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COLECCIÓN GRADO
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Historia de la Antropología
Formaciones socioeconómicas
y praxis antropológicas,
teorías e ideologías
GRADO (7002105GR01A01)
HISTORIA DE LA ANTROPOLOGÍA. FORMACIONES SOCIOECONÓMICAS Y PRAXIS
ANTROPOLÓGICAS, TEORÍAS E IDEOLOGÍAS
ISBN: 978-84-362-6086-1
Depósito legal: M. 32.365-2010
ÍNDICE
Prólogo ................................................................................ 11
PRIMERA PARTE
FORMACIONES SOCIOECONÓMICAS
Y PRAXIS ANTROPOLÓGICAS
Capítulo 1. INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
Nacimiento de la antropología. El problema del canon. Historia,
sociología o política de la antropología. Referencias bibliográficas.
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ÍNDICE
SEGUNDA PARTE
TEORÍAS E IDEOLOGÍAS
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PRÓLOGO
Un libro tan amplio como este, y que va dirigido a estudiar una cuestión tan
vasta y complicada como la Historia de la Antropología, tiene que tener antece-
dentes de peso que lo hagan posible.
Este tratado esta dividido en dos partes. En la primera se estudia lo que los
antropólogos han dicho sobre las diferentes formaciones socioeconómicas y que
colocamos en un orden vagamente evolutivo: se empieza por los cazadores, se
sigue con los pastores y se estudian los campesinos y las sociedades urbanas. Antes
de esto, se hace un análisis transversal de la evolución dentro de la Antropología
y, finalmente, se hace un análisis de la Antropología Ecológica, un punto de vista
que ha tenido éxito en el estudio de las formas socioeconómicas.
En la segunda parte, se estudian las teorías e ideologías que han estado pre-
sentes a lo largo de la historia de esta disciplina. Se inicia con un capitulo de
carácter general que estudia el problema de las relaciones entre naturaleza y cul-
tura, y que sirve de punto de articulación con la primera parte.
Posteriormente se estudian tres grandes tradiciones antropológicas que han
nacido en tres contextos nacionales distintos. Es evidente que otras tradiciones
podrían y deberían ser estudiadas, pero el espacio del que se dispone impide estu-
diar todo lo que se desearía.
La Antropología ha sufrido un proceso creciente de especialización, tanto con
respecto a los objetos de estudio, como a los lugares que estudia.
En el libro se ha hecho una incursión en el análisis de las antropologías britá-
nica y francesa en África y, también, se ha dedicado un capitulo al estudio de las
relaciones entre entorno y cultura. Habría que estudiar otros tópicos específicos,
pero sería demasiado largo. Por último, se estudia la praxis antropológica. No se
dedica un capitulo entero a sus análisis, sino que aparece a lo largo de todo el
libro. Espero que este libro agrade al lector, enseñe un poco y sirva de introduc-
ción a un campo de la investigación que tiene un interés que aumenta cada día.
Madrid, 21 de marzo de 2010
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PRIMERA PARTE
FORMACIONES SOCIOECONÓMICAS
Y PRAXIS ANTROPOLÓGICAS
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CAPÍTULO 1
INTRODUCCIÓN
Stocking subraya dos cosas que parecen relativamente obvias. Los pro-
blemas que abordan los antropólogos tienen un carácter histórico y nunca
representan algo congelado en el pasado ni en el presente. La propia antro-
pología, como disciplina o ciencia, es un fenómeno histórico que cambia,
se desarrolla, o se contrae, vuelve sobre su pasado o avanza, a veces a tum-
bos o trompicones, en relación con el contexto social político o económico
en el que tiene lugar. Además de esto, desde el punto de vista estrictamen-
te científico, la antropología está relacionada con otras disciplinas, más con
unas que con otras, y esto también cambia con el tiempo o la tradición
antropológica a la que nos referimos. Una anécdota puramente personal
puede ayudar a comprender esto.
Cuando yo estudiaba en Columbia University en los años 1975 y 76, se
leían y seguían con mucho más detenimiento las publicaciones de Binford,
Flannery, Meggers o Sanders, todos ellos arqueólogos ya importantes en
aquel momento. A lo que estos decían se le prestaba mucho más atención
que a los lingüistas que estaban a un paso de los lugares en los que se ins-
talaban los académicos visitantes. Pero todavía era más interesante consta-
tar que se le prestaba mucha atención a estos arqueólogos y nadie se acor-
daba, por ejemplo de Ruth Benedict, que había trabajado durante gran
parte de su carrera antropológica en el mismo despacho que yo compartía
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NACIMIENTO DE LA ANTROPOLOGÍA
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INTRODUCCIÓN
«... a la cuestión del origen del hombre, y a partir de este problema que se
discute muy ampliamente, brotan dos grupos antagónicos, los monogenis-
tas, o la escuela ortodoxa que derivan toda la humanidad de una sola pare-
ja, y los poligenistas que creen en un origen múltiple… Un tópico subordi-
nado de disputa, implicado en las doctrinas poligenistas, era el lugar del
Negro en la naturaleza, incluso la cuestión de la esclavitud» (p. 57).
Boas reconoce que en la obra de Herodoto hay un interés por las cos-
tumbres y apariencia de los habitantes de tierras lejanas. También insinúa
que los viajeros de la Edad Media excitaban la curiosidad sobre sus expe-
riencias, y la literatura española de la Conquista de América estaba llena de
observaciones sobre las costumbres de los nativos del Nuevo Mundo. «Sin
embargo, no hay ninguna indicación de la idea de que estas observaciones
podían constituir un objeto de análisis científico. Eran y seguían siendo
curiosidades» (p. 261). Según Boas, el origen, o los primeros pasos de la
antropología, habría que colocarlos en la mitad del siglo XIX. Todo ello
parte de tres puntos de vista diversos, del punto de vista histórico, el clasi-
ficatorio y el geográfico. El punto de vista histórico, empieza con la biolo-
gía y debido al influjo enorme de Darwin se impone en la ciencia «tanto
natural como mental». Es interesante entender cómo comprende Boas el
método histórico que se opone «a una idea antigua de la ciencia de la natu-
raleza», en la que el descubrimiento de leyes generales se consideraba el fin
último de la investigación. De acuerdo con este punto de vista, «las leyes se
ejemplifican en acontecimientos individuales, que, de todas maneras, pier-
den su interés especifico una vez que se han descubierto las leyes». Esto se
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INTRODUCCIÓN
Cuando se pregunta por las condiciones históricas que dan lugar al naci-
miento de la Antropología, Hallowell subraya que es fundamental tener en
cuenta el principio del siglo XVI, o de la «edad de los descubrimientos». En
este momento se empieza a crear lo que es fundamental para la aparición
de la Antropología. Se trata de «un marco espacio-temporal de carácter
comprensivo y de referencia que abarque todas las variedades vivientes del
Homo sapiens así como las culturas extintas y los pueblos del pasado dis-
tante» (Hallowell, 1965: 308). Para ello, parece necesaria la exploración del
globo que trae consigo una geografía de carácter mundial. También se
necesitaba la aparición de una dimensión temporal que superase la idea
tradicional de que la historia del hombre se reducía a 6.000 años. Esto se
va consiguiendo con la aparición de la idea del desarrollo tecnológico de la
humanidad (Edad de la Piedra, del Bronce y del Hierro) o la consideración
de la tierra en términos de evidencia geológica o paleontológica que tiene
lugar en el siglo XIX con Lyell. Hay que tener en cuenta que la palabra pre-
historia se usa por primera vez en 1850 (es Daniel Wilson el que la usa).
También es importante tener en cuenta que, hasta la llegada de Colón a
América, no se pensaba que las piedras pulidas pudieran ser utilizadas por
hombres en vez del metal, y se creía que eran fruto de los rayos que caían
del cielo. De todas maneras, si se admiten los presupuestos de Hallowell
como parece razonable, no parece descabellado colocar el principio de la
historia de la Antropología a finales del siglo XIX y principios del XX, y dejar
el análisis de periodos previos a la prehistoria de la antropología.
Ello no quiere decir que no pueda ser fundamental estudiar estos perio-
dos anteriores, o que incluso el estudio de algunos fenómenos anteriores no
sea un requisito absolutamente necesario para comprender la propia histo-
ria de la Antropología.
De todas maneras, en esta delimitación no se quiere poner mucho énfa-
sis ni tampoco rechazar otros puntos de vista. Quizás la razón sea más
pragmática que otra cosa. Es importante, sin embargo, rechazar los puntos
de vista de algunos historiadores de la Antropología según los cuales, y
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alguna, y como muestra de que hasta en la ciencia hay que tener cuidado
con la humildad, Marvin Harris toma esta declaración de humildad de
Redfield al pie de la letra, y afirma que la contribución teórica del antropó-
logo de Chicago es escasa. Dígase lo que se quiera, la contribución tanto
teórica como puramente empírica de Redfield es muy importante. El haber
abierto el campo tanto de los «estudios de comunidad» como de los estu-
dios de sociedades campesinas es básico. Como es bien sabido, Redfield
comprendió perfectamente que los campesinos tenían una situación de
clara subordinación y de control por parte de las elites urbanas que se cons-
tituyen en grupo dominante. Posteriormente Eric Wolf va a insistir en que
la ciudad no es tan importante y que lo que es central es el estado, que es
utilizado por esas elites para el control de los campesinos, o que es él
mismo un elemento de control. A raíz de esta posición, casi todos los antro-
pólogos que se preciaban, insistirían en que el factor determinante en la
constitución del campesinado es la aparición del estado. Sin embargo, las
cosas cambian y lo que parecía evidente hace veinte años ya no es tan claro
hoy día. A partir de los estudios centrales de Lipton sobre el «urban bias»,
sobre el prejuicio urbano en los estudios del desarrollo, se comprende per-
fectamente que, con mucha frecuencia lo que «subdesarrolla» a los campe-
sinos en el tercer mundo no es el estado en cuanto tal, sino la ciudad. Con
ello, la postura de Redfield está vindicada. Dentro del análisis de la obra de
Redfield, puede aparecer el estudio de otro autor que hoy día está bastante
olvidado, quizás porque la historia de la Antropología se construye dema-
siado como una historia de la teoría. Arensberg es fundamental porque abre
el campo de reflexión y análisis de los estudios de «comunidad», especial-
mente con respecto a Europa y América.
Pero el problema del canon no se plantea sólo con respecto al origen his-
tórico de la disciplina sino también con respecto a donde termina y por
supuesto a los diversos autores y énfasis que se pone en ellos.
Lo que se podía preguntar es por qué los programas terminan donde ter-
minan. La solución más sencilla y menos comprometida puede consistir en
decir que, después de los autores y periodos que se ofrecen en el programa,
se trata de la época y las tendencias presentes y actuales y por ello no per-
tenecen a la historia. No cabe la menor duda de que esto es así y por lo
tanto hemos terminado. Sin embargo, el programa parece cojo en cuanto
que se ha obviado una cuestión con la que muchos programas de historia
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todas las etnografías como textos literarios sino que ellos piensan que se
convierten inmediatamente en «literatos». De todas maneras las musas a
veces son esquivas y lo que se escribe no tiene ningún interés literario.
Teniendo en cuenta esto, parece necesario someter el posmodernismo a un
poco de escrutinio antes de convertirlo en Historia.
Dentro del problema del «canon», es decir, de los autores que se consi-
deran importantes en la disciplina, creemos que normalmente se ofrece el
análisis de los autores que en gran medida el «consenso antropológico»
considera como relevantes. Quizás hay algunos a quienes puede extrañar la
relevancia que se le da en los programas. Dentro de ellos quizás hay que
subrayar a Julian Steward que algunos historiadores de la Antropología
colocarían en una situación secundaria y otros como el centro. Según nues-
tra manera de ver, Steward representa un corte epistemológico fundamen-
tal en la antropología norteamericana en cuanto que rompe el prejuicio
boasiano, posteriormente subrayado por Kroeber, Lowie y los otros pos-
tboasianos, de que «la cultura es el origen de la cultura». Lo máximo que
estos autores estaban dispuestos a admitir era que hay un influjo de unas
culturas en otras, llámese a esto difusión, aculturación, o migración de tra-
zos culturales. Steward rompe este presupuesto y afirma que es obvio que
la cultura, está relacionada con el entorno físico y biótico, y además que
hay otros elementos como los factores demográficos y económicos que, de
alguna manera, aunque no explícitamente, eran considerados como algo
ajeno a la cultura y que juegan un papel fundamental dentro de ella. Con
ello, se abre un campo inmenso que serían los puntos de vista materialis-
tas, o incluso abiertamente marxistas, en antropología. Otra figura muy
importante, y que en algunas historias de la Antropología ni siquiera apa-
rece, es Eleanor Leacock a quien colocamos al principio de la generación
de la posguerra en los Estados Unidos. Aunque, hasta cierto punto y aca-
démicamente, fue una figura secundaria, sin influjo, desde el punto de vista
de la teoría y de la apertura de nuevos campos, es fundamental. Ella lleva a
cabo sus estudios graduados en Columbia en donde está muy influida por
la antropóloga antifascista Gene Weltfish. Leacock publica una introduc-
ción al Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels en
International Publishers, la editorial del partido comunista Americano, en
donde afirma que las ideas y teorías de Engels sobre la subordinación de las
mujeres son esencialmente correctas y responden a los datos de la antro-
pología. A partir de aquí, trabaja sobre las relaciones entre marxismo y
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so sabemos por los periódicos que en los interrogatorios en las prisiones los
métodos usados frecuentemente estaban basados en observaciones de algu-
nos antropólogos ya fallecidos. Pero, de todas maneras, no es fácil demos-
trar el influjo de las ideas coloniales en la construcción de las ideas o teo-
rías antropológicas y creemos que esto se debe a falta de investigaciones
sobre esta materia, dado que, frecuentemente, los que defienden la existen-
cia de una relación clara entre estos dos fenómenos la afirman sin más y los
que la niegan tampoco se molestan en probarlo. La mismo ocurre con lo
que podíamos designar como sociología de la antropología, o lo que pare-
cería lo mismo, el intento de relacionar las teorías y prácticas antropológi-
cas con la vida social en el momento en que estas aparecen. También en
este caso, no parece fácil relacionar el contexto de origen sociológico de las
ideas con el contexto de descubrimiento.
Para profundizar un poco en esto quizás convenga empezar con el aná-
lisis de lo que Jack Goody llama el momento expansivo (1995) en la
Antropología británica. El análisis de Goody, en un primer momento se
podía pensar que representa un intento de colocar esta antropología en su
contexto. Sin embargo, cuando se lee, se da uno cuenta inmediatamente de
que su intención es absolutamente la opuesta.
Con respecto a la idea de que la antropología británica de este período
está relacionada con el colonialismo llama la atención la posición negativa
de Goody.
«El caso especial de la Antropología Social en África ha sido sometido a
una cierta controversia porque, para alguno, la investigación llevada a cabo
en épocas coloniales es vista como algo muy influenciado por las exigencias
de la administración y por el espíritu de los tiempos... Es posible ver los
intentos de ofrecer descripciones comprehensivas de carácter funcional
como una característica emergente típica del empirismo inglés o del impe-
rialismo británico. Si por empirismo se entiende un punto de vista no teó-
rico, o al menos trabajar sin hipótesis, la afirmación es falsa. Con respecto
a la relación con el colonialismo, el argumento es más complicado. En tér-
minos generales es verdad que cualquier investigación de la ciencia social
(de hecho la investigación de muchos tipos) puede ser vista como algo que
defiende el «status quo», en este caso ayudando los poderes coloniales a
gobernar. Pero, como hemos visto, poco dinero venía de las autoridades
hasta los tiempos finales del imperialismo. Estas tendían a considerar la
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INTRODUCCIÓN
Esta idea, que sin duda estaba presente entre los funcionalistas, podía ser
muy útil desde el punto de vista colonial, en cuanto que presentaba estas
sociedades como algo sin pasado y, por ello, fácilmente moldeable en el
presente.
De todas maneras, tampoco es cierto que las actuaciones de los antro-
pólogos fueran siempre independientes. Stocking ofrece un dato que puede
servir de mucho.
«Al final de marzo de 1930, aparece una petición por escrito mandada a
la Fundación (Rockefeller) en dos cartas separadas, por Malinowski y Lord
Lugard, el procónsul colonial ya retirado e ideólogo del «dominio indirec-
to» (indirect rule) que era presidente del African Institute».
El hecho de que esta petición haya sido hecha a la vez por Malinowski
y por el creador de la ideología más importante en el dominio colonial en
África, el «indirect rule», implica que las relaciones entre los antropólogos
y las autoridades coloniales no estaban basadas en la desconfianza de la
que habla Goody. Además, si tenemos en cuenta el objeto de la petición que
firman Malinowski y Lugard encontramos que los dos están de acuerdo en
algunas cosas bastante básicas.
«Para afrontar los peligros que pueden llevar a que el papel de la civili-
zación Occidental sea derrotado en África y para proteger los intereses de
la población nativa, en un período en el cual las condiciones económicas
mundiales predican una explotación que va en aumento, era esencial llevar
a cabo trabajo de campo sistemático en la línea del estudio que estaba lle-
vando a cabo Audrey Richards sobre el contexto tribal de la minería nativa
en Rodesia. Para conseguir esto, y el entrenamiento de los administradores
y misioneros en una comprensión más ilustrada de los valores culturales
africanos, el Instituto solicitaba cien mil libras para los próximos diez
años» (Stocking, 1992: 195).
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por parte de los antropólogos, parece que no se puede admitir como algo
muy exacto. Talal Assad (1973) llama este fenómeno «la formación colo-
nial» de la antropología social y tiene absolutamente razón. De todas mane-
ras, es Stocking (1992: 204) el que explica este fenómeno y, por ello, pare-
ce conveniente citarlo con un poco de detenimiento. Según él
«… parece probable que los filantropoides (los funcionarios de la Rockefeller
Foundation) y los antropólogos cuya interacción, en gran medida, determi-
naba las prioridades en la investigación, compartían una orientación general
en materias de política colonial. Cualesquiera que fueran sus sentimientos
personales acerca de la legitimidad o desiderabilidad, todos ellos aceptaban
el sistema colonial post-Versailles como algo históricamente “dado”. El peli-
gro era que la explotación desconsiderada sin tener en cuenta la población
nativa pudiera llevar a «guerras raciales». En este contexto, la investigación
antropológica colonial era promovida como una manera de hacer que el sis-
tema funcione de una manera más efectiva, desde el punto de vista del des-
arrollo capitalista y de la eficiencia administrativa, así como desde el punto
de vista del bienestar nativo. El papel de los antropólogos era convencer a los
empleados del gobierno y a los mismos capitalistas de que sus intereses a
largo plazo están en armonía con los hallazgos de la antropología».
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Hay que estar de acuerdo con este punto de vista, pero esto no indica
que no sea posible establecer relaciones entre los procesos sociopolíticos y
las tradiciones intelectuales de los antropólogos, aunque estas relaciones no
sean isomórficas y haya contradicciones entre unas tradiciones y otras.
Buscando una analogía fácil, se puede decir que es evidente que se dan con-
tradicciones entre las diferentes fracciones del capital en determinados
períodos de la historia, pero esto no impide que se pueda establecer una
correlación entre esas fracciones y contradicciones y el desarrollo de la base
económica en circunstancias históricas determinadas.
Otro ejemplo, quizás menos conocido pero más reciente, y que tiene
lugar en el contexto norteamericano quizás pueda ayudar a ilustrar mejor
este planteamiento, es el de la obra de Clifford Geertz sobre Indonesia y la
importancia que esto tiene sobre sus planteamientos teóricos. Vincent
Pecora (1989) plantea muy bien este problema y, por ello, vamos a basar-
nos en su análisis. Aunque, con frecuencia se piensa que Geertz ha sido y
es un pensador realmente original, él toma muchos elementos de su teoría
de Weber a través de Talcott Parsons y sobre todo algunas nociones básicas
como «las estructuras de significación» o el uso de la «descripción densa»
o «thick description» o la interpretación de los acontecimientos culturales
como «textos» que son historias que la sociedad cuenta sobre sí misma, lo
toma del filósofo Gilbert Ryle.
Pero quizás lo más importante y lo que va a constituir el punto de par-
tida de la exposición es el problema del conocimiento local. Como es bien
sabido la resonancia teórica que Geertz ha tenido en ciertos círculos, no
sólo de antropólogos sino también de historiadores (lo que se llama el
«Nuevo historicismo» parte en gran medida de Geertz) y de críticos litera-
rios son dos libros de ensayos (1973 y 1983). En ellos, Geertz va a insistir
en el concepto «semiótico» de la cultura, creyendo como Max Weber que el
hombre «es un animal que está suspendido en redes de significación que él
mismo ha tejido». Como se puede observar, sería absurdo concebir estas
ideas como algo original de Geertz cuando es algo que ha estado presente
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Para entender esto, quizás sea conveniente describir, aunque sea breve-
mente, lo que ocurrió. En el otoño de 1965, el gobierno de Sukarno en
Indonesia se hunde definitivamente. Antes de ello, seis generales habían
sido asesinados y en su asesinato se ven implicados oficiales del ejército de
tendencias izquierdistas. Dentro de todo esto, lo que se desata es una
matanza sistemática de más de medio millón de comunistas y simpatizan-
tes. Para resumir brevemente los acontecimientos podemos decir que, en
primer lugar, Indonesia era una nación en donde el anticolonialismo era
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Nadie duda de que la fuerza que instigó y llevó a cabo gran parte de
estas matanzas son los militares indonesios y que las relaciones de estos
con la CIA eran muy importantes.
En una columna del New York Times de 1966, James Preston afirma que
«Washington ha tenido buen cuidado en no atribuirse un papel en las
masacres, pero esto no quiere decir que Washington no tuviera nada que
hacer en ello. Había un contacto muy íntimo entre las fuerzas anticomu-
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Además de esto, que, junto con otros datos, prueba la «relación» entre la
actuación del ejército en Indonesia y la administración americana, hay inte-
lectuales americanos muy cercanos a la administración, que de alguna ma-
nera justifican «a priori» o «a posteriori» la intervención de los militares.
Harold Crouch (1978) afirma con toda razón que, «en la década previa
al “golpe” se da un número grande de investigadores de ciencia política que
plantean el «problema del ejército como un agente de modernización”»
(Crouch 1978: 22). Entre ellos juega un papel fundamental Lucien Nye
(1962) que afirma que en «las sociedades transicionales desorganizadas»
los intereses americanos van a ser defendidos por el poder creciente del
ejército. Se pensaba que el ejército era capaz de producir un líder que fuera
capaz de responder a «las necesidades de la modernización» y «a un nacio-
nalismo más responsable que estuviera de acuerdo con los intelectuales, los
estudiantes y con aquellos otros elementos de la sociedad que están dis-
puestos a formar parte del mundo moderno».
En la misma línea, otro profesional de la ciencia política Guy Parker
(1959: 343) en quien Geertz (1973: 279) se basó muy ampliamente en su
obra, dice que en el caso del Sudeste Asiático
«... la esperanza de un gobierno auténticamente representativo es prematu-
ra. La elección está entre una forma de tutela que podría dejar el futuro
abierto al desarrollo en una dirección democrática, o la desintegración polí-
tica, el estancamiento económico y la confusión social que puede llevar a
los pueblos del Sudeste Asiático hacia el comunismo. La historia contem-
poránea ofrece una evidencia clara de que el totalitarismo se puede destruir
sólo con la guerra, mientras que los regímenes militares no impiden los des-
arrollos en la dirección de la democracia constitucional».
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Geertz cae en este error que sirve para enmascarar algunos elementos
claves de los acontecimientos. Esto se comprueba fácilmente si tenemos en
cuenta lo que se dice sobre «la pelea de gallos en Balí», quizás el texto más
famoso de Geertz. Como es bien sabido, en la interpretación de la pelea se
afirma que realmente son las personas las que luchan a través de los gallos,
pero quizás esto no es lo más importante. Lo que se manifiesta en la pelea
de gallos son ciertas formas de sentir que se manifestarían libremente si no
fueran contenidas, frenadas en rituales adecuados. Las formas de sentir
balinesas «no se refieren a reyes que han sido depuestos ni a huérfanos que
se levantan, se refieren a la violencia, a una animalidad dionisíaca que está
más o menos reprimida en la vida ordinaria». La semiosis cultural de
Geertz se presenta como algo realmente freudiano, una narración de la civi-
lización balinesa y sus descontentos. Desde este punto de vista parece como
si Geertz hubiera publicado su ensayo de 1972 para ayudar a un mundo
occidental confuso a explicar lo que ocurrió en Indonesia siete años antes.
Al final del ensayo sobre la pelea de gallos Geertz (1973: 452) hace una
observación que parece confirmar esto.
«Lo que la pelea de gallos indica sobre Balí no es algo ajeno a la per-
cepción y la intranquilidad que expresa sobre el patrón general de la vida
Balinesa, está fundado, y esto se manifiesta en el hecho de que en dos sema-
nas de diciembre de 1965, durante las revueltas que siguen al golpe sin éxito
que tuvo lugar en Jakarta, entre treinta y cuarenta mil balineses (en una
población de dos millones) fueron asesinados en gran medida unos por
otros, el mayor brote en el país... Esto no indica por supuesto que los ase-
sinatos fueran causados por la pelea de gallos, que pudieran predecirse en
base a ello o que fueran algo así como una versión ampliada de ella con
gente real en vez de gallos, todo esto es un sinsentido. Si uno mira Balí no
únicamente a través de sus danzas, de su teatro de sombras, su escultura o
sus muchachas, sino, como los balineses hacen, a través de sus peleas de
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Con ello se quiere decir que las masacres pueden ser interpretadas no
como algo que va en contra de las leyes de la naturaleza sino como algo que
va en la dirección de una expresión de los sentimientos primordiales pre-
sentes en la sociedad de Balí, esos sentimientos que se manifiestan en la
pelea de gallos son sentimientos de violencia de «animalidad dionisíaca».
Como se ve la diferencia entre lo que Geertz acaba de decir y lo que decía
el Coronel Edhie un poco antes no hay mucha diferencia. Los dos interpre-
tan las masacres como el desbordamiento de un sentimiento primordial. De
todas maneras, quizás el problema fundamental que habría que plantear es
que cuando Geertz habla de que lo fundamental es el conocimiento local
parece obvio que hay que tener en cuenta el lenguaje, la terminología del
parentesco, las creencias religiosas y la ideología política. Geertz analiza
todo esto y a veces ofrece observaciones realmente importantes. Pero, a no
ser que se crea a pies juntillas en una especie de conciencia colectiva uni-
taria o en una especie de sistema de sentimientos primordiales únicos, hay
que plantear el problema del conocimiento local de los diversos grupos o
clases dentro de la sociedad, porque no cabe ninguna duda de que en la
sociedad Indonesia hay grupos y clases sociales. Aunque Geertz no dé
demasiada importancia a ello, parece legítimo preguntarse acerca del
grupo del cual este conocimiento local parte y, en el caso que estamos estu-
diando, se trata del conocimiento local de los militares y del gobierno pos-
terior a las matanzas. Esto no puede extrañar porque este mismo plantea-
miento ha sido ofrecido por Benjamin White (1983) uno de los
antropólogos más interesantes que trabajan sobre Indonesia. Lo que White
dice se refiere a otro «sistema semiótico profundo» que según Geertz sirve
para explicar la resistencia del campesinado al cambio. Se trata de la ética
de «la pobreza compartida». La idea de la pobreza compartida no es más
que una elaboración de la idea del «bien limitado», pero esta ética de la
pobreza compartida no sólo no se puede confundir con la distribución (ses-
gada e «inigualitaria») de los recursos entre las clases sociales, sino que,
según White, es un reflejo de un «modelo folk» de distribución que está pre-
sente entre una élite administrativa rural, más que entre los propios cam-
pesinos, por ello hay que decir que la idea de la «pobreza compartida» posi-
blemente no es más que una expresión ideológica que un grupo dominante
—los administradores y burócratas rurales— usan para explicar el estado
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CAPÍTULO 2
EL EVOLUCIONISMO Y EL NACIMIENTO
DE LA ANTROPOLOGÍA
ORÍGENES
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mos inferir sobre su curso prehistórico es una teoría que debe tener prece-
dencia como principio fundamental de la investigación etnográfica».
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Marx afirma que la «historia no hace nada». Con ello se quiere decir que
la historia no es una abstracción con un fin y un diseño más allá de los fines
e intenciones de los hombres y mujeres que luchan con unos y contra otros
para conseguir sus deseos. Marx, como es obvio, ofrece una visión procesual
y diacrónica de los fenómenos, pero, en contraposición a Spencer y Morgan,
no aparecen en su obra juntas las interpretaciones causales, y, a la vez, las
interpretaciones de la historia como un desarrollo de un germen o un des-
pliegue de algo. Marx es un evolucionista, pero su evolucionismo es distinto
del de Spencer, Morgan y Tylor. Es obvio que Marx cree en el progreso his-
tórico. La esclavitud representa una mejora sobre el comunismo primitivo y
el capitalismo representa algo progresivo con respecto al feudalismo en
cuanto que la «idiotez» de la vida rural fue abolida, introduce formas demo-
cráticas de gobierno que, con todas sus limitaciones son preferibles al abso-
lutismo y establece algunas condiciones que pueden abrir el camino hacia el
socialismo. Esta creencia en el progreso no presupone que haya una especie
de proceso histórico trascendente que se mueve hacia un fin prescrito.
Parece evidente que en Marx se dan dos teorías de la historia. Una era
su teoría general que lo guía en sus afirmaciones más abstractas. Marx tra-
taba de explicar la estabilidad social y a la vez las mayores transformacio-
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EL ANTIEVOLUCIONISMO EN ANTROPOLOGÍA
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fue criticado, con toda razón, por Boas y los boasianos. Sin embargo, Boas
rechaza elementos fundamentales del evolucionismo que tienen que ver
con lo que es sencillamente el método científico más elemental.
En primer lugar, se puede partir de una idea que Boas repite hasta la
saciedad desde el principio de su obra. Este consiste en el rechazo de la afir-
mación evolucionista de que el mismo fenómeno se debe siempre a las mis-
mas causas «No podemos decir, afirma Boas que la aparición del mismo
fenómeno se debe siempre a las mismas causas y que por ello se pruebe que
la mente obedezca a las mismas leyes en todas partes» (1940, 1966: 275).
En 1887, un año después de haberse asentado en los Estados Unidos,
Boas hace una visita a la Smithsonian Institution en Washington para estu-
diar la colección de materiales de los indios del noroeste de los Estados
Unidos. La disposición y ordenación de los artefactos había sido llevada a
cabo por Otis Mason. Éste había organizado los objetos, de tal manera que
se mostrase la evolución tecnológica, y se pudiera comprender la unidad
básica del desarrollo humano. Boas no estaba de acuerdo con esta organi-
zación porque presuponía que los objetos podían ser ordenados como si se
tratase de muestras en una colección de historia natural en donde se orde-
nan dentro de una clasificación de géneros y especies. O. T. Mason (1886)
decía que, cuando se analizan invenciones similares en áreas separadas, la
semejanza puede tener su origen en el hecho de que causas semejantes pro-
ducen efectos semejantes, o pueden deberse a la emigración de gente o
ideas. Boas responde al artículo de Mason que:
«… en su enumeración de las causas de inventos similares se omite una que
tira por tierra todo el sistema: causas diferentes producen los mismos efec-
tos... Por el contrario, el desarrollo de fenómenos etnológicos iguales de
causas diferentes es mucho más probable, debido a lo intrincado de las cau-
sas que actúan. Con respecto a las invenciones, la disposición de los hom-
bres a actuar de manera conveniente es la única causa general... (Boas,
1887: 485).
Mason responde en una carta (Mason, 1887: 534), en donde ataca cla-
ramente la observación de Boas.
«Finalmente, dice, con respecto a las semejanzas en los productos o
industria de áreas apartadas, yo pienso que la sugerencia del Doctor Boas
sobre las semejanzas superficiales que vienen de causas desemejantes es
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ello hay que decir que cuando afirma que Boas es un historicista, su inter-
pretación es exacta. Sin embargo, hay otros discípulos de Boas que afirma-
rán que Boas no hace realmente historia. Esto parece bastante llamativo
porque Boas desde un principio distingue entre la ciencia de la historia que
explica los fenómenos sin disolverlos en leyes o principios abstractos y la
ciencia de la física que da más valor a derivar principios generales que a
conocer los hechos. Boas afirmaba que los dos puntos de vista eran válidos,
pero pensaba que la antropología era un estudio histórico. Boas usaba una
antropología cultural basada en una ciencia de la historia para combatir la
evolución cultural que adoptaba el punto de vista de la física (vid. Boas,
1940, 1966).
Kroeber trató de ofrecer una definición más exacta de historia, que la
diferencia de lo que llama ciencia. La historia «intenta preservar... la com-
plejidad de los acontecimientos individuales... mientras que los construye
dentro de un diseño que posee una cierta coherencia».
Tanto Boas como Kroeber y Paul Radin estaban de acuerdo en lo que
debe ser la ciencia histórica. Para ellos, estaba claro que no era sociología
que, como Kroeber afirmaba frecuentemente, se confundía en gran medida
con la antropología en su objeto de estudio, pero era muy diferente en sus
orígenes. La sociología seguía el modelo de la física y por esto no era antro-
pología. Tampoco la ciencia histórica —antropología americana— era
como la antropología social británica que, según Kroeber, seguía también
el modelo de la física. Kroeber y Radin critican a Boas por no hacer histo-
ria. En un artículo muchas veces citado y muy poco leído (Radin, 1929: 42-
43) se dice, refriéndose a los estudios de Boas de los indios americanos, que
«… las consideraciones históricas, excepto algunos vagos préstamos inter-
tribales de naturaleza restringida, en conjunto, son excluidos. Brevemente
dicho, el llamado método histórico del profesor Boas es realmente algo
puramente lógico y analítico y es de un modo muy simple ahistórico. Esto
puede ilustrarse con un ejemplo. Si, por ejemplo, es lógicamente probable
que el método de reconocer la descendencia en un clan pudo haberse origi-
nado, o bien en la línea patrilineal o matrilineal, y aparecen tribus en donde
prevalece uno u otro de los sistemas, el profesor Boas insistirá en que esto
es todo lo que nos interesa e implícitamente asumirá que esto representa la
situación originaria».
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Con ello se está diciendo, cosa que es bastante exacta, que Boas nunca
se planteaba el problema de los orígenes o del estadio anterior de las cos-
tumbres o tradiciones, y, por ello, siempre suponía que el fenómeno que el
antropólogo encontraba en el presente era el originario. Plantear el proble-
ma de los orígenes o de las situaciones previas sería establecer «conjeturas»
que Boas aborrecía. Por otra parte, es llamativo que Boas empezó su estu-
dio de los Kwakiutl en 1886 y cincuenta años más tarde seguía trabajando
con un informante kwakiutl en Nueva York. Sus escritos sobre esta socie-
dad eran mucho más de 5.000 páginas impresas. A pesar de esto nunca
completó «ninguna descripción de una cultura tribal, ni siquiera de sus
amados Kwakiutl», R. Lowie (1947: 313) y Helen Codere (1959: 66) que
conocen perfectamente lo que Boas publicó sobre los kwakiutl dicen que
«es imposible presentar un relato sintético de la cultura kwakiutl basándo-
se en las obras de Boas».
Esta observación de Codere implica que Boas nunca produjo una des-
cripción coherente e inteligible de la cultura Kwakiutl como un todo. A
veces sus reconstrucciones históricas, que son muy poco frecuentes, no tie-
nen ningún interés, y, cuando habla de difusión de los mitos, lo único que
se deduce con claridad es que fenómenos culturales continuos influyen
unos sobre los otros.
Según algunos autores (vid. Leslie White, 1963: 65 y ss.) el resultado
más duradero de la obra de Boas es la cantidad ingente de material textual
que, tanto él como George Hunt y Henry Tate, coleccionaron y transcribie-
ron. Pero, como Radin subrayaba, no se dio cuenta de que el valor de estos
textos queda muy limitado por la falta de método histórico, la falta de datos
de contexto acerca de quien era el informante, qué clase de individuo era,
como era la situación de la entrevista. Sapir (1912: 197-198) dice que:
«… una de las críticas que se pueden hacer de los Kwakiutl Tales es que no
han sido anotados convenientemente. Fuera de referencias a versiones más
antiguas de los mitos Kwakiutl... prácticamente no se da información al
estudioso sobre la mitología y cultura Kwakiutl para entender las narracio-
nes. Esto es una pena porque las historias están llenas de referencias etno-
lógicas que requieren una elucidación. Con frecuencia existe la duda acer-
ca del significado de un pasaje para el que no se encuentra explicación en
otros escritos de Boas».
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Boas presenta estos textos como «hechos que hay que dejar hablar por
sí mismos» pero los hechos nunca hablan por sí mismos.
Como decíamos, Radin afirmaba que Boas nunca hizo historia y
Kroeber afirma lo mismo en cuanto que dice que Boas utiliza el método
histórico para rechazar las secuencias evolutivas, ofreciendo datos negati-
vos en contra de las generalizaciones de los evolucionistas.
La crítica brutal y continua de Boas contra el evolucionismo tuvo
mucha importancia porque Boas y sus estudiantes reformulan y hacen de
la antropología una disciplina dentro de la Universidad. Los estudiantes de
Boas forman algo así como el Who is Who en la Antropología norteameri-
cana. Alfred Kroeber, Robert Lowie, Edward Sapir, Melville Herskovits,
Alexander Goldenweiser, Paul Radin, Clark Wissler, Ruth Benedict,
Margaret Mead, Ruth Bunzel y Ashley Montague fueron estudiantes de
Boas. En 1915 la mayoría de la investigación antropológica estaba en
manos de los boasianos, y en 1926 eran los jefes de los mayores departa-
mentos de los Estados Unidos. Las posturas antievolucionistas de Boas
eran propagadas entre y por sus discípulos. La actitud de Boas consistía
siempre en analizar los datos empíricos, no para construir teorías o hacer
comparaciones, sino para atacar lo que él consideraba falsas generalizacio-
nes. De ellas, según Boas, estaba lleno el evolucionismo. El lingüista Román
Jakobson, gran amigo de Boas, decía con ironía que, si este tuviera que
anunciar el descubrimiento de América, primero hubiera dicho que se
había falsado la hipótesis de que había una ruta alternativa a la India y des-
pués explicaría de una manera incidental lo que se sabía del Nuevo Mundo.
De todas maneras, es importante entender cómo Boas imponía sus puntos
de vista entre los que el antievolucionismo se había convertido en una espe-
cie de dogma de fe. Hay una historia que explica muy bien esta situación.
En 1939, Leslie White, de quien hablaremos más adelante en este con-
texto, presentó una ponencia en Chicago, en la reunión de la American
Anthropological Association, que se titulaba «El punto de vista evolutivo» y
en ella defendía la utilidad de este punto de vista en antropología. White
(1987) explica muy bien lo que ocurrió. Cuando él termina la ponencia ante
un público entre el que estaba el propio Boas y muchos de sus discípulos,
Ralf Linton que dirigía la sesión dijo que a White había que aplicarle la cor-
tesía que se aplicaba en la época del salvaje Oeste a los sospechosos de
robar caballos y a los jugadores tramposos, es decir, permitirles salir del
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Como más adelante vamos a ver, Malinowski fue uno de los antropólo-
gos que más luchó en teoría y práctica, contra la división del trabajo que
estaba presente en los antropólogos del siglo XIX entre teóricos y trabajado-
res de campo. En aquella época, ser un teórico, antropólogo de gabinete,
era mucho más importante «social y académicamente» que ser un trabaja-
dor de campo, que era un trabajo de «personas menos importantes. Una
frase famosa del antropólogo James Frazer (1854-1941) autor del libro The
Golden Bough ofrece una explicación perfecta de esta situación. Cuando el
filósofo William James le preguntó si había encontrado alguna vez algunos
de los primitivos cuyas culturas describe en sus libros, la respuesta fue «But
Heaven forbid!», algo así como «¡Dios no lo quiera!». Malinowski combina
muy bien las dos actividades al llevar la teoría al campo era perfectamente
consciente de que la distinción entre teóricos y trabajadores de campo
había llevado a los antropólogos a conjeturas y especulaciones totalmente
exageradas. Dentro de estas especulaciones ocupan lugar estelar el evolu-
cionismo del siglo XIX. Malinowski rechaza el evolucionismo, como vamos
a ver, pero frecuentemente lo formula de otra manera. Como muy bien dice
E. Leach (1957: 126) Malinowski «enseñó a los antropólogos la inutilidad
de buscar la historia conjectural». Se puede discutir hasta qué punto este
rechazo de la historia conjetural no es a la vez, o de hecho, un rechazo del
análisis histórico sin más. Stocking afirma con razón que tanto Malinowski
como Radcliffe Brown contribuyen de una manera muy clara a lo que él
designa como:
«… proceso de deshistorización que ayuda a formar la Antropología Social
Británica moderna. El mismo cambio de un énfasis diacrónico a otro sin-
crónico. Esto se puede seguir ya en la obra temprana de Malinowski quién
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Evans Pritchard, (1962: 183) explica muy bien este problema cuando
dice que:
«… paradójicamente, la razón, o una de las razones, por las cuales los
antropólogos británicos no han llevado a cabo investigación histórica ha
sido precisamente el énfasis en la investigación de campo, o quizás podría-
mos hablar más bien de un sobre-énfasis (un énfasis exagerado) en el tra-
bajo de campo por si mismo y un interés exclusivo en los pueblos primiti-
vos simplemente porque son primitivos. Esto ha tenido como resultado que
muchos de nosotros hayamos pasado el resto escribiendo las notas de
campo y también que no hemos tenido ni el tiempo ni la oportunidad de
adquirir, además de nuestras habilidades y cualificaciones lingüísticas,
aquellas que se necesitan para la investigación histórica».
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tar de conseguir una historia conjetural de los fenómenos (E. Leach, 1957:
126). Malinowski rechaza la historia conjetural y lo mismo dice Radcliffe
Brown. Según el,
«… en los primeros estadios del estudio de los pueblos no europeos el punto
de vista utilizado era el histórico. Una de las tareas de la historia consiste
en ofrecer descripciones exactas de la sociedad o pueblo en un tiempo
determinado. El trabajo del etnógrafo de describirnos pueblos no europeos
era llevado a cabo de esta manera. Pero la historia ofrece narraciones cro-
nológicas de los cambios en la vida de la gente. Para los pueblos europeos
tenemos documentos que permiten al historiador llevar a cabo esto. Para
muchos pueblos no - europeos no hay nada de esto. El etnólogo, asumien-
do que lo que quería era la historia, se emplea en ofrecer una historia con-
jetural o hipotética».
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toria. Pero sobre todo, se condena uno a no conocer este presente, porque
únicamente el desarrollo histórico permite sopesar, y evaluar en sus res-
pectivas relaciones, los elementos del presente. Y poca historia (porque ésta
es por desgracia la suerte del etnólogo) vale más que ninguna historia.
¿Cómo es posible apreciar el papel —tan extraño para los extranjeros— del
aperitivo en la vida social francesa, si se ignora el valor tradicional que se
da ya desde la Edad Media a los vinos cocidos con especias? ¿Cómo anali-
zar la costumbre moderna sin reconocer los vestigios de formas anteriores?
Razonar de otra manera, es no poder establecer una distinción esencial:
aquella que se da entre función primaria que responde a una necesidad
actual del organismo social y función secundaria que se mantiene por la
resistencia del grupo a renunciar a un hábito. Porque decir que una socie-
dad funciona es una banalidad, pero decir que en una sociedad todo fun-
ciona es un absurdo» (Levi Strauss, 1958: 17).
En estas observaciones de Levi Strauss hay una que interesa subrayar en
estos momentos, se trata de que «todo es historia, lo que se ha dicho ayer es
historia, lo que se ha dicho hace un minuto es historia». Teniendo esto en
cuenta, la observación, según la cual el trabajo de campo es algo que tiene
lugar en el presente y por ello los datos que ofrece tienen que ser sincróni-
cos y no diacrónicos, es un sin sentido porque el propio trabajo etnográfico
transcurre en el tiempo y por lo tanto tiene una diacronía él mismo, que hay
que tener en cuenta. En el caso de Malinowski y los Trobriand, la idea de que
tienen que ser estudiados en el presente porque no hay documentos escritos
es un sin sentido, y además es falso. El periodo de trabajo de campo de
Malinowski tiene lugar más de una década después del establecimiento de
una estación del gobierno inglés (a través de Australia) que ya llevaba mucho
tiempo «inmiscuyéndose» en la vida de los nativos y que quince años antes
se habían rebelado y resistido al poder colonial. También había habido, de
una manera clara y masiva desde hacía más de veinte años, la irrupción de
misioneros metodistas en algunas de las islas. En los Argonautas no se habla
para nada de ello, que es fundamental en la historia de estas poblaciones, y
además ya existen documentos. Por esta razón, el afirmar que el análisis es
sincrónico porque el trabajo de campo no puede ser más que sincrónico, no
es fácil de sostener. Pensamos que, además del carácter sincrónico del tra-
bajo de campo, hay algún otro elemento que influye en este tipo de conside-
ración. Evans Pritchard lo decía claramente cuando afirmaba que la segun-
da razón para el olvido de la historia en la antropología británica estaba en
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Este texto de Stocking resume magníficamente las dos bases sobre las
que se crea la «deshistorización» de la antropología por parte de
Malinowski. Por una parte, es la insistencia en el trabajo de campo que se
considera una actividad sincrónica que tiene lugar en aquello que, desde los
años 1940 comienza a llamarse «presente etnográfico». Por otra parte, está
la construcción de los pueblos a estudiar como «primitivos» y por lo tanto
en su situación de precontacto con las potencias coloniales. Por ello se los
pensaba como algo fuera de la historia de la sociedad más grande.
Estos planteamientos tienen una importancia teórica de carácter abs-
tracto que hay que tener en cuenta pero también tienen una importancia
fundamental de tipo estrictamente político. En la introducción a un libro
de Lips (1937: VIII) Malinowski afirma que:
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El punto de vista funcional, que aquí aún está definido de una manera
bastante simple como una interrelación entre las diversas partes que com-
ponen el sistema, intenta comprender la naturaleza de la cultura en el pre-
sente sin tratar de hacer análisis de tipo evolutivo ni histórico. Una de las
bases por la cual Malinowski rechazaba la evolución cultural era porque,
según él, «el método de la antropología evolutiva se basaba primariamente
en el concepto de supervivencias» (Malinowski, 1931: 624). Malinowski
piensa erróneamente que todo evolucionismo se basa en el análisis de las
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Lesser era muy importante allí, así como el de Helen Codere que trató de
poner orden en la interpretación boasiana del potlacht poniéndolo en rela-
ción con la guerra. También Eleanor Leacock tenía una cierta influencia en
el Departamento de Columbia. Todo esto ayudó a que la palabra evolución
perdiera su carácter negativo y se convirtiera en algo positivo.
Se trata del antropólogo que más hizo por revivir y rehabilitar la tradición
evolutiva clásica. White piensa que el evolucionismo que él propugna es se-
mejante al de Tylor y Morgan y por ello nunca quería que se llamase neoevo-
lucionismo. Aunque White fue un antropólogo bastante exitoso tuvo bastan-
tes dificultades en su vida. En otro lugar hablamos de las que se originaron por
su pretendido comunismo. Pero, también es llamativa su confrontación con la
Iglesia Católica. Era proverbial el ateísmo de White y se trataba de algo que él
proclamaba en sus clases continuamente. La diócesis católica de Michigan
mandaba monjas a sus clases para que tomasen notas estenográficas de sus
clases para así poder usarlas contra él. En 1942 el capellán católico de la Uni-
versidad de Michigan, Ann Arbor, fue a ver al presidente de la Universidad pa-
ra informarle del carácter antirreligioso de sus clases y en otros momentos los
clérigos católicos y luteranos se juntaron para pedir la remoción de White por-
que «era culpable de robarle a los jóvenes su fe e ideales». Nunca consiguieron
su propósito pero es posible que tardara tanto en ser profesor y director del De-
partamento de Antropología por esto.
