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Alejandro Magno PDF
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Introducción …………………………………………………… 11
Capítulo primero
Los precedentes ………………………………………………… 17
Capítulo segundo
Los inicios ……………………………………………………… 33
Capítulo tercero
Alejandro rey ………………………………………………… 57
Capítulo cuarto
El inicio de la campaña asiática ……………………………… 79
Capítulo quinto
Alejandro, entre una batalla crucial y otra decisiva …… 117
Capítulo sexto
Alejandro, de enemigo del gran rey
a vengador de su muerte …………………………………… 133
Capítulo séptimo
Alejandro, rey de Asia y el inicio
de la orientalización ……………………………………… 157
Capítulo octavo
Alejandro, hasta el fin del mundo y el regreso ………… 191
Capítulo noveno
El final ……………………………………………………… 211
Capítulo décimo
Después de alejandro ……………………………………… 235
Apéndice i
Las fuentes sobre Alejandro Magno ……………………… 311
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“ [...] no será posible que exista una paz duradera entre los
griegos a no ser que decidamos luchar todos juntos contra los
bárbaros”. (Isócrates, Panegírico, 173)
Isócrates escribe este discurso pocos años después de que, con la paz
de Antálcidas (387 a.C.), Esparta devolviese a los persas el control de las
ciudades griegas de Asia Menor y les otorgase la capacidad de interven-
ción en los asuntos griegos para hacer respetar el acuerdo (Jenofonte,
Helénicas, V, 1, 31), que incluía la capacidad persa de sancionar a quie-
nes quebrantasen la Paz Común (koine eirene) que también incluía el
acuerdo. Aun cuando la situación persa no fuese comparable en el 338 a
la existente cincuenta años atrás, la Grecia del este seguía estando some-
tida a los persas y eso era algo que no podía dejar de percibirse como un
agravio por un mundo griego que, al menos en un plano intelectual (más
que político), iba avanzando hacia la idea panhelénica. La liberación de
sus ciudades, pues, del dominio persa, era una idea que a pocos griegos
disgustaba aun cuando no parece que nadie estuviera dispuesto en serio a
embarcarse en una guerra contra el Imperio persa.
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“[...] puesto que los bárbaros son más propicios por natura-
leza a la esclavitud que los griegos, y los que viven en Asia más
que los que viven en Europa, se someten al poder despótico con
menor desagrado”. (Política, 1285a 20-22)
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Así pues, la muerte de Filipo fue vista por muchos griegos como la
oportunidad para liberarse de los compromisos que habían llevado a la
creación de Liga de Corinto. Atenienses (incitados por Demóstenes),
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En este cruce de reproches, del que solo hemos recogido parte de los
que achaca Alejandro a sus soldados, encontramos parte de las claves que
regían las relaciones entre Alejandro y sus soldados. Filipo y él habían
convertido a Macedonia en el estado más poderoso de Grecia y de Asia,
habían enriquecido a los macedonios hasta límites insospechados y, por
lo tanto, el ejército debía lealtad ciega a su rey. Pero Alejandro tampoco
podía ignorar que esa empresa no la hubiera podido conseguir con otro
tipo de ejército. A pesar de esta y otras disputas, el rey y su ejército habían
conseguido juntos objetivos que, a cada uno según su medida, resultaban
provechosos. Aquí radica una de las causas principales de los éxitos mili-
tares de Alejandro.
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de ser mucho más larga que la que los macedonios pudieron componer,
el principal peligro para estos era ser desbordados por el enemigo. Para
intentar evitarlo, Alejandro pensaba hacer uso de su caballería y moverla
continuamente hacia su derecha para intentar evitar que la caballería ene-
miga envolviera a su ejército; mientras, la falange debía sostener el ataque
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“Se dice que cuando se sentó por primera vez en el trono real
situado bajo la bóveda dorada que era como una imagen del cielo,
el corintio Demarato, que era un hombre que le apreciaba y que
había sido amigo de su padre, llorando como hacen los ancianos,
le dijo: «de qué gran alegría se ven privados los griegos que han
muerto antes de ver a Alejandro sentarse en el trono de Darío»”.
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Beso, emparentado con el rey y quizá con los mismos o más títulos
que él para haber accedido al trono, no tardó demasiado en ser procla-
mado rey, asumiendo el nombre de Artajerjes V. Parecía, pues, que la
dinastía aqueménida aún no había finalizado o, al menos, así lo pensa-
ban sus partidarios, que todavía controlaban la parte más oriental del
imperio. Ni que decir tiene que para Alejandro esta proclamación no
dejaba de plantear problemas porque la muerte de Darío, por la que el
macedonio expresó públicamente su pesar, le había allanado el camino
para su consideración como heredero, más o menos legítimo, de su tro-
no. El que otro miembro de la casa real aqueménida se proclamase rey
no podía sino prolongar la guerra, a pesar de que Alejandro le conside-
rase un usurpador.
