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Francis Fukuyama

(Chicago, 1952) Politólogo estadounidense de


origen japonés. Doctor en ciencias políticas
por la Universidad de Harvard y catedrático de
economía política internacional en la
Universidad Johns Hopkins de Washington, a
finales de la década de 1990 fue una de las
figuras centrales de los neocons, grupo de
pensadores neoconservadores que tendría
gran influencia en los mandatos del
presidente George W. Bush (2001-2008) y de
cuyos planteamientos se distanciaría
posteriormente.
La fama de este experto en historia y teoría
política procede sobre todo de un artículo de
1989 titulado ¿El fin de la historia?, que
sorprendió a todo el mundo y dio pie
inmediatamente a una oleada de discusiones
y críticas en los más diversos foros; Francis
Fukuyama desarrollaría luego más ampliamente las ideas allí contenidas en el libro El fin de la
historia y el último hombre (1992). Un buen número de estas críticas que recibió se remitían a los
titulares los medios de comunicación para indicar que, al menos en un sentido muy inmediato, la
historia parecía más activa y tumultuosa que nunca. Sin embargo, tal y como Fukuyama no ha cesado
de responder, esta clase de crítica se basa en una cierta incomprensión de sus argumentos.
En realidad, en su famoso artículo se refería a la historia como la sucesión de ideologías y formas
de comprender y organizar las sociedades. Desde esta amplia perspectiva, la historia es el proceso
que lleva de las sociedades esclavistas a las sociedades feudales, y de un modelo monárquico a otro
dictatorial o parlamentario. Y en este sentido, Fukuyama señala que, tras el fracaso del comunismo
como proyecto social en la Unión Soviética, y en general en los diversos países del mundo donde se
había implantado, la democracia liberal y el modelo de la economía de mercado han quedado
prácticamente sin rival. Los totalitarismos y otras formas de regímenes autoritarios también han
demostrado a lo largo de la segunda mitad del siglo XX una mayor fragilidad que la democracia.
La razón de estos fracasos se debe a las contradicciones internas de esta clase de regímenes, unas
contradicciones que serían las responsables, en último término, de su fragilidad y de la tendencia de
las sociedades actuales en todo el mundo hacia el modelo de la democracia liberal y la economía de
mercado. Lo que Fukuyama señala es que sólo este modelo de sociedad está libre de
contradicciones y puede aspirar, por lo tanto, a una estabilidad que se podría perpetuar
indefinidamente. Ello no significa que la historia, en el sentido de la sucesión de acontecimientos y
conflictos en el panorama internacional, vaya a detenerse. Sin embargo, desde la perspectiva de las
tendencias sociales profundas, es decir, de las ideologías y los modelos de organización de la
sociedad que se proponen, todos estos conflictos se podrán interpretar en el sentido de una
implantación más o menos lenta o acelerada, traumática o imperfecta, de los principios de la
democracia liberal y la economía de mercado.
Al observar la realidad internacional en la segunda mitad del siglo XX, algunos han señalado el
renacimiento de ideologías que podrían parecer, en principio, superadas desde la perspectiva de la
democracia liberal: se trata del nacionalismo radical y el fundamentalismo religioso. Fukuyama ha
respondido a esta clase de críticas, sin duda más problemáticas para su tesis, en un libro posterior

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en el que defiende que alguna forma de vínculo comunitario, sea étnico o religioso, es necesario para
el funcionamiento de la democracia. Sin embargo, su aparición violenta y en formas extremas y
radicalizadas en los últimos años constituye un conflicto relacionado con las circunstancias y la lógica
interna de determinados países y regiones. En las democracias más asentadas y estables, que son
las que toma como modelo, le parece que el elemento nacional y el religioso se hallan perfectamente
integrados en el funcionamiento general de la sociedad y no son fuente de conflictos. En último
término, los demás países evolucionarán hacia este modelo y sus movimientos religiosos y
nacionalistas tenderán a ser integrados adecuadamente.
En realidad, la propuesta de un posible fin de la historia se halla relacionada con una conocida
posición filosófica que ya en el siglo XIX defendieron Hegel y Karl Marx. Se trata de la idea de que la
historia posee un sentido interno, que evoluciona en una dirección definida y que tiene por lo tanto
un objetivo. La humanidad, desde esta perspectiva, progresa a través de la historia. El propio
Fukuyama ha lamentado que el siglo XX haya generado un gran pesimismo sobre el progreso de la
humanidad, a causa del fracaso moral que representaron acontecimientos traumáticos como las dos
guerras mundiales o el holocausto judío.
Sin embargo, el progreso como camino marcado por adelantado, del que la humanidad no podría
apartarse en ningún caso, también ha sido objeto de una crítica nada pesimista. El filósofo austríaco
de la ciencia Karl Popper defendió que nadie puede prever el curso futuro de la historia, y ello porque
la evolución de la sociedad depende en último término de la evolución de nuestro conocimiento, de
nuestras ideas sobre el mundo y sobre el hombre. Y no existe ninguna forma de conocer hoy en qué
pueda consistir lo que la humanidad va a saber mañana.