A su oposición a la teología se unía su oposición y confrontación con los
puntos de vista trillados de Boas y de los boasianos, especialmente clara a este
respecto es la defensa del evolucionismo. Al final de su vida dice White que:
«… el etnólogo que defendía la teoría de la evolución no encontraba ni
amigo ni refugio en el paisaje antropológico. Durante años yo era el único
que defendía el evolucionismo cultural. Para ponerlo peor, yo defendía a
Morgan, y pensaba que había sido tratado muy mal por Boas y sus discí-
pulos... y traté de colocarlo en el lugar de honor dignidad y preeminencia
científica que tuvo en vida. Me ridiculizaban y se reían de mí. Todo el
mundo pensaba que el evolucionismo estaba muerto, mi comportamiento
no conformista se consideraba una aberración» (White, 1981).
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cular en tanto que particular» y Marvin Harris añade: pero ¿es cierto que la
ley de la gravedad no nos diga nada sobre los casos particulares? Si se pre-
dice un eclipse particular de un sol particular por una luna particular y
sobre un planeta particular; ¿no tiene esto relación con la ley general?
Indudablemente lo que White quiere decir es otra cosa: que ninguna ley
general explica todos los aspectos de los casos particulares».
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Dado que la sociedad se dividía en una clase dominante y una o más cla-
ses subordinadas, y dado que se produce una gran polarización con la pau-
latina intensificación de la Revolución agrícola, aparecen unos mecanismos
para organizar las tensiones que aparecen y el mecanismo fundamental que
aparece es lo que White designa como estado-iglesia.
«La lucha entre las clases dominantes y dominadas ha sido crónica y
perenne en la sociedad civil. Las clases bajas —los esclavos, los siervos, el
proletariado industrial— intentan periódicamente mejorar su suerte por
medio de la revuelta y la insurrección. Si el sistema social se mantiene
intacto, si no explota en una situación de violencia y anarquía, hay que
mantener la relación de subordinación y superordinación entre clases; en
otras palabras, la clase subordinada tiene que mantenerse en una situación
de sujeción y explotación. El papel del estado-iglesia es vigilar para que esto
se cumpla» (L. White, 1959: 313 - 314).
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Con ello, está criticando la idea boasiana y del propio White según la
cual la cultura tiene que ser explicada en base a la cultura.
El interés de Steward por la evolución cultural parece que comenzó
cuando aceptó ser el editor de una obra básica de la Antropología el
Handbook of South American Indians. Pensando en organizar en un esque-
ma las sociedades indígenas de Sudamérica, encontró el esquema de ban-
das, tribus, jefaturas y estados.
En 1947 tuvo lugar un Simposio en N. York al que fueron invitados mu-
chos de los arqueólogos que trabajaban en Perú y Mesoamérica y Steward
fue invitado a presentar un trabajo de síntesis en un esquema general de las
secuencias que proponían los arqueólogos. Estas secuencias eran cinco y en
su elaboración posterior se convirtieron en siete (Steward, 1949):
1. Caza y recolección
2. Agricultura incipiente
3. Periodo formativo
4. Florecimiento regional
5. Conquistas iniciales
6. Edad oscura
7. Conquistas cíclicas
Según Steward, el factor que da lugar al desarrollo paralelo de estas cul-
turas era la irrigación. Para explicar y desarrollar esto, Steward toma apoyo
en la «teoría hidráulica» de Karl Wittfogel (1957) que afirmaba que la inte-
gración de los sistemas de riego requería la actuación de controles organi-
zativos y burocráticos, que, en esencia, constituían el estado. Cuando
Steward propuso estos puntos de vista en la reunión anual de antropólogos
americanos en Tucson (Arizona), aunque la secuencia evolutiva que
Steward propuso fue aceptada, se pusieron algunas dificultades a los meca-
nismos evolutivos y especialmente se atacó la hipótesis hidráulica.
Entonces Steward se asustó y empezó a renegar del evolucionismo uniline-
al que defendía antes, y empieza a defender que hay muchos tipos de evo-
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Marshall Sahlins
En el libro sobre evolución uno de los capítulos que más éxito tuvo era el
escrito por Sahlins bajo el título de Evolution Specific and General («Evolu-
tion and Culture», pp. 12-44) en el cual se intenta salir al paso de algunos
problemas y, de paso, reconciliar los puntos de vista de Leslie White y Julián
Steward. Según Sahlins las disputas entre estos dos antropólogos se podían
resolver si se reconoce que la evolución, tanto en el ámbito biológico como
en el sociocultural, es un fenómeno dual. Por una parte, está la que Sahlins
llama evolución específica «que es descendencia con modificación» la va-
riación adaptativa de la vida a lo largo de sus muchas líneas» (Sahlins, 1960:
22). Para definir la evolución específica parte de la noción de evolución dar-
winiana «descent with modification», y, en el ámbito sociocultural se refiere
a la aparición de tipos particulares de estructuras nuevas que dentro del
campo sociocultural son nuevas prácticas sociales e instituciones.
«Hay miles de tipos culturales... e incluso una mayor variedad de cultu-
ras propiamente dichas. ¿Cómo ha aparecido esta variedad? Sencillamente
por modificación adaptativa: la cultura se ha diversificado cuando ha ido
llenando la variedad de oportunidades para la existencia humana... Este es
el aspecto específico de la evolución cultural» (Sahlins, 1960: 23).
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Por otra parte, está lo que Sahlins llama «evolución general». Se trata
«del gran movimiento» o la «dirección en conjunto» de las modificaciones
evolutivas. A pesar de ser únicos, los cambios evolutivos están asociados
con un movimiento general de la vida sociocultural de un estadio de des-
arrollo a otro. Sahlins estaba asociado muy íntimamente a White y, por ello
siguiendo sus puntos de vista, identifica este movimiento general como de
captación de la energía, u otras veces, como un movimiento a formas de
integración social.
«La evolución específica, dice Sahlins, no es el todo de la evolución cul-
tural. La cultura no sólo produce secuencias adaptativas de formas sino
también secuencias de formas más altas (más complejas), no sólo está
sometida al desarrollo filogenético, sino sobre todo al progreso. En breve,
la cultura ha evolucionado en un sentido general y también en uno especí-
fico. La evolución cultural general es la emergencia sucesiva de niveles nue-
vos de desarrollo» (Sahlins, 1960: 28).
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capturar energía por parte de la sociedad. Son más evolucionadas las socie-
dades que llevan a cabo mejor esto, las sociedades que son más altas termo-
dinámicamente tienen mayor flexibilidad y control del entorno, además
estas sociedades tienen mayor especialización e integración de sus partes.
Estas nociones se proponen sin más sin ninguna operacionalización y ade-
más están contaminadas con la idea de progreso.
De todas maneras, las contribuciones sustantivas de Sahlins se refieren
más bien a la evolución específica que a la general. En 1958 Sahlins publi-
ca su tesis doctoral, aunque la tesis fue defendida en la Universidad de
Columbia, las ideas tienen su origen, sin duda alguna, en los puntos de
vista de Leslie White. Sahlins trata de explicar las variaciones en la estra-
tificación. Algunas de las sociedades (Hawai, Tonga, Tahití) tienen formas
claras de estratificación con diferencias muy marcadas en poder riqueza y
estatus social. Otras sociedades (Tokelau) tienen formas mínimas de estra-
tificación social. Según Sahlins las diferencias entre unas sociedades y
otras tiene que ver con la productividad económica. Las que tenían mayor
productividad económica eran más estratificadas mientras que las menos
productivas lo eran menos. Desde este punto de vista, la formación de la
estratificación social tiene que ver con la creación de excedentes económi-
cos. Esta teoría de Sahlins tiene su origen en White y Childe. La tesis de
Sahlins se escribe antes de la aparición del concepto de jefatura.
Posteriormente, cuando este concepto adquiere carta de ciudadanía, los
datos ofrecidos por Sahlins cuadran perfectamente con la idea de la jefa-
tura. En 1963, Sahlins publica un artículo (1963) en el que compara los sis-
temas políticos de Melanesia y Polinesia. En la primera la organización
política es segmentaria, cada pueblo es autosuficiente y autónomo. Los
pueblos tienen unos líderes informales (grandes hombres o big men) que
no tienen realmente autoridad ni poder y por supuesto el liderazgo no
tiene, en principio, carácter hereditario. Polinesia tiene jefaturas que unen
los pueblos unos con otros. Los jefes son instalados en oficios permanen-
tes, mientras que los «big men» tienen que conseguir este status con su
esfuerzo. Como se puede observar, el análisis concreto de Sahlins es muy
limitado para llegar a constituirse como análisis evolutivo. De hecho, los
análisis concretos de Sahlins prueban únicamente la evolución específica.
Esto puede ser una señal de que su concepto de evolución general nunca
llegó a ser operacionalizado.
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Elman Service
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tas y a otros autores tienen un fundamento. «La base para la crítica de estos
intentos aparece finalmente clara: estos son teóricamente malos, y esto
varía dependiendo cuanto se apartan de la versión de lo que Harris llama
materialismo cultural». El materialismo de Marvin Harris «da primacía
causal en el cambio cultural a los sectores tecnoambientales y tecnoeconó-
micos de la cultura, considerando los aspectos social e ideológicos como
variables dependientes». «Pocos antropólogos están convencidos de que los
cambios evolutivos pueden originarse en ese orden». Y al final, resumien-
do, afirma algo que o bien es obvio o una tautología: ¿no debería el cientí-
fico buscar la causalidad allí donde aparece?
Es interesante conocer la respuesta de Harris que llega inmediatamente
en el mismo Natural History (Harris, 1969: 72) que es el órgano del Museo
de Historia Natural de N. York y, por ello, tiene una tirada enorme.
Harris dice que no entiende la sorpresa de Service por el libro cuando él
lo había leído previamente porque la editorial se lo había pedido, y además,
no sólo lo había leído, sino que lo había recomendado muy calurosamente
para su publicación. De hecho, Harris publica una carta personal de Service
en la que dice que es «un manuscrito excelente» y que «él está entusiasma-
do y lleno de admiración por la gran cantidad de trabajo que representa».
Aparentemente, en aquella carta Service decía que no estaba de acuerdo
con el análisis que se hacía en el libro de Sahlins, Service, White y Morgan.
Al final concluye Harris: «Lo que extraña a Service es que yo no he querido
hacer los cambios que él proponía».
De todas maneras, en paralelo con este incidente se daba una disputa
entre Service y Harris en Southwestern Journal of Anthropology (E. Service,
1968 y Harris, 1969). Service defiende en su artículo que lo más importan-
te es comprender que una teoría de la evolución no necesariamente impli-
ca un determinismo de carácter monistico, es decir, postular algo así como
una especie de primer motor.
«No hay ninguna fórmula mágica que pueda predecir la evolución de
todas las sociedades. La Evolución de la cultura de sociedades particulares
es un proceso adaptativo en que la sociedad resuelve problemas con res-
pecto al entorno natural y humano. Estos entornos son tan diversos, los
problemas tan numerosos y las soluciones tan variadas que no se puede
buscar un único determinante para todos los casos» (Service, 1968: 406).
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CAPÍTULO 3
CAZADORES-RECOLECTORES
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3. Si se hace caso a Lee hay que pensar que comen bien, viven una vida
bastante larga y tienen mucho tiempo libre.
4. Para colmo, se afirma que los cazadores-recolectores trabajan menos
y comen mejor que los agricultores que viven en el mismo entorno
(Woodburn, J.; 1968: 54).
5. Todos estos elementos son recogidos en unas notas dentro de la discu-
sión de la parte segunda del simposio en donde Sahlins (1968: 85-89)
los resume y ofrece unas etiquetas para designarlos en su conjunto, y
por una de esas carambolas que se producen frecuentemente en la cien-
cia social, la etiqueta tiene mucho más éxito que la investigación subs-
tantiva en la que se basa. Sahlins va a designar los cazadores-recolec-
tores como la «sociedad afluente» u opulenta, tomando pie en el título
de la obra de Galbraith. Una sociedad se puede considerar como afluen-
te cuando todos los deseos de la gente se satisfacen fácilmente.
La visión de la economía consiste en pensar que los deseos de la gente
son muy grandes o infinitos y los medios para satisfacerlos limitados, y, por
ello, la escasez es un fenómeno instalado en nuestras vidas. Pero también
se da una solución al problema de la escasez y afluencia, que Sahlins deno-
mina solución Zen, y que consiste en considerar que los fines y deseos mate-
riales de la gente son pocos y limitados, y que los medios para satisfacerlos
no cambian pero son suficientes. Con ello, Sahlins había dado un nombre
a los datos que ofrecían los investigadores de campo, y había aplicado el
punto de vista substantivista a la economía de los cazadores y recolectores.
El éxito de este planteamiento tiene mucho que ver con el descontento y
desilusión que en los sesenta se daba en las universidades americanas con
la tecnología, la industria y con la idea de progreso, sobre todo en relación
con la guerra de Vietnam.
De todas maneras, para profundizar un poco más en el modelo de socie-
dades cazadoras recolectoras que se perfila a partir de 1968, vamos a fijar-
nos en un análisis ofrecido por Lee (1972) que puede resumir perfectamen-
te los elementos básicos.
Se establece un corte radical con respecto a la «horda» de los cazado-
res/recolectores australianos tal y como había sido propuesta por Radcliffe
Brown, porque se trataba de un modelo muy rígido, y en contraposición a ello
se va a insistir en la enorme flexibilidad que caracteriza a estas sociedades.
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CAZADORES-RECOLECTORES
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CAZADORES-RECOLECTORES
explicar a qué se debe este fenómeno, en cuanto que lo obvio parece ser que
cuando un conjunto de cazadores-recolectores se asientan en un lugar
determinado del espacio, en un primer momento, traten de obtener el ali-
mento en los lugares más cercanos. Cuando se agotan allí, buscan lugares
más y más lejanos hasta que llega un momento en el que la cantidad de
espacio a recorrer es muy grande, y, entonces, lo obvio parece no tener que
ir lejos a buscar el alimento y volver después, sino instalarse por un cierto
tiempo más cerca del lugar en donde el alimento es más abundante. Esta
sería la explicación más plausible del nomadismo de los cazadores/recolec-
tores. Además de la permanencia en un lugar determinado, es importante
tener en cuenta el tamaño de la población. Este tamaño tiene bastante
importancia desde el punto de vista de la obtención del alimento dado que
cuanto más aumenta la población, también aumentará más el trabajo diri-
gido a ello.
Estas observaciones muestran que el trabajo es una especie de variable
intermedia que ajusta población y recursos. Ahora bien, si se tiene en cuen-
ta que, según el modelo que se impone a raíz de Man the Hunter, se con-
vierte en una especie de hecho asumido que los cazadores-recolectores tra-
bajan pocas horas, entonces habría que pensar que estas poblaciones se
organizan en base a grupos mínimos, lo cual sirve, y valga la redundancia,
para minimizar el esfuerzo. Sin embargo, esto está en contra de las obser-
vaciones empíricas, comunes en aquellos tiempos, y que parecían respon-
der a las observaciones de Mauss y Beuchat, según las cuales se da esa espe-
cie de oscilación entre unos periodos de concentración en los que tanto en
el caso de los Inuit como de los !Kung se juntan a veces de 100 a 150 per-
sonas en un solo lugar, y otros periodos en donde las concentraciones son
mucho menores (entre 20 ó 30 personas o incluso menos). Las razones para
la aparición de esta oscilación son varias pero se dan dos que pueden apa-
recer juntas o separadas. La primera razón tiene una raíz claramente eco-
lógica y se basa en la concentración de los recursos. En algunos casos
puede tratarse de una concentración de abundancia ya sea de focas o de
bellotas. Esta concentración lleva a una «acumulación» paralela de la
población en un lugar determinado del espacio. En otros casos, puede tra-
tarse de una concentración de escasez. El ejemplo más típico sería el agua
en zonas en donde hay dos estaciones. En la estación húmeda, el agua pare-
ce abundante en todas partes y distribuida de una manera amplia en el
espacio. Esto permite la dispersión de la población, cuando el agua escasea,
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parece lógico que la población se junte en los pocos lugares en los que esta
se encuentra. En el caso del agua habría que hablar de un «factor limitan-
te» en el sentido que el botánico Liebig deba a este término. Además de
estas razones que podíamos designar como ecológicas, hay otras de tipo
político. Como muy bien habían comprendido Mauss y Beuchat, la exis-
tencia de muchas personas en un lugar del espacio trae ventajas en cuanto
que hace posible lo que podíamos designar como «vida pública». De hecho
permite una vida social más intensa que se manifiesta en la frecuencia de
actos rituales o festivos u otras actividades más o menos colectivas. Pero,
además de un aumento considerable del trabajo, este fenómeno trae consi-
go la posibilidad de conflictos, a veces francamente violentos, entre unos
miembros del grupo y otros. En sociedades como éstas, donde no hay órga-
nos específicos para dirimir los conflictos, la mejor solución es la disper-
sión y separación en el espacio. Se trata de algo así como la «confirmación
prehistórica» del «ojos que no ven corazón que no siente». Desde este punto
de vista la dispersión juega un papel político de primaria importancia. Este
sistema de dirimir los conflictos está presente en otras sociedades, no sólo
entre los cazadores/recolectores.
Como se puede observar, hemos ofrecido dos tipos de explicación del
sistema de concentración-dispersión. Según nuestra manera de ver, los dos
están presentes y no se puede decir que exista una correspondencia entre
los dos tipos de explicación, como si la solución a los conflictos correspon-
diera exactamente a las razones de tipo ecológico.
Sin embargo, históricamente ha habido interpretaciones para todos los
gustos. Colin Turnbull (1965a; 1965b; 1968c) que fue uno de los antropólo-
gos que mejor estudió estos fenómenos estaba totalmente fascinado por el
problema político. El designaba la flexibilidad introducida en estas socie-
dades por el sistema de fusión/fisión con el término de «flujo» y plantea la
explicación de una manera muy unilateral que podemos resumir con sus
palabras.
«En primer lugar, parece claro que es la permisibilidad del entorno y no
el rigor ambiental lo que hace posible el sistema de flujo. En segundo lugar
la función básica del flujo no es ecológica sino lo que podíamos llamar
adaptación política. En tercer lugar, la fusión y fisión de los individuos y
grupos no siguen la línea de parentesco» (Turnbull, 1968: 137).
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Creemos que con lo que hasta ahora hemos dicho, hemos descrito bas-
tante bien el modelo de sociedades de cazadores que aparecía en el
Simposio de Chicago, y además hemos introducido, en algunos casos, ele-
mentos posteriores. Quizás parece conveniente ofrecer una pequeña crítica
de este modelo.
LA SOCIEDAD AFLUENTE
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Dentro de los elementos que han podido adquirir una vigencia a partir
del simposio Man the Hunter, juegan un papel importante algunos aspectos
de lo que podíamos designar como hipótesis del hombre-cazador que poste-
riormente han llegado a tener una vigencia absolutamente desproporciona-
da, y exagerando sin fundamento los aspectos más sexistas, jerárquicos y
violentos en trabajos tales como la sociobiología de E. O. Wilson y otros
autores. Como manifestación de esta postura, aunque él no estaría de
acuerdo con algunas de las conclusiones que se deducirían de sus argu-
mentos, está el punto de vista defendido por Laughlin (1968: 304) cuando
afirma que:
«… el cazar es el sistema de comportamiento básico de la especie humana.
Se trata de la actividad organizadora que integra los aspectos morfológicos,
fisiológicos, genéticos e intelectuales de los organismos individuales y de las
poblaciones que componen nuestra especie. La caza es una forma de vida
no «simplemente una técnica de subsistencia» que incluye compromisos,
correlaciones y consecuencias que se difunden por todo el continuum bio-
comportamental del individuo y de la especie entera del cual es miembro».
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Con esto Ellen está diciendo algo muy importante. Aunque desde el
punto de la subsistencia se pueden agrupar estas poblaciones en dos grupos
(cazadores/agricultores itinerantes) desde un punto de vista más amplio
existen, a veces, más semejanzas entre dos sociedades que pertenecen a
grupos distintos que entre otras que pertenecen al mismo grupo.
No vamos a entrar más en la discusión de estos problemas en abstracto.
En la descripción de los diversos tipos, o tipologías, sobre los
cazadores/recolectores se podrán aclarar algunas de estas cuestiones. En
vez de ofrecer un conjunto de tipologías sobre las sociedades de cazadores
y después tratar de elegir entre ellas, vamos a plantear la que parece más
simple e inclusiva, y, por lo tanto la que se va a aceptar, y posteriormente
se van a abandonar otras posibilidades de clasificación, con el convenci-
miento de que siempre hay mucho de arbitrario en todo esto.
Aunque se trate de una figura que nunca ha tenido el reconocimiento
que se ha merecido, ya sea porque ha tenido una trayectoria científica
estrictamente marxista o porque ha habido otras figuras de la misma nacio-
nalidad que se han llevado toda la popularidad, pensamos que la contribu-
ción de Claude Meillassoux a la antropología se engrandece con el paso del
tiempo. Aunque pueda parecer inexacto, pensamos que su contribución al
estudio de los cazadores recolectores ha sido central. Es verdad que se basa
en datos tomados de otros investigadores, pero una ventaja de la antropo-
logía ha sido que las observaciones de carácter empírico ofrecidas por un
autor particular han sido inmediatamente interpretadas, a veces de una
manera radicalmente diferente por otros investigadores. Los lugares en los
que los antropólogos han trabajado no se han convertido nunca en «terri-
torios privados». Meillassoux (1967 y 1972) parte de la distinción de Marx
(1988: 193-194) entre la tierra como «objeto» e «instrumento» de trabajo.
En la Sección Tercera del libro primero del Capital se dice que
«… la tierra se ofrece al hombre, sin que éste participe en ello, como el obje-
to general del trabajo humano. El medio de trabajo es una cosa o conjunto
de cosas que el trabajador interpone entre él mismo y el objeto de trabajo
para que le sirva de guía de su actividad sobre este objeto. La tierra misma
es un instrumento de trabajo que, sin embargo, presupone para poder ser-
vir como tal en la agricultura un conjunto de otros medios y un desarrollo
relativamente alto de la fuerza de trabajo».
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bastante interés porque se trata de una población que llega a establecer uno
de los sistemas política y socialmente más complejos entre las sociedades
de cazadores/recolectores y sin embargo no practican el almacenaje de ali-
mentos (Widmer, 1988) que algunos (Soffer, 1989; Testart, 1982) conside-
ran como un fenómeno de central importancia para el desarrollo de la com-
plejidad. El análisis de lo que ocurre con estas poblaciones pone bastante
en cuestión este punto de vista. Dentro de esta categoría, habría que incluir
los cazadores a tiempo parcial en cuanto que, en este caso, la cantidad de
tiempo y energía que ponen en la horticultura o la cría de ganado necesita
una organización económica basada en una utilización diferida. Puede
parecer extraño que se hable de caza y recolección a tiempo parcial, pero
un ejemplo puede explicar esto. Se dan poblaciones que habitan en las lla-
nuras de Nueva Guinea que limpian un trozo de jungla y plantan básica-
mente plátanos y papayas, después se van a vivir de la caza y recolección.
Unos meses después vuelven a limpiar la maleza, si ven que lo que han
plantado ha crecido, y vuelven a practicar la caza y recolección. Meses más
tarde vuelven a recoger lo que se ha producido y se asientan en el lugar por
un cierto tiempo. Pero el caso más llamativo quizás sea el de los Apaches
del Suroeste de los Estados Unidos, que en el verano cultivan en las partes
más elevadas de su territorio y en invierno bajan a las partes bajas del Sur
a recolectar. Otros serían los cazadores recolectores sedentarios, los pesca-
dores que invierten en barcos o trampas para el pescado, los que se dedican
a la recolección de la miel y los cazadores montados como los Indios de las
llanuras norteamericanas.
Normalmente, estas sociedades tienen altas densidades de población,
son sedentarias o practican una movilidad residencial restringida, cierta
especialización residencial, defensa del territorio, propiedad de los recur-
sos, explotación de algún recurso de una manera central, frecuentemente el
pescado. Los grupos residenciales son grandes y se heredan las posiciones
de status. Estos cazadores/recolectores tienden a tener altas tasas de vio-
lencia y considerarla como legítima. A veces, la guerra entre unas pobla-
ciones y otras es frecuente, e incluso las incursiones en otras poblaciones
distintas para obtener por la fuerza alimentos, tierra o esclavos.
Un ejemplo puede explicar mejor que cualquier otra cosa lo que se ha
dicho antes. Podemos traer a colación las poblaciones de la costa noroeste
de Norteamérica.
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ción. Tanto los grupos que no poseían una corriente del río, como los que
estaban río arriba y que tenían menos recursos, tenían relaciones muy
malas con los que eran más potentes y los agredían frecuentemente con la
idea de apoderarse de sus lugares de pesca (Ferguson, 1984: 310-312).
Dentro de este ambiente de competición brutal entre unas aldeas y otras, se
puede comprender mejor lo que es el potlacht. Como decíamos, se trata de
un ciclo de fiestas organizadas por un numaym que en principio sirven para
celebrar acontecimientos de importancia, especialmente ciertos ritos de
paso. En ellos, son invitados como huéspedes personas que pertenecen a
otros numaym y a otras tribus. Estos son agasajados y se les ofrecen rega-
los por parte del anfitrión que frecuentemente ha exigido que algunos rega-
los le sean previamente dados por miembros de otros grupos domésticos u
obtenidos en préstamo por otros grupos más alejados. El potlacht era un
ciclo que se movía por un cúmulo de obligaciones. Los invitados estaban
obligados a recibir los dones lo cual los obligaba a llevar a cabo un potlacht
en donde se ofreciesen una cantidad un poco mayor de bienes que aquella
que había sido ofrecida en primer lugar. Aquellos que habían ofrecido un
potlacht ganaban un prestigio proporcional con aquello que daban. Si
alguien no aceptaba los regalos se colocaba definitivamente en una posi-
ción subalterna y si no se devolvían los regalos dados en la fiesta con un
potlacht de regalos parecidos, o un poco mayores o mejores, entonces se
veía claramente que el prestigio, poder y situación económica era muy infe-
rior a la del donante. Por esta razón, no sólo era posible, sino frecuente que
dos individuos entrasen en una especie de competición con potlatchtes
mayores y mejores que iban aumentando poco a poco hasta que llegaban a
situaciones en las cuales algunos de los bienes o mercancías no sólo se
daban, sino que se destruían en grandes cantidades (cuando las personas
eran jefes o simplemente «alguien prominente») normalmente quemándo-
las «en el fuego» del potlacht. Cuando estoy llevando a cabo esta descrip-
ción me pregunto cómo es posible que una mayoría importante de antro-
pólogos, basándose sin duda alguna en las «autoridades fundadoras»,
consideren esto como una especie de «organización absolutamente primi-
tiva de las relaciones sociales y de la economía». Si esto es así, habría que
decir que la mayoría de los rituales de las cortes europeas desde
Carlomagno a nuestros días son una especie de florilegio de normalidad y
sencillez, sin ningún trasfondo de estratificación social, ni complejidad
alguna. Pero, de todas maneras, el potlacht es importante para el desarro-
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más ricos sostienen a los más pobres. Lo que había llamado más la aten-
ción, que era el aspecto derrochador y destructor del potlacht en donde se
llegaban a quemar cantidades ingentes de bienes, es interpretado por
Piddocke como un resultado del contacto con los europeos. El contacto trae
consigo, como en tantos otros lugares, una disminución dramática de la
población, y, por otra parte, la aparición de mercancías europeas aumenta
la cantidad de bienes que posee la gente y hace que su valor baje mucho. De
hecho se sabe que la población de los Kwakiutl pasó de estar constituida
por 10.000 individuos más o menos en 1836 a 2.000 personas al final del
siglo pasado.
La tercera explicación tiene una dimensión más amplia, en cuanto que
en ella se plantea a la vez un intento de explicar fenómenos de desigualdad,
estratificación y competición entre las poblaciones. Brian Hayden (1981:
223-246) distingue entre lo que nosotros hemos llamado cazadores recolec-
tores con una utilización inmediata de los recursos y aquellos con una uti-
lización diferida en base a la abundancia de los recursos. Cuando los recur-
sos son limitados pero más o menos estables y fluctúan de una manera
predecible y susceptible de sobreexplotación, la competición económica
destruye los recursos y es destructiva para las comunidades. Entre estas
poblaciones, el compartir tanto el acceso como los recursos es una necesi-
dad. La propiedad de recursos críticos, el control jerárquico, por parte de
algunos grupos domésticos y la competición no está permitida.
Una situación distinta se da cuando una población vive en un entorno
en el cual se dan recursos abundantes que pueden ser convertidos en bien-
es o servicios más escasos por los que la gente está interesada. Según
Hayden, se dan dos factores fundamentales que sirven para convertir recur-
sos abundantes en bienes escasos. El primero es la restricción por parte de
individuos o grupos a los recursos que pueden convertirse en escasos. El
otro factor, que tiene importancia en nuestro caso, son las fiestas de carác-
ter competitivo. Estas juegan un papel central en la conversión de recursos
abundantes en bienes y servicios escasos, y muy valorados. Dentro de ellas,
juegan un papel central individuos claves que podemos designar con el tér-
mino de «acumuladores» que en otros contextos se han designado como
«grandes hombres». Estos intentan dar lo más posible, no solamente por-
que este es un camino para aumentar su riqueza, en cuanto esto represen-
ta una inversión de un excedente que después será recobrado con creces (en
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culan intactos que tienen menor valor y que parecen servir de satélites a
ellos».
Según Godelier, el error de Mauss fue haberse centrado exclusivamente
en aquellos objetos que se donan y circulan entre las personas aunque no
se alienen completamente. Con ello olvidaba la existencia de aquellos otros
objetos más importantes y sagrados, que no circulan, como es el caso de los
cobres de los Kwakiutl.
«Al dejar los objetos sagrados fuera de su campo de análisis Mauss pudo
crear, sin quererlo, la ilusión de que el intercambio era la esencia de la vida
social. De este modo, habría una senda que prolongaría Levi Strauss, quien
por su parte simplificó aún más las cosas en la celebre fórmula donde redu-
cía la sociedad a un triple intercambio de mujeres, de bienes, de palabras»
(Godelier, 1998: 103-104).
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cambio de unas manos a otras. Sin embargo, hay otra forma de integración,
que aparece en la Gran Transformación y en otras obras no está presente.
Nos referimos a la «oikonomia» (ordenación de los recursos domésticos) o
«householding». El origen de este término hay que buscarlo en Aristóteles.
Como es bien sabido, Aristóteles distinguía entre la «oikonomia» natural
que es la provisión y ordenación de los recursos dentro de la unidad do-
méstica y el comercio (kapellike) que va dirigido a la obtención de dinero.
Polanyi (1944: 53) afirma que esta distinción es «probablemente la obser-
vación más profética nunca hecha en las ciencias sociales».
La «oikonomia» está basada en el grupo doméstico autosuficiente y va
dirigida a «la producción y almacenaje para la satisfacción de las necesida-
des del grupo» (Polanyi, 1944: 43). A pesar de que este sistema de integra-
ción aparece como un aspecto de la vida económica de las sociedades de
agricultores, sin embargo, no parece tener nada en común ni con el motivo
de la ganancia ni con los mercados. También hay que tener en cuenta que
la «oikonomia» puede ser una estrategia de autosuficiencia y autonomía
doméstica» (Halperin, 1994: 144) y por lo tanto un principio de autarquía.
Si esto fuera así sería posible interpretar la «oikonomia» como una forma
de integración que no se basa en el intercambio. Si se preguntase sobre si esta
idea está presente en la obra de Polanyi, no podríamos responder ni afir-
mativa ni negativamente porque lo que él dice sobre esto es muy poco y
nada claro.
La culminación de la sistematización de la economía como intercambio
tal y como se conoce en la tradición etnográfica acerca de los llamados pue-
blos primitivos está en los planteamientos de M. Sahlins (1972). Entre las
diversas formas de integración de las que habla Polanyi, Sahlins dice que se
pueden encontrar la reciprocidad y la redistribución. Dentro de la recipro-
cidad distingue Sahlins tres tipos. El primero es la reciprocidad generaliza-
da que sería el extremo de solidaridad, las transacciones putativamente
altruistas, el puro don de lo que hablaba Mauss. Pero Sahlins, quizás por su
interés en sintetizar y generalizar, afirma que «otras fórmulas etnográficas
serían «el compartir» la «hospitalidad», el «puro don», la «ayuda», la «gene-
rosidad»... tendiendo hacia el mismo polo son las «obligaciones del paren-
tesco», «obligaciones hacia el jefe» y «noblesse oblige». (Sahlins, 1972: 174).
No entendemos como se pueden juntar bajo un sólo epígrafe el «compar-
tir» la «ayuda» y la generosidad.
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alguna manera habría que definirla como aquello que «está relacionado
con las causas del bienestar material. Este elemento es común a las defini-
ciones de Cannan, Marshall e incluso Pareto»... (Robbins, 1969 (1932): 4).
Como se puede observar, no es necesario recurrir a Marx para admitir esta
noción de economía. Incluso podía bastar con pensar que algunos aspectos
centrales de la economía se refieren a este orden de cosas que aquí hemos
designado con los términos de «bienestar material» o «medios de subsis-
tencia» para que se comprenda la importancia del fenómeno del compartir.
Sin embargo, en el Ensayo sobre la Naturaleza y Significación de la Ciencia
Económica de Lord Robbins, quizás la obra más influyente en la creación
de un consenso acerca de lo que es la economía, esta definición materialis-
ta es criticada con dureza (Robbins, 1969: 4-12) con argumentos absoluta-
mente no convincentes. Entre ellos bástenos traer a colación un ejemplo.
Según Robbins (ibíd. 5-6) este concepto «materialista» de la economía no
se puede aplicar a los salarios porque,
«… es perfectamente claro que algunos salarios son precios de trabajo que
se puede describir como que conducen al bienestar material, por ejemplo
los salarios del recogedor de basuras. Pero también es verdad que algunos
salarios, los salarios de los miembros de una orquesta por ejemplo, son
pagados por un trabajo que no tiene ni remota influencia en el bienestar
material (!)».
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En sexto lugar, hay que tener en cuenta que el éxito en la caza y la capa-
cidad para repartir sus resultados no es recompensada con honores y reco-
nocimientos que puedan ser capitalizados en el presente o en el futuro.
Entre los !Kung es muy conocido el fenómeno que Lee (1979: 48-50) descri-
be con el término de «insultar la carne». Cuando un cazador vuelve al pobla-
do y ha tenido éxito en la caza, lejos de ser recibido con honores o aplausos,
es más bien todo lo contrario lo que ocurre. Normalmente el cazador se sien-
ta en silencio y cuando alguien le pregunta por lo que ha cazado se suele res-
ponder: «Yo no soy buen cazador, no he visto gran cosa... solo algo muy
pequeño». Posteriormente cuando algunos hombres van a cortar la carne y
traerla al poblado, aunque se trate de un animal grande, dirán que es muy
pequeño, que no merecía la pena haber venido tan lejos para llevar un saco
de huesos etc. La acción de minusvalorar la caza se produce con el fin de
obviar la posibilidad de que el cazador acumule honores, renombre o éxitos
en base a lo cazado. De tal manera es importante que no se produzca esta
situación que los !Kung tratan por todos los medios de educar a los jóvenes
en lo que podíamos designar como la humildad. Lee (1979: 246) trae a cola-
ción las afirmaciones de Tomazho un curandero famoso que dice:
«Cuando un joven ha cazado mucho, llega a considerarse un jefe o un
gran hombre y piensa que los demás somos sus criados o inferiores.
Nosotros no podemos aceptar esto. Rechazamos al orgulloso porque algún
día el orgullo le hará matar a alguien. Por ello, siempre decimos que su
carne no tiene ningún valor. De esta manera, enfriamos su corazón y lo
hacemos una persona amable».
Todos los datos hacen decir a Lee que «insultar la carne es una de las
prácticas centrales de los !Kung para mantener el igualitarismo». Aunque
algunos hombres son mucho mejores cazadores que otros, su comporta-
miento está moldeado por el grupo, para minimizar la tendencia a la auto-
complacencia y así canalizar las energías hacia actividades socialmente
beneficiosas. Como resultado,
«… la existencia de diferencias en la habilidad cazadora no lleva a un siste-
ma de «grandes hombres» en el cual algunos individuos con habilidad
sobresalen sobre los demás en términos de prestigio... Insultar la carne es
uno de tantos elementos del conjunto de prácticas toscas que permiten
mantener un sistema de vida donde el compartir juega un papel funda-
mental» (Lee 1984: 49-50).
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carne después de la caza tanto entre los Hazda como entre los !Kung, pero,
como estructuralmente se parecen mucho, vamos a describir el sistema
entre los Hadza y por semejanza se va a comprender perfectamente lo que
ocurre entre los otros. En segundo lugar, vamos a describir el sistema de
intercambio «hxaro» entre los !Kung.
El fenómeno del «compartir» la carne de los animales grandes entre los
Hadza presenta bastante interés. Una vez que el animal ha sido cazado, la
carne se divide en dos categorías (Wodburn, 1998: 51-52), una se designa
con el término de «maneko ma Epeme», o carne de Dios. Esta carne está
constituida por trozos o partes del animal considerados de mucho valor y es
repartida entre los hombres que ya han sido iniciados. Esta carne no perte-
nece al cazador y si este no ha sido iniciado no puede probarla. Si ha pasa-
do por la iniciación tiene derecho a obtener lo mismo que los demás. De
todas maneras el cazador no es el que ofrece esta carne porque no es suya.
Además de estas partes, hay otra carne (la mayor cantidad) que se llama
«manako eta Hadzabe» o carne de la gente. El cazador es reconocido como
el «propietario» de esta carne, pero no tiene prácticamente ningún derecho
sobre ella. Esto se debe posiblemente al hecho de que se une una propiedad
individual de la caza y a la vez una obligación estrictísima de compartirla
toda ella. Esto también puede ser interpretado desde el punto de vista tan
bien expresado por Gluckman (1965: 36-43) según el cual, coexisten aquí el
derecho de propiedad individual y colectivo sobre la caza, lo cual implica
que el dominio individual sea mínimo. De todas maneras, la carne es com-
partida de una manera muy extensiva entre los miembros del grupo.
Primero se comparte en el lugar de la caza. En el poblado se vuelve a repar-
tir con los que han quedado, cuando se cocina se reparte lo cocinado y cuan-
do alguno se queda sin carne porque la ha consumido la pide de aquellos a
los que les queda algo. Guardar carne para su consumo posterior no se
acepta, y sería bastante ridículo porque no se puede ocultar y hay que repar-
tirla. Todo el mundo, aunque no se lo merezca, o sea una persona no queri-
da, recibe una parte. El origen del compartir no está en la oferta por parte
del cazador o los que parten la carne sino en la demanda y exigencias conti-
nua por parte de los posibles receptores. Aquí tenemos una descripción bas-
tante clara de lo que podía ser considerado como un puro compartir.
Lo que ocurre entre los !Kung es bastante parecido y por ello no lo des-
cribimos aquí. De todas maneras, podemos plantearnos una cuestión que
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intercambio. En última instancia, los tres autores a los que nos referimos,
cuando pensaban que estaban llevando a cabo un gran descubrimiento, en
última instancia estaban hablando en prosa. En gran medida lo que hací-
an era glosar el dicho famoso de Adam Smith en «La Riqueza de las
Naciones» sobre la inclinación de los hombres al intercambio y al trueque.
Si se tiene en cuenta que hay sociedades que organizan su actividad eco-
nómica en base al «compartir», y también que hay actividades económicas
que no tienen gran cosa que ver con el intercambio, es cuando se puede lle-
gar realmente a comprender lo que significa la economía como «aprovi-
sionamiento de la sociedad».
Sin embargo, hay algunos elementos en la interpretación de Woodburn
que requieren una consideración más amplia. Según él, la economía de
poblaciones como la de los Hadza permite una mayor libertad de la depen-
dencia y subordinación, lo cual es lo mismo que afirmar que se basa estric-
tamente en el fenómeno del compartir. Sin embargo, no entendemos clara-
mente cuáles son las bases de esta economía.
Quizás la condición económica fundamental que define la situación de
los Hadza sea la abundancia de los recursos y su predecibilidad que hace
viable la posibilidad de basar su economía fundamentalmente en el com-
partir. En contraposición a los Hadza, los !Kung, por ejemplo, viven en un
entorno más precario, y sobre todo más variable e impredecible. Debido a
una situación como esta, la economía de los !Kung se basa en el compartir
de algunos productos de consumo como la carne y otros alimentos. Además
de ello, entre los !Kung se da un sistema, absolutamente constreñido y limi-
tado, de intercambio reciproco, el hxaro, que permite que las poblaciones
visiten otras áreas cuando hay dificultad en sobrevivir en el área propia.
Si esto fuera así sería posible establecer una correlación entre abundan-
cia y predecibilidad de los recursos y fenómeno del compartir versus inter-
cambio y reciprocidad.
Esto nos fuerza a ahondar en esta relación. La dificultad mayor se
encuentra en hacer un análisis de la literatura etnográfica porque todos los
autores identifican (erróneamente, según nuestro parecer) el compartir con
el intercambio y reciprocidad. A pesar de ello, trataremos de insinuar aun-
que sea esquemáticamente por donde podía ir la solución.
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la menor duda que en su celo por enfrentarse a lo que otros autores decían,
han exagerado o minimizado elementos importantes. En primer lugar, aun-
que no le dieron gran importancia, la poliginia de los adultos varones es un
fenómeno incontestable, así como ciertas situaciones en las que las esposas
eran compartidas. También aparecen casos de poliginia entre hermanas que
a veces se unen a una poliandria adélfica, lo cual no parece muy alejado del
matrimonio de grupo como tal y como lo propugnaba Morgan.
Radcliffe-Brown hace alguna otra contribución al análisis de los datos
australianos que tiene bastante interés. Se ha discutido bastante acerca de
las tendencias anarquistas de Radcliffe-Brown. Cuando todavía era Alfred
Brown y no se había puesto un nombre compuesto, parece que había sido
amigo de Kropotkin, y que era llamado «Anarchy Brown» en sus épocas de
estudiante. Sea lo que sea, el gran antropólogo británico siempre había
defendido que la organización social de los aborígenes australianos era más
o menos «anarquista». La tribu, según él, no tenía jefes ni ninguna forma de
gobierno. El lugar en donde estaba asentada, y todo lo que en él hay, perte-
nece por igual a todos los miembros del grupo. Partiendo de aquí, el proble-
ma que se planteaba era cómo es posible que se llegase a construir un orden
social complejo sin un aparato que imponga la autoridad. Según Radcliffe-
Brown, la solución está en que el parentesco constituye una especie de
microcosmos conceptual para interpretar el universo. Por esta razón, los
principios organizativos y el marco integrador de la sociedad aborigen están
moldeados en el lenguaje del parentesco, y, por lo tanto, el estudio de estas
sociedades depende en gran medida del desarrollo de la teoría del parentes-
co. Lo que es interesante constatar es que esta idea se va imponiendo y
Lauriston Sharp (1958) publica un trabajo que resume en su título lo que se
pensaba: «Gente sin política». En última instancia se impone la idea de que
los Aborígenes no tienen ni organización política ni gobierno porque basta-
ba con que los miembros de la sociedad llevaran a cabo sus deberes del
parentesco así como los derechos, para que la sociedad funcionase. Algunos
antropólogos, australianos o no, tales como Meggit (1962, 1964) Hiatt (1965,
1966) o Kenneth Maddock (1972: 44) dirán lo mismo. Este último llegará a
afirmar que la sociedad aborigen no tenía ninguna institución de coerción y
que vivía «en una especie de anarquía en la que estaba abierta a los hombres
activos y emprendedores que podían adquirir una cierta influencia con la
edad, pero que nadie era realmente soberano». Con ello se extiende una
especie de idea según la cual la sociedad aborigen es algo así como una
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jerarquía social y política entre los mismos que se constituyen como supe-
riores y las mujeres que se constituyen como inferiores o subalternas.
Debido a la importancia central del ritual, tanto desde un punto de vista
cósmico como social, los hombres más viejos son capaces de apropiarse de
los productos del trabajo de las mujeres y de someter a disciplina y domi-
nación a los más jóvenes. El campo de la religión es el lugar en donde se
negocian y distribuyen los recursos de autoridad, poder y status. Las des-
igualdades que se definen en la religión establecen y articulan la estructura
de la formación social en su conjunto. La religión aloja dentro de sí la
ideología en la que las relaciones de dominación de los hombres más viejos
con respecto a las mujeres son articuladas y justificadas.
En lo que hasta ahora hemos podido describir aparecen dos fenómenos
que indican la subordinación de las mujeres a los hombres más viejos y por
lo tanto la jerarquía y desigualdad social y política entre los aborígenes aus-
tralianos. Por una parte, aparecen fenómenos comportamentales tales
como la poliginia o el matrimonio por promesa de niñas pequeñas a adul-
tos ancianos. Por otra parte están los rituales, y la ideología que se repre-
senta en ellos, en los que esta subordinación se articula, refrenda, justifica
y en gran medida también se crea.
Antes de pasar a evaluar estos elementos, queremos analizar un último
aspecto muy importante cual es el del trabajo. Como es bien sabido, en
1968, en el simposio Man the Hunter, Marshall Sahlins propuso la idea de
la sociedad de cazadores recolectores como la sociedad opulenta o afluen-
te. La argumentación básica consistía en afirmar que los cazadores reco-
lectores trabajaban menos que lo que ocurre en nuestras sociedades, que el
trabajo para buscar alimento es más bien intermitente, y que, por lo tanto,
el tiempo de ocio es muy abundante. Si a ello se añade que, como afirma-
ba Marshall (1961: 243) parecen gozar «de una especie de abundancia
material», entonces se comprende perfectamente porqué se puede hablar
de sociedad opulenta. En los cálculos que Sahlins ofrece, juega un papel
central un estudio llevado a cabo por McCarthy y McArthur (1960) en 1948
en dos lugares de Arnhem Land. En uno de ellos (Fish Creek), los hombres
trabajaban de media 3,44 horas al día y las mujeres 3,50, mientras que en
el otro (Hemple Bay), las cantidades eran de 5,9 y 5,3 respectivamente.
Basándose en estos datos, y en los ofrecidos por Lee referentes a los !Kung,
Sahlins construye su idea de la opulencia originaria. Sin embargo, los datos
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Si nos atenemos a los estudios más rigurosos que son los de Altman
(1988) y Mehan (1982) podemos afirmar que es falso que, en situaciones
pre-contacto, la contribución de las mujeres a la subsistencia es mayor que
la de los hombres. Pero ahora no nos interesa tanto esto cuanto la inter-
pretación que se da y quién la da.
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gran cosa que ver con ello. Como muy bien ha subrayado Merlan (1988:
48-49), las mujeres tenían un papel muy importante en los rituales de
maduración femenina pero «la gran importancia que tienen las acciones
de los hombres en la madurez de las mujeres, ya sea a través de la activi-
dad sexual o a través del ritual, no ha sido tenido en cuenta». Con ello se
está refiriendo al hecho de que, de una manera prácticamente general, en
Australia el reconocimiento de la llegada de la mujer al estado adulto, era
llevado a cabo por los varones y se llevaba a cabo frecuentemente a través
del acto sexual con varones distintos del que iba a ser su futuro esposo.