En consecuencia, Alejandro tomó el camino hacia Bactriana, hacia
donde se dirigía Beso no sin antes haber dividido sus tropas en tres gru-
pos para ir sometiendo a los pueblos que se hallaban en torno a la ruta. Él
tomaría la ruta más directa y más difícil a través de Partia, mientras que
Erigio iría por el camino más apto para el bagaje y Crátero se desviaría ha-
cia Hircania para controlar a los tapurios y los territorios que bordeaban
el mar Caspio. En su camino, Alejandro iba recibiendo desertores que
iban abandonando a Beso, entre ellos Nabarzanes, el otro instigador de la
conjura contra Darío. Las tres columnas acabaron confluyendo en Zadra-
carta, la capital de la satrapía de Hircania, donde Alejandro reasignó car-
gos, manteniendo en sus puestos a varios de los sátrapas nombrados por
Darío. Allí recibió también una delegación de los mercenarios griegos,
que eran todavía unos 1.500, para acordar los términos de la rendición a
Alejandro. Tras llevar a cabo una campaña contra los mardos que vivían
en la parte oriental de Hircania, recibió a los mercenarios griegos que se
habían rendido. Arrestó a los embajadores espartanos, liberó a todos los
que se habían alistado antes de la creación de la Liga de Corinto y al resto
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El cadáver de Alejandro
Parece que, atareados por quién iba a dirigir el imperio, con los con-
siguientes problemas que eso estaba generando, el cuerpo de Alejandro
permaneció intacto cerca de una semana sin que nadie se ocupara de él.
Durante ese periodo, como ya dijimos, no parece haber habido indicios
de descomposición. Parecía claro que no iba a permanecer en Babilonia
porque esa no había sido la intención del rey y que lo normal habría sido
conducirlo hasta Macedonia y enterrarlo en la necrópolis de la familia en
Egas (la actual Vergina), si bien algunos autores indican que Alejandro
había expresado su deseo de ser enterrado en el santuario de Zeus Amón
en Siwa. Aun cuando el ritual usual habría sido la cremación, la cual, por
otro lado, tenía importantes resonancias homéricas, al haber sido el modo
de disponer de los restos de Aquiles y de Patroclo, y él mismo la había
empleado hacía poco en las exequias de Hefestión, se decidió embalsa-
mar su cuerpo para prepararlo para el transporte. Por ello, se hizo venir a
egipcios y caldeos, aun cuando esto último resulta sorprendente. Parecen
haber hecho bien su labor porque, siglos después, visitantes ilustres de
Alejandría pudieron acceder a sus restos que se hallaban razonablemente
bien conservados.
Los restos de Alejandro iban a permanecer durante dos años en Babi-
lonia porque era necesario construir un vehículo digno de él para trans-
portarlo; sería el propio rey Filipo III quien escoltase los restos de su
hermano hasta Macedonia. Algunos autores, como Diodoro (XVIII, 26-
27) dan una completa descripción del carruaje que se había construido
para el traslado de los restos de Alejandro. El cuerpo se había dispuesto
en un ataúd recubierto de láminas de oro y lleno de aromas, que se había
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A pesar de las resistencias que todavía subsisten para aceptar por com-
pleto el hecho, se han ido avanzando cada vez más argumentos, en espe-
cial de tipo cronológico a partir de los objetos hallados, aunque no solo,
para identificar la tumba II del Gran Túmulo de Vergina no como la de
Filipo II, como se hizo en un primer momento por el excavador, Manolis
Andronikos, sino como la de su hijo, el rey Filipo III y la de su esposa
Eurídice. La tumba, pues, sería obra de Casandro, que quiso con este acto
vincularse a la legitimidad que representaba ese rey, asesinado por Olim-
píade. Esta legitimidad también la buscó casándose con Tesalónica, otra
de las hermanastras de Alejandro, de la que tuvo tres hijos, Filipo (IV),
Antípatro y Alejandro. Con el tiempo, en el 296, su hijo Antípatro acabó
matándola porque era más favorable a su otro hijo Alejandro.
No es mi propósito entrar en todos los problemas que esta excepcional
tumba plantea pero, como ya habíamos apuntado al inicio de este libro,
las posibilidades de que corresponda a Filipo III son mayores de que per-
tenezca a su padre. Presidida, sobre el friso de la fachada, por una soberbia
escena de caza, situada en el más allá, en la que aparecerían representados
Filipo II y Alejandro III (aunque otros prefieren ver a Filipo III y Ale-
jandro IV), tanto la idea de la caza como tema funerario como la propia
arquitectura de la tumba, no pueden ser anteriores a la conquista de Asia
por Alejandro. Entre los objetos de la tumba, algunos que quedaron en
poder del rey legítimo, y que habían pertenecido a Alejandro, su casco, su
coraza, su collar, su escudo fueron depositados en la tumba de su sucesor
por su valedor Casandro cuando decidió realizar los suntuosos funerales
que describen nuestras fuentes.
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Barsine y Heracles
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“Y he contado estas cosas más para que nadie pensase que las
desconocía que porque considere que sean auténticas y dignas de
ser narradas”. (Arriano, Anábasis, VII, 27, 3)
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“Y por cierto que no trató a los griegos como los únicos ca-
paces de mandar y a los bárbaros como solo útiles para ser man-
dados, tal y como le había enseñado Aristóteles, ni consideró a
unos como amigos y parientes y se comportó con los otros como
con animales y plantas puesto que ello habría provocado muchas
guerras y exilios y habría llenado de sediciones su imperio”.
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Así pues, frente a las críticas adversas, muchas de ellas durísimas, que
los filósofos vertieron contra Alejandro, para otros, aunque le acabaron
atribuyendo una visión universal que quizá estaba lejos de las propias
ideas de Alejandro, su figura se acabó convirtiendo en un paradigma de
la integración entre griegos y bárbaros.
Al entrar ahora en el último punto que quiero abordar en este libro,
el del juicio a Alejandro, estas dos cuestiones, junto con otras, jugarán su
papel.
Como Hammond, uno de los autores que más trabajó sobre Alejan-
dro dejó escrito:
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Llegada a Ecbatana.
Licenciamiento de los aliados griegos.
Julio Muerte de Darío III.
Finales de Hircania.
verano
Otoño Juicio y muerte de Filotas.
Muerte de Parmenión.
Noviembre Llega al Paropamiso (Hindu Kush).
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