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Carlos García (Hamburg)

[carlos.garcia-hh@t-online.de]

Alfonso Reyes y Borges: algunas cuentas de un largo collar


[La versión original de este texto apareció en Otros diálogos de El Colegio de México 8, México,
julio-septiembre de 2019; URL: https://otrosdialogos.colmex.mx/reyes-y-borges-algunas-
cuentas-de-un-largo-collar, 1-VII-2019; aquí ligeramente corregida.]

A Rafael Olea Franco

Dije casi todo lo que hace un decenio sabía acerca de la amistad entre Reyes y
Borges en mi libro de 2010, que recoge y comenta la correspondencia entre
ambos (Discreta efusión). Desde entonces, apenas puedo reinterpretar, señalar
conexiones entre algunos datos, suministrar aquí y allá un detalle, compartir el
último descubrimiento. Escojo algunos momentos especialmente llamativos o
novedosos de esta relación, privilegiando aspectos que usualmente no se con-
sideran al hablar de ella.

Las primeras dos cartas (1923)

Como simbolizando todo lo que no sabemos y quizás no sepamos nunca, la que


debe haber sido la primera carta de la correspondencia entre ambos no parece
haberse conservado, o no ha sido dada a conocer aún. (Más abajo se verá que
hay que tener cuidado con esta clase de aseveraciones.)

Yo conjeturé la existencia de esa carta en base al envío que Borges hizo a Reyes
a mediados de julio de 1923, de su libro Fervor de Buenos Aires, desde Buenos
Aires, apenas salido de la imprenta, con esta dedicatoria: “a Alfonso Reyes,
hombre de docta perspicacia” (UANL, signatura: PQ7797/.B635/ F4 FAR). Quizás

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no sea ocioso recordar, en esta publicacon dedicada al gran mexicano, que el


primer poemario de Borges salió de la imprenta en la misma semana en que mu-
rió Pancho Villa.

Es de imaginar la zozobra del joven Borges ante la incertidumbre: ¿respondería


el autor mayor? Lo hizo. Y su carta trasunta no solo goce estético ante la poesía
del argentino, sino preconiza un aire sereno, casi goetheano: “ya hacía falta con-
certar la novedad con la sobriedad, descubriendo disciplina a la nueva respira-
ción del alma”. La estética de Reyes tiende a lo medido, a lo clásico; en sus líneas
se lee una crítica al Ultraísmo español del momento, del que Borges se apartaba
con su libro, pero también al Estridentismo mexicano (no extraña que don
Alfonso se sintiera más afín al grupo de Contemporáneos). Pero al cierre de la
carta, la emoción desborda a Reyes: “Me conmueve [...] esa ascendencia de
abuelos y bisabuelos soldados...”. Y luego agrega un suscinto y pudoroso “Yo
también...”, que deja heridas y recuerdos flotando en el aire (su padre había
muerto en un alzamiento).

Menos pudoroso, Borges utilizó pasajes de la carta de Reyes en un volante de


propaganda para su poemario.

Reyes y Borges en “Pombo” (¿1923-1924?)

Otra imprecisión ensombrece nuestro tema: No se sabe a ciencia cierta cuándo


se conocieron Reyes y Borges. Circulan diversas versiones al respecto.

La anécdota que Reyes relatará más tarde acerca de Borges y Ramón Gómez de
la Serna procede, verosímilmente, de comienzos de 1924, aunque no resulta
claro si es de su propia cosecha o de segunda mano (Anecdotario, 1968; OCAR
XXIII, 353):

¡Atiza!

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Esta palabreja es toda una veta de la psicología española: la psicología plebeya, se


entiende, la que considera con “escama” toda alta manifestación del espíritu, y corres-
ponde a la actitud de Guardia Civil que, según Ortega y Gasset, asumen ciertos espa-
ñoles ante la poesía lírica.

Jorge Luis Borges apareció por Madrid casi niño, grave y solemne. Lo llevaron a la
tertulia de Pombo.

—¿Y qué hace ahora el joven poeta argentino?— le preguntó el pontífice Ramón Gó-
mez de la Serna, y Borges con la mayor seriedad, entre la perplejidad muda de los con-
tertulios, dejó caer esta bomba de profundidad:

—Estoy traduciendo la Ilíada.

Ramón no pudo menos de exclamar:

—¡Atiza!

Durante la segunda estadía de Borges en Madrid, Reyes se encontraba, hasta


donde alcanzo a ver, fuera de la corte, con una muy breve excepción en el perio-
do marzo-abril de 1924. No es del todo imposible, pues, que sus caminos se cru-
zaran en esa ocasión. Podrían haberse visto, siquiera por una vez, precisamente
en la tertulia del café “Pombo”, regentada por Ramón. Un manuscrito de Reyes
parece corroborar esa hipótesis: en un proyecto de carta a Borges, el mexicano
anota (carta n° 32 en mi libro; el texto carece de fecha, pero es quizás de la se-
gunda mitad de la década del veinte): “Encuentro a Borges, afectado, en Pombo.
Presiento amistad.”