Como muy bien describe Goodale (1971: 47) para los Tiwi, la causa fun-
damental de la primera menstruación es la copulación de un varón con
ella. También piensan que la causa de la formación del pecho, del vello
púbico y de la menarquia está en el acto sexual. Goodale dice que bastan-
tes mujeres le decían que el primer acto sexual hace mujeres a las niñas.
Si esto es así, no es raro que los primeros observadores europeos hablasen
de matrimonio de grupo.
Como se puede ver, las prácticas sexuales de las que aquí hemos habla-
do, así como algunas creencias y aspectos de su organización, a los que aquí
nos hemos referido, tienen poco de esclavización de la mujer y de su con-
versión en una no-persona.
De todas maneras, debemos referirnos a los otros elementos que tie-
nen importancia: el trabajo o la función productora y la participación en
el ritual. Con respecto al problema del trabajo de la mujer, sobre todo en
la situación de precontacto, comprendemos que es bastante difícil hacer
estimaciones aunque pensamos que la situación que describe Altman es
bastante generalizable. Se trataría de una situación de igualdad en la con-
tribución de hombres y mujeres a la subsistencia en la situación de pre-
contacto, y una disminución importante a raíz del contacto, especialmen-
te con la penetración mayor del gobierno australiano, de los mecanismos
del mercado y la suplantación de los carbohidratos que obtenían las muje-
res a través de la recolección por productos baratos y fáciles de obtener.
Hay que tener en cuenta que hay bastantes autoras que afirman la inde-
pendencia y relativa autonomía de la producción de las mujeres.
En todo caso, parece que la responsabilidad básica de la mujer no solo
era recolectar, sino también distribuir los productos de su trabajo a sus
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La sociedad aborigen está muy dividida por la línea del género y, por
esta razón, las antropólogas/os que han intentado hacer trabajo de campo
con miembros del otro sexo no lo han podido llevar a cabo, e incluso en
ciertas situaciones les ha resultado peligroso. Por ejemplo, Nancy Munn
(1973: 41) cuando intentó estudiar hombres y mujeres por igual, los hom-
bres no la invitaban a observar la preparación de las ceremonias secretas
masculinas, y las mujeres parece que tampoco porque había intentado estar
en los rituales masculinos.
Parece evidente que se daba una imposibilidad para los antropólogos
varones de enterarse incluso de la existencia de los rituales llevados a cabo
por las mujeres. El secretismo es más frecuente con respecto a los rituales
femeninos. Con frecuencia las mujeres han preferido negar la existencia de
algunos rituales antes de enseñarlos y explicarlos. Frecuentemente, los lle-
van a cabo en el bosque, fuera de la vista de los hombres y de los propios
antropólogos/as, y, cuando se les pregunta, van a afirmar que se trata de
«asuntos de mujeres» (Bell, 1984: 297). Frecuentemente los antropólogos
tomaban estas respuestas como una manifestación de que esas ceremonias
no eran rituales auténticos, sino «tonterías» o, a lo sumo, «magia amorosa»
o manifestaciones de sentimientos privados que permanecen ocultos. Como
se puede observar de aquí a afirmar que son «esencialmente profanos» no
hay más que un paso. Sin embargo, algunas antropólogas reaccionaron
desde el principio contra estas actitudes.
«Junto a los varones más viejos, las mujeres son las conservadoras del mi-
to, son responsables del tratamiento de la ley y costumbres tribales y son una
de las fuerzas que hacen posible la estabilidad y continuidad de la vida tribal»,
dice Kaberry (1939: 184). Por aducir un testimonio más reciente podemos
traer a colación lo que dice Rose (1996: 36).
«Los Sueños viajan, a veces tienen forma humana y otras forma animal.
Pero, de cualquier forma siempre son masculinos o femeninos. Los hom-
bres y mujeres cuando sueñan caminan separados y crean lugares adscritos
a un género. En este momento hay sitios de hombres y sitios de mujeres,
estos lugares están asociados con unas u otros porque el Sueño los ha hecho
así. También se dan grados diferentes de exclusión: lugares a los que pue-
den ir los hombres pero tienen que quedarse quietos, lugares a donde pue-
den mirar pero sin detenerse mucho, otros a donde pueden ir pero no acam-
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par, y otros a los que los hombres no pueden ir jamás. Hay lugares en donde
los hombres no pueden beber el agua, ni siquiera mirar el humo que sale de
la tierra de las mujeres».
Por supuesto, lo mismo ocurre con respecto a los lugares de los hom-
bres, a su tierra.
«Lo que podíamos designar como la «generización» del paisaje, del
ritual y de la organización social es una característica básica de la sociedad
aborigen y, por ello, es fácil comprender lo que significa lugares de los hom-
bres y lugares de las mujeres así como rituales de los hombres y rituales de
las mujeres».
Si esta postura es exacta, habría que decir que en el terreno ritual se dan
dos esferas separadas, la masculina y la femenina, lo cual da una gran auto-
nomía a los rituales de las mujeres que, lejos de ser acciones que pertenecen
a un orden de cosas inferior se pueden colocar en una situación de paridad
con los rituales masculinos. Lo que se quiere expresar con esto es que, las
observaciones, según las cuales los rituales femeninos no pertenecen al
campo de la religión, o de que no se trata realmente más que de actos de
magia amorosa, por lo cual las mujeres no tienen acceso a lo religioso, son
radicalmente falsas. Por otra parte, curiosamente estas afirmaciones han sido
realizadas por varones que nunca han tenido acceso a los rituales femeninos.
Una postura un poco distinta estaría representada por lo que dice Bell
(1983) que se apoya en observaciones anteriores de antropólogos. Desde
hacía tiempo Berndt había insistido en que las descripciones de la sociedad
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Esta observación tiene una gran importancia y por ello vamos a detener-
nos un poco en su consideración. En primer lugar, hay que decir que hay
sociedades en donde las mujeres cazan. Incluso hay sociedades que habitan
en el Artico o Subártico, como los Ainu de Hokaido (Japón), los Ojibway de
América del Norte (Watanabe, 1968; Landes, 1938) en donde las mujeres lle-
van a cabo frecuentemente la actividad de cazar. Subrayamos las sociedades
que habitan en las zonas del Artico porque siempre se ha dicho que en ellas
la actividad cazadora nunca era llevada a cabo por las mujeres. Pero el caso
más llamativo es el de los Agta, una sociedad de cazadores/recolectores que
habitan en Luzón en las Filipinas (Estioko-Griffin y Griffin, 1981; Goodman,
Griffin, Estioko-Griffin. y Grove, 1985). Entre ellos, un 85% de las mujeres
practican la caza y no hay ninguna diferencia (en tamaño corporal, peso,
altura, edad del primer embarazo o número de hijos vivos) entre las muje-
res que cazan y que no lo hacen. Las mujeres cazan durante la menstruación
e incluso cuando están amamantando algún hijo, en este caso lo llevan en
una especie de cabestrillo que cuelgan del hombro, y los niños mayores los
dejan al cuidado de una mujer de la familia.
Tanto las mujeres como los hombres cazan separadamente ciervo o
jabalí, pero cazan monos en grupo. Por último, hay que subrayar que las
mujeres Agta parecen ser mejor cazadoras que los hombres (el 31% de las
veces vuelven con alguna pieza mientras que los hombres solos tan solo tie-
nen éxito en el 17% de los casos, los grupos mixtos de hombres y mujeres
tienen mucho más éxito en cuanto que vuelven a casa con las manos llenas
en un 41% de los casos).
El caso de las mujeres Agta falsa un poco la idea de que, de un modo
general, se da una división genérica del trabajo por la cual los hombres
cazan, especialmente animales grandes, mientras que las mujeres recolec-
tan. Aquí tenemos un caso en el cual las mujeres cazan frecuentemente y
cazan también animales grandes. Esto puede obligar a replantear todo el
problema pero, antes de hacer las matizaciones pertinentes, conviene que
subrayemos dos cosas que pueden tener importancia. En primer lugar, aun-
que las mujeres con niños en época de lactancia también cazan a veces, este
fenómeno no es frecuente. En segundo lugar, la caza de las mujeres se lleva
a cabo básicamente en grupo, con perros y, cuando se utilizan armas se
trata básicamente de machetes. Los hombres cazan individualmente y usan
una mayor variedad de armas, desde flechas a rifles.
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conspiracionista (algo así como que los varones se juntaran en asamblea para
dominar a las mujeres) que es muy difícil de sostener. Habrá autores que sos-
tendrán tranquilamente que «el comienzo y la reproducción social del traba-
jo de caza/recolección se deriva de la apropiación por parte de los hombres
del trabajo de la caza y del capital social que se añade a sus productos»
(Brightman, 1996: 718). Pensar que esta apropiación intencionada de los
hombres tiene lugar en sociedades tan diversas y variopintas como las de
cazadores recolectores, es un acto de fe muy difícil. Si a esta observación se
añade otra en la que se afirma que la exclusión cuasi universal de las muje-
res de la actividad de caza «recuerda la increíble falta de inventiva, las cos-
tumbres que se inventan de una manera recurrente o que se toman prestadas
cuando se encuentran» (Brightman, 1996: 720), entonces hay que decir que
hay afirmaciones increíbles cuya aceptación traería consigo tirar por la borda
lo poco o mucho que la antropología ha avanzado a lo largo de su historia.
Es importante subrayar tres cosas que se refieren, la primera a la gene-
ralidad de la exclusión de la mujer de las actividades de caza, la segunda a
la importancia de la caza en la configuración de la cultura humana y la ter-
cera a la generalidad de la subordinación de las mujeres a los hombres en
las sociedades de cazadores/recolectores.
En primer lugar, hay que decir que la exclusión de la mujer de las acti-
vidades de la caza no solo no es general sino que, si se toma la caza en su
conjunto (animales grandes y pequeños, pesca, pesca de moluscos y peque-
ños peces), serían menos las sociedades que excluyen de esta actividad a la
mujer que aquellas que no lo hacen.
Ateniéndose a esta constatación, los autores que insisten en la idea de la
exclusión van a proponer que no se trata de que la mujer esté excluida de
la actividad de la caza, sino de la caza de animales grandes. Aunque, en este
caso, es cierto que hay sociedades en las que las mujeres están excluidas de
esta actividad, no se ve muy bien cual es la razón por la cual se da tanta
importancia a esta exclusión como base de la subordinación de las mujeres.
Si se afirma que el prestigio viene del hecho de que la caza de mamíferos
más grandes, en cuanto que permite al cazador repartir cantidades grandes
de carne, y, en base a ello, adquirir un capital social que le da preeminen-
cia sobre aquellas que al no cazar estos animales, son incapaces de hacer-
lo, quizás sea importante recordar que, en las sociedades de cazadores reco-
lectores con una utilización inmediata de los recursos, no suelen ser los
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propios cazadores los que reparten lo cazado sino otros varones o mujeres,
ya sea en el lugar de habitación o en el lugar de caza.
Incluso, en el caso de los Agta en donde es claro que las mujeres cazan
animales grandes, se va a insistir en que la caza femenina se lleva a cabo en
grupo y con armas distintas de las que usan los hombres. Sobre el problema
de las armas de caza volveremos más adelante, pero aquí lo único que que-
remos subrayar es algo bastante simple. Si se dice que, en las sociedades de
cazadores - recolectores, las mujeres recolectan y los hombres cazan y dado
que la caza es la actividad más considerada desde el punto social esto expli-
ca el hecho de la subordinación de las mujeres a los hombres, se está hacien-
do una afirmación que produce una fuerte impresión. Sin embargo, si se dice
que, aunque las mujeres cazan frecuentemente animales pequeños, la caza de
animales grandes es llevada a cabo más frecuentemente por hombres que por
mujeres, que aún en el caso en el que las mujeres cacen animales grandes,
esta práctica se suele llevar a cabo con armas distintas de las que utilizan los
hombres y con sistemas de caza distintos, estas afirmaciones impresionan
bastante menos. Si la exclusión de la mujer de las tareas de la caza es lejos de
ser universal, mucho menos es la de utilización de las armas, y, por lo tanto,
el basar toda la argumentación en ello es bastante discutible.
Con este primer conjunto de observaciones, pensamos que hemos res-
pondido a la primera cuestión referente a la generalidad de la exclusión de
las actividades de la caza. La segunda cuestión se refería a la importancia en
la configuración de la cultura humana. A raíz del simposio Man The Hunter
se crea una especie de consenso con respecto a la caza, que, en su forma más
extrema se resume bien en unas frases de William Laughlin (1968: 304).
«La caza es el sistema básico de comportamiento de la especie humana. Es
la actividad organizadora que integra los aspectos morfológicos, fisiológicos,
genéticos e intelectuales de los organismos humanos individuales y de las
poblaciones que componen nuestra única especie. La caza es un modo de vida,
no simplemente una técnica de subsistencia, que implica compromisos corre-
laciones y consecuencias que alcanzan al continuum entero biológico y com-
portamental del individuo y de la especie entera de la que él es miembro».
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A raíz del simposio Man the Hunter había muchos antropólogos que
pensaban que se daba una especie de continuo entre los cazadores/recolec-
tores del Pleistoceno y los actuales, y que, por lo tanto, era fácil hacer infe-
rencias desde los segundos a los primeros. Por otra parte, también se pen-
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saba que, para la interpretación de los datos arqueológicos, era fácil utili-
zar los datos etnográficos. En base a la «analogía etnográfica», parecía rela-
tivamente simple interpretar y dar vida a los datos arqueológicos así como
enmarcar de un modo adecuado la etnografía en base a estos últimos.
De todas maneras, nadie se atrevía a decir que los cazadores recolecto-
res, actualmente vivientes, fueran exactamente iguales que los del
Pleistoceno, entre otras cosas porque viven en la actualidad e interactúan
con sociedades que no son cazadoras recolectoras y con ellas establecen
relaciones de comercio, matrimonio, empleo, etc. Esto implica que viven en
las «afueras» de sociedades distintas de la suya. Pero un antropólogo testa-
rudo que tratase de llevar sus ideas al límite siempre podía afirmar que,
aunque sea verdad que los cazadores actuales viven en el presente, podría-
mos considerarlos como «fósiles vivientes». Utilizando todos los «caveats»
se podría decir que se trata en la esfera del «homo sapiens» de algo así
como lo que en otros reinos animales ocurre por ejemplo con las lampreas
que conservan formas y funciones de animales fósiles, en este momento
extintos. Si no se quiere utilizar esta terminología porque parece poco res-
petuosa se podría afirmar que los cazadores actuales representan supervi-
vencias («survivals») de épocas pasadas en el presente, y que, por lo tanto,
su estudio puede darnos pistas claras sobre lo que ocurrió en la prehistoria.
Aunque, en estos momentos, no habría ningún antropólogo que se atre-
viera a afirmar esto, no cabe duda que en general, y a nivel inconsciente se
establece una relación entre los cazadores/recolectores actuales y aquel
paraíso o infierno prístino que era la caza y recolección en la prehistoria.
Realmente hay autores para todos los gustos. Los que consideraban con
Braidwood (1957: 122) que una persona «que gasta su vida entera siguien-
do animales para matarlos y comerlos, o moviéndose de un sitio a otro bus-
cando bayas, realmente está viviendo él mismo como un animal». Hay
otros, sin embargo, que ofrecen un punto de vista más positivo. Esto se
generaliza a raíz del simposio Man the Hunter. Edwin Wilmsen (1989: 37)
cita a Nancy Howell, una de las mayores especialistas en demografía de los
cazadores / recolectores, cuando afirma que:
«En 1960, los !Kung fueron escogidos por los investigadores para llevar
a cabo estudios ulteriores y para traer a un país introducido en una dudosa
guerra en Vietnam, un mensaje de liberación, paz y justicia social».
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tar de aceptar los compromisos que les permitan seguir este sistema de
vida, han llegado a una especie de consenso subliminal para encontrar solu-
ciones semejantes a problemas semejantes».
Dicho de una manera más sencilla, habría que decir que la estructura de
los sistemas de caza y recolección habría que entenderlos únicamente en
términos de su interacción con las sociedades no cazadoras / recolectoras.
Tom Headland y Lawrence Reid (1989: 51) lo explican claramente cuando
dicen que la permanencia de los cazadores/recolectores en cuanto tales «se
debe a que es la opción más viable desde el punto de vista económico en
unas circunstancias muy restringidas... ellos viven de una manera determi-
nada no a pesar de, sino a causa de su particular papel económico dentro
del mundo global en el que les ha tocado vivir».
Estas observaciones pueden ser interpretadas de dos maneras distintas.
De una manera inmediata, pueden querer decir que, dentro de este mundo,
lo único que les queda es jugar el papel de «primitivo profesional» en cuan-
to que ello les permite sobrevivir con los recursos que los gobiernos redis-
tribuyen e incluso adquirir una cierta autonomía en base a la protección
que las agencias estatales les otorgan. Dentro de este mismo orden de cosas,
se les ofrece la posibilidad de jugar el papel de atracción turística en zonas
donde los turistas van con frecuencia. Cualquier persona que haya viajado
a Alice Springs en Australia comprenderá lo que queremos decir.
A veces, el papel de atracción turística se convierte en atracción etno-
gráfica como cuando en algunas sociedades de cazadores/recolectores,
especialmente en Alaska, se lleva a cabo lo que ellos denominan con el tér-
mino de «readback». Se trata de contar a los antropólogos las tradiciones,
mitos o leyendas que ellos a su vez han leído en monografías de etnógrafos
anteriores.
Sin embargo, hay un sentido más interesante en el cual la afirmación
anterior puede ser interpretada. Tomando unas palabras de Wilmsen (1994:
140) podemos afirmar que:
«Todos los cazadores bosquimanos, no importa lo dentro del desierto
del Kalahari que vivan en centurias pasadas, y ahora, están atrapados, a tra-
vés del parentesco y de las redes de producción material, en las economías
pastoralistas de la región... la visión de estas gentes como cazadores/reco-
lectores es función de su relación a un estado de «underclass» dentro de los
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procesos que se originaron antes del presente milenio y que culminan en las
primeras décadas del siglo XX».
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cantil al área, alrededor de la última década del siglo pasado, trajo como
consecuencia que perdiesen sus ganados y tuvieran que volver a convertir-
se en cazadores recolectores.
Si esto fuera así, la conversión de los San en agricultores y pastores y su
reconversión sería únicamente fruto de fuerzas externas.
Lee (1991) y Lee y Hitchcock (1998: 28) afirman que, de hecho en el
Kalahari, el contacto entre los pueblos «de la edad del hierro» y los pueblos
«de la edad de la piedra» es mucho más débil de lo que afirman los que
hablan de dominación de unos por otros. «En el siglo XIX había San que
vivían en la pobreza más abyecta, también había algunos que eran propie-
tarios independientes de ganado y otros que vivían de la caza y mantenían
con orgullo su independencia. Esta observación implica que el influjo de lo
que podíamos llamar «sistema económico mundial» ejerce un influjo varia-
ble en estos cazadores/recolectores.
Los antropólogos revisionistas parecen a veces, basar sus observaciones,
más que en datos empíricos, en posturas «a priori». En gran medida basan
sus argumentos en ciertas tendencias dentro de la antropología que cristali-
zan en el libro de Eric Wolf (1982). Según éste, se da una interconexión entre
todas las sociedades del mundo aún antes de la aparición del capitalismo. La
idea básica consiste en afirmar que el agente o agentes fundamentales son los
poderes centrales. Los pueblos periféricos adquieren valor histórico, única-
mente, en cuanto que resisten o se acomodan a los poderes imperiales. La
visibilidad de las sociedades se adquiere únicamente a través del comercio a
larga distancia, de la guerra intersociedades o de la conquista territorial. No
parece plantearse nunca algo así como una base igualitaria en las sociedades
preclase ni tampoco sociedades hasta cierto punto cerradas sobre si mismas.
Los revisionistas parecen partir absolutamente de estos presupuestos y
piensan «a priori» que no queda ningún resquicio libre de la penetración
del sistema económico mundial. Tampoco parece fácilmente aceptable pen-
sar que la caza y recolección sea considerado como algo absolutamente
ahistórico. Como muy bien subraya Lee (1998: 179) «los revisionistas pre-
tenden restaurar la situación de los San en la historia, pero se trata de una
visión curiosa de la historia, según la cual el único modo de historizar los
cazadores/recolectores consiste en convertirlo en pastores o siervos en el
pasado».
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vivencia a lo largo del año serían más limitadas, sino se dieran agricultores
con los que intercambian sus productos.
Sin embargo, una cosa es aceptar esto y otra muy distinta llegar a afirmar
que la existencia de estos cazadores-recolectores depende de la presencia de
los agricultores o que, realmente, estos cazadores no son más que agriculto-
res en una situación depauperada. Las últimas observaciones han sido ofre-
cidas por Woodburn (1988) ya hace bastante tiempo, pero resumen bastante
bien los problemas empíricos que el revisionismo podría plantear.
El gran especialista de los Hadza de Tanzania parte de la constatación
de que los cazadores-recolectores con un sistema económico de utilización
inmediata de los recursos (tales como los San de Bostwana y Namibia, los
Mbuti del Zaire, los Hadza de Tanzania, los Malapantaran, los Naiken y los
Paliyan del sur de la India, así como los Batek de Malasia) están encapsu-
lados o rodeados por agricultores o pastores que se colocan en sus fronte-
ras, y, por así decirlo, los rodean. Lo curioso es que estos cazadores con uti-
lización inmediata de los recursos son los que parecen representar un
estado, por llamarlo de alguna manera, más prístino. En contraposición a
este tipo de cazadores, están aquellos que utilizan los recursos de un modo
diferido, que no parecen estar en esta situación de encapsulación.
Podemos preguntarnos por los efectos que este fenómeno de encapsula-
ción trae consigo.
Normalmente los grupos que «encapsulan» a los cazadores recolectores no
solo afirman su dominio político sobre ellos sino que los tratan como inferio-
res, como gente aparte, pero, al mismo tiempo consideran que tienen unos
ciertos poderes unidos al hecho de ser los habitantes originales del lugar.
A pesar de una situación, como ésta, de impotencia política y de estig-
matización, la mayoría de estos cazadores recolectores muestran, al menos,
la misma estabilidad y continuidad de autoestima y de autoidentificación
étnica que presentan los agricultores y pastores. Por otra parte, cuando
entran en relaciones de intercambio, o incluso comercio, con los extranje-
ros, normalmente, solicitan aquellos bienes que necesitan sin crearse nin-
gún tipo de obligación de reciprocidad. Normalmente intercambian sus
bienes de una manera casual, en el momento, sin pretender obtener gran-
des beneficios ni prestar gran atención a las formalidades asociadas al
intercambio. Desde este punto de vista, no parecen presentar mucho inte-
rés en crear una especie de lazos duraderos con esos otros grupos.
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CAPÍTULO 4
PASTORES NÓMADAS
¿QUÉ ES EL NOMADISMO?
Tomando estas ideas del historiador árabe del siglo XIV, el pensa-
miento etnológico moderno va a sistematizarlas. Entre los historiadores
magrebíes se va a crear el mito del antagonismo árabe-bereber y los evo-
lucionistas, al pensar que el pastoralismo es un estadio anterior a la
agricultura y la civilización, contribuyen a colocar en el primitivismo a
los pastores nómadas, y, basados en esto, los administradores colonia-
les intentan llevar a cabo su misión civilizadora sedentarizando a los
nómadas.
El nomadismo es un fenómeno de especialización que en el pasado ha
tenido una enorme expansión por todo el mundo, exceptuando Australia y
parte de América. Ha tenido un papel fundamental a la hora de relacionar,
unir y establecer puentes entre las diferentes sociedades y culturas. Tiene
una especificidad, no solo económica sino social y cultural. Teniendo esto
en cuenta, se puede dar una definición del pastoralismo nómada basada en
los puntos de vista de uno de los mejores especialistas, Khazanov, 1984: 16.
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Siguiendo a este autor, puede decirse que el nomadismo pastoral tiene las
siguientes características:
1. El pastoreo es la forma predominante de actividad económica.
2. Tiene un carácter extensivo que está conectado con el mantenimien-
to de los rebaños que pastan al aire libre, sin establos.
3. Se da una movilidad periódica, de acuerdo con las demandas de la
economía, dentro de los límites de las tierras de pasto o entre diver-
sos territorios.
4. En la movilidad pastoral participa toda o la mayoría de la población.
5. La producción va dirigida a la subsistencia.
Si se quiere pasar de la definición a las causas del nomadismo, las res-
puesta no es unánime ni clara. En un artículo ya antiguo, con el cual no
estaría de acuerdo en estos días Pierre Bonte (1979), decía:
«… la génesis de las sociedades de pastores nómadas no brota ni de un de-
terminismo ecológico ni de necesidades técnicas de la producción pasto-
ral especializada. Se explica sociológicamente por el progreso global de
las fuerzas productivas en las sociedades en donde inicialmente ha tenido
lugar».
Por una parte, hay que estar de acuerdo en que no se puede explicar las
sociedades de pastores por un determinismo ambiental, aunque no se
puede negar que el nomadismo pastoral puede verse como una respuesta a
las condiciones dictadas por el entorno. Incluso es posible defender que es
una respuesta exitosa porque entre «todas las formas de la economía de
producción de alimentos tradicional, el nomadismo pastoral era capaz de
explotar zonas muy amplias del mundo» (Khazanov, 1994: 69).
La aparición del nomadismo pastoral era una manera de ampliar la pro-
ducción de alimentos a las zonas áridas, semiáridas y de tundra. Además
parece evidente que el pastoralismo es un sistema económico con pocas
posibilidades de innovación.
Frederick Barth (1959-1960) dice, con razón, que «a no ser que las téc-
nicas para el almacenaje del alimento sean desarrolladas, el tamaño abso-
luto de la población está limitado por la capacidad de sustento de los pas-
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PASTORES NÓMADAS
tos en el periodo menos productivo del año». Con esta observación hay que
estar de acuerdo relativamente, pero también es evidente que hay animales
como el camello que acumulan energía, e incluso hay casos (pocos) de
almacenaje de pastos. Un sistema de intensificación es sin duda el merca-
do, pero el mercado es un fenómeno importante en épocas recientes. Las
limitaciones muy estrictas del entorno traen consigo que las sociedades de
pastores nómadas nunca son autárquicas. Esta falta de autonomía o inde-
pendencia económica es una necesidad de la adaptación al entorno, enor-
memente fluctuante, en el que viven.
Sabemos que los pastores en Somalia tienen que vender su ganado en la
estación seca si quieren seguir vivos (I. M. Lewis, 1961). Los Barabaig, pas-
tores de África del Este, intercambian ganado durante los meses secos.
Cuando no tienen leche suficiente cambian el ganado por maíz y mijo a los
agricultores. Los tuareg en épocas de sequía se alimentan exclusivamente
de productos agrícolas (J. Nicolaisen, 1963). Estos ejemplos muestran que
no es posible para los nómadas tener una economia autárquica, siempre
dependen de otros, de los agricultores. Esta dependencia tiene una explica-
ción clarísima en cuanto que, para sobrevivir, los seres humanos necesitan
carbohidratos y no pueden vivir solo con proteínas y grasas. Pero, además
están las fluctuaciones del entorno (sequía / no sequía) que hace que en
ciertas épocas del año, o periódicamente, cada algunos años, tengan que
vender los ganados o intercambiarlos o, incluso, y esto es un cambio muy
importante, convertirse ellos en agricultores.
La adaptación de los pastores al entorno implica en primer lugar una
adaptación a la cantidad de ganado, que obviamente se puede controlar. El
problema es el del equilibrio entre tres variables fundamentales: los recur-
sos naturales (pasto y agua), la cantidad de ganado y el volumen de pobla-
ción humana. Es curioso lo poco que estas variables cambian. Khazanov
(1994: 71) trae a colación estudios de expertos que muestran que el núme-
ro de cabezas de ganado que tenían per capita los Hsiung-un, que ocupaban
en tiempos antiguos Mongolia, era de diecinueve. Este número era muy
parecido (dieciocho cabezas) al que había entre los mongoles en la Mongo-
lia autónoma en 1918. Es muy llamativa esta estabilidad que ha durado por
milenios. Es también digno de subrayar que a pesar de que la población
humana en Mongolia era el doble en 1960 que en 1918, la cantidad de pas-
tores en las estepas permanecía estable. El aumento de la población había
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tenido lugar en las ciudades, mientras que en la estepa donde vivían los pas-
tores permaneció prácticamente sin cambiar. Si esto fuera así, casi se
podría hablar de las sociedades de pastores nómadas como estancadas. Sin
embargo, en el análisis al que nos hemos referido solo se toman datos al
principio y al final de un largo proceso, no se explica realmente lo que ocu-
rre entre medias. Jeremy Swift (1977) explica perfectamente cómo en
Somalia «las sequías periódicas y las enfermedades epizoóticas diezman los
rebaños regularmente y, por lo general, los mantienen en un equilibrio
dinámico con la capacidad para regenerarse de la vegetación». Esto quiere
decir que no hay una estabilidad a lo largo del tiempo sino que hay perio-
dos de crecimiento muy grande y otros de decrecimiento por la sequía o
enfermedades. Esto ha ocurrido también con las poblaciones humanas.
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PASTORES NÓMADAS
muy grande de trabajo. Parece ser que aquí encontramos un paso de caza
selectiva, a lo que algunos autores, como P. Bonte, llaman domesticación
arcaica. A pesar de que algunos compartan que este tipo de domesticación
es la primera, parece ser que es algo excepcional. Es posible que algo pare-
cido haya ocurrido en el Oriente Medio y en la cuenca Mediterránea con las
ovejas y cabras que fueron domesticadas de un modo parecido a los renos.
En muchos otros casos la domesticación animal se hace en otro contex-
to, como muestra la domesticación de los bóvidos que se lleva a cabo para
utilizar los excedentes de la recolección y la agricultura y que en un primer
momento se usan por la energía que traen y como ayuda alimentaria, y que
al transformarse genéticamente se hacen suficientemente dóciles como
para vivir en rebaño. Este proceso de domesticación parece más largo, de
tal manera que la domesticación inicial de los bóvidos tiene lugar en Orien-
te Medio y África en el 5.º milenio antes de Cristo y la aparición de socie-
dades pastorales bovinas en el segundo milenio a. C. Se encuentra aquí la
aparición del nomadismo pastoral a partir de la agricultura.
Otro ejemplo es el que ofrece Owen Lattimore (1962). En la época neo-
lítica, la economía agropastoral china se extiende en un área geográfica
muy grande que llega hasta el interior de Mongolia. En las llanuras fluvia-
les se empieza a llevar a cabo una agricultura intensiva que hace posible la
formación de las primeras sociedades estatales chinas. Esto lleva consigo
el rechazo de los pueblos llamados bárbaros (no integrados a los estados)
hacia zonas que están en los márgenes de la agricultura. Allí entran en con-
tacto con los cazadores del sur de Siberia. Se producen entonces dos fenó-
menos distintos: uno, se domestica el caballo lo que trae consigo la rápida
difusión de la civilización de los caballeros nómadas de las estepas del
oeste (los escitas), y dos, en el segundo milenio a. C. los bárbaros margi-
nales se integran (los que no vivirán de la caza y cría del ganado). La cons-
trucción de la Gran Muralla simboliza esta ruptura, pero es importante
subrayar que estas tribus bárbaras marginales se transforman en tribus
nómadas a caballo.
De todas las maneras, el origen del nomadismo pastoral se puede pen-
sar que está relativamente claro. El origen hay que buscarlo en el Neolítico
y en la aparición de una economía productora de alimentos que en el Viejo
Mundo tuvo siempre dos componentes: el cultivo y el cuidado de los ani-
males. Parece claro que únicamente grupos que llevaban una vida sedenta-
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Esta área está constituida por una zona inmensa de estepas, semide-
siertos y desiertos que van desde el Danubio (la puszta húngara) hasta el
norte de China.
Esta zona se divide en áreas favorables para la agricultura, áreas favo-
rables para el pastoralismo extensivo y áreas marginales en los que las dos
formas de explotación son posibles. El nomadismo en esta zona puede divi-
dirse de muchas maneras, pero todas se basan en criterios étnoculturales
más que económicos.
La especificidad del nomadismo en esta zona está basada en el papel
fundamental de dos especies: ovejas y caballos. Es muy típico de la oveja su
capacidad de alimentarse de plantas que otros animales más grandes no
comen. El caballo es tan valioso en la estepa como el camello lo es en el
desierto.
Hay un dicho Kazako que dice: «No es el hombre reprobado el que
muere, sino aquel que ha perdido su caballo». También se han usado cabras
pero tienen un papel secundario con respecto a las ovejas, aunque en las
zonas desérticas son más importantes. Además, la utilización de las cabras
tiene una connotación de pobreza.
Si nos preguntamos por el origen el nomadismo en esta región del
mundo, hay que decir que a final del tercer milenio a. C. y principio del
segundo milenio, ya hay pastores cuyo sistema de vida era móvil y que cui-
daban ovejas y animales más grandes a los que seguían a pie o en carros lle-
vados por bueyes o caballos o montando en caballos.
Hay algo que ha llamado la atención sobre este tipo de pastores, la per-
manencia de las mismas rutas de migración pastoral que pueden rastrear-
se desde la antigüedad hasta el presente. Ya Estrabón hablaba de estas
rutas. Se puede decir que, al menos durante dos mil años, las rutas de las
migraciones pastorales, especialmente en Europa del Este, han permaneci-
do virtualmente sin cambios. La distancia recorrida en estas migraciones
varía mucho. Los pastores de Turkmenistán migran en círculos en distan-
cias pequeñas (10-30 km). Los mongoles en el desierto de Gobi normal-
mente viajan 600 kilómetros o más y los Kazakos pueden migrar 1.000 o
1.500 km.
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El Oriente Medio
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Las poblaciones más importantes en este tipo son las nómadas del Tibet
y los Kirguiz que habitan los Pamirs en Tajikistán, Afganistán y China.
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dica sin establecer subdivisiones y en otros casos la tierra y pastos son sub-
divididos entre las diversas subdivisiones de la sociedad.
La desigualdad en la propiedad entre los nómadas adquiere grandes
dimensiones cuando hay un estado nomádico o cuando se incorporan en
un estado sedentario. También es muy frecuente que cuando se constituyen
aristocracias nomádicas, si hay tierras disponibles entre los campesinos
que están en los márgenes, intentan comprar más y más tierras.
Además de la propiedad del ganado hay otra propiedad que es muy
importante entre los nómadas. Nos referimos a la esclavitud que es un fenó-
meno bastante frecuente en las sociedades de pastores.
La sociedad nómada tiene muchas dificultades para prevenir que los
esclavos se escapen y por eso es muy frecuente que los esclavos sean libe-
rados.
En conjunto, el desarrollo interno de las sociedades nómadas no da sufi-
cientes oportunidades para una diferenciación de carácter estable. Nor-
malmente se necesita un factor externo que sirva de estabilizador. Estos
factores pueden ser muy variados. Puede ser el excedente obtenido de socie-
dades sedentarias que han sido subyugadas o también el apoyo ofrecido por
la sociedad o estado sedentario a la aristocracia nómada. Esta considera-
ción nos fuerza a considerar el siguiente apartado en nuestra exposición.
Las formas de nomadismo nunca son autárquicas y, por ello, las socie-
dades de pastores no pueden funcionar en una situación de aislamiento.
Hay diversas formas de adaptación de los nómadas al mundo externo, y
éstas van desde la sedentarización a los distintos modos de dependencia,
desde el comercio hasta las diversas formas de dejarse dominar.
La sedentarización representa un sistema de adaptación de los nómadas
al mundo exterior que significa la desaparición del nomadismo. Sin embar-
go, la sedentarización tiene muchos problemas. El nomadismo nace nor-
malmente como la alternativa económica más efectiva a la agricultura en
zonas donde ésta no es posible. Por esta razón, la sedentarización es muy
difícil en el territorio en el que los nómadas viven.
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CAPÍTULO 5
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EN ANTROPOLOGÍA
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Por ello no son comunidades cerradas sino abiertas. Con este punto de
vista los autores del libro sobre Puerto Rico se oponen a la tradición sobre
los estudios campesinos en Norte América en los años 1950, que estaban
dominados por la tradición de Redfield, que subrayaba únicamente la
comunidad local su cultura y valores.
Refiriéndose a una situación geográfica más amplia, cuales son las islas
del Caribe, Robert Manners (1960: 82), otro de los autores de The People of
Puerto Rico, dice que
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Lo que estos autores descubrían era algo que ahora parece bastante
simple. Los campesinos no estaban aislados de procesos más amplios.
Vivían en estados y pagaban impuestos. Los productos de su trabajo se
compraban y vendían en el mercado mundial, pero, sin embargo, en su vida
diaria y en sus tradiciones y valores parecía que estaban aislados (o que se
aislaban) de este mundo más grande.
Pero quizás la figura más importante en los estudios campesinos sea
Eric Wolf. Después de haber llevado a cabo un estudio en San José, una
municipalidad cafetalera en Puerto Rico, Wolf entra en contacto con otros
grupos en México y publica un artículo absolutamente básico (Wolf, 1955)
en el que propone tres criterios fundamentales para definir a los campesi-
nos como tipo social: 1. dedicación básica a la producción agrícola; 2. con-
trol efectivo de la tierra y 3. orientación básica a la subsistencia. Wolf va a
insistir también en que los campesinos tienen que ser colocados en un con-
texto histórico global. Los criterios para definir el campesinado, ofrecidos
por Wolf, establecen el campesinado como grupo social, y van a ser admi-
tidos de una manera general. Incluso un antropólogo que parecía que podía
tener dificultades en admitir estos puntos de vista, como Robert Redfield
(1956) admite lo que afirmaba Wolf y dice:
«Seguiré la concepción de Wolf sobre el campesinado como productores
agrícolas que siguen un sistema de vida en la tierra que ellos controlan. A es-
ta concepción añadiré el énfasis en la relación del campesino a la élite del se-
ñorío del pueblo o de la ciudad. Yo quiero pensar en los campesinos como la
dimensión rural de las antiguas civilizaciones. Kroeber lo dice de un modo
simple: Los campesinos son definitivamente rurales, pero viven en relación
con las ciudades de mercado, forman un segmento de clase de una población
más larga que normalmente contiene centros urbanos, a veces capitales me-
tropolitanas. Constituyen sociedades parciales con culturas parciales».
Pero Redfield mantiene también su propia visión y afirma que los cam-
pesinos «cultivan la tierra como parte de una vida tradicional...» y se pare-
cen o están influidos por la élite... cuyo sistema de vida es como la de ellos,
pero de una manera más civilizada». De esta manera, Redfield da impor-
tancia a la «tradición», al «sistema de vida» y a las relaciones entre los cam-
pesinos y la élite que son pensadas básicamente en términos ideacionales.
De todas maneras, la síntesis que Redfield lleva a cabo entre la definición
de Wolf de los campesinos (producción agrícola, control de la tierra y pro-
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estos son vistos como relaciones de poder. Si los puntos de vista de Redfield
iban dirigidos en la dirección de una teoría de la modernización, lo que
Steward proponía llevaba al interés por el poder, la economía política y el
marxismo. De esto hablaremos un poco más adelante.
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una gran diferencia entre la África pagana y la diferenciación que era posi-
ble en la Europa Medieval, China, India y el Islam» (Fallers, 1961: 39).
Lo que vamos a exponer a continuación no tiene mucho que ver con las
posturas de Fallers, que acabamos de criticar, sino con algo que se ha plan-
teado cuando hablamos de la inexistencia del feudalismo en África. Una de
las razones para la no existencia de este fenómeno la explicaba perfecta-
mente Goody cuando decía que las jefaturas en África ejercían el dominio
directamente sobre la gente y no indirectamente a través de la tierra como
ocurría en la Europa Medieval. La razón fundamental está en que, al ser
abundante, no es fácil de ejercer control sobre la tierra por parte de los gru-
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pos dominantes. Desde este punto de vista, es fácil pensar que no es fácil
llegar a un proceso de diferenciación del campesinado, como el que se pro-
duce, con el desarrollo del capitalismo. Lenin veía el capitalismo como un
fenómeno que, en última instancia, llevaba a la diferenciación del campe-
sinado en dos grupos. Por una parte, se daba la consolidación de grandes
propietarios y propiedades agrarias de tipo capitalista y, por otro, trabaja-
dores agrícolas o proletarios sin tierra. Muchos de los analistas de los agri-
cultores africanos pensaban que allí no se daba diferenciación porque, al
ser muy abundante la tierra, era imposible desposeer de ella a los agricul-
tores más pobres. Sin embargo, esto no parece del todo exacto. Como muy
bien dicen Saul y Woods (1971: 82).
«... vista desde una perspectiva continental, el África subsahariana tiene
una población predominantemente rural, pero el alcance generalizado del
colonialismo ha asegurado que ninguna cantidad importante de agriculto-
res primitivos, que previamente constituían la mayoría de la población, ha
quedado fuera del marco del sistema económico más amplio. La mayoría
de esta población rural se ha transformado en campesina. Es claro que en
ciertas áreas no sólo se han asentado inmigrantes no africanos que se han
convertido en agricultores capitalistas, sino que, también, cantidades
importantes de cultivadores africanos han dejado de formar parte del grupo
de campesinos y pueden ser llamados agricultores capitalistas. Además, tal
y como ha funcionado la lógica del desarrollo capitalista en África, otros
campesinos han perdido sus derechos a la tierra y se han convertido en pro-
letarios en el sector rural o industrial de la economía».
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entorno no tiene nada que ser con el mercado, que ha sido una imposición
externa y artificial. Si esto es verdad, hay que pensar que el África rural en
realidad es precapitalista. Goran Hyden toma estas ideas de Nyerere y de
los socialistas africanos y afirma que las «realidades intrínsecas» de África
tienen poco que ver con las relaciones de mercado, y, en vez de esto tienen
que ver con una «economía del afecto» que es anterior a estas.
Un ejemplo de lo que ocurre en Tanzania puede explicar lo que se quie-
re decir. En 1974-1975, el gobierno de Tanzania proclamó la existencia de
una crisis en la producción de alimentos. En estos momentos, los precios
de los alimentos aumentan, pero los precios a los que las agencias guber-
namentales del mercado pagan los alimentos no aumentan nada. Esto trae
consigo que la compra de alimentos por parte de estas agencias disminuye
de una manera dramática. Goran Hyden interpreta este fenómeno como
una caída en la producción. Los campesinos producen menos y ello es una
reacción precapitalista contra el mercado por parte de los productores cam-
pesinos que, al tener tierra relativamente abundante, prescinden del mer-
cado y se encapsulan en esta «economía del afecto». Sin embargo, cuando
se estudian los fenómenos de cerca, se descubre que no son tan sencillos.
Como muy bien dice Robert Bates (1984: 85).
«… informes de observaciones locales no documentan declives importantes
en la producción salvo aquellos ocasionados por la sequía, y personas que
hacían trabajo en aquella época niegan que hubiera esta huida del merca-
do. Más bien lo que había era una huida del mercado controlado por el
gobierno, y una desviación masiva del producto hacia canales de comercio
privado».
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estupor y críticas continuas. Lo que Frank quería afirmar con esto era que
las economías latinoamericanas producían para el mercado y que desde el
principio esta economía estaba íntimamente relacionada con el mercado
mundial que nacía en estos momentos. En este sentido, Frank afirmará que
era el sector capitalista mercantil de la Península ibérica el que implantó el
capitalismo en América latina. Posteriormente, y refiriéndose a los mismos
periodos históricos, Wallerstein dirá algo muy parecido, según él, las rela-
ciones de producción que definen un sistema son las del sistema total, y el
sistema en este periodo de la historia es la economía mundial europea. El
trabajo libre es una característica del capitalismo pero no el trabajo libre a
través de todas las empresas. El trabajo libre es la forma de control del tra-
bajo usada para el trabajo especializado en los países centrales, mientras
que el trabajo obligatorio se usa para el trabajo menos especializado en las
áreas periféricas. La combinación por lo tanto es la esencia del capitalis-
mo» (Wallerstein, 1974). A lo que Wallerstein está respondiendo aquí es a
una de las primeras y más rigurosas críticas realizadas a Frank desde el
principio. Ernesto Laclau (1971) afirma que Frank ofrece una definición de
capitalismo diferente radicalmente de la ofrecida por Marx. Éste definía el
capitalismo en base a los procesos productivos, es decir, la aparición del
trabajo asalariado, mientras que Frank lo define básicamente en base a las
relaciones de intercambio y comercio. Marx ofrecería una interpretación
produccionista del capitalismo, mientras que Frank y posteriormente
Wallerstein ofrecerían una interpretación circulacionista. El circulacionis-
mo tendría su origen no en Marx sino en Adam Smith. Lo que caracteriza-
ría al capitalismo sería la apropiación y acumulación del valor y esto se
produce a través de la explotación de los procesos productivos y de los de
intercambio. Creemos que la polémica Laclau-Frank, cuyos términos apa-
recieron antes de ella y siguen apareciendo continuamente, fue franca-
mente excesiva. Como muy bien dice Radice, la apropiación y redistribu-
ción del valor excedente no puede ser entendido solamente en términos de
circulación de mercancías (comercio) ni de la circulación de la moneda
(flujos financieros), ni del proceso de producción (división internacional
del trabajo), la acumulación de capital implica todos ellos (Radice, 1975).
La dicotomía circulación-producción se constituyó como tal dicotomía,
más que en base al análisis de los fenómenos empíricos, en la polémica
sobre cual era el genuino pensamiento de Marx. Esto llevó a discusiones
realmente interminables sin que el análisis realmente progresara mucho.
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Desde este punto de vista, creemos que una postura ecléctica tiene sus
bases claras en el marxismo y sirve para analizar los datos de una manera
mucho más adecuada.
Con el planteamiento y desarrollo de la teoría de la dependencia, inme-
diatamente se descubrió una distinción de dos posibles aspectos dentro de
la misma. Como vamos a ver, estos dos aspectos nunca han sido realmente
integrados, ni siquiera articulados del todo, con lo cual volvió a aparecer la
polémica y discusión entre los teóricos. Estas polémicas y discusiones, aun-
que a veces han sido tediosas, han jugado un papel enormemente positivo
en cuanto que han aguzado los instrumentos de análisis, han servido para
desarrollar la teoría misma, y, sobre todo, han servido para aplicarla a
datos nuevos sobre los que en un principio no se había caído en la cuenta,
entre otras al análisis de las sociedades campesinas.
Weffort planteó muy pronto el problema de la ambigüedad entre la de-
pendencia externa y la dependencia estructural o interna; por otra parte, in-
sistía en que el programa fundamental está en saber combinar o articular la
dependencia externa e interna. Es evidente que existe una ambigüedad des-
de el principio en la teoría de la dependencia como una relación entre for-
maciones sociales (centro-periferia). Desde este punto de vista se podría pen-
sar en la dependencia como una especie de intercambio entre fronteras, es lo
que podríamos llamar dependencia externa. Por otro lado, se puede consi-
derar la dependencia como un factor condicionante que modifica y transfor-
ma el funcionamiento de los elementos internos a la formación social de-
pendiente. Esto es lo que podemos llamar dependencia interna. El problema
de esta distinción consiste en considerar la posibilidad de articular los dos
elementos. Una solución ingeniosa a este problema fue planteado por el pro-
pio Frank al principio. Lo que existe es «una cadena entera de metrópolis y
satélites que va desde la metrópolis mundial hasta la hacienda o el mercader
rural, que son satélites del centro metropolitano local, pero que a su vez tie-
nen los campesinos como sus satélites. Lo que Frank está postulando es una
cadena de dependencia que va desde los centros del mundo económico has-
ta la periferia. La que existiría sería una cadena de metrópolis cada una de
las cuales se constituye como satélite de la superior en la jerarquía y tiene co-
mo satélites a las inferiores. De esta manera, el excedente pasa hacia arriba
dentro de un país y desde allí al plano internacional. En este sentido las rela-
ciones económicas entre los centros urbanos y sus hinterlards rurales son una
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las teorías de la modernización. Explicaremos por qué, dado que esta afir-
mación puede parecer una «boutade» y en el campo en que nos movemos
las «boutades» son bastante frecuentes.
