitualmente ligada a la formación de instrumentistas de orquesta se ha originado en términos de “licenciaturas” pero al mismo tiempo ha formado “profesores”. -La formación de educadores musicales. Ofrecido por la gran mayoría de las instituciones de formación superior, ha generado un corpus de conocimiento particular que no siempre ha provenido de la enseñanza destinada a músicos profesionales. El perfil profesional de sus egresados ha estado fuertemente vinculado con los niveles de la formación general o básica.
Estos dos perfiles han constituido un espacio heterogéneo, que responde a
matrices de enseñanza diferentes, que a su vez se fundan en concepciones de la música divergentes o contrastantes.
Se puede hablar de la música como conocimiento, ya que el arte, junto con la
ciencia o la filosofía, generan explicaciones del mundo, organizaciones discursivas que intentan dar sentido al universo de fenómenos que nos rodean.
En la medida en que reconozcamos a la música como un saber, estaremos
hablando de un conocimiento específico, de un lenguaje que puede ser enseñado y aprendido.
Diferentes posturas respecto a la interpretación, según las diferentes
definiciones de la “esencia” de la obra, que podría ser: 1- Las intenciones, más o menos manifiestas, del compositor. Esta postura, vinculada tanto al pensamiento romántico como al positivismo, propone valorizar las interpretaciones como “correctas” e “incorrectas”, cotejándolas a partir de absolutos estéticos universales. Lleva implícito el supuesto de que el intérprete es un “genio creador”, que puede conocer la voluntad verdadera de la obra, cuestión no susceptible de ser enseñada y aprendida. 2- La reproducción de la situación original en que fue creada la obra. 3- La capacidad para “escuchar” la sonoridad del entorno. Fuertemente asociada al ámbito de vanguardia musical de la última mitad del siglo XX, esta propuesta pretende que el intérprete aprecie estéticamente todo fenómeno sonoro, intencional o no. Vinculada a un pannaturalismo extremo, resulta en una a-socialización del fenómeno musical, buscando resignificar el entorno sonoro como discurso, contexto en el que no harían falta las obras musicales, los compositores ni los ejecutantes. Más allá de su apariencia transformadora, esconde en su seno el “oído inocente” y neutro del positivismo y la relación individualista y romántica del sujeto frente al universo, sin mediación social de ningún tipo. 4- Por último podemos mencionar una tendencia que no pretende ser el médium de las intenciones del compositor, ni tampoco reproducir o revivir una situación diferente a la actual. Esta posición, en sus múltiples tendencias, se reconoce como interpretativa en términos de proponer ejecuciones musicales que reciben la impronta de quien las realiza, con toda su carga subjetiva y hermenéutica, alejándose así de nociones románticas y positivistas. Vinculada a algunas propuestas musicales de vanguardia, la figura del ejecutante se funde con la del compositor.
La categoría de interpretación es central en la enseñanza de la música. Pero
justamente a partir de su jerarquización proponemos ampliar el concepto reconociendo que todo acto musical supone una interpretación del entorno, de los materiales disponibles, de las organizaciones simbólicas posibles de ese material, de las condiciones de producción que se requieren para llevar lo imaginado a la práctica y de los grados de adecuación de esa “imagen” con su realización in acto.
Entender el carácter metafórico de la música y las competencias interpretativas
de todos los sujetos que se relacionan con ella, puede aportar a la creación de un corpus de conocimiento a partir del cual se formen los docentes en el marco de una base común que permita articular los distintos perfiles profesionales en un plan estratégico coherente.