Borges, sin embargo, negará rotundamente, decenios más tarde haber conocido
a Reyes en “Pombo” o siquiera en España. La incógnita subsiste.

La marihuana, la mezcalina y el peyote (1928-1929)

En la aporía cuántica de Schrödinger, el gato encerrado en una caja está vivo y


muerto al mismo tiempo.

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El dejar las cosas vibrando en un impreciso umbral es mérito de artista. Que


Reyes lo era muestra su pericia al hablar del consumo de alucinógenos. ¿Probó
alguno de ellos? Hay indicios que permiten suponer que sí, pero ninguna prueba
suficiente, y él mismo lo niega en algún pasaje de su obra. Queda claro, sí, que
el tema le interesó sobremanera. Recojo algunas citas en que Reyes se ocupa de
él, como introducción a una anécdota relatada por Borges:

En 1935, Reyes ofrece “algunas simientes del misterioso péyotl o peyote” al Jar-
dín Botánico de Riojaneiro (OCAR IX, 90), y anota: “Al hombre en delirio de
péyotl, los sones de la guitarra le producen fantásticas alucinaciones coloridas”.

En “La paradoja de la piel” (OCAR IX, 288) don Alfonso canta un himno a ese
extenso himen que nos une al mundo y al mismo tiempo nos protege de él, y
dice, entre otras cosas:
[La piel] no comunica simplemente con el mundo, sino que lo traduce, lo transforma
al tiempo de dejarlo entrar hacia nosotros. Imaginad un teléfono que oyera una cosa y
dijera otra. O mejor pensemos en la radio que metamorfosea una vibración en otra. La
radio recibe un choque de ondas que pertenecen a la familia de la luz oscura, y entrega
una onda de sonido, obrando así al revés del peyotl, la droga tarahumara, que con-
vierte los sonidos en sensaciones luminosas.

El ensayo “Interpretación del péyotl” (1944) comienza con este párrafo (OCAR
IX, 358):

El péyotl, la hierba sagrada de los tarahumaras, posee, entre otras, la propiedad de


transformar los sonidos en visiones, las notas musicales en alucinaciones luminosas.
Como la energía del objeto vibratorio se mantiene idéntica, es de suponer que, por
relatividad einsteiniana, lo que se modifica es la energía receptiva del sujeto afectado
por la droga.

Reyes resume sus saberes acerca de alucinógenos en “La mezcalina”: un ensayo


escrito en junio de 1956, en el que también recuerda sus tempranas incursiones

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en el tema. Hay aquí una frase, breve, y quizás cifrada: “Por mi parte, yo no he
sido indiferente al enigma de los desiertos mexicanos” (OCAR XXII, 688).

Insistirá con los alucinógenos en 1957, en “Breve Visita a los Infiernos” (OCAR
XXI, 69-70):

Valle Inclán os habrá contado algo sobre los maravillosos efectos de la yerba; la visión
que ella produce obedece a la voluntad, de suerte que el sujeto, en mitad de la calle,
ordena y dice: “¡Que ande la Tierra Bajo mis Plantas!” Y la tierra se echa andar, con
teoría y procesión de paisajes, como en los telones rodantes del Parsifal.

Según relatara Reyes (“Historia documental de mis libros, 1955-1959”: OCAR


XXIV, 282), Valle-Inclán lo acusó en broma, por la época de Plano oblicuo, de ser
fumador de marihuana, como lo era él mismo.

Subsiste un delicioso testimonio de las charlas mantenidas por Reyes y Borges


sobre el tema. Se conserva en una carta sin fecha redactada por Borges en el
verano (argentino) de 1928-1929 para un corresponsal ignoto, llamado “Carlos”
(¿Carlos Pérez Ruiz o Carlos M. Grünberg?; el manuscrito se conserva en la Uni-
versity of Virginia Library, Charlottesville, VA; véase el ítem N° 588 en el catálogo
de esa colección confeccionado por C. Jared Loewenstein en 1993). Borges carac-
teriza de “lindísimo” el episodio que pasa a narrar:

Reyes, D. Alfonso, me conversó anoche de los mariguanos, o pelaos (compadritos de


México) fumadores de mariguana, que debe ser una especie de opio. Me dijo este
incidente lindísimo. Estaban en el patio de un caserón antiguo tres mariguanos (tam-
bién los llaman grifos, porque se erizan todos) y decidieron probar este juego, mezcla
de escondida y de mancha. El pavimento era ajedrezado, blanco y negro, y resolvieron
que el tercer mariguano, perseguido por los otros dos, sería invisible cada vez que
pisara en baldosa negra. (Con la mariguana, se pueden elegir las alucinaciones y son
colectivas, es decir, son realidad, metafísicamente.) Probaron y salió bien: cada vez que
el perseguido caía de un salto en baldosa negra, desaparecía para los otros. Pero una
vez, estando correctamente en baldosa negra, los demás lo vieron y agarraron. El se
maravilló. Te vimos trasparente, pero te vimos, le dijeron los compañeros. Se fijaron

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entonces y comprobaron que la baldosa negra estaba descolorida. Es decir, el mundo


fantástico ya funcionaba solo. ¿No parece cuento de Chesterton?