En este sentido, y originariamente, lo que la teoría de la dependencia
critica es precisamente el hecho de que se constituye una organización del
sistema económico mundial basado en la constitución de un centro y una
periferia. Desde el punto de vista puramente económico, la periferia se
caracterizaría por suplementar, y ser capaz de extraer materias primas que
sirven de base para los productos manufacturados que se producen en el
centro. Parte de estos productos manufacturados vuelven a la periferia,
pero con una plusvalía que hace que el centro siempre siga obteniendo ven-
tajas de esta situación. Este fenómeno es interpretado de dos maneras, apa-
rentemente divergentes, por los primeros teóricos de la dependencia y por
los teóricos de la modernización, los segundos afirmarían que esta es la
situación ideal en cuanto que la difusión de las manufacturas, de las ideas
y valores propios del centro puden favorecer el desarrollo económico de la
periferia, que a la larga puede permitirle convertirse ella misma en centro.
Lo que puede llamar un poco la atención es el hecho de que da la impresión
de que los primeros teóricos de la dependencia afirmaban algo parecido,
aunque fuera absolutamente lo contrario. Lo que ellos afirmaban era la
dependencia total de los países subdesarrollados de la periferia, con res-
pecto a los países desarrollados, al centro. Ahora bien, esta situación de
dependencia tenía un producto (perfectamente predeterminado) que era el
subdesarrollo de estos países. Con esto lo que queremos decir es que tanto
en un caso (difusión de las nuevas técnicas y valores) como en el otro (difu-
sión de la dependencia y de la pobreza) no se permite que las poblaciones de
los países subdesarrollados jueguen ningún tipo de papel.
En conjunto la teoría de la dependencia se basa en cinco proposiciones
que han sido muy utilizadas en el análisis del campesinado:
1. El sistema capitalista es un sistema único.
2. El crecimiento capitalista es desigual, algunas áreas surgen y crecen
mientras que otras se estancan, de tal manera que incluso aquellas
áreas exitosas llegan a un límite o empiezan a declinar.
3. El sistema mundial está hecho de tal manera que los avances en una
parte se llevan a cabo a expensas de otras.
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Estaría muy bien poder convertir los campesinos del golfo de Tonkin en
«empleados postmodernos de Goldman Sachs o en ejecutivos del Banco de
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CAPÍTULO 6
HISTORIA DE LA ANTROPOLOGÍA URBANA.
SUS ORÍGENES Y PRIMEROS DESARROLLOS
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«Jewish Charities». Hizo una tesis sobre los guetos que fue dirigida por
Park y es uno de los pocos que dentro del Departamento tenía interés por
el marxismo. En los 1930 había sospechas de que era un propagandista
comunista. Tanto por sus opiniones radicales como por su comportamien-
to «proletario» tuvo bastantes dificultades para llegar a profesor. Siempre
estuvo interesado en las reformas, y luchaba por los derechos cívicos y la
igualdad racial. Era un militante a nivel de la ciudad de Chicago que lucha-
ba por una planificación urbana más digna. Su compromiso, quizás fruto
de su origen como trabajador social, le creó graves problemas en la
Universidad que siempre se opuso a su nombramiento como director del
Departamento de Sociología. En 1938 Louis Wirth, publica un artículo que
ejerce un influjo grande. En él trata de describir los trazos característicos
de los fenómenos urbanos. Va a insistir en que en las ciudades se da una
substitución de los contactos primarios, propios de las pequeñas comuni-
dades rurales, por contactos secundarios, la familia y el grupo de vecinos
son substituidos por la participación en grupos voluntarios, junto con la
«yuxtaposición de modos de vida muy diferenciados entre los que la comu-
nicación es muy tenue y la indiferencia y la tolerancia muy grandes». Esta
representación de la vida urbana tuvo mucho éxito e influjo posteriormen-
te pero como Hughes decía con sorna, el modo de vida de Wirth en
Chicago, siempre rodeado de amigos y de parientes, desmiente el carácter
impersonal del que hablaba Wirth. El otro amigo de Redfield fue Everett
Hughes que después de haber defendido la tesis con Park se fue a McGill en
Montreal. En 1930 llevó a cabo un estudio de una ciudad industrial en los
alrededores de Montreal, vuelto a Chicago llevó a cabo análisis del trabajo
y las relaciones entre las razas. Enseñaba métodos de trabajo de campo y
por sus relaciones con la antropología contribuyó a dar impulso a una de
las orientaciones que Park promovió con más interés, la etnografía. Otro
factor importante en el desarrollo intelectual de Redfield fue Radcliffe
Brown cuya estancia en Chicago hasta 1937 parece que ejerció un influjo
grande a través de sus seminarios.
Pero quizás el influjo más duradero fue el de Robert Park con su insis-
tencia en el trabajo de campo. Howard Becker (citado en McKinney, 1966:
71) afirma que:
«… muchos testimonios de estudiantes de los años 1920 evocan las reco-
mendaciones insistentes de Park para que adquieran un conocimiento de
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diferentes por los dos autores. Redfield ve los dos polos del continuo como
una especie de compartimentos estancos, aunque están interrelacionados
entre sí, mientras que Wirth (1964) llega incluso a negar esta distinción.
«Los cambios profundos en la tecnología de vida, especialmente en los
Estados Unidos y, hasta cierto punto, en todo el mundo han hecho obsole-
tas las ideas que tenemos acerca de las semejanzas y diferencias rurales y
urbanas… La ciudad se ha desbordado sobre el campo. Los sistemas urba-
nos de vida han tomado una forma rural especialmente en los suburbios.
Por otra parte, la industria que hasta entonces era característica de las ciu-
dades se ha ido al campo... Ha llegado el tiempo de reexaminar el signifi-
cado de conceptos como «urbano» y rural».
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sino que se basa en criterios estructurales, tales como las relaciones labo-
rales u otros como las migraciones de las zonas rurales a la ciudad, que
rompen de hecho esta dicotomía.
Pero es importante volver a Redfield. Como ya decíamos antes, en 1954,
publica junto con otro antropólogo un artículo seminal que se titula «El
papel cultural de las ciudades». En él se establecen una serie de distincio-
nes entre las diversas ciudades que tienen bastante interés. Además es un
artículo que está escrito por dos antropólogos que se especializan en áreas
muy distintas del mundo y por ello se complementan bastante bien.
Redfield es un especialista en Mesoamérica mientras que Milton Singer se
especializa en la India y representan desde este punto de vista conocimien-
tos e información que curiosamente encajan bien.
Para explicar el contexto de este artículo nada mejor que partir de lo que
dice el urbanista Anthony King (1989: 5).
«El macro-contexto es esencialmente civilizacional y teóricamente está
basado en una teoría de la aculturación; el objetivo es analizar el papel que
las ciudades juegan en la formación, mantenimiento, desarrollo, declive y
transformación de las civilizaciones, y los autores subrayan el cambio en el
contenido e integración de las ideas, instituciones e ideales. En el artículo se
intentaba establecer un marco de ideas útiles en la investigación de la parte
que juegan las ciudades en el desarrollo o transformación de la cultura, tal y
como este concepto se usa en la antropología» (el subrayado es nuestro).
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tras que, en los campos, diversos tipos de gente marginal, minorías etc. La
urbanización primaria aparecería en África del oeste, por ejemplo, mientras
que la secundaria aparecería en partes de Guatemala. El grado, en el que se
da urbanización primaria o secundaria en una cultura determinada, depen-
de del desarrollo tecnológico y del contacto entre culturas.
La urbanización primaria y secundaria tienen consecuencias culturales
importantes. La consecuencia fundamental de la urbanización primaria es
la transformación de la Pequeña en Gran Tradición que está encarnada en
los libros sagrados o clásicos. Desde un punto de vista político, se dan jefes,
mandatarios y leyes que expresan la cultura local y sus normas. Las insti-
tuciones económicas hacen que los recursos se distribuyan en base al siste-
ma tradicional de status y de normas morales.
La urbanización secundaria trae consigo el debilitamiento o destrucción
de las culturas tradicionales. Tres nuevos elementos aparecen:
1. aparece un consenso apropiado para el orden técnico, basado en la
obediencia a controles impersonales y sancionados por la fuerza;
2. aparecen nuevos sentimientos de causas comunes por parte de gru-
pos que vienen de contextos culturales diferentes. En la ciudad se for-
man «proletariados», se forman clases y conciencia étnica así como
nuevos grupos profesionales y territoriales;
3. se da inestabilidad de las ideas acerca del futuro, y una visión del
hombre en el universo de carácter prospectivo y no retrospectivo. En
conjunto, hay que decir que lo que se considera como «sistema de
vida urbana» es fruto de la urbanización secundaria y especialmente
de aquel estadio en el que la desorganización personal y cultural son
más grandes.
En la urbanización primaria, la ciudad y el campo están más integrados
culturalmente que en la secundaria. En la urbanización primaria se da una
conciencia cultural común entre la ciudad y el campo, mientras que en la
secundaria la integración se basa en los intereses mutuos y en las relacio-
nes simbióticas. «La ciudad es una estación de servicios y centro de diver-
sión para el campo, y el campo es una cesta de alimentos para la ciudad».
Por último, hay que plantear el problema de las ciudades como centros
de innovación cultural, difusión y progreso. Normalmente, se piensa que la
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Si tuviésemos que traducir esto habría que hablar de una serie de nodos
fundamentales.
Ni siquiera la urbanización secundaria muestra un flujo de innovación
que va siempre desde el centro urbano a los campos.
Creemos que con esta exposición detenida del artículo básico de Redfield
y Singer hemos explicado las posibles bases de una consideración cultural
de los fenómenos urbanos que sin duda tiene muchos problemas y el más
importante es el no tener en cuenta los factores estructurales, especialmen-
te el poder y la jerarquía. También es grave la visión uniformista y homoge-
neizante de los fenómenos. A pesar de ello, se trata de un texto valiente y
atrevido que en algunos aspectos presenta innovaciones importantes.
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término complicado que nunca fue usado de una manera masiva y que fue
desapareciendo a partir de la muerte de Lewis después de 1970, sin embar-
go tuvo mucho éxito dentro de los círculos periodísticos a los que el antro-
pólogo era muy sensible. La «cultura de la pobreza» adquiere un sentido
peyorativo por muchas razones, pero las fundamentales fueron que Lewis
nunca elaboró este concepto lo suficiente como para convertirlo en un con-
cepto científico. En el artículo titulado «La cultura de la pobreza» Lewis se
plantea la cuestión de si habría que hablar, más que de cultura de la pobre-
za, de subcultura de la pobreza y afirma que el concepto de subcultura sería
más adecuado, pero dado que el concepto de «cultura de la pobreza» se ha
hecho más popular seguirá utilizando este último porque «el término cultu-
ra de la pobreza» tiene gancho y ha sido usado muy frecuentemente. Es esta
noción de «tener gancho» lo que explica perfectamente el valor que para
Lewis tiene el término. A continuación y tratando de atribuirse a sí mismo
únicamente la paternidad de la idea, Lewis arremete contra Michael
Harrington (1962) que usa el concepto, según Lewis,
«... de una manera más amplia y menos técnica que él. Sin embargo,
Harrington usaba un concepto de «cultura de la pobreza» como un térmi-
no económico que «no prestaba casi atención a la cultura» y su transmisión
a generaciones futuras. En vez de esto Harrington indicaba que la econo-
mía y la estructura social limitaba las oportunidades de los pobres y pro-
ducía una cultura de la pobreza que ellos no elegían y no querían» (Gans,
1995: 26).
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rales que de alguna manera tienen una cierta existencia independiente que
los hace separables de su contexto de origen, de su causa, y, por ello se
puede transmitir y trasponer a otros contextos. Esta noción de trazos sepa-
rables e independientes se opone a otra noción, que está presente en la obra
de Lewis, de la cultura como un sistema ordenado o estructurado que se
trasmite a través de líneas familiares. Realmente nunca se explica cual es
ese sistema. Entre los 62 trazos, que Lewis enumera, no se da ningún tipo
de clasificación. Por ejemplo, es llamativo que nunca se clasifican los diver-
sos trazos. Nunca se afirma que algunos trazos tales como el «fatalismo»,
«el carácter gregario de la gente» o «la orientación al presente» puedan ser
clasificados como culturales. Algunos trazos son designados como econó-
micos, tales como «lucha por la supervivencia», «desempleo» «ausencia de
ahorros», «trabajo infantil». Otros trazos son designados con el término de
«psico-sociológicos» tales como el «alcoholismo», «el maltrato de la mujer»
«iniciación temprana en el sexo», «uso frecuente de la violencia». Otras
veces se habla de «otros trazos» y, no se clasifican en absoluto. Si a todo
ello se añade que no se explica nunca cuales son las relaciones estructura-
les entre unos trazos y otros, ni tampoco los diferentes pesos causales de los
diversos trazos o el hilo conductor que los organiza, parece que, más que
de un sistema o patrón, hay que hablar de una especie de cajón de sastre en
donde se introduce todo. Nunca se explica cual es el elemento que une unos
trazos con otros, cual es su carácter sistémico ni tampoco se explica su
carácter dinámico ni la dirección hacia la que apuntan. Por otra parte,
parece que Lewis se contradice absolutamente. Frecuentemente habla de
que la «cultura de la pobreza» es un fenómeno autónomo que se perpetúa
a sí mismo, y esto es central en el análisis. En otros momentos, por ejem-
plo en O. Lewis (1969: 192) dice que
«… la cuestión crucial, tanto desde el punto de vista científico como políti-
co, se refiere al peso que hay que dar a los factores internos que se auto-
perpetúan y a los factores externos, los factores sociales. Mi opinión es que
a largo plazo los factores que se autoperpetúan tienen una importancia
menor comparados con la estructura básica de la sociedad más grande».
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relaciones jocosas entre las tribus son fenómenos que aparecen en la urbe
y no son tradicionales. Con respecto a la migración desde las zonas rurales
a las ciudades en donde se encuentra la industria, Mitchell descubre que
este fenómeno viene determinado por dos fuerzas: una centrífuga que son
las necesidades económicas, y otra centrípeta que es el sistema tribal, que
a través de la red de relaciones sociales y de parentesco favorece que los
hombres se queden y no emigren. Las necesidades nuevas son frecuente-
mente la introducción de una economía monetaria. La existencia de esta
economía pone a los africanos en contacto con productos de la civilización
occidental, como herramientas de acero, vestidos, utensilios de cocina,
escuelas e impuestos (C. Mitchell, 1959 y 1969).
La migración desde estas zonas rurales a las ciudades es interpretada
por Mitchell como un fenómeno circular.
«La migración circular, dice, puede ser vista como una manera de man-
tener la unidad de la familia cuando esto no se puede conseguir por la esca-
sez de recursos económicos a nivel local. La circulación de los migrantes
entre la ciudad y el campo brota de la separación de los lugares en donde exis-
ten oportunidades para ganar dinero, y los lugares en donde la mayor parte
de los lazos sociales y obligaciones están ubicados» (Mitchell 1969: 175).
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Mientras que en las zonas rurales la tribu puede pensarse como un prin-
cipio que organiza la vida social, en las zonas urbanas no es más que un ele-
mento para distinguirse de los otros grupos. Por esto, es posible pensar que,
en gran medida, tribu en las zonas rurales y urbanas significa algo bastan-
te diferente y, por esta razón el lazo que une a las tribus en la ciudad y el
campo es algo tan tenue, que si no se da una circulación de personas entre
los dos, es posible que hasta desaparezca.
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Con esto lo que Gluckman quiere decir es que la ciudad y las zonas rura-
les son situaciones distintas, y como tales situaciones deben ser estudiadas.
Por esto, hay que tener en cuenta que los orígenes tribales de estas pobla-
ciones tienen un interés secundario. Es muy importante tener esto en cuen-
ta, pero en esta observación de Gluckman se da un tono crítico con respec-
to a muchos agentes coloniales que nunca comprendieron que había
ciudades en África, y las veían como una especie de prolongación del triba-
lismo que tenía lugar en las zonas rurales. En contra de esto, y de una
manera bastante críptica para los que no conocen la situación, dice
Gluckman que:
«... en resumen, vemos que el tribalismo persiste en las zonas rurales debi-
do al apoyo del gobierno, y porque el lazo con la tierra tribal es de la mayor
importancia para el hombre. Con este lazo viene la aceptación del sistema
político tribal, y de sus unidades constituyentes más pequeñas con su cul-
tura. En breve, el tribalismo en las áreas rurales consiste en la participación
en un sistema muy bien organizado de relaciones sociales, basado clara-
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Pero el texto de Gluckman no dice sólo esto, sino que de una manera
poco explícita afirma que el tribalismo en las ciudades no ha tenido éxito
porque los africanos que habitan las ciudades han abortado el interés de las
autoridades coloniales por instaurarlo en ellas.
De alguna manera, los habitantes de las ciudades, sin tener conciencia
de ello, se han adherido al famoso dicho acerca de las ciudades europeas en
la Edad Media de «el aire de las ciudades os hará libres», y, por eso, luchan
contra estos intentos de introducir «la organización tribal» en las urbes. Ya
ha pasado un cierto tiempo que Balandier había dicho que a los africanos
les era negado el derecho a ser habitantes de la ciudad. Por esto, la resis-
tencia a admitir que la «organización tribal» se instale en las ciudades tiene
una importancia de primera magnitud. Todo este problema consiste en el
no - reconocimiento de los africanos del derecho a la ciudad.
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Por aquellos tiempos (mitad de los 1950 y principios de los 60) se empie-
zan a comprender algunos fenómenos que ya llevaban bastante tiempo pre-
sentes. Daryll Forde (1956: 12) hace una observación muy importante,
«A pesar de la escasez extensiva, y a veces severa, de mano de obra en los
centros de desarrollo industrial, los salarios eran muy bajos y habían res-
tringido el poder adquisitivo y, por ello, las posibilidades de avance de los
africanos empleados en empresas europeas. Esto se debe fundamentalmen-
te a que inicialmente y en gran medida hasta hoy, los trabajadores africanos
continúan estando unidos a sus economías indígenas de subsistencia».
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lo que cobran, está ajustado a lo que exige una persona soltera, sin familia,
y, de una manera general, los salarios están calculados con el presupuesto
de que las familias son dejadas detrás en las áreas rurales donde se sostie-
nen a sí mismas. La integración de los Tonga en la economía urbana, espe-
cialmente cuando se tiene en cuenta el problema de la Seguridad Social, es
solamente parcial, y esto se debe a razones que no están bajo su control,
sino que es algo impuesto por el estado, en cuanto que es la administración
la que determina que el salario en las ciudades es «un salario de soltero». A
ello hay que añadir que la cantidad de casas en las ciudades es muy limita-
da y además las casas son municipales y su ocupación va unida a la pose-
sión de trabajo. «No job no housing» es un dicho Tonga continuamente
repetido. El hecho de que la vivienda vaya unida al trabajo, implica, no sólo
que no pueden traer a su familia porque el trabajo es muy inestable, sino
que en el momento en que un varón deja de trabajar por ser mayor o estar
enfermo, no tiene vivienda y tiene que marcharse a las zonas rurales de
donde procede. Por todos estos motivos, el migrante contribuye continua-
mente a la economía rural enviando dinero y objetos de consumo a sus
familiares. Frecuentemente, se preguntan «cómo es posible esperar que
nuestros amigos o parientes nos ayuden cuando somos viejos si nosotros no
los ayudamos ahora» (Van Velsen, 1961: 237). La decisión de los trabaja-
dores urbanos Tonga de mantener una posición en su sociedad tribal, no es
un problema de opción, sino que es algo esencial en el sistema económico
de las zonas urbanas en donde viven y trabajan, y esto está creado por cier-
tos elementos legales del sistema colonial, que, no solo crea las condiciones
que permiten esta migración a los centros urbanos, sino su expulsión de los
mismos cuando son viejos. Pero las autoridades coloniales no sólo favore-
cen esta situación con sus leyes. Los poderes coloniales favorecen y pro-
mueven la preservación de la «integridad tribal» en las zonas rurales, y para
ello algunas de las personas prominentes son reconocidos como jefes admi-
nistrativos o autoridades nativas que se presupone que van a preservar la
tradición. La Administración con sus regulaciones y los Tonga mismos, por
razones de supervivencia, están interesados en mantener la cohesión de la
comunidad tribal. A la administración le interesa porque les descarga de los
gastos de mantener a la familia y a los varones una vez que no pueden tra-
bajar. A los varones que trabajan les conviene porque es un sistema de segu-
ridad social lo que consiguen. Pero ellos tienen que pagarlo con el dinero
que envían mientras que es gratuito para la administración.
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Mitchell (1987) propone tres aspectos que pueden servir para analizar
las redes de relaciones en contextos urbanos. El primero es el alcance de la
red que trata de medir hasta donde los lazos que parten de una persona a
través de otras personas vuelven eventualmente a la primera persona. El
segundo es el carácter múltiple de las relaciones, y que indica hasta donde
dos personas están relacionadas de más de una manera, por ejemplo como
pariente y a la vez empleado. En principio se podía pensar que las relacio-
nes son más simples en situaciones urbanas. El último concepto es la inten-
sidad, que significa la disposición para cumplir las obligaciones que ema-
nan de estas relaciones. Wirth y Park pensaban que esta intensidad es
mucho menor en situaciones urbanas.
Los autores de la escuela de Manchester dedicaron mucho tiempo a dis-
tinguir las características de las relaciones que constituyen las redes en lo
que ellos llamaban sociedades tribales rurales, y urbanas. En las sociedades
tribales las relaciones son múltiples mientras que en las urbanas todo lo
contrario. Una de las discusiones más frecuentes se refería a la distinción
entre redes fuertes y débiles. Las redes fuertes están relacionadas con la
noción de intensidad que significa el grado de cumplimiento de las obliga-
ciones o de libertad en el ejercicio de los derechos u obligaciones implica-
dos en la relación con otra persona. A pesar del largo trabajo llevado a cabo
por los primeros antropólogos que utilizaron el concepto de redes, en el
análisis del urbanismo, todavía no se pueden establecer correlaciones entre
la situación urbana y las características de las relaciones o redes.
Como último aspecto en estos primeros pasos del estudio de los fenó-
menos urbanos en África, queremos hacer un pequeño análisis de una
serie de estudios de carácter interdisciplinar que tuvieron lugar en los 1960
y 1970. Uno de los más conocidos, y que puede servir para muestra de lo
que queremos decir, es el trabajo publicado por Peter Lloyd, A. C.
Mabogunge y B. Awe (1967). La presencia de un antropólogo, un geógrafo
y un historiador entre los organizadores da al proyecto una gran variedad
y amplitud.
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Ibadan comienza en 1829 como un poblado Oyo que poco a poco va atra-
yendo hacia sí gente de diferentes orígenes. En un primer momento son in-
migrantes jóvenes los que vienen a emplearse en actividades militares y
otros son esclavos que son traídos como botín de estas actividades. Después
de la llegada de los británicos, empiezan a llegar migrantes que hablan Yo-
ruba, pero que pertenecen a distintos subgrupos. Esta migración es funda-
mentalmente de mercaderes que se colocan al margen del resto de la pobla-
ción. En 1927, se construye el ferrocarril al Este del país, ello trae consigo la
llegada de miembros de todos los grupos étnicos de Nigeria, así como liba-
neses, sirios, indios y europeos, lo cual da un carácter cosmopolita a la ciu-
dad. La llegada de estos inmigrantes desde los 1930, introduce un cambio ra-
dical en la estructura urbana, mientras que los primeros vivían en recintos
familiares, estos nuevos exigen otro tipo de viviendas. La nueva ciudad rom-
pe el círculo familiar de la anterior y crea nuevos movimientos políticos re-
creativos y religiosos. Aparece también la necesidad de un aparato adminis-
trativo dado que hasta 1893 los dirigentes urbanos eran personas relativa-
mente mayores que descendían más o menos de los antiguos jefes militares.
Los ingleses intentaron poner un Residente Británico que pudiera trabajar
con los antiguos jefes, pero esta colaboración no se produjo y los ingleses
obligaron a la construcción del ferrocarril, a la producción de kola y a la cre-
ación de una escuela pública. A partir de 1931 aparece una élite urbana que
empieza a actuar a través de diversas asociaciones políticas. A partir de aquí,
se crea un Consejo que es elegido en 1943, y el sistema se perfecciona de-
mocráticamente desde 1949. Pero, sin querer entrar en el estudio de la evo-
lución de Ibadan, queremos ofrecer una visión panorámica de los diversos
temas que se estudian en este importante trabajo.
Los geógrafos llevan a cabo análisis muy pormenorizados de la evolu-
ción de la forma de la ciudad y de su relación con el entorno agrícola.
Los grupos étnicos que conforman la ciudad así como las clases socia-
les son estudiados por antropólogos.
Por otra parte se lleva a cabo un trabajo pormenorizado del trabajo, de
los mercados, del desempleo y otros fenómenos. Al final se estudia la polí-
tica y la religión.
En conjunto se ofrece una visión muy sistemática desde un punto de
vista tanto sincrónico como diacrónico de la morfología y estructura de
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Esta pregunta cuya respuesta podía obligar a escribir un libro hay que
responderla de un modo dubitativo o, quizás, si se llevase a cabo un análi-
sis amplio de la incidencia de las publicaciones de antropología urbana en
los estudios urbanos, el resultado sería que esta incidencia es muy limita-
da. Las razones son varias. En primer lugar, muchos antropólogos todavía
no se han liberado de los problemas que trae consigo el análisis de comu-
nidad. En segundo lugar, todavía hay demasiado análisis simbólico de tipo
impresionístico en la antropología urbana. Por última, quizás a veces ha
faltado una reflexión teórica y empírica sobre lo que significa el espacio.
Por estos motivos, si bien no se puede hablar de la total irrelevancia de la
antropología urbana para los estudios urbanos, quizás habría que hablar de
que no se trata de un fenómeno de relevancia importante y para compren-
derlo basta con hacer un análisis de los aspectos teóricos más novedosos
que aparecen en el análisis de los fenómenos que constituyen la ciudad.
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CAPÍTULO 7
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DETERMINISMO Y POSIBILISMO
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gráficas son tan grandes en el espacio que el estudio de las relaciones cul-
tura-entorno se hacía imposible. Por otra parte, se trataba de poner en
relación con el entorno elementos culturales tan numerosos y tan dispa-
res que era imposible consideralos como una unidad, era muy difícil des-
cubrir su interacción entre ellos y mucho más con el entorno. En esto se
daba una gran falacia en los presupuestos de los que partió Kroeber. El
afirmaba que las culturas «se presentan en la naturaleza como un todo»
(Kroeber, 1939, pág. 4). Por esta razón cuando no se demuestra una
correlación entre la totalidad de la cultura y el entorno, el gran antropó-
logo afirmaba que las cosas son muy complicadas. Lo cual quiere más o
menos decir que no merece la pena proseguir el estudio de esas interrela-
ciones. Tomando una distinción que fue acuñada por Redfield, se puede
explicar un poco mejor la postura a la que nos referimos. Redfield distin-
gue entre un todo que se intuye y un «sistema». Un «todo intuido» apare-
ce en la consideración inmediata del carácter único de algo que se reco-
noce como complejo, pero como un solo objeto. Un sistema es otra clase
de todo, es un todo analizado, se comprenden las entidades que lo com-
ponen y su relación. El sistema es una ordenación de partes relacionadas
en cuanto que esto se puede considerar aparte de otros objetos que tienen
también relación con ella» (Redfield, 1960(a), pág. 19). Es evidente que
Kroeber fue uno de los antropólogos que mejor analizó la cultura en
cuanto sistema, pero cuando se trata de las relaciones entre cultura y
entorno se habla de ella como un todo, con lo cual no se puede analizar
nada. Queremos insistir en esto porque está en la base de las posiciones
posibilistas y, en general antiecológicas en Antropología. Cuando se trata
de poner en relación algunos rasgos culturales con ciertos factores del
entorno se afirma que la cultura es un todo, que esta totalidad no se puede
explicar a partir de estos factores ambientales y que por lo tanto hay que
explicarla sobre la base de principios inmanentes, que la cultura hay que
explicarla a partir de la cultura. Pero cuando se trata de explicarla sobre
principios inmanentes ya tampoco es el todo lo que se explica, sino una
parte de este todo, un sistema o un conjunto de sistemas. Con esto se
comprende que las exigencias que se plantean con respecto a los ecólogos
son totalmente distintas de las que ellos se plantean a sí mismos. Esta
observación tiene su importancia porque creemos que está en la base del
ataque de Sahlins a las posturas ecológicas en Antropología. La única
diferencia está en que Sahlins escribe en 1976 (Sahlins, 1976).
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agricultura y que dice que está división estaba presente en la Biblia, nada
menos que en la distinción entre Caín, el agricultor, y Abel, el pastor. A
pesar de esta separación, Evans Pritchard (1940) dice que aunque los Nuer
«son básicamente pastores, cultivan más mijo y maíz de lo que se supone
comúnmente». Audrey Richards (1948: 97) dice de los bantús del Sur que
«la gente está más apegada al ganado que a cualquier otra posesión aunque
dependen más de sus campos para la subsistencia». Se trata en todos estos
casos de economías que tienen muchos sectores y uno de ellos es valorado
culturalmente más que los otros, independientemente de su valor económi-
co. Esta valoración lleva a los etnógrafos a dar más atención a actividades
menos marcadas culturalmente que, sin embargo, tienen una importancia
económica igual o mayor.
En el caso de los Nuer no solo se trata de diversos sectores de la econo-
mía sino de diversas esferas de la propia moneda. En el momento en que
Evans Pritchard los estudia, había todavía muy poca penetración de la mone-
da, pero esto se ha producido después. En 1980, según Hutchinson (1996: 85
y ss.), además del ganado que servía para pagar el precio de la novia, hay un
ganado que ha sido comprado, pero este únicamente puede ser comprado
con dinero de salarios o de la venta de grano, pescado o pieles de cocodrilo.
El dinero que se obtiene con la venta del ganado no puede ser usado más que
para comprar ganado. Esta pequeña observación indica que hay esferas de
actividad que marcan las esferas de utilización de la moneda.
A pesar de que Evans Pritchard no cae en la cuenta de estos fenómenos,
a veces, porque sus prejuicios le impedían verlos, y, en otros momentos, no
estaban presentes, su libro tiene una enorme validez. Sin embargo, quizás
sea importante plantear algunas objeciones que plantea la propia Sharon
Hutchinson (op. cit.: 28 y ss.). Evans Pritchard partía de una visión estáti-
ca y construyó un modelo estructural y perfectamente delimitado que deja
bastante que desear. Evans Pritchard estaba preocupado básicamente con
problemas de unidad, equilibrio y orden dentro de la sociedad Nuer.
Al ver la cultura Nuer como algo compartido e interpretar la etnografía
como la compilación de estos elementos compartidos, se olvidó de los pun-
tos confusos y contradictorios que se daban en la sociedad. Quizás hubiera
sido conveniente prestar una atención a las variaciones regionales en la cul-
tura y, como Hutchinson hace, tener en cuenta las experiencias de los hom-
bres y mujeres Nuer. Como Hutchinson dice: «Lo que las generaciones
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Pero, sea lo que sea, una cosa es lo que los antropólogos piensan de sí
mismos y otra cosa distinta es lo que su obra muestra.
Marvin Harris publica muchos años más tarde un artículo que va a
adquirir gran notoriedad (1966) y, aunque publicó muchos más sobre esta
cuestión, nos vamos a fijar en este trabajo. Este artículo se presenta como
un intento de criticar la insistencia «en los aspectos irracionales, no econó-
micos y exóticos, del complejo del ganado en la India que se subrayan
muchísimo a expensas de las interpretaciones racionales, económicas y
mundanas» del mismo fenómeno. Es importante subrayar que Harris, uno
de los mejores conocedores de la Historia de la Antropología, coloca su artí-
culo en continuidad con los autores que habían escrito sobre el «complejo
del ganado», y por ello, aunque no lo cita, parece claro que tenía en mente
en parte los trabajos de Evans Pritchard. En conversaciones privadas, me
confesó que una de las obras fundamentales que tenía presente cuando
escribió su artículo era precisamente los Nuer.
Al principio del artículo, repasa las diversas opiniones sobre el carácter
irracional que tiene el tabú de matar la vaca en la India porque gran parte
de las vacas sobran o son superfluas, inútiles y antieconómicas.
En primer lugar, Harris demuestra que las fronteras que separan el uso
profano y sagrado de la vaca son enormemente permeables. En esto está
poniendo radicalmente en cuestión los presupuestos en los que se basaba
Evans Pritchard.
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Para probar la permeabilidad cita a Gandhi (1954) cuando dice (pág. 36)
que «tenemos la vaca para usarla. Esta es la razón por lo cual tenemos la
obligación de protegerla». En otro momento (pág. 7) subraya Gandhi
«… cómo la sangramos hasta la última gota de leche, cómo le privamos del
alimento, cómo maltratamos a los terneros y cómo los privamos de su por-
ción de leche, cómo tratamos de un modo cruel a los bueyes, cómo los cas-
tramos, cómo los pegamos, cómo los cargamos… No conozco ninguna par-
te del mundo en la que la situación del ganado sea tan mala como en la India».
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Por otra parte, es falso que la vaca no se coma cuando se muere. Cuando
las vacas mueren son comidas por los grupos de intocables, aunque las
otras castas indias rechacen absolutamente su consumo, también los
musulmanes y los cristianos la consumen. También las castas más pobres
utilizan las pieles, ya sea para su uso personal o para las industria de la piel
en la India que, como es sabido, es muy importante.
Por último, hay que tener en cuenta que los hombres y el ganado no
compiten por el alimento. La mayoría del alimento de las vacas no es el ali-
mento que podía ser útil para los hombres sino más bien las partes fibrosas
de los cereales que no pueden consumir los hombres, más bien se trata de
las pajas y residuos que en otros lugares «se meten dentro de la tierra».
Desde otro punto de vista, la vaca ha sido llamada el «mendigo divino»
en cuanto que a veces entran en las tierras y jardines de los ricos y con-
vierten todos estos productos en leche.
El análisis de Harris y su atención al detalle, a los datos económicos y
ecológicos, jugaron un papel central en el desarrollo de la Antropología
Ecológica. Al romper las barreras entre el análisis de lo sacro y lo profano,
lo ritual y lo económico, Harris hace una contribución fundamental a la
teoría evolutiva y funcional, así como a la Antropología Ecológica. Como
dicen M. Dove y C. Carpenter (2008: 10) «hay que reconocer (a Harris) el
haber estimulado un debate enorme sobre esto, pero también haber atraí-
do la atención de los antropólogos sobre las condiciones materiales de la
vida que se habían despreciado en el trabajo etnográfico en la India en
aquel tiempo, y a la vez animado el desarrollo de los puntos de vista mate-
rialista-culturales». Es curioso, y a la vez trágico, que se hubieran olvidado
los antropólogos del análisis ecológico y de las condiciones materiales en la
India, y esto indica el «limbo» en el que se mueven a veces los análisis
antropológicos.
Hay que tener en cuenta que se han planteado objeciones, a veces serias
y otras menos, a los planteamientos de Harris. Por ejemplo, Henderson
(1998) afirma que hay fenómenos históricamente contingentes que pro-
mueven el boom del ganado que Harris describe, tales como la dinámica
que parece en la India después de la independencia. Se refiere Henderson
a la apertura de nuevas tierras para el cultivo, el cerramiento de las tierras
comunales y la adquisición de los arrendatarios del estatus de agricultores.
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Todos estos fenómenos favorecen este aumento del ganado que después
desaparece cuando estas circunstancias cambian. De todas maneras, Harris
no era un historiador, pero hay que tener en cuenta que las observaciones
de Henderson que insisten en la contingencia y poca duración de los fenó-
menos deben ser puestas en tela de juicio. En una obra realmente admira-
ble, Mike Davis (2001) demuestra con mucha claridad cómo el fenómeno
de los cerramientos de los terrenos comunales es mucho anterior: «Hasta
1870 todos los bosques (20% de la tierra india) se explotaban comunal-
mente, al final de esta década estaban todos vallados por agentes del esta-
do armados» (pág. 327). Con esto se quiere decir que lo que Carol Hender-
son ve como un fenómeno de breve duración tiene una duración mucho
más larga, con lo cual la interpretación de Harris no es «ahistórica» como
dicen, sino que tiene en cuenta la evolución a largo plazo. También se cri-
ticó el paradigma funcional y evolutivo de la explicación de la vaca sagrada
(Diener, Nonini y Robkin, 1978). De todas maneras, en esta crítica está
latente una contradicción que, a veces, se plantea como una especie de pre-
supuesto y que en Antropología tiene su origen claro en Boas, nos referimos
a la contradicción o, mejor, contraposición entre historia y evolución. Esta
contraposición es un puro prejuicio basado en la idea de que la historia es
el análisis de lo particular y de los fenómenos de corta duración. Pensamos
que esto es sencillamente falso. Sea lo que sea, hay que decir que el análi-
sis propuesto por Harris, aunque con pequeñas objeciones o correcciones,
ha sido admitido. M. Opler en un comentario al artículo de Harris en
Current Anthropology dice que «a la critica de Harris a la posición de que la
utilización en la India de los recursos animales o agrícolas estaba equivo-
cada (o era irracional), ningún antropólogo pondría objeciones». El enor-
me debate que se planteó a propósito de las explicaciones de Harris tuvo
como protagonistas a los que venían de otras disciplinas, no solo de la
Antropología. Han sido muy importantes en el debate, los autores que vení-
an de las ciencias naturales y esto sirvió mucho para abrir los horizontes de
la Antropología ya en los ’60. A pesar de todo esto, se sigue defendiendo la
irracionalidad del «complejo del ganado». De este modo, Rada y Neville
Dyson Hudson (1969: 76), unos de los mejores especialistas en sociedades
de pastores, dicen que «muy frecuentemente, la ausencia de racionalidad
de mercado en los sistemas tradicionales de pastoreo se piensa que repre-
senta la ausencia de racionalidad de cualquier tipo». Robert Chambers
(1983: 77) decía que «eran los expertos occidentales en el manejo y organi-
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zación del ganado los que realmente sabían de un «complejo del ganado»:
«Su atractivo por el ganado exótico excluyendo los animales nativos y otras
especies también tenia un grado grande de irracionalidad».
De todas maneras, el análisis ecológico, que Marvin Harris propugnó en
la India, parece especialmente adecuando si se tiene en cuenta el libro de
Mike Davis al cual acabamos de referirnos. En él estudia entre otras cosas
las hambrunas que azotaron la India entre 1876 y 1879 y posteriormente
entre los años 1896-1902. Según algunas estimaciones, el total de muertos
en el primer periodo va desde 10.3 millones a 6.1 millones, y, en el periodo
que va desde 1896 a 1902, las estimaciones van desde 19 millones a 6.1
millones. En conjunto las estimaciones para todo este periodo van desde
12.2 millones hasta 29.3 millones. Como se ve, se trata de una cifra tan
enorme que se puede hablar de un holocausto como hace Davis. Las ham-
brunas brutales se debían a la sequía o falta de monzones. Estas hambru-
nas y también otras han sido causadas básicamente por la sequía y estas
sequías se han atribuido a la Corriente de «El Niño», que es la corriente que
fluye hacia el Sur a lo largo de la costa norte del Perú y que los científicos
designan con el nombre de ENSO (El Niño-Southern Oscillation). Parece
claro que de las 28 hambrunas que hubo en la India desde 1877, 22 hay que
atribuirlas a la corriente de El Niño, lo cual indica claramente la enorme
importancia de los factores ambientales en la explicación de los fenómenos
(M. Davis, 2001: 288). Ahora bien, el riesgo climático no está dado por la
naturaleza en bruto sino que se basa en una situación de negociación dado
que toda sociedad tiene medios institucionales, sociales y técnicos para
enfrentarse al riesgo. En este sentido, las hambrunas son crisis sociales que
representan fallos de los sistemas económicos y sociales. En esta negocia-
ción hay que incluir el cambio de clima como variable independiente. Tene-
mos aquí el planteamiento claro de un análisis ecológico. Pero M. Davis
afirma que para que este análisis ecológico sea un análisis de la Ecología
Política hay que comprender que los acontecimientos climáticos, externos
a veces, están modificados por la reestructuración de la organización social
y económica de las poblaciones. En primer lugar, en el caso de la India en
este periodo, los impuestos, el endeudamiento crónico, la perdida de
empleo subsidiario, el cerramiento de los comunales y la disolución de las
obligaciones patrimoniales son elementos que magnifican las consecuen-
cias de la sequía. Si a esto se añade la destrucción de los sistemas de ayuda
y el dejar perder los sistemas de irrigación tradicionales, se comprenden
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mejor todas estas hambrunas del siglo XIX. Hay un economista indio (Par-
thasarathi, 1998) que afirma y prueba claramente que la idea según la cual
el trabajador indio era una persona que estaba siempre muriéndose de
hambre no es exacto en absoluto.
«De hecho existe evidencia clara de que los trabajadores del Sur de la
India, en el siglo XVIII tienen salarios más altos que los trabajadores britá-
nicos y vivían más seguros desde el punto de vista financiero». Dado que la
productividad de la tierra era más alta en el Sur de la India, dice Davis, los
que hilaban y otros artesanos tenían mejor dieta que los europeos. Todavía
es más importante que sus tasas de desempleo porque tenían más derechos
laborales y su poder económico eran más grandes. Incluso los parias en
Madras (Chennai) ganaban más en término reales que los trabajadores
agrícolas ingleses. Sin embargo, en 1900, Romesh Chunder Dutt estima que
la unidad domestica británica tenía unos recursos que eran 21 veces mayo-
res que los indios. Es el intercambio desigual y los impuestos desorbitados
los que producen esta situación. Estos impuestos suben precisamente cuan-
do mayores eran las hambrunas. Hemos traído a colación los planteamien-
tos de Mike Davis. Aunque se ha tenido que tratar de una manera esque-
mática, se puede comprender lo que significa la Ecología Política. Aunque
más adelante vamos a hablar de ello, lo traemos a colación para que se
comprenda cómo el planteamiento que lleva a cabo Marvin Harris tiene
también esta dimensión política. Raymond Williams decía que «la natura-
leza contiene, aunque no se note, una cantidad extraordinaria de historia
humana». Quizá haya que añadir que la historia contiene una gran canti-
dad de naturaleza. El papel de la ecología cultural es descubrir estos dos
aspectos y Marvin Harris era un maestro en este tipo de análisis.
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nadas como patrilineales, y por ello «unilineales» (la línea paterna). Estos
representan un nivel de integración sociocultural un poco más alto que el
de los Shoshoni porque sus agregados multifamiliares están cohesionados
no solo en las relaciones de parentesco pero también en la caza cooperati-
va y la propiedad comunal de la tierra. Este último aspecto y la propiedad
de la tierra está basada en una aceptación de datos erróneos sobre las tri-
bus australianas ofrecidos por A. Radcliffe Brown (1918) que afirmaba,
absolutamente sin fundamento, la existencia de la propiedad entre estos
aborígenes australianos. De todas maneras, la banda patrilineal representa
también un nivel de integración sociocultural de tipo familiar. A este tipo
hay que añadir el de las bandas compuestas que están integradas, «for-
mando pueblos o bandas de cazadores, recolectores o simplemente agri-
cultores sobre la base de la asociación de cooperación constante más que
en el parentesco» (op. cit.: 143). «Las bandas patrilineales y compuestas se
dan entre las sociedades de cazadores en zonas de pocos alimentos, poca
densidad poblacional, y falta de transporte. […] la banda era compuesta en
vez de patrilineal si 1) el alimento fundamental es la caza que se encuentra
en grandes grupos y 2) si ciertas prácticas traen familias, que no tienen rela-
ción con ella, a la banda patrilineal» (op. cit.: 149).
Cuando se leen sus trabajos, se descubre que Murphy (1977: 22) tenía
razón cuando decía que el hecho critico en las teorías de Steward, no es la
cultura ni el entorno «más bien, es el proceso de trabajo en su sentido
pleno: la división del trabajo y la organización del trabajo humano en bús-
queda de la subsistencia». Steward se fija en la organización de la produc-
ción de la subsistencia que él veía como «la adaptación cultural ecológica».
El trabajo en su sentido pleno y, de una manera particular, el modo cómo
se organiza el trabajo es algo que está entre el entorno y la organización
social.
Todo esto hace a Steward un autor que está muy cerca del marxismo, y
casi me atrevería a decir que se trata de un «criptomarxista» que no se
manifestó nunca con claridad porque todo esto planteaba graves complica-
ciones, sobre todo al principio de 1950 con McCarthy y el «macartismo».
De todas maneras, en sus estudios, Steward siempre tuvo un interés muy
marcado en la construcción de tipos culturales. Quizás esto lo perdió un
poco en sus estudios, extraordinarios por otra parte, sobre las bandas, Hoy
día se ha comprendido que la banda familiar y la compuesta no son dos
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micas» (Steward, 1955, pág. 37). Además del «core» hay otros rasgos cultu-
rales, que él llama secundarios, y que están determinados por factores pura-
mente culturales e históricos. Dentro del «core» había que incluir funda-
mentalmente las actividades de subsistencia y las ordenaciones
económicas. Además de éstas, habría que introducir otros rasgos sociales
políticos o religiosos que empíricamente se puede demostrar que están rela-
cionados con los anteriores. Lo más importante para Steward sería el estu-
dio de este «culture core» en cuanto que en éste hay que incluir todos aque-
llos aspectos que se refieren a la utilización del entorno de la manera
prescrita por la cultura» (Steward, 1955, pág. 37).
La posibilidad de hacer esta distinción entre factores relevantes y menos
relevantes en el estudio de la cultura, del entorno y de sus relaciones, brota
del hecho de que Steward critica la noción de área cultural, substituyéndo-
la por la noción de «tipo cultural». Dentro de este tipo no se introducen
todos los elementos, sino aquellos entre los que se puede demostrar una
relación funcional.
Por otra parte, los trazos que se van a introducir dentro del tipo vendrán
«determinados primariamente por regularidades transculturales de adapta-
ción ecológica de carácter cultural» (Steward, 1955, pág. 89). Esto quiere
decir que el grado de interrelación entre los diversos aspectos de la cultura
no es el mismo, y que, dentro de éstos, se pueden aislar algunos cuyos lazos
funcionales con el entorno natural son más importantes y explícitos. A par-
tir de aquí, la separación clara entre entorno y cultura desaparece, porque,
para decirlo con una frase de Ashby «cuando se estudian los sistemas fun-
cionalmente... la división entre organismo y entorno se difumina» (Ashby,
1960, pág. 40). Cuando esta distinción entre cultura y entorno se difumina,
el papel del entorno se considera desde un punto de vista diferente. Veía-
mos que Kroeber consideraba el entorno como algo puramente estático,
Steward ofrece otra interpretación totalmente distinta. En primer lugar,
elabora y operacionaliza hasta cierto punto la idea que ya proponía Boas y
todo el posibilismo según la cual el entorno ofrece unas limitaciones a la
cultura. Los posibilistas no se preocupaban de establecer cuáles eran estos
límites. Sobre todo Kroeber y el mismo Boas pensaban que la cultura se
desarrolla según sus principios inmanentes, y los límites eran algo que se
colocaba en un horizonte nebuloso. Steward tiene en cuenta estos límites y
comprende que son mucho más estrictos. Ya en 1938 afirmaba que «un sis-
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tema puede variar dentro de unos límites porque de otra manera no sobre-
viviría» (Steward, 1938, pág. 261). Además, Steward comprendía que el
entorno no sólo limita, sino es un factor creativo en el desarrollo de la cul-
tura. De esta manera se supera totalmente la idea del entorno inerte y se
piensan las relaciones entre entorno y cultura como una causalidad recí-
proca.
