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Liberalismo. Neoliberalismo.

Se trata de un sistema filosófico y político que promueve las libertades civiles y que se
opone al despotismo. La democracia representativa y los principios republicanos se
basan en las doctrinas liberales.
Aunque suele hablarse del liberalismo como un todo uniforme, es posible distinguir
entre distintos tipos de liberalismo. El liberalismo económico es el más difundido ya
que es defendido por las grandes corporaciones y los grupos económicos más fuertes.
Se basa en limitar la intromisión estatal en las relaciones comerciales, promulgando la
reducción de los impuestos y eliminando las regulaciones.
El liberalismo económicocree que, al no intervenir el Estado, se garantiza la igualdad
de condiciones y se establece un mercado de competencia perfecta. La falta de
intervención del Estado, sin embargo, no permite la ayuda social (se cancelan los
subsidios, por ejemplo).
El liberalismo social, por su parte, defiende la libertad en las conductas privadas de los
individuos y en sus relaciones sociales. La legalización del consumo de drogas está
avalada por el liberalismo social.
El liberalismo político, por último, entrega el poder a los ciudadanos, quienes eligen a
sus representantes de manera libre y soberana. Los funcionarios estatales, por lo
tanto, son elegidos por el poder popular de la democracia.
Cada una de estas doctrinas del liberalismo, por supuesto, cuenta con variantes y
defensores más o menos acérrimos de las libertades promovidas.
CONTEXTO HISTÓRICO DEL ORIGEN DEL LIBERALISMO: En las últimas décadas
del siglo XIX la economía capitalista basada en la industria se había consolidado
considerablemente. El sistema industrial mostraba toda su capacidad de producir
riqueza como ningún otro sistema lo había hecho. Se estaban formando gigantescas
empresas industriales, cuya producción no sólo alcanzaba para abastecer la demanda
local, sino que sobraba para ser vendida en otros países.
Al mismo tiempo, los sectores sociales que se habían opuesto al pleno desarrollo de la
industria en Europa -terratenientes y pequeños artesanos- habían perdido influencia
política.
Gracias al crecimiento de la economía industrial se había constituido una importante
clase obrera, que tendía a agruparse en sindicatos y partidos para expresar sus
demandas frente a una economía que no tenía en cuenta sus derechos y necesidades.
Los países más industrializados eran las potencias europeas y los Estados Unidos de
América, que comenzaban paulatinamente a desarrollar todo su potencial productivo.
Los países europeos llevaban a cabo políticas de expansión colonizadora, ocupando
territorios en diversos puntos de África, Asia y Oceanía, de los cuales extraían los
recursos necesarios para aumentar su producción.
El sistema económico mundial estaba organizado de acuerdo con las necesidades de
los países más poderosos, sobre la toase de la llamada “división internacional del
trabajo”: cada país producía (y exportaba) aquello que podía hacer de la manera más
eficiente, en tanto que importaba otro tipo de bienes.
Por ejemplo, los países de América latina intercambiaban sus productos minerales y
agrícolas con los países industriales, recibiendo de ellos bienes manufacturados.

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Liberalismo. Neoliberalismo.

Si bien el sistema capitalista industrial había sufrido situaciones de crisis sociales y


financieras, había demostrado capacidad de recuperarse. El dominio de los
industriales sobre la economía fortaleció sus convicciones sobre las ventajas del
liberalismo.
Gracias al crecimiento de la economía se desarrolló una burguesía adinerada que
confiaba ciegamente en la capacidad del capitalismo para restablecerse de las crisis.

EL LIBERALISMO: El conjunto de las transformaciones ideológicas y políticas que se