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ARGUMENTO
El fin de la historia y el último hombre
El fin de la historia y el último hombre (1992) repropone fundamentalmente algunos temas y
conceptos significativos del historicismo que, según dice el propio autor, habían sido descuidados en
la producción filosófica de los últimos años. Toda la obra se basa, de hecho, en la justificación de la
validez de una nueva "historia universal", en polémica con una filosofía del siglo XX considerada
excesivamente pesimista e incapaz de rescatar la posibilidad de un camino histórico necesario y
dirigido a la afirmación del mejor de los mundos posibles. Esta nueva historia universal tendría,
además, (y este es seguramente uno de los puntos más debatidos) un auténtico final, delineado en
un preciso sistema final, político y económico, es decir la liberal democracia y, en particular, la versión
hoy existente en Estados Unidos.
¿Pero cuáles son más precisamente las justificaciones de Fukuyama de una idea tan radical como
la del fin de la historia en el sistema liberal-democrático actual? El desarrolla paralelamente dos tesis:
por un lado intenta demostrar cómo el progreso científico-tecnológico es indicio de una historia
progresiva y direccional, por el otro indica en el mecanismo del reconocimiento hegeliano, el motor
del proceso histórico que conduce necesariamente a un sistema político liberal-democrático.
Entrando más en lo específico, Fukuyama parte de la consideración de que la única actividad humana
que puede ser definida como constantemente cumulativa y progresiva es el desarrollo de la ciencia
y de la técnica. Una actividad tal se convierte, por tanto, por reflejo, en un indicio de un desarrollo
constante en el ámbito de la historia humana, porque impone, mediante el aumento cualitativo y
cuantitativo continuado de la producción de bienes, una continua y paralela ampliación del sistema
de necesidades que se vuelven cada vez más refinadas y complejas. Por otra parte, además del
desarrollo de las necesidades, también hay un contemporáneo desarrollo de las capacidades para
satisfacerlas, visto el aumento constante de la producción facilitado, por ejemplo, por la creación de
medios de comunicación cada vez más veloces y precisos. Para Fukuyama, el desarrollo técnico-
científico expresa al máximo sus posibilidades precisamente en el ámbito de un sistema productivo
capitalista y, en particular, en el actual sistema neoliberal y globalizado: esta convicción le llega, en
particular, de la victoria que el sistema capitalista ha registrado sobre el sistema comunista soviético,
capaz, este último, de crear un potente aparato industrial casi de la nada, pero intrínsecamente
incapaz de aguantar a largo plazo la competencia del sistema capitalista.
Sin embargo, tal como apunta el mismo Fukuyama, si el progreso científico es capaz de justificar una
historia progresiva y dirigida al liberalismo económico, no es igualmente eficaz para justificar el paso
necesario a un sistema político democrático. De hecho existen numerosos países en los que
asistimos a un desarrollo impetuoso de las capacidades productivas, no acompañado, sin embargo,
de un desarrollo paralelo hacia instituciones políticas democráticas. Aquí entra en juego el segundo
elemento considerado capaz de justificar el fin de la historia en el sistema liberal-democrático
occidental: la lucha por el reconocimiento. De este concepto, fundamental en la filosofía hegeliana,
Fukuyama recoge, más que la visión original de Hegel, la reelaboración hecha por Kojève y la
"enriquece" con una reinterpretación de la doctrina platónica: si en efecto es la parte más
concupiscente del alma humana la que lleva a un desarrollo constante de los medios de producción
y de la ciencia, se debe, en cambio, a la parte timocrática (caracterizada por el tymhòs) el empuje
hacia el sistema democrático. El reconocimiento recíproco e igual, que se da entre dos
autoconciencias en el ámbito de un sistema democrático, es por tanto, según Fukuyama, la mejor
solución posible de compromiso para todos. En efecto, si en democracia la "isotimia" garantizada por
el derecho formal no permite el desarrollo anormal de "megalotimias" individuales, también es verdad
que el recíproco e igual reconocimiento de cada uno permite, precisamente por su difusión universal,
una satisfacción amplia y para todos.