Steward propuso el término de ecología cultural para el tipo de estudio
que él introdujo. Él entendía la ecología cultural como un problema y un
método a la vez. Dentro de este método se incluiría:
a) el estudio de las interrelaciones entre el entorno y los sistemas de
explotación y producción;
b) el estudio de los sistemas de comportamiento implicados en la explo-
tación de un área determinada por medio de una tecnología.
c) el análisis de la influencia que estos sistemas de «comportamiento»
ejercen en otros aspectos de la cultura.
Se puede decir que en estas ideas está presente la idea de la cultura
como adaptación a los límites y posibilidades del entorno, y sobre todo a
partir de aquí se ponen en cuestión, y se destruyen desde su raíz los presu-
puestos de la idea de la cultura como algo que está causado por la cultura.
Tanto la concepción de la organización sociocultural como un mecanis-
mo de adaptación, cuanto el haber puesto en cuestión las fronteras entre
entorno y cultura propuestas por los posibilistas, representan un gran avan-
ce, y son admitidas por los antropólogo-ecólogos de hoy.
No deja de haber problemas, sin embargo. El primero se refiere a la
noción de «culture core». Los ataques a este concepto han venido de todos
los lados. Desde el punto de vista del «materialismo cultural», Harris llega
a llamar a éste el «core of confusion» (Harris, 1968, pág. 661). Las críticas
de Harris se basan en dos aspectos, el primero sería que Steward no esti-
puló cuáles son los elementos a partir de los cuales se puede determinar si
un aspecto de la cultura pertenece al «core» o no. Si se afirma que estos
aspectos hay que determinarlos empíricamente, no se resuelve gran cosa
porque habría que delimitar cuáles son estas bases empíricas. El no haber
establecido estas bases hace que Steward deje los criterios por los que se
determina lo que es el «core» al arbitrio del investigador. Otro aspecto cri-
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Hacia la mitad de los años sesenta, aparece otro punto de vista que va a
enriquecer mucho la Antropología Ecológica, que será lo que podemos lla-
mar ecología de los sistemas o, más modestamente, el punto de vista «sis-
témico». En esta época, la Teoría general de Sistemas empieza a adquirir
gran popularidad en cuanto que ofrece unos conceptos y un lenguaje que es
aplicable a muchos niveles, y por lo tanto ofrece una gran posibilidad de
hacer ciertas generalizaciones de carácter interdisciplinar. Por otra parte,
el concepto de ecosistema comienza a imponerse dentro de los estudios de
Antropología.
Quizá el momento más claro en el que este concepto se empieza a usar
como útil analítico, sea en el libro Mans’ Place in the Island Ecosystem (Fos-
berg, ed. 1963). En este libro colaboran geógrafos y antropólogos, entre
ellos Vayda y Rappaport. El concepto de ecosistema «une la biología, el
comportamiento, la organización y el funcionamiento del hombre, los ani-
males, las plantas y los componentes inorgánicos en un marco único en el
que se puede estudiar la interacción de los componentes» (Anderson, 1973,
pág. 183). Cuando este concepto comienza a aplicarse se pone el énfasis en
algo distinto de lo que a Steward preocupaba. Más que insistir en el origen
o desarrollo de los rasgos culturales a partir de ciertos fenómenos del entor-
no, se trata de analizar rasgos o prácticas culturales en cuanto que éstas
funcionan como partes de un sistema en el cual hay que introducir también
el entorno. Por otra parte, el entorno ya no es ninguna variable exógena al
sistema que se trata de analizar, sino que entra a formar parte del sistema
mismo, se considera como una variable endógena cuyo peso causal hay que
evaluar en cada caso.
Dentro de la Antropología, quizá sea Clifford Geertz el primero que ini-
cia expresamente la aplicación del punto de vista «sistémico» con un inte-
rés típicamente ecológico en su estudio sobre la involución agrícola en
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documentales sobre esta zona de Nueva Guinea en donde lo que más lla-
maba la atención eran las grandes matanzas de cerdos que después se
repartían entre los miembros de la sociedad. Desde este punto de vista, el
trabajo de Rappaport, que por cierto se titula «Cerdos para los antepasa-
dos», hay que situarlo dentro de aquella obra de Antropología Ecológica
que parte del análisis de los animales en la configuración de la sociedad
humana. Rappaport intenta estudiar las poblaciones humanas de una
manera parecida a como se estudian las poblaciones animales y esto fue
interpretado como un ataque a las fronteras artificiales que se establecen
entre la naturaleza y la cultura (Wilson, 1969).
El uso por parte de Rappaport del lenguaje cibernético para explicar el
papel que el ritual de los Tsembaga juega en la regulación de variables cen-
trales del entorno fue aceptado por muchos como una manera muy creati-
va de crear un puente entre los análisis materialistas y los simbólicos. Otra
gente los criticaba por su materialismo vulgar o funcionalismo ramplón y
por el «uso de metáforas de la electrónica que se han puesto de moda»,
J. B. Watson (1969). M. Sahlins (1976) acusa a Rappaport de una especie
de «fetichismo ecológico» y J. Bennet (1976: 181) dice que en «Cerdos para
los antepasados», las complejidades ecosistemicas y la impresión generali-
zada de la causalidad ecológica se sugieren de una manera plausible pero
nunca se analizan en detalle».
Rappaport (2.ª ed. de «Cerdos para los antepasados», 1984) afirma que
el «movimiento ecologista» fue uno de los influjos en su investigación, que
lo llevó a preocuparse toda su vida por el impacto de la sociedad industrial
occidental sobre el entorno que él ha caracterizado como «inapropiada,
maladaptativa y desgraciada». La obra de Rappaport iba contra corriente
en cuanto que llevó a cabo su trabajo en 1962-63, que era una época de
«modernismo avasallador». Una de las facetas más importantes era el dis-
curso del desarrollo (Escobar, 1995) que critica sociedades indígenas como
los Tsembaga por su falta de racionalidad. Su estudio defiende la raciona-
lidad de lo que parece menos racional dentro de los sistemas indígenas, es
decir, la utilización de los recursos en el ritual. Se fijaba en el carácter auto-
rregulado de los sistemas indígenas, lo cual destruye el argumento moder-
no de la necesidad de una intervención exterior. Explicaba la gran comple-
jidad de estos sistemas que no se descubrían nunca sin un estudio
prolongado, residencia en el lugar, y hacer caso al conocimiento local. La
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hay que tener en cuenta que estas propiedades de las que hablan Slobodkin
y Holling son tan abstractas que se podrían llamar propiedades generales
de los sistemas y no de uno en concreto, y por otra parte son muy difíciles
de operacionalizar.
Otra dificultad que aparece en el trabajo de Rappaport está bastante
relacionada con la anterior. Es curioso que el libro de Rappaport salga al
paso de casi todas las dificultades que se pueden plantear, y aquí está uno
de los grandes valores de su análisis, pero hay veces en que estas dificulta-
des son incorporadas en el análisis y otras en las que se responde a ellas de
una manera abstracta. Uno de estos últimos casos es lo que se refiere a los
sistemas regionales y locales. El autor, como veíamos, establece claramen-
te la distinción entre los dos, pero insiste básicamente en el segundo y con-
sidera el ecosistema básicamente como este sistema local. Esto tiene gran-
des ventajas en cuanto que las fronteras del sistema están bastante
definidas y hace que las magnitudes, al no ser enormes, puedan ser estu-
diadas en profundidad. El aislar una pequeña unidad local para el estudio,
puede dar la impresión de que el sistema está cerrado en sí mismo. Esta
impresión se ve favorecida por el hecho de que los intercambios tróficos o
de alimentos forman un sistema relativamente cerrado.
Sin embargo, hay otros fenómenos, tales como la redistribución de la
tierra después de las guerras, el incipiente y pequeño intercambio y la abo-
lición de la guerra por los poderes coloniales que no se explican ni se tienen
en cuenta, si se atiene uno al sistema local. Lo que es más importante, estos
elementos introducen desequilibrios en este último, y en vez de cerrado lo
hacen abierto.
En este sentido estamos de acuerdo con Anderson cuando afirma que
Rappaport «está usando el concepto de comunidad más que el de ecosis-
tema» (1973, pág. 200). Es decir, que la unidad de estudio son las pobla-
ciones que viven en un área, con lo cual se subrayan los aspectos locales y
hay peligro de confundir entorno con hábitat. De todas maneras, la «loca-
lización» del sistema tiene muchas ventajas para el análisis. El estudio de
ecosistemas totales es más un desiderátum que una realidad y puede con-
ducir a banalidades muy grandes. Por esta razón, con tal de que no se les
considere como sistemas cerrados, el estudio de sistemas locales es mucho
más útil.
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Sin embargo, no basta con una afirmación general para descubrir esta
aplicación. En un ecosistema se incluyen los organismos vivos así como los
componentes no vivos del entorno en el que estos organismos viven. Ade-
más de esto se incluye la interacción o relaciones entre estos elementos.
Para que se pueda aplicar el análisis de sistemas a la ecología se requieren
unos procedimientos que han sido muy bien descritos por Dale. En primer
lugar estaría la elección de los objetos del sistema; en segundo lugar, la defi-
nición de las relaciones; en tercer lugar, la especificación de los mecanis-
mos por los cuales estas relaciones tienen lugar; en cuarto lugar, la valida-
ción del modelo construido (Dale, 1970, págs. 1-16).
El primer paso, que sería la selección de objetos, se puede hacer a par-
tir de la taxonomía, las especies o géneros, etc., a los que pertenecen, o con
respecto a las funciones ecológicas que desempeñan. Los criterios para la
selección de objetos dependen mucho de lo que se quiere estudiar. Si, por
ejemplo, se quiere estudiar la estabilidad de un ecosistema, a veces puede
ser más interesante fijarse en la estructura trófica o en los niveles tróficos.
Un nivel trófico es el constituido por organismos con los mismos hábitos
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entiende bien si se tiene en cuenta que de las 140 especies de plantas que se
encuentran en ellas, solo dos no son consideradas útiles por los Kayapó. Es
más, el 85 por ciento de las plantas dentro de estas islas han sido plantadas
por los Kayapó. Posey, escribiendo en los 1980 es un defensor de la etnoe-
cología pero se va a constituir en un promotor fundamental del punto de
vista del «conocimiento indígena» que posteriormente va a ser algo central
en Antropología. Sin poder entrar ahora en el análisis de estos plantea-
mientos, bástenos decir que las ideas y teorías acerca del «conocimiento
indígena» tiene su origen en los puntos de vista de la «etnoecología». Como
ya hemos visto lo que Posey muestra con toda claridad es que los pueblos
indígenas tienen un conocimiento ambiental que puede contribuir muy
decididamente a la conservación del entorno. Cuando este conocimiento se
une a la gestión indígena como Posey explica en su obra, esto es un argu-
mento fundamental para la defensa de los derechos indígenas a la tierra.
Sin embargo, él reconoce (Posey, 1993), que exagera el papel del cultivo
indígena, pero va a insistir en que únicamente la inmersión en el conoci-
miento indígena y en los mitos de los Kayapó le permitió ver esta gestión,
aunque algunas de las practicas tienen un carácter inconsciente. Quizás
este reconocimiento es lo que hace que su obra fuera criticada bastante
duramente por el geógrafo E. Parker (1993), que dice que las «islas» de bos-
que, lejos de ser creadas por losindigenas, son algo natural, la resultante del
avance o retroceso del bosque en el borde entre este y la savana. Por otra
parte, Parker dice que «los trabajos de Posey se encuentran entre la inves-
tigación más citada de la baja Amazonia tanto dentro, pero frecuentemen-
te fuera de la Antropología» (Parker, ibíd., p. 721), como si esto presentara
algún tipo de problema. Aunque Parker dice que la ciencia de Posey es muy
pobre y que se caracteriza por aserciones que no se prueban y por un aná-
lisis especialmente descuidado de los datos y de su presentación, sin embar-
go, por ironías de la vida, hubo que esperar 10 años o más para que se
publicase una obra (Fairhead y Leach, 1996), que estudia una situación
parecida a la que estudió Posey pero no es en Brasil, sino en Guinea
Conakry.
Se trata de un ecosistema muy parecida al que estudia Posey con «islas
de bosque» que están bordeadas por la savana. Fairhead y Leach argumen-
tan que «la idea de la degradación» introducida por la cultura en la natu-
raleza era tan fuerte entre los administradores coloniales franceses y entre
los Guineanos actuales que hace que interpreten la historia al revés, y por
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ello afirman que las islas de bosque dentro de la savana son reliquias de un
bosque original destruido por el uso agrícola local. Cuando se estudia la
historia se descubre que es este uso agrícola el que crea estas islas, lo cual
es lo mismo que Posey decía que ocurría en Brasil. La importancia de
Darrell Posey y del punto de vista del «conocimiento y gestión indígena de
los recursos» tiene bastante rigor científico y a la vez subraya el valor polí-
tico de los usos de la ciencia y etnobiologia y esto le llevó a convertirse en
un defensor de los derechos de los indígenas. En una de sus últimas publi-
caciones (Posey, 1999: pp. 225 y ss.), decía que «es fundamental que el
IPR/ITR (Derechos de Propiedad Intelectual/Derechos a los Recursos Tra-
dicionales) no sean usados simplemente para reducir el conocimiento tra-
dicional a los marcos legales y conceptuales occidentales. Los sistemas
legales indígenas y sus conceptos de propiedad tienen que guiar el debate.
Tienen que ser los pueblos indígenas y tradicionales los que tienen que defi-
nir los Derechos a los Recursos Tradicionales de muchas maneras a través
de la práctica y experimentación.
Para que la etnoecología avance tiene que encontrar maneras de des-
arrollar relaciones equitativas con las comunidades locales de tal manera
que se beneficien todas las partes y los Derechos Tradicionales a los Recur-
sos pueden ofrecer la metodología y el enfoque filosófico que puede catali-
zar este proceso […]. «La Etnoecología está en la posición envidiable de ser
interdisciplinar y con una dedicación al entendimiento transcultural. Si la
«nueva ciencia del dialogo» no puede nacer de la etnoecología, entonces ¿de
dónde va a nacer? De hecho con vistas a los retos a los esquemas occiden-
tales, los etnobiólogos y etnoecólogos se enfrentan a uno de los más gran-
des retos de cualquier disciplina que mira al siglo veintiuno». De todas
maneras, de la política de los recursos naturales y su relación con el pensa-
miento indígena y el indigenismo hablaremos un poco más adelante.
La etnoecología ha tenido una revitalización importante a partir de
1980. En primer lugar, esta revitalización tiene que ver con una nueva
puesta en valor de este tipo de investigación en cuanto que con ella se
subrayan y salen a la luz los derechos de los pueblos sobre los que se tra-
baja y aparece un interés, nuevo, por usar la sabiduría local para construir
un mundo más justo. Los derechos indígenas de propiedad, los tratados
sobre la biodiversidad, las disputas sobre la propiedad del plasma germi-
nal, la destrucción del conocimiento indígena están clamando por una
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1. Utilidad
2. Comercialización
3. Belleza del entorno
4. Conocimiento indígena
5. Diversidad de las plantas
6. Interrelación de unas con otras
7. Estratificación social
8. Relaciones familiares
9. Salud de los productos y de las personas
10. Laboriosidad.
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humante y los gujaratis que son pastores nómadas. Los pathanos habitan
únicamente los valles en donde es posible obtener dos cosechas y de donde
echaron a los kohistanos. Los terrenos habitados por los pathanos vienen
determinados por una frontera ecológica clara, aquellas partes del territo-
rio en donde no se pueden obtener dos cosechas. Esto se debe a una elabo-
ración política enormemente compleja.
Se trata de una organización jerárquica con mucha actividad alrededor
de las «casas de los hombres», que quita mucha mano de obra de la pro-
ducción inmediata. Por otra parte, hay varios grupos ocupacionales que
prestan servicios y son pagados en especie. Además, alrededor de las casas
de los hombres, tienen lugar unas fiestas del tipo del potlacht en donde se
destruyen muchos bienes útiles. Todo esto lleva consigo la necesidad de
producir excedentes. Pero hay que tener en cuenta un dato curioso, porque
deja descubrir una clara adaptación al entorno. Los pathanos, que habitan
en las partes más bajas y fértiles de los valles, son los que tienen esta orga-
nización política; en las partes menos fértiles, aparece una organización
política menos elaborada y más económica, sin las casas de los hombres y
sus fiestas y sin la complicación política de los otros pathanos. Los patha-
nos son especialistas, es decir que la amplitud de su nicho ecológico no es
muy grande. Esto puede ser parte de la explicación de su éxito ante los
kohistanos, pues, como dice Odum, «parece que los especialistas con fre-
cuencia son más eficientes en el uso de sus recursos y por esta razón tienen
mucho éxito cuando los recursos son abundantes» (197 S: 47). En contra-
posición a éstos, los kohistanos son generalistas; su economía y organiza-
ción social están adaptadas a todo el territorio y de hecho podrían vivir en
todo él. Traducido a la terminología del gran ecólogo E. Hutchinson, diría-
mos que su nicho potencial sería todo el territorio Swat, pero su nicho
actual es mucho menor, la parte norte mucho menos fértil. Los kohistanos
fueron obligados a situarse en estos lugares porque los pathanos son mucho
más fuertes desde el punto de vista militar.
La relación que existe entre los dos es una relación de competición pero
esto no lleva a la destrucción del más débil —los kohistanos—, porque ellos
habitan una zona marginal para los pathanos en donde éstos no podrían
subsistir. La posibilidad de subsistencia en estas áreas marginales viene de
la doble economía de los kohistanos. Estos practican el pastoreo trashu-
mante y la agricultura, lo cual les permite vivir en zonas montañosas y
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no se confunda nicho con hábitat. Como muy bien dice Odum, «los ecólo-
gos usan el término hábitat para significar el lugar en donde un organismo
vive y el término de nicho ecológico para significar el papel que un orga-
nismo juega dentro del ecosistema» (1975: 46). Pero aunque no se puedan
confundir el uno con el otro, ni tampoco se puedan inferir los nichos poten-
ciales a partir de la consideración de los hábitats (J. R. Krebs, 1972: 521),
parece cierto que la consideración del hábitat puede ser, y es, muy impor-
tante para descubrir los nichos ecológicos.
Sin embargo, otras dos objeciones pueden tener más importancia. La
primera consistiría en que Barth no ofrece datos de ninguna clase sobre la
producción de esos grupos, con lo cual su análisis corre el peligro de ser
una pura aplicación del concepto de área cultural usando una terminología
más complicada. Al no ofrecer estos datos, el carácter ecológico del análi-
sis queda un poco disminuido y se reduce en algunos momentos al descu-
brimiento de fronteras étnicas usando una terminología distinta a la
corriente.
Este problema lleva a otra consideración muy bien traída a colación por
T. E. Love (1977). Al partir de la noción clásica de grupos étnicos, y al basar
su análisis de la distinción entre los diversos grupos en razones fundamen-
talmente lingüísticas, no lleva sus consideraciones hasta el final, lo cual
hubiera hecho de su estudio un trabajo ecológico de primera clase. Sin esto
el estudio corre el peligro de ser un ejercicio puramente metafórico.
Tratemos de explicar esto. Al tomar como unidades de estudio esos gru-
pos étnicos existe el peligro de que su caracterización, como ocupantes de
un nicho ecológico, no haga justicia a la noción de nicho. Es decir, que ésta
no sea ningún concepto analítico útil para la descripción de los fenómenos,
sino otra manera de expresar las relaciones entre esos grupos étnicos, cuya
clasificación y distinción está hecha en bases distintas a las que la noción
de nicho se refiere.
Hay ciertos indicios de que este es el caso. En primer lugar, Barth des-
cribe los gujaratis como ocupando un único nicho ecológico, siendo así que
su organización productiva y social no es la misma en los gujaratis trashu-
mantes y en los nómadas, lo cual lleva consigo que las relaciones que tie-
nen con los pathanos son distintas en uno y otro caso. Esto parece indicar
que nos encontramos con dos nichos ecológicos y no uno solo. Por otra
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parte, el mismo análisis de los pathanos ofrecido por Barth puede ser pues-
to en duda. Se trata de una sociedad organizada en castas ocupacionales,
en donde la tierra está controlada por una de ellas, la casta pashtun y las
otras castas están sujetas a ella como siervos o clientes. La consideración
de los pathanos como ocupando un solo nicho ecológico pasa por alto el
hecho fundamental de que los «grupos ocupan nichos basados en el control
diferencial de recursos escasos, lo cual indica que son las diferentes castas
las que ocupan nichos y no la sociedad pathan en su conjunto» (T. E. Love,
1977: 30). Esto indicaría que las fronteras de los diversos nichos ecológicos,
que Barth trata de describir no son las fronteras de los nichos sino de los
grupos étnicos, a los cuales se les aplica la denominación de nicho de un
modo puramente metafórico. Por otra parte, esta consideración tiene rele-
vancia para algunos problemas de carácter estrictamente antropológico. Al
principio de su trabajo, Barth se refiere a lo que se ha dado en llamar
«sociedades plurales», pero, siguiendo la tradición antropológica, conside-
ra estas como las sociedades en las que grupos con culturas diferentes coe-
xisten con relaciones más o menos íntimas entre ellos. Pero, lo que seria
interesante constatar es que todas, absolutamente todas, las sociedades,
aún aquellas que pueden parecer más homogéneas desde el punto de vista
cultural, son hasta cierto punto sociedades plurales, y un instrumento ana-
lítico muy importante para describir esta pluralidad y variación es la
noción de nicho.
Con estas observaciones no queremos infravalorar el trabajo de Barth
que nos parece fundamental, ni tampoco por un ecologismo mal entendido
tratar de suprimir la noción de etnicidad, porque supongamos que es irre-
levante para el análisis ecológico, sino únicamente subrayar que algunos
datos que el mismo Barth ofrece pueden ser utilizados para una aplicación
más estricta y fructífera de la noción de nicho. Hay que tener en cuenta que,
como muy bien dice M. M. Horowitz, «la pertenencia a un grupo étnico
lleva consigo un conjunto de pautas de comportamiento que afectan las
opciones y acciones individuales y favorecen modos de acción tradiciona-
les, y que por lo tanto ayuda a mantener la distribución de poblaciones
específicas desde el punto de vista étnico en entornos ecológicamente dife-
rentes (1972: 114).
En el caso al que Horowitz se refiere, habría que considerar el nicho
ecológico y la categoría étnica como transformaciones el uno del otro. Aun-
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que este caso es muy interesante, no creemos que siempre sea así, y uno de
los casos que no responde a esta postura sería precisamente el analizado
por Barth.
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Hay que tener cuidado con estas expresiones porque si las recolectamos
todas habría un nuevo paradigma cada año. Ya desde Voltaire que, en su
«Poema sobre el desastre de Lisboa» escrito después del terremoto de 1755
que mató más de 75.000 personas, se preguntaba si «los pecado de la Lis-
boa destruida son mucho más grandes que los de París o Londres que
están tan tranquilos». En la pregunta de Voltaire se está presuponiendo
que existe una idea según la cual los desastres naturales representan jui-
cios divinos sobre la humanidad y que en última instancia el estado de la
naturaleza es algo así como un comentario de la sociedad. En China era
muy frecuente pensar que había una responsabilidad humana por el esta-
do del tiempo, de tal manera que hay autores, como M. Elvin (1998), que
hablan de una «meteorología moral». Firth dice que en Tikopia se dan cre-
encias muy parecidas que reflejan una visión sociocéntrica de la naturale-
za. Cuando se mantienen estas creencias es frecuente pensar que las per-
turbaciones naturales van seguidas irremediablemente de graves
perturbaciones sociales. En Nueva Guinea, E. Wadell (1975), describe el
miedo del gobierno colonial de Nueva Guinea de que las heladas de 1975
llevaría a una estampida de las victimas del hambre de la zona afectada lle-
vando consigo violencia, hambre y muerte. Lo cual era totalmente falso.
Los desastres afectan no solo a los seres humanos sino también a las ins-
tituciones que los gobiernan. Firth dice que cuando la cantidad de ali-
mento disminuye mucho, las tensiones en el sistema social no son solo
nutricionales, sino que afectan a los sentimientos, símbolos y evaluaciones
de las relaciones sociales. La tesis dominante en esta análisis no es solo
que los sectores marginales de la sociedad son más vulnerables a las per-
turbaciones naturales, sino también las elites son capaces de aprovechar-
se para fortalecer su posición a costa de los más pobres. Firth fue un pio-
nero en esto, en cuanto que descubrió con mucha claridad como los jefes,
a raíz de los ciclones que afectaban fuertemente Tikopia, no solo organi-
zaban el trabajo y otros recursos; también se aprovechaban de su riqueza
y estatus que aumentaban con «la desgracia de los otros».
Tanto en el trabajo de Firth como el de Wadell el impacto más impor-
tante del desastre viene del hambre que se produce, y lo más interesante del
análisis de Firth del desastre natural es cómo a medida que progresa el
hambre cambian las normas sociales, cómo se prueban las normas sociales
pero no se rompen. Wadell toma este análisis y lo hace avanzar más, de tal
manera que descubre diferentes estadios o niveles de respuesta al desastre
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la congruencia total del modelo folk de comunidad propio de los Suizos con
la realidad histórica del pueblo. Debido a estos fenómenos lo que ocurrió fue
que se ocultaron los flujos a través de las fronteras del pueblo.
McNetting explica estos flujos y descubre que hay: flujos antiguos por
donde llegan metales, sal, dinero, esposas y exportan ganado y trabajo.
Otros flujos más modernos se dan a través de la carretera y entre ellos está
el dinero que se trae, bienes manufacturados, nuevos productos agrícolas,
alimentos, y se exporta dinero (impuestos) y trabajo. McNetting considera
estos flujos como algo que funciona para sostener y establecer un balance
en el sistema, en cuanto que el ecosistema de la comunidad local sobre vivía
por medio de flujos económicos y demográficos que van y vienen y corrigen
sus debilidades y las descompensaciones. De esta manera McNetting no
abandona la idea del ecosistema sino que lo amplia y lo ve como algo que
se reproduce en el tiempo. Las fronteras son permanentes y lo que cruzan
a través de ellas contribuye a la integración del sistema más que a su des-
integración. Desde este punto de vista parece que, evidentemente, McNet-
ting defiende un sistema integrado y autónomo, lo cual contradice muchas
de las ideas de la Economía Política que tienden a ver la penetración del
capitalismo como algo que rompe la integración y autonomía tradicional y
que trae consigo la incorporación en el sistema mundial capitalista. Esto es
un problema grave, pero quizás hay una solución en cuanto que hay
muchos estudios de agricultores que comercializaban sus productos sin
abandonar su producción para la subsistencia. Con ello queremos decir que
hay casos que es así y otros que son todo lo contrario. En los dos casos no
está claro qué favorece más al capitalismo. También es importante tener en
cuenta que la penetración e incorporación en el capitalismo siempre es par-
cial y esto implica que hay elementos del sistema que desaparece o cambian
totalmente, mientras que otros cambian menos o permanecen. La determi-
nación, incluso cuantitativa, de los elementos que permanecen, los que
cambian radicalmente o poco, es algo muy importante que todavía consti-
tuye una tarea de la investigación futura.
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o lo otro, nuestro papel (como antropólogos), debe ser ofrecer visiones exac-
tas de los procesos sociales. Las criticas a Kuper, acertadísimas por supues-
to, no se cansaron de decir que, él ha ignorado olímpicamente las desigual-
dades históricas y contemporáneas que han producido muchas de las
consideraciones actuales sobre la «indigeneidad». Por ello, reconstruir las
ideologías esencialistas debe ser únicamente el primer paso de la práctica
antropológica, no su fin. En vez de dedicar todo el esfuerzo a discutir la defi-
nición, construcción y autenticidad de la «indigeneidad» hay que pregun-
tarse porqué los pueblos indígenas la usan y desarrollan (Hodgson, 2002).
En los últimos 15 ó 20 años el interés antropológico en los pueblos nati-
vos o autóctonos se ha enmarcado dentro de la rubrica de la indigeneidad.
Las personas que antes se representaban como campesinos o sociedades
tribales se presentan como pueblos indígenas. También muchos movi-
mientos locales que antes se presentaban como algo basado en la raza, etni-
cidad o la religión, se ven ahora como algo que nace de la «indigeneidad,»
como «movimientos por los derechos indígenas». La importancia de estos
problemas ha sido subrayada por la ONU o la OIT que los han explicado,
cómo aspectos importantes de la idea de «indigeneidad», la continuidad
histórica, su carácter distintivo, la marginalidad, autoidentidad y autogo-
bierno. Cuando los antropólogos han estudiado los diversos aspectos de la
indigeneidad han encontrado los mismos elementos.
Li dice que el desarrollo de las exigencias de la indigeneidad por parte
de las comunidades locales es un problema de «articulación» en ello sigue
a Stuart Hall que a su vez sigue a Althusser. Li dice que «articulación» sig-
nifica «un proceso de simplificación, de establecimiento de fronteras y de
conexión». La teoría de la articulación permite dar cuenta de cómo una ide-
ología empodera a la gente permitiéndo empezar a hacer inteligible su
situación y abriendo un margen de maniobra. Para esto, es necesario selec-
cionar y combinar los elementos que conforman una identidad indígena y
también establecer conexiones con otra gente. Esto puede llevar a simplifi-
caciones y la esencialización de algunos elementos que son elegidos como
emblemas. Como se puede comprender, se trata de establecer conexiones
con otros grupos para estar contra… Gran parte de la Ecología Política,
dentro de la Antropología está aquí presente.
El término de «ecología política» fue usado por Eric Wolf (1972). Tenia
un sentido básicamente marxista y significaba el estudio acerca de la media-
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SEGUNDA PARTE
TEORÍAS E IDEOLOGÍAS
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CAPÍTULO 8
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plantas o los dos), con los hombres, que son omnívoros, situados en la cús-
pide de los niveles tróficos. Desde el punto de vista de la Antropología Eco-
lógica, ha sido criticado con fuerza el pensamiento cartesiano tendiendo en
cuanta que hay muchos sistemas de clasificación que no aceptan ninguna
de estas distinciones.
Para no eternizarnos con consideraciones previas, hay que decir que
uno de los primeros libros que plantearon de una manera general estos pro-
blemas de categorización es el editado por R. Ellen y K. Fukui (1996). En
la introducción a este volumen Ellen dice con razón que las dicotomías
tales como la de naturaleza/crianza pueden ser útiles o inútiles pero nunca
verdaderas o falsas y que la oposición entre naturaleza y cultura es un pseu-
do-problema que «brota de constructos simbólicos de la cultura misma».
Tim Ingold (2000), afirma que si la «naturaleza» es una categoría construi-
da por los hombres, la «cultura» tiene que ser también un constructo. Ni el
concepto de naturaleza ni el de la cultura son datos. Pero, antes de avanzar
tanto y de someter a crítica estos planteamientos, quizás sea conveniente
plantear estos problemas históricamente.
S. Lansing, J. Schoenfelder y V. Scarborough (2006: 326) afirman que
«hasta ahora el único intento serio de tratar el aspecto subjetivo y objetivo
del encuentro de los seres humanos con la naturaleza es la Antropología
filosófica de Marx». Marx trata este problema cuando habla de «naturaleza
humanizada» en contraposición a la «naturaleza externa» o «sinnliche Aus-
senwelt». Esto último sería la realidad material que no está influida de nin-
guna manera por el trabajo o el diseño consciente de los hombres. La
«naturaleza externa» no existe, según Marx en ningún lugar, «exceptuando
quizás algunas islas de coral Australianas». Por todo esto, lo que interesa al
teórico es la «naturaleza humanizada» que es creada por la sociedad huma-
na. Anthony Giddens (1981: 59) explica claramente lo que Marx planteaba
cuando dice que «en Marx la naturaleza aparece como el medio de realiza-
ción del desarrollo humano. Marx subraya que el desarrollo social hay que
analizarlo tomando como base una interrelación activa entre los seres
humanos y su entorno material». Marx explica este punto de vista cuando
dice en el primer tomo del Capital que «es claro como la luz del día que el
hombre, por su trabajo, cambia la forma de los materiales que ofrece la
naturaleza, de tal manera que los hacen útiles para él». La naturaleza
humanizada resultante tiene un sentido objetivo y subjetivo. Objetivamen-
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cia más «etéreo» y otros más «aplicado» más referido a la vida de los pue-
blos que se estudian, lo ve Ferguson dentro de los autores que formaban
parte del Rhodes Livingstone Institute. Por una parte están los Godfrey Wil-
son y Clyde Mitchell que estaban interesados en los problemas de la urba-
nización, industrialización, migraciones y pobreza y, por otra parte, los
Max Gluckman y Victor Turner que se mantenían todavía dentro del
«molde clásico antropológico de los estudios morales, ahistóricos y de la
tribu». En eso estamos absolutamente de acuerdo y de ello hablaremos más
adelante. Tenemos que confesar que al decir esto da la impresión de que es
esto último lo único en que estamos de acuerdo, pero, si bien esto no es ver-
dad, si es cierto que no estamos de acuerdo en muchos aspectos de estos
planteamientos de Ferguson.
Posteriormente, Ferguson analiza lo que aparece ya en los años 1960 y
1970. Se trata de lo que el designa con el término de «critica neomarxista».
Con ello se refiere al marxismo estructural francés tal y como fue elabora-
do por la filosofía de Louis Althusser y por los antropólogos Claude Mei-
llassoux, Pierre Philippe Rey y otros. A ellos habría que añadir los teóricos
latinoamericanos de la dependencia y la teoría del sistema mundial de
Wallerstein. La ortodoxia funcionalista va desapareciendo y «la historia, la
economia política y el colonialismo adquieren una preeminencia y, sobre
todo, se va a insistir en que las diferencias entre la sociedades que los antro-
pólogos estudian están relacionadas con la conquista, el imperialismo y la
explotación económica. El llamado Tercer Mundo no está en una especie de
estado original de subdesarrollo, ni tampoco se puede decir que las prácti-
cas e instituciones que se consideran tradicionales sean puramente reli-
quias de un pasado precapitalista, sino que hay que interpretarlas como
productos o reacción al proceso de penetración capitalista, la articulación
de los modos de producción o la incorporación al sistema mundial.
El Tercer Mundo no está subdesarrollado sino que ha sido subdesarro-
llado activamente por el Primer Mundo. Todo este proceso no trae consigo,
un «desarrollo real», en el sentido de una vida mejor para la gente del Ter-
cer Mundo. El desarrollo es desarrollo capitalista, no es progreso, sino que
hace la vida de las gentes peor.
Quizás es irónico que por influjo indirecto de estas punto de vista y por
un cierto éxito de la insurgencia para movilizar los campesinos pobres, las
agencias internacionales, como el Banco Mundial o USAID (United States
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En los 1950 aparece el término Tercer Mundo y uno de los primeros que
lo acuñaron fue Georges Balandier, un antropólogo francés a quien dedica-
mos bastante espacio en otra parte de este libro. Este término se aplica a
aquellos países habitados por no europeos que son pobres y en su mayoría
fueron colonizados por Europa. Lo que se descubre entonces es que el Ter-
cer Mundo tenía el 67% de la población pero solo el 18% de sus recursos.
El 20 de enero de 1949, el presidente norteamericano Harry Truman
proclama: «Debemos embarcarnos en un programa claramente nuevo para
hacer los beneficios de nuestros avances científicos y el progreso industrial
disponibles para la mejora y crecimiento de las áreas subdesarrolladas».
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En el fondo lo que Truman hacia era dividir el mundo entre los que eran
modernos y «desarrollados» y los que no lo eran.
Como dice McMichael,
«… “moderno” se convierte en el criterio a partir del cual otras sociedades
van a ser juzgados. Esto era una manera nueva de mirar el mundo. Un nue-
vo paradigma. Este asumía que el colonialismo estaba terminando y que el
mundo subdesarrollado tenía que seguir únicamente el ejemplo del mundo
moderno».
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Esta observación indica que el plantear los estadios del desarrollo eco-
nómico, aplicables al llamado Tercer Mundo como una repetición de los
estadios por los que han pasado los países del Primer Mundo no solo repre-
senta un intento de «desarrollar» los primeros, sino de atarlos a la «alianza
del mundo libre», quizás se podría hasta decir que recolonizarlos en base a
los principios por los cuales este «mundo libre» que son los Estados Unidos
de América se rige. Por ello, en el Glosario que McMichael (1996: 296) ofre-
ce al final de su libro, dice que «el proyecto de desarrollo es una estrategia
organizada de crecimiento económico nacional, que incluye un sistema
internacional de alianzas y asistencia, y que se estableció dentro del marco
competitivo y militarizado de la guerra fría». Encontramos aquí una expli-
cación de una teoría pretendidamente científica, la de que «el desarrollo»
se produce en los países del Tercer Mundo repitiendo los pasos por los cua-
les pasaron los del Primer Mundo, en base a intereses de geopolítica por
parte de una potencia. Dado que, por otra parte, el «proyecto de desarrollo
está constituido en gran parte sobre este presupuesto, hay que afirmar que
la geopolítica lo determina en gran medida. Sin embargo, Ferguson no
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ron los países del Primer Mundo, esto es «el eterno retorno de lo igual» pero
no la evolución, y esto indica claramente en este caso que es absolutamen-
te crucial, que la identificación entre evolución y desarrollo no se puede
defender, y, por lo tanto esto invalida absolutamente la teoría que Ferguson
trata de demostrar.
La observación de que Service, Sahlins y Harris en los 1960 no entendí-
an demasiado bien el marxismo puede parecer una afirmación pretenciosa,
y de hecho lo es. La aplicación de las teorías de Marx a la Antropología ha
seguido una senda complicada y difícil y tanto Service como Sahlins como
Harris en aquella época hicieron contribuciones importantes a esta tarea
aunque ninguno de ellos se considerase un marxista en el sentido estricto.
Por último, el reírse de las convicciones de izquierdas que tenían estos auto-
res puede parecer muy postmoderno o muy interesante, pero esas convic-
ciones de izquierda, a la larga se revelaron científicamente más exactas que
el conservadurismo de Rostow.
Siguiendo con la exposición de McMichael hay que decir que él pone
un fin para el proyecto de desarrollo en cuanto que dice que desaparece
en los 1980. En este año el Banco Mundial publica un Informe del Des-
arrollo del Mundo en donde el «desarrollo» se define como una partici-
pación en el mercado mundial. Esto cambia radicalmente la idea de des-
arrollo previa que se interpretaba como un crecimiento económico
organizado a nivel nacional. McMichael designa este fenómeno como «el
proyecto de la globalización». Esta denominación tiene gravísimas pro-
blemas porque si «desarrollo» es un término ambiguo, globalización es un
término confuso. Si desarrollo es un término básicamente valorativo, glo-
balización parece denotar una especie de situación mundial de carácter
escatológico. Pero, dado que este es el término usado por McMichael,
vamos a usarlo.
En primer lugar, es importante subrayar las diferencias entre el «pro-
yecto de desarrollo» y el «proyecto de la globalización». El «proyecto de
desarrollo» había ofrecido una especie de código básico para el desarrollo
económico nacional. La tecnología y los programas infraestructurales eran
como el disco duro de todo el proceso, y, en este sentido, no se puede olvi-
dar que uno de los elementos fundamentales del «desarrollo» era su carác-
ter industrial o la importancia de la industria. La modernización era algo
así como un ideal de carácter universal.
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misferio. Especialmente en aquellos regiones del Sur que son contiguas ge-
ográficamente con respecto al Norte (lugares como México, América Central
o África del Norte), millones de gente estarán tentados por el continuo esti-
mulo a deseos que no se pueden cumplir […]. Sin futuro en su país de ori-
gen, esta gente empobrecida busca uno en el Norte […]. El movimiento de
gente ya ha empezado, y su escala va a aumentar. Turcos en Berlín, Marro-
quíes en Madrid, Indios en Londres, Mexicanos en Los Ángeles, Puertorri-
queños y Haitianos en Nueva York, Vietnamitas en Hong Kong».
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Algo así como entre el 50 y 80% de la población de estos países, que vive
en áreas urbanas, obtiene la subsistencia en y de lo informal. Además la
«economía informal» y de una manera más general la «sociedad informal»
no forman un mundo cerrado. Se da todo tipo de puentes y lazos con las
estructuras «formales» tanto nacionales como internacionales.
Aunque no podemos seguir exponiendo los elementos constitutivos del
proyecto de la globalización, debemos preguntarnos por los autores que
dentro de la Antropología analizan, critican o tienen en cuenta este proyec-
to. McMichael dice con razón que la critica más dura a la idea del desarro-
llo vienen de la formulación por parte del sociólogo Wallerstein de la «teo-
ría del sistema mundial» al principio de los 1970s. Wallerstein afirma con
razón que el nacimiento de la economía mundial europea bajo el capitalis-
mo nace en el siglo XVI. El mundo se organizó jerárquicamente como un
todo sistemático dividido en zonas desiguales de especialización, con Euro-
pa en el centro y el mundo colonial y postcolonial en la periferia. Se da tam-
bién una especie de zona tampón entre las dos zonas, la semiperiferia.
Según Wallerstein «el proyecto de desarrollo no tiene ninguna validez como
instrumento analítico». Dentro de la Antropología, hay dos movimientos,
escuelas o corrientes que tiene en cuenta esta visión del proyecto global.
Una de ellas es lo que se ha llamado el «marxismo estructural francés» de
Claude Meillassoux y Rey del que hemos hablado antes en este capitulo y
hablaremos más detenidamente en los capítulos 10 y 11. De todas maneras,
estos autores no pueden ser colocados dentro del «proyecto de desarrollo»
como parece suponer Ferguson sino dentro «del análisis de lo que McMi-
chael denomina como «proyecto de la globalización».
Lo mismo hay que decir con respecto a la «Escuela de Manchester» o al
«Rhodes Livingstone Institute». Esta escuela la estudiamos en los capítulos 9
y 10, y a ellos nos referimos. Sin embargo, tenemos que detenernos un poco
en su análisis en este momento porque algunos de los miembros más repre-
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sentativos llevan acabo sus análisis partiendo de ciertos presupuestos que tie-
nen mucho que ver con el «proyecto de la globalización». Además, a partir de
aquí se plantea una base nueva acerca del trabajo de campo, que tiene mucho
interés y también se da una reinterpretación reciente de los trabajos de los
autores del Rhodes Livingstone Institute que ha causado una cierta discusión
que es útil para el estudio de la historia de la Antropología. Aunque en otro
lugar todo esto se explica más lentamente, haremos ahora una pequeña intro-
ducción. El Rhodes Livingstone Institute fue una institución de investigación
creada por la potencia colonial británica en 1938 en «Northern Rhodesia» en
la actual Zambia. El primer director de este instituto fue Godfrey Wilson y
fue sucedido por Max Gluckman y el cuarto J. Clyde Mitchell. Aunque hay
muchos más antropólogos que trabajaron en el Rhodes Livingstone Institute,
nosotros vamos a fijarnos en estos tres que son los que plantean los proble-
mas que vamos a tratar. Hay que distinguir entre el «Rhodes Livingstone Ins-
titute for Social Studies» como se llamaba y la escuela de Manchester. La
unión entre el RLI y la escuela de Manchester viene de que su segunda direc-
tor Max Gluckman fue después director del Departamento de Antropología
de la Universidad de Manchester y durante el tiempo en el que Gluckman
vivió había una unión muy estrecha entre Manchester y el RLI. Gluckman se
marchó de Northern Rhodesia en 1947 para convertirse primero en «Lectu-
rer» en Oxford y posteriormente, después de dos años, se convirtió en Profe-
sor de Antropología Social en Manchester. Alrededor de Gluckman se junta-
ron en Manchester una serie de antropólogos, muchos de los cuales llevaron
a cabo trabajo de campo en África Central. Entre ellos están Clyde Mtchell,
Victor Turner, William Watson, A. C. Epstein, Bruce Kapferer, Moshe Sho-
keid, Elizabeth Colson, Ronald Frankenberg, Jaap Van Velsen y Freddie Bai-
ley. A ellos habrá que añadir Michael Burawoy, sociólogo americano, profe-
sor en la Universidad de Berkeley, que aunque no se formó directamente con
los autores de Manchester se considera a si mismo un seguidor de sus pun-
tos de vista. Recientemente en un Congreso de Sociología en Barcelona me
dijo que él consideraba haber llevado a la práctica el método propuesto por
la escuela de Manchester y que se considera seguidor de ello. Esto es, sin
duda alguna, un enorme reconocimiento de esta escuela, en cuanto que Bura-
woy es, entre otras cosas, el etnógrafo más creativo e interesante viviente en
este momento.
De todas maneras, la relación entre Manchester y el RLI parece acabar-
se en 1975, con la muerte de Gluckman.
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nowski que explicaba todo por la teoría del contacto cultural, Gluckman
describe los africanos y europeos como divididos simbólica y estructural-
mente pero interrelacionados en un sistema social único. En la Introduc-
ción al libro de A. L. Epstein (1967), Gluckman afirma que Malinowski y los
que lo habían seguido, entre los que se encontraban él mismo, que nunca
perdió el cordón umbilical que lo unía al maestro polaco, usaban los
«casos» de dos maneras, «hacíamos una gran cantidad de observaciones
sobre cómo nuestros sujetos de estudio se comportaban, tomábamos gene-
alogías y censos, hacíamos diagramas de pueblos y huertos […] escuchába-
mos las disputas y riñas […] coleccionábamos textos de informantes acer-
ca de los costumbres y rituales» y atendíamos a los comentarios de los
indígenas. Una vez que se han analizado todos estos datos y construido un
esquema del sistema social y de la organización general de la sociedad, se
usaban casos escogidos como «ilustraciones» de lo que se planteaba. El
segundo uso de los casos era diferente y se movía en la dirección opuesta.
El caso mismo era el punto de partida. Con ello lo que se quiere decir es que
en el análisis en que se parte de la «situación social» no se usa ningún tipo
de inferencia estadística. En vez de esto, lo que se infiere se basa en los
enlaces o relaciones teóricas entre los diversos elementos o aspectos del
caso estudiado.
La validez de la extrapolación no depende de lo típico o representativo
que es el caso sino de la fuerza lógica del razonamiento teórico. Como dice
Clyde Mitchell (2006), «el detalle rico que emerge del conocimiento intimo
que el analista ha de adquirir,…si el estudio está bien hecho, ofrece las
mejores condiciones para la adquisición de estas ideas luminosas que
hacen conexiones, opacas previamente, inmediatamente transparentes».
Este sistema de partir de las «situaciones sociales» fue denominado por
Jaap Van Velsen (1967) análisis situacional. Quizás lo más importante sea
considerar que el «análisis situacional» lo que implica es integrar las varia-
ciones, las excepciones de la regularidad estructural y los accidentes, den-
tro de las descripciones de la regularidad.
En última instancia, lo que se viene a expresar con la idea del método
del análisis situacional es lo que afirmaba Max Gluckman (1961), hace ya
muchos años: «Es claro que un buen caso puede iluminar el funciona-
miento de un sistema social de una manera que una serie de afirmaciones
de carácter morfológico (sobre la estructura social) no pueden hacer». En
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último caso esta frase recuerda bastante aquella otra frase de Durkheim
que había influido mucho en Gluckman a través de Radcliffe Brown. Dur-
kheim decía que «un único caso bien estudiado podía valer tanto como un
experimento».