habían desarrollado en Europa y América entre finales del siglo XVII y el fin del
Imperio napoleónico (1815) conformaron una corriente ideológica y una doctrina
política que conocemos como liberalismo. Aunque la palabra «liberal» (amigo de la
libertad), parece ser que fue acuñada en España, en las Cortes de Cádiz (1812), en
sentido amplio el término «liberal» sirve desde el siglo XIX para denominar un conjunto
de ideas que fueron la base y el sustento de los sistemas políticos creados por las
revoluciones liberal-burguesas.
Además de su contenido político o económico, las ideas liberales se plasmaron
también en un modo de entender la sociedad y en una actitud hacia las personas y las
relaciones sociales. Así, en nombre de la razón y del derecho de todo hombre a vivir
libre, los liberales concibieron el universo como una inmensa mecánica cuyos
engranajes obedecían a leyes naturales.
Por ejemplo, cuando Newton descubre las leyes elementales de la física,
o Galileo afirma que la tierra gira en torno del sol, no ponen en tela de juicio ningún
dogma de la Iglesia, sino algo mucho más radical: la presencia de Dios en cada
acontecimiento.
Cuando los científicos a partir del Renacimiento van descubriendo las leyes de la
naturaleza por medio de la ciencia, no niegan la existencia de Dios, al contrario
atribuyen al creado haber dictado esas mismas leyes que ellos simplemente
descubren, pero este cambio produce una alteración profunda en la tarea de la
búsqueda de la verdad. Hasta entonces, era Dios el que hacía salir el sol todas las
mañanas por el este, y nada obstaculizaba a que un día, a su Divino arbitrio, lo hiciera
salir por el oeste.
Al descubrir leyes inmutables de la naturaleza, el «rol» del Creador quedaba limitado
al momento de la creación, con lo que, estaban afirmando (por cierto de manera muy
poco explícita) que el camino hacia la verdad lo brindaban la ciencia y no la teología.
Consideraban que la sociedad estaba compuesta por individuos y no por órdenes
clases, o estamentos, y erigieron en doctrina la defensa de la libertad individual. La
libertad, que ellos definían como la ausencia de sometimiento a otros, era un bien en
sí mismo en todos los campos: civil, religioso, político y económico. La nueva ideología
defendía la libertad de comprar, vender, contratar o establecerse, sin otros límites que
el propio deseo y el respeto a la libertad de los otros.
La libertad no podía ser limitada por ningún tipo de autoridad, fuera política o espiritual.
Defendían la libertad de pensamiento y denunciaban todo intento de limitar la libertad
de conciencia y de creencias. Reclamaban el derecho a la libre reunión, a la
asociación, a la expresión de las ideas, a la manifestación y a la libertad de prensa.

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Asimismo, consideraban que la religión debía ser una convicción personal y no un


asunto de la vida pública. Se podía creer o no en Dios y ser igualmente un buen
ciudadano. Disociaban, por tanto, lo temporal de lo espiritual y defendían un Estado
laico, no confesional.
Haciendo un poco de historia se observa que en Francia, existía lo que luego se
denominó el «antiguo régimen». Un rey absoluto, y una serie de nobles cortesanos
que gozaban de toda clase de prerrogativas. El lujo del palacio de Versalles se lograba
a costa de impuestos que sometían a la miseria a la mayoría de la población. El alto
clero (obispos y cardenales) y la nobleza eran una pequeña minoría, pero
monopolizaban el poder económico y político del reino. Por eso, el liberalismo en
Francia se destaca por su carácter político. Buscan llegar a una forma de gobierno
democrática y consagrar los derechos individuales.
Por lo tanto, los liberales rechazaban todo poder absoluto y desconfiaban de los
poderes constituidos. Eran partidarios de un régimen parlamentario con garantía de
derechos y separación de poderes. Cada uno de los tres poderes (ejecutivo, legislativo
y judicial) equilibraba a los otros dos. El poder no podía manifestarse bajo la forma de
decisiones arbitrarias que provinieran de una autoridad que se reclamaba de derecho
divino. Los liberales no eran hostiles a la monarquía, siempre que fuera constitucional
y que los monarcas reinaran, pero no gobernaran.
Toda decisión debía emanar de una Asamblea elegida por sufragio, que representaba
la voluntad general de la nación y para la que defendían una gran cantidad de
prerrogativas. La voluntad de la nación debía expresarse mediante la elaboración de
leyes y debía ser la ley la que rigiera la vida pública. La Constitución era la gran ley, el
marco que regulaba las relaciones entre los ciudadanos de un Estado y garantizaba
sus derechos.
Pero, además, para el liberalismo, las leyes debían garantizar el ejercicio individual de
las libertades individuales frente al poder del Estado y se definía la libertad política
como el conjunto de garantías del ciudadano ante los poderes públicos. Los liberales
deseaban un Estado que respetara las libertades y que hiciera aplicar una ley igual
para todos.
En Inglaterra la aristocracia inglesa venía arrancando concesiones a los reyes desde
Edad Media. La célebre Carta Magna de 1215 limitaba seriamente el poder real a favor
del Parlamento. En 1679 el rey se había visto forzado a firmar el “Bill de habeas
corpus”, y diez años después debieron firmar la «declaración de derechos» que
reducía aún más el poder real y reconocía algunos derechos de los ciudadanos.
En el siglo XVIII el parlamento tenía cada vez más poder y surgieron dos partidos
políticos que disputaban las bancas del parlamento mediante el voto de los
ciudadanos. Inglaterra era vista en toda Europa como un modelo de libertad y
tolerancia, a pesar de que había tenido persecuciones religiosas y otras atrocidades.
Ya en el siglo XVIII la preocupación de los ingleses no era el poder real, sino la
riqueza, los inventos Y el comercio monopólico con sus colonias que condujo a la
revolución industrial.
Liberalismo 'versus' neoliberalismo
GURUTZ JAUREGUI
26 MAY 1997

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Liberalismo. Neoliberalismo.