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El fin de la historia estaría, en definitiva, según Fukuyama, en el actual sistema liberal-democrático
y, si bien en algunos países (EEUU, Europa Occidental, etc.) asistiríamos ya a una fase "post-
histórica", en otras partes del mundo nos encontraríamos aún en una fase histórica más o menos
avanzada, pero siempre enmarcable dentro del camino ya recorrido por las liberal-democracias
occidentales.
Frente a la radicalidad de sus propias tesis, el mismo Fukuyama admite la posibilidad de críticas y,
en la última parte de su libro, intenta imaginar una posible crítica desde la izquierda, reconduciéndola
al filón de pensamiento marxista, y una crítica desde la derecho, remontándola al filón nietzscheano.
El punto de referencia para tales críticas es si la liberal-democracia puede ser un efectivo punto de
llegada de la lucha por le reconocimiento, o si en ella puede darse una efectiva satisfacción
del thymòs. En la hipotética crítica marxista el reconocimiento sería imperfecto porque sería sólo
formal y no acompañado por una efectiva igualdad de posibilidades; en la hipotética crítica
nietzscheana, en cambio, la isotimia democrática sería frustrante, puesto que la igualdad del
reconocimiento no sería un reflejo real de las diferencias entre hombre y hombre. A la crítica marxista
Fukuyama responde que, en realidad, el sistema capitalista garantiza igualdad de derechos y de
posibilidades de éxito; a la nietzscheana (considerada más pertinente) que, si la isotimia puede ser
frustrante para los más dotados, también es cierto que el sistema liberal-democrático permite en
campos como el deporte y, sobre todo, la política, la reproposición de retos capaces de satisfacer la
megalotimia en los términos de un reconocimiento desigual, aún en el ámbito más general de
garantías dictaminadas por una constitución democrática.
En conclusión, el problema que plantea Fukuyama a lo largo de sus publicaciones, además de la
validez del "pensamiento único" del que se presenta como alférez, es, más en general, la validez hoy
de un sistema historicista y de categorías como las de "historia universal" y "fin de la historia",
cuestiones planteadas con fuerza por estudiosos incluso muy distintos entre sí (pienso, entre otros,
en El choque de civilizaciones de Huntington y en Imperio de Hardt-Negri), en el ámbito del
encendido debate sobre El fin de la Historia y el último hombre. Por otra parte, repensando en las
críticas imaginadas por Fukuyama en la última parte de su libro y partiendo de estas últimas, el
rechazo de "decir a lo chino siempre sí frente a la potencia de la historia" expresado por Nietzsche,
puede, y quizás debe proceder paralelamente, si bien en un horizonte teorético muy distinto, con la
necesidad de "cepillar la historia a contrapelo" y de no "nadar con la corriente" expresada por
Benjamin y por gran parte del marxismo del siglo XX.
El problema es, en definitiva, partiendo de Nietzsche o de Benjamin, siempre el de lograr imaginar
una relación sujeto-historia abierta y problemática, que no se resuelva, por tanto, en una pasiva
aceptación del dato. En este sentido es indicativo y alentador el hecho de que, hasta hoy, a pesar de
los numerosos intentos teóricos y prácticos en este sentido, le guste o no a Fukuyama, la historia
siempre se ha revelado refractaria a toda clausura.
Bibliografía
F. Fukuyama, The End of History and the Last Man, Free Press, Nueva York 1992, trad. esp. El fin
de la historia y el último hombre, Editorial Planeta, Barcelona 1992, ISBN 84-320-5954-4

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