Pero hasta ahora se ha hablado de «análisis situacional» y a veces se ha
introducido la palabra «caso» que es muy parecido. Alguna vez se ha podi-
do escapar otras palabras el «caso extendido» o el «método del caso exten-
dido», y lo primero que hay que resolver es el de si «análisis situacional» y
«método del caso extendido» es lo mismo o no.
Clyde Mitchell (2006) explica muy bien esto.
Lo primero que hay es lo que Gluckman designaba como la «ilustración
adecuada que es la descripción de un acontecimiento en lo que se ilustra
algún principio».
Un «análisis de la situación social» es la colocación de acontecimientos
que el analista propone como conectados entre si y que ocurren en un
pequeño periodo de tiempo.
En el polo más complejo del continuo está el «método del caso extendi-
do». Se trata de un análisis de una secuencia de acontecimientos frecuen-
temente por un largo tiempo. El caso extendido permite mostrar al analis-
ta cómo los acontecimientos están unidos necesariamente a los otros en el
tiempo.
Entre los estudios de caso vamos a elegir únicamente tres tipos: el pri-
mero es el de los «estudios de caso heurísticos» que van dirigidos a des-
arrollar una teoría. Otro tipo son las «pruebas de plausibilidad». Son estu-
dios de caso que intentan someter a prueba paradigmas interpretativos que
han sido propuestos previamente. Lo que es muy importante tener en cuen-
ta es que en los «estudios de caso», y fundamentalmente en el «caso exten-
dido», no se usa la inferencia estadística. Por ello, gran parte de la crítica a
este método se basa en que no se entiende como se puede extrapolar desde
un caso individual al proceso social en general. El proceso inferencial se
basa en las relaciones necesarias teóricamente entre los elementos del estu-
dio de caso. La validez de la extrapolación no depende de lo típico o lo
representativo del caso sino en la exactitud y pertinencia del raciocinio teó-
rico que se basa en él.
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una polémica que surge de una manera un poco oblicua a propósito de Wil-
son.
Bernard Mabugane (1971), un antropólogo sudafricano muy innovador,
critica con valentía el universalismo de la escuela de Manchester en cuanto
que niegan la especificidad cultural a los africanos, quitan importancia a la
colonización y por ello tampoco dan mucha importancia al colonialismo.
También acusa a los autores de Manchester de asumir implícitamente la
superioridad de los blancos. Como dice Burawoy (2000: 19),
«Mabugane decía que la escuela de Manchester tomaba el orden colonial co-
mo un dato eterno. Mabugane estaba volviendo a Manchester contra Man-
chester y extendiendo el marxismo de Manchester lo lanzaba contra la otra
cara de Manchester, su cara liberal. Muchas de las criticas de Mabugane son
lugares comunes en este momento pero en el tiempo cuando las planteaba,
en los últimos años del colonialismo, él era el único que rompía la auto-ima-
gen de le Antropología de Manchester».
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convicción política, hay que decir que Gluckman a veces hablaba de que él
era marxista o comunista. Se sabe que nunca militó en el Partido Comu-
nista y era vox pópuli en los mentideros antropológicos que sus pretendidas
tendencias comunistas eran más una pose que otra cosa, aunque siempre
defendió una ideología de izquierdas. Algunos de los antropólogos de Man-
chester militaron en el Partido Comunista. El ejemplo más claro era el de
Víctor Turner, pero posteriormente se convirtió en un católico tridentino.
Otro ejemplo era Peter Worsley pero, al no ser antropólogo, sino sociólogo,
no cuenta entre los antropólogos de Manchester. Sabemos también que
Clyde Mitchell era una persona de convicciones liberales y Godfrey Wilson
era un cristiano de izquierdas bastante radical. Desde el punto de vista de
la teoría, la observación de Burawoy (2000: 18-19), tiene bastante interés.
El dice que
«[…] el marxismo de Manchester era solo una cara de la escuela de Man-
chester y no la más importante. Adquiría su expresión más viva cuando se
desplegaba contra otros antropólogos como en el caso de los ataques de Gluck-
man a Malinowski por estudiar el cambio social en Sudáfrica como contac-
to cultural y olvidarse de su historia peculiar de conquista colonial y capita-
lismo racial».
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son una parte […]. Como no es probable que sus lectores (los de Ferguson) le-
an a Wilson, él consigue lo que es tanto como un homicidio académico».
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za, todo esto son efectos de la construcción discursiva del desarrollo soste-
nible» (Escobar, 1995).
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CAPÍTULO 9
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ción, no sólo de lo que hemos dicho, sino también una acumulación rápida
de estadísticas sociales y vitales —sistemas de alianzas matrimoniales,
tasas diferenciales de nacimiento y muerte, incidencia de aptitudes, enfer-
medades etc.—. El descubrimiento de este método es un acto de genialidad,
no tanto porque sea algo absolutamente nuevo sino porque se aplica a pro-
blemas antropológicos de carácter general. Desde este punto de vista, el
método genealógico es la culminación y aplicación a otro campo de méto-
dos parecidos que aparecen en otras disciplinas. Por estos mismos años se
dan una serie de encuestas e investigaciones de los pobres ingleses. La pri-
mera fue llevada a cabo por Charles Booth y Seebohn Rowntree, en los años
1880, en donde la unidad de análisis son las familias. También juega un
papel fundamental la obra de Galton que recopilaba historias de familia
para descubrir fenómenos de herencia. En última instancia, el método
genealógico es aplicado por Rivers y otros antropólogos, que son médicos a
la vez y sin duda en su entrenamiento estaba el hacer historias de los
pacientes y de sus familias. Tampoco se puede olvidar que Rivers conocía
lo que Morgan llamaba sistema de consanguinidad en 1871 y que encaja
perfectamente con el método genealógico y que él definía en los términos
siguientes: «Alrededor de cada persona hay un círculo o grupo de familia-
res de los cuales ésta persona es el centro, el Ego, desde el cual se calcula el
grado de relación y a quien la relación vuelve. Por encima de él, están su
padre, su madre y sus ascendientes. Debajo están sus hijos y sus descen-
dientes y los hermanos de su padre y su madres y sus descendientes...»
(Morgan, 1870: 10).
Es también fundamental tener en cuenta la redacción de las Notes and
Queries que se lleva a cabo en 1912. Dentro del comité, estaban Rivers,
Haddon y posteriormente Seligman. Dentro de ellas, es fundamental la con-
tribución de Rivers. Allí, él escribe sobre el método y establece una distin-
ción básica entre «estudio intensivo y encuesta». Por otra parte, dado que
el lenguaje es la única manera de comprender correcta y completamente la
vida y pensamiento de un pueblo, el primer deber de un investigador es
aprender el lenguaje de la gente a estudiar. Rivers presta mucha atención a
las categorías nativas y dice que hay que tener mucho cuidado en obtener
información a través de preguntas directas, dado que estas cuestiones están
frecuentemente basadas en alguna categoría «civilizada». También es inte-
resante que siempre pide que todo sea sometido a prueba a través de dos o
más testigos independientes, y también afirma que las diferencias entre
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en este sentido no solo era bailar con los nativos, sino más bien interesarse
personalmente «en acontecimientos que normalmente eran triviales, a
veces dramáticos, pero siempre significativos».
Para llegar a esto era importante conocer el lenguaje local. Es claro que
el lenguaje melanesio de las Trobriand no era muy difícil y Malinowski lo
dominaba bastante bien.
No cabe duda de que el gran antropólogo tenía bastante facilidad para
aprender lenguas rápidamente, aunque es difícil saber hasta que punto todo
esto era exacto o más bien una idea que él mismo propagaba. Hay una anéc-
dota que siempre contaba, con gracia, su discípula Audrey Richards.
Malinowski visitó a Richards cuando estaba haciendo trabajo de campo
entre los Bemba en Zambia. Después de comer, fueron a dar una vuelta por
la aldea. Se encontraron con un grupo de gente, Richards los saludó con una
frase y ellos respondieron con una frase más larga. Un rato después se
encuentra con una pareja que saludó a Malinowski y Richards con la misma
frase que ella había usado antes. Malinowski respondió imitando muy bien
la respuesta que el grupo anterior había dado y entonces la pareja Bemba
puso cara de preocupación y se marchó a toda prisa, Malinowski preguntó
inmediatamente a Richards qué había pasado, pensaba que había cometido
un error o no había pronunciado las frases correctamente. Audrey le dijo
que lo que había dicho se entendió perfectamente: «Estamos en camino para
enterrar a nuestra suegra». Bromas aparte, es evidente que tanto lo que se
llama participación como el conocimiento del lenguaje es algo muy impor-
tante, pero parece fundamental aclarar en qué consiste exactamente esto de
la participación. Entre 1915 y 1918 Malinowski lleva a cabo dos viajes y
estancias, de un año cada, una en las Trobriands. En medio de estos dos
años, estuvo año y medio en Australia. La primera cosa que llama la aten-
ción es que Malinowski consigue, pagando media barra de tabaco al día,
colocar su tienda en la parte central y restringida del pueblo de Omarakama
en donde tenía a su lado el jefe del poblado To’uluwa. No se puede olvidar
que en las Trobriand hay una sociedad enormemente estratificada, en donde
el jefe se sienta en una plataforma elevada para que la gente común no tenga
que arrastrarse por tierra. Esto indica que la relación de Malinowski con el
jefe implica que sus relaciones con el resto de la comunidad no son «parita-
rias». Sim embargo, al colocar la tienda en el medio de la aldea, aprendien-
do el lenguaje en su forma coloquial y al observar la vida nativa de una
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Sea esto cierto o no, pensamos que aquí se encuentra la idea más impor-
tante, e incluso genial, de Malinowski.
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campo en las islas Andaman tiene lugar entre 1906 y 1908 aunque su per-
manencia real en el campo no llega más allá de diez meses. El trabajo sobre
los Andaman, como el de Rivers sobre los Todas del Sur de la India y el de
Seligman sobre los Veddas de Ceilan, están basados en la idea de que hay
que estudiar los pueblos más primitivos que en ese momentos quedaban, y,
cuando se miran las cosas de cerca se descubre que realmente más que de
pueblos «primitivos e intocados» se trata de pueblos absolutamente
«depauperados» física y culturalmente por poblaciones más poderosas que
casi habían llegado a destruirlos. Ha sido muy frecuente en la historia de la
antropología la identificación ilusoria entre primitivismo y pobreza y estos
tres casos no son más que unos pocos entre tantos. Los habitantes de las
islas Andaman, que entonces, y ahora aún, se consideran como algo muy
alejado y remoto en el golfo de Bengala, eran considerados como seres
humanos primitivísimos. El carácter primitivo de estas poblaciones se
encontraba «confirmado» por su pequeña estatura y por ello eran clasifica-
dos como «pigmeos» y «negritos» aunque estas clasificaciones ni son fáci-
les de descifrar ni el intento tiene mucho interés. Cuando se empezaron a
estudiar los cráneos de los isleños, Richard Owen, el jefe de fila de los
antropólogos anti-darwinianos en el Reino Unido, afirma en 1862 que «se
asemejan a los orangs y los chimpancés solamente en su estatura diminu-
ta», y George Busk, que era un antropólogo físico darwiniano, dice en 1866
que un solo cráneo es muy poco material para sacar conclusiones y enton-
ces compara los resultados de Owen con seis cráneos de hombres y muje-
res hindúes de las castas más bajas y trece cráneos de Veddas de Ceilán. Las
conclusiones no eran muy claras y lo único que encontró fue «el desarrollo
proporcionado de la parte más animal de la cara». Más que el resultado,
que no tenía ningún interés ni entonces ni ahora, son los llamados pueblos
más primitivos con los que los isleños de Andaman eran comparados. Entre
ellos ya hemos hablado antes de los Veddas, pero es curioso que los hindú-
es de castas más bajas sean considerados también primitivos. Realmente
estos hindúes pertenecían a una cultura que no tenía nada de primitiva,
pero hay un fenómeno que tiene mucha importancia, se trata de los grupos
más pobres dentro de los indios y M. Kuklick (1991) demuestra muy bien
como hacia la mitad del siglo XIX los investigadores y periodistas que empe-
zaron a estudiar los estilos de vida de los pobres identificaban a estos con
los pueblos más primitivos. El carácter primitivo de los isleños de Andaman
se encontraba confirmado porque se habían resistido a la intrusión de los
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ingleses. En 1857 y 1858, se establece una colonia penal en la isla del Sur
que es utilizada hasta 1945 para encarcelar a los revolucionarios y nacio-
nalistas indios. Como los isleños atacan el asentamiento inglés en 1861, los
colonizadores empiezan a capturar y detener a los isleños en campamentos
llamados «Andaman Homes». Entre 1863 y 1908 estas «Andaman Homes»
sirven para conseguir la «aculturación» y la observación etnográfica de los
isleños. Como muy bien dice G. Stocking (1991: 82-83) «se trata de una
situación profundamente contradictoria en cuanto que estas estaban pen-
sadas para facilitar la transición a un estado de civilización, mientras que
la estrategia por debajo de la observación etnográfica, en este periodo, era
reconstruir las representaciones precontacto de unos isleños aislados».
El trabajo de campo de Radcliffe Brown parece que es llevado a cabo
sobre los isleños que estaban alrededor del penal, y parece evidente que
tanto su vida como las tradiciones estaban muy empobrecidas cuando llegó
el antropólogos. De hecho, se sabe por algunas cartas que escribe a Haddon
que tuvo muchas dificultades para alejarse de la colonia. Tampoco tuvo
muchas facilidades para aprender el idioma y llevó a cabo su trabajo a tra-
vés de un intérprete que hablaba «hindú». Las técnicas de campo llevadas
a cabo por Raddiffe Brown eran las desarrolladas en la expedición al
Estrecho de Torres, a pesar de que nunca fue capaz de aplicar el método
genealógico. El trabajo de campo, debido posiblemente a la situación de los
isleños, nunca llega a describir los fenómenos con la viveza de Malinowski.
Pero el tiempo que pasó entre el trabajo de campo y su publicación —más
de catorce años— le permite replantearse los presupuestos evolucionistas
que llevaba a las Andaman en 1906 sobre otras bases distantes.
A partir de 1910, cuando empieza a dar clases en Cambridge, y en otros
sitios, empieza a descubrir los escritos de Durkheim sobre la división del
trabajo y las reglas del método sociológico. También empieza a interpretar
los materiales sobre los Andaman teniendo en cuenta la literatura sobre la
organización social, el totemismo y la exogamia en Australia. Sin haber
publicado el libro sobre los isleños de Andaman, Radciffe Brown intenta
llevar a cabo otro trabajo de campo en Australia en 1911-1912, en donde
llega a resultados bastante escasos desde un punto de vista etnográfico. Los
resultados se publican en 1913 en un artículo titulado «Three Tribes of
Western Australia». Todo ello da lugar a una de las obras cumbres de la
Antropología en esta época «The Social Organisation of Australian Tribes»
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Según Evans Pritchard (1970) una tribu Nuer está dividida en secciones.
Las secciones primarias son segmentos de una tribu. Las secciones secun-
darias son segmentos de una sección primaria y las secciones terciarias son
segmentos de una sección secundaria. La sección terciaria está dividida en
pueblos y los pueblos en grupos domésticos.
Todo puede ser entendido con un esquema que Evans Pritchard presen-
ta frecuentemente.
Tribu A Tribu B
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En Pul Eliya (1961: 7-8) Leach afirma que «si los antropólogos conside-
ran que el parentesco es un parámetro que puede ser estudiado de un modo
separado, ellos siempre serán llevados a pensar que la sociedad humana
está compuesta por sistemas en equilibrio, estructurada de acuerdo con
reglas ideales de tipo legal». El modelo de parentesco como algo que está
en un estado intrínseco de equilibrio está basado en el presupuesto equivo-
cado de considerar los factores y actividades económicos como algo que
tiene una importancia secundaria, y, por ello, el estudio de la adaptación a
las situaciones cambiantes se presenta como imposible. Fortes (1945) dice
que la
«... tendencia al equilibrio está presente en cada sector de la sociedad Tale
y en la sociedad en su conjunto, y esto es el resultado del dominio del lina-
je en la estructura social... la casi completa ausencia de diferenciación eco-
nómica significa que los intereses económicos no juegan un papel dinámi-
co en la estructura social. El no tener en cuenta las actividades económicas
y las relaciones de producción en general brota de la insistencia en insistir
únicamente en los principios del linaje y se refleja en las teorías del propio
Radcliffe Brown que subrayó continuamente los aspectos jurídicos y lega-
les de las relaciones de parentesco tal y como se manifiestan en los derechos
de herencia, en contraste con los aspectos económicos que se manifiestan
en la cooperación de trabajo».
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Según este punto de vista, bastaría con conocer las reglas, normas, cos-
tumbres o leyes que los participantes en la vida social dicen seguir para des-
cubrir el comportamiento de la gente. Esto sería el punto de vista de la
corriente más importante de la antropología británica desde Radcliffe
Brown a Fortes. Según Radcliffe Brown, la sociedad tiene poder para impo-
ner su voluntad sobre el individuo a través de las reglas que constituyen la
estructura de los grupos.
Sin embargo,
«... hay otra línea de pensamiento, que también viene de Durkheim y que
brota de la tesis de que lo social es lo normal, desde un punto de vista cuan-
titativo. En la División del Trabajo, las normas son normas jurídicas, reglas
del comportamiento que están apoyadas en sanciones, mientras que en el
suicidio la norma es un tanto por ciento estadístico» (Leach, 1961: 297).
En Pul Eliya, Leach tiene en cuenta los dos elementos, y debido al carác-
ter empiricista de la obra, va a insistir de una manera clara en la segunda acep-
ción del comportamiento normal como un tanto por ciento estadístico. Si la
primera acepción es la que defendía Radcliffe Brown, la segunda es la que
defendía Malinowski. En el sistema Malinowskiano el individuo no es un es-
clavo de la costumbre: la costumbre tiene sentido a partir del interés privado
de una persona media en una situación cultural determinada. Aunque Mali-
nowski nunca elaboró suficientemente sus puntos de vista, es evidente que él
va a insistir en el análisis del comportamiento normal y no tanto del norma-
tivo. Con esta crítica de Leach, la antropología británica cierra el círculo.
Leach da prominencia a los factores económicos y ecológicos. Esto le
sirve para negar la autonomía de los factores que constituyen la estructura
social. Sin embargo, de la misma manera que, en el caso de Evans
Pritchard, la falta de una teoría económica aceptable y mucho más de una
teoría ecológica, hace que los planteamientos de Leach sean bastante defi-
cientes desde el punto de vista teórico. En aquellos momentos, en la
Antropología británica no existían teorías que explicasen y clarificasen
algunos de los datos empíricos que aparecían. Una toma en consideración
de algunos planteamientos que estaban teniendo lugar en los Estados
Unidos hubiera tenido consigo resultados mucho más interesantes.
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favor de los jefes y obtenían por ellos las provisiones para sobrevivir. Los
antropólogos llevaban regalos para pagar a los informantes por la coopera-
ción en el largo tiempo que vivían entre los nativos.
Sin embargo, había algunos elementos muy importantes que distin-
guían a los antropólogos del Instituto de los funcionarios coloniales.
Entre los tres primeros directores del instituto (Godfrey Wilson, Max
Gluckman y J. Clyde Mitchell), los dos últimos eran sudafricanos, y el pri-
mero estaba muy relacionado con Sudáfrica, en cuanto que Wilson estaba
casado con una sudafricana (Mónica Hunter). La política sudafricana era
una política segregacionista, defendiendo la separación de los blancos de
los negros. Dentro de los científicos sociales sudafricanos había muchos
que eran liberales, incluso radicales, y se oponían de una manera frontal al
segregacionismo. Los antropólogos del Instituto pertenecían a este grupo, y
esto traía consigo que el influjo del antropólogo sudafricano Isaac Schapera
(muy crítico con la situación de Sudafrica) era muy prominente en Zambia.
Además de este, hay un historiador sudafricano, W. M. Williams, que, a tra-
vés de Max Gluckman, adquiere mucha importancia en las teorías norma-
les en el Instituto. El influjo de este historiador fue muy importante, por-
que criticaba muy fuertemente el interés de los antropólogos por las
diferencias culturales, e insistía en que Sudáfrica era «una única sociedad»,
diversa desde el punto racial, pero interdependiente desde el punto de vista
social y económico. Estas ideas fueron aceptadas por Schapera que ejerce
un gran influjo sobre Gluckman. Schapera era un discípulo de Malinowski
pero defendía un punto de vista que constituía una crítica del maestro.
Malinowski había defendido la teoría del «contacto cultural» que subra-
yaba la importancia de las diferencias culturales para analizar los proble-
mas que los africanos encontraban cuando entraban en la esfera de la cul-
tura industrial y urbana europea. En un momento como este en el que
Hertzog en Sudafrica presenta una solución al problema nativo de carácter
segregacionista, una teoría como la de Malinowski, que subrayaba las dife-
rencias culturales entre la cultura africana y la europea, se podía presentar
como algo que defiende la segregación. Por esta razón, tanto Wilson, como
mucho más claramente Max Gluckman, rechazan de plano este punto de
vista. Como decíamos antes, en los 1920, la ideología política sudafricana
de la «reconstitución de una especie de idilio primitivo» como parte del
pensamiento segregacionista entre las diversas culturas y razas encontraba
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CAPÍTULO 10
LA ANTROPOLOGÍA BRITÁNICA
Y LA ANTROPOLOGÍA FRANCESA EN ÁFRICA
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como en todos los otros casos, se considera que las unidades colocadas bajo
el mandato de la administración nativa que servía de instrumento interme-
dio de la administración colonial, eran tribus. Parece evidente, hasta cierto
punto, que tanto la noción de tribu como la idea del tribalismo y la propia
aparición de las tribus es algo que aparece con el colonialismo y es creado
por él. Pero de esto hay que hablar más adelante. Durante los años 1930 el
«indirect rule» se extiende por Rodesia del norte (Zambia) por Basutoland
y Zwaziland donde los británicos lo introducen para reducir el poder de los
jefes llegando a destruirlos en muchos casos. En el Sudan las élites egipcias
y sudanesas, que habían sido empleadas en un primer momento por los
ingleses, son abandonadas a raíz de un motín armado en donde empieza a
insinuarse el nacionalismo sudanés, en 1924 los británicos adoptan el
«dominio indirecto» y rehabilitan los jefes tribales dentro de una política
que el Gobernador describe como «hacer el Sudan seguro para la autocrá-
cia». Dentro de este proceso, se excluye todo influjo y mezcla del islamismo
del Norte con el Sur que no es islámico. En la «Gold Coast» (Ghana) se
favorece en 1935 la restauración de la Confederación Ashante. Este
Confederación no tenía ningún aparato administrativo ni burocrático, sin
embargo era muy útil porque destruye de una manera bastante directa y
brutal las asociaciones de jóvenes que eran muy militantes. Todos estos
fenómenos fuerzan a plantear algunos problemas que tienen bastante inte-
rés. En primer lugar está la relación de la potencia colonial con los diver-
sos grupos dentro de las colonias. Este problema se relaciona con otro que
se refiere al origen del «indirect rule» mismo.
A partir de una teoría propagada por las otras potencias coloniales,
según la cual el «dominio indirecto» tiene su origen en la «típica indolencia
británica» (Iliffe, 2004: 202) la explicación más extendida de este sistema de
administración está en afirmar que lo que había era una enorme escasez de
personal europeo administrativo disponible para la administración colo-
nial. Esto, unido a la dificultad en establecer una comunicación rápida y
regular entre los diversos administrativos y la diversidad de las condiciones
ecológicas y sociales en los diversos territorios, hacen inevitable la apari-
ción de un sistema descentralizado como el «indirect rule». No vamos a dar
datos sobre la escasez de este personal administrativo porque aparecen
abundantemente en todas las historias de las colonias europeas en África.
El propio Lugard (1965: 94) dice que:
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«... el personal tiene que ser limitado en sus números porque si los mejores
hombres están atraídos hacia un servicio que presenta frecuentemente
separación de la familia y problemas de salud, hay que ofrecerles salarios
adecuados e incentivos en forma de vacaciones, casa, servicios médicos
—o sus equivalentes en dinero— para su manutención en situación salu-
dable y de confort mientras que están sirviendo fuera, y esto representa una
carga fuerte para el erario público. La política y la economía exigen una res-
tricción en los números».
Sin embargo, hay un dato muy importante que hay que tener en cuen-
ta. Era escasa la población británica con habilidades administrativas pero no
era escasa la población africana formada y que tenía estas habilidades.
Mahmood Mandani (1996) estudia magníficamente este problema y otros
muchos y, por ello vamos a fijarnos en algunos datos que él ofrece.
A partir de 1860, los poderes europeos, en el caso que estamos estu-
diando Francia e Inglaterra, controlaban enclaves en la costa oeste de Áfri-
ca. Se trataba de colonias que los franceses tenían en las cuatro comunas
de Senegal (Dakar, Gorée, Rufisque y St. Louis) y los ingleses tenían «colo-
nias de la Corona» en Sierra Leona, la Gold Coast (Ghana) y Lagos en
Nigeria. En las colonias británicas fueron asentados los «recautivos». Se
trataba de esclavos que eran capturados en el bloqueo naval impuesto por
los ingleses y que duró desde 1807 a 1860. Estos esclavos eran devueltos a
los enclaves costeros como «hombres y mujeres libres». Se trataba de
muchas personas. Algunos hablan de que en 20 años las personas captura-
das y liberadas eran alrededor de 103.000. Estos se convirtieron en defen-
sores ardientes del Cristianismo y veían los poderes europeos como aliados
en la misión de civilizar el África tradicional. Crean formas de autoadmi-
nistración y muchos de ellos, a partir de 1827, envían a sus hijos a estudiar
a «Fourale Bay College», una escuela de la Sociedad Misionera de la Iglesia,
y a las escuelas de Leyes en el Reino Unido. Muchos de ellos vuelven a ocu-
par puestos relevantes en la administración colonial. En el «Gold Coast» y
en Lagos los africanos tenían puestos oficiales a partir de 1850. En Egipto
y el Sudan había una administración Turco-Egipcia. Lo mismo ocurría en
los enclaves costeros franceses de Senegal en donde aparece hasta un gene-
ral (Alfred Dodds) africano que ayuda a conquistar Dahomey para Francia.
A partir de 1860 se piensa en los círculos educados africanos que una unión
entre los poderes coloniales y ellos mismos iba a llevar a una situación de
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independencia. Sin embargo, todo cambia al final de los 1800. El fin del
siglo XIX, trae consigo un conjunto de rivalidades fuertes entre los poderes
coloniales por la posesión colonial de África, y, en vez de retirarse de los
asentamientos costeros empiezan a verlos como cabezas de puente para la
penetración mayor y mayor en tierras más interiores. El historiador africa-
no A. E. Afigbo (1974) muestra muy bien como todo esto trae consigo no
sólo el despido de los africanos educados que tenían puestos de responsa-
bilidad en tiempos anteriores, y, en el caso francés, se plantean condiciones
mucho más estrictas para que los africanos se conviertan en franceses. De
todas maneras se empieza a hacer mucho más difícil, casi imposible, el
empleo de los africanos en la administración y al mismo tiempo se crea una
escasez artificial de personal administrativo. Los estratos educados de afri-
canos fueron marginados de la sociedad civil de los colonos, y, por otra
parte, estaban totalmente fuera del entorno de la ley consuetudinaria.
Es interesante que en estos círculos africanos aparezcan las primeras
respuestas africanistas al racismo y la ocupación colonial. Unos empiezan
a hablar de la «personalidad africana» en oposición al racismo, otros
hablan de una «África unificada o panafricanismo» y otros como Johnson
defiende la idea de «África para los africanos» y populariza la exigencia de
lo que él designaba como etiopíanismo, dentro de ello defendía que África
tenía que ser evangelizada por africanos. Todo este conjunto de ideas repre-
sentaba un autentico renacimiento cultural, (vid. Adu Boahan, 1987). En
una situación como ésta, se explica perfectamente la aparición de algunos
aspectos muy importantes del «indirect rule» que, aunque es sistematizado
por Lord Lugard aparece con toda claridad mucho antes en la propia situa-
ción colonial. Precisamente, a final del siglo XIX, exactamente en 1898, que
es cuando se plantea la marginalización de los estratos de africanos en la
administración de las colonias, Sir George Goldie, el Presidente de la
«Royal Niger Company» pronunció una especie de mandato que todos los
empleados de la compañía tenían que seguir: «Desde este momento hay que
seguir la política general de dominar basándose en principios africanos a
través de jefes nativos» (citado en Mandani, 1996: 76). Aparece aquí el prin-
cipio básico del «indirect rule». Esto consiste en establecer lazos con las
autoridades tradicionales y romper todo tipo de alianzas con los estratos
más educados de la población africana que se encontraba absolutamente
alienada y ajena al «indirect rule». Por este motivo, no parece extraño que
la oposición frontal al «indirect rule» venga de estos africanos educados.
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«El fin último de nuestra enseñanza política tiene que estar adaptado al
genio y temperamento del pueblo o llevar al fracaso. ¿No tenemos que
admitir que la historia y la experiencia moderna a la vez contradicen la idea
de que una minoría educada sin tradición de mando puede gobernar con
exito reinos compuestos de razas diferentes y que están en guerra continua,
con rivalidades antiguas y credos que no se toleran mutuamente?».
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les este papel de mando subordinado lleva consigo de hecho una falta de
interés total por las élites educadas africanas, a estas no se las tenía en
cuenta en absoluto, se prescindía absolutamente de ellas. En la idea de
Lugard y, en gran medida, en la política colonial británica, el lazo con las
autoridades tradicionales se establece al mismo tiempo y en conexión con
la ruptura de toda relación con estos grupos educados.
Sir Philip Mitchell que fue gobernador de Uganda y Kenia decía que
«… “el indirect rule” está fundado en la concepción de que el deber funda-
mental del gobierno consiste en entrenar y desarrollar los habitantes afri-
canos del país. De esta manera, sus antiguas tradiciones tribales pueden ser
modernizadas y adaptadas por ellos de manera que sirvan el presente y
futuro como han servido el pasado. Nuestro deber no es facilitar la euro-
peización de individuos excepcionales sino la civilización de la masa» (P.
Mitchell, 1936).
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ban que era mucho más importante defender las inversiones dentro de la
metrópolis. Este planteamiento traía consigo la idea de un cierto fracaso en
las colonias que, de alguna manera, se achacaba al modo tradicional de
vivir de los africanos y cuya preservación se planteaba como política colo-
nial sensata (Cooper, 1996: 28). El «indirect rule» sería un elemento central
de esta preservación de la tradición. Es posible, e incluso muy probable,
que esta explicación sea exacta, pero esto no implica que el «indirect rule»
no represente un plan de actuación que afecta de una manera fuerte la vida
de los nativos de las colonias. Con todo esto queremos decir que, estando
de acuerdo con el punto de vista de Kiwanua, se piensa que es fundamen-
tal analizar aunque sea brevemente los entresijos del dominio indirecto.
En primer lugar, hay que subrayar algo que puede parecer extraño. El
«indirect rule» significa el mandato o dominio de la autoridad colonial sobre
los nativos a través de sus propios jefes. Cuando se pregunta uno cómo se
crean estos jefes, hay que responder que la autoridad colonial es fundamental.
Kiwanuka (1993: 7) explica perfectamente este proceso cuando dice que
«... un breve examen de las jefaturas bajo la administración colonial mues-
tra que las diferencias sobre las que se ha derramado tanta tinta son, en
gran medida míticas. Ya se trate de jefaturas hereditarias o nombradas por
las autoridades coloniales, ya se trate del sistema colonial inglés o francés,
el jefe debía su puesto a la aprobación del poder colonial y lo mantenía en
tanto en cuanto que el poder colonial pensaba que cumplía el papel que le
había sido asignado».
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rect rule» está en este sistema dual de justicia, uno para los nativos y otro
para los colonizadores. A los colonizadores se les aplican las leyes civiles,
basadas en los derechos de los ciudadanos. En contraposición a este poder
civil está la Autoridad Nativa que gobierna en base a la identidad étnica
encargada de administrar la ley consuetudinaria. La ley consuetudinaria no
iba dirigida a garantizar los derechos sino a imponer la costumbre. La idea
central no estaba en limitar el poder sino en hacerlo posible. La justifica-
ción del poder está en ser el custodio de la costumbre dentro de un contex-
to de dominio ajeno.
Bajo la filosofía del «indirect rule» los jefes adquieren una cantidad
enorme de poder. El código de Ley Nativa del Natal de 1891 da un poder
absoluto al representante colonial y, a la vez, también el jefe del Kraal tiene
un poder absoluto delegado. Este jefe era el dueño absoluto de toda la pro-
piedad del Kraal y tiene como misión resolver los conflictos, tiene poder de
detener a las personas e incluso puede infligir castigos corporales a los
miembros del Kraal «por cualquier causa justa». Todos los habitantes del
Kraal son menores legalmente, la única excepción son los varones casados
o viudos o los varones adultos no relacionados con el jefe del Kraal. Las
mujeres son consideradas como menores de edad, de tal manera que no
pueden heredar ni transmitir la propiedad.
Poderes omnímodos también son los que adquieren los jefes bajo el
«indirect rule». Lugard defendía que este estaba basado en tres elementos:
una carta o administración de justicia nativa, una administración nativa y
un tesoro o recolección de tasas, nativo. Esto da un poder omnímodo a los
jefes, especialmente a los más importantes que adquieren un poder judicial,
administrativo y económico y desde este punto de vista es muy fácil ver el
paralelismo absoluto entre estos jefes máximos y los jefes del Kraal en el
Natal de 1891. Si preguntamos a quien tienen que rendir cuentas estos jefes
aparece un fenómeno curioso que hay que tener en cuenta. La misión de
estos jefes era imponer la ley consuetudinaria a los nativos sin ninguna res-
ponsabilidad con respecto a ellos. Los jefes eran responsables únicamente
ante la autoridad colonial que es la encargada de «llevar a los nativos los
principios generales de la humanidad reconocidos a través del mundo civi-
lizado» (Mandani, 1996: 64). Al no tener ninguna responsabilidad con res-
pecto a los súbditos el sistema se convierte en lo que Mandani designa
como «despotismo descentralizado». Si a todo esto se añade que los jefes
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No se puede dudar además de que Rattray ejerció una influencia muy gran-
de, al menos como informante, en la antropología académica.
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de los esclavos y determinó que «todos los hombres residentes en las colo-
nias, sin distinción de color son ciudadanos franceses y gozan de todos los
derechos dados por la constitución». Podemos ver cuales son los resultados
de este planteamiento. Si nos fijamos en lo que ocurre en la realidad, tene-
mos algunos datos ofrecidos por Catherine Coquery-Vidrovitch (2001: 298)
que muestran que en toda el África occidental francesa entre 1935 y 1949,
después de una cantidad ingente de requisitos, se naturalizan y hacen ciu-
dadanos franceses únicamente 257 y desde luego, no es porque no lo soli-
citen o deseen.
De todas maneras, durante el siglo XIX, las medidas tendentes a la asi-
milación estaban asociadas a los gobiernos republicanos mientras que la
desaparición de la República hace desaparecer las ideas asimilacionistas.
Al final de los 1880 se da un gran debate sobre la asimilación en el
Congreso Colonial Internacional de París que tuvo lugar en julio y agosto
de 1889 y el Congreso Colonial Nacional que tuvo lugar en Diciembre de de
1889 y principio de 1890. En el Congreso Internacional fue muy importan-
te la disputa entre Alexander Isaac, senador del Departamento de la isla de
Guadalupe, y Gustave Le Bon, que fue uno de los teóricos fundamentales
del racismo diferencialista y que estaba totalmente en contra de «las mez-
clas de las diversas razas».
«Sin duda, dice, las razas muy diferentes, el Blanco y el Negro por ejem-
plo, pueden fusionarse, pero los mestizos que resultan de estos cruces cons-
tituyen una población muy inferior a los productos de los que ella deriva, y
completamente incapaz de crear, o incluso de continuar una civilización...
Los cruzamientos pueden ser un elemento de progreso entre razas superio-
res vecinas, tales como los ingleses y alemanes de América. Pero siempre
constituyen un elemento de degeneración cuando las razas, aún siendo
superiores, son demasiado diferentes» (G. Le Bon, 1919: 59).
Le Bon publicó una serie de artículos en los que ataca la «mezcla colo-
nial» (Le Bon, 1886, 1889). El punto de vista racista diferencialista, defen-
dido por Le Bon, pretende basarse en un análisis del influjo de la educación
en las poblaciones de las colonias, y de esto habla en la sesión introducto-
ria del Congreso Internacional. Dentro de su ponencia, va a insistir en que
el intento de «francesizar» (asimilación) los árabes de Argelia, los pueblos
amarillos de Indochina y los Negros de Martinica, tiene como único resul-
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tado «la degradación de las gentes, inculcarles necesidades ficticias sin dar-
les los medios para satisfacerlas, y al final hacerlos miserables. Le Bon se
opone frontalmente a la idea de que la educación aplicable al hombre civi-
lizado pueda ser impartida «a los medio civilizados». El Senador Isaac,
nativo de las Antillas responde que no comprende cómo se puede decir, des-
pués de la Revolución que la Educación es mala. Lo mejor que se puede
hacer es «crear entre el colonizador y el colonizado una comunidad de len-
guaje e intereses». Cuando Le Bon citó un estudio antropológico reciente
que demostraba que estaba claro (?) que civilizar a los Negros era imposi-
ble, el almirante Vallon, que había sido Gobernador de Senegal, afirmaba
que «los negros no tenían falta de inteligencia ni de dones naturales y que
frecuentemente nos ponían en nuestro sitio». La educación era una obliga-
ción francesa aunque «haya gentes que afirman que al mandar los campe-
sinos a la escuela se los convierte en enemigos de la sociedad» decía con iro-
nía. El Senador Isaac presentó una ponencia sobre «Los métodos de
gobierno de las colonias». Después de llevar a cabo un análisis de la histo-
ria de la colonización francesa, afirma que la asimilación era la política
característica de la Francia Republicana. Refiriéndose a las prácticas en
España y Portugal dirá que «es importante notar que las naciones de raza
latina tienen todas la tendencia a introducir las colonias dentro de la uni-
dad nacional, como si hubieran heredado el genio asimilador de Roma».
Isaac ofrece un concepto de asimilación que es muy interesante.
«Por asimilación yo entiendo una situación en la que los ciudadanos
franceses de una colonia gozan de todas las garantías legales que se dan a
los franceses de la metrópolis, a condición de que tengan las mismas obli-
gaciones proporcionales a sus habilidades».
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afirmar que la asimilación que tiene éxito nunca se refiere a razas enteras,
sino sólo a algunos individuos que tienen un origen mixto. El hecho de que
los congresos de 1899-1890 eran moderados en sus demandas de asimila-
ción era muy peligroso porque creaba ilusiones.
Las ideas de Saussure fueron aplicadas claramente a la política colonial
por Joseph Chailley-Bert que publica un libro en París en 1902 en donde se
afirma que la política colonial tiene que reconocer «las diferencias de raza,
de genio, de aspiraciones y necesidades entre los habitantes nativos de las
posesiones y sus dueños blancos». Según él, los europeos no podían traba-
jar en los trópicos y por ello «no podían llevar nada a cabo sin una canti-
dad abundante de trabajo barato que podía ofrecer la población nativa». Lo
que se necesitaba era una política que limitase la introducción de ideas en
aquellos (los nativos) que pueden favorecer el progreso del comercio y civi-
lización. El papel de los europeos consistía «en ofrecer capital, no trabajar
con sus manos, sino dirigir el trabajo de los nativos». Todas estas críticas a
la idea de asimilación, algunas absolutamente racistas y otras un poco
menos, crean el ambiente en que aparece la idea de «asociación» que se
opone a la «asimilación». El autor que elabora estas nuevas ideas es Jules
Harmand (1910). Ya en 1887 propuso la asociación entre conquistado y
conquistador como la base de la política colonial, y en la primera década
del siglo XX, asociación se convierte en la palabra clave para describir el sis-
tema de dominio de las colonias. Harmand proponía que, en vez de trans-
ferir las instituciones de la madre patria y de una asociación de culturas, de
lo que se trata es de mantener las estructuras administrativas y sociales de
los nativos, teniendo respeto por sus costumbres y su religión así como
estableciendo una política justa sobre la tierra y evitando la explotación.
Harmand resume muy bien lo que significa asociación. El significado es un
respeto escrupuloso por las costumbres, hábitos y religión de los nativos,
reemplazando la explotación y expropiación del nativo por medio de una
política de asistencia mutua. Harmand consideraba que hay que repudiar
la asimilación y sustituir la «administración directa», que es un régimen
opresor y rígido, por la «administración indirecta». Como se puede obser-
var, aquí se está planteando claramente el «indirect rule» incluso literal-
mente. Sin embargo, la asociación, de ninguna manera, significa igualdad
entre colonizados y colonizadores. Permítasenos citar un texto bastante
largo para comprender toda esta cuestión (Harmand, 1910: 160). La políti-
ca de asociación.
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res para los próximos cinco años. Mucho del dinero, la fundación
Rockefeller lo fue dando al African Institute o a la London School of
Economics, que eran las instituciones en que Malinowski tenía gran
influencia. Desde este punto de vista, las ayudas de la fundación Rockefeller
ayudaron mucho a subvencionar el trabajo de campo y el desarrollo profe-
sional de un grupo muy importante de antropólogos que se llaman antro-
pólogos sociales. Entre ellos, son muy numerosos e importantes los discí-
pulos de Malinowski que tomaban parte en el Seminario que él organizaba
en la London School of Economics. Hay que tener en cuenta que la finan-
ciación de este trabajo no venía sólo de la fundación Rockefeller sino de
otras fuentes británicas que Lord Lugard se encargaba de contactar. Pero
el famoso Seminario de Malinowski que empezó en 1923 tenía una canti-
dad enorme de participantes que trabajaban o iban a trabajar a África.
Evans Pritchard era quizás el más antiguo pero había otros como I.
Schapera, H. Powdermaker, Audrey Richards, Edith Clarke, J. Driberg, C.
Wedgwood, M. Gluckman, Godfrey Wilson, que sería el primer director del
Rhodes Livingstone Institute, y otros muchos que no vamos a enumerar.
Es importante entender un poco el tipo de relaciones que se establecen
entre Malinowski y sus discípulos. Malinowski no sólo pedía una relación
de maestro y discípulo sino una cierta sumisión. Schapera, que tuvo una
relación tumultuosa con el maestro, lo explicaba muy bien cuando decía
que había que preocuparse no sólo de lo que había que preguntar, sino tam-
bién de llevar los zapatos de Malinowski al zapatero. Quizás el episodio más
importante fue el que tuvo lugar entre Meyer Fortes y Malinowski. Meyer
Fortes fue uno de los primeros miembros del African Institute, y del semi-
nario de Malinowski, que fue a hacer trabajo de campo en África con una
ayuda de la fundación Rockefeller. Para solicitar el dinero, Fortes escribió
una memoria de lo que iba a hacer y se la envió a Oldham. Cuando
Malinowski recibió este documento acusó a Fortes de plagio. Cuando vol-
vió del trabajo de campo, fue a visitar a Malinowski, y este le pidió que fir-
maran un documento en el que se afirmaba que las ideas habían sido pro-
puestas antes por Malinowski. Fortes no firmó el documento aunque
posteriormente reconoció que Malinowski «le había permitido tomar ele-
mentos del seminario, tales como la terminología y algunos puntos de vista
teóricos». Esta anécdota muestra, no sólo que Malinowski trataba de unir
su seminario y los proyectos de investigación de sus discípulos, lo cual es
admisible, sino también apropiarse de todo lo que se trataba en estos semi-
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narios, lo cual es más que discutible. De todas maneras, hay que reconocer
que el influjo de las ideas y descubrimiento de sus estudiantes jugaron un
papel fundamental en el desarrollo de las ideas de Malinowski. En 1938,
afirmaba que «los presupuestos fundamentales del funcionalismo en su
forma más simple —la delimitación clara de las culturas que han conse-
guido un equilibrio a través de un largo desarrollo histórico— se ha revela-
do falso en el contexto africano» (citado en Stocking, 1996: 424).
EL RHODES-LIVINGSTONE INSTITUTE
Max Gluckman
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los africanos en Rodesia del Norte van a trabajar a las minas o centros de
trabajo, pero tienen poca seguridad en su vida ciudadana en donde el tra-
bajo es muy inestable y por ello buscan su seguridad en las zonas rurales.
Por ello, ganan su sustento en dos áreas separadas. En cuanto miembros de
la tribu en la zona rural tratan de asegurar su derecho a la tierra. Por esto,
es muy importante estudiar este derecho. El tribalismo persiste en África
porque el Gobierno lo defiende y porque la relación a la tierra es funda-
mental. Dado que los hombres viven en dos situaciones, rural a veces y otra
urbana, lo que hay que estudiar es el «campo total» de vida social de las
poblaciones. Partiendo de lo que aquí se ha resumido de una manera muy
concisa, se plantea la crítica que Gluckman lleva a cabo del programa de
Antropología Aplicada de Malinowski.
Como ya hemos visto, Malinowski publica el libro The Dynamics of
Culture Change en el que trata de plantear un programa de Antropología
aplicada para África. Gluckman hace una crítica bastante despiadada de los
puntos de vista de Malinowski y en ella, vamos a descubrir sus posturas. Al
principio de la conclusión, Gluckman dice «que este es un mal libro... Es
una tragedia que fuera publicado para destruir la reputación de
Malinowski» (Gluckman, 1963: 234).
La primera crítica que propone Gluckman se refiere a la concepción de
la historia de Malinowski. Como es bien sabido, Malinowski ataca dura-
mente el análisis histórico de los procesos sociales o la cultura. En contra-
posición a esto, Gluckman afirma que el estudio de los fenómenos sociales
hay que llevarlo a cabo sobre un periodo de tiempo, y el análisis del cam-
bio implica un análisis histórico.
La negación teórica del valor de la reconstrucción histórica por parte de
Malinowski es también absurda.
En segundo lugar, Gluckman analiza la noción malinowskiana de
«campo de estudio». Dentro de ello, ataca la idea de que los «Africanos for-
man una parte integral del mundo moderno». Malinoswki dice que
«... todos admiten que los europeos forman una parte integrante de una
situación de contacto... Pero yo creo que es llevar muy lejos un lugar común
cuando se sugiere (por Schapera) que el administrador, el misionero, el
comerciante y el reclutador del trabajo hay que mirarlos como factores en
la vida tribal de la misma manea que el jefe o el mago».
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Gluckman arremete con toda razón contra esta crítica y afirma que
todas estas personas forman parte del mismo cuerpo social. Lo que dicen
Gluckman (y Schapera) es que estas personas forman parte de un único
campo social. Poniendo otro ejemplo, se puede decir que las minas del
Rand y la tribu africana forman un campo social. Quizás la razón de este
punto de vista de Malinowski esté
«... en la debilidad de su esquema teórico. Brevemente, en general, cuando
los blancos y los negros cooperan él (Malinowski) clasifica los fenómenos
como procesos de contacto social y cambio, pero, cuando hay conflicto, los
considera como distintos y no integrados» (Gluckman 1963: 216).
Con ello lo que está diciendo Gluckman es que los conflictos con algu-
nos miembros de la sociedad se compensan con relaciones armoniosas con
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J. Clyde Mitchell
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Entre los primeros investigadores de las redes sociales estaba claro que
con ellas no se trataba de un fenómeno que tiene lugar dentro de la reali-
dad social, sino de un instrumento analítico abstracto que sirve para dar
cuenta de ciertos fenómenos observacionales. Es curioso que la idea de la
«red social» ha evolucionado de ser un constructo teórico a ser considera-
da como una realidad «a parte rei». Uno de los aspectos de la «idea de red
social», la idea de comunicación se reifica en «Las Estructuras
Elementales del Parentesco». Cuando se dice que la vida social es un enor-
me proceso de comunicación, de bienes de mujeres y mensajes.