El liberalismo viene ejerciendo una prolongada y extraordinaria influencia en la cultura


occidental desde por lo menos hace cuatro siglos. Ello le ha convertido en un concepto
de carácter prácticamente universal. Como ocurre con otras ideas o conceptos de esta
índole (absolutismo, conservadurismo, capitalismo, socialismo, etcétera), el liberalismo
constituye una realidad difícilmente definible y delimitable mediante reglas seguras
comúnmente aceptadas. Al igual que todas las grandes doctrinas, el liberalismo ha
mantenido siempre una lógica histórica ambigua y, por tanto, susceptible de acarrear
consecuencias diferentes, tanto positivas como negativas. Así, junto a grandes
virtudes tales como el racionalismo crítico, la laboriosidad, el civismo, el desarrollo de
los derechos individuales, la limitación del poder político, etcétera, el liberalismo
también ha provocado graves perversiones tales como la ambigüedad moral, el
atomismo social, la destrucción de valores colectivos, el capitalismo salvaje, una
irresponsable obsesión por la competitividad a cualquier precio, etcétera.
Esa ambigüedad y complejidad han traído como consecuencia que el liberalismo
resulte objeto de interpretaciones muy diversas, y en no pocas ocasiones encontradas,
dando así lugar a corrientes liberales muy diferentes entre sí. Resulta por tanto
incorrecto, además de imposible, pretender reducir o identificar el liberalismo con
alguna o algunas de sus corrientes concretas.
Una de esas corrientes, el neoliberalismo, ha adquirido en los últimos años una
extraordinaria fuerza e importancia hasta tal punto de producirse a veces, de forma
consciente o inconsciente, una identificación entre liberalismo y neoliberalismo. Nada
más lejos de la realidad. El neoliberalismo constituye una simple adaptación
actualizada de la variante más utilitarista del liberalismo, cuando no una clara
adulteración, un simulacro del mismo. En cualquier caso, es evidente que dista mucho
de ser el heredero legítimo del viejo liberalismo. Veamos por qué.
Los viejos liberales cayeron en el error de considerar que la simple aplicación de las
leyes de mercado traería consigo, de forma natural, el establecimiento de una
sociedad civil armónica y justa en la cual quedaría perfectamente asegurada la
felicidad de los seres humanos. Por ello promovieron una nueva sociedad basada en
el principio de libertad. Es cierto que la libertad constituye el primero de los instintos
primitivos del ser humano como ser social. Pero no es el único. Junto a él existe
también la igualdad. Todos los seres humanos aspiramos a ser libres y a sentirnos
iguales a los demás. Por ello, la tendencia a rebelarnos contra cualquier realidad
heterónoma que se nos pretenda imponer constituye una reacción constitucional a
nuestra propia naturaleza. En tal sentido ser libre significa que otros no se interpongan
en mi actividad. Cuando más extenso sea el ámbito de la ausencia de interposición,
más amplia es mi libertad.
Ahora bien, yo no puedo ser absolutamente libre, ya que ello impediría la libertad de
los demás. Por ello debo ceder algo de mi libertad para preservar las libertades de los
otros, y en definitiva mi propia libertad con respecto a los demás. Por eso, desde punto
de vista social o político, ser libre significa estar sujeto a un ordenamiento normativo,
pero a un ordenamiento normativo y a una ley en cuyo establecimiento participo yo
mismo. La libertad se constituye así en un principio irrenunciable. Un principio que sólo
puede ser restringido en favor de la propia libertad.
La libertad es anterior a la igualdad, ya que quien no es libre de decidir difícilmente
puede aspirar a la igualdad. Ahora bien, la igualdad no es sólo un medio condición
para la consecución de la libertad, sino que es, en sí misma, una forma de libertad.
Ésta o puede subsistir sin la igualad, ya que, en última instancia, el interés de los