Desconociendo esas líneas de Borges, Reyes mismo narrará más tarde esa anéc-
dota en un texto propio, de 1944 (OCAR XXI, 72-73).

La obra de teatro (1929)

El Diario de Reyes da cuenta de trabajos que no llegaron a cuajar, como el de una


obra de teatro que debía ser escrita en conjunto con Borges. El 12 de septiembre
de 1929, Reyes anotó: “Proyecto teatral con Borges”, sin aclarar de qué se trata.
Decenios más tarde Reyes escribió más claramente al respecto (“Sófocles y la
posada del mundo”: Marginalia, segunda serie, 1954; Las burlas veras, OCAR
XXII, 227):

Solía yo decir a Jorge Luis Borges, allá en mis días de Buenos Aires:

—¿Qué efecto podría causar una obra escénica cuyos personajes, en vez de dialogar
como suelen, simplemente monologaran uno junto a otro? Cada Juan Pirulero atiende
su juego, cada uno habla de lo que le interesa o fascina, cada uno sigue su sueño y no
da oídos al interlocutor, por mucho que lo tenga delante. En el fondo, y si pudiéramos
arrancar el disfraz a muchas conversaciones, esto es lo que realmente sucede.

Y por aquí llegué a concebir una pieza teatral que podría llamarse, simbólicamente [...]
La posada del mundo. [...] La empresa no nos parece imposible, y quizás algún día la
intentemos.

Reyes tuvo ya desde temprano una clara percepción de los diferentes sistemas
de signos de comunicación, según muestra en ese divertido diálogo entre espa-
ñoles, que solo consiste en interjecciones y frases hechas (“Tópicos de café”,
OCAR II, 278), o en las reflexiones que le suscitan las gesticulaciones y “conven-
ciones mímicas” de Juan Peña (OCAR XXIII, 156).

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Una carta inédita (1941)

En mi ya citada edición de la correspondencia entre Reyes y Borges recopilé y


comenté todas las cartas en ambas direcciones llegadas a mi conocimiento hasta
esas fechas (32 en total). El largo trato y el mutuo aprecio intelectual, así como
algunos indicios en las cartas conocidas, permitían suponer que hubo más. Y en
efecto, hay al menos una más, que se conserva también en Virginia. (No termino
de explicarme por qué se conservan tan pocas en el archivo de don Alfonso, tan
escrupuloso en otros casos).

Borges la remitió a comienzos de 1941 desde Mar del Plata, sitio de veraneo
ubicado a unos 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, en la costa del Atlántico.
Por su tono ligero, de charla cotidiana, sugiere que hubo misivas semejantes con
alguna frecuencia, que intentaban retomar y suplir el diálogo personal.

Téngase en cuenta que Borges y Reyes no se veían desde que este abandonó
Buenos Aires. Quizás se encontraran por última vez en alguna de las dos cenas
de despedida a Reyes que organizaron la SADE (Sociedad Argentina de Escrito-
res) y la revista Sur el 29 y el 30 de diciembre de 1937 respectivamente.

Borges escribe a “Don Alfonso” acerca de “las gratas obligaciones de turista”,


que consisten principalmente en mirar el mar, pasear y comer:

Reaniman estos días marinos los mitos de cualquier pueblo costero: el agua, los árbo-
les. [...] Hemos podido ver algún barco beligerante fondeado a desgano en altamar.
[...] La observación del mar melancoliza al entrañable campo [...]. La comida es obsti-
nadamente española: paella, pescado, gallina y (criolla) un paraíso de postres.

A Borges le llama la atención que la paella valenciana sea llamada aquí, absurda-
mente, “riz à la mode de Valence”. Requiere luego noticias acerca del conficto
que por esos días asolaba Europa: “La guerra se ve distante desde aquí (cuénte-
me pronto el hecho examinado desde México).”

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Cierra su misiva con saludos a “nuestros inolvidables amigos” Xavier Villaurrutia


y Luis Martínez.

Yo cierro esta glosa con un saludo agradecido y cordial a ese fiel amigo que, a
través de los últimos 20 años, me ha sido don Alfonso Reyes.

(Hamburg, 28-II-2019 / 17-VIII-2019)

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© Carlos García (Hamburg)

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