Posteriormente se da una mayor reificación cuando en el análisis de las
migraciones se dice que las relaciones de amistad, parentesco y paisanaje
son fundamentales. Por fin, cuando Manuel Castells habla de la sociedad-
red, se lleva a cabo la reificación total de lo que es la red. Con ello no se
quiere decir ni mucho menos, que se haya llevado a cabo una evolución ile-
gítima, sino que es muy interesante constatar cómo lo que se considera
una idea estrictamente analítica se convierte poco a poco en algo que tiene
existencia en la realidad, «a parte rei».
De todas maneras, hay que subrayar que la idea de la «red social» que se
desarrolla en sus orígenes íntegramente dentro de la escuela de Manchester,
y en lo cual Mitchell juega un papel fundamental junto con Barnes, es una
de las contribuciones centrales de la Antropología a la ciencia social en su
conjunto. Pero, para no caer en una especie de panegírico de la disciplina
que nunca parece muy conveniente desde un punto de vista científico, con-
viene seguir explicando que tanto C. J. Mitchell como el autor al que nos
vamos a referir a continuación a Epstein (1961 y 1962) establecen una dis-
tinción entre tres tipos de relaciones sociales que son significativas en el aná-
lisis del comportamiento de las personas en la ciudad. Mitchell lo explica
muy claramente. (Mitchell, 1969: 9). Se trata del orden estructural por el cual
el comportamiento de la gente se interpreta en términos de las acciones
apropiadas a la posición que ocupan en determinadas situaciones de la vida
social (factoría, familia, burocracia). El otro aspecto es el orden categorial
por el cual el comportamiento de la gente en situaciones que no están muy
estructuradas puede ser interpretado en términos de estereotipos sociales,
tales como clase, raza, etnicidad. Por último, está el orden personal por el
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A. L. Epstein
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ble de todo lo que ocurre en este poblado que se parece bastante a lo que
en otros sitios son las colonias industriales. Dentro de este poblado, el sin-
dicato juega un papel central y las actitudes que antiguamente tenían con
respecto a los representantes tribales se han transferido al presidente del
sindicato. Frecuentemente la estancia de los africanos en el poblado mine-
ro era breve, pero viven en una sociedad minera «cuya estructura es esen-
cialmente unitaria en la que unas personas están relacionadas con otras, no
sólo a través de la situación de trabajo sino por un nexo complejo de lazos
que tiene su base en la organización de la propia mina» (pp. 147-148).
Pero, por otra parte, las personas que viven y trabajan en esta pequeña
ciudad industrial presentan una gran diferenciación social en base a roles
productivos diferentes, nivel de vida, educación etc. También está la perte-
nencia a la tribu, o lo que se llamaba tribalismo, que es una fuente de dife-
renciación entre unos grupos y otros dentro del pueblo. Si a esto se añade
que «una de las características fundamentales de la población africana en
el «Copperbelt» es un grado de movilidad muy grande entre ciudad y zonas
rurales y entre ciudad y ciudad, entonces se descubre que esto afecta la apa-
rición, muy poco frecuente, «de grupos sociales e instituciones estables».
Por ello, «hay que sugerir que la comprensión profunda del proceso social
urbano en África requiere una formulación en la cual la inconsistencia y la
disarmonía son reconocidas, no sólo como una parte del sistema social que
empieza a aparecer, sino como una parte importante de su dinámica» (pp.
226-227). Un elemento que parecía dar una cierta homogeneidad a los
miembros de la sociedad es la tribu o el tribalismo que implica la persis-
tencia o preservación de las costumbres tradicionales. Aunque en las ciu-
dades del «Copperbelt» los africanos no pueden vivir juntos basándose en
el parentesco como viven en las zonas rurales, sin embargo el tribalismo
juega un papel fundamental en las ciudades. Este fenómeno representa una
cierta homogeneización interna de los grupos pero a la vez una diferencia-
ción absoluta de unos con respecto a los otros. El trabajo admirable de
Epstein representa un intento importantísimo de dar cuenta de estas con-
tradicciones. Dentro de ello, la red de relaciones juega un papel central.
Una figura importante tanto de la «escuela de Manchester» como del
Rhodes-Livingstone Institute es Victor Turner (1920-1983) que terminó
su carrera académica en la Universidad de Chicago, en donde en los 1970
coincidió con C. Geertz y D. Schneider. Se trata de un antropólogo que,
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dos a su madre que vive casi siempre con su padre y hermanos. Da la impre-
sión de que la mujer no vive con su marido más que durante el periodo
reproductivo. La matrilineidad y la familia nuclear parecen estar en una
tensión continua y por ello la vida social Ndembu está caracterizada por
contradicciones y perturbaciones frecuentes.
Los conflictos y su resolución constituyen lo que Turner designaba como
«dramas sociales». Se trata de un concepto al que, en un principio, se le dio
mucha importancia teórica, pero que posteriormente se ha ido compren-
diendo que se trata de una comparación bastante banal, y muy antigua,
entre la vida social y el teatro. Sin embargo, es interesante, aunque no dema-
siado novedoso, la secuencia atribuida a estos dramas sociales: 1) por una
razón cualquiera dos grupos empiezan a disputar; 2) la crisis y la ruptura se
agrava; 3) se proponen mecanismos de conciliación; 4) el conflicto llega o
bien a una solución o un cisma o separación. El libro de Turner presenta
interés, pero no deja de ser un resumen «del estado del arte de la antropolo-
gía británica del tiempo» (Spencer, 1996: 536). Posteriormente, Turner
publica muchos artículos y libros sobre el ritual y simbolismo Ndembu.
Entre ellos, se puede subrayar el libro publicado en 1974. Trabajando con un
informante muy hábil, de nombre Muchona, llega a descripciones muy deta-
lladas del significado de los símbolos empleados en el ritual Ndembu. Estos
símbolos descodificados se colocan en un esquema tomado al pie de la letra
del libro de Van Gennep sobre «los ritos de paso» sin añadir gran cosa al
esquema presentado y analizado magistralmente por este último.
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una de sus obras centrales. (1939, 2.ª ed. 1961) en donde lleva a cabo un estu-
dio de la dieta de los Bemba de Zambia y va a insistir en que las cuestiones
nutricionales, es decir la pobre dieta de esta población requería un análisis
integrado del sistema social. Con ello estaba reaccionando a una tendencia
muy larga y persistente en la ideología colonial en África, según la cual la
pobreza y la enfermedad era algo inherente al carácter primitivo de la socie-
dad africana. Esto tenía consecuencias graves en la constitución de las ciu-
dades africanas porque las potencias coloniales al pensar que los africanos
eran enfermos por naturaleza, estaban preocupados porque podían transmi-
tir enfermedades a los blancos. Por ello, la idea era crear situaciones de sepa-
ración y apartheid entre unos grupos y otros. La obra de Richards se coloca
en una oposición frontal a estos puntos de vista. Ella se plantea el problema
de si los Bemba habían sido siempre agricultores inconstantes e inconsisten-
tes o si su actitud actual era fruto de cambios económicos que estaban pre-
sentes en el momento actual. Ella descubre que la ausencia de los varones
jóvenes que van a las minas, hace que el trabajo agrícola no sea considerado
positivamente. El pueblo se iba convirtiendo poco a poco en un lugar «de des-
canso» mientras que el sentido de identidad colectiva de los varones y los
valores que estaban por debajo de ello se formaban en las minas. Richards no
sólo plantea estos problemas sino que al lado de las cuestiones «tribales»
plantea el problema del trabajo. Que a principio de los 1930 se plantee el pro-
blema de la Dieta y el Trabajo en África era algo revolucionario e incluso
había que decir que casi sigue siendo revolucionario en estos momentos. De
todas maneras, Richards plantea el problema de que la economía colonial
ejercía un influjo en la malnutrición y esto «fue entrando poco a poco en la
mente de los burócratas coloniales» (Cooper, 1996: 63). En 1939, el Comité
de Nutrición del Imperio Colonial afirmaba que las deficiencias nutriciona-
les de la gente de las colonias estaban causadas por la ignorancia y el prejui-
cio, y el hecho de que el nivel de vida era muy bajo, es decir que la gente
comía mal y poco porque era pobre, lo explicaban por las mismas razones tri-
lladas. Es decir, se seguían defendiendo los mismos raciocinios antiguos con-
tra los que Richards reacciona. Poco a poco se va extendiendo la idea de que
la economía colonial tiene mucho impacto en la malnutrición de los nativos.
Tanto la obra de Richards como la de Godfrey Wilson presentan un frente
muy importante contra la idea de que los problemas de África deban ser
explicados por el atraso de los africanos y no por los efectos «degenerativos»
que tiene el influjo occidental (vid. Megan Vaughan, 1991).
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Los años 1940 y 1950 son un periodo formativo para la disciplina aca-
démica de la antropología dentro del Reino Unido y también en las univer-
sidades africanas. Los dos fenómenos van juntos y los antropólogos vienen
a África con el fin de labrarse un futuro en una institución académica en el
Reino Unido, y muy pocos estaban interesados en desarrollar la capacidad
investigadora dentro de los territorios coloniales. Entre ellos Audrey
Richards ocupa un puesto central. La presencia, muy limitada y escasa de
la Antropología en las universidades africanas, tiene que ver, no sólo con su
asociación con el dominio colonial, sino también con el poco interés que los
antropólogos europeos han mostrado en desarrollar la antropología en este
continente.
En 1940 el Secretario Colonial Británico Malcolm Macdonald afirmaba
que «los antropólogos como clase era una gente de difícil trato». Con ello
articulaba un punto de vista muy extendido en el entorno colonial que tenía
una gran desconfianza del trabajo intelectual.
En 1940 el «Colonial Office» se plantea el problema de una nueva idea
del imperio como algo que se basa en el desarrollo, que intenta, de alguna
manera, crear «algo así» como un estado de bienestar en las colonias. Se
presenta una legislación, el «Colonial and Welfare Act» en base a lo cual se
dan cincuenta millones de libras durante diez años. Esta cantidad de dine-
ro es ofrecida en base a la dependencia del Reino Unido con respecto a los
Estados Unidos en la guerra, en cuanto que había que justificar moral-
mente ante los americanos la existencia del imperio colonial. También era
una concesión a las gentes dominadas por su gran contribución al esfuer-
zo de la guerra. Sin embargo, la cantidad ofrecida era mínima en cuanto
que lo que se daba llegaba a duras penas a una libra per capita de la pobla-
ción de las colonias. Lo que se daba no representaba nada para África,
pero era muy conveniente para la Antropología porque la legislación reco-
nocía que un gasto racional y un planteamiento del desarrollo requería
una preparación previa. Para ello se separan quinientas mil libras anuales,
de las cuales solo una parte iba dirigida a las ciencias sociales. Esto servía
para plantearse un esquema en donde se fundaran institutos de investiga-
ción en África y el Caribe. Audrey Richards (1977: 33 y 37) afirma poste-
riormente que este proyecto era un experimento importante para organi-
zar la investigación a gran escala y para extender la educación superior en
las colonias.
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Aidan Southall
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doloroso entre los Nuer mucho más orgullosos y conservadores que otros
pueblos que yo he conocido».
Para seguir analizando las observaciones teóricas y empíricas que Evans
Pritchard plantea acerca de los Nuer no basta con analizar la monografía
en cuestión. Evans Pritchard publica en 1940 un resumen de «The Nuer»
que presenta un resumen de la monografía y es más simple, y por ello,
vamos a fijarnos en él.
De acuerdo con Evans Pritchard, el mundo político de los Nuer, aunque
no estaba centralizado antes de los profetas, «tenía una forma coherente y
persistente que se podía llamar anarquía ordenada». Esta frase que tuvo
mucho éxito tiene una larga historia porque ya estaba presente en los ensa-
yos de principio de los 1930 en los «Sudan Notes and Records». En la teoría
política Nuer «cada tribu tiene un clan dominante que ofrece el marco del
parentesco sobre el que se basa». Los clanes se juntan para formar «seg-
mentos tribales» que se piensa que son semejantes a otros segmentos tri-
bales y que están en una situación de oposición entre sí, de tal manera que
la «oposición hacia fuera» con respecto a los otros segmentos es lo que da
la cohesión «hacia dentro» de los diversos grupos. Si se pregunta uno por
lo que esto quiere decir, Evans Pritchard respondía que no está describien-
do un sistema político de carácter formal sino más bien una serie de rela-
ciones dinámicas entre partes interdependientes. Estas relaciones dinámi-
cas son relaciones de oposición y de unión. El orden segmentario no existe
en la realidad sino que es una interpretación de esos procesos de oposición
y unión. El proceso de oposición, que es la clave en el esquema de Evans
Pritchard, tiene lugar especialmente en la estación lluviosa cuando los gru-
pos están separados los unos de los otros. Ahora bien, si se tiene en cuenta
que Evans Pritchard nunca pudo observar realmente los Nuer en la esta-
ción húmeda, ¿hasta qué punto la oposición de unos segmentos a otros den-
tro de la «tribu» Nuer no representa una racionalización de la ideología
colonial según la cual los Nuer eran agresivos por naturaleza. Algo así como
aquel famoso dicho beduino: «Yo contra mi hermano, mi hermano y yo
contra mi primo, mi hermano mi primo y yo contra el mundo». En este
dicho se manifiesta claramente el esquema de la oposición y cohesión seg-
mentaria. Pero, esto no tiene sentido si realmente entre los Nuer no se da
esa oposición, y la oposición o agresividad no es un caso de oposición o
agresividad «estructural» sino una reacción a la ofensiva de la potencia
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colonial que interpreta «ipso facto» a los Nuer como agresivos estructural-
mente. Si esto fuera así, la idea de la oposición de unos segmentos a otros
dentro del grupo Nuer y su oposición, en cuanto grupo, al resto, no sería
más que una racionalización antropológica de un prejuicio colonial.
Esto se confirma si se tiene en cuenta el reanálisis en que Sara
Hutchinson (1995) pone en cuestión la idea de los Nuer como un grupo
étnico unificado. Afirma que las fronteras de la gente que se llama Nuer no
son nada claras sino absolutamente borrosas. Ella afirma que el esquema
segmentario (basado en una oposición entre diversos subgrupos claramen-
te diferenciados) parte de lo que le dijeron a Evans Pritchard los varones de
mediana edad que pertenecen a los grupos más importantes, los «hijos de
los bueyes» de los que antes hemos hablado. Al hacer caso de estos, no se
tiene en cuenta lo que dicen los jóvenes de linajes menos poderosos, ni las
mujeres. En el análisis de Hutchinson no sólo no se piensa que el ser Nuer
sea una identidad o una «tribu» separada, sino que hay que analizar, no
tanto cómo la gente se opone, sino cómo trata de buscar conexiones con-
solidarlas y extenderlas. Hutchinson se plantea estos problemas al analizar
la guerra civil en el Sudan de 1990, y lo interesante de esta obra es que se
niega a reducir el conflicto a algo que tiene que ver con las diferencias cul-
turales y religiosas entre las partes en guerra, y va a insistir en un análisis
profundo de las relaciones políticas, de las luchas por los recursos econó-
micos y de las relaciones espaciales. Si desde el punto de vista empírico es
muy difícil encontrar esas oposiciones de las que hablaba Evans Pritchard,
todavía más difícil es aceptar la noción de tribu como algo delimitado. Aquí
Evans Pritchard se deja llevar absolutamente por los prejuicios coloniales.
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Como es bien sabido, el «Colonial and Welfare Act» fue propuesto por
el partido laborista. Lo que acabamos de decir indica que las «tendencias
comunistas» de Fortes de las que hablaban los administradores del
«International African Institute» y los del «Colonial Office» no tenían gran
cosa que ver con las convicciones políticas del propio Fortes, sino con los
prejuicios, absolutamente conservadores, de estos administradores y del
propio Malinowski. Fortes, como se comprende a través de sus escritos pri-
vados y cartas, estaba muy cerca del laborismo y muy lejos del comunismo
propiamente dicho. Goody (op. cit.: 54) explica muy bien que Fortes:
«… formaba, antes de la guerra, más bien parte de un grupo de intelectua-
les de izquierda que estaban asociados con la Sociedad Fabiana, y que influ-
yeron en el movimiento hacia la independencia colonial, que tuvo lugar en
el Reino Unido en la década que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Este
movimiento influyó, por un lado, en las acciones de los políticos en la
metrópolis y, por el otro, dando cierto apoyo a las presiones crecientes que
venían de los pueblos dominados».
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ejerce un influjo definitivo sobre él. Goody afirma que «la agenda de Fortes
estaba determinada por sus compañeros y especialmente por Evans
Pritchard, aunque algo aún quedaba de las enseñanzas de Malinowski» (op.
cit.: 57). Aunque Malinowski ayudó a Fortes, al principio, sus relaciones
siempre tuvieron muchas dificultades. Evans Pritchard, aunque era discí-
pulo de Malinowski, mantenía una relación de odio cordial con respecto a
él y es posible que estos enfrentamientos con el maestro sirvieron para
crear una gran amistad entre los discípulos que siempre tuvo un compo-
nente intelectual muy importante. Sin embargo, Evans Pritchard pertene-
cía a una clase acomodada, muy distinta de la extracción de Fortes, y sus
ideas políticas estaban muy relacionadas con la visión que Evans Pritchard
tenía de la Antropología. Él había mostrado un gran desacuerdo con
Malinowski con respecto a la «utilidad» de la Antropología, o de la «antro-
pología práctica». Como Malinowski gustaba decir en una carta a Fortes de
22 de julio de 1940, Evans Pritchard dice que
«... todos están tratando de aconsejar al gobierno. Raymond (Firth),
(Darryl) Forde, Audrey (Richards), (Isaac) Schapera. Nadie lleva a cabo un
trabajo antropológico real, todos se arriman al Colonial Office. Esta situa-
ción deplorable posiblemente va a seguir porque muestra algo más profun-
do que aprovecharse de las oportunidades para ayudar a la antropología.
Muestra una actidud de la mente, y yo pienso que se trata fundamental-
mente de un deterioro moral. Esta gente no comprende que hay una ruptu-
ra radical entre la antropología seria y el trabajo de la administración en
favor del bienestar».
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Pedimos perdón por una cita tan larga, pero la proponemos porque en
ella Fortes intenta ofrecer una especie de testamento sobre las contribucio-
nes, no sólo de él sino también de otros.
«Esta es la contribución que yo valoro más. Yo puedo estar subrayando
esto porque pertenezco a una generación y puedo equivocarme, pero el diri-
gir la atención al tipo de estudios que fueron iniciados por Evans Pritchard,
yo mismo, Schapera y mi amigo ya fallecido Max Gluckman; yo pienso
subrayar que esto no ha sido hecho nunca antes con tanta base académica
y sistemática» (op. cit.: 10).
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las personas. Estos sistemas sirven para identificar a las personas en base a
sus relaciones entre ellas, sus derechos y deberes, privilegios y obligaciones
y se extienden desde la familia hacia arriba y hacia fuera, y, entonces, se
refieren a derechos, deberes, orden y organización dentro de la sociedad.
Con esto último, se refiere a los sistemas políticos. Todo esto es lo que antes
hemos definido como estructura social. Como es obvio, este análisis no solo
no agotó todo el contenido de la vida social y económica y por lo tanto hay
que reconocer que, aunque Fortes no lo admitiría representa una reducción
de la misma. Este es el primer problema que aparece en las afirmaciones de
Fortes. El segundo se refiere al colonialismo.
Ya hemos visto que en el párrafo que acabamos de citar, Fortes va a
insistir en que el mayor descubrimiento de los antropólogos británicos era
que las sociedades africanas «tradicionalmente», no por influjo del colonia-
lismo, tienen sus propias formas políticas sus propias formas de gobierno,
administración y ley. Lo primero que habría que preguntar es cómo es posi-
ble hacer este descubrimiento cuando se parte de un desprecio bastante
absoluto de la historia y se piensa que lo único importante es estudiar las
sociedades en el presente. Pero, dado que no pensamos que los argumentos
«ad hominem» sirvan demasiado no vamos a insistir en esta objeción. Lo
que interesa es comprender lo que Fortes piensa del colonialismo. El pro-
fesor Bujra le pregunta a Fortes, que, dado que él lleva a cabo su trabajo
bajo el colonialismo, cual es el papel que, según él, juega la antropología
británica en relación con el colonialismo.
Voy a transcribir su respuesta aunque sea un poco larga porque es enor-
memente significativa:
«... yo sé, dice, que esta es una preocupación de muchos jóvenes radicales
no sólo en África sino también en Europa. Todos ellos escriben sobre el
colonialismo. Ellos hacen un «ismo» de esto. Una vez que se hace un «ismo»
de un periodo de la historia humana, se hipostatiza, se reifica en forma de
algo así como un gigante. Pero, el hecho es que nosotros en aquella época
estábamos interesados en lo que considerábamos como problemas univer-
salmente humanos; es importante tener claro que habíamos llegado a esta
convicción en parte como reacción de nuestro tiempo en contraposición al
tiempo anterior. Era una reacción en contra de la idea de que dado que se
pueden clasificar las sociedades a diferentes niveles de tecnología, pobla-
ción, entorno, instituciones etc. e inmediatamente se pensaba que se daba
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una secuencia evolutiva que iba del bajo Aborigen Australiano en lo más
profundo de la escala hasta la magnificencia de la Civilización Victoriana
con su Cristianismo y tecnología etc. De esta reacción salió que nosotros
considerásemos las cosas de un modo totalmente diverso. Estudiábamos las
sociedades humanas a lo largo del mundo como diversas maneras de tratar
problemas fundamentales y universales, tales como el problema del matri-
monio, la procreación y la supervivencia como comunidad, un problema
humano en todas partes, cual es la supervivencia de una comunidad como
comunidad. Además hay otro problema acerca de cómo la sociedad usa su
entorno en base a sus habilidades... La cuestión general era algo diferente,
es decir qué es lo común que hay en toda la humanidad que responde a todo
esto. Lo que buscábamos era aquello que podía permitir proponer algunas
proposiciones acerca de toda la humanidad... Esta era una reacción desde
la idea evolutiva a la idea de las variedades de las sociedades humanas y
modos de vida que tienen una racionalidad común. Cuando se plantea el
problema del colonialismo, todo lo que yo puedo decir es que en mi propia
experiencia, nosotros elegimos libremente ir a ciertas áreas, no fuimos
enviados a estas áreas por los gobiernos coloniales» (op. cit.: 6-7).
Lo primero que se puede decir es que es verdad que Fortes no fue envia-
do a Ghana por el Gobierno Colonial, y, por ello, es evidente que fue por-
que él quiso, pero también se puede afirmar que su viaje y estancia fueron
pagados por entidades que de una forma directa o indirecta tenían un claro
carácter colonial. Con respecto a la observación de que el «ismo» de colo-
nialismo es algo que reifica un periodo de la historia, es verdad que no sólo
los «ismos» reifican las cosas, sino todas las designaciones o nombres que
se dan a periodos históricos. Por ejemplo es evidente que las palabras Edad
Media reifican los conflictos entre señores y siervos en la sociedad feudal,
pero de aquí a negar el valor del concepto de Edad Media hay mucho tre-
cho, y de la misma manera la negación del concepto de Colonialismo por
razones puramente de terminología es algo absolutamente ilegítimo. Un
poco más adelante Fortes dice que lo que ellos buscaban era «una comuni-
dad... básicamente suficientemente tradicional y auténtica de tal manera
que no se descartase la variable de la que hablamos en aquellas épocas, el
«contacto cultural» (Fortes, op. cit.: 7). Usar «contacto cultural» como hacía
Malinowski, Fortes y otros, no es nada inocente. Contacto cultural es parte
de lo que enseguida va a ser analizado como colonialismo, pero este último
se vacía de algo fundamental, de la asimetría en el uso del poder.
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libres. Hay otros puntos en los que yo pretendo que de hecho nosotros, antro-
pólogos no-marxistas, hemos observado en nuestro lenguaje, a nuestra manera,
los hechos que ellos usan ahora. Buena suerte!. Yo pienso que esto es un pro-
blema más y que este problema tiene lugar, y yo pienso que es la preocupación
innecesaria e irrelevante por el colonialismo. El colonialismo está tan pasado
como la costumbre del sacrificio humano que nosotros sabemos que ocurrió en
muchas partes de África del Oeste porque hay descripciones muy vivas de él por
parte de observadores contemporáneos» (Fortes, op. cit.: 14).
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ción africana en 1884. No tiene recursos para llevar a cabo una investiga-
ción propia.
En 1907 se crea una Sociedad de Geografía de L’AOF (África Occidental
Francesa). Se instala en Dakar para estar cerca del poder colonial.
Entre 1910 y 1914 tienen lugar cuatro «fundaciones» distintas. En 1910
se funda el Instituto Internacional de París, en 1911 se crea el Instituto
Francés de Antropología, en 1913 resucita la Sociedad de Etnografía y en
1914 aparece la Sociedad de Amigos del Museo de Etnografía del
Trocadero. A partir de 1905 se da un reconocimiento de la etnografía. En
1905 una de las grandes revistas literarias francesas, Le Mercure de France
ofrece a Van Gennep un espacio trimestral de etnografía y folklore. Con la
colaboración de Van Gennep se inaugura una tradición muy francesa de
antropólogos o etnógrafos que escriben en revistas literarias para el gran
público. Arnold Van Gennep lleva a cabo una tesis sobre historia de las reli-
giones en Madagascar. En los artículos del Mercure de France Van Gennep
defiende el antiracismo y propugna una etnografía general que trate de
todos los pueblos sin distinción, destruyendo la idea de razas superiores e
inferiores. Van Gennep trata en estos artículos de dar consejos a los que tra-
bajan como aficionados en las colonias. Dentro de los observadores colo-
niales hay uno que destaca mucho y que Van Gennep alaba.
«El Señor Maurice Delafosse es uno de los pocos funcionarios colonia-
les que conoce el verdadero método de la etnografía y la lingüística y lo
explica. También sabe presentar los resultados de sus observaciones bajo
una forma animada, a veces un poco irónica, que hace leer de un tirón sus
monografías y libros» (citado en E. Sibeaud, 2002: 160) .
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No se puede dudar de que aquí hay una dosis enorme de idealismo hege-
liano en cuanto que se está postulando la existencia por debajo de las acti-
vidades, instituciones etc. de una especie de Mente que se realiza en ellas,
y a la que se llega a través de los mitos.
El período que va de 1945 a 1960 lo denomina Copans como la aparición
de la sociología de la descolonización. En 1950 se crea una nueva disciplina,
la sociología de África que representa un corte radical con el idealismo de
Griaule en cuanto que se plantea la cuestión de la historia real de África. La
figura fundamental de este periodo es Georges Balandier. Nacido en 1920,
empieza a estudiar las mutaciones africanas después de la guerra. En 1955,
defiende su «Thèse d’etat» y publica, en 1957 Sociologie de Brazavilles Noirs
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Liautey justifica sus puntos de vista por los desastres que habían tenido
lugar en Argelia, en donde los barrios antiguos habían sido ocupados y des-
truidos por la penetración de la construcción europea. La preservación de
las ciudades nativas no es sólo una cuestión de estética, aunque esto es muy
importante, en cuanto que el desarrollo del turismo y la preservación de la
belleza del país tiene un interés económico de primer orden. Liautey afir-
maba también que el musulmán es muy celoso de la integridad de su vida
privada. Por ello las calles son muy estrechas, las paredes ocultan y las
terrazas están fuera de las miradas indiscretas. Cuando aquí entran los
europeos, los nativos se van, y cuando se quiere poner remedio a esto, el
daño ya ha sido hecho. Esto es lo que, según Liautey, ocurrió en Argelia.
El jefe de los asuntos municipales bajo Liautey, De la Cassinière (Abu Lug-
hod, op. cit.: 144) afirma que la separación de las dos ciudades, la nativa y la
europea, trae muchos beneficios de carácter político, higiénico y estético. El
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En su libro (Balandier, 1985, 1.ª ed. 1955) analiza dos barrios de Brazza-
ville (República del Congo) que como es bien sabido está separada por el río
del mismo nombre de Kinshasa, la capital de la República Democrática del
Congo y con ella forma una especie de única conurbación de hecho. En 2000,
Kinshasa/Brazzaville tenía 8.9 millones de habitantes.
En África tropical los franceses practicaban un tipo de Apartheid, como
el que hemos visto en acción en Rabat. Controlaban mucho el movimiento
del trabajo rural que era obligado a habitar en zonas de la periferia en
zonas degradadas. Eran y son famosas algunas de estas barriadas como
Medina en Dakar, Treichville en Abidjan y Poto-Poto en Brazzaville. J.
Suret Canale (1964) describe muy bien esta situación cuando dice que las
calles en estas barriadas
«… no son más que pasos de arena o lodo. En vez de drenaje no hay más
que alcantarillas, abiertas o cubiertas malamente con piedras; allí había
poca o ningún agua con algunos surtidores públicos donde la gente se acu-
mulaba desde la mañana. La luz pública se reservaba para los barrios euro-
peos. El hacinamiento creaba graves problemas para la salud».
En la época colonial, estos barrios eran considerados frecuentemente
como no urbanos, sino más bien como pueblos o zonas rurales incrustadas
en la ciudad.
«Los espacios urbanos en África a veces incluían zonas valladas (zonas
residenciales aisladas, Kraales, huertos) dentro de la ciudad para una
población que en gran medida dependía de la agricultura. Quizás el 70% de
las antiguas ciudades Yoruba continuaba cultivando, como los habitantes
del antiguo Sumer y los de las ciudades Mayas del Yucatan. Hay que notar
que la cantidad de habitantes de la ciudad que cultivaban era grande en las
ciudades de la Europa Medieval. Se habla frecuentemente «de ciudades jar-
dín» en África. En el Reino del Kongo, la capital era tan verde que un misio-
nero corto de vista podía cruzar la ciudad sin ver ninguna casa. Incluso en
época colonial, Kibuya, la capital del Reino de Ganda y ciudad gemela de
Kampala se parece poco a una ciudad y más a un inmenso jardín. Sólo
hacia 1980, antes de que el uso del cemento se hubiera extendido, Poto-
Poto, un barrio enorme de clase trabajadora de Brazzaville, se parecía bas-
tante a un pueblo» (Coquery-Vidvorovitch, 2005: 19).
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dor universal. Cuando se miran las cosas de cerca las dos ideologías pare-
cen converger hacia la mitad de los 1940 cuando los burócratas sudafrica-
nos, al enfrentarse a la presencia africana en las ciudades y a la dependen-
cia creciente de la industria del trabajo africano, empiezan a buscar nuevas
formas de estabilizar la mano de obra. Pero estas políticas se hacen diver-
gentes después de 1948 cuando un nuevo gobierno sudafricano opta por la
expulsión masiva de los africanos fuera de las ciudades y por el control de
la residencia para mantener una fuerza de trabajo que se mantiene en la
categoría esencializada del africano tribal» (Cooper op. cit.: 6).
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(Copans, op. cit.: 24). En este periodo, en gran medida, los africanos tenían
un estatuto de trabajador dudoso. Copans (op. cit.: 25) explica muy bien esta
situación al afirmar que en esta época «la clase obrera africana es todavía un
objeto marginal, y en conjunto exótico y además de ello tiene mala prensa
(¡). Hay que esperar a un tiempo más reciente (1970) cuando
«… una serie de investigaciones sobre el terreno seguidas de debates teóri-
cos e ideológicos sobre la naturaleza de la aristocracia obrera y del lumpen
proletariado en África negra termina por constituirse en un paradigma de
hecho: es claro que la clase obrera existe, tiene su historia propia y mani-
fiesta una conciencia de clase» (Copans, op. cit.: 25).
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Balandier estudia muy bien las relaciones salariales siempre con salarios
muy bajos porque la autoridad colonial piensa que el trabajador siempre «vive
solo» por principio. Además los salarios siempre son menores de lo que la pro-
pia administración estipula. Ello lleva a fenómenos incluso de malnutrición
que Balandier tiene muy en cuenta, así como fenómenos de endeudamiento y
de usura. La razón fundamental de los salarios tan bajos y sus consecuencias
tales como la malnutrición que se manifiestan entre otras cosas en las medi-
das que se utilizan para la compra en el mercado (trozo, puñado, vaso, etc.)
está no sólo en algunos elementos que ya se han enumerado sino porque «los
salarios no han sido todavía liberados de sus características coloniales.
Permanecen por debajo de las necesidades reales porque desde el origen del
salariado en África negra, los salarios se consideraba que no tenían que cubrir
las necesidades totales de obrero en base a los recursos monetarios»
(Balandier, op. cit.: 92). La relación de los trabajadores con las zonas rurales
en donde han nacido tiene una dimensión económica de primera magnitud
porque permite «arrojar parte o todos los gastos de reproducción a esas zonas
rurales» y por ello pagarles salarios mucho menores en la ciudad. Esto fue lo
que explicó maravillosamente más tarde Meillassoux. Sin embargo, «la bús-
queda del dinero, que nunca se obtiene en cantidades suficientes está en el
centro de todas estas actividades; y el espíritu mercantil regula con una auto-
ridad devorante la vida de estas ciudades africanas» (Balandier, op. cit.: 87).
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Ángel Palerm solía decir que hay teorías en la Antropología que servían
para interpretar o dar cuenta de los hechos, y otras que, además, también
servían para dar una identidad a las antropologías de ciertos países o de
ciertas regiones. Según él, esto había ocurrido con el marxismo en la antro-
pología mexicana, en donde además de una teoría para interpretar y des-
cubrir fenómenos etnográficos había servido para dar una identidad a cier-
tos antropólogos, entre los que él se incluía.
Es curioso que algo parecido se podía decir durante un cierto periodo
del marxismo en la antropología francesa. A partir de 1960, se empieza a
pensar que se puede combinar marxismo y antropología, pero para poder
llevar a cabo esto, había que superar los planteamientos a los que Stalin
había dado vigencia, de los cinco estadios por los que la humanidad pasó,
y va a pasar. Se trata de la sociedad primitiva, la sociedad antigua o escla-
vista, el feudalismo, el capitalismo y el comunismo. En orden a superar esta
idea, algunos autores se plantean la idea de revitalizar el «concepto del
modo asiático de producción». La utilización de este concepto, permitía
como dice Maurice Bloch (1983: 149) «criticar la interpretación específica-
mente soviética del marxismo sin parecer que se rompe con Marx». En este
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muy importante sobre los mercados Gouro en el que son estudiados todos
estos problemas.
En este artículo, se analizan los intercambios precoloniales, y, también
los posteriores a la llegada de la colonización. Antes de esta, cada comuni-
dad producía los alimentos que consumía y había pocos intercambios de
alimentos. Pero había otros productos que se intercambiaban. Por ejemplo
con los Beté se intercambiaban, en forma de regalo, bienes de prestigio que
van unidos a la autoridad de los más viejos. Los Gouro cambiaban la nuez
de kola por barras de hierro (necesario para la agricultura y caza) que a su
vez servían de moneda de cambio en las transacciones matrimoniales. La
autoridad colonial introduce el trabajo forzado, prohibiciones, reglamentos
y desplazamientos de la población que transforman la organización tradi-
cional. La autoridad colonial introduce un sistema de jefaturas que sirven
de intermediarios entre la población nativa y la administración francesa.
Los jefes se van a constituir en una clase campesina privilegiada que se va
a aprovechar de la colonización. A la vez, se da un aumento muy impor-
tante de los mercados en el territorio Gouro. Meillassoux lleva a cabo un
análisis histórico y diacrónico ejemplar. En 1975 Meillassoux publica un
libro básico que tuvo un éxito grande y por ello vamos a considerar alguno
de los problemas allí tratados.
En este libro, se insiste en la importancia de los procesos productivos y
por ello, en contraposición a Godelier y Terray, va a insistir en que las rela-
ciones de parentesco están determinadas por las constricciones de la pro-
ducción. La producción de los medios de subsistencia no puede ser con-
fundida con la producción de los hombres, o la reproducción. En la
consideración de la obra de Meillassoux vamos a tratar estos dos problemas
separados. En un primer momento trataremos de la producción y en un
segundo de la reproducción.
Meillassoux parte de una distinción establecida por Marx entre la tierra
como objeto de trabajo, cuando esta es explotada directamente sin haber
recibido una inversión previa de energía humana. Este tipo de economía
tiene lugar entre las sociedades de caza y recolección. Hay otro tipo de eco-
nomía que se basa en la utilización de la tierra como medio de trabajo. En
este caso la agricultura es una actividad que requiere una inversión cuyos
frutos no se recogen ni inmediata ni directamente.
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de tal manera que en un lugar, las zonas industriales, se lleva a cabo la pro-
ducción y en otro, en las zonas rurales, se lleva a cabo la reproducción de
la fuerza de trabajo. Estas zonas de origen de los trabajadores son designa-
das por Meillassoux como «zonas agrícolas de autosubsistencia» y afirma
de ellas que «representan la forma de organización social más extendida en
los países subdesarrollados, que se apoya menos sobre el control de los
medios materiales de producción que sobre los medios de reproducción
humana: la subsistencia y las mujeres. Su finalidad es la reproducción de la
vida como condición de la reproducción» (Meillassoux, 1972). Pero quizás
es más llamativo lo que dice:
«Paradójicamente, los explotadores capitalistas que son empíricamente
mejores practicantes del marxismo que los propios teóricos marxistas cono-
cen perfectamente esta situación contradictoria. Las comunidades agríco-
las de autosubsistencia, en razón de su coherencia y finalidad, son capaces
de llevar a cabo funciones que el capitalismo prefiere no asumir en los paí-
ses subdesarrollados: las funciones de seguridad social. El coste bajo de la
fuerza de trabajo en estos países viene no solamente de la explotación del
asalariado, sino también de la explotación del trabajo de sus parientes».
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Todo esto quiere decir que, tanto el modo de producción feudal como
el esclavista o capitalista no son modos completos en sí mismos, la repro-
ducción de la fuerza de trabajo se lleva a cabo total o parcialmente fuera
de ellos, en las unidades domésticas que no son subsumidas ni destruidas
por ellos, por lo tanto tienen una autonomía y en última instancia perte-
necen a un modo distinto de producción, el modo doméstico.
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Emmanuel Terray
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visión mucho más dinámica que la de Terray en esta obra, aunque sus pos-
turas se corrigen posteriormente.
Terray (1969 y 1995) publica dos obras etnográficas en donde se lleva a
cabo un análisis muy pormenorizado. Vamos a tratar de resumir sus pun-
tos de vista, teniendo en cuenta los datos etnográficos (vid. Terray, 1975).
El primer problema que Terray se plantea es el de si en estas sociedades de
linajes los grupos dentro de ellas pueden ser considerados clases sociales o
no. Si la noción de clase que se aplica es la de «clases en sí mismas» que
son grupos que están en una situación de desigualdad con respecto a los
medios de producción entonces parece claro que se trata de clases sociales.
Si la noción de clase que se aplica es la de «clase para sí mismas», es decir
clases conscientes de su condición entonces no parece que se trate de cla-
ses sociales. De todas maneras, aunque las clases sociales en estas socieda-
des se distinguen de las que se dan en la sociedad capitalista, es evidente
que se trata de clases sociales y por tanto el análisis marxista es aplicable a
este tipo de sociedades. Posteriormente en este artículo Terray va ofrecien-
do diversos textos de Marx y los va aplicando a los datos sobre los Abrón.
Aunque el texto tiene bastante interés, da un poco la impresión de que se
trata de una aplicación bastante mecánica de las ideas de Marx a la situa-
ción etnográfica concreta. Realmente, da la impresión de que las ideas de
Marx más que un instrumento heurístico se consideran como observacio-
nes que se aplican «a posteriori» a los datos etnográficos.
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CAPÍTULO 11
INTRODUCCIÓN A LA TRADICIÓN
ANTROPOLÓGICA FRANCESA
Robert Parkin (2005) afirma que en Francia parece darse una especie de
división del trabajo entre aquellos autores que han producido teorías antro-
pológicas importantes y otros autores que han llevado a cabo el trabajo de
campo. Esto parece tener su origen en el hecho de que los teóricos se han
considerado a sí mismos más bien como filósofos, literatos o escritores o in-
telectuales, mientras que los trabajadores de campo se han considerado a sí
mismos como científicos. Un ejemplo claro de esta división del trabajo esta-
ría en los dos Marcelos, Marcel Mauss y Marcel Griaule. Marcel Mauss tie-
ne una importancia en la antropología, pero su importancia es más bien te-
órica, como teorizador en base a los datos que otros autores proponían. Na-
die puede decir que haya llevado jamás ningún tipo de trabajo de campo. Es
más sin haber hecho nunca trabajo de campo, Marcel Mauss (1947) escribe
el texto de etnografía (y por lo tanto de introducción al trabajo de campo),
más usado de toda la tradición antropológica francesa. Es verdad que es un
texto basado en los apuntes que Denise Paulme tomó de las clases de «etno-
grafía descriptiva» que Marcel Mauss impartía en el famoso Institut d’Eth-
nologie que fue creado en 1925 por Mauss, Rivet y Levy Bruhl con la ayuda
de Baladier, a la sazón, ministro de las colonias. Este Instituto se presenta-
ba como una institución al servicio de las colonias, pero, dado que las auto-
ridades coloniales no se interesaban por ello, las misiones etnográficas eran
pagadas por el banquero A. Kahn y la Fundación Rockefeller. Lo que es cu-
rioso es que Mauss, que jamás había hecho trabajo de campo, tenía un se-
minario que se denominaba etnografía descriptiva dos veces por semana, que
después se edita como libro con un gran éxito. En contraposición a Mauss,
está Griaule que, mal o bien, lleva a cabo un trabajo de campo que tiene un
interés y que, sin embargo, no hace ninguna contribución teórica relevante.
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En esta carta, Durkheim usa palabras muy fuertes tales como «revela-
ción», «línea de demarcación», con lo cual parece referirse a una especie de
cambio de paradigma. El ensayo sobre las «formas primitivas de clasifica-
ción» hay que interpretarlo dentro de este contexto que va a dar lugar a la
obra famosa de Durkheim (1912). Lo que Durkheim pretende estudiar son
los hechos religiosos elementales en contraposición a los fenómenos com-
plejos que aparecen en sociedades modernas. Esta contraposición entre for-
mas elementales/formas complejas va a tener mucho éxito en Francia, baste
recordar Las Estructuras elementales del Parentesco de Levi-Strauss y, en el
fondo, es una forma de evolucionismo, aunque no se hable de ello. Para lle-
gar a estas formas elementales, Durkheim toma como base los escritos
antropológicos y lo que dicen de las sociedades más simples conocidas (hoy
nos aterroriza este lenguaje) y de sus formas religiosas, es decir, del tote-
mismo.
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supone que nos encontramos con un ser individualista asocial o frío y cal-
culador... Tal concepción... ignora ese sentimiento profundo que lleva a los
hombres a compartir, a dar. No tiene en cuenta nuestra propensión fuerte
a crear lazos sociales gracias al intercambio de regalos. Sin necesidad de
plantear el problema de si estos regalos son necesarios o útiles, dar por el
placer de dar constituye una de las características esenciales de la sociolo-
gía trobriandesa, cuya naturaleza universal y fundamental me permite afir-
mar que se trata de un trazo común a todas las sociedades primitivas».
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Si se pregunta por cual es este orden nuevo habría que responder que la
cultura. La prohibición del incesto consiste en limitar la vida sexual (no se
pueden tener relaciones con ciertos tipos de parientes) para alargar o
ampliar el conjunto de relaciones culturales, es decir negar la naturaleza
para instaurar la cultura. Hay que explicar todo lo que aquí se afirma por-
que en ello está la clave de las teorías de Levi Strauss.
Desde un punto de vista externo, se puede comprender cómo lo más
«natural» (en cuanto que en ello se afirman las relaciones «naturales») sería
que los hombres se casaran con sus madres o hermanas. La prohibición del
incesto impide o niega esto y, por ello, niega la naturaleza y en esta nega-
ción es donde aparece la cultura. Pero esto no es lo más importante. Levi
Strauss (1949: 60) afirma, en un lenguaje que pone los pelos de punta pero
que se tratará de explicar: «A partir del momento en el que yo me impido el
uso de una mujer que de este modo se hace disponible para otro hombre,
hay en algún lugar un hombre que renuncia a una mujer que se convierte,
por ello, en disponible para mí». Esto es lo que Levi Strauss denomina
«principio de reciprocidad» que significa exactamente que un individuo no
puede renunciar a casarse con su hermana o madre a no ser que sepa que
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en otro clan alguien hace lo mismo, lo cual garantiza que la mujer que deja
disponible será compensada por una mujer que viene de otro clan. Esto
indica algo muy importante que Levi Strauss (1949: 552) formula muy lapi-
dariamente en una famosa frase: «La prohibición del incesto no es tanto
una regla que impide casarse con su madre, su hermana o su hija, sino más
bien una regla que obliga a dar madre, hermana o hija a otro». Esto indica
que la ley básica de la prohibición del incesto, no es tanto una regla nega-
tiva, sino positiva que fuerza al don, al intercambio de mujeres. La prohi-
bición del incesto es según Levi Strauss (1956: 278) el origen de la sociedad
porque:
«… si la sociedad ha tenido un comienzo, este no ha podido consistir más
que en la prohibición del incesto, dado que esta prohibición es, de hecho,
una manera de remodelar las condiciones biológicas del apareamiento y de
la procreación (que no tienen ninguna regla como se puede ver en el reino
animal) obligándolas a perpetuarse únicamente en el marco artificial de
tabús y de obligaciones. Aquí es donde encontramos el paso de la naturale-
za a la cultura, de la vida animal a la vida humana y por ello estamos en
condiciones de comprender la esencia de su articulación. Como ha mostra-
do Tylor hace casi un siglo, la explicación última está en que la humanidad
ha comprendido muy pronto que para liberarse de una lucha salvaje por la
existencia se enfrentaba a la elección entre «marrying out or being killed
out» —casarse fuera o ser asesinado fuera—. La alternativa estaba entre las
familias biológicas que viven yuxtapuestas tratando de permanecer como
unidades cerradas que se perpetúan a sí mismas, sumergidas por sus temo-
res, sus odios y sus ignorancias, y el establecimiento sistemático, por medio
de la prohibición del incesto, de lazos de matrimonio y, de esta manera,
pudiendo construir, a partir de lazos artificiales de afinidad una verdadera
sociedad humana, a pesar y aún en contradicción con la influencia aislante
de la consanguineidad».
Este texto es muy importante porque establece una teoría clara acerca
del paso de naturaleza a cultura. La naturaleza no tiene ninguna regla con
respecto a los fenómenos del apareamiento y la procreación y esto se com-
prueba en el reino animal. Se trata de una afirmación que va en contra de
lo que sabemos del comportamiento de los primates, pero sigamos con el
raciocinio de Levi Strauss. Según él, lo que antiguamente se llamaba el
estado de naturaleza es una especie de «guerra hobbesiana de todos contra
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todos» que aquí se presente en el dilema de Tylor de casarse fuera o ser ase-
sinado fuera. El origen de esta situación está en que la familia biológica,
basada en la consanguineidad, tiende a ser una unidad cerrada y aislada.