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ciudadanos por la libertad se concreta en la práctica en un interés por los resultados,


es decir, por la igualdad. Los viejos liberales no tuvieron en cuenta que si la libertad de
unos pocos depende de la miseria de un gran numero de otros seres humanos, el
sistema que promueve esto es injusto e inmoral y, por tanto, esa libertad debe ser
limitada por el principio de igualdad.
En contra de lo que pensaban los viejos liberales, la sociedad civil no ha constituido
nunca sinónimo de libertad, y mucho menos de igualdad. No lo fue en el momento
álgido del Estado liberal y mucho menos lo está siendo en la época actual, en la que
no existe una línea divisoria entre Estado y sociedad civil. Es evidente que, hoy día, no
toda forma de poder, incluso de poder político estricto, se encarna en el Estado.
Grupos teóricamente integrantes de la sociedad civil, tales como los sindicatos, los
grupos de presión, las corporaciones, los movimientos sociales, etcétera, ejercen una
influencia, un poder y, en definitiva, una actividad política de primer orden.
La ya confusa relación entre el Estado y la sociedad civil se ha intensificado de modo
notorio como consecuencia de la revolución tecnológica. El actual desarrollo
económico y tecnológico está originando un proceso de concentración de recursos que
trae como consecuencia inevitable el surgimiento de organizaciones con una extensión
y dominio cada vez mayores, dando así lugar a un nuevo orden social corporativo.
Este nuevo orden está acabando con cualquier pretensión de mantener unas
relaciones libres de mercado. A través de la constitución de cárteles, holdings,etcétera,
las corporaciones están reduciendo a la mínima expresión la ley de la oferta y la
demanda, provocando así un cierre o asfixia del mercado.
Frente a la acción de las corporaciones, el Estado puede optar por dos vías
alternativas. 0 bien establece medidas reguladoras del mercado, tanto de capital como
de trabajo, tratando así de evitar esas situaciones de monopolio u oligopolio, o bien
adopta una política neoliberal, haciendo dejación de su poder regulador.
Se produce así una extraña y gran paradoja. Resulta que, mediante la limitación del
poder de las corporaciones, el Estado intervencionista termina actuando como el
defensor de las relaciones de mercado. Mientras tanto, mediante la transferencia de su
poder a las. grandes corporaciones, el Estado mínimo neoliberal se convierte en el
sepulturero de esas relaciones libres de mercado. Por ello, estoy convencido de que,
si algunos de los viejos liberales decimonónicos levantaran hoy la cabeza, optarían, en
contra de la opinión de los actuales neoliberales, por la primera vía, que es la única
que permite, paradójicamente, mantener la lógica del mercado.
En teoría, el actual desarrollo tecnológico y científico puede dar lugar, o bien a una
sociedad íntegramente programada por centros de poder ajenos a los ciudadanos, lo
cual conllevaría a la aparición de un sistema totalitario superador de todas las
previsiones formuladas por Orwell, o bien a una sociedad liberal y liberada de un
contenido y profundidad hasta ahora desconocidos. Uno de los elementos
fundamentales para que la sociedad se incline realmente a uno u otro modelo de
sociedad es el establecimiento de instrumentos y técnicas capaces de controlar el
poder de las grandes corporaciones.
La dejación del poder por parte del Estado neoliberal a favor de las grandes
corporaciones nos conduce al primero de los modelos, a una sociedad autoritaria en la
que el poder legítimo del Estado resulta sustituido, o al menos condicionado, por el
poder incontrolado y sin garantías de las corporaciones. El Estado termina
convirtiéndose en una simple marioneta en manos de las corporaciones más

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poderosas, favoreciendo así una actuación arbitraria en perjuicio de otros grupos y


desde luego en perjuicio de los ciudadanos.
Uno de los grandes enemigos actuales de la democracia y, por tanto, de la libertad e
igualdad de los ciudadanos lo constituye, sin lugar a dudas, el corporativismo. El
corporativismo provoca una importante disminución de la competición no sólo en el
mercado económico, sino también en el mercado político. En el orden social
corporativo los lazos de unión entre las corporaciones y el sistema político son muy
estrechos y se hallan íntimamente entrelazados. Ello impide que en los actuales
sistemas corporativos se dé, tal como ocurre en los sistemas políticos abiertos
liberales, una división clara y estable del trabajo entre los grupos de interés, el
Gobierno y los partidos políticos.
El resultado de todo ello es el desvirtuamiento, o incluso la casi desaparición, en la
práctica, de un elemento básico de la teoría democrática liberal, cual es la idea de que
la toma de decisiones políticas constituye una actividad reservada a los Gobiernos
elegidos y a la Administración pública. Mientras la democracia tiene como objetivo el
logro del interés general, la actividad de las organizaciones corporativas se asienta en
la concertación de sus intereses particulares. De este modo, el neoliberalismo, que
dice defender y representar los valores y fines del liberalismo, termina por constituirse,
en definitiva, en su peor enemigo.
Gurutz Jáuregui es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad del País
Vasco.
* Este artículo apareció en la edición impresa del lunes, 26 de mayo de 1997

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