Dentro de una situación como esta, la prohibición del incesto impide el
casamiento entre hombres y mujeres que tienen relaciones de consangui-
neidad y por lo mismo trae consigo que los hombres tienen que casarse
fuera, establecer relaciones artificiales de afinidad en donde las mujeres se
intercambian entre los hombres, y, en ello, se crea una verdadera sociedad
humana. Lo que en la teoría hobbesiana conseguía el estado, que sobrepa-
saba y suprimía la guerra de todos contra todos y con ello superaba la vida
aislada de los hombres en estado de naturaleza que, como Hobbes decía, es
«nasty, brutish and short», aquí lo consigue la prohibición del incesto que
fuerza a establecer relaciones de afinidad. La humanidad, para liberarse de
esta situación, crea la prohibición del incesto que en conjunto es una regla,
no negativa sino positiva, que impone que las familias se alíen entre ellas
intercambiando el regalo supremo, las mujeres. Dado que esta regla sirve
para todos, este intercambio toma la forma de dones recíprocos entre los
grupos o familias que se alían. Aquí se encuentra gran parte de la teoría de
Levi Strauss sobre el origen de la sociedad que no cabe duda que es suges-
tiva, aunque no se puede admitir sin más, porque se impone una crítica en
algunos aspectos importantes.
En primer lugar Levi Strauss (1949: 134-135) hace una afirmación que
no parece poder sostenerse:
«La relación global de intercambio que constituye al matrimonio no se
establece entre un hombre y una mujer... se establece entre dos grupos de
hombres y la mujer figura como uno de los objetos de intercambio y no
como uno de los socios entre los que este tiene lugar... El lazo de reciproci-
dad que funda el matrimonio no se establece entre los hombres y mujeres
sino entre hombres a través de mujeres que son únicamente su ocasión
principal... Olvidarlo sería despreciar el hecho fundamental de que son los
hombres los que intercambian las mujeres, no lo contrario. Este punto de
vista debe ser mantenido en todo su rigor aún cuando hablemos de nuestra
sociedad en la que el matrimonio toma la apariencia de un contrato entre
personas».
No se entiende muy bien por qué se insiste en que «son siempre los
hombres los que intercambian mujeres» cuando esto es falso. M. Godelier
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(2004: 439) critica esto con toda la razón, cuando dice que se sabe que el
intercambio puede tomar tres formas: una consiste en que los hombres
intercambien entre sí las mujeres. Otra consiste en que las mujeres inter-
cambian los hombres, las hermanas a sus hermanos (es el caso de los
Rhades de Vietnam y de los Nagous de Bougainville). Hay un tercer caso,
presente en la mayoría de las sociedades europeas y euroamericanas, en
donde las familias se unen y una da un hijo y la otra una hija, y en este caso
no se trata de que un sexo intercambia a otro. De estas tres posibilidades no
se comprende por qué Levi Strauss da importancia a una sola de ellas como
si fuera universal. Al afirmar esto, se está suponiendo que «lo que caracte-
riza la sociedad humana fuera una relación esencialmente asimétrica entre
los sexos. Y «asimetría significa dominación de un sexo por otro, control de
un sexo por otro, de tal manera que no es posible la reciprocidad entre los
sexos» (Godelier, 2004: 439). En última instancia, lo que es criticable abso-
lutamente es que la subordinación social de las mujeres se base en las
estructuras inconscientes del pensamiento simbólico, en último análisis en
las estructuras del cerebro, y que el dominio masculino sea la condición
previa y universal de la existencia de las relaciones de parentesco. No se
sabe qué es más criticable si la afirmación de que el dominio masculino es
la condición previa de las relaciones de parentesco, o la alusión a las estruc-
turas inconscientes del pensamiento simbólico que suenan a una «inven-
ción» instantánea sin ningún apoyo científico.
La segunda observación se refiere a la idea de que la comunicación e
intercambio sean la esencia de la vida social. Parece evidente que, aún
desde un punto estrictamente económico en donde esto parecería obvio, no
lo es tanto. Además de los fenómenos de circulación están otros tales como
la producción y por supuesto el consumo. Lo que se consume deja de cir-
cular. Desde el punto de vista de las organizaciones del parentesco reducir
esto a la circulación de mujeres entre hombres o de hombres entre mujeres
es un absurdo. Hay que preguntar por la producción de seres humanos y su
reproducción que no se pueden reducir al intercambio.
El pensamiento salvaje
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Con ello se quiere decir que, para ellos, la clasificación tiene un valor en
sí misma, responde a exigencias intelectuales, las de ordenar el universo en
vez de satisfacer únicamente las necesidades.
Dentro de esta problemática, se presenta el problema de totemismo.
Explicado de una manera simple, el totemismo designa una institución defi-
nida por tres elementos: una organización en clanes en la que cada uno lleva
el nombre de una especie animal o vegetal (tortuga, tapir, olmo etc.); la
creencia de que el clan desciende de un antepasado común representado por
el animal-tótem; prácticas relativas al tótem que pueden ser positivas, como
por ejemplo la celebración individual o en común del tótem, o negativas
como la prohibición de comer un animal tótem o casarse con una mujer que
pertenece al grupo del tótem. El totemismo se presenta como la identifica-
ción a un animal-tótem, de donde se deducen una serie de reglas y prácticas.
Por esta razón, el totemismo se considera como una institución primitiva
que muestra la unión primordial entre el hombre y la naturaleza, que se ha
perdido en la modernidad. Esto es lo que Levi Strauss designa con el térmi-
no de «ilusión totémica». Según él, el totemismo es realmente un paso de la
naturaleza a la cultura (como era la prohibición del incesto) porque es la
categorización de la naturaleza en términos culturales, es decir el mundo de
los animales o las plantas en términos de grupos sociales (clanes etc.). Entre
la naturaleza y la cultura, introduce Levi Strauss el espíritu humano que
establece los sistemas de clasificación en la naturaleza para satisfacer las
necesidades de la cultura. Esto puede ser interpretado de una manera bas-
tante simple, diciendo que lo que el totemismo trata de establecer es una
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Si esto es así, no se trata de explicar por qué el clan del Tapir se parece
al Tapir ni por qué el clan de la Serpiente se parece a la Serpiente, sino, más
bien, en qué las diferencias entre el Tapir y la Serpiente se parecen a las
diferencias entre el clan del Tapir y el clan de la Serpiente (p. ej. ¿por qué
el tapir es menos rápido y menos resistente que la serpiente?). Lo que está
presentando aquí Levi Strauss es algo, ya planteado por Boas hacía tiempo,
la homología entre dos tipos de diferencias entre una serie natural, las espe-
cies animales o vegetales, y una serie cultural, los segmentos sociales.
Esta solución del problema del totemismo es perfectamente comparable
al análisis lingüístico de los signos planteado por Saussure. Las palabras
parecen arbitrarias cuando se pregunta uno a qué se asemeja la palabra, es
decir cuando se busca su significación fuera del lenguaje. La significación
se esclarece cuando se observa, no la relación de la palabra a la cosa (o del
significante al significado), sino las relaciones entre los significantes entre
ellos y de los significados entre ellos y, entre estos dos, el lenguaje estable-
ce homologías de series. Aparece aquí en plena claridad lo que representa
el estructuralismo en su sentido estricto. En él, se trata de llegar a la apli-
cación de los métodos de la lingüística, aunque sea analógicamente, a los
otros aspectos de la cultura. Pero Levi Strauss es un antropólogo de prime-
ra magnitud, y como tal, tiene que estar atento a los datos empíricos, por
ello afirma que «el principio de una clasificación no se postula jamás, úni-
camente la investigación etnográfica, es decir la experiencia, puede descu-
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ANTROPOLOGÍA MARXISTA
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mo. Esto tiene que ver, como siempre en antropología, con la autoridad y
poder de una persona, Levi Strauss.
Como decíamos que Godelier está un poco aparte del resto, se empeza-
rá por explicar brevemente sus puntos de vista. Empieza a interesarse por
la antropología en 1964 después de haberse dedicado a la filosofía y la eco-
nomía. Enseguida se convierte en asistente de Levi Strauss y su influjo, ya
sea por aceptación o rechazo, va a marcar su obra. Los primeros trabajos
tienen un carácter más bien teórico y son reinterpretaciones de los datos de
terreno ofrecidos por otros autores. El contraste con un antropólogo como
Claude Meillassoux es claro. En el año 1964 publica su Monografía después
del trabajo de campo sobre los Gouro.
El primer presupuesto para la aparición de una antropología marxista
en Francia es el abandono de la idea de los cinco estadios evolutivos por los
que, según los teóricos soviéticos, la sociedad humana había pasado. Para
ello, se retoma el concepto del modo Asiático de Producción. El revivir esto
implicaba que no hay una evolución unilineal y además que todo eso de los
estadios se pone en entredicho. El primero que plantea este problema fue I.
Suret-Canale (1964) que afirma que los estados africanos, que habían sido
estudiados por los antropólogos franceses, eran una variante del «modo
asiático de producción» en cuanto que estaba basado en la explotación de
comunidades enteras indivisas, que mantenían su organización comunal
interna. Suret-Canale y otros empezaron a hablar de «Modo Africano de
Producción» en contradicción con los estadios propuestos por Engels.
Godelier toma muchos elementos de lo que decía Suret-Canale y afirma que
una visión unilineal de la historia era inconcebible. Por otra parte insiste en
el valor constante de la noción de «modo asiático de producción».
Estas ideas son tomadas por Terray (1969, trad. Castellana en Losada,
Buenos Aires, 1971) que afirma que la secuencia evolutiva ofrecida por
Morgan y retomada en la antropología oficial marxista hay que enviarla al
museo. Él afirma algo que tiene mucha importancia. La teoría de los esta-
dios prejuzga el conocimiento de las diferentes sociedades, nos lleva a for-
zar las diversas instancias concretas en una categoría u otra y utilizar unos
rótulos que ocultan muchos fenómenos.
«Desde mi punto de vista, la definición de modo de producción como un
sistema de clasificación, desde el punto de vista de la investigación, es inne-
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Hay aquí una observación central en cuanto que tanto Terray como Rey
y Meillassoux (Godelier lo hará después) están llevando a cabo trabajo de
campo empírico. Lo cual va a ser una constante de su trabajo antropológico.
Para tratar de aclarar el concepto de «modo de producción» estos auto-
res estudian la obra del filósofo francés Louis Althusser. Aunque no pode-
mos más que ofrecer una visión muy simple, se puede decir que, según Al-
thusser, el modo capitalista de producción es la relación que Marx muestra
como existente entre, las relaciones de clase, la manera de explotar la natu-
raleza, la tecnología, el sistema político y los sistemas conceptuales. Pero el
sistema es un poco más complejo. Para Althusser, un modo de producción
es una estructura hecha de diversas estructuras interrelacionadas. Todas
estas diversas estructuras interrelacionadas están subordinadas a un ele-
mento clave, que es la estructura de las relaciones de producción, en el ca-
so del capitalismo, esto es la relación de los capitalistas a los trabajadores.
Un modo de producción es, por lo tanto, un sistema de estructuras articu-
ladas internamente que están interrelacionadas pero que no todas tienen la
misma importancia. Al hablar de articulación habla de un tipo de conexión
en donde lo que se junta no forma un todo. Los elementos articulados per-
manecen sin cambiarse, por ello estos elementos llevan a contradicciones.
Esta articulación entre los diversos sistemas y la contradicción a la que
llevan es el carácter fundamental del análisis de Marx sobre los modos de
producción. Los autores, a los que nos hemos referido, aplicarán esto al
desarrollo histórico, y, por ello, se empezará a pensar que cada formación
social no se puede entender como un único modo de producción, sino como
una articulación de varios. Por ejemplo, en una situación, el sistema capi-
talista puede coexistir con un sistema feudal y, aunque las relaciones entre
los dos no sean de igualdad porque un sistema (el capitalista) sea domi-
nante, esto no quiere decir que el dominado no tenga su lógica, y en ciertos
momentos su autonomía e independencia. Esto es muy importante, en
cuanto que no considera la evolución de los modos de producción como un
proceso de sucesión de los más recientes que destruyen los anteriores. Los
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CAPÍTULO 12
INTRODUCCIÓN A LA TRADICIÓN
ANTROPOLÓGICA NORTEAMERICANA
No hay que decir que se está en total desacuerdo con este punto de vista.
Los orígenes de la antropología norteamericana habría que colocarlos
en las sociedades de estudios que empiezan a proliferar desde 1770. En
1774 se crea la American Philosophical Society y en 1780 se funda en
Boston la American Academy of Arts and Sciences. En este entorno, apare-
cen funcionarios del gobierno y misioneros que quieren estudiar los
«Indios», además de esto, son muy importantes los llamados «Gentlemen
Scholars,» personas que no vivían de la investigación antropológica y que
llevaron a cabo un trabajo muy meritorio. La institucionalización de la
antropología por parte de Boas implica a veces poco más que vivir de la
antropología, y esto no es ningún criterio de validez científica. Thomas
Jefferson estudia a los Indios y Albert Gallatin lleva a cabo una Synopsis of
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North American Indian Languages que tiene mucho valor y que no será
superada hasta la clasificación llevada a cabo por Powell en 1891. En 1812
se crea la primera sociedad antropológica de Norteamérica la American
Ethnological Society. En 1842 Gallatin y otros refundan la American
Ethnological Society. Su sede es Nueva York y la de la Antiquarian Society
es Worcester, Massachussetts. En 1879 se funda la Anthropological Society
de Washington. El objeto de la sociedad era favorecer el estudio de la his-
toria natural del hombre especialmente con respecto a América e incluía
Arqueología, Somatología Etnología y Filología (encontramos aquí las cua-
tro famosas ramas). En esta sociedad habló Tylor el 11 de octubre de 1884,
y en febrero de 1887 Alfred Russel Wallace presentó una ponencia.
En febrero de 1893, Frank Hamilton Cushing se dirigió a la Sociedad
con una ponencia sobre «La Organización Mito-Sociológica de las
Sociedades de Culto Zuni». En ella contó su iniciación en el Sacerdocio del
Arco. Entre 1870 y 1890, John Wesley Powell, que había llevado a cabo
investigaciones sobre los indios a partir de 1869, madura la idea de hacer
un «Federal Ethnological Bureau» que posteriormente se va a convertir en
el «Bureau of Ethnology». Esta institución es la que envía a Frank Hamilton
Cushing, junto con otros, a comenzar un estudio de las aldeas Pueblo y sus
ruinas y a hacer colecciones para el Museo Nacional de los Estados Unidos.
También hay que tener en cuenta que uno de los grandes apoyos del Bureau
of Ethnology era Lewis Henry Morgan que fue la persona clave en el des-
arrollo de la antropología americana desde 1860 hasta 1881. Estas son las
dos personas con las que queremos empezar nuestra narrativa.
Frank Hamilton Cushing (1857-1900) es sin duda el primer antropó-
logo profesional que va al campo y funciona como observador participan-
te. En el verano cuando estaba trabajando en la «Smithsonian Institution»
le fue ofrecido ir a Nuevo México a estudiar los indios pueblo. En un prin-
cipio pensaba no ir más de tres meses, pero los tres meses se convirtieron
en cuatro años y medio que estuvo viviendo en Zuni, en la frontera entre
New México y Arizona. Al principio y durante el primer año, tuvo muchas
dificultades, pero, a partir del segundo año, empezó a conocer el idioma. El
gobernador lo empezó a proteger y lo fue conviertiendo en un auténtico
Zuni. Poco a poco, fue entrando dentro del consejo secreto, y entra en la
Orden de los «Sacerdotes del Arco». Posteriormente, se convierte en jefe de
guerra Zuni y puede participar en las ceremonias. En 1882 hace una visita
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otras obras, escritas por él, que describen mejor los Zunis. Entre ellas hay
que subrayar las escritas entre 1880 y 1901.
Cushing y todos los etnógrafos que lo siguen, entre los que se pueden
citar antropólogas tan famosas como Elsie Clews Parsons, Ruth Bunzel y
Ruth Benedict, tratan de comprender y describir las cosmologías mitos y
rituales que articulan y dan sentido al mundo de los Zuni. Pensamos que la
mejor descripción de todas ellas es con mucho la de Cushing, aunque
durante mucho tiempo no fue tenida en cuenta. Esto se debe a tres moti-
vos: En primer lugar, está el desprecio que el «guru» de la antropología
americana tenía por él. Robert Lowie (1956) relata una anécdota de un
seminario impartido por Boas en el cual aparece «el nombre de Cushing y
Boas dice: él era un hombre extremadamente hábil, después Boas se paró
un momento y dijo: me temo que su trabajo hay que volver a hacerlo de
nuevo.» Otra crítica fundamental es que Cushing nunca produjo una etno-
grafía completa de los Zuni. Es una ironía de la vida que todo el mundo
haga la misma crítica de la obra de Boas. Por último, también se critica que
no haya dicho todo lo que sabía. La razón es muy sencilla, Cushing reco-
noce que frecuentemente él se mete y observa, de una manera subrepticia,
fenómenos que a los Zunis no le parecía que debían ser observados, y por
ello no lo cuenta.
De todas maneras, las cosmologías que Cushing describe son muy com-
plejas y sutiles. Después de una centuria de estudio, los antropólogos han
comprendido que hay semejanzas entre las cosmologías Navajo y Pueblo y
que estas semejanzas se encuentran en muchas culturas hasta el corazón de
Mesoamérica. Las semejanzas se basan en un proceso de emergencia en el
cual los seres protohumanos se mueven a través de mundos subterráneos,
de diferentes colores, hasta que llegan al último mundo, el presente, que es
considerado el cuarto mundo. El lugar de la emergencia se identifica en
cada cosmología en un punto geográfico de la sociedad en cuestión. El
mundo tiene siete direcciones: los puntos cardinales, el zenit, el nadir y el
centro. A cada uno de estos «orientes» le corresponde un color y un clan
diferente así como una montaña sagrada, un animal guardián y un espíritu
sobrenatural. Cushing pensaba que esta segmentación o división en siete se
va repitiendo en todas partes. El mundo tiene siete direcciones, hay siete
sacerdocios que corresponden a cada una de las direcciones. «Cuando lle-
gan los españoles, los Zunis viven en las «Siete ciudades de Cibola». Cuando
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como de una se pasa a la otra. Se podían multiplicar los ejemplos para pro-
bar como Morgan era un evolucionista. Lo extraño es que, a pesar de que
todos sabemos que Morgan es un evolucionista una persona como Radcliffe
Brown, que lo conocía muy bien, lo niegue.
De todas maneras, Morgan es un evolucionista muy cuidadoso y es ver-
dad que dudaba sobre la hipótesis de la evolución humana hasta que encon-
tró a Darwin en un viaje a Europa. Después de este encuentro, «él estaba
forzado a admitir la conclusión de que el hombre comenzó en la parte más
baja de la escala y se aupó hasta el estado presente, y que la lucha por la
existencia estaba incluida en esto» (lo mismo que Darwin Morgan entendió
que el término connota un proceso de adaptación activa más que la agresi-
vidad subrayada en el Darwinismo social), (Leacock, 1975: 10). Al principio
de Ancient Society, Morgan dice que «como es innegable, porciones de la
familia humana han existido en el estado de salvajismo, otras porciones en
estado de barbarie y otras porciones en estado de civilización, y parece
igualmente claro que estas tres condiciones distintas están conectadas las
unas con las otras en una secuencia de progreso que es a la vez natural y
necesaria». Como se ve, aparece aquí con toda claridad la evolución. Pero
hay que tener en cuenta que, en la época en que Morgan había visitado a
Darwin, en una carta a Joseph Henry de la Smithsonian Institution, dice
que «las épocas reales del progreso (salvajismo, barbarie y civilización)
están conectadas con las artes de subsistencia, lo cual incluye la idea
Darwiniana de la lucha por la subsistencia» (Resek, 1960: 136-137). Aquí se
encuentra uno de los programas fundamentales de Morgan. De hecho él
reconocía que su esquema era «conveniente y útil» pero «provisional». Él
decía que hubiera querido basar sus distinciones o divisiones en la historia
humana «en las sucesivas artes de subsistencia» que como explica en el
capítulo primero de Ancient Society son: 1,) la subsistencia basada en plan-
tas y raices; 2,) el añadido del pescado y el uso del fuego con el paulatino
añadido de la carne especialmente después de la invención del arco y la fle-
cha; 3,) la dependencia de cereales y plantas; 4,) la dependencia de la carne
y leche de los animales; 5,) «la subsistencia ilimitada» con la mejora de las
técnicas agrícolas. Pero no era capaz de relacionar cada nueva técnica de
subsistencia con un estadio. Es muy importante comprender que Morgan
evitó siempre un error bastante común, que consistió en tomar elementos
culturales fuera de su contexto para probar una teoría. Más bien, él trató de
basar su exposición en el análisis detallado de culturas totales: australianos,
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dio gentilicio comunal». El aspecto que interesaba a Marx y Engels era pre-
cisamente su carácter comunal, la manera según la cual estaba indiferen-
ciado internamente, y la manera de mantener la propiedad así como la
gente y los niños en común. Al subrayar esto, Marx y Engels se basan en la
descripción que Morgan ofrece de los grupos de descendencia matrilineal
de los Iroqueses.
Lo que Morgan decía ha sido defendido posteriormente por el autor que
más estudió esto, Meyer Fortes (1953) que ha subrayado la unidad extraor-
dinaria de algunos grupos de descendencia y su control comunal de la pro-
piedad como el elemento clave de la organización social de las gentes entre
las que esto tiene lugar. Cuando «tenemos en cuenta la discusión de este
aspecto de la gens tenemos que admitir que él anticipa de un modo brillante
puntos de vista modernos». Morgan, Marx y Engels estaban en lo cierto
cuando subrayaban el aspecto corporativo y no individualístico de la
«gens». Esta era la evidencia que Marx y Engels buscaban para demostrar
que la sociedad no había estado basada siempre en la propiedad privada en
manos de familias nucleares aisladas. Incluso, la correlación que Morgan y
Engels establecen entre la agricultura muy simple y el pastoreo y la consti-
tución de la «gens», es un ejemplo de una propuesta que se mantiene como
válida hoy día. El propio Fortes, Darryll Forde (1948) y Marshall Sahlins
(1961) apoyan este punto de vista.
Tanto los estudios sobre la «gens» como los análisis de Morgan sobre la
Confederación son interpretados por Marx y Engels como algo básico para
su teoría sobre el origen del estado. El paso siguiente al «gentilicio», en el
esquema de Morgan y Engels, es el de la «confederación» de diversas tribus
que era un fenómeno presente entre los Iroqueses que Morgan conocía tan
bien. A partir del análisis de la confederación de las tribus, se va descu-
briendo la aparición de las clases, y, posteriormente, el Estado se concibe
como un instrumento por el cual las clases dominantes mantienen su posi-
ción. Es posible discutir este punto de vista aunque hay muchos elementos
que lo apoyan, pero lo que no es posible mantener hoy día es la postsura de
Lowie que en su libro sobre el Origen del Estado dice que el estado es un
universal cultural que está presente, aunque sea en forma rudimentaria en
todas las sociedades. Esto no es admitido por nadie a no ser que «el princi-
pio de la unidad psíquica» de la especie humana implique la presencia del
Estado desde el principio como dice, de un modo pintoresco, Lowie. Hoy
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Irvin Hallowell (1943: 134) llama «una institución humana que está pre-
sente en todas partes» (¿Es verdad que está presente en todas partes?).
Partiendo de todo lo que hasta ahora hemos dicho, es posible plantear
el problema de dos «líneas de descendencia» en la Antropología clásica
(Fortes, 1969: 13-14). Una que va a través de Radcliffe Brown, Lowie y
Rivers a Morgan y Maine y la otra que va a través de Kroeber, Malinowski
y Frazer a Tylor y Boas. Estos últimos autores no tienen ninguna idea del
sistema social, o de una sociedad como un sistema de instituciones inter-
conectadas que regulan las relaciones sociales e incorporan normas de
derechos y obligaciones. En una palabra estos últimos autores no toman
como hilo conductor de sus análisis antropológicos la idea de estructura
social, sino la idea de cultura. Los primeros basan su antropología en la
noción de estructura social. Es curioso que si se observan las secuencias
encontramos, en las dos series, antropólogos norteamericanos e ingleses y
por ello no parece tan fácil distinguir las dos tradiciones. También es posi-
ble explicar, en base a esto, porqué Morgan que, desde este punto de vista,
puede ser considerado un «outsider» en América, tuvo menos éxito en un
principio aquí que en el Reino Unido.
Por último, hay que describir aunque sea brevemente el trabajo de
Morgan como investigador de campo.
En un trabajo reciente, Elisabeth Toozer (1992: 2) dice que «la obra de
Morgan es toda de una pieza y lo que él intenta en Systems era algo que
nadie había hecho antes que él: un estudio comparativo a nivel mundial
basado en un trabajo de campo original, el que él lleva a cabo y el llevado a
cabo bajo su supervisión, sobre un problema sugerido por el propio traba-
jo de campo». Sus contemporáneos en el Reino Unido no tenían esta expe-
riencia de campo. Sin embargo, conviene prescindir de la mitología que
rodea el trabajo de campo de Morgan. En primer lugar es falso que, como
afirma Kuper (1985: 5), la ciudad de Aurora en el estado de N. York donde
él nació fuese una especie de lugar salvaje rodeado de Indios con los que él
pasó parte de su vida.
Cuando Morgan nació, los indios Cayugas, que vivían allí, hacía tiempo
que se habían marchado. Quizás el primer contacto con los Iroqueses era
puramente virtual porque cuando empezó a practicar la abogacía en
Rochester empezó a pertenecer a una «Orden fraternal» secreta que se lla-
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Hay muchos textos en los que él dice que su punto de vista con respec-
to a la antropología es el de la psicología social. Cuando se busca una expli-
cación a esto no se encuentra nada. América produjo algunos psicólogos
interaccionistas de primera categoría como Charles Cooley o George H.
Mead, pero Boas nunca se refiere a una concepción de la interacción huma-
na como algo mediado por símbolos e internalizada en la forma de indivi-
duo. Más bien a lo que se refiere Boas es a una especie de «pop-psicología»
en la que se insiste mucho en el individuo como sujeto activo de la cultura.
Comentando el libro de Boas, Anthropology and Modern Life (1932) dice
Murray Wax (1956: 5):
«La libertad del individuo es el tema presente a lo largo del libro, y colo-
ca el liberalismo de Boas en la tradición de John Stuart Mill. Desde esta
perspectiva se pueden apreciar mejor los ataques en el libro, y en otros
sitios, a ciertas formas de generalizaciones antropológicas. Las teorías
racistas, las teorías evolutivas, los determinismos geográficos, económicos
o culturales, todos ellos minimizan la importancia, el poder y el valor del
individuo. En oposición a ello, Boas pensaba que el individuo era el actor
en la aventura de la humanidad y que, de acuerdo con ello, cada individuo
ha de ser juzgado por sus acciones, no por su pertenencia involuntaria a
algún grupo o su colocación en alguna situación física o histórica». Como
se puede observar, se da una concordancia importante entre los puntos de
vista científicos y políticos de Franz Boas.
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LOS POSTBOASIANOS
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Eggan y Sol Tax. El influjo intelectual de Radcliffe Brown sobre Linton fue
enorme y se manifiesta especialmente en el libro The Study of Man, An
Introduction (1936). Se trata de un libro escrito básicamente dentro de la
tradición funcionalista británica. Circula una tradición que yo he podido
recoger de la boca de Marvin Harris, y de un miembro del Departamento de
Antropología de Chicago que no voy a citar porque está vivo, y que Fredrick
Barth cita en 2005. Según ella, Radcliffe Brown enseñaba una especie de
Introducción a la Antropología y su Historia en la Universidad de Chicago,
y Sol Tax se encargaba de pasarle los apuntes a Linton que estaba traba-
jando en el Field Museum, y estos apuntes constituyen la base del libro de
Linton. Sea lo que sea, The Study of Man tiene un éxito importante y esta
parece la razón por la cual en 1936 (el año en que se retira Boas) le es ofre-
cido un puesto en Columbia University. Boas estaba en la cúspide de su
poder. Había hecho de Columbia el centro de la antropología americana y
sus discípulos (Kroeber, Lowie, Radin y Sapir) eran los líderes, incluso aca-
démicos de la antropología americana. Boas escogía el Presidente de la
«American Anthropological Society» y algo parecido ocurría con la
«American Anthropological Association». Controlaba con mano de hierro el
Departamento de Antropología de Columbia, que él veía algo así como una
única cátedra en la cual el único profesor era él. Cuando Linton fue a visi-
tar a Boas, que era emérito, la primera cosa que le dice: «Por supuesto Vd.
sabe que esto no es lo que yo quería». Boas como profesor emérito ocupa
ba dos oficinas, una para él y otra para su secretaria y asistentes, la entra-
da a esta segunda estaba bloqueada con cajas de libros, y la secretaria y
asistentes tenían que entrar a su despacho a través de la oficina de Linton.
Boas ejercía el poder de modo despiadado no solo con respecto a sus ene-
migos sino también con respecto a sus amigos. Las iras de Boas crecieron
cuando descubrió que Linton tenía estudiantes que empezaron a trabajar
con él tales como Alexander Lesser, Gene Weltfish o el propio Charles
Wagley que sería posteriormente maestro de Marvin Harris.
Dentro de los boasianos, vamos a fijarnos, aunque sea brevemente, en
Kroeber y Sapir y, para plantear un punto de vista muy polémico, pero que
tiene unas ciertas repercusiones en la metodología de la historia de la
antropología, se analizará la obra de Ruth Benedict y Margaret Mead. Al
final se tratará de Julian Steward y Leslie White. Ninguno se educó direc-
tamente con Franz Boas, por ello son postboasianos en el sentido estricto
del término. Julian Steward se formó en Berkeley con Kroeber y Lowie y
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tura su coherencia o plan, e impiden que sea una pura acumulación de ele-
mentos aleatorios» (Kroeber, 1948). Si se exceptúa la insistencia en el sis-
tema que no aparece tan claramente en Boas, lo demás es continuación de
ideas que ya estaban presentes en su maestro. De alguna manera Kroeber
es más boasiano que el propio Boas, en cuanto que las explicaciones de la
cultura se buscan dentro de la cultura misma con la exclusión de los facto-
res externos. La explicación de los fenómenos culturales hay que buscarla
en otros fenómenos culturales o incluso a veces en los mismos fenómenos
culturales. Por ello, su tipología de las áreas culturales reconocía los facto-
res ambientales como datos brutos y pasivos pero nunca plantea el proble-
ma del entorno como causa.
Julian Steward (1973: 53-54) explica esto muy bien cuando dice que
«... el interés de Kroeber por el entorno no estaba dirigido hacia los modos
según los que la cultura, especialmente la organización de la gente para las
actividades de subsistencia, estaba influida por el uso de tecnologías de
explotación en determinados entornos. Me parece que Kroeber en un prin-
cipio estaba interesado en las áreas culturales que, lo mismo que otros
investigadores, especialmente Clark Wissler en su libro Man and Culture, se
definían relativísticamente en términos de sus características distintivas o
diferencias y tenían lugar en diversos contextos ambientales. No tengo con-
ciencia de que el concepto de adaptación de las culturas, especialmente de
la naturaleza de los grupos sociales, al entorno haya sido tenido en cuenta.
De hecho, esto tendría sabor a reduccionismo, a lo cual Kroeber, defen-
diendo firmemente la idea de que las culturas deben ser consideradas en el
plano de lo superorgánico, siempre se opuso».
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empezó otra investigación sobre Puerto Rico y el trabajo de campo fue lle-
vado a cabo por cinco estudiantes graduados: Robert Manners, Sydney
Mintz, Elena Padilla, Raymond Scheele y Eric Wolf.
Hacía los años cincuenta se ofrece en Antropología una alternativa a las
posturas posibilistas. Esta alternativa la va a ofrecer especialmente Steward.
Se han dado muchas lecturas de su obra y hoy día se ha presentado una de
su discípulo y colaborador, R. Murphy, que parece oponerse a la que vamos
a ofrecer. Según Murphy hay que distinguir la «ecología cultural» de Steward
de lo que él llama la «nueva ecología» de Vayda y otros. En esto no creo que
haya ninguna dificultad. Sin embargo, este interés por la distinción entre Ste-
ward y antropólogos ecólogos posteriores le lleva a hacer afirmaciones bas-
tante arriesgadas. Por ejemplo, Murphy afirma que la «ecología cultural no
es una especie de determinismo ambiental y ni siquiera está interesada en
una manera básica en el entorno». En esto creemos que no se puede estar de
acuerdo. Quizá el mayor acierto de Steward fuera lo que Geertz llamaba la
«desagregación de las variables globales». Ya veíamos cómo para Kroeber la
cultura se consideraba como un todo, y el entorno también.
Steward trata de aislar dentro de la cultura algunos aspectos en los que
aparece más claramente una relación de carácter funcional con el entorno,
es decir, aquellos aspectos en los que la interdependencia entre cultura y
entorno es más obvia y más importante. Por otra parte, trata de distinguir
en el entorno aquellas variables que pueden tener una importancia para la
adaptación humana. Estas preocupaciones dieron lugar a la distinción den-
tro de la cultura de lo que él llamaba el «Culture Core». Este era definido
por Steward como «la constelación de aspectos que están más íntimamen-
te relacionados con las actividades de subsistencia y las ordenaciones eco-
nómicas». Además del «core» hay otros rasgos culturales, que él llama
secundarios, y que están determinados por factores puramente culturales e
históricos. Dentro del «core», había que incluir fundamentalmente las acti-
vidades de subsistencia y las ordenaciones económicas. Además de éstas,
habría que introducir otros rasgos sociales políticos o religiosos que empí-
ricamente se puede demostar que están relacionados con los anterioes. Lo
más importante para Steward, sería el estudio de este «culture core» en
cuanto que, en éste, hay que incluir «todos aquellos aspectos que se refie-
ren a la utilización del entorno de la manera prescrita por la cultura».
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Leslie White
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defendían el canibalismo azteca y los que decían que era una invención, y
los que decían que la interpretación de Marvin Harris del tabú de comer la
vaca en la India, era falsa. La reacción de Morton Fried era muy interesan-
te y al final de la discusión, agitadísima por cierto, dijo que en la discusión
se había olvidado lo más fundamental que era que, tanto en el canibalismo
azteca como en el tabu de no comer la vaca en la India, había un compo-
nente de clase importante. Entre los Aztecas, las clases dominantes nunca
comían carne humana, tenían otras fuentes de proteínas. Eran los más
pobres los que la comían. Lo mismo ocurría con la vaca en la India, las cas-
tas superiores no la comían nunca, sino que eran los intocables, grupos más
marginales y periféricos, los que se alimentaban con la vaca cuando esta
muere.
En el Departamento de Columbia algunos de estos, entonces considera-
dos «jóvenes lobos», se convirtieron en directores del Departamento de
Antropología. El primero fue Marvin Harris que fue director entre 1963 y
1966, posteriormente fue Morton Fried, y detrás otro de los discípulos bási-
cos de Steward, Robert Murphy entre 1969 y 1972. Es evidente que había
gente que pensaba esto como una traición al espíritu de papá Franz (Boas).
Dentro de los antropólogos más o menos afiliados con Columbia vamos
a fijarnos en dos, Eleanor Leacock y Marvin Harris.
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Marvin Harris
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En 1966 Marvin Harris, sin haber estado nunca en la India, publicó un cé-
lebre artículo en el que critica convincentemente estos «a prioris». En 1970
había publicado lo mismo en forma más breve, y en uno de sus últimos libros,
amplía algunos de los aspectos. Las posiciones de Harris fueron criticadas,
con poca fortuna en mi opinión por A. Heston (1971), y confirmadas por S.
Odendhall, veterinario de la Universidad de Penssylvania, en 1972.
El tabú de matar y comer las vacas deriva su fuerza del «ahimsa», la
doctrina hindú acerca de la santidad de la vida. Pero esta cuestión tiene
menos importancia que otra que parece más sencilla: Gran parte del pro-
blema sobre este tabú se resuelve, si se resuelve la cuestión acerca de la
vaca como competidor de los hombres o como algo que está en relación
simbiótica con ellos. Esta pregunta hay que resolverla desde un punto de
vista ecológico y objetivo, y esto permitirá hacer algunas inferencias impor-
tantes sobre la ideología. Si la relación es simbiótica y cooperativa, enton-
ces el tabú juega un papel adaptativo dentro del ecosistema, si la relación
es competitiva, entonces el tabú no sería más que una falsa simbolización
que trataría de resolver una contradicción real a base de una ideología irra-
cional. Por otra parte, aquí es donde se centra la polémica a nivel empírico
porque Heston, el mayor crítico de Harris, afirma que se trata de una rela-
ción competitiva.
Para solucionar este problema, nada más fácil que hacer un análisis del
input y output de energía por parte de la vaca. Por una parte, llama la aten-
ción que la vaca se alimente de productos marginales, los productos secun-
darios de las cosechas que son inutilizables por los hombres (paja, etc.). Las
vacas convierten productos que no tienen ninguna utilidad humana en pro-
ductos de gran utilidad, por esta razón, como muy bien dice Odendhall, «no
hay casi competición por el alimento o tierra entre las vacas y el hombre».
Si la relación es simbiótica no se puede decir que el tabú sea una simboli-
zación falsa.
Detengámonos un poco en el output porque tiene una cierto interés: Es
cierto que la leche producida por las vacas es mínima en comparación con
la media europea. Pero esto no es el producto principal de la vaca. En pri-
mer lugar, están los bueyes, absolutamente necesarios para la tracción y el
trabajo de los campos. Debido a las condiciones climatológicas de la India,
es casi absolutamente necesario que cada familia tenga sus propios anima-
les porque la arada y preparación de la tierra hay que realizarla cuando el
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suelo está blando pocos días después de las lluvias monzónicas. Por otra
parte están los excrementos, éstos tienen dos utilizaciones básicas: más o
menos la mitad como fertilizante y la otra mitad como material combusti-
ble que sirve para cocinar, etc. La India es un país muy pobre en recursos
carboníferos y petrolíferos, y el estiércol es muy útil para la cocina, por otra
parte, da un fuego muy lento y extendido que permite a la mujer dedicarse
a otras tareas mientras los alimentos se cocinan.
Tanta importancia tiene ésto en la economía de la India, que Odendhall
afirma que «en esencia la gente consume el estiércol, no ingiriéndolo, sino
en forma de energía». Otra pequeña parte de estos residuos se dedica a la
construcción del piso de las casas: el estiércol se deja secar al sol hasta que
no produce más olor, después se mezcla con agua hasta formar una pasta
que se extiende en el suelo, esta pasta se endurece mucho con el tiempo y
fácilmente se puede limpiar con una escoba.
Si se tienen en cuenta éstos y algunos otros datos, se puede calcular
fácilmente que la eficacia energética de la vaca es mucho mayor en la India
que en los Estados Unidos, por ejemplo. En la India es del 18% mientras
que en los Estados Unidos es del 4%. Como se puede observar por estas
cifras, dadas por Harris y confirmadas por Odendhall, ya no es tan eviden-
te que el tabú de matar y comer las vacas sea irracional y absurdo desde el
punto de vista económico y ecológico. Algunos datos adicionales pueden
ayudarnos a comprender el sistema total y a resolver algunas dificultades.
Las vacas son totalmente distintas desde el punto de vista del rico o del
pobre. Como subraya Harris, «para el pobre campesino, la vaca es un men-
digo sagrado, para el rico es un ladrón». Con cierta frecuencia, las vacas del
pobre entran en las tierras del rico, los dueños se quejan, pero tienen que
devolverlas. En este sentido la vaca juega un papel —relativo claro está— de
distribución de la riqueza. Dicho de otra manera, no hay ninguna competi-
ción entre la vaca y el hombre, sino lucha entre unas castas y otras. Esta
observación tiene mucho interés, en cuanto que presenta una realidad
adaptativa y funcional desde el punto de vista del ecosistema, sin que esta
adaptación y funcionalidad signifique promover la cohesión social y otros
tipos de fenómenos subrayados por el funcionalismo clásico.
Por otra parte, no es exacto que la carne de las vacas no se coma. En la
India hay mucha gente que pertenece a castas bajas y que pueden comer la
carne de las vacas muertas. Por esta razón, el enviar las vacas a los mata-
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deros no tiene ningún sentido, en cuanto que privaría a esta gente menos
privilegiada —mejor dicho, no privilegiada en absoluto— de una fuente de
proteínas. El tabú al que nos referimos, hace de la vaca, después de muer-
ta, un distribuidor del alimento entre gentes que tienen más difícil acceso a
él, que cometen una abominación, pero que, en ciertos momentos, comen.
Es interesante subrayar esta función del tabú que hace de la vaca un
fenómeno de redistribución o un igualador económico. Esta impresión se
confirma si se observa lo que pasaría al seguir criterios sólo superficial-
mente racionales desde el punto de vista económico. Heston afirma que en
la India había 54 millones de vacas, entre éstas 30 millones son inutiles, por
lo tanto habría que matarlas, y dar el alimento que consumen a los otros 24
millones. Como dice Harris, esto llevaría, «a eliminar, no 30 millones de
vacas, sino 150 millones de personas, forzándolas a marcharse de los cam-
pos y a establecerse en las ciudades.» Evidentemente, estas familias serían
las menos privilegiadas desde el punto de vista económico.
De todas maneras, no se ha resuelto el problema acerca de la función
que el tabú juega dentro de la totalidad del ecosistema. Unas palabras de
Harris lo explican perfectamente:
«Hay un principio básico de análisis ecológico que establece que las
comunidades de organismos no están adaptadas a las condiciones medias,
sino a los extremos… Parece probable que el sentido de la abominación con
respecto a matar las vacas, protege al campesino de cálculos racionales sólo
a corto plazo».
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Marshall Sahlins
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carácter materialista y otra mentalista repite al pie de la letra lo que fue la his-
toria de su maestro Leslie White. De hecho, en el capítulo segundo de Cultura
y Razón Práctica que se titula: Dos paradigmas de Teoría Antropológica, y en el
cual lleva a cabo una especie de análisis de algunos elementos de la Antropo-
logía, Sahlins habla de un venerable conflicto entre utilitarismo y culturalis-
mo. Este conflicto se manifiesta en el siguiente dilema:
«Si el orden cultural hay que concebirlo como una codificación de la
acción actual del hombre que tiene un sentido pragmático y va dirigido a
un fin; o, si más bien, la acción del hombre en el mundo hay que enten-
derla como algo mediado por un diseño cultural que da orden a la expe-
riencia práctica, a la práctica basada en la costumbre y a las relaciones
entre las dos».
Roy Rappaport
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Antes decíamos que la India estaba lejos de España, pues bien, mucho
más lejos todavía que la India, está Nueva Guinea, pero aquí se han descu-
bierto una serie de fenómenos cruciales para la comprensión del hecho reli-
gioso y para su interpretación ecológica.
Como base tomaremos esta obra. Los datos que vamos a ofrecer son
mucho más complicados y por esta razón nos detendremos más en ellos. En
primer lugar vamos a describir el ciclo ritual en su contexto para después
sacar las consecuencias pertinentes. Los datos que vamos a ofrecer están
tomados del trabajo de campo de Rapaport entre los Tsembaga, una tribu
de Maring, habitantes del interior de Nueva Guinea. Vamos a describir un
ciclo ritual y por esta razón se podría empezar por cualquier punto.
Empezaremos como Rappaport por la guerra. La guerra comienza
cuando un miembro de un grupo comete un homicidio o algo parecido con
respecto a miembros de otros grupos. A partir de aquí, se rompen las hos-
tilidades y se comienzan una serie de rituales. En primer lugar se sacan
unos objetos —llamados piedras de guerra— que se cuelgan de la casa
ritual. Este ritual hace a los dos grupos enemigos formales. La guerra puede
terminar con la derrota total de uno de los oponentes. En este caso el ven-
cedor saquea el territorio del vencido aunque no se lo anexiona. Las más de
las veces se hacen la paz entre los oponentes.
Después de la guerra, el grupo realiza un ritual que se llama la planta-
ción del «rumbin». Se llama a todos los amigos y aliados que se reúnen para
el ritual. Cada hombre de la tribu toca el arbusto plantado. Mientras este
arbusto esté plantado no se volvería a hacer otra guerra. A esto sigue un
sacrificio masivo de cerdos, todos los cerdos adultos y jóvenes son matados
y dedicados a los antepasados, después son consumidos por el grupo y dis-
tribuidos a los aliados. Pero, con esto no se acaban las deudas para con los
antepasados ni aliados.
Cuando los cerdos son suficientes, se comienza el ritual llamado «kaiko».
Antes de iniciarlo se avisa a los amigos y aliados para que vengan a asistir a
las festividades. La primera acción consistirá en plantar estacas a lo largo del
territorio, una vez hecho esto, se arranca el «rumbin.» Estos serían los ri-
tuales preliminares. A partir de aquí comienza el «kaiko» que dura un año;
en la culminación del mismo, todos los tabús son abolidos y los cerdos son
sacrificados en grandes cantidades para después repartirlos entre los miem-
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Clifford Geertz
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En 1958, Kroeber y Parsons, los dos grandes hombres de las dos disciplinas
deciden cómo hay que repartirse el panorama social entre la sociología y la
antropología. El término sociedad y sistema social sería el terreno de la
sociología, y con ello se designarían los sistemas relacionales de interacción
enrtre individuos y colectividades. La cultura se dejaba para los antropólo-
gos y se restringiría al contenido trasmitido y creado y los sistemas de valo-
res, ideas y otros sistemas simbólicos y significativos (Kroeber y Parsons,
1958). Había antropólogos que decían que este pacto era como el Tratado
de Tordesillas de 1449 en el que el Papa divide el Nuevo Mundo en dos par-
tes, una para España y la otra para Portugal.
De todas maneras, esta división fue rechazada «de facto» por todos los
antropólogos que tenían la mínima base materialista, y admitida por los
mentalistas para los que lo fundamental eran los sistemas de valores, ideas
y otros sistemas simbólicos y significativos.
Como es obvio, en Harvard que era el feudo de Parsons, estas posturas
mentalistas proliferaron y arraigaron muy fuerte en dos antropólogos de la
época, Clifford Geertz y David Schneider. Clifford Geertz, hizo trabajo de
campo en Indonesia con una financiación de un típico programa de la gue-
rra fría que iba dirigido al estudio de nuevas naciones que tenían un valor es-
tratégico. Posteriormente llevó a cabo otro trabajo en Marruecos. Aunque no
tenemos espacio en este momento para ello, sería interesante someter a una
crítica política la obra de Geertz sobre Indonesia. Geertz lleva a cabo su tra-
bajo en Java y posteriormente en Bali. Esta investigación lleva a Geertz a
producir una serie de monografías sobre las variedades de la religión en Ja-
va y su papel en el cambio social, y sobre el papel de los mercaderes de Java
y los aristócratas de Bali en el proceso de modernización. También publicó
un trabajo titulado Agricultural Involution en el que analiza los tipos y ciclos
agrícolas. Para designarlos, utiliza el concepto de involución que lo había to-
mado de Alexander Goldenweiser en una recensión que había llevado a ca-
bo de las Formas Elementales de la Vida Religiosa de Durkheim. Todo esto no
parece muy innovador, pero a lo largo de los sesenta, Geertz empezó a es-
cribir ensayos que explicaban su teoría de la cultura como significado, como
construcciones que residen en la mente de las gentes, pero que se concreti-
zan en símbolos públicos que constituyen «el conocimiento local». Su an-
tropología, según decía, era interpretativa y trataba de buscar el significado,
no era una ciencia en busca de explicación. Geertz se fue moviendo hacia la
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EL SISTEMA MUNDIAL
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ANTROPOLOGÍA URBANA
Aunque hay una tradicción americana anterior que tiene mucha impor-
tancia, Boas y los boasianos quisieron convencerse y convencer a los otros
de que la antropología americana empieza con ellos.
Boas trajo de Alemania algunos elementos del concepto de cultura.
«Liberó» este concepto del determinismo biológico y ambiental y lo con-
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